SEIS
ROBO

Lejos de la mansión no era demasiado difícil acordarse de llamar a Jaq «Tod» o «sir Zapasnik». Sin embargo, dentro de la propia mansión llegó el momento inevitable: cuando Grimm llamó al jefe «Jaq» en presencia de Rakel.

—Jaq —dijo Rakel con cautela mientras se sentaban los cuatro a la mesa—, la comida en tu casa siempre parece tan maravillosa.

Estaban comiendo caviar rosado de Sabulorb y medallones de pescado mahgir amarillo cocido a fuego lento en leche especiada de camelopardo.

La voz de Rakel era muy similar a la de Meh'lindi. Meh'lindi nunca habría hecho un comentario como aquél. A Meh'Iindi siempre le había sido indiferente si se comía rata cruda o estofado. Los nudillos de Jaq se pusieron blancos cuando agarró el tenedor de plastiacero.

—¡Eh! —bramó Grimm—. ¡Nunca llames así en público al jefe! Y el chef soy yo. Da igual, no deberías disfrutar tanto con lo que comes.

—No, lo entiendo —le dijo Jaq a Rakel haciendo un esfuerzo—. Has visto cómo la cosa que más temes ha alterado tu cuerpo, así que puedo estar seguro y confiar en ti en lugar de matarte. ¿Cuánta confianza debo otorgarte? —Lanzó una mirada furiosa a Grimm—. Rakel, es cierto que mi nombre es Jaq y que estoy actuando en secreto. Muy en secreto. Soy un inquisidor. ¿Sabes qué es un inquisidor?

Ella lo sabía. Palideció. Había estado en muchos mundos. En uno de esos planetas se estaba eliminando una herejía.

Le habían permitido a Rakel volver a su antiguo alojamiento, escoltada por Lex, para que pudiera recuperar sus objetos de valor robados y traerlos a la mansión y guardarlos en su nueva habitación del segundo piso. Los tesoros acumulados por Rakel eran algo insignificante comparado con las joyas que todavía quedaban en el libro prohibido de la bodega.

Jaq insistía en que Rakel debía hacer gimnasia. Para ello, Grimm había conseguido toda una serie de aparatos que estaban alojados en una cámara adyacente a la de ella: barras, poleas, vigas...

Como ágil ladrona que era, Rakel nunca había descuidado su forma física. Ahora debía ponerse completamente a punto. ¡Iba a convertirse en el santuario apropiado para el espíritu de Meh'lindi! Sin embargo, Jaq no le decía nada sobre eso. El objetivo teórico era mantener a la falsa Meh'lindi ocupada y haciendo ejercicio para consumir el exceso de energía que tenía.

A Rakel la inquietaba que esa extenuante actividad pudiera deteriorar su nuevo cuerpo. Pero no, Grimm la tranquilizó asegurando que el fin era reforzarlo. Rakel se estaba adaptando a sus nuevos compañeros en aquella casa tapada por cortinas por extraños que pudieran parecer sus misteriosos objetivos. La atrocidad de la que había sido objeto era... superable. ¿Qué otra elección tenía más que ponerse de lado de este trío?

Como mayordomo de la casa, Grimm siempre podía encontrar la forma de mantenerse ocupado, especialmente en la cocina. Lex también hacía ejercicio en solitario, respetando los ritos pertinentes del Adeptas Astartes. De todas formas, Lex anhelaba algo más que el ejercicio y la oración. Lex le había confiado a Grimm, que en ese momento estaba preparando costillas de camelopardo en una salsa especiada, su creciente necesidad de tallar algún objeto. Estaba ansioso por grabar una imagen en un hueso.

El pequeño individuo le sugirió que utilizase una costilla de camelopardo después de haberla rechupeteado hasta dejarla limpia. Esto provocó la furia del marine. ¿Es que el squat no entendía que Lex sólo podía tallar los huesos de camaradas caídos? Tal vez pudiera tener el honor de decorar un hueso de alguien que hubiera pertenecido a otro devoto capítulo, pero, desgraciadamente, no había ningún cuerpo de ultramarine enterrado en Sabulorb. Todos los que caían eran devueltos al monasterio-fortaleza.

¿Es que Grimm, con su supuesta reverencia a los ancestros, no entendía esto?

Lex se sentía frustrado.

Grimm le había mencionado este asunto a Jaq.

—Este mundo estuvo en su día infestado por los genestealers —le comentó Jaq a Rakel mientras estaban cenando—. ¿Sabes quiénes son?

Sí, sus contactos en el mundo criminal le habían hablado de la invasión de los antiguos alienígenas de cuatro brazos.

—Puede que no se destruyera a todos los híbridos —dijo Jaq—. No parece que los tribunales estén actuando con la diligencia debida en estos días. No estoy sugiriendo que los tribunales estén contaminados, pero, aun así, un inquisidor debe siempre albergar sospechas, y a menudo actuar con todo sigilo. Puede que hayas visto cómo actuaba algún inquisidor en ese mundo que visitaste. La parte más importante de la labor de la Inquisición se lleva a cabo oculta a los ojos de todo el mundo, hasta el momento decisivo. Ese libro de abajo contiene secretos sobre los genestealers y sus orígenes.

¿Era verdad? ¿Era mentira?

A Lex casi se le escapó que los tiránidos los alimentaban, pero guardó silencio.

En la nave colmena de los tiránidos, en aquel malvado leviatán con forma de caracol, Biff y Yeremi habían muerto...

—Para leer el libro necesitaré algo que probablemente está guardado en el palacio de justicia. No debo descubrirme demasiado pronto ante los arbites, por lo que tu llegada ha sido providencial. Sin embargo, debes someterte a una prueba. Después de todo, nosotros logramos atraparte.

»Me han contado —continuó diciendo Jaq— que el Templo de Oriens fue en su tiempo la sede del antiguo fémur de un marine espacial, guardado en un relicario. —La verdadera Meh'lindi se lo había contado—. Me pregunto si ese fémur sobrevivió a la destrucción del templo. Me pregunto si el Templo de Occidens requisó ese hueso, al igual que han hecho con las uñas del Emperador. ¡Averígualo, Rakel, pregunta a tus contactos en el mundo criminal! Si ese fémur está escondido en Occidens, quiero que lo robes y lo traigas aquí para que Lex lo ornamente con sus grabados.

—Sí, por favor —dijo Lex—. ¡Sí! —repitió, abriendo y cerrando los puños como si ya tuviese en sus manos el venerado hueso.

El motivo por el que Lex quería realizar dicha actividad era algo que no podía entender. Rakel sabía el nombre de Lex, pero no su identidad real.

—Pregunta también sobre cultos ilegales —continuó Jaq—. ¿Existe algún culto consagrado a la metamorfosis o al cambio revolucionario? ¿Hay algún culto consagrado a los placeres lujuriosos y lascivos de la piel?

Rakel se atrevió a preguntar.

—¿Es por eso que no debo elogiar la comida que comemos, sin importar lo refinada que sea?

—¡De ninguna manera! Comemos bien porque la austeridad estrecha nuestra forma de ver las cosas.

Grimm se inclinó ante su jarra de cerveza.

—No solías permitir ninguna clase de alcohol a bordo de la buena nave Tormentum, Jaq.

Grimm había recibido permiso para abastecer la despensa con cerveza y vino e incluso con un poco de djinn, el fuerte licor local. El propio Jaq seguía sin beber alcohol. Para Lex, con su estómago preomnor suplementario y su riñón oolítico purificador, aquella complacencia era innecesaria.

—El alcohol desordena los sentidos —explicaba Jaq—. Tal vez necesite aprovechar el desorden. Tú, Rakel, en tu nueva forma de asesina, no deberías expresar preferencias sensoriales acerca de la comida. No es apropiado.

Jaq colocó la faja de asesino sobre la mesa. Sacó de ella tres pequeños anillos abultados, como tres dedales barrocos.

—Llévalos en los dedos, Rakel.

Con una mirada profesional, aunque perpleja, Rakel empezó a evaluar el posible valor monetario de aquellas supuestas piezas de bisutería.

—Doblas el dedo así, con un movimiento rápido —explicó con un gesto Jaq—. Son unas raras armas digitales de fabricación jokaero. Este lanza una aguja tóxica; este otro, un rayo láser, ye! tercero es un lanzallamas minúsculo. Sólo disparan una única vez. No tenemos forma de volver a cargarlos. Son para que se utilicen en caso de quedar acorralado, sin ninguna otra posibilidad de escapar.

Rakel miró los aparatos digitales y a las tres personas que estaban sentadas a la mesa.

—¡Fíjate cómo confiamos en ti! —dijo con soma Grimm.

—Sin embargo, no podrías conmigo —gruñó Lex—; no con líquidos tóxicos, ni con llamas ni con rayos láser. Incluso ciego, te partiría en dos.

—Y tu cuerpo en seguida cambiaría —dijo Jaq. Asintiendo, Rakel se colocó las tres armas digitales en dedos distintos.

—Eres perfecta —dijo Jaq sombríamente.

El squat mojó un dedo rechoncho en la leche especiada y lo chupó como si fuera un pezón.

—¡Hum, esta salsa se está quedando fría!

Rakel ya no era una agente libre. Físicamente, ya ni siquiera era ella misma. Pero entonces, ¿qué significaba la libertad? ¿Qué valor tenía la libertad de acarrear una bolsa de joyas y drogas robadas y fichas de crédito imperiales y cosas así de sistema estelar a sistema estelar, pagando sobornos y comisiones? ¿Qué valor tenía para ella, en aquel cosmos de incalculables trillones de personas? Si algo definía su persona, era el robo, la sustracción de efectos materiales de otras personas con los que engalanar en privado su propia identidad.

En aquella mansión había obtenido, sin pretenderlo, una nueva identidad totalmente falsificada, creada a partir de su propia carne. ¿No era ése un triunfo perverso? Tenía una misión y un mandato para robar concedido por un inquisidor clandestino. ¿No era ése un reconocimiento perverso?

Ella demostró ser un útil intermediario. Sus principales contactos eran los hermanos Shuturban, dos hombres de grandes bigotes y tez oscura cuyo padre, ahora anciano, había sido contrabandista y pastor de camelopardos. Chor Shuturban era astuto, les explicó ella. Mardal Shuturban era impulsivo e irascible.

Los Shuturban estaban muy intrigados por los cambios que había experimentado el físico de Rakel desde la última vez que la habían visto. Al principio habían sido bastante escépticos de que Rakel fuera en verdad Rakel, hasta que la mujer les recordó algunos antiguos tratos ilegales que sólo eran conocidos por ella y los hermanos.

¿Así que se había sometido a una gran operación en el hospital Hakim y ya se había recuperado? Ella se vio obligada a contarles a Chor y a Mardal, aunque exagerando mucho, lo del zumo de liquen de su mundo natal y de cómo convertía a su gente en maestros del disfraz. Ella estaba disfrazada cuando la conocieron, eso les dijo con una sonrisa retorcida, y lo que en ese momento contemplaban era su verdadera apariencia. Rakel les habló de productos químicos moldeadores de cuerpos y formas en su sangre. Chor murmuró algo sobre brujería.

Chor Shuturban sí conocía el paradero de ese fémur. Lo había recogido de las ruinas de Oriens en su relicario de oro, seriamente dañado cuando se retiraron los escombros de un túnel en tiempos de su padre. Los diáconos de Occidens estuvieron supervisando la excavación. El progenitor de los Shuturban se había ocupado de saber adónde se llevaban un oro repujado tan machacado. El relicario había sido guardado en el interior de un altar de una de las capillas laterales de la basílica de Occidens.

Mientras el viejo Shuturban meditaba acerca del futuro de ese oro, un irascible camelopardo le dio una coz en la barriga. El dolor iba en aumento. Debió de afectarle algún órgano interno. Sólo cuando fue a Occidens a rezar en aquella capilla concreta y prometió que nunca la profanaría, se curó de forma milagrosa.

El relicario debía de estar todavía allí a día de hoy. Debido a la rivalidad religiosa, ¿cuánto tiempo podría continuar desaparecida la reliquia, sin ser examinada? ¿Cuánto tiempo tardaría en quedar olvidada? Ninguna promesa impedía a sus hijos deshacerse del oro si alguien más decidía saquear el altar.

La basílica tenía cincuenta capillas laterales. Alguno de los altares era de adamantium. Uno era de marfil, consagrado a los dientes del Emperador. La mayoría eran de plastiacero. A cambio de una parte del preciado metal, Chor Shuturban le diría a Rakel cuál era la capilla. Rakel había prometido considerar la oferta.

—Lógicamente —declaró Jaq—, debe de ser la capilla de Sus Muslos...

Rakel había llegado a la misma conclusión. Occidens estaba abierto otra vez al público después del paroxismo de la ceremonia del Año Santo. Después de salir del local de los Shuturban había visitado Occidens para rezar alrededor de las denominadas Estaciones del Emperador de forma tan precipitada como lo permitía el decoro.

La basílica estaba abarrotada de bolsas de piel de camelopardo que contenían cadáveres, cuerpos que nadie había reclamado. El olor de la descomposición quedaba cubierto casi por completo por el predominante y dulzón aroma del incienso que se deslizaba procedente del atrio. Como los peregrinos habían muerto adorando la Faz Verdadera, merecían un tiempo de exposición en la basílica. Las bolsas de los cadáveres estaban cerradas hasta el cuello, mostrando para su examen la cabeza o lo que de ella quedaba. Aquello servía para identificarlo y también para que se pudiera reconocer un milagro. Un cadáver podría permanecer incorrupto, pudiéndose demostrar que estaba bendecido por El en la Tierra. Invariablemente, siempre había uno o dos de esos milagros. Estos milagros reivindicaban todas las muertes que de otra forma habrían parecido, para un hereje, un hecho que deslucía la ceremonia que culminaba el Año Santo.

En la basílica, desgraciadamente, había una capilla consagrada a Su Muslo Izquierdo y otra dedicada a Su Muslo Derecho.

—¿Lanzamos una moneda al aire? —preguntó Grimm cuando Rakel terminó con su informe.

Jaq frunció el entrecejo ante aquella irreverencia.

—Esconderían el hueso a la siniestra de la basílica. En la capilla de la izquierda. La izquierda es el lado de las fórmulas, de las ciencias ocultas, de la malicia..., y de los secretos.

Lex asintió. El había grabado los nombres de los muertos Biff y Yeremi en los huesos de su mano izquierda.

—Los sacerdotes no harían caso omiso de los simbolismos de rigor —afirmó Jaq.

La mejor ruta que tenía Rakel para entrar en Occidens era a través de las aberturas de la cúpula del atrio, por las que salía al exterior el humo del incienso. Vestida de negro, descendería con la ayuda de una fina cuerda, como una araña colgando de un hilo de seda, y luego aterrizaría como un gato sobre el suelo. Por la noche, cuando el templo estuviera cerrado, no habría diáconos armados patrullando por el atrio de la basílica. Había advertido que los residentes del templo, al contrario que sus visitantes, rara vez miraban hacia lo alto. La parte superior del templo estaba siempre envuelta en humo.

Desde el atrio entraría en silencio en la basílica, en el altar utilizaría unas ganzúas de plastiacero y sacaría el pesado relicario de oro.

—Pesado también a causa del fémur —insistió Lex—. Los huesos de marine espacial son grandes y están reforzados.

Rakel se quedó mirándolo, pero no le preguntó nada.

La siguiente tarea era abrir la bolsa de un cadáver.

—¿Esconder el cuerpo dentro del altar? —preguntó Grimm.

—No —dijo Jaq—. Eso sería un sacrilegio.

Pondría el relicario dentro de la bolsa junto con el cadáver, volvería a cerrar la bolsa y regresaría al atrio. Un cómplice dejaría caer una cuerda para recuperar a Rakel.

—¿Voy a tener que estar en el tejado? —quiso saber Grimm—. ¿Qué clase de examen es éste?

Rakel sonrió levemente.

—Hay otras maneras de entrar en el templo. Las alcantarillas, por ejemplo. Estoy segura de que Chor Shuturban me lo contará si le prometemos una cantidad suficiente de oro. ¿No sería preferible involucrarlo a él?

Ella no era Meh'lindi. Meh'lindi habría encontrado una forma de entrar por las alcantarillas, retorciéndose y dislocando sus extremidades si era necesario. Rakel era más bien una persona inteligente y analítica.

La mañana siguiente al robo del altar se presentaría en el templo acompañada por un corpulento esclavo. Ella identificaría una cabeza que sobresaldría de la bolsa. Lloraría con una mezcla de dolor y alegría. El esclavo la ayudaría a transportar el peso.

Y si el relicario resultaba ser demasiado grande, incluso estando tan machacado, la noche anterior le cortaría la cabeza al cadáver, escondería el cuerpo sin cabeza y sujetaría la cabeza a la parte superior del relicario. Este sustituiría al cadáver.

—¿Esconderlo, dónde? —preguntó Jaq.

—Yo esperaba que pudiéramos utilizar el altar —contestó Rakel con toda humildad.

—Sacrilegio. Blasfemia.

—Verdaderamente —afirmó Lex.

—Supongo —dijo Grimm malhumoradamente— que esto significa que puede que tenga que subir con la cuerda ese cadáver en descomposición y sin cabeza después de que tú hayas llegado arriba.

—Un ladrón utiliza todos los medios a su disposición —repuso Rakel.

—Estás intentando manipulamos para compensar por lo que te ha ocurrido a ti —dijo Jaq de forma severa.

Rakel se encogió de hombros.

—Estoy a tu servicio como mejor pueda hacerlo —replicó tajantemente.

Jaq la miró sorprendido ante ese eco de su fallecida cortesana asesina.

—Ese plan tiene posibilidades —reconoció.

—Siempre y cuando —se burló Grimm— ¡no te metas tú mismo dentro de la bolsa de cadáveres para salir del templo! Incluso con verdín y fango cosmético en tu cara puede que los sacerdotes decidan que tu cuerpo está incorrupto y que ha sucedido un milagro. Ah, eso me recuerda algo. ¿No creéis que un cadáver que se ice a cierta altura podría caerse en pedazos de camino al tejado?

—Me llevaré una red —explicó Rakel—. Una red bien tupida. No habrá problema para encontrar una red adecuada en Shandabar.

—Una red con un cadáver dentro —murmuró Grimm—. Vaya redada.

—Siento que la corrupción se reúne a mí alrededor —murmuró Jaq sombríamente—. Como supongo que debe reunirse —añadió con suavidad.

—Sectas —continuó Rakel—. Quería preguntaros sobre las sectas. Hay una sociedad privada de lujuria en el distrito de Mahabbat de Shandabar. Afrodisiacos, orgías. Mardal Shuturban asiste a sus desenfrenos. Y su hermano ha oído rumores de una secta de «alteración trascendental». Evidentemente algunas personas aspiran a evolucionar más allá de su condición humana.

—¿Hay alguna posibilidad de que estos «alteradores dentales» se afilen los dientes para que parezcan colmillos de genestealer? —preguntó Grimm.

—Mardal sólo ha oído vagos rumores. Mi asombroso cambio físico parece explicar mi interés.

—Puede ser un vestigio de híbridos genestealers, jefe.

—O discípulos involuntarios de cierto Poder, que se imaginan con cierta ingenuidad que el cambio evolutivo es algo virtuoso! Seguramente el tribunal es demasiado permisivo en sus investigaciones —declaró Jaq—. Es de alabar que haya un inquisidor aquí para comprobar cuán permisivo es.

La noche siguiente, dos horas después de la medianoche, Jaq y Lex estaban escondidos entre el montón de restos de los puestos de los vendedores que habían sido demolidos durante el furor de la ceremonia.

Era en ese momento cuando el cuerpo y el espíritu estaban en su momento más bajo, la hora en que la gente muere con mayor frecuencia en mitad de su sueño. Ese reflujo nocturno parecía especialmente melancólico en el gran espacio situado frente al templo. En ese momento, la marea de peregrinos visitantes ya había abandonado la ciudad. Donde había anteriormente una aglomeración de tiendas, ahora sólo dormitaban algunos mendigos desperdigados, con los cuerpos cubiertos por completo para protegerse del frío reinante; muertos para el mundo. Tal vez en el distrito de Mahabbat unos mendigos vigorosos seguían tendiendo una mano a los borrachos que salían de los burdeles, a los afortunados ganadores que abandonaban los garitos de juego. Pero no allí. Allí, los estáticos mendigos envueltos en túnicas parecían personificar la tristeza exhausta de la ciudad tras las secuelas del frenético clímax del Año Santo. Nadie se movía. Ni siquiera se oía a nadie toser.

Las estrellas que punteaban todo el cielo iluminaban débilmente la plaza del templo y las cúpulas de Occídens que se vislumbraban en la lejanía.

Privado de su servoarmadura e interfaz con calculadora, Lex no tenía vista telescópica. Ninguna imagen ampliada alimentaba su corteza visual ahora. Se esforzaba por detectar las minúsculas figuras de Grimm y Rakel sobre el tejado del templo. Tal vez no estuviera ni siquiera viéndolos, sino que sólo fuera una ilusión causada por la oscuridad y la luz de las estrellas. Tal vez Grimm ya hubiera apoyado la escalera telescópica ultraligera contra la cúpula para alcanzar la abertura de ventilación más baja. Tal vez Rakel ya estuviera descendiendo en la oscuridad repleta de humo, alumbrada solamente por innumerables puntitos de incienso ardiendo. Lex mantenía alerta sus afinados oídos a la espera de cualquier mido de disparos.

Sus manos estaban ansiosas por acariciar el fémur y por poner en funcionamiento su herramienta para tallar. Qué paz mental meditativa le traería, qué serenidad reverente. Suponiendo que no fallara el robo. ¡Bueno, robo! Era la devolución de un hueso sagrado a unas manos legítimas para que Lex pudiera rendir honores a quienquiera que fuera el marine, muerto tal vez desde hacía milenios. La operación tenía que salir adelante.

—Con tu permiso —susurré a Jaq—. Voy a subir al tejado por si acaso hay algún problema.

—Rezaré una oración para que no lo haya —fue la respuesta.

Una gran sombra abandonó rápidamente el lugar.

A Grimm le picaban y le lloraban los ojos mientras contemplaba el atrio. La cuerda se le aflojé en las manos peludas. La había izado un buen trecho por si acaso algún sacerdote insomne la detectaba mientras daba un paseo. Había amarrado el extremo de la cuerda a un saliente de piedra con un nudo que había aprendido en un mundo de ganaderos nómadas donde los cascos de los animales retumbaban en los caminos que atravesaban las vastas estepas cubiertas de pasto y donde se ataba así a los corceles para que fuera más fácil soltarlos. Un corcel podía tirar de su soga hasta ahogarse. El jinete sólo tenía que tirar de un extremo de la cuerda para deshacer el nudo.

Incluso con la aguda vista de un squat, Grimm difícilmente podía distinguir las formas más evidentes que tenía debajo. Podría estar mirando una oscura nebulosa cubierta de humo y gases en la que brillaban débilmente unas estrellas a una gran distancia. ¡Aun así no debía permanecer demasiado a la vista! Podía parecer una gárgola mirona. Era un poco como mirar insistentemente por el agujero de una chimenea. Grimm reprimió un cosquilleante impulso por carraspear y escupir una flema.

Cientos de velas ardían en la basílica. La luz disputaba su perpetua guerra abocada al fracaso contra la oscuridad. La oscuridad era una condición fundamental.

Habiendo tantas, era inevitable que muchas velas ardieran con luz parpadeante. Sus llamas saltaban y palidecían. Las sombras oscilaban como criaturas nocturnas incorpóreas que infestaban las capillas laterales. Rakel, de negro, tan sólo era una de aquellas sombras.

★ ★ ★

Una inscripción desgastada decía: FÉMUR SINIESTR-BENEDIC

En silencio, Rakel levantó del altar una custodia de cristal que recordaba la explosión de una supernova. A su lado, unas campanillas de oración y un candelabro de hierro que tenía la forma de un acorazado colocado en vertical. Retiró el brocado del altar.

Aquel altar de plastiacero solamente llevaba cerrado unas pocas décadas. Los goznes se rindieron a sus ganzúas. Levantó la pesada tapa.

¡Qué pesado era el desgastado relicario! Para moverlo tuvo que escurrirse dentro del altar e incorporarse con toda su fuerza, utilizando el borde del altar como apoyo. Previamente había arrastrado una maloliente bolsa con un cadáver hasta colocarla de forma que amortiguara el ruido de la caída. De otro modo, el estrépito del impacto sobre la losa habría retumbado por toda la basílica.

Ahora que el relicario reposaba en el suelo, examinó la cabeza de la mujer muerta. Memorizó el rictus de los labios y los ojos hundidos y cerrados. Deshizo el nudo de la tira de cuero que sujetaba la bolsa al cuello del cadáver. Quitó la piel de camelopardo del cuerpo ultrajado. Aunque ya llevaba muerta diez días, no parecía probable que el cuerpo fuera a descomponerse todavía.

Con una cuchilla monomolecular cercenó la cabeza de la mujer muerta por la base del cuello. Grimm había diseñado un aparato para engancharla al relicario.

Un gancho se anclaba dentro de un hueco del relicario. El otro se alojaba dentro de la cabeza del cadáver. Así, ambas piezas quedaban sujetas entre sí.

Apenas había comenzado a meter un gancho a través de una de las aberturas arteriales de la base del cráneo cuando oyó una voz que exclamaba:

—¿Quién está ahí?

Ella se agachó. Se había quedado helada.

¿Sacristán? ¿Diácono? ¿Sacerdote? Los suaves pasos se acercaban.

—¿Eres tú, Jagan el Alerta?

Rakel tenía una pistola láser. Disparar la pistola no produciría ningún ruido, pero si alcanzaba a alguien se produciría una brillante explosión. Si por lo menos la noche fiera tormentosa... Pero no lo era.

¿Qué otra cosa podía hacer salvo utilizar la pistola de agujas en miniatura? Esta disparaba una aguja minúscula dotada de una poderosa toxina. La víctima sufriría convulsiones, se asfixiaría y tendría un ataque al corazón y un derrame cerebral, todo al mismo tiempo. Con un poco de suerte caería sin hacer más ruido que un pequeño golpe sordo contra el suelo.

¡Vaya, ahora sería una asesina! Mientras el incauto entraba en la capilla, ella movió un dedo hacía su silueta.

En lugar de una míniaguja silenciosa, del anillo barroco salió un chorro de un producto químico. Ardiendo en el aire, el volátil líquido envolvió en llamas el pecho del intruso. Y él gritó, gritó mucho. Había confundido el arma digital que llevaba el lanzaagujas. Si hubiera apuntado más alto, su víctima habría aspirado instantáneamente las llamas hasta sus pulmones y hubiera sido incapaz de lanzar un solo grito.

Con la cabeza echada hacia atrás, aullaba agónicamente mientras intentaba librarse de la sotana en llamas con sus manos chamuscadas. Era una antorcha dando alaridos, una chirriante alarma incandescente que se alejaba de ella dando brincos.

El tiempo prácticamente se detuvo. Cada instante parecía prolongarse infinitamente. La adrenalina de Rakel se disparó. ¡Había que descartar el plan de la bolsa de cadáver! ¡Había que sacar la reliquia de la mole del relicario! Los segundos pasaron con tremenda rapidez. Arañó el oro que había perdido sus glorias pasadas con el gancho de Grimm, forzándolo y rompiéndolo para abrirlo. Nadie respondió a los gritos todavía. Los segundos seguían su rápida carrera. ¿Cuánto tiempo más?, ¿cuánto?

¡Por mis ancestros, cómo he podido ser tan estúpido! Cuando Grimm oyó el grito, dejó caer la cuerda que había recogido. Un instante después estaba sobre el borde del hueco de ventilación. Se metió por la abertura y se deslizó por la cuerda a gran velocidad, frenando ligeramente la caída con las botas. Si sus manos no hubieran sido tan callosas se las habría quemado con la soga. ¿Qué habría pasado si se hubiera encontrado con Rakel ascendiendo por encima de la penumbra envuelta en incienso? ¡El choque habría sido tremendo! Sin embargo, no había ni rastro de ella.

Se estrelló contra el suelo y se quedó paralizado. Atravesó corriendo el atrio rodeado de columnas. Inmediatamente descubrió la estridente antorcha humana, que pasó a toda velocidad a su lado.

Se arrodilló junto a Rakel, ayudándola a abrir el relicario, benditas sean sus fuertes manos peludas.

—¡Oh, por todos mis ancestros, cómo he podido ser tan estúpido!

Lanzando gritos ya sólo de forma espasmódica, la antorcha humana cayó al suelo. Un aura que brillaba con luz suave se extendió a su alrededor como si alguna clase de energía física hubiera entrado en acción. ¿Un reflejo de las llamas en las losas?

—¡Ufl —El fémur salió por fin de su resquebrajado contenedor de oro. El hueso era un poco voluminoso, pero sencillo de manejar.

Empezaron a llegar los problemas en la forma de varias figuras corriendo a toda prisa, unos con más ropa que otros: personal del templo blandiendo aturdidores, armas automáticas, escopetas, pistolas láser. Había que tener un especial cuidado con esos aturdidores. Era posible que los sacerdotes no estuviesen dispuestos a abrir fuego con proyectiles y armas de fragmentación en medio de las capillas sagradas.

¡Esa aura que rodeaba al sacristán en llamas! ¡Vaya, el mismo suelo estaba ardiendo con unas pequeñas llamas! La grasa y el hollín depositados por generaciones de velas había prendido. En la parte de los muros de la basílica debía de haber una capa incluso más gruesa. Grimm se deshizo por un momento del hueso y disparó su pistola láser por encima de las cabezas de los que se aproximaban. Moviendo el arma a ambos lados, abrió fuego en varias direcciones.

El fuego del láser floreció de forma deslumbrante sobre los muros. Una luminosa y casi delicada llama se deslizaba desde el lugar de cada explosión con un suave sonido.

—¡Corre, Rakel! ¡No levantes la cabeza!

Los habitantes del templo se habían detenido para mirar con ojos desorbitados este fenómeno que estaba extendiéndose con rapidez por las superficies internas de la basílica. Aquellos que portaban los aturdidores se habían quedado asombrados y sobrecogidos. Todo el edificio comenzaba a resplandecer como si fuera una vela. Por todos los sitios brillaban las llamas de las velas aunque sin consumirse. Sin duda aquello era un milagro. Sin duda lo que lo había provocado, la chispa, era el sacristán agonizante que seguía retorciéndose. ¡El y esos estallidos de fuego psíquico! ¿Sería esto alguna clase de manifestación del espíritu del Emperador, alguna clase de epifanía inesperada y maravillosa del Año Santo?

Mientras la llama milagrosa se extendía por el gran techo de forma majestuosa pero aparentemente inofensiva, comenzaron a caer gotas de cera derretida. Las gotas impactaban en las caras de los que estaban debajo. Un diácono gimió cuando la cera caliente lo alcanzó en un ojo.

De repente, todos comprendieron lo que ocurría.

—¡Es fuego!

—¡Es un incendio!

—¡Un incendio!

Grimm y Rakel llegaron al arco de entrada al atrio. Allí fueron descubiertos. Haciendo caso omiso del posible daño a las columnas, alguien abrió fuego con proyectiles de alta velocidad. La razón abandonó a muchas mentes. ¿No estaban todos ahora en un inmenso horno, a punto de ser consumidos?

Grimm y Rakel llegaron a la cuerda. No había tiempo para desplegar una red para la reliquia.

—¡Arriba, mujer, sube!

Ella comenzó a ascender, poco a poco.

¿Cómo podría Grimm trepar por la cuerda con un gran hueso debajo del brazo? ¡Imposible!

El hueso era demasiado grande para agarrarlo con los dientes.

Ató el extremo de la cuerda alrededor del hueso. Hizo un nudo corredizo de los que se utilizaban para izar un mástil. Nada más terminar de hacerlo comenzó a subir por la cuerda detrás de Rakel.

Increíblemente, la soga ascendía mientras ellos subían. Estaba siendo izada con gran energía, por un torno sobrehumano que se hacía familiar a medida que se vislumbraba en la abertura de ventilación que tenían sobre ellos.

Los perseguidores llegaron hasta el lugar envueltos en la nube de humo de incienso. La desaparición de los fugitivos los desconcertó durante un instante. Algunos salieron disparados hacia el oratorio.

¿Podrían haber salido volando los intrusos? Al final, uno de ellos alzó la vista para mirar entre el humo. Algo estaba a punto de desaparecer a través de la abertura de ventilación.

Lex recibió una bocanada de calor en la cara cuando ayudó a subir a Rakel. Podía sentir la combustión de una sustancia grasienta. Luego salió Grimm del agujero, seguido por un cabo de cuerda en el que oscilaba un gran hueso. Los disparos no tardaron en comenzar. Varios atravesaron la abertura, perdiéndose en el aire. Otros explotaron dentro, detenidos por el reborde de la abertura de ventilación que actuó como escudo, y los cascotes salieron volando en todas direcciones. Lex deshizo respetuosamente el nudo del hueso.

Dejaron la cuerda, que seguía enganchada para poder soltarse fácilmente. Ya no tenía sentido retirar las pruebas de su forma de acceso. Que los furiosos diáconos colocaran parrillas de plastiacero en la docena de aberturas de ventilación. Arriba, en los tejados, se pusieron en pie para comenzar un tortuoso descenso.

★ ★ ★

Jaq había oído el tiroteo, pero amortiguado y débil. Unos hombres armados atravesaron el pórtico. Se hacían gestos unos a otros para dirigirse al conjunto de edificios del templo.

Apuntó con su pistola láser desde el interior de las ruinas de los tenderetes. Murmurando una oración de perdón, ya que aquella gente eran los discípulos leales a El en la Tierra, Jaq disparó con precisión quirúrgica. Un pequeño restallido de energía hizo caer a un objetivo, aunque el hombre continuó retorciéndose.

Jaq volvió a disparar, y cayó otro hombre.

Un disparo de alta velocidad se estrelló contra la madera que tenía a su lado, levantando astillas. Jaq se apartó. Agachándose, se dirigió como una flecha hacia la oscuridad. Diáconos y sacristanes estarían ocupados durante un rato disparando a la madera.

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Un par de horas después se encontraron en la mansión...

Lex estaba sentado sobre el negro suelo de pizarra con el fémur sobre su regazo. El hueso reflejaba el paso del tiempo en sus abundantes marcas. Los dedos de Lex lo recorrían como si se tratara de un instrumento de música que hubiera perdido las cuerdas. Antes de que pudiera comenzar a grabarlo debía lijarlo finamente y sumergirlo en parafina caliente para sellar sus poros y prevenir así que se corriera la tinta de los dibujos. Entretanto, acariciaba el sagrado fémur con una serena alegría interior. ¿Podría incluso haber pertenecido en su día a un puño imperial, varios eones atrás? En lugar de a un ángel sangriento o a un lobo espacial o a cualquier otro. Probablemente no. Pero daba igual.

—Te estoy muy agradecido —dijo a la falsa Meh'lindi.

—Y yo a ti —respondió ella—, por tirar de la cuerda con tanta rapidez.

—Hum —dijo Grimm—. Han sido necesarias tres personas para robar un hueso, y nada de oro. Además de prender fuego a un templo. —El pequeño hombre se encogió de hombros—. ¡Prender fuego a una chimenea para limpiarla!

Las llamas habían sido sólo superficiales. Aquella grasa cubierta de hollín debía haberse consumido por sí misma o haberse apagado con facilidad. Si no fuera así, el cielo de la noche habría resplandecido con la hoguera de Occidens.

Los diáconos habrían encontrado el relicario destripado, huérfano de su reliquia. Pensarían que aquello tenía que ser un asalto religioso o sectario. ¿Perpetrado por quiénes? ¿Por leales a Oriens? ¡Era difícil imaginarse quiénes podían ser! No tras la invasión de los genestealers, la intensa limpieza y todas las posteriores décadas. ¿Entonces el asalto había sido organizado por el Templo Austral? Ahí era donde podría apuntar el dedo de la sospecha, provocando una contienda religiosa amarga y fútil...

¿Ya habían hecho suficientes pruebas a Rakel? ¿El robo había resultado ser en parte un fiasco? Las iniciativas arriesgadas a menudo fallaban, aunque los cuatro participantes estaban a salvo y seguían de incógnito.

—Mañana —dijo Jaq a Rakel— irás al local de esos hermanos Shuturban luciendo un rubí más valioso que el oro, arrancado de nuestro libro. Diles a esos Shuturban que has encontrado ese rubí junto con el relicario. Di que el oro no era más que una capa dorada sobre cobre blando. Recoge todos los datos sobre el palacio de justicia, sobre todo del lugar donde se almacena la información. Se contrató a constructores locales.

Grimm sonrió de un modo alentador.

—El mejor plan una vez que estés dentro tal vez sea darle una cuchillada a un arbites y robarle su equipo negro y su casco. Será mejor que practiques tus ejercicios, aprendiz de asesina.

Jaq estaba mirando a la mujer con una amarga melancolía. ¡Por supuesto que tendría que asesinar a algún oficial cuando estuviera dentro del edificio de los tribunales! ¿Qué otra estrategia debería utilizar un devoto inquisidor para empujar a los jueces y arbites para que cumplieran con sus deberes? ¿Qué otra cosa sembraría la confusión y la paranoia entre ellos?

Durante la noche, una vez más, Jaq soñó con Askandargrado, arrasada e invadida...

Los guardias del cuervo, protegidos por sus servoarmaduras de color negro, avanzaban entre las ruinas humeantes y empuñaban los bólter dispuestos a disparar a cualquier cosa que se moviera. Muchos hermanos también iban armados con espadas sierra.

Cualquier cosa que se moviera sólo podía ser alguien del enemigo, cuya mayor alegría era matar, pero de forma especial y libidinosa, apresurándose a actuar con la espada de energía o la espada sierra. El contacto cercano y letal era una delicia para aquellos diabólicos marines, un impulso erótico y sádico que los obligaba en ocasiones a llevar a cabo imprudencias demenciales.

Siempre y cuando el marine espacial se mantuviera en calma, aquellos ataques podían ser una oportunidad ideal para matar o lisiar a un renegado.

¿Cómo podía uno mantenerse en calma? Los engendros del Caos correteaban, como arañas, sobre el terreno humeante. Era una sensación nauseabunda cuando una de aquellas criaturas saltaba sobre un marine espacial para agarrarse a su armadura. Poco daño podían hacerle, pero sí podían desorientarlo. Algo peor, y mucho más repugnante y peligroso, eran las diablillas.

Su exquisito y único pecho. Sus lujuriosas caderas y pubis. Sus ojos verdes, asombrosamente almendrados, y sus melenas de rubia cabellera. ¡Las pinzas cortantes como cuchillas de sus manos! ¡Y las colas dentadas que intentaban empalar al enemigo!

Ser asaltado por una criatura así era algo repugnante y desestabilizador para un fervoroso marine. Las diablillas aparecían como cómplices de los renegados. Eran manifestaciones de los deseos depravados de la progenie del Caos.

Jaq, agotado, supervisó junto a un capitán de la Guardia del Cuervo el avance desde el tejado de un almacén. Los ventiladores cubiertos parecían centinelas frailunos. No había dormido desde hacía cincuenta o más horas. Los edificios cercanos se habían venido abajo, formando montañas de escombros. La destrucción era desproporcionada. Algunos de los marines espaciales pecaminosos estaban acogiendo en su cuerpo a demonios, demonios con poderes, cuyo mayor placer era destruir a las personas si era posible, además de las propiedades de esas personas, para que sus víctimas quedaran tan vulnerables y desnudas como fuera posible, completamente indefensas. Para los marines espaciales de Slaanesh la batalla era una orgía de nauseabundo placer.

El capitán había estado examinando runas de la disposición de sus propios hombres en su visor.

—¡Los Hijos del Emperador! —exclamó con amargura hacia Jaq. Aquellos renegados habían sido un simple hito histórico para él, hasta aquel momento—. ¡Cómo se atreven esos diablos a emplear ese título para denominarse a sí mismos! Nuestro Emperador protege a los inocentes —susurró de forma angustiada—. Los demonios están en sus filas. ¡Qué abominable blasfemia!

¿Estaba a punto de venirse abajo aquel hombre espléndidamente entrenado? Las condecoraciones de su armadura negra hablaban de un pasado heroísmo. La pieza protectora del hombro lucía una marca de quemadura. Su estandarte dorsal había quedado reducido a pedazos.

—Venceremos —le aseguró el capitán a Jaq—. Tenemos que vencer.

Porque si no, sus insignias y las de sus hombres serian tomadas como trofeos y, lo que era peor, sus órganos y hormonas serian extraídos de los cadáveres para hacer drogas de delirio.

Aullando, una diablilla brincó sobre la rampa de escombros por delante de...., ¡lo que debía ser un capellán del Caos!

La armadura estaba adornada de un modo desmesurado con runas masculinas y femeninas de Slaanesh y con obscenas insignias hermafroditas. La armadura relucía de forma poco natural, envuelta en energías malignas. Aquello no era solamente un capellán del Caos, sino un capellán poseído. Se había entregado como anfitrión de un demonio o había invocado a uno. La espada sierra que tenía en la mano aullaba como si estuviera sometida a un suave tormento. Su arma bólter, que sobresalía de forma fálica, escupió un disparo. El proyectil penetró en una columna de ventilación situada junto al capitán. Atravesó de lado a lado el pilar y pasó silbando antes de explotar en el aire.

El capitán se obligó a hacer caso omiso del acoso de la diablilla, que ya estaba muy cerca, y contestó al fuego del pervertido capellán. Las energías que rodeaban al capellán parecieron atrapar el disparo y desviarlo lejos de él.

Jaq rezó y reunió todo su poder psíquico mientras apuntaba la reluciente y negra vara de energía que había aprendido a utilizar muy recientemente. La vara de energía tenía insertados unos pocos circuitos arcanos y parecía más una flauta maciza, prácticamente sin rasgos distintivos.

—¡Súmete en la disformidad! —gritó Jaq, blandiendo la vara de energía.

La diablilla cayó hacia adelante. En su caída se enroscó sobre sí misma formando una bola, que empezó a rebotar sobre los cascotes en dirección a Jaq.

De repente, la bola empezó a encogerse con mucha rapidez.

Algo que sólo era del tamaño de un guisante rodó hacia la bota de Jaq, y él lo aplastó.

Otro disparo del capitán de la Guardia del Cuervo no logró penetrar las defensas del capellán. Blandiendo su espada sierra, el capellán se adelantó. No se molestó en disparar de nuevo con su arma. Su rabioso deseo era el de penetrar hasta lo más profundo de la armadura del capitán, no matarlo desde lejos.

Jaq apuntó con su vara de energía. ¿Podría reunir otra carga con la suficiente potencia tan pronto después de la primera? Rezó una oración al Emperador y aplicó toda su voluntad.

La vara de energía vibró en sus manos.

Un resplandor naranja, como el de una nave entrando en la atmósfera, engulló al capitán. Nubes de color naranja se arremolinaron a su espalda, formando volutas y espirales y evaporándose. Su armadura estaba siendo despojada de su oculto escudo diabólico.

El capitán abrió fuego. RAAARK, RAARK. BAM, BAM. Los disparos alcanzaron su objetivo y explotaron. El capellán dio un traspié. Se tambaleó.

Jaq dejó caer la vara de energía y empuñó su propio bólter para añadir sus disparos a los del capitán.

El peto del capellán había reventado. Su sangre escarlata brotaba de la herida. La sangre no se solidificaba y se convertía en cinabrio, como ocurría normalmente con la sangre de un marine espacial. Estaba coagulándose en una gelatina luminosa y trémula, como si brotaran pólipos del hombre transmutado. La espada sierra y el bólter resbalaron de sus manos. La blindada monstruosidad perdió el equilibrio, estrellándose contra los cascotes.

—¡Venceremos! —prometió el capitán.

Jaq despertó, desorientado. La noche lo acosaba, oscura como la armadura de un guardia del cuervo.

Ah. Sabulorb,.., Shandabar...

Tan lejos en el tiempo y en el espacio de Askandar.

La Guardia del Cuervo había expulsado a los Hijos del Emperador de aquella ciudad y de aquel mundo. Con un coste muy alto.

Siempre había un coste. El número de bajas era con frecuencia abrumador en la valiente lucha por contener la desintegración. La batalla sólo podía librarse de forma salvaje. Cualquiera que hubiera presenciado la violación de Askandargrado podía imaginarse los horrores universales, multiplicados por un millón, que tendrían lugar si el Caos cayera sobre la galaxia con matanzas, plagas y corrupción, con la anarquía y la mutación.

Jaq volvió a cerrar los ojos y se quedó meditando con repugnancia sobre los Hijos del Emperador, herramientas de Slaanesh. ¡Ya no eran hijos de El en la Tierra! Biológicamente nunca lo habían sido, excepto en el sentido de que los científicos del Emperador habían creado su semilla genética. Por lo que se refería a los verdaderos hijos del Emperador, sus hijos inmortales, ¿habrían existido realmente alguna vez?