EPÍLOGO

12 de mayo de 1940

Cuartel General de Asclepia,

Londres, Inglaterra

—Levanta.

Marsh agarró a la chica del codo mientras Lorimer y Stephenson se pasaban cada uno un brazo de Will por encima del hombro y lo sacaban de la habitación.

Menudo fiasco. Will había perdido un dedo, y ¿para qué? No habían descubierto un pimiento sobre lo que hacían los teutones en la granja de Von Westarp.

La chica se detuvo un instante para contemplar la habitación donde antes Marsh había ajustado las cortinas para ocultar la luz como era debido. Se habían movido otra vez. Aunque cualquiera diría que la negociación había durado días enteros, en realidad solo había pasado el tiempo suficiente para que se pusiera el sol. La luz huyó por la ventana hacia el patio de armas de la Caballería Real, saltándose las medidas contra bombardeos.

Marsh dejó a un lado a la prisionera y cerró del todo las cortinas. Luego volvió a cogerla del codo.

—Ah —dijo ella, sonriente.

Marsh arrugó la frente.

—¿Qué?

—Ha funcionado.