CAPÍTULO 33

-Vamos, tenemos que darnos prisa porque las cosas están yendo demasiado rápido – Bradley salió del museo abriéndose paso ente todas las personas que miraban anonadadas hacia el cielo de Madrid que, inesperadamente, había perdido su intenso azul y se había vuelto negro.

Hegoi y Teo le siguieron sin dudarlo, intentado no golpear a nadie con las tablas de surf. En esos momentos ni siquiera ese detalle tan incongruente con el paisaje madrileño llamaba la atención de los turistas. Bordearon la estatua de Francisco de Goya que quedaba a los pies de una escalinata que subieron con cierta dificultad, entorpecidos por los curiosos. Cruzaron la calle Felipe IV y pasaron por delante del hotel Ritz. Hegoi miró a su izquierda al sentir que alguien le llamaba; entonces vio la fuente que coronaba la plaza y entendió quién reclamaba su atención.

-Es Neptuno – Bradley se había dado cuenta de que el chico se había detenido – o, si lo prefieres, Poseidón.

Hegoi miró a Bradley con incredulidad. ¿Era posible que estuvieran todos los acontecimientos tan relacionados que, después de todo lo ocurrido, él pudiera estar junto a su dios? Volvió a mirar a Poseidón. Desde donde se encontraban en ese momento quedaban a la espalda del dios y no se podían distinguir los dos hipocampos que tiraban de su carroza sacando su cuerpo de caballo y las patas delanteras del agua y dejando ver la parte posterior del cuerpo lleno de escamas y acabado en una cola de pez. Pero la imagen del tridente, iluminada por los focos desde que se hizo de noche, se recortaba con nitidez contra el cielo oscurecido de Madrid, la caracola sobre la que el dios se mostraba majestuoso podía distinguirse bajo la figura de un enorme pez que dejaba que de su boca saliera un pequeño reguero de agua. La musculosa espalda de Poseidón le hizo sentir a Hegoi que, al menos, le protegía un dios poderoso en todos los sentidos.

-Vamos, Hegoi – le apremió Bradley.

Los tres continuaron su camino hasta la Plaza de Cibeles, apenas unos doscientos metros más adelante. De vez en cuando Teo miraba hacia arriba sin entender cómo la luz del sol no conseguía abrirse camino en la oscuridad que había invadido el cielo. Bradley no sentía la menor curiosidad por la situación del cielo; sabía que sólo dependía de la voluntad de Nix dejar que el sol brillara de nuevo. Lo que le preocupaba es que, entre tanta gente, sería mucho más complicado encontrar al oráculo de Crono y a la enviada de la diosa Cibeles.

-De acuerdo, nos están esperando allí enfrente – Bradley señaló hacia la esquina opuesta en diagonal; al otro lado de la plaza se encontraban los jardines del Cuartel General del Ejército y, junto a la valla que los protegía, un grupo de personas destacaba entre el resto de transeúntes porque ninguna estaba mirando al cielo. Bradley se dirigió a su izquierda, seguido de Teo y Hegoi y cruzó hacia el edificio del Banco de España y levantó la mano para avisar a los demás de que había localizado a las dos personas que todavía tenían que unirse al grupo. El tráfico se había detenido por completo y el caos que habitualmente reinaba en las calles de Madrid era una pequeña anécdota en comparación con lo que ocurría en ese momento. Así que cruzar la calle de Alcalá no fue tan difícil, ni siquiera con las tablas de surf.

-Ahora estamos todos – anunció Bradley al llegar al lugar de encuentro – Os pediría que os presentarais uno a uno, pero me temo que no tenemos tiempo para formalismos. Así que… - se giró a su derecha – Pit Wilkinson, oráculo de Apolo Pitio y, por tanto, pitonisa.

Pit levantó la mano a modo de saludo y les ofreció una tímida sonrisa.

-Dora Galis, arqueóloga griega y descubridora del oráculo subterráneo; Louis, oráculo de Hémera, diosa del día; Hegoi, oráculo del dios Poseidón, señor del mar y los terremotos; Teo, ángel de la guarda de Hegoi. A mí ya me conocéis – Bradley miró a Pit – Nos faltan dos personas, me temo.

-Apolo los ha localizado de camino a Madrid; salieron del Inframundo hace unos minutos y no están muy lejos – Hegoi y Teo, a pesar de haber tenido que superar pruebas inimaginables para llegar a su destino, miraron asombrados a Pit al escuchar que algunos de ellos regresaban del Inframundo.

-De acuerdo, entonces será mejor que nos dividamos porque alguien tiene que ir a buscarlos.

-¿No podemos ir todos juntos? – Louis no quería ni pensar en la posibilidad de tener otro trance y no tener al lado a Pit o a Bradley.

-Lo siento, hijo, pero hay que encontrar al oráculo de Cibeles y, si sigue en poder del oráculo de Crono, como sea tenemos que recuperarla – le respondió Bradley – Pit, id tú, Dora y Louis a buscar a los que faltan. Hegoi, Teo y yo buscaremos a Crono y Cibeles.

-Tened mucho cuidado, Simon – Pit era consciente de que Bradley tendría que enfrentarse al peor de los oráculos – Apolo sabe que Crono ha tomado durante unos segundos el cuerpo de su oráculo; ha traspasado la primera de las dos fronteras. Si decide intervenir en persona…

-Eso queda en manos de los dioses, Pit. Si él decide aparecer, nosotros nos quedaremos al margen y serán ellos los que se enfrenten. Que Apolo te guíe hasta los viajeros del Inframundo.

Pit se giró y se dirigió hacia la siguiente gran plaza, Colón. Apolo quería que llegaran al final del Paseo de la Castellana porque allí encontrarían a quienes estaban buscando. Dora miró con preocupación a Bradley, se acercó a él y le abrazó con fuerza. Bradley correspondió al abrazo y sonrió.

-Tranquila, Dora, es sólo una pelea entre fanfarrones.

-Cuídate, Simon, por favor.

-Siempre lo hago, querida – Bradley miró a los tres y sintió una punzada en el estómago. Lo malo de esa pelea de fanfarrones era que uno de ellos podría transformase en un poderoso dios que les haría desaparecer con un simple pestañeo.

-Simon – Hegoi llamó la atención de Bradley – Mira el suelo. Es agua.

Bradley dirigió la mirada hacia sus pies. Era un reguero que aumentaba el volumen  de su caudal a cada segundo que pasaba. Hegoi y Teo miraban hacia el origen de aquel riachuelo con cara de extrañeza porque el agua no iba cuesta abajo, sino que fluía con un destino siguiendo el Paseo de la Castellana. Hegoi se agachó y tocó el agua; luego se llevó un dedo a la boca.

-Es agua salada.

-¿En Madrid? – a pesar de todo, la capacidad de sorpresa de Teo no parecía tener límite.

-Viene de allí – Hegoi señaló hacia el Paseo del Prado – De la fuente de Poseidón.

-Bien, - advirtió Bradley – ahora os toca a vosotros. Poseidón va a entrar en escena, así que supongo que tenéis que preparar las tablas. Hegoi, tienes que llevar esto hasta el destino que te marque Poseidón, ¿de acuerdo? – Bradley le entregó una pequeña bolsa de plástico en la que había algo de cuero – Cuídalo como a tu propia vida, hijo. Cuando llegue el momento de entregarlo, Poseidón te lo hará saber; hasta ese momento, guárdalo con la mayor fuerza que puedas encontrar.

-¿Crees que tendremos que surfear por la Castellana? No parece que haya suficiente agua – Hegoi miró de nuevo al suelo.

Bradley les indicó con un gesto de la cabeza que miraran en la dirección de la que llegaba el agua. Cuando Teo y Hegoi se giraron, a los dos se les hizo un nudo en el estómago. Desde la fuente de Neptuno se acercaba una ola de varios metros de altura que seguía como cauce los límites que le marcaban los edificios de la gran avenida, pero sin meterse en los jardines o las pequeñas plazas. La gente se refugiaba dentro de los edificios si tenía tiempo, pero prodigiosamente el agua evitaba a todos los que encontraba a su paso; Poseidón pretendía detener a Crono, no provocar una catástrofe. Cuando la gran ola pasaba, el nivel del agua bajaba drásticamente y apenas cubría hasta las rodillas. Las caras de asombro y angustia reflejaban lo insólito de todo lo que ocurría.

-¿Por dónde demonios vamos a subirnos a esa ola? - exclamó Teo.

-¡Por la valla, Teo! – Hegoi se dio cuenta de que podían subir a la verja que cercaba los jardines del Cuartel General del Ejército – Súbete, ya. Simon nos dará las tablas.

Con gran agilidad los dos chicos se encaramaron a los barrotes de la verja y, una vez arriba, cogieron las tablas que Bradley les daba desde el suelo. Súbitamente, un fuerte viento comenzó a soplar en dirección contraria a la ola. La potencia del viento hizo que el agua se detuviera y se quedara bloqueada, formando una extraordinaria pared antes de pasar por la plaza de la Cibeles.

Hegoi miró hacia atrás, pues el viento parecía haberse formado a su espalda, desde el norte.

-Bóreas – miró a Bradley que, desde el suelo, repartía las miradas entre la pared de agua y el viento que la frenaba – Simon, es el oráculo de Bóreas.

-Creí que os habíais desecho de él en el museo.

-Nosotros también – Teo miraba hacia la base de la ola – Se había quedado atrapado en una tela de araña que le habían tejido Aracne y Atenea.

Al pie de la muralla que había creado la ola se encontraba Javier Maula, mirando desafiante al lugar en el que se encontraban sus contrincantes, convencido de su capacidad para detener al mismísimo Poseidón.

La venganza del tiempo Libro 1
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