Hegoi seguía con la mente en otro sitio. Había ido a cenar algo con Teo y había intentado quitarle importancia a lo que había pasado, porque la Naturaleza es imprevisible y poderosa; pero no podía dejar de darle vueltas a lo mismo. Por muy incomprensible que a veces pudieran resultar los océanos, aquello que había visto no era normal. El mar nunca se había comportado así en ninguna de las playas que Hegoi había conocido alrededor de todo el planeta.
-¿Y si realmente ocurre algo y nadie se está dando cuenta? – preguntó Hegoi preocupado – Como cuando el agua se retira de la playa muchos kilómetros porque va a venir un tsunami.
-Entonces alguien se habría dado cuenta – dijo su amigo.
-Ya, pero… ¿y si es algo que ocurre tan raramente que nadie lo está viendo?
-¿Cómo qué? No hay un terremoto, ni un maremoto, ni un huracán o un tifón. No hay nada.
Teo tenía razón. No había ocurrido nada alarmante; de hecho, la gente había vuelto al agua y se había seguido bañando a la espera de que el viento de verdad llegara, porque en ese momento sólo se meterían en el mar los locos de las tablas en busca de su ola.
-Oye, creo que es mejor que nos vayamos pronto a dormir, ¿vale? El viento está tomando fuerza y seguramente mañana nos levantemos viendo paredes de agua en la playa. Y ése será tu momento.
-Pero…
-Pero nada, Hegoi. A la cama.
-Pareces mi amá.
-Porque éste es mi momento, como si fuera tu madre; ahora mando yo.
Se levantaron de la mesa que estaban ocupando en el piano bar del hotel y subieron a la tercera planta. Desde sus habitaciones se podía ver el horizonte marino y más en una noche como aquella, en la que la luna llena estaba empezando a subir en el cielo para que el mundo la admirara. Se despidieron y quedaron a las 6:30 de la mañana siguiente para bajar a desayunar, dar un buen masaje a Hegoi y entrenar lo más pronto posible.
Sobre la cama de Hegoi había un libro que esperaba poder leer en alguna noche de insomnio antes del certamen. Siempre le ocurría lo mismo, así que ya iba preparado. Las noches previas tenía un sueño muy inquieto y apenas descansaba; pero justo la noche anterior era capaz de enganchar nueve horas seguidas y levantarse como un toro. Así que como para el concurso quedaban tres días, con casi total seguridad esa noche la pasaría en blanco. Antes de meterse en la cama comprobó en su teléfono móvil cuál era el tiempo previsto para el día siguiente; cielo despejado y vientos del sur; los mejores para aquella playa. No estaba mal para poder entrenar.
Hegoi se tumbó en la cama y cogió el libro.
De repente, el viento dio un fuerte golpe en el ventanal de su terraza y lo abrió de par en par. Hegoi se asustó, se levantó y se acercó a las puertas, que seguían aleteando bruscamente. Pero él dejó de prestarles atención en cuanto vio el mar. ¿Qué le estaba pasando? El viento era mucho más fuerte de lo que había sido esa misma tarde, y mucho más de lo que la previsión meteorológica apuntaba. Las olas estaban siendo muy potentes y se elevaban unos ocho o diez metros sobre la superficie. Hegoi salió a la terraza y miró hacia los lados; había algunas personas que habían salido a echar un vistazo, como él, pero que pronto volvían a entrar en la habitación y cerraban sus ventanales. Sin embargo él se quedó allí, sujetándose a la barandilla de la terraza para que el viento no lo empujara contra la pared de la habitación. Y el mar, enfurecido como el viento, parecía estar librando una dura batalla para mantener el agua dentro de sus posesiones.
-¡Creo que estoy empezando a pensar que esto no es normal!
Hegoi miró a su izquierda y vio a Teo gritando desde su terraza, aferrándose también a la baranda para no salir volando.
-¡Mira las olas! – gritó Hegoi.
-¿Qué?
-¡Que mires las olas! – señaló al mar para que su amigo también se fijara en lo que él estaba viendo - ¡Las olas!
Teo dirigió su mirada hacia donde Hegoi le pedía. Tardó un poco en darse cuenta, pero de pronto advirtió que había algo raro en la forma en la que se comportaban las olas. El viento era muy fuerte y soplaba hacía la playa, como si quisiera vaciar el mar de agua. Sin embargo, las olas más grandes, y había muchas, parecía que iban contra el viento. Eso era imposible. Teo se giró hacia la terraza de Hegoi para decirle que se había dado cuenta. Pero ya no estaba allí.
-¿Dónde coño se ha metido?
Teo miró hacia la playa deseando estar equivocado. Pero no lo estaba. Hegoi había bajado y estaba pisando fuerte sobre la arena en dirección al agua.
-¡Hegoi! – la voz de Teo se perdía en el viento en cuanto salía de su boca – Mierda.
Se dio la vuelta y salió corriendo de la habitación. No sabía qué pretendía hacer Hegoi pero no quería ni pensar que se metiera en el mar, aunque eso era precisamente lo que estaba pensando. Bajó las escaleras saltando de dos en dos los escalones, temiendo no encontrar a Hegoi cuando llegara a la orilla. Al salir de la recepción del hotel se detuvo y se quedó petrificado; nunca se le habría pasado por la cabeza que vería lo que ahora ocurría delante de él.
Alumbrado por el inmenso foco lunar Hegoi estaba de pie frente al mar, tenía sus brazos levantados en cruz y las piernas abiertas. Miraba hacia el agua, que seguía rugiendo furibunda, alargando las olas como si fueran manos en un extraño escorzo que nada tenía que ver con los movimientos que uno podría esperar ver. El viento seguía soplando y abofeteando el agua, enfurecido e impetuoso. Increíblemente, aquellos bufidos no conseguían mover a Hegoi ni un milímetro. Parecía que estaba clavado en la arena, desafiando a la tempestad que se cernía sobre la isla.
Teo corrió hacia su amigo, luchando contra el viento e intentando no perder de vista las olas que, por momentos, parecía que pudieran cambiar de dirección y dirigirse hacia la orilla, que era lo que deberían estar haciendo en lugar de ir contra aquel vendaval. Llegó junto a Hegoi pero no se atrevió a tocarle. Los ojos de su amigo estaban clavados en el horizonte, no parpadeaba a pesar de los golpes que el viento daba contra su cara y parecía estar en otro mundo, sin atender a todo lo que se desataba a su alrededor.
-Hegoi…
Teo intentaba mantenerse en pie junto a su amigo, aunque le resultaba cada vez más difícil. Se echó al suelo y se quedó de rodillas junto a él.
-¡Hegoi! – agarró la pierna derecha de su amigo e intento moverla. Era incapaz - ¡Hegoi, joder, mírame!
Miró hacia arriba, pero Hegoi seguía exactamente igual, impávido ante el vendaval y completamente ausente. Teo estaba asustado porque a él le quedaban cada vez menos fuerzas para seguir aguantando aquella tempestad; pero, sobre todo, porque no sabía cómo sacar a Hegoi de aquel extraño estado en el que había entrado. Era lo mismo que le había ocurrido por la tarde, aunque entonces sí consiguió reaccionar pronto. Ahora estaba absorto en algo que le atrapaba desde el agua y Teo no era capaz de hacerle volver a la realidad.
Kaimi había estado observando la escena desde la carretera que pasaba por detrás del complejo hotelero en el que se hospedaban el oráculo de Poseidón y su amigo. Por lo que Tifón le había dicho, sólo tendría que ocuparse del primero; el otro era una simple e inofensiva circunstancia. Su dios comenzó a enfurecerse de madrugada, impaciente porque las noticias de Crono no eran buenas. A pesar de llevar mucha ventaja sobre los oráculos que Crío estaba intentando reunir, el oráculo del dios del tiempo no conseguía despertar a la mujer que tenía que conectar con Cibeles, la diosa de la tierra y esposa de Crono. La traición que aquélla había protagonizado miles de años atrás provocó una guerra entre dioses y Titanes que hizo que Crono y quienes le siguieron fueran encerrados en el Tártaro. Si Cibeles no hacía acto de presencia, Crono no podría vengarse. Y eso era algo que necesitaba hacer antes de acabar con su indigno hijo y enviarlo al Infierno al que le había condenado a él durante tanto tiempo.
Pero a Kaimi, oráculo de Tifón, todo aquello no le incumbía. Tan sólo estaba esperando a que su dios se calmara y le permitiera cumplir su misión para conseguir que hubiera un oráculo menos que obstaculizara a Crono. El chico seguía en trance frente a Poseidón, pero el dios del mar estaba demasiado ocupado intentando aguantar la furia de Tifón. Kaimi decidió regresar a su casa y esperar al día siguiente. Al amanecer terminaría lo que su dios le había encargado.
Mientras tanto, Teo seguía arrodillado junto a Hegoi; miraba alrededor intentando adivinar si había alguien que se acercara a ellos al ver la extraña representación teatral que estaba teniendo lugar en la playa. Sin embargo, la escena era demasiado inquietante como para que nadie se atreviera a aproximarse. En un intento final de liberar a su amigo, Teo sacó las últimas fuerzas que le quedaban y se puso de pie, se apartó tres o cuatro pasos, tambaleándose ante el embate del viento, agachó la cabeza y respiró profundamente. Se estaba preparando para embestir a Hegoi y tumbarle. Aguantó el aire un par de segundos y se concentró en la figura de Hegoi aunque no le estuviera viendo. Si hubiera levantado ligeramente la cabeza habría podido ver cómo la figura que él estaba recreando en su cabeza acababa de bajar los brazos y había empezado a parpadear, intentando entender que estaba ocurriendo.
-¡Aaaahhhh! - Teo gritó como si estuviera a punto de comenzar el desembarco de Normandía en primera línea de ataque, y se lanzó contra el cuerpo de Hegoi, que ya había perdido la fuerza casi sobrehumana que le había paralizado. Eso hizo que la fuerza que Teo esperaba encontrar contra su carga no le frenara, de forma que arrolló a su amigo, todavía aturdido por el trance que acaba de sufrir. Ambos cayeron sobre la arena con gran violencia.
-¡Hegoi! - Teo gritaba enloquecido - ¡Despierta, Hegoi! – todavía no se había dado cuenta de que su amigo ya había vuelto en sí.
-¡Estoy despierto, joder, estoy despierto! – Hegoi intentaba quitarse de encima a Teo, aunque sin mucho éxito.
-¡Vuelve conmigo!
-¡Pero si estás encima de mí! – Hegoi acertó a salir de la llave de judo que le había hecho Teo y se arrastró hacia atrás.
Al caer de bruces sobre la arena, Teo se dio cuenta de que Hegoi ya no estaba debajo de él y lo buscó desorientado. El viento se había calmado casi por completo, el mar parecía haber descansado ante este cambio y las enormes olas habían desaparecido.
-Pero, ¿tú estás loco o qué? – la voz de Hegoi le llegó a Teo alto y claro - ¿Se puede saber que estás haciendo? ¿Por qué coño te has tirado encima de mí?
-Que, ¿por qué…? - Teo miró confundido a su alrededor, sin entender qué había pasado en los últimos cinco segundos - ¿Qué ha pasado?
-¡Que me has pegado un empujón, te has tirado encima de mí y me has gritado que me despertara!
-¡No!
-¡Sí!
-No, quiero decir que… ¿Estás bien? ¿Cómo te encuentras? ¿Me conoces, sabes quién soy? ¿Sabes cómo me llamo?
-¡Claro que sé cómo te llamas!
-Menos mal, menos mal… - Teo le abrazó entusiasmado y le besó en la frente como si le estuviera bendiciendo – Creí que te había perdido y que no volvería a verte.
-¿De qué me estás hablando? – Hegoi le miraba aturdido.
-No te acuerdas de nada, ¿verdad?
-Bueno, me acabas de meter un buen empujón, de eso me acuerdo.
-Me refiero a todo lo que pasó antes, en la playa – por la cara que ponía su amigo, Teo se dio cuenta de que se lo tendría que explicar y no sabía muy bien cómo iba a hacerlo - ¿Te acuerdas de lo que te ha pasado hoy, junto al chiringuito? Cuando te quedaste mirando al mar y parecía que no existía el mundo a tu alrededor.
-Fue sólo un momento, eso le pasa a cualquiera – Hegoi quitaba importancia a aquello porque tenía la sensación de que Teo iba a conseguir empeorar, y mucho, ese momento.
-No, tío, no fue un momento. Fue un buen rato – Teo aguantó el aire un instante para tomar carrerilla y decirle a Hegoi lo que acababa de pasar – Y si te he metido un empujón es porque te habías plantado aquí, en mitad de la playa, con los brazos en cruz. Y estabas otra vez absorto, mirando al mar desde la arena. Y tenías una fuerza descomunal, porque el viento soplaba con una violencia alucinante y…
-¿Qué viento? – Hegoi miró a su alrededor – Pero si no sopla ni un poco de brisa.
-¡Por que se ha parado de repente! El mar se había vuelto loco y el viento lo golpeaba sin parar – Teo hablaba muy rápido, imprimiendo a sus palabras la velocidad que los elementos habían demostrado hacía un rato – Y las olas parecía que luchaban contra él porque… porque no se comportaban como olas normales.
-Saltaban contra él, como si fuera un combate entre el viento y el mar.
-Sí, como si fuera una pelea.
-Eso creo que lo recuerdo – Hegoi estaba intentando recuperar de su memoria algo de lo que le acaba de ocurrir, pero no conseguía nada más que imaginar lo que Teo le decía. No estaba seguro de que eso fueran recuerdos.
-Y, entonces, cuando vimos desde la habitación lo que ocurría, saliste a la playa y te quedaste delante del agua, como si te hubieran clavado al suelo. El viento era tan fuerte que yo no era capaz de mantenerme en pie a tu lado, pero tú ni te inmutabas.
-¿Qué me está pasando, Teo? – Hegoi había bajado la cabeza.
-No lo sé. Quizá es la presión por el campeonato, los nervios de poder ponerte entre los primeros. Puede que te hayamos forzado un poco más de lo que puedes resistir.
-Y, ¿al mar? – preguntó Hegoi sin esperar respuesta - ¿Qué le está pasando al mar? Anda, vamos a intentar descansar un poco antes de que amanezca. Ya no queda mucho para eso – Teo se levantó y los dos juntos comenzaron a caminar despacio hacia el hotel.
-Y no parpadeabas – dijo Teo de repente.
-¿Qué?
-Pues que no cerrabas los ojos; mirabas al horizonte con los ojos abiertos como platos y sin pestañear una sola vez. Y te prometo que eso era imposible, al menos para mí, porque la arena y el agua volaban como si alguien las estuviera lanzando a puñados.
-A mí no me molestan nada los ojos – entraron en la recepción del hotel, donde habían vuelto algunos empleados que se habían protegido durante la tremenda ventisca en las salas del interior y que ahora intentaban arreglar un poco todo aquel desorden.
-Deberían molestarte mucho.
-Quizá resulta que tengo poderes y me he convertido en súper héroe – bromeó Hegoi para disipar un poco la preocupación que ambos tenían. Sin embargo, al ver la recepción del hotel y los destrozos comprendió que lo que Teo le contaba era cierto.
-Me pido Batman – dijo Teo sonriendo.
-Ni de coña, Robin. El que tiene súper poderes soy yo.
Subieron a la habitación de Teo, que insistió en que Hegoi no se quedara solo. No quería tener otro susto; prefería tenerle cerquita y bajo llave. Así que se tumbaron en la amplia cama e intentaron dormir un poco. Teo no tardó mucho en caer rendido, pero Hegoi, a pesar de que estaba cansado, no lograba conciliar el sueño. Se sentía raro; tenía sensaciones extrañas que no lograba reconocer. Notaba algo parecido a lo que uno siente cuando está junto a alguien que quiere decirle algo pero no lo termina de hacer. El problema es que, salvo Teo, allí no había nadie más.
Miraba al techo y pensaba en lo que había ocurrido por la tarde, cuando el viento cambió súbitamente y embraveció al mar. Pero, sobre todo, centró su atención en la extraña sensación que le invadió mientras todos los demás surferos se lanzaron al agua con sus tablas. El mar le advirtió de que para él era peligroso entrar al mar y él lo entendió; y se quedó en la orilla, escuchando las olas romper y sintiendo cómo el agua le lamía los pies. ¿El mar le hablaba? Eso era lo que él creía, pero no podía decirlo en alto porque pensarían que estaba completamente loco. Y él también lo pensaría. Por la tarde, sintió que el mar estaba nervioso, preocupado y que necesitaba ayuda. Pero, ¿por qué le hablaba a él? Si se trataba de su pelea con el viento, ¿qué podía hacer él?
-Tío, estás desvariando – Hegoi se habló a sí mismo en un susurro y se giró para intentar conciliar el sueño en otra postura – Cómo coño te va a hablar el mar. Estás tonto.
Cerró los ojos y se esforzó por olvidarse de lo que había pensado durante los últimos minutos. No quería volverse más loco de lo que parecía que ya estaba. Poco a poco el sueño empezó a acompañarle y su cuerpo se fue relajando; su mente fue dejando que las preocupaciones se desvanecieran y que los pensamientos empezaran a fluir a su aire, siguiendo el orden que ellos quisieran. Apareció su madre; y también recuperó el momento en el que un camarero le pedía un autógrafo en el hotel. Aunque en duermevela, Hegoi todavía estaba mínimamente consciente y sonreía como un bebé al ver pasar cosas que no pintaban nada en su cabeza en aquel momento pero que le hacían sentir bien. De repente, vio un rostro desconocido que se abalanzaba sobre él con pánico; Hegoi abrió los ojos y encendió la luz que estaba junto a su cama.
-Joder, qué susto – dijo mientras comprobaba que seguía en la cama de la habitación y que se había tratado de una pesadilla relámpago.
Volvió a apagar la luz, esta vez con la intención de dormir de verdad sin andar remoloneando con la cabeza. Necesitaba descansar. Pero de nuevo saltó aquel rostro sobre él. No podría describirlo porque apenas le daba tiempo a ver de quién podía tratarse; el miedo le hacía saltar antes de que esa cara se dibujara con claridad. Hegoi se sentó en la cama. Encendió de nuevo la luz en un intento de aclarar esos pensamientos que le estaban inquietando. Porque no se trataba de ensoñaciones, aunque le costara reconocerlo, sino de pensamientos o de…
-Sí, Hegoi, ahora va a resultar que tienes visiones – él mismo terminó lo que le acababa de pasar por la mente – Al final va a ser verdad que se te está yendo la cabeza. Seré idiota.
Se levantó y se acercó al ventanal. Teo lo había cerrado para evitar que hubiera otro portazo como el de hacía unas horas, pero no era necesario. Fuera todo estaba en calma. Y eso tampoco era normal. Hegoi abrió las puertas del ventanal con cuidado de no hacer ruido para que Teo no se despertara. Salió a la terraza y miró al mar. La luna llena alumbraba aquel espectáculo de estrellas, agua y vegetación.
-La luna en el mar riela… - recitó casi inconscientemente el verso de la Canción del Pirata, de Espronceda – Pero no creo que en la lona gima el viento – miró a su alrededor – Porque no hay viento. No puede ser; tiene que soplar algo de viento.
Entonces Hegoi sintió la llamada del mar. El rostro que le había estado perturbando unos minutos antes volvía a su mente, pero esta vez mientras él estaba plenamente consciente. Cerró los ojos para intentar definir bien aquella cara.
-Vamos, vamos – Hegoi intentaba no despistarse – No te asustes. Concéntrate, no te distraigas.
Y, tan pronto como Hegoi dijo esto, la cara se formó en su mente. Aparentaba ser un hombre mayor, aunque sólo lo parecía porque su melena y su barba eran blancas; sin embargo, su rostro no estaba marcado por arrugas. Era su mirada lo que le hacía ver que aquel hombre había vivido durante mucho tiempo.
-¿Quién coño eres? – Hegoi mantenía los ojos cerrados porque no quería perder lo que estaba viendo – Dime quién eres.
Aquella persona parecía que se estaba ahogando; el pelo se movía como si el mar lo estuviera meciendo suavemente. Pero los ojos de ese hombre mostraban algo más de lo que Hegoi creía haber percibido en un primer momento. En realidad no era pánico lo que veía, sino inquietud e impaciencia, un sentimiento de cierta frustración y premura, como si se estuviera acabando su tiempo. O su vida.
-¡El mar! – Hegoi le entendió súbitamente - ¿Eres el mar?
Entonces, un remolino se empezó a formar a unos doscientos metros de la playa. El viento seguía dormido, pero el agua comenzó a girar en el sentido opuesto a las agujas del reloj, cogiendo mayor velocidad en cada vuelta que daba. En el horizonte, todavía fuera del alcance de la vista de Hegoi, nacían las primeras olas que el mar necesitaba formar.
Hegoi entró rápidamente en la habitación y se abalanzó sobre Teo, zarandeándole con fuerza para que se despertara.
-¡Teo, arriba!
Hegoi fue corriendo a su habitación para ponerse el bañador. Volvió a los pocos segundos para comprobar que Teo todavía no había abierto los ojos.
-Teo, Teo, vamos… - Hegoi le dio otro meneo – Levántate, tienes que llevarme.
-Tío, eres lo más pelmazo que he conocido – Teo dio un par de vueltas intentando coger una mejor postura aprovechando que Hegoi había regresado a su habitación de nuevo. Pero aquella felicidad le duró apenas unos segundos.
-¡Que te levantes! – Hegoi se estaba poniendo los escarpines.
-Pero, ¿qué haces? – se levantó de un salto al ver que su amigo se estaba preparando para salir al mar - ¿A ti no te ha bastado con lo de antes?
-Vamos, Teo, por favor. Tienes que llevarme – Hegoi se fue otra vez a su habitación mientras Teo se quedaba mirando hacia el ventanal abierto. Cuando se giró, su amigo estaba en la puerta con la tabla bajo el brazo.
-¡Ni de coña! – Teo se puso de pie y fue a cerrar la terraza.
-Eh, eh, eh… - Hegoi fue hacia su amigo y le cogió del brazo – Oye, mírame. Mírame – Teo se giró – No te lo pediría si no fuera necesario.
-¿Necesario? Pero cómo va a ser necesario salir al mar a las mil de la madrugada – le respondió – Y menos aún después de verte antes en plan Jesucristo Superstar frente a las olas.
-Teo, estoy hablando en serio.
-Yo también.
-Necesito que me lleves al mar con la moto.
-¿Para qué, Hegoi? No entiendo para qué coño quieres salir al mar, si además ya se ha calmado todo y no hay ni una maldita ola – a la vez que decía esto, Teo levantó su brazo para señalar el mar, pero era más un gesto que intentaba ratificar lo que estaba diciendo. Ni siquiera hizo el amago de mirar al agua. Entonces se quedó mirando fijamente a Hegoi, sin bajar el brazo. Ambos estuvieron un instante en silencio, sólo roto por un murmullo que llegaba desde la playa.
-Qué – preguntó Teo ante el silencio de su amigo – Di algo.
-Mira al mar.
Teo se giró de mala gana, desesperado por el comportamiento de Hegoi. Y entonces lo vio. El mar estaba de nuevo en funcionamiento, creando una enorme espiral de agua y espuma que formaba un embudo que, aunque no permitía ver su fondo, sí daba la impresión de ser realmente profundo.
-No me jodas… Otra vez no.
Salió a la terraza sin ser capaz de cerrar la boca ante la exhibición que la Naturaleza les estaba brindando. A varios kilómetros de la playa se adivinaba la llegada de unas olas que, de seguir ese ritmo, engullirían el remolino, la playa, las enormes palmeras que la rodeaban y el hotel de un solo golpe.
-Vamos, Teo – insistió Hegoi.
-Pero, ¿por qué tenemos que ir ahí? Es un suicidio.
-Te lo cuento, pero no te lo vas a creer.
-Entonces no me lo cuentes…
-Sí, es mejor que te lo explique – Hegoi apoyó un momento la tabla sobre la pared – Pero luego no me preguntes nada, sígueme y confía en mí. Tampoco yo tengo muy claro por qué tenemos que hacerlo.
-Diciendo eso no me ayudas, Hegoi, no me ayudas nada.
-Vale, a ver – Hegoi era consciente de que no tenía mucho tiempo para poder explicar a su amigo lo que sentía que tenían que hacer, pero necesitaba convencerle de que no se había vuelto loco aunque lo pareciera – Estaba intentando dormirme, antes, mientras tú lo habías conseguido. Pero no dejaba de darle vueltas a lo que me ha pasado esta noche. Ha llegado un momento en el que he decidido que ya estaba bien de pensar en cosas raras, que tenía que descansar. Y lo he intentado, te lo juro. Me estaba quedando dormido y, bueno, ya sabes, me encontraba en ese momento en el que estás medio despierto y medio adormilado, en el que empiezas a dejar que los pensamientos vuelen libremente, ves algunas… cosas – Hegoi dijo esta última parte reduciendo la velocidad mientras intentaba adivinar la reacción que iba a tener Teo cuando continuara el relato, pero su amigo no movía un solo músculo de la cara – Bien, sigo. ¿Recuerdas lo que te dije cuando pasó lo del chiringuito? Que al mar le pasaba algo, que parecía que pedía ayuda a gritos.
-Ajá – Teo asintió suavemente y miró de reojo hacia el mar; las olas eran cada vez más altas y el remolino giraba a mucha más velocidad – Me acuerdo.
-¿Recuerdas lo que me dijiste?
-No, eso no lo recuerdo.
-Dijiste que, si era así, el único que lo escuchaba era yo.
-¿Dije eso?
-Sí.
-Porque creí que bromeabas. Pensaba que estabas quedándote conmigo. Cómo iba a imaginar que de verdad puedes escuchar… - Teo le miró preocupado – Porque no puedes, ¿verdad?
-No…
-Menos mal…
-No exactamente – Teo clavó sus ojos en su amigo – No es que el mar me haya hablado, no es eso. Es que me llegan, no sé, sensaciones de que algo raro está pasando con él. Y, cuando estaba intentando dormir, vi el rostro de un hombre que se abalanzaba sobre mí, como si quisiera decirme alguna cosa que yo no lograba entender…
-Hegoi, pero qué dices.
-Oye, tienes que confiar en mí, por favor. Si me paro a analizar lo que te estoy diciendo, seguro que terminaría pensando lo mismo que tú piensas ahora.
-No, no creo que llegases a pensar lo mismo.
-Vale, escucha. Esa cara era la del mar… Bueno, no, el mar no tiene cara. Quiero decir que era como la cara que generalmente se les pone a los dioses del mar; a Neptuno o a los demás dioses marinos.
-O sea, que ves, no sé cómo, la cara de un tío al que no conoces de nada pero que tú dices que es el mar, – Teo echaba de vez en cuando una mirada preocupada al horizonte, intentando adivinar el tiempo que tardaría aquella ingente masa de agua en llegar a la playa – y lo único que se te ocurre es salir a buscar una ola que tiene pinta de ser más grande de lo que jamás hayas cabalgado en toda tu vida.
-Sí – confirmó Hegoi.
Teo le miró a los ojos y sólo vio determinación. La verdad es que Hegoi no parecía haber perdido la razón, al menos si uno se fijaba en su rostro y la expresión que tenía en ese momento. Si Teo se centraba en sus palabras, todo era diferente. Pero se daba cuenta de que tenía que tomar una decisión rápidamente, así que pensó que lo mejor sería seguir su intuición y confiar en su amigo.
-Vale, te llevo.
-Genial – Hegoi cogió la tabla y le dio a Teo el tiempo suficiente para ponerse unas zapatillas – Tenemos que tener mucho cuidado para sortear el remolino.
-Hegoi, el remolino no es problema – dijo Teo mientras bajaba a toda prisa hasta la playa detrás de su amigo – Esas olas que se ven al fondo son descomunales; ellas son el problema. Nunca hemos subido a nada tan grande.
-Siempre hay una primera vez.
-Mientras no sea también la última.
-Vale, Teo, ve a por la moto. Te espero justo ahí enfrente – mientras Teo se iba hacia las motos, Hegoi corrió hasta la orilla. Pudo comprobar que aquel remolino que había visto hacía un rato desde la terraza de la habitación se había convertido en un inmenso agujero negro que se tragaba el agua del mar y que engulliría todo lo que se acercara a él. A los pocos segundos se escuchó el rugido de una moto que se acercaba a Hegoi, que se lanzó al agua con la tabla para subirse detrás de Teo.
-¿Dónde se ha metido el viento? – preguntó Teo al acercarse a Hegoi.
-No tengo ni idea, pero es imposible que aquellas olas vengan a gran velocidad y no las acompañe ni una brizna de viento – dijo Hegoi mirando al horizonte.
De repente, Hegoi se fijó en que Teo se había quedado absorto mirando algo que estaba a su espalda. Se dio la vuelta para ver qué miraba su amigo y se encontró con una silueta enorme iluminada por la luz de la luna llena. Era un hombre descomunal, y estaba allí plantado, mirándoles fijamente y desafiándoles con la mirada y la postura.
-¿Le conoces? – preguntó Teo en voz baja.
-No le he visto en mi vida.
-¿Alguien ha pedido viento? – súbitamente, aquella figura levantó los brazos con fuerza haciendo una demostración portentosa de su potencia física.
Y el viento, que había estado escondido durante las últimas horas, surgió de todas partes, en todas direcciones y casi con la misma fuerza con la que había conseguido tirar al suelo a Teo durante el extraño trance de Hegoi. Empujó con fuerza a los dos chicos, que se encorvaron para defenderse de la embestida y no caer de la moto.
-Pero… ¿qué coño pasa? – gritó Teo desesperado - ¡Qué está pasando!
Hegoi levantó la mirada y se fijó de nuevo en aquel hombre que había conseguido levantar una tempestad con un único movimiento de sus brazos. Súbitamente, Hegoi sintió la llamada del mar, notó cómo su cuerpo se llenaba de una fuerza que nunca había sentido y se irguió para hacer frente al viento y, parecía evidente, a aquel extraño. Mientras Teo seguía acurrucado sobre la moto, protegiéndose del vendaval, Hegoi abrió los brazos igual que había hecho esa misma noche, fijó desafiante su mirada en la silueta que adivinaba frente a él y dejó que la fuerza que le había invadido fluyera con libertad. A su espalda el agua comenzó a revolverse unos cientos de metros detrás del enorme remolino que, lentamente, seguía creciendo y dejando en su centro un oscuro vacío que podría hacer desaparecer cualquier cosa que se acercara. Las olas que habían estado observando Teo y él parecían avanzar con menos velocidad, dándole a Hegoi un poco más de tiempo para entender qué tenía que hacer en aquel momento; pero el viento que soplaba con furor a su alrededor le estaba aturdiendo y no le permitía pensar con nitidez.
Súbitamente, la silueta salió de las sombras en las que se escondía y se dejó ver. Hegoi se mantuvo firme, tranquilo, con la mirada clavada en el hombre que parecía desafiarle en un duelo aparentemente desigual. Era hawaiano, Hegoi estaba seguro, pero también era una montaña de músculos que le sacaba dos cabezas de alto y varios hombros de ancho. Su rostro era bastante inexpresivo, pero la dureza de la mirada mostraba que no venía con intención de hacer amigos.
-¡Deberías volver a casa! – gritó elevando una estruendosa voz por encima del bramido del viento.
-¿Quién lo dice? – Hegoi también gritó.
-Eso no importa, Hegoi.
Que el hawaiano conociera su nombre le pilló desprevenido, aunque quizá lo sabía por el campeonato en el que iba a participar. Hegoi sintió un nuevo empujón del mar a sus espaldas.
-No puedo irme todavía a casa – contestó Hegoi; entonces, una mano se apoyó en su pierna derecha, pero ni siquiera desvió la mirada por el rabillo del ojo.
-Quizá deberías hacerle caso – la voz de Teo era apenas oíble para Hegoi – No sé qué coño está pasando, pero ese tío es más grande que tú y que yo juntos. Vámonos.
-No podemos irnos – Teo se dio cuenta de que su amigo lo decía totalmente en serio.
-Aunque Poseidón te proteja, no merece la pena que pierdas la vida por él, surfero – el hawaiano fue acercándose dando pequeños pasos, amenazando con cada uno de ellos a sus obligados oponentes – Terminarás ahogándote en sus aguas sin haber conseguido lo que te está pidiendo.
-¿De qué habla? – Teo consiguió erguirse protegiéndose detrás de Hegoi.
-¡El mar está furioso! – para sorpresa de su amigo, Hegoi respondió con convicción y seguridad; parecía que sabía perfectamente de qué hablaba aquel hombre – Me temo que no puedo concederte ese deseo, hawaiano; no pienso irme.
Hegoi giró ligeramente la cabeza hacia Teo, intentando que el hawaiano no se diera cuenta de que le hablaba.
-Arranca la moto – le dijo con un forzado disimulo - Tenemos que llegar a la ola antes de que el agua se trague todo lo que hay en la playa.
-¿Estás loco? – Teo no dejaba de mirar al hombre que tenían enfrente y que parecía estar dispuesto a mandarles de vuelta a casa fuera como fuera - ¡Ese tío no va a permitir que nos movamos de aquí!
-Arranca la moto; ahora.
Teo hizo lo que le pedía su amigo y puso en marcha la moto. Sin dejar de mirar al hawaiano, Hegoi se subió y acomodó la tabla bajo su brazo. Tocó el hombro de Teo indicándole que podía salir de la playa, pero el oleaje que aquel intenso viento había provocado dificultaba mucho su camino hacia las olas. Sin embargo, hubo un momento en el que, contra toda lógica, Teo notó cómo la moto era más fácil de conducir y pudo continuar a cierta velocidad durante un buen trecho. Cuando se habían alejado algunos metros, Hegoi giró la cabeza al frente y dio por completo la espalda al desconocido.
Desde la orilla, Kaimi se quedó mirando a los chicos durante unos segundos hasta que Tifón, enfurecido, le ordenó seguirles mar adentro. El hawaiano fue a por una tabla que había en la playa y corrió hacia una de las motos de alquiler. Enganchó la tabla y arrancó la moto, acelerando sobre el agua para seguir la estela de Hegoi y de Teo. La potente luz de la luna llena le permitía ver a los dos chicos acercándose al enorme remolino que se había formado en el agua.
-Hacía mucho tiempo que no oía hablar de ti, maldito engendro del Averno – susurró Kaimi al comenzar a evitar la espiral de agua y espuma – No puedo decir que me alegre de verte.
Una potente cresta le hizo volver a concentrarse en el mar y en los chicos. La historia de aquel remolino era antigua como la de los primeros dioses, pues la criatura que se escondía tras él era hija de Gea, la diosa Tierra, y de Poseidón, dios del mar. Caribdis fue una bella ninfa, fiel hija de Poseidón, que quiso ayudar a su padre a ganar más territorio sobre el que reinar e inundó grandes extensiones de tierra anegándolas de agua. Zeus se puso furioso ante semejante insolencia y castigó a la ninfa a un terrible destino; la convirtió en un enorme remolino que engullía el agua del océano con todo lo que pudiera encontrarse por medio, para luego devolverla con lo que había devorado hecho trizas. Ésa era Caribdis. Y Kaimi no quería tenerla muy cerca porque el riesgo era demasiado grande incluso para él. Así que siguió el rastro que iba dejando la moto que le precedía intentado abrir un poco más el círculo para bordear a Caribdis.
A pesar de que Teo le había quitado importancia al remolino, se dio cuenta de que había hablado demasiado pronto. Al levantar la vista hacia el horizonte fue consciente de que las olas hacia las que se dirigían podían tragárselos en un abrir y cerrar de ojos; pero si la bajaba de nuevo, podía ver una oscura garganta que se adentraba en lo más profundo del océano y que con cada vuelta que daba agrandaba su boca un poco más. Parecía que sólo un milagro podría salvarles de terminar devorados. Su única opción era bordear el remolino lo más lejos posible de su eje de giro, pero sin alejarse demasiado del camino hacia las olas donde debería soltar a Hegoi.
-¡Intenta rodearlo por la derecha! – le gritó su amigo mientras le indicaba con la mano por dónde quería que fuera.
Teo hizo lo que le decía porque sabía que Hegoi era el que mejor conocía cómo afrontar los movimientos del mar.
-Si seguimos la dirección del remolino, no podrás evitar que nos devore. Tendrás que esforzarte más por donde te digo, pero será más seguro.
A medida que se acercaban al ojo de aquel huracán marino, el viento iba debilitándose. Los dos se dieron cuenta pero fue Hegoi el que supo el porqué de aquel fenómeno. Súbitamente, aquel rostro que había visto por la noche volvió a su mente con una expresión de fortaleza y determinación que nada tenía que ver con la angustia que le había transmitido las otras veces, y le dijo que el hawaiano quería acabar con él y que contaba con el apoyo del viento para hacerlo, de la misma forma que él, Poseidón, le protegería para evitarlo.
-Otra vez ha desparecido el viento… - Teo miraba a uno y otro lado desconcertado, aunque pendiente del remolino que tenía a su izquierda.
-Vale, dentro de un par de minutos habremos llegado a las olas y podrás soltarme – le explicó Hegoi – Me sueltas y te vas a la playa, ¿me has oído?
-¿Estás seguro de lo que haces?
-No del todo…
Bruscamente, la moto dio una sacudida que les hizo saltar con fuerza sobre un intenso oleaje; escucharon un potente rugido que parecía salir del interior del agujero negro sobre el que giraba el agua y, de pronto, una descomunal columna de agua salió disparada hacia el cielo desde la oscuridad del remolino. Teo hizo el amago de mirar hacia atrás, pero Hegoi le golpeó en el brazo.
-¡Acelera, Teo, tenemos que alejarnos! – Hegoi sí echó un vistazo y se asustó - ¡Ya!
Su amigo se olvidó de lo que pudiera estar ocurriendo a sus espaldas y se concentró en largarse de allí a la mayor velocidad posible.
-Por tres veces engullirá todo lo que se acerque a sus fauces y por tres veces escupirá hecho trizas lo que antes haya devorado – exclamó Hegoi con convicción.
-¿Qué dices? – Teo seguía intentando escapar de aquella trampa de agua, pero le parecía muy extraña la forma en la que se estaba expresando Hegoi - ¿Quién hará eso?
Teo no escuchó a su amigo responder nada.
-¡Hegoi! – gritó - ¿De quién hablas?
-Caribdis – la voz de Hegoi sonaba sorprendentemente calmada.
-¿Qué? – Teo se giró para intentar ver el rostro de Hegoi - ¡Tío, qué estás diciendo!
-¡No mires hacia a tras, Teo! – de nuevo Hegoi hablaba con fuerza.
A pesar de que apenas había tenido tiempo de ver qué ocurría detrás de ellos, Teo adivinó una figura.
-¡Nos está siguiendo! Pero, ¿qué le pasa a ese tío? – Teo prefería pensar que aquel hombre estaba loco antes de seguir planteándose que ellos dos estaban en la misma situación incomprensible y fabulosa.
Hegoi sabía que les seguiría, pero creyó que tendrían un poco más de ventaja. Poseidón volvió a aparecer en su cabeza y Hegoi entendió que la lucha contra el hawaiano se libraría en mitad del mar, sobre las olas a las que se dirigían. El extraño tenía que acabar con él y el impetuoso viento que se había levantado en la playa sería lo que le ayudaría a intentarlo. Pero el mar era el medio natural de Hegoi, así que jugaba en casa. De todas formas, sintió la advertencia de Poseidón; aquel extraño era un hombre poderoso y no debía confiarse lo más mínimo.
Unos doscientos metros por detrás de ellos la lengua de agua que salió del interior del remolino había cogido por sorpresa a Kaimi. En el momento en el que Caribdis escupía agua era mejor alejarse de ella lo más posible porque eso significaba que, de nuevo, tendría que engullir más agua. La fuerza que provocaba al absorber miles de litros de mar convertía su boca en un sumidero por el que se colaba todo lo que estuviera cerca; y todo lo que desapareciera en el remolino saldría hecho pedazos en la siguiente bocanada de agua que Caribdis expulsara. Afortunadamente para Kaimi, los metros que le había ganado al comenzar a bordear el remolino le permitieron recuperar el control de la moto y alejarse un poco más. Cuando logró ver dónde se encontraba, localizó de nuevo a los dos chicos y se acercó a ellos tanto como pudo. En aquel momento, el viento se había detenido; incluso Tifón prefería no estar cerca de Caribdis para evitar ser devorado por el monstruo. Pero volvería a soplar en cuanto estuviera en una zona más segura y los dos chicos se estaban acercando mucho al lugar en el que Tifón prefería tenerlos. Kaimi sabía que allí era donde podría quitarse de en medio al surfero para poder continuar con el trabajo que le había encargado Tifón.
Teo y Hegoi volvían a sentir cómo el viento revivía justo cuando se alejaban de la fuerza del remolino. En ese momento, Hegoi echó la vista atrás y vio que el hawaiano estaba a punto de alcanzarles. Le indicó a Teo con la mano que siguiera hacia la ola que se estaba formando a su derecha, pero Teo le miró asustado.
-¡Ni de coña, tío!
-Súbeme allí y suéltame – Hegoi no podía hacer caso a la que le decía su amigo, aunque sabía que eso era lo más sensato.
-¿Estás loco? – Teo intentó detener la moto, pero adivinó la figura del hawaiano siguiéndoles y decidió continuar – Esa ola es enorme. Es una completa locura.
-La lucha por el poder se ha desatado - Poseidón tuvo que intervenir para convencer a Teo de que hiciera lo que Hegoi le decía, así que utilizó a su oráculo para que transmitiera el mensaje – La puerta del Infierno se ha abierto y Zeus está viendo amenazado su trono.
Entonces Teo se detuvo, se incorporó un poco en la moto y se giró hacia su amigo. El comportamiento de Hegoi había sido muy extraño durante toda la noche, pero ahora ni siquiera parecía ser el mismo.
-¿De qué demonios estás hablando? – Teo se quedó paralizado; la mirada de Hegoi estaba perdida de nuevo en el horizonte y su voz era ahora más profunda.
-Tifón está desatando su furia y debemos detenerle. Mira hacia atrás y verás al hombre que ha enviado para vencerme.
Teo volvió la mirada y comprendió que, fuese quien fuese el tío que les seguía, sería mejor darse prisa y escapar de él, pero Hegoi tenía que volver en sí. Sin embargo, volvió a hablar, esta vez con inquietud.
-El mar y el viento tienen que enfrentarse y sólo uno de los dos podrá vencer. El que nos persigue lo sabe y está dispuesto a acabar conmigo.
-¿Contigo? – Teo no podía creer lo que estaba pasando – Pero, Hegoi, ¿quién se supone que eres?
-Yo soy el oráculo de Poseidón, dios del mar, hijo de Gea, gigante como sus hermanos. Y debo enfrentarme al oráculo de Tifón, dios del viento y los huracanes, gigante como yo, su hermano – los ojos de Hegoi se habían fijado en Teo al decir estas palabras – Y quiere matarme.
Una ola chocó bruscamente contra la moto de Teo y esto hizo que Hegoi recuperara la noción de sí mismo y de lo que le rodeaba, haciéndole volver a la realidad de golpe y obligándole a mantener el equilibro para no caer al agua. El viento soplaba cada vez con más fuerza, provocando que del agua se levantaran unos oleajes más potentes y peligrosos.
-¿Estás bien? – le preguntó Hegoi.
-¿Yo? – respondió su amigo sorprendido – Y me lo preguntas a mí…
-Vamos – Hegoi miró a su espalda y vio que el hawaiano estaba a pocos metros de ellos - ¿Cómo es posible que nos haya alcanzado?
-Porque hemos tenido que parar – Teo aceleró de nuevo y, sin preguntar, fue directo hacia la ola que Hegoi le había señalado antes de entrar en trance.
-¿Qué? – Hegoi comenzó a prepararse para dejar la tabla en el agua y coger la ola que estaban siguiendo – Pero… no me he dado cuenta.
-Mejor te lo explico luego – el viento estaba oponiendo una fuerte resistencia al avance de la moto, dificultando a los chicos llegar con rapidez a la cresta de la montaña de agua que se estaba formando a su lado.
Sin embargo, muy cerca de ellos y de forma incomprensible, Kaimi tenía el viento a su favor e intentaba adelantarse. Teo se dio cuenta de que unos metros más a su derecha, donde se encontraba el hawaiano, lo que veía era físicamente imposible.
-¡Mira! – señaló hacia donde se encontraba Kaimi – Él tiene el viento a la espalda.
-¡Tengo que coger la ola antes que él! – gritó Hegoi – Acelera todo lo que puedas y me sueltas.
-¡No!
-¡Teo, acelera! – Hegoi se tiró al agua y se subió a la tabla - ¡Nos vemos en la playa!
Lo que el cuerpo le pedía a Teo era coger a su amigo del brazo y llevarle a la fuerza de vuelta al hotel, pero había algo más fuerte que su cuerpo que le decía que tenía que hacer caso a Hegoi. Y era consciente de que no tenía mucho tiempo para decidirse, así que giró con fuerza la mano sobre el manillar e hizo brincar la moto sobre el oleaje. Hegoi ya estaba de pie sobre la tabla y tenía agarrada con fuerza la empuñadura de la cuerda que le unía a la moto. Teo se volvió rápidamente, con una punzada de miedo en la boca del estómago. Aceleró al máximo para llevar a su amigo al lugar adecuado de la ola; y miró hacia atrás.
-No sueltes la cuerda… - pero Hegoi ya no estaba allí. Teo siguió bordeando la cresta de la ola por detrás del rompiente y buscó el camino en el que menos resistencia del viento pudiera haber. Sin mirar atrás, siguió conduciendo de camino a la playa. No quería ni pensar que aquella pudiera ser la última vez que viera a Hegoi. Así que no lo pensó.
Pero si hubiera echado un vistazo a lo que dejaba a su espalda, habría visto a su amigo de pie sobre la tabla, imponente bajo el inmenso foco de la luna llena, avanzando despacio sobre aquella inmensa ola izquierda que parecía estar esperando a que él se decidiera a abordarla para romper definitivamente. Tras él pero tumbado sobre la tabla, Kaimi movía los brazos enérgicamente para dar alcance a Hegoi, que miró hacia el hawaiano. De repente, un fuerte golpe de viento hizo que la ola comenzara a romper justo bajo la tabla de Hegoi, que casi perdió el equilibrio ante el envite del agua, pero que hizo que Kaimi sintiera que había llegado su momento. Se puso de pie en la tabla y fue moviéndola lentamente de un lado a otro hasta encontrar la corriente que le permitió tomar velocidad. Tifón sopló con fuerza y le impulsó hasta quedar a apenas un par de metros de Hegoi, que seguía deslizándose con suavidad sobre el agua, realizando un pequeño zigzagueo con su tabla.
-¡Sabes que tengo que matarte, surfero! – gritó Kaimi desde su posición.
-¡Pues espero que sepas que yo no voy a permitírtelo! – Hegoi sintió el vaivén del agua como si la tabla no estuviera entre ella y sus pies descalzos, y supo que era el momento de saltar sobre aquella mole de agua para obligar al hawaiano a seguirle. Hegoi era consciente de que reinaba sobre el mar; pero no sabía muy bien si el hawaiano se sentiría igual de cómodo sobre el agua. Sólo había una forma de comprobarlo. Miró al frente y se dejó llevar unos metros hasta quedar sobre la cresta de espuma; y, como si se lanzara por un tobogán, se dejó caer. A partir de ese momento, tuvo la sensación de que el mar empezaba a rugir como si lo estuvieran desgarrando y de que el viento soplaba con tal fuerza que hacía que las olas cambiaran de dirección imprevisiblemente.
El primer salto que se encontró Hegoi no le pilló de improviso, la ola había roto con claridad y él se había colocado aproximadamente un metro por delante del punto en el que la cresta se iba retorciendo sobre sí misma y caía de nuevo al mar para continuar su camino hacia la playa. Hegoi cogió velocidad rápidamente y dobló las rodillas para ir amortiguando los brincos que cada vez eran más intensos y más altos. En realidad debería estar aterrado porque era la primera vez que se enfrentaba a una ola gigante, el viento era demasiado fuerte y había un perturbado persiguiéndole con una tabla y convencido de que le iba a matar. Pero no lo estaba; se había preparado toda su vida para un momento como aquel, aunque sin tanto viento en contra y sin un loco queriendo acabar con su vida. Llevaba mucho tiempo entrenando para el día en el que se encontrara con una ola descomunal y por fin estaba sobre ella. Ahora no podía tener miedo ni echarse atrás. Serpenteó ligeramente sobre el agua para dejar que la ola rompiera un poco más y, cuando sintió que la espuma caía sobre su cabeza, se lanzó.
Era una ola perfecta para él, porque rompía hacia su izquierda. Él surfeaba con la pierna derecha delante, al contrario que la mayoría, pero eso le permitía liberar su maltrecho hombro derecho ya que su mano de apoyo era la izquierda. Con la punta de los dedos de esa mano acarició el agua, que cada vez subía con más brío elevando una pared de varios metros empujada por el viento que llevaba Hegoi a la espalda. Ese viento no tenía motivo para soplar en aquel momento porque las olas que se habían formado eran de fondo, eran olas que venían desde muy lejos y que ya habían cogido una velocidad casi máxima en su recorrido y que se distanciaban unas de otras quizá en varias decenas de metros. Hegoi ni siquiera se molestó en volver la cabeza para ver al hawaiano porque el mar rompiendo le impediría verle y porque, además, sabía que le seguía. Su único objetivo era acelerar. La ola pareció elevarse unos metros y Hegoi amortiguó el cambio de altura doblando más las rodillas, extendiéndolas en cuanto sintió que la ola de nuevo descendía. Nunca había podido explicar su relación con el agua y su facilidad para cabalgar olas, porque desde pequeño había destacado en cuanto se subía a una tabla de surf. Él simplemente se guiaba por lo que el agua hiciera, bailaba con ella y se dejaba llevar, acompañando cada uno de sus movimientos a veces incluso con los ojos cerrados. Sentía escalofríos cuando sus dedos tocaban la pared de la ola, cuando la sentía envolviéndose sobre él a medida que la espuma caía tras romper sobre su cabeza; cuando escuchaba el sonido de la cresta al desmoronarse mientras él pasaba por debajo, intentando echar todo su cuerpo hacia delante para coger la máxima velocidad y no quedarse atrapado entre las volteretas del agua al desaparecer la ola.
Esta vez, cuando escuchó ese estallido se dio cuenta de que el sonido de la ola al romper no era el que él esperaba, se había entrecortado. Miró hacia atrás ligeramente y vio al hawaiano que aparecía de entre la espuma que había dejado la ola como rastro.
-¡Mierda! – Hegoi volvió a mirar hacia el frente y bajó más las rodillas para poder ganar un poco de equilibrio e inclinarse lo más posible hacia la punta de la tabla, intentando darle un poco más de velocidad. Quería creer que tenía ventaja sobre el hawaiano porque, al menos, era menos corpulento que él y mucho más ágil con la tabla de lo que podía esperarse de su perseguidor. Pero su clara desventaja era que no estaba tan loco; eso era lo único que podía explicar que se hubiera metido dentro de la misma ola que había cogido Hegoi.
Kaimi no perdía de vista a Hegoi e intentaba acercarse con su tabla, pero él no era un goofy, él prefería las olas derechas porque su pierna izquierda era la que le guiaba sobre la tabla y guardaba mejor el equilibrio con las otras olas. Era consciente de que su falta de agilidad le suponía una pequeña desventaja pero, teniendo en cuenta el feroz viento que Tifón estaba provocando, su fuerza física la compensaba de sobra. Sentía el empuje de Tifón a su espalda, llevándole hacia el surfero a gran velocidad. Lo que estaba haciendo nunca se le habría pasado por la cabeza a nadie sobre una tabla de surf; entrar en la misma ola con otra persona era un auténtico suicidio, pero las condiciones en las que él lo hacía le eran favorables. El viento soplaba a su favor controlado por su dios; mientras, el mismo Tifón había creado una fuerte corriente que intentaba detener el avance de Hegoi soplando en su contra. En realidad, el chico estaba atrapado y caería en sus manos en pocos minutos.
Hegoi prefería no mirar hacia atrás porque estaba seguro de que el hawaiano estaba muy cerca. No podía entender cómo podía ganar metros con tanta facilidad si el viento estaba dándole de cara y le frenaba con fuerza. Por más que llevaba a un lado y a otro su tabla para avanzar sin hundirse, apenas ganaba unos centímetros en cada giro. Empezaba a notar que las fuerzas iban a flaquearle pronto si el viento no cambiaba o si él no conseguía salir de esa corriente. De repente sintió que el mar empujaba su tabla hacia delante, sintió que se elevaba ligeramente y logró enderezar el rumbo y tomar más velocidad a pesar del viento en contra. Antes de que ese pequeño empujón terminara, llegó otro un poco más fuerte que le hizo erguirse sobre la tabla y estirar las piernas para avanzar más rápido. Ahora sí decidió ver qué tenía a su espalda. El hawaiano había perdido distancia y parecía tener problemas con el agua, que le había dado un par de golpes laterales que le obligaron a hacer un escorzo para no caer; Poseidón estaba luchando por dejar fuera de juego a su perseguidor, pero el viento provocado por Tifón lo impedía. Cuando Hegoi volvió de nuevo la vista al frente, vio por el rabillo del ojo que la pared de la ola comenzaba a crecer exageradamente a la vez que el viento de cara le sujetaba con más fuerza. Y se asustó porque estaba perdiendo el control de la situación, estaba perdiendo el control de la tabla y, sobre todo, estaba perdiendo el control sobre sí mismo.
-¡Concéntrate, tío! – su mano izquierda se acercó a la ola y la rozó con los dedos. Y entonces volvió a escuchar a Poseidón. El mar estaba luchando contra el viento, pero necesitaba que él fuera más rápido e inteligente que su perseguidor. Tenía que conseguir aprovechar la fuerza del otro en beneficio propio – No sé cómo – susurró Hegoi. Pero Poseidón le tranquilizó porque, hiciera lo que hiciera, el mar le protegería.
Hegoi escuchó la tabla del hawaiano saltar muy cerca de él y entendió que no tenía tiempo que perder. El viento que le venía de frente seguía siendo muy fuerte y los pequeños empujes de Poseidón no eran suficientes para alejarse de aquel tío. Poseidón quería que aprovechara la fuerza del otro, que encontrara el camino de volver en contra del hawaiano aquello que le ayudaba. Y el arma que utilizaba era el viento. De repente, le vino a la cabeza la imagen de un coche volando por los aires, un Fórmula 1 al que el viento levanta el morro hasta el punto de hacerle girar sobre sí mismo. Volvió a doblar las rodillas, esta vez todo lo que le era posible, porque iba a tomar impulso para convertirse en una cometa sin cuerda alguna que lo sujetase a ningún sitio, y el viento que le impedía avanzar sería el que le hiciera volar.
La ola seguía creciendo a su izquierda y él sentía que el agua podría caerle encima en cualquier momento a pesar de la fuerte resistencia que estaba oponiendo Poseidón. Se estaba convirtiendo en una ola peligrosa, una ola de tubo semejante a las que aparecían mar adentro en la isla de Teahupoo, en Tahití, pero con un viento extraño que parecía obligar al agua a cubrirle por completo sin dejar que rompiera la ola. Sin embargo, Hegoi supo que tenía que continuar sin detenerse ni cambiar de dirección porque, en realidad, no se trataba de que el viento le estuviera echando la ola encima; el agua le estaba protegiendo frente al viento, cada vez más enfurecido, envolviéndole hasta que pudiera salir y saltar como pretendía. Durante unos diez metros se desplazó por un túnel de agua y espuma, consciente de que el hawaiano seguía detrás de él. Pero repentinamente entendió que era el momento de saltar, así que echó el peso de su cuerpo hacia atrás y levantó la parte delantera de la tabla para lograr que el viento le sirviera de trampolín, se elevó bruscamente como si hubiera encontrado una rampa invisible en mitad del mar y con un giro enérgico de la cadera logró dirigir la tabla hacia su izquierda. En ese mismo momento la ola rompió sobre Hegoi y le permitió salir del tubo. Hizo una cabriola en el aire para evitar golpearse con el agua en una mala caída. Desapareció al otro lado de la cresta, sobre la masa de agua que venía detrás de la ola empujándola hacia la costa.
Kaimi había conseguido acercarse casi hasta hacer chocar las dos tablas pero manteniendo un mínimo de distancia hasta que salieran de aquella tubería azul que los envolvía. Esas olas no eran típicas de Hawai, no tan lejos de la costa ni con un rizo tan pronunciado. Él sabía que el mar estaba siendo guiado por Poseidón y que Tifón estaba combatiendo duramente por evitar que el chico se escapara, ayudándole con el viento a la espalda. Pero el hawaiano no sabía manejar con destreza olas tan peligrosas y, menos aún, tan imprevisibles. Incomprensiblemente, aquella ola no terminaba de romper sobre ellos sino que iba cerrándose en un cilindro que rugía de forma atronadora al terminar el giro y chocar contra la superficie del agua. Y el siervo de Poseidón estaba aprovechando para no dejarse atrapar a pesar de los intentos de Tifón por detenerle. Cuando Kaimi le vio saltar por los aires creyó que por fin había llegado el momento de alcanzarle y acabar con él, pero en ese momento la ola se desmoronó sobre ellos y el hawaiano tuvo que esforzarse por no caer de la tabla y quedar a merced de Poseidón. Al salir de la ola miró a uno y otro lado y no encontró al chico. Giró sobre sí mismo aprovechando el paso del resto de la ola, que empezaba a romper bajo sus pies, pero no logró encontrarle. Kaimi tuvo que continuar cabalgando sobre su tabla porque la gran masa de agua que venía detrás de la ola no se detenía, pero lo hacía con cierto alivio porque parecía que el chico se había ahogado tragado por las aguas de su propio dios. Sonrió levemente ante lo que le pareció una cruel ironía del destino. Pero la tranquilidad le duró apenas unos segundos; Tifón seguía soplando con furia y Kaimi rápidamente entendió por qué. El chico seguía vivo.
-¡Poseidón! – gritó colérico – ¡No le escondas!
Hegoi oyó gritar al hawaiano en el mismo momento en el que sacaba la cabeza del agua, pero antes de nada se preocupó de encontrar su tabla, no podría salir de allí sin ella teniendo un viento como aquel y tan fuerte. Miró a uno y otro lado y de repente la vio, acercándose hacia él rápidamente.
-Gracias, mar – dijo mientras se subía a la tabla y se sentaba sobre ella.
Un poco a sus espaldas, vio a la derecha las luces del hotel. Lo que significaba que la ola se estaba alejando de la playa y, de paso, alejaba al hawaiano. Pero le escuchó de nuevo y estuvo seguro de que no iba a darse por vencido tan fácilmente. Hegoi se tumbó sobre la tabla y movió los brazos para volver a enganchar la ola; esta vez él perseguiría al hawaiano.
-Necesito un poco de ayuda, mar.
En seguida, una ola pequeña le empujó lo suficiente para que se pudiera poner de pie sobre la tabla. Se lanzó de nuevo hacia la ola de la que había salido despedido y entró desde arriba sobre un montón de espuma. El hawaiano seguía buscándole pero, a pesar de sus intentos por mantenerse en el mismo sitio, girando sobre sí mismo y zigzagueando con la tabla, el agua le obligaba a seguir el rumbo de la ola.
-¿Me buscabas, hawaiano?
Kaimi giró la cabeza y le vio, de nuevo sobre la tabla y a gran velocidad. No entendía cómo lo había conseguido después de salir despedido al chocar contra la furia de Tifón, pero ahora él tenía un problema. Si no quería estar a su merced, tendría que hacer un truco de ilusionismo parecido y volver a ponerse a su espalda. Kaimi sintió la cólera de su dios ante la jugada de Poseidón y se temió un giro inesperado que no tardó mucho en llegar. El viento tornó bruscamente hacia su derecha sin tenerle en cuenta, sólo intentando desequilibrar al chico para hundirle bajo las aguas del océano, y Kaimi cayó al agua. Le dio tiempo a agarrase con un brazo y no perder la tabla. Subió rápidamente porque no sabía qué había sido del chico y no quería verse sorprendido. Pudo tumbarse sobre la tabla y nadar unos metros hasta encontrar de nuevo la ola y ponerse en pie. Parecía que Tifón había decidido llevarles de nuevo a la playa. El hawaiano estaba deseando poner el pie en tierra, porque sabía que su verdadera ventaja estaba en la arena.
Hegoi había enganchado la ola sin problemas a pesar del repentino cambio de viento, pero no veía al hawaiano.
-Quizá se ha ahogado… – susurró.
Bajo su tabla se empezó a formar una inmensa ola empujada por el fuerte viento que venía de su izquierda. El mar intentó compensar la fuerza del viento atrayendo más agua a la gigantesca mole. Y Hegoi tuvo que cerrar los ojos porque no sabía qué iba a pasar en los tres próximos segundos; tenía que saber hacia dónde iría la ola sobre la que se encontraba.
Detrás de él Kaimi esperaba lo mismo, que Hegoi se decidiera para poder seguirle. El hawaiano era consciente de que el chico entendía las olas mucho mejor que él y si ésta iba hacia la playa, lo mejor era dejarse guiar por lo que él hiciera.
Entonces Hegoi ladeó ligeramente su cuerpo hacia la derecha, abrió un poco el giro con la tabla y comenzó a deslizarse sobre la cresta. Esta ola venía de derechas.
-Perfecto – Kaimi echó el cuerpo hacia la derecha y suavemente hacia delante para coger un poco más de velocidad. Si pisaba la arena de la playa en el mismo instante en el que lo hiciera el chico, ni siquiera habría pelea.
Hegoi volaba sobre la ola, acariciándola con su mano derecha, dando pequeños saltos con la tabla para evitar baches bruscos y amortiguando cada caída con delicadeza. En ese momento, Hegoi estaba disfrutando una de las mejores olas de su vida, sintiendo el viento tras él sin entorpecerle el camino, y balanceando su cuerpo suavemente a medida que el agua le hacía inclinarse hacia uno u otro lado. Y se centró en su tabla, en el viento y en su ola. No se acordó de que había un hawaiano enorme que quería matarle. Hasta que el viento le lanzó un oleaje desde la izquierda y le obligó a dirigir la tabla de nuevo más a la derecha, hacia la playa de la que habían salido, otra vez de camino al hotel. Entonces se dio cuenta.
-¡El remolino!
El viento se estaba embraveciendo, le llevaba hacia la boca de Caribdis y Hegoi a duras penas podía mantener el equilibrio. El oleaje era demasiado fuerte como para poder ver la superficie del agua y no era capaz de divisar las fauces de aquel enorme torbellino. Miró a los lados para encontrar una vía de escape pero el viento era demasiado fuerte. Con seguir de pie sobre la tabla tenía suficiente. A pesar de sus intentos por remontar la pared de las olas que Tifón le estaba levantando a su izquierda, Hegoi no conseguía alcanzar la cresta de ninguna de ellas, sólo levantaba la tabla girando con sus piernas y su cintura, pero inmediatamente tenía que volver a bajar; el viento hacía que las paredes de las olas fueran completamente verticales y, a la vez, le empujaba por la espalda para acercarle peligrosamente al remolino. Aquello era una locura de la que no sabía cómo salir. Entonces sintió que el mar le atraía hacia su derecha, pero Hegoi no entendía el motivo. En ese momento estaba siguiendo la ola que le llevaba hacia la playa, pero girar a su derecha significaría ir contracorriente, llevar la tabla contra el curso de la ola. No se trataba sólo de cabalgar la ola contra el viento, sino contra la propia ola. Sin embargo, el mar seguía pidiéndole que lo hiciera. Y Hegoi dio un brusco giro a su derecha que hizo que la tabla se elevara medio metro sobre el agua y que casi le hizo caer. Comenzó a serpentear con rapidez sobre el agua para no perder el equilibrio y hundirse, pero sus piernas ya no respondían a sus deseos y no tenían fuerza para mantenerle en pie. Además, la corriente empezaba a ser tan fuerte que el oleaje estaba desapareciendo para convertirse en un torrente sobre el que no podía hacer nada. Se tumbó sobre la tabla y comenzó a nadar con los brazos con fuerza. La corriente parecía transformarse por momentos en un río desbocado. Hegoi miró hacia atrás aterrado. Toda esa agua iba directa a una cascada; iba directa a las fauces de Caribdis. Sacó fuerzas de donde ya no le quedaban y remó con sus brazos, moviendo también las piernas para remontar aquel vertiginoso camino que le llevaba directo a la muerte. Poseidón poco podía hacer una vez Caribdis tomaba las riendas, pero luchaba denodadamente por sacar a su oráculo de aquellas aguas, removiendo el mar bajo la tabla de Hegoi y empujándole para salir del remolino.
Kaimi había perdido de vista al chico pero Tifón le estaba llevando en volandas, así que sólo tenía que dejarse llevar para poder alcanzarle. Hasta llegar a la playa podría recuperar un poco de las fuerzas que se había dejado en perseguir a Hegoi. De repente, Kaimi se sobresaltó; estaba viendo al chico a su derecha pero nadando sobre la tabla en dirección contraria a la que les obligaba a seguir Tifón. El hawaiano le siguió con la mirada, confuso, sin entender qué estaba ocurriendo. Miró hacia el frente y se dio cuenta de que el viento se había detenido inesperadamente; ¿dónde estaba su dios? Y entonces comprendió lo que pasaba. Ni siquiera Tifón podía arriesgarse a enfrentarse al monstruo, por eso había dejado de soplar. Y por eso él estaba solo, atrapado en la corriente que le llevaba a las fauces de Caribdis. Kaimi sintió cómo la tabla resbalaba bajo sus pies y desaparecía entre la espuma de la corriente del remolino; y también se dio cuenta de que él caía entre las aguas sin poder oponer la más mínima resistencia a la furia de Caribdis. Antes de poder gritar por el terror que aquel monstruo le estaba provocando, Caribdis devoró al hawaiano.
Hegoi también había visto a Kaimi cuando se cruzaron en la corriente. Quiso avisarle para que diera la vuelta, pero no podía dejar de remar si quería seguir vivo. Poco a poco fue saliendo de la fuerza que le arrastraba a la boca del remolino y, cuando sintió que ya estaba fuera de peligro, subió a la tabla y buscó al hawaiano. Vio cómo perdía la tabla, se hundía entre la fuerte corriente y se dejaba llevar a los abismos marinos.
A pesar de que el oleaje todavía hacía que su tabla se tambaleara con fuerza, Hegoi se mantuvo de pie, paralizado por la escena que acababa de contemplar. Hubo un momento muy breve en el que se sintió culpable por la suerte que acababa de correr el hawaiano. Él había podido escapar del monstruo. Pero el momento pasó rápido, desterrado por Poseidón, que apremiaba a Hegoi a que saliera de allí lo más rápidamente posible. Caribdis engullía cantidades ingentes de agua tres veces al día. Y también por tres veces vomitaba los despojos de lo que había tragado. Tenía que salir de allí y volver a la playa. Deseaba desesperadamente estar en el hotel. Poseidón comenzó a mover el agua frente a Hegoi, que con suavidad tomaría la primera ola que pudiera, por muy pequeña que fuera, para escapar de aquella pesadilla.
Lo cierto es que ahora necesitaba que alguien le explicara lo que había pasado. A pesar de haber llegado a conectar con su dios, Hegoi no podía entender su situación tras la batalla. No sabía que, a partir de ese momento, comenzaba la verdadera guerra.