CAPÍTULO 20

Héctor había salido al pequeño porche que tenían frente a los dormitorios y se había sentado en una de las butacas destartaladas que usaban para las tertulias nocturnas. El sol se había ocultado hacía un rato y las estrellas ya estaban ocupando su lugar en el firmamento. Estaba muy cansado del viaje y más aún de todas las cosas extrañas que le habían ocurrido desde que había pisado suelo griego. Aquello era una completa locura. ¿Oráculos, dioses, profesores universitarios convertidos en psicópatas asesinos de ex alumnos? Lo del Rana le había dejado muy mal cuerpo, casi peor que lo de la araña. A fin de cuentas había sido su profesor y nunca se le habría pasado por la cabeza, más allá de que intentó hundirle el doctorado y la tesis, que le fuera a intentar matar. Aunque tampoco pensó nunca que fuera a intentar destrozar su trabajo en la universidad. Miró hacia arriba y contempló las estrellas. Lo bueno de estar en una isla pequeña era que la contaminación lumínica no era muy fuerte y parecía que en el cielo había muchas más estrellas que cerca de las ciudades. Él no tenía ni idea de astronomía pero siempre le relajaba ver tantas pequeñas candelas titilando.

-La constelación de Hércules – la voz de Bradley le sobresaltó.

-No tengo ni idea de cuál es – a Héctor no le salía ser simpático con aquel tipo.

-Sigue mi dedo – dijo Bradley señalando hacia algún punto en el cielo – y verás cómo el héroe pisa la cabeza de un dragón.

-¿En serio? – lo único que conseguía era ser impertinente con él.

-Oye, hijo, créeme cuando te digo que yo no tengo nada que ver con lo que te ocurre – Héctor le miró de soslayo – A mí me ocurrió lo mismo. Un día era una persona normal y al día siguiente era el oráculo de un dios griego. Sé que no es fácil. Y, además, lo mío es mucho peor que lo tuyo.

-¿Por qué? –Héctor empezaba a sentir un poco más de curiosidad.

-¡A mi dios no le conoce nadie! – ambos sonrieron– Soy el oráculo de un dios que ni siquiera en la antigüedad era famoso. Espero que Crío me perdone, pero es la pura verdad. Al menos tú representas a una divinidad poderosa.

-Ni siquiera me he terminado de creer todo lo que ha pasado hoy y lo único que hago es preguntarme constantemente por qué me ha tocado a mí – ahora miró a Bradley directamente a los ojos - ¿Por qué yo, Simon?

Bradley se puso serio porque la conversación iba a empezar a ser muy importante para Héctor. Y, en realidad, para todos.

-No lo sé, Héctor. Esa pregunta sólo corresponde responderla a los dioses. Tampoco yo sé por qué Crío me eligió a mí.

-¿Y no te lo preguntas continuamente?

-Es algo que dejó de atormentarme hace muchos años – la voz de Bradley parecía ligeramente cansada – Simplemente, terminé asumiéndolo. No puedes luchar contra ello, es más fuerte que nosotros. De alguna manera, aprendes a vivir siendo un oráculo. Fobo se comunicará contigo, hablará a través de ti y confiará en ti para que interpretes sus mensajes. Pero, en cualquier caso, nunca olvides que si Fobo te ha elegido es porque eres merecedor de ese honor. No es un castigo, Héctor, es un privilegio.

-Vas a tener que repetírmelo muchas veces para convencerme, Simon.

-Lo haré cuantas veces sea necesario. Cuando consigas entenderlo en toda su magnitud, estarás orgulloso de ser quién eres.

Héctor le miró con incredulidad; volvió a mirar al cielo y, de nuevo, a Bradley.

-¿Y tú, Simon? Me gustaría saber cómo te eligió Crío.

-Yo soy inglés – comenzó a explicar Bradley.

-Sí, de Hastings – otra vez los dos sonrieron al recordar la respuesta que había dado Dora a Héctor cuando hablaron por teléfono y le pidió que volviera a Hydra.

-No, soy de Crowborough. Pero está cerca de Hastings, en el condado oriental de Sussex. Dora no iba tan desencaminada. Es conocida por su vecino más ilustre, sir Arthur Conan Doyle – Bradley dejó de sonreír – Cuando tenía doce años tuve un accidente; caí del caballo en el que estaba montando. Y lo peor fue que estaba solo y nadie sabía que yo anduviera por el campo del señor Tigerdayle.

-¿Y eso? – preguntó el arqueólogo.

-Me había escapado – Héctor miró a Bradley sorprendido – Mi padre me habría prohibido salir de casa durante diez años si se hubiera enterado. Y habría tenido razón. Yo era muy pequeño y los caballos del señor Tigerdayle eran enormes y, en su mayor parte, silvestres.

-La verdad, Simon, no tengo ni idea de caballos. Pero me hace gracia que hables todavía del señor Tigerdayle, como si fuera el hombre del saco.

-Es que tú no conociste al señor Tigerdayle – respondió Bradley sonriendo - Tenía aterrorizados a todos los chicos del pueblo. Era un hombre huraño y misterioso, que sólo acudía al pueblo para visitar el banco y la iglesia.

-¿Qué te pasó?

-Perdí el conocimiento y estuve inconsciente durante un par de horas. Mi familia me estaba buscando ayudada por algunos vecinos. Todos sabían que yo era bastante desobediente y que tenía especial habilidad para meterme en problemas, así que no tardaron mucho en acudir a las tierras de Tigerdayle. A pesar de que era una propiedad privada, entraron a buscarme. Uno de los vecinos se dio cuenta de que los caballos que solían pastar libremente por las praderas estaban reunidos en un extraño agrupamiento, como si estuvieran protegiendo a un potrillo dentro de un círculo.

-Y el potrillo eras tú.

-Sí - Bradley asintió – Incomprensiblemente para todos, los caballos me estaban cuidando y no dejaban que nadie se acercase, ni siquiera mi padre. Todos me llamaban intentando que me despertara, temiendo que alguno de los caballos me pisara. Yo no recuerdo nada de aquellas dos horas, salvo que escuché que alguien avisaba a los caballos diciéndoles que yo necesitaba ayuda.

-¿Alguien? Escuchaste una voz o algo así…

-Sí. Bueno, en realidad, no – Bradley dudó – En aquel momento a mí me pareció que era una persona que estaba cerca de mí. Luego supe que no hubo tal persona y que la voz era más bien un pensamiento, algo que sonó dentro de mi mente.

-No me irás a decir que te habló uno de los caballos – Héctor no pretendía hacer una broma pero Bradley sonrió como si lo fuera.

-Claro que no, eso sería imposible – Bradley le miró divertido - ¿No sabes que los caballos no hablan? No, era la voz de Crío. Lo que ocurrió fue que Crío llamó a los caballos para que me guardaran y protegieran hasta que llegara su oráculo.

-¿No eras tú?

-Yo era el siguiente. Pero, en aquel momento, el oráculo de Crío era el señor Tigerdayle.

-¡Vaya!

-Sí, era él. Y tenía que darme el testigo. Era mayor y su tiempo se acababa, así que Crío le avisó de que el oráculo que le relevaría ya estaba preparado para ser instruido.

-Pero tú eras un niño, eras muy pequeño – Héctor pensó en que al menos él ya era una persona adulta.

-Pues quizá sea más fácil así que tener que asumir algo tan complejo a tu edad. No lo sé. El caso es que mientras los que me buscaban intentaban sacarme del grupo de caballos, el señor Tigerdayle se acercó, los apartó con calma y me recogió del suelo. Dijo mi nombre en un susurro y yo desperté. Me llevó en brazos hasta donde estaba mi padre y le dijo, con una amabilidad absolutamente inesperada, que no se preocupara, que el golpe no había sido muy fuerte y que me llevara a casa a descansar. Y entonces aprovechó para comunicar a sus vecinos que él era médico.

-Y, ¿lo era de verdad?

-Pues, sí, lo era. Así que se pasó un poco más tarde con su maletín de médico y me realizó un examen más intenso, porque lo cierto era que me había caído de un caballo y me había dado un buen golpe. Hubo un momento en el que nos quedamos a solas y me dijo que tenía que ir un día a su casa, que creía que yo encontraría cosas muy interesantes y que podríamos charlar de hombre a hombre. Yo estaba en una edad muy mala y él fue el primero que me trató como a un adulto, como a un hombre – y recalcó con rimbombancia esta palabra, como riéndose de sí mismo – Apenas una semana después me acerqué a su mansión y me invitó a entrar directamente a su biblioteca. Me quedé impresionado, nunca jamás en mi vida había visto tantos libros juntos. A mí me encantaba leer, me daba la posibilidad de evadirme de una realidad que me aburría mucho. Imagínate lo que fue para un niño de pueblo como yo tener acceso a tantos libros, de todos los temas que se te puedan ocurrir. Entonces entendí por qué el señor Tigerdayle se dejaba ver tan poco; debía de estar siempre leyendo.

-Y, ¿cuándo ejercía de médico?

-Pues nunca, aunque de eso me enteré después de que me viera en mi casa, claro. Había sido médico durante muchos años pero prefirió dedicarse únicamente al estudio de la medicina y, de paso, de aquello que le interesara, que era casi todo. Su familia era rica y él hizo una fortuna como médico, porque debió de ser muy bueno. Así que se retiró a Crowborugh.

-Sin embargo, era el oráculo de Crío – Héctor quería entender su situación a través de la historia del señor Tigerdayle – No entiendo por qué se escondió allí.

-Piensa que nosotros, los oráculos, – Bradley dejó claro que Héctor era miembro de pleno derecho de ese selecto grupo – estamos al servicio de los dioses. Pero somos sus intermediarios ante los hombres; si los seres humanos abandonan el culto a nuestros dioses, ¿a quién le importará lo que esos dioses tengan que decir? Durante casi dos mil años hemos pasado por distintas etapas, desde la persecución de los primeros momentos hasta la total indiferencia, pero siempre ha habido alguien a la espera de que los dioses tuvieran que intervenir en los asuntos terrenales. De una u otra manera, todos hemos estado escondidos.

-¿Cómo te dijo el señor Tigerdayle lo que él era y lo que también eras tú?

-También ha pasado a ser para ti el señor Tigerdayle – Bradley sonrió con nostalgia – A veces, antes de que un oráculo muera, su dios le pone en contacto con el que le sustituirá, de forma que pueda instruirle y adiestrarle. Él se encargó de mí durante tres años. Cuando falleció perdí un referente vital, pero aprendí pronto a vivir con mi condición de oráculo y su legado me ha acompañado toda la vida.

-¿Tu familia llegó a saberlo?

-Nunca. De hecho, le dije a Dora que quizá no era adecuado que tu amigo César supiera nada de nosotros. Pero ella tenía el presentimiento de que no nos vendría mal su ayuda. Normalmente nadie de tu entorno conoce que eres un oráculo, salvo que alguna persona de él sea quien debe transmitirte su posición.

-César es un auténtico experto en mitología y religión griegas, de verdad. Si necesitamos alguna ayuda, ninguna será mejor que la suya – Héctor también hablaba en primera persona del plural; sabía que era uno de ellos - ¿Qué fue de la biblioteca del señor Tigerdayle?

-Algún día, si te portas bien, - dijo Bradley sonriendo – te la enseñaré.

-¿Te la dejó a ti?

-De hecho, su mansión y sus tierras, con todos los caballos que vivían en ellas, pasaron a ser míos. Fue un hombre muy generoso.

-Y, ¿yo no tengo un señor Tigerdayle en mi vida? – preguntó Héctor aparentemente contrariado, pero mostrando que bromeaba.

-Lo siento, hijo, tendrás que conformarte conmigo –Bradley se levantó y estiró un poco las piernas.

-Bueno, - Héctor también se puso en pie y miró de nuevo al cielo – menos da una piedra. ¿Dónde dijiste que estaba la constelación de Hércules?

-Allí – Bradley señaló hacia su izquierda – Se supone que las estrellas forman la figura de Hércules arrodillado pisando la cabeza de un dragón, que es la constelación que queda bajo uno de sus pies.

-¿Qué va a pasar ahora? – Héctor miró directamente a Bradley.

-Todavía no lo sé, pero no creo que tardemos mucho en averiguarlo. Vamos, será mejor que intentemos descansar un poco.

Entraron de nuevo en la casa. Bradley les dijo que se acostaran pronto y durmieran tranquilos. Él les despertaría y les avisaría si ocurría algo. Sin embargo, sabían que no podrían dormir tranquilos aunque quisieran; ni siquiera estaban seguros de poder dormir.

De madrugada, antes de que saliera el sol, Bradley despertó a Héctor y César y luego fue a la habitación de Dora. En pocos minutos estaban los tres en la cocina. Bradley estaba preparando algo de desayunar a pesar de que no tenían todavía apetito.

-Tenemos que comer algo, por si no tenemos oportunidad de hacerlo en todo el día – dijo Bradley mientras hacía los huevos revueltos – Tenéis tostadas dentro del horno y hay mantequilla y mermelada de fresa en el frigorífico. He preparado algo de café y también tenéis leche caliente y fría. Y si queréis otra cosa, en cuanto termine de hacer los huevos revueltos, me lo decís y os la preparo, pero dejad que antes termine de cocinar esto, que no puedo hacer dos cosas a la vez.

Dora se había sentado en una de las sillas de la mesa, César estaba de pie junto a ella y Héctor todavía no había traspasado el umbral de la puerta. Pero los tres miraban asombrados a Bradley, escuchando atónitos el ataque de verborrea que estaba sufriendo. De repente, Bradley se giró y les miró fijamente.

-Cuando estoy nervioso me da por hablar, lo siento – y continuó con lo que estaba haciendo.

-Pues, si tú estás nervioso, no puedo describir cómo estoy yo – dijo  César mientras se acercaba a la cafetera - ¿Alguien quiere una taza de café?

Héctor y Dora levantaron la mano. Héctor se acercó al horno y sacó las tostadas, las puso sobre la mesa y luego sacó las demás cosas del frigorífico; lo puso todo sobre la mesa y se sentó a esperar el café y los huevos.

-¿No hay Cola Cao? – preguntó César.

Bradley le miró sorprendido. Héctor y Dora sonrieron.

-Sí, hay algo en el armario de la derecha – dijo ella.

-¿Por qué nos has despertado tan pronto? – preguntó Héctor - ¿Ha pasado algo?

-Crío me ha avisado. El tiempo apremia y debemos ponernos en marcha.

-¿Qué es exactamente lo que está ocurriendo? – Héctor era consciente de que su papel en todo aquello iba a ser relevante.

Bradley dejó la bandeja con los huevos revueltos sobre la mesa y se sentó.

-Veréis, - mantuvo el silencio durante unos segundos, intentando ordenar en su mente todo lo que quería decir – Crono robó a su padre, Urano, el trono de los dioses; y su hijo Zeus se reveló contra él, arrebatándole a su vez el gobierno divino. Crono y los dioses que le defendieron fueron enviados al Tártaro y allí deberían de haber permanecido eternamente. Al encontrar el subterráneo, la puerta del infierno se abrió y liberó a aquellos dioses que fueron castigados.

Dora y Héctor se miraron, cruzando una mirada de cierta culpabilidad. A fin de cuentas ellos habían abierto el subterráneo.

-No tenéis que preocuparos – Bradley les miró para tranquilizarles – Vosotros nunca podríais haber sabido que esto ocurriría. Ese oráculo ha estado oculto durante más de 2.500 años y supongo que nadie, ni el mismísimo Zeus, pudo prever que tanto tiempo después los hombres sintieran tanta curiosidad por su pasado que revolverían la tierra en busca de restos de la historia.

-¿Es un oráculo dedicado a Crío? – preguntó Dora.

-No. El templo que hay encima sí lo es, pero tampoco se sabía que había debajo un santuario subterráneo cuando se construyó el templo. En realidad no está consagrado a ninguna divinidad, es un lugar al que acudían los oráculos de diferentes dioses para ponerse en contacto con ellos. Por eso hay capillas en las paredes y varias salas de oración.

-Nosotros sólo vimos cuatro salas – replicó Héctor.

-Es posible que haya una decena de ellas y que estén repartidas por el subterráneo mediante un laberinto de túneles.

-Y, si la puerta del Tártaro se ha abierto porque hemos entrado en el subterráneo, - César iba a hacer la pregunta que ninguno de ellos se atrevía a plantear - ¿ahí abajo está la entrada al infierno?

Todos callaron. Bradley tenía que responder con claridad y sinceridad, pero era consciente de que todo lo que iba a ocurrir después de que terminaran el desayuno sería una simple fábula mitológica de no ser por la tozudez de la realidad. Se iba a desatar un verdadero pandemónium.

-El Hades tiene muchas puertas – respondió Bradley – Puede que Hércules entrara por las cuevas de Pirgos Dirou, que hoy se llaman de Dirós, en el Peloponeso. Según Pausanias, el historiador griego, otra entrada estaría en la península de Mani y allí habría llevado Hércules al Can Cerbero desde el Inframundo. Pero existen otros lugares desde los que se puede acceder… como el subterráneo que encontrasteis.

Bradley se calló por unos instantes. No quería asustar a los chicos más de lo necesario, pero él mismo sentía un profundo desasosiego. Era la primera vez en dos mil años que los oráculos iban a entrar en escena y ninguno de ellos conocía en realidad el alcance del poder de los dioses, algunos incluso acababan de conocer su relación con las divinidades y no tenían los conocimientos más fundamentales para enfrentarse a una nueva batalla sobrehumana. Le aterraba la idea de estar enviando a esos chicos a una muerte tenebrosa. Pero los dioses tocaban tambores de guerra y sus oráculos debían ayudarles.

-Vamos, Simon – esta vez era Dora quien intervenía – No hace falta que intentes ganar tiempo si precisamente es algo que no nos sobra.

-De acuerdo – asintió Bradley – Crono ha escapado y ha decidido recuperar el poder que le arrebató Zeus, y para ello ha puesto en marcha al resto de dioses liberados y estos, a su vez, han llamado a sus oráculos para que la batalla se libre en la Tierra y no en el mundo de los dioses, donde Zeus y sus seguidores tendrían más posibilidades de vencer.

-¿Por qué tenemos tanta prisa? – Héctor no terminaba de entender lo que les quería decir Bradley.

-Porque los malos nos sacan ventaja – César miró a Bradley para que le confirmara su intuición, y Bradley asintió – Como la vida misma.

-César tiene razón, los oráculos de los dioses de Crono están tomando posiciones desde hace días.

-¿Cómo lo sabes? – preguntó Dora – Quiero decir que no entiendo cómo es posible que Héctor y, bueno, el resto de oráculos de los dioses seguidores de Zeus no hayan sido localizados o convocados antes.

-Cuando Crío me avisó de lo que había ocurrido, vine lo más rápido que pude pero Crío no lo supo hasta que Crono no empezó a actuar y a buscar a su oráculo. Entonces me ordenó que reuniera a mi particular manada.

Los tres chicos se miraron entre ellos un poco confusos. Se suponía que sólo Héctor era un oráculo y que Dora y César eran una simple ayuda en todo aquello.

-¿Una manada de tres? – preguntó César un poco en broma – Pues sí que vamos a impresionar a Crono.

-Los demás están en camino – Bradley seguía hablando en un tono muy solemne – Los oráculos antiguos ya han sido avisados por sus dioses. Han ido en busca de aquellos nuevos oráculos que no han tenido su particular señor Tigerdayle.

-Vale, - Héctor continuó con las preguntas - ¿de camino a dónde?

-A Madrid.

-No jodas – susurró César.

-Entonces no entiendo por qué hemos tenido que venir tan rápido – ahora Héctor se mostraba un poco frustrado, no comprendía nada.

-El oráculo de Crono está en Madrid, y también el de Cibeles, madre de Zeus y esposa de Crono, a quien éste considera una traidora por permitir que su hijo le destronara. Si ambos oráculos están allí, aquel será el ombligo del mundo mientras dure la batalla – Bradley miró directamente a Héctor y a César – Vosotros dos tenéis que bajar al Hades para recuperar el omphalos. Ya os advertí. Los demás tendremos que luchar aquí arriba hasta que vuestra misión sea completada.

-¿No tenemos que llevar a Madrid el omphalos? – preguntó Héctor.

-No lo sé, eso depende de los dioses, serán ellos los que os digan qué hacer cuando lo encontréis.

-Y, ¿ahora qué? – preguntó tímidamente Dora.

-Ahora, - Bradley señaló al desayuno – terminad de comer. No se puede luchar sin haber desayunado.

-Ya se lo dijo Leónidas a sus soldados – dijo Héctor en voz baja.

-Hoy cenaremos en el Infierno… - recordó César.

La venganza del tiempo Libro 1
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