Prólogo

Edynburgh (Edimburgo) Escocia, 1386.

Desperté en sus brazos, sentía el latir de su corazón en la calidez de su pecho, me parecía increíble lo que había hecho pero no me arrepiento, me entregué a él, fui su mujer y me hizo el amor por primera vez. Era virgen y le entregué todo a él, mis besos, mis caricias, mi cuerpo, fui suya y él fue mío, todo lo que hizo fue maravilloso, su placer y el mío fueron uno sólo, me llevó al cielo y ahora estoy de regreso en la tierra, me ha hecho muy feliz.

Lo hicimos a la luz de la luna, teniendo a los astros como testigos, él preparó todo y me halagó en cada detalle, fue tierno y gentil pero a la vez apasionado. Mis caricias en su pecho lo despertaron, su hermosa mirada la dirigió a mí, sonrió al verme, su roce sutil en mi brazo me estremecía de nuevo, acarició mi cara, me acercó a él para besarlo y me estrechó con fuerza. Recordar todo lo pasó, hacía que inconscientemente comenzara a gemir de nuevo, quería más.

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En tres días sería la celebración de nuestro compromiso, sería una fiesta familiar, pronto sería su esposa ante Dios y las leyes, me sentía la mujer más feliz de la tierra. El hombre más hermoso y maravilloso, me había hecho su mujer y pronto sería su esposa, deseaba estar con él toda mi vida y amarlo más allá de eso. Pero el destino decidió lo contrario y la fiesta que debía ser motivo de regocijo se convirtió en ríos de sangre, ante mis ojos me arrebataron lo que más amaba, me quitaron la vida, creí que moriría pero una maldición me alcanzó ofreciéndome todo para vengarme. Lo acepté, ya no tenía vida y no me importó condenar mi alma, pagaría un precio para toda la eternidad.