5

—Las películas que he examinado son fidedignas en términos de lo que he visto —dijo George Diez—. ¿Has terminado con las que seleccioné para ti, Nueve?

—Sí —dijo George Nueve.

Los dos robots estaban sentados muy tiesos, cara a cara, rodilla contra rodilla, como una imagen y su reflejo. El doctor Harriman los hubiera podido distinguir a la primera ojeada, pues estaba familiarizado con las mínimas diferencias en su diseño físico. Y también habría sido capaz de distinguirlos, si bien con menos certeza, aunque no pudiera verlos, con sólo hablar con ellos, pues las respuestas de George Nueve se diferenciarían en sutiles detalles de las que pudieran ofrecer los circuitos mucho más intrincados del cerebro positrónico de George Diez.

—En tal caso —dijo George Diez—, explícame tus reacciones ante lo que voy a decirte. En primer lugar, los seres humanos temen a los robots y desconfían de ellos porque les consideran competidores suyos. ¿Cómo podría evitarse eso?

—Reduciendo la sensación de competencia —dijo George Nueve—, a base de darle al robot una forma distinta de la humana.

—Pero en esencia un robot es una réplica positrónica de la vida. Una réplica de la vida con una forma no asociada a la vida podría causar horror.

—Existen dos millones de especies de formas vivas. Podría imitarse la forma de una de ésas en vez de la de un ser humano.

—¿Cuál de todas esas especies?

Los procesos mentales de George Nueve operaron sin ruido durante unos tres segundos.

—Una lo suficientemente grande para contener un cerebro positrónico pero que no posea asociaciones desagradables para los seres humanos.

—Ninguna forma de vida terrestre posee una caja craneana lo suficientemente grande para contener un cerebro positrónico, a excepción de un elefante, que no he visto, pero que suele describirse como un animal muy grande y, por tanto, temible para el hombre. ¿Cómo resolverías este dilema?

—Imitando una forma de vida no más grande que un hombre pero ampliando la caja craneana.

—Un caballo pequeño, entonces, o un perro grande, ¿no crees? —dijo George Diez—. Tanto los caballos como los perros poseen largas historias de asociación con los seres humanos.

—Entonces, perfecto…

—Pero fíjate bien… Un robot con cerebro positrónico imitaría la inteligencia humana. Un caballo o un perro capaces de hablar y de razonar como un ser humano también representarían una competencia. Los seres humanos tal vez aún desconfiasen más y se sintiesen más indignados ante esa competencia inesperada por parte de lo que consideran una forma de vida inferior.

—Se podría hacer un cerebro positrónico menos complejo y un robot que se aproximase menos a la inteligencia —dijo George Nueve.

—La complejidad del cerebro positrónico depende de las tres leyes. Un cerebro menos complejo no podría dominar plenamente las tres leyes.

—Eso es imposible —dijo en el acto George Nueve.

—Yo también me he encallado al llegar a este punto —dijo George Diez—. Luego no se trata de una peculiaridad personal de mi línea de pensamiento y mi manera de pensar. Comencemos otra vez… ¿Bajo qué condiciones podría resultar innecesaria la tercera ley?

George Nueve se agitó como si se tratase de una pregunta difícil y peligrosa. Pero respondió:

—Si ningún robot se encontrara jamás en una situación peligrosa para él mismo; o si los robots pudieran sustituirse con tanta facilidad que su destrucción no tuviera la menor importancia.

—¿Y bajo qué condiciones podría resultar innecesaria la segunda ley?

George Nueve habló con voz un poco ronca.

—Si el robot estuviera diseñado para responder automáticamente ante ciertos estímulos con unas respuestas fijas y no se esperase nada más de él, de modo que nunca fuera necesario darle órdenes.

—¿Y bajo qué condiciones —George Diez hizo una pausa al llegar aquí— podría resultar innecesaria la primera ley?

George Nueve tardó más en responder y sus palabras salieron en un apagado susurro:

—Si las respuestas predeterminadas fuesen tales que jamás pudieran poner en peligro a un ser humano.

—Imaginemos, entonces, un cerebro positrónico que sólo dirige unas pocas respuestas a determinados estímulos y que puede fabricarse sin problemas y a bajo coste, de modo que no requiera las tres leyes. ¿Qué tamaño debería tener?

—No demasiado grande. Según las respuestas exigidas, podría pesar cien gramos, un gramo, un miligramo.

—Tus reflexiones coinciden con las mías. Iré a ver al doctor Harriman.

Los robots
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