Victoria inintencionada
La nave espacial, por decirlo de algún modo, tenía más agujeros que un colador.
Se suponía que así debía ser. De hecho, ésa era precisamente la idea.
El resultado, por supuesto, era que durante el viaje de Ganímedes a Júpiter el interior de la nave estaba tan lleno como el vacío del espacio que la rodeaba. Y puesto que la nave estaba desprovista también de dispositivos calefactores, aquel vacío del espacio estaba a temperatura normal, es decir a una fracción de grado por encima del cero absoluto.
Eso también estaba de acuerdo con el plan. Esas cosas insignificantes como la ausencia de aire y de calor no fastidiaban en absoluto a nadie dentro de aquella nave en particular.
Los primeros jirones, apenas indistinguibles del espacio, de la atmósfera joviana empezaron a rezumar al interior de la nave a varios centenares de miles de kilómetros por encima de la superficie de Júpiter. Eran prácticamente hidrógeno en su totalidad, aunque quizá un cuidadoso análisis de los gases hubiera podido rastrear también un indicio de helio. Los indicadores de presión empezaron a arrastrarse hacia arriba.
Ese arrastrarse prosiguió a un ritmo acelerado mientras la nave iba descendiendo en una espiral rodeando a Júpiter. Las agujas de los sucesivos indicadores, cada uno de ellos diseñado para presiones progresivamente más altas, empezaron a moverse hasta que alcanzaron las proximidades de un millón o así de atmósferas, donde las cifras perdían la mayor parte de su significado. La temperatura, tal como era registrada por las termocuplas, ascendía lenta y erráticamente, y finalmente se estabilizó aproximadamente a setenta grados centígrados por debajo de cero.
La nave avanzó lentamente hacia el final de su viaje, abriéndose pesadamente camino a través de un laberinto de moléculas gaseosas que se apiñaban tanto entre sí que el propio hidrógeno estaba comprimido casi a la densidad de un líquido. El vapor de amoniaco, extraído de los increíblemente vastos océanos de ese líquido, saturaba la horrible atmósfera. El viento, que se había iniciado un millar y medio de kilómetros más arriba, había ascendido hasta un nivel que la palabra huracán describía muy inadecuadamente. Resultaba evidente, mucho antes de que la nave aterrizara en una isla joviana bastante grande, quizá del tamaño de siete Asías, que Júpiter no era un mundo muy agradable.
Y sin embargo los tres miembros de la tripulación pensaban que sí lo era. Estaban completamente convencidos de ello. Pero los tres miembros de la tripulación no eran exactamente humanos. Y no eran tampoco exactamente jovianos.
Eran simples robots, diseñados en la Tierra para Júpiter.
ZZ Tres dijo:
—Parece que es un lugar más bien desolado.
ZZ Dos se reunió con él y contempló melancólicamente el paisaje azotado por el viento.
—Hay estructuras de algún tipo en la distancia —dijo—, que son obviamente artificiales. Sugiero que aguardemos a que sus habitantes vengan a nosotros.
ZZ Uno escuchaba desde el otro lado de la habitación, pero no respondió. Era el que primero había sido construido de los tres, a un nivel semiexperimental. Consecuentemente, hablaba con un poco menos de frecuencia que sus dos compañeros.
La espera no fue larga. Una nave aérea de extraño diseño pasó por encima de sus cabezas. Siguieron más. Y después una hilera de vehículos de superficie se aproximó, tomó posiciones, y desalojó organismos. Junto con esos organismos iban varios accesorios inanimados que podían ser armas. Algunos de esos accesorios eran acarreados por un solo joviano, algunos por varios, y algunos avanzaban por iniciativa propia, con quizá jovianos dentro.
Los robots no podían decirlo.
ZZ Tres dijo:
—Están a todo nuestro alrededor. El gesto pacífico lógico sería salir fuera, al aire libre. ¿De acuerdo?
Se mostraron de acuerdo, y ZZ Uno abrió la pesada compuerta, que no era doble, es decir, no tenía cámara de aire.
Su aparición por la puerta fue la señal para un excitado agitarse entre los jovianos que les rodeaban. Fueron hechas cosas a varios de los accesorios inanimados más grandes, y ZZ Tres fue consciente de un aumento de temperatura en la superficie externa de su cuerpo de berilio-iridio-bronce.
Lanzó una mirada a ZZ Dos.
—¿Notas esto? Creo que están apuntando energía calorífica hacia nosotros.
ZZ Dos mostró su sorpresa.
—Me pregunto por qué.
—Definitivamente, se trata de un rayo de calor de alguna clase. ¡Mira eso!
Uno de los rayos se había desviado por alguna causa indiscernible de su alineación, y su línea de radiación intersectó un arroyo de burbujeante amoniaco puro…, que muy pronto se puso a hervir furiosamente. ZZ Tres se volvió a ZZ Uno.
—Toma nota de esto, Uno, ¿quieres?
—Por supuesto. —Era en ZZ Uno en quien recaía el rutinario trabajo de secretario, y su método de tomar nota era efectuar una adición mental a la precisa cinta de memoria que albergaba en su interior. Ya había reunido la grabación hora a hora de todos los instrumentos importantes de a bordo de la nave durante el viaje a Júpiter. Añadió contemporizadoramente—: ¿Qué razón debo indicar a esta reacción? A los amos humanos probablemente les gustará saberlo.
—Ninguna razón. O mejor —se corrigió a sí mismo Tres—, ninguna razón aparente. Puedes decir que el máximo de temperatura del rayo era de unos más treinta centígrados.
—¿Debemos intentar comunicarnos? —interrumpió Dos.
—Sería una pérdida de tiempo —dijo Tres—. No puede haber más que unos pocos jovianos que conozcan el código de pulsaciones radio que se ha desarrollado entre Júpiter y Ganímedes. Tendrán que enviar en busca de uno, y cuando llegue, él establecerá inmediatamente contacto. Mientras tanto, dejémosles que observen. No comprendo sus acciones, os lo digo francamente.
Y la comprensión no llegó de inmediato. La radiación calorífica cesó, pero fueron traídos a primera línea otros instrumentos, y puestos en acción. Algunas cápsulas cayeron a los pies de los robots que observaban, con rapidez y fuerza debido a la gravedad de Júpiter. Se abrieron de golpe y vertieron un líquido azul, que formó charcos que fueron empequeñeciéndose rápidamente a causa de la evaporación.
El pesadillesco viento barrió los vapores, y los jovianos se apartaron rápidamente de sus caminos. Uno de ellos fue demasiado lento, se tambaleó locamente, y se derrumbó fláccido.
ZZ Dos se inclinó, metió un dedo en uno de los charcos, y contempló el goteante líquido.
—Creo que es oxígeno —dijo.
—Oxígeno, sí —confirmó Tres—. Esto se vuelve cada vez más extraño. Ésta es evidentemente una práctica peligrosa, puesto que juraría que el oxígeno es peligroso para las criaturas. ¡Una de ellas acaba de morir!
Hubo una pausa, y ZZ Uno, cuya mayor simplicidad le conducía en ocasiones a una línea mucho más rígida de pensamiento, dijo con voz fuerte:
—Es posible que esas extrañas criaturas estén intentando a su manera infantil destruirnos.
Y ZZ Dos, impresionado por la sugerencia, respondió:
—¿Sabes, Uno?, ¡creo que tienes razón!
Se había producido un pequeño interludio en la actividad joviana, y ahora fue traída una nueva estructura. Poseía una esbelta varilla que apuntaba directamente hacia el cielo a través de la impenetrable lobreguez joviana. Se mantenía erguida en aquél increíblemente fuerte viento con una rigidez que indicaba claramente una notable fuerza estructural. De su extremo brotó un crujir y luego un relampaguear que iluminó las profundidades de la atmósfera hasta convertirlas en una neblina gris.
Por un momento los robots se vieron bañados por una persistente radiación, y entonces ZZ Tres dijo pensativamente:
—¡Electricidad de alta tensión! Y con una energía más bien respetable también. Uno, creo que tienes razón. Después de todo, los amos humanos nos han dicho que esas criaturas buscan destruir a toda la humanidad, y unos organismos poseyendo una maldad tan loca como la que les impulsa a pensar en causar daño a un ser humano… —Su voz tembló ante el pensamiento—… es difícil que tengan escrúpulos en intentar destruirnos a nosotros.
—Es una vergüenza poseer unas mentes tan retorcidas —dijo ZZ Uno—. ¡Pobres criaturas!
—Lo considero un pensamiento altamente entristecedor —admitió Dos—. Volvamos a la nave. Ya hemos visto suficiente por ahora.
Eso hicieron, y se instalaron para aguardar. Como había dicho ZZ Tres, Júpiter era un planeta enorme, y era posible que tomara tiempo el que un transporte joviano pudiera traer hasta la nave a un experto en códigos de radio. De todos modos, la paciencia es algo muy fácil para los robots.
De hecho, Júpiter giró tres veces sobre su eje, según el cronómetro, antes de que llegara el experto. La salida y la puesta del sol, de todos modos, no traía por supuesto ninguna diferencia a la completa oscuridad del fondo de una capa de gases con una densidad casi líquida de cinco mil kilómetros de espesor, de modo que uno no podía hablar de día y de noche. Pero de todos modos, ni jovianos ni robots tenían ajustada su visión a las radiaciones de luz, de modo que eso no importaba.
Durante aquel intervalo de treinta horas los jovianos que les rodeaban prosiguieron su ataque con una paciencia y una perseverancia de las que el robot ZZ Uno tomó buena nota mental. La nave fue asaltada con tanta variedad de fuerzas como horas transcurrieron, y los robots observaron atentamente cada uno de los ataques, analizando las armas a medida que las iban reconociendo. No las reconocieron todas.
Pero los amos humanos los habían construido bien. Había tomado quince años construir la nave y los robots, y su elemento más esencial podía ser expresado con una sola frase: una resistencia absoluta. Los ataques se fueron sucediendo inefectivamente, y ni nave ni robots evidenciaron ninguna señal causada por ellos.
ZZ Tres dijo:
—Esta atmósfera es un handicap para ellos, creo. No pueden utilizar disruptores atómicos, puesto que lo único que conseguirían sería desgarrar un agujero en este aire tan denso como una sopa y resultar destruidos ellos mismos a causa de la explosión.
—Tampoco han utilizado explosivos potentes —dijo ZZ Dos—, de lo que podemos alegrarnos. No nos hubieran hecho ningún daño, por supuesto, pero nos hubieran sacudido un poco.
—Los explosivos de alta potencia quedan descartados. No puedes utilizar un explosivo sin expansión de gases, y el gas simplemente no puede expandirse en esta atmósfera.
—Es una buena atmósfera —murmuró Uno—. Me gusta.
Lo cual era lógico, puesto que había sido construido para ella. Los robots ZZ eran los primeros robots fabricados por la Compañía de Robots y Hombres Mecánicos de los Estados Unidos que no eran ligeramente humanos en apariencia. Eran bajos y achaparrados, con su centro de gravedad a menos de treinta centímetros sobre el nivel del suelo. Tenían seis piernas cada uno, gruesas y resistentes, diseñadas para alzar pesos de toneladas en una gravedad de dos veces y media la normal de la Tierra. Sus reflejos eran varias veces superiores a los normales terrestres, para compensar la gravedad. Y estaban compuestos de una aleación de berilio-iridio-bronce que era a toda prueba contra cualquier agente corrosivo conocido, así como contra cualquier agente destructivo conocido hasta el nivel de un disruptor atómico de mil megatones, bajo cualquier condición imaginable.
Para no seguir con más descripciones, eran indestructibles, y tan impresionantemente poderosos que eran los únicos robots jamás construidos a los cuales los roboticistas de la compañía jamás pensaron en grabarles un apodo a base de sus series de números. Un chico brillante sugirió llamarlos Sissy Uno, Dos y Tres…, pero no en voz muy alta, y la sugerencia no volvió a ser repetida nunca.
Las últimas horas de la espera pasaron en una desconcertada discusión acerca de hallar una posible descripción de la apariencia joviana. ZZ Uno había tomado nota de su posesión de tentáculos y de su simetría radial…, y allí se había encallado. Dos y Tres hicieron todo lo posible por ayudarle, pero no lo consiguieron.
—No puedes describir bien nada sin un estándar de referencia —declaró finalmente Tres—. Esas criaturas no son parecidas a nada conocido por mí… Están completamente fuera de los senderos positrónicos de mi cerebro. Es como intentar describirle la luz gamma a un robot no equipado para la recepción de los rayos gamma.
Fue precisamente en aquel momento cuando la andanada de las armas cesó una vez más. Los robots volvieron su atención al exterior de la nave.
Un grupo de jovianos estaba avanzando de una forma curiosamente desigual, pero ni la más atenta observación podía determinar el método exacto de su locomoción. La forma en que usaban sus tentáculos era incierta. A veces los organismos efectuaban unos curiosos movimientos resbaladizos, y entonces avanzaban a gran velocidad, quizá ayudándose en el viento, porque se movían con él.
Los robots salieron para acudir al encuentro de los jovianos, que se detuvieron a tres metros de distancia. Ambos lados permanecieron silenciosos e inmóviles.
—Deben de estar observándonos, pero no sé cómo —dijo ZZ Dos—. ¿Alguno de vosotros ve algún tipo de órgano fotosensitivo?
—No podría decirlo —respondió Tres con un gruñido—. No veo en ellos nada que posea algún sentido.
Hubo un repentino cliquetear metálico entre el grupo joviano, y ZZ Uno dijo satisfecho:
—Es el código de radio. Han traído aquí al experto en comunicaciones.
Así era. El complicado sistema de puntos y rayas que a lo largo de un período de veinticinco años había sido laboriosamente desarrollado por los seres de Júpiter y los terrestres de Ganímedes hasta convertirlo en un notablemente flexible medio de comunicación, estaba siendo puesto finalmente en práctica a corta distancia.
Ahora un joviano permanecía claramente destacado frente a los demás, que se mantenían a una prudente distancia. Era el que estaba hablando. El cliquetear decía:
—¿De dónde venís?
ZZ Tres, como el más avanzado mentalmente, asumió de forma natural el papel de portavoz para el grupo de robots.
—Procedemos del satélite de robots, Ganímedes.
—¿Qué deseáis? —continuó el joviano.
—Información. Hemos venido a estudiar vuestro mundo y llevarnos de vuelta nuestros descubrimientos. Si podemos obtener vuestra cooperación…
El cliqueteo joviano interrumpió:
—¡Debéis ser destruidos!
ZZ Tres hizo una pausa y dijo en un aparte a sus dos compañeros:
—Exactamente la actitud que los amos humanos dijeron que adoptarían. Son muy poco usuales.
Volviendo a su cliqueteo, preguntó simplemente:
—¿Por qué?
Evidentemente, el joviano consideraba algunas preguntas demasiado ofensivas como para ser contestadas.
—Si abandonáis el lugar dentro del próximo período de revolución, seréis perdonados…, hasta el momento en que emerjamos de nuestro mundo para destruir a las sabandijas no jovianas de Ganímedes.
—Me gustaría señalar —dijo Tres— que nosotros, los de Ganímedes y los planetas interiores…
El joviano interrumpió:
—Nuestra astronomía sabe del Sol y de nuestros cuatro satélites. No hay planetas interiores.
Tres concedió de mala gana aquello.
—Nosotros los de Ganímedes, entonces. No tenemos ningún plan de conquistar Júpiter. Venimos preparados a ofrecer amistad. Durante veinticinco años vuestra gente se ha comunicado libremente con los seres humanos de Ganímedes. ¿Hay alguna razón para iniciar una guerra repentina contra los humanos?
—Durante veinticinco años —fue la fría respuesta— supusimos que los habitantes de Ganímedes eran jovianos. Cuando descubrimos que no lo eran, y que habíamos estado tratando con animales inferiores en la escala de la inteligencia joviana, empezamos a tomar medidas para eliminar ese deshonor. —Lenta e intensamente, terminó diciendo—: ¡Aquí en Júpiter no toleraremos la existencia de sabandijas!
El joviano estaba retrocediendo de alguna forma, moviéndose contra el viento, y evidentemente la entrevista había terminado.
Los robots se retiraron al interior de la nave.
ZZ Dos dijo:
—Parece que las cosas están mal, ¿eh? —Pensativo, continuó—: Es como los amos humanos dijeron. Poseen un tremendamente desarrollado complejo de superioridad, combinado con una extrema intolerancia hacia cualquiera o cualquier cosa que entre en conflicto con ese complejo.
—La intolerancia —observó Tres— es la consecuencia natural del complejo. El problema es que su intolerancia tiene dientes. Poseen armas…, y su ciencia es grande.
—Ahora no me sorprende —interrumpió bruscamente ZZ Uno— que fuéramos especialmente instruidos para que prescindiéramos de las órdenes jovianas. ¡Son unos seres horribles, intolerantes, seudosuperiores! —Ansiosamente, con una profunda lealtad y fe robóticas, añadió—: Ningún amo humano podrá ser jamás así.
—Eso, aunque cierto, no tiene nada que ver con lo que estamos tratando —dijo ZZ Tres—. Sigue en pie el hecho de que los amos humanos están en un terrible peligro. Éste es un mundo gigantesco, y esos jovianos son más de un centenar de veces superiores en número y recursos a los humanos de todo el Imperio Terrestre. Si alguna vez pueden desarrollar el campo de fuerza hasta el punto de poder utilizarlo como el casco de una nave, del mismo modo que han hecho ya los amos humanos…, entonces podrán arrasar el sistema a voluntad. Sigue en pie la cuestión de hasta cuán lejos han avanzado en esa dirección, qué otras armas poseen, qué preparativos están tomando, y así. Nuestra función es regresar con esa información, por supuesto, y lo mejor que podemos hacer es decidir nuestro próximo paso.
—Puede resultar difícil —dijo ZZ Dos—. Los jovianos no van a ayudarnos. —Lo cual, en aquel momento, era una observación superflua.
ZZ Tres pensó unos momentos.
—Me parece que lo único que necesitamos es esperar —observó—. Han intentado destruirnos durante treinta horas, y no han tenido éxito. Evidentemente, han hecho todo lo mejor que han podido. Un complejo de superioridad implica siempre la necesidad eterna de guardar las apariencias, y el ultimátum que nos han dado lo prueba en este caso. Nunca van a permitir que nos marchemos si pueden destruirnos. Pero si no nos marchamos, entonces, antes que admitir que no pueden obligarnos a irnos, seguramente pretenderán que están dispuestos, para sus propias finalidades, a obligarnos a que nos quedemos.
Aguardaron una vez más. Pasó el día. La andanada de armas no se reanudó. Los robots no se marcharon. El fanfarrón fue llamado de nuevo. Y los robots se enfrentaron por segunda vez al experto joviano en códigos de radio.
Si los modelos ZZ hubieran estado equipados con sentido del humor, se hubieran divertido enormemente. Tal como eran las cosas, simplemente experimentaron una solemne satisfacción.
El joviano dijo:
—Nuestra decisión ha sido que se os permita permanecer aquí durante un corto período de tiempo, de modo que podáis ver nuestro poder por vosotros mismos. Entonces deberéis regresar a Ganímedes para informar a vuestros compañeros sabandijas del desastroso fin al que se verán inexorablemente abocados dentro de una revolución solar.
ZZ Uno tomó mentalmente nota de que una revolución joviana equivalía a doce años terrestres.
Tres respondió casualmente:
—Gracias. ¿Podemos acompañarte a la ciudad más cercana? Hay muchas cosas que nos gustaría aprender. —Tras pensarlo un momento, añadió—: Nuestra nave no debe ser tocada, por supuesto.
Dijo esto como una petición, no como una amenaza, puesto que ningún modelo ZZ era pendenciero. Toda posibilidad de incluso la más ligera irritación había sido cuidadosamente eliminada en su construcción. Con robots tan tremendamente poderosos como los ZZ, un absoluto buen carácter era algo esencial para la seguridad durante los años de pruebas en la Tierra.
El joviano dijo:
—No estamos interesados en vuestra miserable nave. Ningún joviano se polucionará acercándose a ella. Podéis acompañarnos, pero debéis tener en cuenta no acercaros a más de tres metros de ningún joviano, o seréis instantáneamente destruidos.
—Un tanto engreídos, ¿no creéis? —observó ZZ Dos en un ligero susurro, mientras avanzaban en medio del viento.
La ciudad era un puerto a orillas de un increíble lago de amoniaco. El viento exterior azotaba furioso, alzando espumeantes olas que avanzaban por la líquida superficie con una turbulenta lentitud reforzada por la gravedad. El puerto en sí no era ni grande ni impresionante, y parecía muy evidente que la mayor parte de sus construcciones eran subterráneas.
—¿Cuál es la población de este lugar? —preguntó ZZ Tres.
—Es una pequeña ciudad de diez millones —respondió el joviano.
—Entiendo. Toma nota de eso, Uno.
ZZ Uno lo hizo mecánicamente, y luego se volvió una vez más hacia el lago, que había estado contemplando lleno de fascinación. Tiró del codo de ZZ Tres.
—Oye, ¿supones que tienen peces aquí?
—¿Qué diferencia representa eso?
—Creo que deberíamos averiguarlo. Los amos humanos nos ordenaron averiguar todo lo que pudiéramos. —De los robots, ZZ Uno era el más simple y, en consecuencia, el que tomaba las órdenes de una forma más literal.
ZZ Dos dijo:
—Dejemos que Uno vaya y mire, si quiere. No causará ningún daño el que dejemos que el chico se divierta un poco.
—De acuerdo. No hay ninguna objeción si no pierde su tiempo. No son peces lo que hemos venido a buscar…, pero adelante, Uno.
ZZ Uno se apartó de ellos presa de una gran excitación y bajó rápidamente hasta la playa, metiéndose en el amoniaco con una gran zambullida. Los jovianos observaron atentamente. No habían comprendido nada de la anterior conversación, por supuesto.
El experto en códigos de radio cliqueteó:
—Resulta evidente que vuestro compañero ha decidido abandonar la vida desesperado ante nuestra grandeza.
Sorprendido, ZZ Tres replicó:
—Oh, no, en absoluto. Desea investigar los organismos vivos, si existen, que viven en el amoniaco. —Y, como disculpándose, añadió—: Nuestro amigo es muy curioso a veces, y no es tan brillante como nosotros, aunque ésta es su única desgracia. Nosotros comprendemos esto, e intentamos complacerle siempre que podemos.
Hubo una larga pausa, y el joviano observó:
—Se ahogará.
ZZ Tres respondió, casualmente:
—No hay peligro en ello. Nosotros no nos ahogamos. ¿Podremos entrar en la ciudad tan pronto como regrese?
En aquel momento se produjo un surtidor de líquido a varios cientos de metros en el lago. Brotó violentamente hacia arriba, y luego volvió a caer en una especie de niebla que el viento dispersó. Otro surtidor, y otro, luego una blanca estela de espuma que formó un rastro en dirección a la costa, calmándose gradualmente a medida que se acercaba.
Los dos robots observaron aquello asombrados, y la absoluta falta de movimientos por parte de los jovianos indicó que ellos también estaban observando.
Entonces la cabeza de ZZ Uno rompió la superficie, y avanzó lentamente hacia tierra firme. ¡Pero algo lo seguía! Algún organismo de gigantesco tamaño que no parecía más que colmillos, garras y espinas. Luego vieron que no estaba siguiéndolo por voluntad propia, sino que estaba siendo arrastrado hacia la playa por ZZ Uno. Había en él una significativa flaccidez.
ZZ Uno se acercó casi tímidamente y estableció directamente comunicación. Cliqueteó su mensaje al joviano de una forma ciertamente agitada.
—Lamento terriblemente lo ocurrido, pero la cosa me atacó. Yo estaba simplemente tomando notas de ella. Espero que no sea una criatura valiosa.
No recibió una respuesta inmediata, porque la aparición del monstruo había ocasionado una alocada dispersión de las filas jovianas. Éstos volvieron a reunirse lentamente, y una vez la cautelosa observación demostró que la criatura estaba realmente muerta, se restauró el orden. Algunos de los más valientes aguijonearon cautelosamente el cuerpo para asegurarse.
—Espero que perdonéis a nuestro amigo —dijo ZZ Tres humildemente—. A veces es un poco torpe. No teníamos absolutamente ninguna intención de causar daño a ninguna criatura joviana.
—Me atacó —explicó Uno—. Me mordió sin ninguna provocación. ¡Vedlo! —Y mostró un colmillo de unos buenos sesenta centímetros de largo, terminado en quebrados filos allá donde se había roto—. Se lo rompió clavándolo en mi hombro, y casi dejó una señal. Yo solamente le di un manotazo para apartarlo… y se murió. ¡Lo siento!
Finalmente el joviano habló, y el cliquetear de su código fue más bien titubeante.
—Es una criatura salvaje, que raramente se encuentra tan cerca de la orilla, pero el lago es profundo precisamente aquí.
ZZ Tres dijo, aún ansiosamente:
—Si podéis utilizar su carne, nos sentiremos felices de…
—No. Podemos obtener nuestra comida por nosotros mismos sin la ayuda de sab…, sin la ayuda de nadie. Comedio vosotros.
Ante lo cual ZZ Uno alzó a la criatura y la arrojó de nuevo al mar, con un fácil movimiento de un brazo. ZZ Tres dijo casualmente:
—Gracias por vuestro amable ofrecimiento, pero nosotros no utilizamos la comida. Quiero decir que no comemos, por supuesto.
Escoltados por unos doscientos jovianos armados, los robots descendieron por una serie de rampas a la ciudad subterránea. Si en la superficie la ciudad había parecido pequeña y en absoluto impresionante, abajo tenía la apariencia de una enorme megalópolis.
Montaron en vehículos de superficie que eran manejados por control remoto —puesto que ningún honesto joviano que se respetara a sí mismo arriesgaría su superioridad subiendo al mismo vehículo que una sabandija—, y conducidos a una respetable velocidad hasta el centro de la ciudad. Vieron lo suficiente de ella como para decidir que se extendía unos ochenta kilómetros de extremo a extremo, y se hundía en la corteza joviana al menos unos doce kilómetros.
ZZ Dos no sonó feliz cuando dijo:
—Si esto es un ejemplo del desarrollo joviano, entonces no vamos a poder presentar un informe esperanzador a nuestros amos humanos. Después de todo, aterrizamos en la enorme superficie de Júpiter al azar, con una posibilidad sobre mil de hacerlo cerca de un centro de población realmente importante. Esto debe ser, como dice el experto en códigos, simplemente una ciudad.
—Diez millones de jovianos —dijo ZZ Tres, abstraído—. La población total debe de ser de trillones, lo cual es una cifra alta, muy alta, incluso para Júpiter. Probablemente posean una civilización completamente urbana, lo cual quiere decir que su desarrollo científico debe de ser tremendo. Si poseen campos de fuerza…
ZZ Tres no poseía cuello, debido a que para conseguir una mayor resistencia las cabezas de los modelos ZZ estaban encajadas firmemente en el torso, con los delicados cerebros positrónicos protegidos por tres capas independientes de aleación de iridio de casi tres centímetros de grosor. Pero si hubiera tenido, hubiera agitado tristemente la cabeza.
Ahora se habían detenido en un espacio despejado. A todo su alrededor podían ver avenidas y estructuras llenas de jovianos, tan curiosos como cualquier multitud terrestre ante semejantes circunstancias.
El experto en códigos se acercó.
—Es el momento de retirarme hasta el próximo período de actividad —dijo—. Hemos ido hasta tan lejos como preparar alojamientos para vosotros, con gran trabajo, por supuesto, ya que las estructuras han debido ser demolidas y reedificadas. De todos modos, podréis dormir durante un cierto tiempo.
ZZ Tres agitó un modesto brazo y cliqueteó:
—Os damos las gracias, pero no teníais que haberos molestado. No nos importa quedarnos aquí mismo. Si vosotros deseáis dormir y descansar, hacedlo a vuestra comodidad. Nosotros os esperaremos. Porque nosotros —lo dijo casualmente— no dormimos.
El joviano no respondió nada, aunque si hubiera tenido rostro, su expresión hubiera debido ser interesante. Se marchó, y los robots se quedaron en el vehículo, con patrullas de bien armados jovianos, frecuentemente reemplazados, rodeándolos como guardianes.
Pasaron horas antes de que los guardias se apartaran para dejar paso al experto en códigos que regresaba. Junto con él iban otros jovianos, a los que presentó.
—Conmigo están dos oficiales del gobierno central que han consentido graciosamente en hablar con vosotros.
Uno de los oficiales conocía evidentemente el código, puesto que su cliqueteo interrumpió secamente al experto en códigos. Se dirigió a los robots:
—¡Sabandijas! Emerged del vehículo para que podamos veros.
Los robots se apresuraron a obedecer, y mientras ZZ Tres y ZZ Dos saltaban por el lado derecho del vehículo, ZZ Uno atravesó el lado izquierdo. La palabra «atravesó» es utilizada aquí literalmente, puesto que olvidó accionar el mecanismo que hacía descender una sección del lado de modo que ZZ Uno pudiera salir, y se llevó por delante aquel lado, más dos ruedas, y todo un eje. El vehículo se desmoronó, y ZZ Uno se quedó mirando los restos en medio de un embarazado silencio.
Finalmente, cliqueteó con timidez:
—Oh, lo siento tanto. Espero que no fuera un vehículo muy caro.
ZZ Dos añadió, disculpándose:
—Nuestro compañero es a menudo torpe. Debéis perdonarle.
Y ZZ Tres hizo un voluntarioso intento de arreglar de nuevo el vehículo.
ZZ Uno hizo otro esfuerzo por disculparse.
—El material del vehículo era más bien poco resistente. ¿Lo ven? —Alzó un trozo de quizá un metro cuadrado de plancha de plástico endurecido de ocho centímetros de grueso con ambas manos, y efectuó sobre ella una ligera presión. La plancha se partió instantáneamente en dos—. Claro que yo hubiera debido ser un poco más cuidadoso —reconoció.
El oficial del gobierno joviano dijo, aunque de una forma ligeramente menos seca:
—De todos modos el vehículo hubiera sido destruido, después de haberse visto contaminado por vuestra presencia. —Hizo una pausa y luego añadió—: ¡Criaturas! Nosotros los jovianos carecemos de la vulgar curiosidad relativa a los animales inferiores, pero nuestros científicos buscan hechos.
—Estamos completamente de acuerdo contigo —respondió alegremente ZZ Tres—. Nosotros también.
El joviano lo ignoró.
—Aparentemente, vosotros carecéis de órgano masasensitivo. ¿Cómo sois conscientes de los objetos distantes?
ZZ Tres se mostró interesado.
—¿Quieres decir que tu gente es directamente sensitiva a la masa?
—No estoy aquí para responder a vuestras preguntas…, vuestras temerarias preguntas… acerca de nosotros.
—Entonces supondré que los objetos de baja masa específica son transparentes para vosotros, incluso en ausencia de radiaciones. —Se volvió hacia ZZ Dos—. Así es como ven. Su atmósfera es tan transparente para ellos como el espacio para nosotros.
El cliqueteo joviano se reanudó:
—Responderéis a mi primera pregunta inmediatamente, o mi paciencia se agotará y ordenaré que seáis destruidos.
ZZ Tres replicó inmediatamente:
—Somos energisensitivos, joviano. Podemos ajustamos a voluntad a toda la escala electromagnética. En este momento, nuestra visión a larga distancia es debida a la radiación de radio-ondas que nosotros mismos emitimos, y a corta distancia vemos mediante… —Hizo una pausa, y le preguntó a Dos—: ¿Existe alguna palabra código para los rayos gamma?
—No que yo sepa —respondió Dos.
ZZ Tres continuó, dirigiéndose al joviano:
—A corta distancia vemos a través de otra radiación para la cual no existe ninguna palabra código.
—¿De qué está compuesto vuestro cuerpo? —preguntó el joviano.
ZZ Dos susurró:
—Probablemente lo pregunta porque su masa-sensibilidad no puede penetrar más allá de nuestra piel. Alta densidad, ya sabes. ¿Debemos decírselo?
ZZ Tres respondió, inseguro:
—Nuestros amos humanos no nos dijeron específicamente que guardáramos ningún secreto. —Y en código de radio, añadió, dirigiéndose al joviano—: Estamos compuestos principalmente por iridio. En cuanto al resto, cobre, estaño, un poco de berilio, y un montón de otras sustancias.
Los jovianos retrocedieron, y por el impreciso agitar de distintas porciones de sus absolutamente indescriptibles cuerpos dieron la impresión de estar discutiendo animadamente, aunque no emitían ningún sonido.
Y luego el oficial volvió:
—¡Seres de Ganímedes! Ha sido decidido que os mostraremos algunas de nuestras fábricas para que podáis comprobar algunos de nuestros grandes logros. Luego os permitiremos regresar a fin de que podáis difundir la desesperación entre el resto de sabandijas…, los demás seres del mundo exterior.
ZZ Tres le dijo a ZZ Dos:
—Observa el efecto de su psicología. Deben martillar constantemente su superioridad. Ante todo guardar las apariencias. —Y en el código de radio, añadió—: Os agradecemos esta oportunidad.
Pero ese guardar las apariencias era algo eficiente, como comprobaron pronto los robots. La demostración se convirtió en un tour, y el tour en una Gran Exhibición. Los jovianos les mostraron todo, les explicaron todo, respondieron ansiosamente a todas las preguntas, y ZZ Uno tomó centenares de desesperadas notas.
El potencial bélico de aquella ciudad calificada como poco importante era varias veces mayor que el de todo Ganímedes. Diez ciudades como aquélla se pondrían por delante de todo el Imperio Terrestre. Y diez ciudades como aquélla no debían de ser más que el filo de una uña de toda la fuerza que Júpiter era capaz de desplegar en su conjunto.
ZZ Tres se volvió cuando ZZ Uno le dio un codazo.
—¿Qué ocurre?
ZZ Uno dijo seriamente:
—Si poseen campos de fuerza, los amos humanos están perdidos, ¿no crees?
—Me temo que sí. ¿Por qué lo preguntas?
—Porque los jovianos no están enseñándonos el ala derecha de este centro de producción. Puede que allí estén desarrollando los campos de fuerza. Es posible que deseen mantener el secreto. Deberíamos descubrirlo. Es lo más importante, ya sabes.
ZZ Tres miró sombríamente a ZZ Uno.
—Puede que tengas razón. No sirve de nada ignorar las cosas.
Estaban ahora en una enorme fundición, observando cómo eran producidas vigas de aleación de acero al silicio resistentes al amoniaco, de treinta metros de largo, a razón de veinte por segundo. ZZ Tres preguntó suavemente:
—¿Qué contiene esa otra ala?
El oficial del gobierno preguntó a los encargados del centro de producción, y explicó:
—Ésa es la sección de altas temperaturas. Algunos procesos requieren altas temperaturas que la vida no puede soportar, de modo que deben ser controlados remotamente.
Abrió camino hacia una división a través de la cual podía sentirse el calor, e indicó una pequeña área redonda de material transparente. Había una hilera de ellas, a través de las cuales la brumosa luz roja de hileras de resplandecientes fraguas era visible a través de la densa atmósfera.
ZZ Uno clavó una mirada suspicaz en el joviano y cliqueteó:
—¿Te importaría que entrara ahí y echara un vistazo? Estoy muy interesado en todo esto.
—Te estás comportando de una forma infantil, Uno —dijo ZZ Tres—. Están diciendo la verdad. Oh, está bien, mete la nariz donde quieras si crees que es necesario. Pero no te entretengas mucho; tenemos que ir rápidos.
El joviano dijo:
—No habéis comprendido la temperatura que hay ahí dentro. Vuestro compañero va a morir.
—Oh, no —respondió ZZ Uno casualmente—. La temperatura no es ningún problema para nosotros.
Hubo una conferencia joviana, y luego una escena de agitada confusión cuando la vida del centro se vio paralizada por aquella emergencia poco habitual. Se dispusieron paneles de material absorbente del calor, y luego se abrió una puerta, una puerta que nunca había girado sobre sus goznes cuando las fraguas estaban en funcionamiento. ZZ Uno entró y la puerta se cerró tras él. Los oficiales jovianos se apiñaron tras las áreas transparentes para observar.
ZZ Uno se dirigió a la fragua más cercana y palpó su exterior. Como era demasiado bajo para mirar cómodamente dentro de ella, inclinó la fragua hasta que el metal fundido lamió el borde del contenedor. Lo miró con curiosidad, luego metió su mano en él y lo agitó un momento para comprobar su consistencia. Hecho esto, retiró su mano, la agitó para desembarazarse de las ardientes gotitas metálicas que habían quedado prendidas en ella, y secó el resto en una de sus seis piernas. Recorrió lentamente la hilera de fraguas, luego hizo señas de que deseaba salir.
Los jovianos se retiraron a una gran distancia cuando salió por la puerta, y lanzaron un fuerte chorro de amoniaco contra él, que silbó, burbujeó y humeó hasta que la temperatura de su cuerpo volvió a unos límites tolerables.
ZZ Uno ignoró la ducha de amoniaco y dijo:
—Decían la verdad. No hay campos de fuerza.
—¿Te das cuenta…? —empezó ZZ Tres.
Pero ZZ Uno interrumpió impacientemente:
—No sirve de nada entretenernos. Los amos humanos nos dieron instrucciones de que averiguáramos todo lo posible, y eso es lo que debemos hacer.
Se volvió hacia el joviano y cliqueteó, sin la menor vacilación:
—Escucha, ¿habéis desarrollado los jovianos campos de fuerza?
La brusquedad era, por supuesto, una de las consecuencias naturales de los menos desarrollados poderes mentales de ZZ Uno. ZZ Dos y ZZ Tres sabían aquello, de modo que contuvieron sus deseos de reprocharle aquella observación.
El oficial joviano se relajó lentamente de su extrañamente rígida actitud, que de alguna forma había dado la impresión de que no dejaba de mirar estúpidamente a una de las manos de ZZ Uno… la que se había metido en el metal fundido. Lentamente, el joviano dijo:
—¿Campos de fuerza? Entonces, ¿eso es lo que más os interesa?
—Sí —dijo enfáticamente ZZ Uno.
Hubo un repentino y patente aumento de la confianza por parte joviana, puesto que el cliquetear se hizo más enérgico:
—¡Entonces ven, sabandija!
Lo cual hizo que ZZ Tres dijera a ZZ Dos:
—¿Te das cuenta? Somos de nuevo sabandijas…, lo cual suena como si nos aguardaran malas noticias.
Y ZZ Dos admitió aquello sombríamente.
Ahora fueron conducidos al borde mismo de la ciudad, a una zona que los terrestres hubieran denominado los suburbios, y penetraron en una serie de estructuras muy integradas entre sí, que en la Tierra hubieran correspondido vagamente a una universidad.
No hubo explicaciones, sin embargo, y nadie las pidió tampoco. El oficial joviano abrió camino rápidamente, y los robots lo siguieron con la hosca convicción de que les esperaba lo peor.
Fue ZZ Uno quien se detuvo delante de una sección de pared abierta cuando los demás ya habían pasado.
—¿Qué es esto? —quiso saber.
La habitación estaba equipada con bancos estrechos y bajos, a lo largo de los cuales unos jovianos manipulaban hileras de extraños dispositivos, compuestos principalmente por potentes electroimanes de tres centímetros de ancho.
—¿Qué es esto? —preguntó ZZ Uno de nuevo.
El joviano se volvió y mostró su impaciencia.
—Es un laboratorio de investigación biológica para estudiantes. No hay nada aquí que te interese.
—Pero ¿qué es lo que están haciendo?
—Están estudiando la vida microscópica. ¿No has visto nunca un microscopio?
ZZ Tres interrumpió, explicando:
—Sí lo ha visto, pero no de este tipo. Nuestros microscopios están diseñados para organismos energisensitivos y actúan por refracción de la energía radiante. Evidentemente vuestros microscopios actúan sobre una base de masa-expansión. Realmente ingenioso.
ZZ Uno preguntó:
—¿Puedo inspeccionar algunos de vuestros especímenes?
—¿De qué os va a servir? No podéis utilizar nuestros microscopios debido a vuestras limitaciones sensoriales, y lo único que hará eso será obligarnos a descartar todos estos especímenes por el hecho de que os hayáis acercado a ellos sin ninguna razón justificable.
—Pero yo no necesito ningún microscopio —explicó ZZ Uno, sorprendido—. No me cuesta nada ajustarme yo mismo a visión microscópica.
Se dirigió al banco más cercano, mientras los estudiantes en la habitación se apiñaban en el rincón más alejado en un intento de evitar la contaminación. ZZ Uno apartó a un lado el microscopio e inspeccionó atentamente la muestra. Retrocedió, desconcertado, luego examinó otra…, y una tercera…, y una cuarta.
Regresó y se dirigió al joviano.
—Se supone que todas están vivas, ¿no? Quiero decir, esas pequeñas cositas parecidas a gusanos.
—Por supuesto —dijo el joviano.
—Es extraño…, ¡cuando las miro, mueren!
Tres lanzó una repentina exclamación y dijo a sus dos compañeros:
—Hemos olvidado nuestra radiación de rayos gamma. Salgamos de aquí, Uno, o mataremos a toda la vida microscópica de esta habitación.
Se volvió hacia el joviano.
—Me temo que nuestra presencia es fatal a las formas de vida más débiles. Será mejor que nos vayamos. Esperamos que los especímenes no sean difíciles de reemplazar. Y, ahora que pienso en ello, será mejor que no permanezcáis demasiado cerca de nosotros, o nuestras radiaciones pueden afectaros perjudicialmente. Supongo que seguís sintiéndoos bien, ¿verdad? —preguntó.
El joviano siguió su camino en un orgulloso silencio, pero fue fácil advertir que desde aquel momento dobló la distancia que los separaba de ellos.
No fue dicho nada más hasta que los robots se hallaron en una enorme estancia. En su centro había varios enormes lingotes metálicos suspendidos en medio del aire —es decir, para ser más precisos, flotando sin ningún soporte visible—, desafiando la enorme gravedad joviana.
El joviano cliqueteó:
—Éste es nuestro campo de fuerza en su forma definitiva, tal como ha sido perfeccionado recientemente. Dentro de esa burbuja ha sido practicado el vacío, de tal modo que soporta todo el peso de nuestra atmósfera más una cantidad de metal equivalente a dos naves espaciales grandes. ¿Qué es lo que decís a eso?
—Que el viaje espacial es ahora una posibilidad para vosotros —dijo ZZ Tres.
—Exactamente. Ningún metal ni plástico tiene la fuerza suficiente como para contener nuestra atmósfera contra un vacío, pero un campo de fuerza sí puede… y la burbuja de un campo de fuerza será nuestra nave espacial. Dentro de este mismo año las estaremos fabricando por cientos de miles. Entonces caeremos en enjambre sobre Ganímedes para destruir a las sabandijas que se autotitulan inteligentes y que intentan disputarnos el dominio del universo.
—Los seres humanos de Ganímedes nunca han intentado… —empezó a decir ZZ Tres, ligeramente ultrajado.
—¡Silencio! —Restalló el joviano—. Ahora regresad y decidles lo que habéis visto. Sus propios débiles campos de fuerza…, como el que equipa vuestra nave…, no resistirán contra los nuestros, porque nuestras naves más pequeñas poseerán cientos de veces el tamaño y la fuerza de las vuestras.
ZZ Tres dijo:
—Entonces no hay nada más que podamos hacer aquí, y regresaremos, como tú dices, con la información. Si puedes llevarnos de vuelta a nuestra nave, os diremos adiós. Pero incidentalmente, sólo a título de información, hay algo que parece que vosotros no habéis comprendido. Los humanos de Ganímedes tienen campos de fuerza, por supuesto, pero nuestra nave en particular no está equipada con uno de ellos. No lo necesitamos.
El robot se volvió e hizo un gesto a sus compañeros para que le siguieran. Por un momento ninguno habló, luego ZZ Uno murmuró afligidamente:
—¿No podemos intentar destruir este lugar?
—No servirá de nada —dijo ZZ Tres—. Nos superan en número. Es inútil. En una década terrestre los amos humanos habrán desaparecido. Es imposible resistirse a Júpiter. Son demasiado poderosos. Mientras los jovianos permanecieron atados a su superficie, los humanos estuvieron a salvo. Pero ahora que poseen campos de fuerza… Todo lo que podemos hacer es comunicar la noticia. Preparando algunos escondites, unos cuantos podrán sobrevivir, al menos durante un tiempo.
La ciudad estaba detrás de ellos. Habían salido a la gran llanura junto al lago, y su nave era un punto oscuro en el horizonte, cuando el joviano dijo de pronto:
—Criaturas, ¿decís que no lleváis con vosotros ningún campo de fuerza?
ZZ Tres respondió, sin el menor interés:
—No lo necesitamos.
—Entonces, ¿cómo resiste vuestra nave el vacío del espacio sin estallar a causa de la presión atmosférica interna? —Y agitó un tentáculo en un mudo gesto hacia la atmósfera joviana que gravitaba sobre ellos con una fuerza de un millón de kilogramos por centímetro cuadrado.
—Bueno —explicó ZZ Tres—, eso es simple. Nuestra nave no contiene atmósfera interna. La presión interior y exterior siempre están equilibradas.
—¿Incluso en el espacio? ¿El vacío en vuestra nave? ¡Estáis mintiendo!
—Puedes inspeccionar nuestra nave si lo deseas. No hay ningún campo de fuerza, y no es hermética. ¿Qué tiene eso de maravilloso? Nosotros no respiramos. Nuestra energía la obtenemos directamente de la fuerza atómica. La presencia o la ausencia de presión de aire constituye muy poca diferencia para nosotros, y nos sentimos completamente cómodos en el vacío más absoluto.
—¡Pero el cero absoluto!
—No nos afecta. Regulamos nuestro propio calor. No nos afectan las temperaturas externas. —Hizo una pausa—. Bien, podemos volver por nosotros mismos a la nave. Adiós. Transmitiremos a los humanos de Ganímedes vuestro mensaje… ¡Guerra a muerte!
Pero el joviano dijo:
—Esperad. Vuelvo dentro de un momento.
Se dio la vuelta, y se dirigió a la ciudad.
Los robots se lo quedaron mirando, y luego aguardaron en silencio.
Pasaron tres horas antes de que regresara, y cuando lo hizo, estaba prácticamente sin aliento. Se detuvo a los habituales tres metros de los robots, pero luego siguió acercándose a ellos de una forma curiosamente arrastrante. No habló hasta que su piel gris parecida al caucho estuvo casi tocándoles, y entonces sonó el código de radio, humilde y respetuoso.
—Honorables señores, me he puesto en contacto con el jefe de nuestro gobierno central, que conoce ahora todos los hechos, y puedo aseguraros que lo único que Júpiter desea es la paz.
—¿Perdón? —preguntó ZZ Tres, sin comprender.
El joviano se apresuró a explicar:
—Estamos dispuestos a reanudar nuestras comunicaciones con Ganímedes, y nos complace garantizar que no efectuaremos ningún intento de aventurarnos en el espacio. Nuestro campo de fuerza será usado únicamente en la superficie joviana.
—Pero… —empezó ZZ Tres.
—Nuestro gobierno se sentirá complacido de recibir a cualquier otro representante que los honorables hermanos humanos de Ganímedes deseen enviar. Si vuestras señorías condescienden ahora en aceptar la paz…
Un escamoso tentáculo se tendió hacia ellos, y ZZ Tres, completamente desconcertado, lo agarró. ZZ Dos y ZZ Uno hicieron lo mismo cuando otros dos tentáculos se tendieron hacia ellos.
El joviano dijo solemnemente:
—Esto sella una paz eterna entre Júpiter y Ganímedes.
La nave espacial con más agujeros que un colador estaba de nuevo en el espacio. La presión y la temperatura habían descendido de nuevo a cero, y los robots contemplaban el enorme globo de Júpiter que iba reduciendo lentamente su tamaño.
—Eran definitivamente sinceros —dijo ZZ Dos—, y eso es muy halagador, pero no acabo de comprender su cambio de actitud.
—Creo —observó ZZ Uno— que los jovianos recobraron el buen sentido justo a tiempo, y se dieron cuenta de la increíble maldad que sería causar daño a un amo humano. Es natural.
ZZ Tres suspiró y dijo:
—Mira, se trata simplemente de un asunto de psicología. Esos jovianos poseían un complejo de superioridad de un kilómetro de grueso y, cuando vieron que no podían destruirnos, lo único que podían hacer era guardar las apariencias. Todas sus exhibiciones, todas sus explicaciones, no eran más que una forma de bravata, destinada a impresionarnos y situarnos en el estado adecuado de humillación ante su poder y superioridad.
—Entiendo todo eso —interrumpió ZZ Dos—, pero…
—Pero las cosas funcionaron por caminos insospechados —prosiguió Tres—. Todo lo que hicieron fue comprobar que nosotros éramos más fuertes que ellos, que no nos ahogábamos, que no necesitábamos comer ni dormir, que el metal fundido no nos afectaba. Incluso nuestra propia presencia era fatal para la vida joviana. Nuestro último gran golpe fue el campo de fuerza. Y cuando descubrieron que nosotros no lo necesitábamos en absoluto, y podíamos vivir en el espacio a una temperatura de cero absoluto, se desmoronaron. —Hizo una pausa, y añadió filosóficamente—: Cuando un complejo de superioridad como el suyo se desmorona, se desmorona de arriba a abajo.
Los otros dos pensaron en aquello, y luego ZZ Dos dijo:
—Pero sigue sin tener sentido. ¿Por qué debería preocuparles lo que nosotros podamos o no podamos hacer? Solamente somos robots. No somos aquéllos con los que tienen que luchar.
—Ése es precisamente el punto crucial, Dos —dijo suavemente ZZ Tres—. No fue hasta que hubimos abandonado Júpiter que pensé en ello. ¿Te das cuenta? Por simple omisión, y de una forma completamente no intencionada, olvidamos decirles que nosotros éramos simplemente unos robots.
—Ellos nunca nos lo preguntaron —dijo ZZ Uno.
—Exactamente. ¡De modo que pensaron que éramos seres humanos, y que todos los demás seres humanos eran como nosotros! —Miró una vez más a Júpiter, pensativamente, y añadió—: ¡No es extraño que decidieran desistir!