8. Suben las apuestas

Francia y Rusia.

El Tratado de Utrech no resolvió en modo alguno la situación en América del Norte ni introdujo una división estable del botín entre Inglaterra y Francia. En primer lugar, en ninguna parte se establecieron fronteras claras. Sencillamente, no se conocía lo suficiente el continente para permitir fijar tales fronteras. Quedaba abundante espacio para disputar y mucho terreno para nuevos choques.

Además, era evidente que Francia no tenía intención de aceptar como permanentes sus pérdidas en la guerra de la reina Ana, sino que hacía preparativos para otra lucha en la que, quizá, pudiese lograr un resultado afortunado.

Inmediatamente al nordeste de Nueva Escocia, por ejemplo, separada por un estrecho tan angosto que prácticamente forma parte de la tierra firme, está la isla de cabo Breton. Siguió siendo de Francia, aunque ésta había perdido Nueva Escocia. Tan pronto como se firmó el Tratado de Utrecht, Francia empezó a construir un puesto fortificado en la punta más oriental de la isla de cabo Breton y se lo llamó Louisbourg, en honor al anciano Luis XIV (quien moriría en 1715, dos años y medio después del fin de la guerra, tras un reinado de setenta y dos años). Se fortificó a Louisbourg cada vez más, y era claro que los franceses querían que dominase la desembocadura del San Lorenzo, para impedir las expediciones río arriba, hasta Québec. Además podía servir como base para efectuar incursiones al Sur, contra Nueva Escocia y Nueva Inglaterra.

Y la fortificación del puesto de Louisbourg no fue el único modo como los franceses estaban elevando las apuestas. Durante toda la guerra de la reina Ana habían extendido constantemente su dominio sobre el interior del continente y convertido en realidad la visión de La Salle.

El comienzo de esa tarea lo realizó Pierre le Moyne, señor de Iberville, quien había actuado en la guerra del rey Guillermo. Fue él, en efecto, quien condujo la partida que saqueó a Schenectady en 1690. Terminada la guerra él y su hermano, Jean Baptiste le Moyne, señor de Bienville, fueron encargados del desarrollo del Mississippi inferior.

En 1698 exploraron el delta del Mississippi, y luego, en 1699, fundaron la primera colonia francesa de la costa del golfo, a unos 100 kilómetros al oeste del río, cerca de la actual ciudad de Biloxi. Iberville murió en 1706, pero su hermano siguió la labor.

En 1710 fue fundada Mobile, a 80 kilómetros aun más al Oeste, y luego, en 1716, se creó Natchez, a 420 kilómetros aguas arriba del río Mississippi. Finalmente, Nueva Orleans fue fundada en 1718, a unos 115 kilómetros de la desembocadura del río. Floreció y en 1722 fue convertida en la capital de toda la vasta Lusiana.

La dominación francesa en el Mississippi superior y en la región de los Grandes Lagos también fue reforzada. En Detroit, entre el lago Huron y el lago Erie, se creó una colonia, en 1701, por Antoine de la Mothe Cadillac. En rápida sucesión fueron fundadas Kaskaskia y Cahokia en lo que es hoy Illinois y (en 1705) Vincennes en lo que es ahora Indiana. En verdad se creó toda una cadena de fuertes en la extensión que va de los Grandes Lagos al golfo.

Todo esto los franceses lo hicieron sin hallar serios obstáculos por parte de otros europeos. Los españoles estaban desolados. En 1698, tan pronto como la expedición de Iberville empezó a explorar el Delta, los españoles fundaron una colonia en Pensacola, sobre la costa del golfo, en un intento de bloquear la expansión francesa hacia la Florida. En 1718 fundaron San Antonio de Texas, para impedir su expansión hacia México. Los indios del Sudeste impidieron a los franceses alejarse demasiado al este del Mississippi inferior.

Pero la potencia española en la Florida fue destruida por las incursiones de Carolina durante la guerra de la reina Ana, y los indios quedaron debilitados por sus guerras contra los colonos ingleses.

En general, los franceses se expandieron constantemente, de modo que, después de la guerra de la reina Ana, mientras Inglaterra obtenía las heladas costas de la bahía de Hudson y la península de Nueva Escocia, Francia consolidaba su dominación sobre más de dos millones y medio de kilómetros cuadrados del interior, una extensión de fuerza y riqueza potenciales incalculables. Las apuestas se habían elevado, en verdad.

Y mientras ocurría esto, otra nación entraba en la carrera por la conquista de tierras en América del Norte, pero en una zona muy diferente.

En los dos siglos que siguieron a los viajes de Colón, la línea costera de las Américas fue explorada y representada en mapas del Este, desde la bahía de Hudson en el extremo norte hasta la punta de Sudamérica en el extremo sur. En el Oeste, la exploración había seguido la línea costera desde la punta de Sudamérica hasta más allá de la costa de California.

Por grandes que fueran las regiones todavía desconocidas del interior de los dos continentes, sólo en el noroeste de América del Norte la línea costera todavía era desconocida. Fue por esa región noroccidental por donde los primeros seres humanos entraron en las Américas muchos miles de años antes, y por la misma ruta entró ahora una nación europea. Esa nación europea era Rusia.

Los rusos vivían en la gran llanura oriental de Europa, entre el mar Báltico y el mar Negro. En el siglo XIII cayeron bajo la dominación de los mongoles y tártaros, y sólo siglo y medio más tarde empezaron a liberarse partes de Rusia.

En 1380 el gobernante de la región que rodeaba a la ciudad de Moscú (región llamada Moscovia en Occidente) derrotó a los dominadores tártaros en batalla. Aunque esto no puso fin a la dominación tártara, hizo de Moscovia la conductora del sentimiento nacional ruso. Bajo una serie de gobernantes fuertes, Moscovia se expandió. En 1478 Iván III se anexó las vastas regiones casi vacías de tierras boscosas del Norte, con lo que ya podemos hablar de Rusia, en vez de Moscovia. Luego, en 1552, su nieto, Iván IV infligió la derrota final a los tártaros y se anexó una gran región al Este, hacia el mar Caspio.

Durante el reinado de Iván IV los comerciantes en pieles rusos, por su cuenta y sin respaldo del gobierno, penetraron en el Este, más allá de la región controlada por las fuerzas rusas. Avanzaron cada vez más lejos, mientras el control gubernamental ruso se desplazaba penosamente tras ellos. En 1581 cruzaron los Urales y se sumergieron en los bosques sin caminos de Siberia. En 1640 aventureros rusos estaban en las costas del océano Pacífico, bien al norte de China.

Puesto que el océano impedía su avance, empezaron a dirigirse hacia el Sur, a tierras más cálidas, lo cual significó un choque inevitable con China. Los rusos, a 10.000 kilómetros del centro de su poder, no podían enfrentarse con los chinos y en 1689 tuvieron que firmar el Tratado de Nerchinsk, que ponía firmes límites a su avance hacia el Sur.

Mas para entonces Rusia había hallado su destino. En 1682 un niño de diez años subió al trono con el nombre de Pedro I. Creció hasta convertirse en un notable gigante de más de dos metros y diez centímetros que era medio monstruo y medio prodigio. Bajo su reinado, Rusia entró en la corriente principal de la historia europea. Pedro hizo todo lo posible por introducir técnicas occidentales en una Rusia letárgica e inerte, por la mera fuerza abrumadora de su propio empuje. Logró en 1709 (mientras se libraba la guerra de la reina Ana en Norteamérica) derrotar a Carlos XII, el rey de Suecia medio loco y medio genio militar, y frenar a los turcos en el lejano Sur.

Seguro por el Oeste, los ojos de Pedro se volvieron hacia el Lejano Oriente. Todavía no estaba en condiciones de desafiar a la potencia china y fue bloqueado al sur de sus vastos dominios siberianos. Esto fue una razón más para que Rusia avanzase en otras direcciones: al Este y cada vez más al Este.

En 1724 Pedro nombró a Vitus Jonassen Bering, un marino danés al servicio de Rusia, jefe de una expedición al lejano este siberiano para establecer si había una conexión terrestre con América del Norte.

Pedro murió al año siguiente, pero Bering prosiguió la exploración con el apoyo de la viuda de Pedro, quien ahora gobernó con el nombre de Catalina I. En Kamchatka, una gran península que sobresale pronunciadamente hacia el Sur en Siberia oriental, construyó barcos e inició una exploración marina que terminó con el descubrimiento, en 1728, de que allí Siberia llegaba a su fin y de que estaba separada por el mar de América del Norte.

Esa separación oceánica, ahora llamada estrecho de Bering en su honor, no es ancha y no constituye una barrera para el avance al continente vecino.

Bering pasó a explorar el brazo de mar situado al sur del estrecho (ahora se lo llama mar de Bering) y en 1741 descubrió la cadena de islas que se esparcen hacia el sur, un arco de islas que van de Siberia a Norteamérica, hoy llamadas islas Aleutianas. En su expedición final de 1741 también avistó la costa meridional de lo que hoy recibe el nombre de Alaska.

Poco después Bering murió de frío, pero sus descubrimientos dieron fundamento a la pretensión de Rusia a la región noroccidental de América del Norte.

Gran Bretaña.

Al alborear el nuevo siglo se produjeron cambios importantes también en las colonias inglesas. En verdad dejaron de ser colonias inglesas porque Inglaterra dejó de ser Inglaterra.

Durante un siglo, desde que Jacobo I ascendió al trono inglés, en 1603, Inglaterra y Escocia habían sido gobernadas por el mismo rey pero manteniendo sus legislaturas, leyes y gobiernos separados. Eran naciones independientes unidas solamente por un rey.

Pero después del derrocamiento de Jacobo II preocupó en forma creciente a Inglaterra la posibilidad de que Escocia buscase el retorno a ella de Jacobo II o, después de la muerte de éste, de su hijo, quien se hacía llamar Jacobo III y habría sido Jacobo VIII de Escocia.

Para disminuir la probabilidad de que hubiera en la isla una Escocia verdaderamente independiente, el gobierno de la reina Ana promulgó el Acta de Unión el 6 de marzo de 1707. Escocia renunciaba a su parlamento separado y en lo sucesivo las dos naciones serían gobernadas como una sola. La isla unida iba a ser llamada en adelante Reino Unido de Gran Bretaña (habitualmente llamado, más brevemente, el Reino Unido o Gran Bretaña). Los súbditos de la reina, aunque pudieran considerarse ellos mismos ingleses o escoceses, en lo sucesivo serían oficialmente «británicos».

Así, a partir de 1707, a las colonias costeras fundadas por ingleses o tomadas por ellos debemos llamarlas «colonias británicas».

Las colonias británicas estaban creciendo en población y fuerza, y se expandían constantemente hacia el Oeste, no creando fuertes aislados, como los franceses, sino extendiendo las tierras agrícolas y multiplicando las ciudades. Cubrían cada vez más terrenos y cada vez más sólidamente, y también esto representaba un constante aumento de las apuestas.

El aumento de población no fue una expansión puramente británica. No se pusieron trabas a la inmigración, y durante los años de la guerra de la reina Ana, por ejemplo, más de 30.000 alemanes afluyeron a las colonias. La mayoría de ellos fue a Pensilvania, y las reglones situadas al este de Filadelfía han sido habitadas hasta hoy por los «Pennsylvania Dutch», que son los descendientes, en gran medida, de aquellos primitivos inmigrantes.

Como si el avance hacia el Oeste hubiese dado a Pensilvania menos razones para preocuparse por la extensión más oriental de su región, otorgó a los tres condados meridionales (que antaño habían formado Nueva Suecia) el derecho a tener una legislatura independiente. Esta legislatura se reunió por primera vez el 22 de noviembre de 1704, y los condados se convirtieron en la colonia de Delaware. Pero Delaware siguió reconociendo al gobernador de Pensilvania como su propio gobernador también durante otros tres cuartos de siglo.

Un cambio inverso se produjo al este de Pensilvania, donde dos colonias se convirtieron en una. El 17 de abril de 1702 Jersey Oriental y Jersey Occidental renunciaron a sus cartas separadas y se sumaron una vez más para formar la colonia única de Nueva Jersey.

Más allá de Pensilvania las dos colonias más meridionales, Virginia y Carolina, también avanzaron hacia el Oeste. De las dos, la posición de Carolina era la más débil. Su territorio era grande y su población pequeña; peor aun, siguió concentrada en la zona de Albemarle, en el Norte, cerca de Virginia, y en el Sur cerca de Charleston; el vicegobernador del Norte era responsable ante el gobernador del Sur, y había una vasta extensión de tierras no colonizadas en el medio.

En 1710 se creó Nueva Berna en la desembocadura del río Neuse, a ciento treinta kilómetros al sudoeste de la colonia septentrional de Albemarle, y así se inició el movimiento para llenar el espacio entre el Norte y el Sur.

La tribu Tuscarora de indios, que vivían a lo largo de la costa sur de Albemarle, vio que sus territorios eran invadidos y sus hijos raptados para ser esclavos de los colonos blancos. Acosados hasta lo intolerable, fueron a la guerra a la manera india habitual: con un ataque por sorpresa. Atacaron el 22 de septiembre de 1711, matando a todos los colonos que hallaron en Nueva Berna y el territorio circundante. Hubo doscientos muertos, entre ellos ochenta niños.

Albemarle quedó tan golpeada que fue incapaz de montar el contraataque que casi siempre seguía a la matanza india inicial y que se cobraba diez víctimas por una. Por ello buscó ayuda. La respuesta demostró cuan desunidas estaban las colonias y cuan grande era la indiferencia por el vecino.

Virginia tenía disputas fronterizas con Carolina desde hacía tiempo y cuando llegó el pedido de ayuda la colonia más antigua exigió como precio concesiones territoriales. Carolina se negó, de modo que Virginia se mantuvo ajena al conflicto.

Pero llegaron hombres de la parte meridional de la colonia y durante 1712 y 1713 los tuscaroras fueron derrotados en tres batallas y su poder aplastado. La tribu, afortunadamente para ella, tenía lazos con la Confederación Iroquesa, de modo que los sobrevivientes emigraron al Norte, a Nueva York, y se hicieron allí con nuevos territorios de caza.

Pero la guerra tuscarora demostró cuan poco práctico era gobernar el sector de Albemarle desde Charleston. El 9 de mayo de 1712 la sección de Albemarle recibió el derecho de tener su gobernador propio y la colonia de Carolina se dividió en dos colonias, Carolina del Norte y Carolina del Sur (la primera era la más grande y la segunda la más rica), separación que ha persistido desde entonces.

En 1715 otra y más desesperada guerra india afectó a Carolina del Sur. La tribu india conocida como los yamasíes se había desplazado desde territorio español hacia el Norte, a Carolina del Sur, y atacó. Nuevamente no se recibió ninguna ayuda de la populosa Virginia. Sólo cuando los cheroquíes se unieron a los blancos y atacaron a los yamasíes, éstos fueron reducidos, en 1717.

Las colonias meridionales también eran acosadas por la piratería, que es el asalto de barcos, el robo de sus cargamentos y a menudo el asesinato de sus tripulaciones y pasajeros en alta mar. Puede ser una provechosa ocupación cuando las rutas marinas están impropiamente vigiladas.

Mas para ejercer su profesión los piratas necesitan algún puerto seguro, algún lugar donde descansar de sus viajes, reparar sus barcos, tomar suministros, reclutar nuevas tripulaciones, etc. Hubo innumerables lugares semejantes en las islas menores de las Antillas. También hubo lugares en la costa Carolina, prácticamente despoblada, donde los piratas podían estar a salvo.

Durante la guerra de la reina Ana, los colonos se congratulaban de la presencia de piratas, pues se limitaban a la rica cosecha disponible en los barcos franceses y españoles. Pero luego, cuando también asaltaron barcos británicos y coloniales, su popularidad se desvaneció bruscamente.

Algunos de esos piratas se hicieron famosos (y, como los bandidos pintorescos de toda clase, fueron idealizados después de que su muerte hiciese desaparecer su peligrosidad). El capitán Kidd es el más famoso, quizás, aunque fue realmente un profesional de poca categoría en este campo. Su nombre era William Kidd, era hijo de un pastor presbiteriano y había nacido en Escocia. En 1695 recibió la comisión de capturar piratas que atacaban a barcos británicos en el océano Indico. Pero, en cambio, se hizo con algunos barcos y se convirtió él mismo en pirata.

Luego navegó hacia las Antillas, donde se enteró de que era buscado como pirata. Trató de probar su inocencia, sosteniendo que se había visto obligado a realizar acciones piratas por una tripulación amotinada que estaba resentida por la falta de pago. Pero su historia no fue convincente. El 6 de Julio de 1699 fue llevado bajo vigilancia a Boston. Luego se lo envió a Inglaterra para ser juzgado y fue hallado culpable. Se lo ahorcó el 23 de mayo de 1701.

En verdad su fama no provenía de sus hazañas de poca monta como pirata, sino del rumor de que había enterrado parte de su botín en el este de Long Island. Esos rumores sobre los escondrijos de su tesoro en la costa perduraron muchos años y mantuvieron fresco su recuerdo.

Un pirata mucho más eficaz fue Bartholomew Roberts, nacido en Gales, y de quien se decía que había tomado más de 400 barcos antes de morir en acción en 1722, a la edad de cuarenta años. Se supone que llevó sus asuntos de manera estrictamente comercial y mantenía a su tripulación severamente en forma. El mismo era abstemio y, si bien permitía a sus hombres beber con moderación, no toleraba el juego ni mujeres a bordo.

Estaba también Edward Teach, que fue corsario (una especie de pirata con apoyo del gobierno) durante la guerra de la reina Ana, en la cual limitó sus depredaciones a los franceses y los españoles. Posteriormente continuó con sus actividades de manera menos discriminada. A causa de su abundante vello facial, que llevaba en largos rizos, se lo llamaba «Barba Negra».

En 1717 capturó un barco mercante francés, lo equipó con cuarenta cañones e hizo de él un formidable buque de guerra. Invernaba en las islas que están frente a la costa de Carolina del Norte y quizá logró allí la inmunidad haciendo que algunos funcionarios coloniales recibiesen parte de sus ganancias.

Fue Virginia la que puso fin a Barba Negra. Su amistad con funcionarios de las Carolinas lo indispuso con la administración de Virginia, proclive a considerar a las Carolinas regiones enemigas, no colonias hermanas. En 1718 Virginia envió barcos bajo el mando del alférez Robert Maynard. Barba Negra fue arrinconado en una de las extensas islas que bordean la costa de Carolina del Norte. En una fiera lucha, con muchas bajas por ambas partes, Maynard logró matar a Barba Negra en combate personal.

La amenaza de los piratas declinó posteriormente, pero el recuerdo de aquellos días ha sido inmortalizado en la obra clásica de Robert Louis Stevenson, La isla del tesoro.

Con Georgia hacen trece.

La creciente fuerza de las Carolinas y la continua decadencia de España tentaron a los habitantes de Carolina del Sur a avanzar más hacia el Sur, en parte para obtener nuevas tierras y en parte para alejar a los indios. Lo hicieron, con las protestas de España, y en 1727 estalló prácticamente la guerra entre Carolina del Sur y la Florida. Una expedición de carolinos del Sur hizo incursiones hasta cerca de San Agustín y se hizo evidente que España ya no podía retener todo el territorio situado entre San Agustín y Charleston.

Esto significaba que había lugar para otra colonia británica al sur de Carolina del Sur, y esto fue considerado un don del cielo por James Edward Ogiethorpe, un soldado británico y destacado filántropo.

En su juventud, Ogiethorpe había luchado al lado de los austriacos contra los turcos, y luego, en 1722, pasó a actividades pacíficas y entró en el Parlamento. Allí prestó servicios en una comisión que investigaba la situación en las prisiones de Gran Bretaña.

En aquellos días las prisiones eran inimaginablemente horribles. Para empeorar las cosas, era común la prisión por deudas. Puesto que la prisión misma hacía imposible que el prisionero pagase sus deudas, a menudo equivalía a una condena para toda la vida por «crímenes» que, con frecuencia, eran el resultado de algo no más perverso que la miseria y el desamparo.

Ogiethorpe se dolía de esta situación y pensó que si en América podían fundarse colonias como refugio para personas de una particular creencia religiosa, también podían ser un refugio para los pobres e infortunados de cualquier secta.

El 9 de junio de 1732 obtuvo una carta para fundar una colonia semejante en el espacio que ahora parecía disponible al sur de Carolina del Sur. El Gobierno británico se sintió muy feliz de conceder tal carta, pues no veía inconveniente alguno en enviar barcos cargados de deudores y pobres fuera del país y con destino a un lugar donde podían servir para amortiguar los ataques de españoles e indios contra las Carolinas.

A la sazón una nueva dinastía gobernaba Gran Bretaña. La reina Ana había muerto en 1714, poco después de firmarse el Tratado de Utrecht, y no había dejado herederos. El Parlamento rechazó al hijo católico de Jacobo II y eligió a Jorge de Hannover. Era bisnieto de Jacobo I y primo segundo de la reina Ana.

Gobernó con el nombre de Jorge I. Como sólo hablaba alemán y carecía de todo interés en los asuntos británicos, se contentó con reinar sólo nominalmente, dejando toda la conducción del gobierno en manos del primer ministro, con lo cual inició la forma moderna de gobierno de Gran Bretaña en la que el monarca, si bien es querido, no ejerce autoridad.

Jorge I murió en 1727 y fue sucedido por su hijo, Jorge II, también de formación principalmente alemana y contento de que gobernase el primer ministro. Fue Jorge II quien otorgó la carta a Ogiethorpe y, en su honor, la nueva colonia fue llamada Georgia.

En enero de 1733 Ogiethorpe y un grupo de 120 colonos desembarcaron en Charleston y luego se trasladaron al Sur, hasta la desembocadura del río Savannah, que constituía el límite meridional de Carolina del Sur. Allí, en la orilla meridional, fundó Savannah, el 12 de febrero.

Ogiethorpe hizo todo lo posible por establecer principios humanitarios en la colonia. Trató de impedir la formación de grandes propiedades, prohibió la venta de bebidas fuertes y la importación de esclavos negros. Pero, con el tiempo, estas reglas se relajaron y Georgia adoptó el tipo de cultura de las otras colonias sureñas. En 1755, cuando el número de colonos blancos de Georgia sólo era aún de 2.000, ya había 1.000 esclavos negros.

En 1733, pues, la lista de las colonias, tal como se da comúnmente, llegó al número de trece. De Norte a Sur, eran las siguientes: New Hamshire, Massachussets, Rhode Island, Connecticut, Nueva York, Nueva Jersey, Pensilvania, Delaware, Maryland, Virginia, Carolina del Norte, Carolina del Sur y Georgia.

De ellas, seis tenían los límites que ahora les asignamos: Massachussets (excluyendo sus colonias de Maine), Connecticut, Rhode Island, Nueva Jersey, Delaware y Maryland. Las siete restantes (más la parte correspondiente a Maine de Massachussets) aún estaban expandiéndose.

Las trece colonias estaban avanzando en muchos aspectos. La actitud ante la religión se liberalizaba constantemente. En 1696, por ejemplo, Carolina del Sur estableció formalmente la libertad de culto para todos los protestantes. En 1709 los cuáqueros pudieron crear un templo en Boston, donde medio siglo antes se había ahorcado a cuáqueros sólo por ser cuáqueros.

Pero la tolerancia todavía no se extendía, oficialmente al menos, a los católicos. Hasta Maryland, que en sus comienzos había sido una colonia patrocinada por católicos, dejó de ser católica en tiempos de Cromwell. En 1704 de hecho se prohibió el culto público a los católicos. Después de la caída de Jacobo II, en 1688, se había quitado el control de la colonia a los Baltimore católicos, y sólo les fue devuelto en 1715, cuando uno de ellos se hizo protestante.

Sin embargo, no hubo una persecución activa de católicos (ni de judíos tampoco).

Siguieron dándose pasos vacilantes hacia el fin de la esclavitud, al menos en el Norte. En la ciudad de Nueva York, el 12 de abril de 1712 se produjo una revuelta de esclavos que fue rápidamente aplastada; veinte negros fueron muertos o ejecutados. Por inútil que fuese la revuelta mostró que ser amo de esclavos tenía sus problemas. Por ello, el 7 de junio de 1712 Pensilvania (con su herencia cuáquera) aprobó una ley prohibiendo nuevas importaciones de esclavos negros. La diferencia de actitud hacia la esclavitud entre el Norte y el Sur aumentó un poco más.

La liberalización de las cuestiones sociales y el aumento de las libertades civiles continuaron en otra dirección. Los colonos, con su tradición de autogobierno inglés, se preocuparon intensamente por conservar en su nueva tierra todos sus derechos de ingleses libres (aun aquéllos que no eran de origen inglés). Esto implicaba el privilegio de expresarse libremente, oralmente o por escrito.

El 24 de abril de 1704 comenzó la publicación del Boston Newsletter. Fue el primer periódico publicado regularmente en América. Pronto le siguieron otros, y no pasó mucho tiempo antes de que éstos comenzasen a publicar críticas al gobierno colonial.

Fue en Nueva York donde la cuestión alcanzó su mayor agudeza. Involucró a un periodista de origen alemán, John Peter Zenger, que había llegado a Nueva York en 1710.

En las primeras décadas del Siglo XVIII la New York Gazette era el principal periódico de la colonia y estaba controlado por el gobernador, William Cosby, y sus funcionarios.

El 5 de noviembre de 1733 Zenger empezó a publicar el New York Weekly Journal, que estaba en desacuerdo con la versión oficial de las noticias, denunciaba la hipocresía y la corrupción (según su juicio), y no vaciló en atacar al mismo Cosby en términos virulentos. En 1734 una elección de concejales dio una mayoría contraria a Cosby.

Cosby, furioso, estaba seguro de que los editoriales de Zenger eran los causantes de esa situación y lo hizo arrestar por difamación el 17 de noviembre de 1734.

Tenía que haber un juicio por jurados, naturalmente, pero Cosby persiguió a los abogados que trataron de defender a Zenger e insistió, además, en que sólo los jueces podían decidir si había habido difamación y en que la difamación era algo ofensivo, fuese verdadera o no. La tarea del jurado era solamente decidir si la difamación realmente se había publicado. (Todo esto significaba que Zenger no podía ser considerado inocente).

El juicio se llevó a cabo en agosto de 1735 y Zenger, ciertamente, habría sido condenado de no ser por la repentina aparición del anciano Andrew Hamilton, un abogado de Filadelfia que era el jurista más respetado de América.

En una alocución emocionante y fogosa, Hamilton sostuvo que la verdad, por ofensiva que fuese, no es difamación; que el jurado debía decidir si algo era difamatorio o verdadero; y que la libertad de publicar la verdad, por ofensiva que fuese, formaba parte del derecho de los ingleses. El jurado y también la opinión pública apoyaron vigorosamente a Hamilton.

La decisión, que consistió en absolver a Zenger, no puso fin a los intentos de los gobernadores coloniales de controlar la prensa, pero aumentó mucho las dificultades de hacerlo. Los periódicos se multiplicaron en las colonias, y hasta en Virginia, donde antaño Berkeley se había jactado de que no tenía ninguna imprenta, se creó su primer periódico, la Virginia Gazette, el 6 de agosto de 1736.

La crítica de los funcionarios del gobierno siguió vigorosamente (y a veces hasta malintencionadamente), y se produjo un constante traspaso de poder del Ejecutivo, fuese un propietario o un gobernador real, hacia las legislaturas popularmente elegidas. (Pero claro que las legislaturas eran elegidas por un electorado limitado, pues en todas las colonias sólo podían votar los hombres de determinada cantidad de propiedad).

Los adelantos de las colonias también plantearon a Gran Bretaña ciertos problemas económicos. A medida que los caminos mejoraron y los colonos pudieron viajar más libremente, el comercio intercolonial adquirió creciente importancia. Se hizo posible que los hombres de una colonia comprasen artículos en otra colonia, y no en Inglaterra. Esto no fue bien visto por la metrópoli.

En 1699, por ejemplo, aprobó el Acta de la Lana, que prohibía a una colonia embarcar lana o productos de lana hacia otra. Las colonias que tenían lana para vender no podían venderla a otra colonia ni a Inglaterra, sino que debía usarla internamente. En cambio, las colonias que necesitaban lana tenían que comprarla a Inglaterra. Éste fue otro ejemplo del intento de Inglaterra de obtener un beneficio para sus manufacturas a expensas de los colonos.

Lo que pareció aun más injusto fue que Gran Bretaña, una generación más tarde, trató de sacar dinero de las trece colonias en beneficio de otras colonias.

Como verá el lector, las trece colonias no eran todas las que había. Hablamos de trece porque fueron esas trece las que, más tarde, conquistaron su independencia de Gran Bretaña. Pero, en realidad, quien hubiese contado las colonias británicas en América del Norte en 1733 (después de la fundación de Georgia) habría hallado más de trece.

Con Nueva Escocia eran catorce, y con Terranova, quince. Sin duda, los habitantes de Nueva Escocia eran en su mayoría franceses, y los de Terranova eran en gran medida inexistentes, y Gran Bretaña no tenía ninguna razón para favorecerlos.

Pero en el Sur había otras dos colonias. Eran las islas antillanas de Jamaica (arrebatada a España en 1655) y Barbados, que había sido colonizada aun antes. Eran mucho más rentables y mucho menos molestas que las colonias de tierra firme y eran consideradas mucho más favorablemente por la corona británica.

Jamaica era casi tan grande como Conneticut en superficie y en 1733 tenía una población de más de 50.000 habitantes, casi el doble que Connecticut. Barbados, de sólo la mitad de la superficie que la actual ciudad de Nueva York, tenía una población de 75.000 personas. (Claro que la mayor parte de la población de estas islas eran esclavos negros; no más de 15.000 habitantes de ambas islas eran blancos).

Estas islas británicas eran productoras de azúcar y sus grandes exportaciones rentables eran la melaza y el ron. Por estos productos los colonos de tierra firme, particularmente los de Nueva Inglaterra, podían cambiar los suyos. Obtenido el ron, iban a África y lo cambiaban por esclavos negros, a quienes vendían en América. En cada paso de este comercio llamado triangular, que había comenzado tan tempranamente como 1698, los comerciantes emprendedores podían obtener un buen beneficio.

Cuando las islas francesas y neerlandesas de las Antillas aumentaron su producción de azúcar y ofrecieron precios más baratos que los de las islas británicas, los colonos de tierra firme acudieron gozosamente adonde se les brindaba mayores ganancias. Las islas británicas sufrieron una seria depresión y empezaron a presionar sobre el gobierno de la metrópoli, el cual respondió positivamente. El 17 de mayo de 1733 Gran Bretaña aprobó el Acta de la Melaza, que imponía aranceles aduaneros enormes al azúcar y el ron no británicos. En efecto, esto significó que los colonos se verían obligados a comerciar con las islas británicas a precios más elevados, de modo que sus beneficios irían a parar a los bolsillos de los propietarios de plantaciones de las islas.

Los colonos respondieron prosiguiendo y ampliando su contrabando. Toda la política de control económico dio muy poco beneficio a Gran Bretaña y, al sembrar sentimientos hostiles entre los colonos, finalmente le acarreó un gran daño.

La guerra del rey Jorge.

Desde 1700 en adelante Francia y España estaban bajo el gobierno de una misma familia, pero sus intereses siguieron siendo distintos. El primer Borbón que fue rey de España, Felipe V, pensó que podía devolver a su país el papel expansionista de un siglo y medio antes. Así, en 1717 envió ejércitos a Italia e intrigó en la sucesión al trono francés, entonces ocupado por su sobrino, el niño de ocho años Luis XV.

El resultado fue que Gran Bretaña, el Imperio, los Países Bajos y Francia también se unieron en una Cuádruple Alianza para poner a España en su lugar. Lo lograron rápida y fácilmente.

Esta guerra de la Cuádruple Alianza no afectó para nada a las colonias británicas de América del Norte. En cambio originó luchas entre Francia y España a través de la extensión de la costa del golfo, de Florida a Texas. Los franceses atacaron Pensacola, en el noroeste de Florida, mientras que los españoles enviaron expediciones muy al Norte, hasta lo que es ahora Nebraska.

Ambas ofensivas fracasaron, y cuando la guerra terminó en Europa, en 1720, la lucha también se suspendió en América del Norte, sin que ningún territorio cambiase de manos. Pero la debilidad de España se hizo tan patente que las otras naciones se dispusieron a considerarse ofendidas por cualquier fruslería.

Por ejemplo, España, como todas las naciones colonizadoras de la época, trataba desesperadamente de controlar el comercio colonial en su propio beneficio.

Esto significaba que castigaba severamente a los contrabandistas cuando podía atraparlos. Uno de esos contrabandistas era el capitán de marina inglés Robert Jenkins. Según su relato, cuando fue sorprendido contrabandeando (él decía «comerciando»), en 1731, los españoles le cortaron una oreja.

Jenkins conservó la oreja y en 1738, cuando fue interrogado por una Comisión de la Cámara de los Comunes, presentó la oreja desecada. Su relato cautivó la imaginación del público británico, ya predispuesta por cuentos sobre las atrocidades de los españoles, y la exigencia de guerra se hizo abrumadora. El 19 de octubre de 1739 Gran Bretaña declaró la guerra a España, y así comenzó uno de los conflictos de nombre más curioso en la historia: la guerra de la oreja de Jenkins.

En parte la guerra se libró en el mar. Uno de los principales halcones de la época, Edward Vernon, había pedido ruidosamente la guerra y se había ofrecido para tomar Portobello, en la costa norte de Panamá, con no más de seis barcos bajo su mando. El 22 de noviembre de 1739 realizó fácilmente la tarea. Pero sólo podía conservar por breve tiempo Portobello, pues España, sin duda, contraatacaría; por ello destruyó sus fortificaciones, abandonó la ciudad y retornó a su país.

Esta captura temporal de Portobello, aunque sirvió de poco, fue considerada como una gran victoria. Así, Vernon fue puesto al mando de una fuerza mucho mayor destinada a realizar una hazaña mucho mayor: la captura de la gran ciudad de Cartagena, en lo que es hoy Colombia.

El resultado fue un fiasco. En 1741 se puso sitio a Cartagena, pero el bombardeo no consiguió nada, y más de la mitad de los hombres de Vernon murieron de fiebre amarilla. Vernon tuvo que levantar el asedio y retornar.

Sin embargo, en dos aspectos, Vernon (que, por lo demás podría ser olvidado fácilmente) vive en nuestra lengua y nuestro recuerdo. Solía usar una capa de gro (grogran, en inglés) cuando hacía mal tiempo (es decir, una capa de seda basta), por lo que era llamado el Viejo Grog. Fue el primero que distribuyó ron diluido en una proporción de uno a cinco entre la tripulación (para evitar que se emborrachasen totalmente con bebida no diluida), y esta bebida fue llamada grog en la jerga náutica.

Pero más importante para los norteamericanos es el hecho de que un contingente de virginianos sirviese bajo el mando de Vernon en Cartagena. Entre ellos había un hombre llamado Lawrence Washington, quien admiraba mucho a Vernon. En 1743, cuando retornó a Virginia, Lawrence Washington construyó una casa cerca del río Potomac y llamó a sus posesiones Monte Vernon, en homenaje al almirante. Este Monte Vernon es hoy un altar norteamericano, por su asociación con el joven medio hermano de Lawrence, Jorge, que mantiene para siempre el recuerdo (aunque pocos lo saben) del nombre del Viejo Grog.

La guerra de la oreja de Jenkins también fue librada en tierra. Georgia soportó lo más recio de la lucha, pues España vio en esta guerra una oportunidad para borrar la colonia que había sido fundada en lo que consideraba como un territorio usurpado.

Pero Ogiethorpe de Georgia no fue tomado desprevenido. Anteriormente había construido un fuerte en la desembocadura del río Saint Mary, a 160 kilómetros al sur de Savannah y a sólo 100 kilómetros al norte de San Agustín. (El río de Saint Mary es hoy el límite entre Georgia y la Florida).

Tan pronto como se declaró la guerra, Ogiethorpe se desplazó al Sur y, en mayo de 1740, con una fuerza combinada de georgianos y carolinos del Sur, puso sitio a San Agustín. Pero fue escasa la cooperación entre los dos conjuntos de colonos, y los españoles atacaron su retaguardia por lo que Ogiethorpe se vio obligado a retirarse a Georgia de nuevo.

Luego se produjo el fracaso de Vernon en Cartagena, y entonces fueron los españoles quienes planearon una gran expedición naval. Una flota de treinta barcos zarpó de Cuba, recogió refuerzos en San Agustín y luego, en 1742, desembarcó en la costa de Georgia, a ochenta kilómetros al sur de Savannah.

Ogiethorpe se retiró hacia el Norte, pero el 7 de julio de 1742 logró tender una trampa a un contingente de españoles y mató a muchos de ellos, en la que fue llamada La Batalla del Pantano Sangriento. Este fracaso desalentó a los españoles que abandonaron su ataque contra Georgia.

En 1743, Ogiethorpe trató nuevamente de invadir Florida y tomar San Agustín, pero halló un nuevo fracaso. Para entonces la guerra de la oreja de Jenkins quedó en un punto muerto y probablemente habría tenido fin de no haberse fundido con otra guerra mayor.

Esta nueva guerra giró alrededor de una disputada sucesión en Europa. En 1740 el Sacro Emperador Romano Carlos VI (que también era Archiduque de Austria) había muerto sin dejar hijos. Pero tenía una hija, María Teresa, y había pasado muchos años negociando con otras potencias para que reconociesen a su hija como su sucesora.

Pero después de su muerte se cernieron los buitres, pese a todas las promesas. Prusia, una nación alemana del Norte, estaba creciendo en fuerza a la sazón; y, en 1740 tuvo también un nuevo monarca, Federico II. Éste actuó de inmediato apoderándose de Silesia, una provincia austriaca adyacente a Prusia. Otras naciones se unieron rápidamente a Prusia para compartir el botín, y entre ellas estaban Francia y España.

No había ninguna necesidad real de que Gran Bretaña interviniese, pero el rey británico Jorge II era también gobernante de Hannover, un Estado de Alemania occidental. En su condición de tal, los intereses de Jorge hicieron que se pusiese del lado de Austria. A los británicos esto no les preocupó, pues los llevaba de nuevo a la guerra con Francia, con la que habían estado combatiendo continuamente desde hacía medio siglo, de todos modos.

En América del Norte la guerra, naturalmente, fue llamada la guerra del rey Jorge, y absorbió la guerra de la oreja de Jenkins.

Una vez iniciada la guerra del rey Jorge, los franceses trataron de usar su nuevo fuerte de Louisbourg como base para operaciones ofensivas. Pero los obstaculizaba el hecho de que la armada francesa era débil y los británicos dominaban el mar. Con todo saquearon Annapolis Royal en Nueva Escocia y hostigaron a pescadores de Massachussets.

Como en guerras anteriores Massachussets había tratado de tomar Port Royal para neutralizar la amenaza francesa directa, ahora se encontraron con que debían hacer algo con Louisbourg, mucho más fuerte que la primera.

El gobernador de Massachussets por aquel entonces era William Shirley, un hombre capaz que mantuvo equilibrada la economía de la colonia. Vio la necesidad de eliminar la amenaza de Louisbourg y juzgó que ello requería un esfuerzo mayor que el que podía realizar Massachussets sola. Fue tan enérgico y elocuente que reclutó voluntarios, no sólo de Massachussets, sino también de New Hampshire y Connecticut. Llegaron suministros de toda Nueva Inglaterra y también de Nueva York. Fue el mayor ejemplo de cooperación colonial visto hasta entonces.

La expedición fue puesta bajo el mando de William Pepperrell, un comerciante nacido en Maine que tenía alguna experiencia militar. El 24 de marzo de 1745 los barcos zarparon hacia el Norte con 4.000 hombres a bordo. Tres buques de guerra británicos se les unieron y el 30 de abril los colonos desembarcaron cerca de la fortaleza de Louisbourg.

Durante seis semanas los indisciplinados colonos llevaron a cabo asaltos contra la fortaleza cuando un número suficiente de ellos tenía ganas de hacerlo y cuando estaban suficientemente sobrios para ello. Los franceses los rechazaron, pero eran pocos y estaban desalentados; además, sabían que no podían recibir ayuda mientras los barcos británicos rondasen por la costa. Los colonos crearon una especie de caos exuberante y propio de borrachos que deprimió aun más a los franceses, y el 17 de junio de 1745 el fuerte se rindió, aunque no había sido atacado seria y metódicamente.

Fue la mayor victoria militar que hasta entonces habían logrado los colonos. Pepperrell fue hecho baronet por Jorge II; fue la primera vez que se otorgó tal honor a un colono. (Es una extraña coincidencia que Phips, el primer caballero colonial, y Pepperrell, el primer baronet colonial hubiesen nacido ambos en Maine).

Los franceses organizaron una flota para recuperar Louisbourg y toda Nueva Escocia si podían, pero el proyecto fracasó. La flota fue asolada por las tormentas y las enfermedades y se vio obligada a retornar con cerca de la mitad de sus hombres y sin haber disparado un tiro.

La guerra se redujo a incursiones indias y escaramuzas fronterizas hasta que el 18 de octubre de 1748 llegó a su fin al firmarse en Europa el Tratado de Aquisgrán.

Gran Bretaña y Francia hicieron algún chalaneo en las negociaciones. Francia se había apoderado de la ciudad de Madras en la India, en el curso de la guerra y Gran Bretaña quería su devolución, por lo que ofreció Louisbourg a cambio. Se selló el trato y los colonos de Nueva Inglaterra comprendieron amargamente que Gran Bretaña valoraba los beneficios del comercio del Lejano Oriente más que la seguridad de sus colonias de Norteamérica.

Los habitantes de Nueva Inglaterra sabían que se reanudaría la guerra con Francia tal vez pronto y entonces tendrían que enfrentarse nuevamente con la amenaza de Louisbourg. No podían hacer nada, por supuesto, pero no olvidaron.