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La mente de Rol se llenó de sorpresa. Hacía un momento estaba sujeto por las correas en su asiento y en contacto con la clara mente de Gan; al instante siguiente (no tuvo la menor consciencia de intervalo temporal) se hallaba sumergido en un confuso laberinto de pensamiento extraño, bárbaro e incoherente.
Cerró por completo su mente. La había abierto de par en par para aumentar la eficacia de la resonancia y el primer contacto con el ser extraño había sido...
No doloroso... no. ¿Nauseabundo, mareante? No, eso tampoco. No había palabras para describirlo.
Hizo acopio de fuerzas en el tranquilo vacío de su enclaustramiento mental y examinó su situación. Notaba el leve contacto de la Estación Receptora, con la que se hallaba enlazado mentalmente. Eso demostraba que le había acompañado. ¡Menos mal!
De momento hizo caso omiso del ser en cuyo cuerpo se había alojado. Como tal vez lo podía necesitar más tarde para realizar algo de importancia capital, era más prudente no despertar sus sospechas por el momento.
Se dedicó a explorar. Entró al azar en una mente y comenzó por analizar las sensaciones que la embargaban. Aquel ser era sensible a algunas zonas del espectro electromagnético, a las vibraciones del aire y, naturalmente, al contacto corporal. Poseía unos sentidos químicos localizados...
Y esto era casi todo. Prosiguió su análisis, estupefacto. No sólo no había allí un directo sentido de masa, ni un sentido electropotencial, ni uno solo de los intérpretes del Universo verdaderamente refinados, sino que tampoco existía ningún contacto mental.
El espíritu de aquel ser estaba completamente aislado. Entonces, ¿cómo se comunicaban? Siguió estudiándolo. Poseían un complicado código de vibraciones aéreas regulares.
¿Eran inteligentes? ¿Y si hubiese caído en el interior de una mente atrasada? No todos eran así.
Analizó el grupo de mentes que le rodeaban a través de sus palpos mentales, tratando de descubrir a un técnico o a su equivalente entre aquellas semi-inteligencias tullidas. Descubrió una mente que se consideraba como capaz de gobernar vehículos. Rol captó entonces una noticia muy interesante. Se hallaba en un vehículo aéreo.
Eso quería decir que, aun sin contacto mental, aquellos seres podían construir una rudimentaria civilización mecánica. ¿Y si fuesen simples herramientas animales al servicio de las verdaderas inteligencias del planeta? No... Sus mentes le decían que no.
Sondeó al técnico, para conseguir datos acerca del medio ambiente inmediato. ¿Había que temer a los peligros enunciados por los antiguos? Dependía de cómo se interpretasen. Evidentemente, existían ciertos peligros inmediatos. Movimientos del aire. Cambios de temperatura. Agua que caía de lo alto, ya fuese líquida o sólida. Descargas eléctricas. Había vibraciones cifradas para cada fenómeno, pero para él no significaban nada. La relación de aquellas vibraciones con los nombres dados a los fenómenos por los antiguos pobladores de la superficie era algo que quedaba abierto a las conjeturas.
No importaba. ¿Había peligro a la sazón? ¿Había peligro allí? ¿Había motivo para sentir temor o inquietud?
¡No! La mente del técnico negaba tal posibilidad.
Esto le bastaba. Volvió entonces a ocuparse de la mente del ser que habitaba y, tras un breve descanso, se expandió cautelosamente... ¡Nada!
La mente de aquel ser estaba vacía. Todo lo más, había en ella una vaga sensación de calor, y una embotada respuesta desordenada a ciertos estímulos básicos.
¿Estaría muriéndose aquel ser, después de todo? ¿Sufriría de afasia? ¿Y si no tuviese cerebro?
Sondeó con rapidez la mente más próxima, rebuscando en ella datos acerca de la mente que ocupaba y consiguiendo hallarlos.
Se había metido en el cuerpo de una cría de aquella especie. ¿Un niño? ¿Un niño normal? ¿Y tan poco desarrollado? Dejó que su mente se hundiese en la del niño y se fundiese por un momento con ella y con lo que en ella había. Buscó
las zonas motrices del cerebro y consiguió hallarlas sin dificultad. Un cauteloso estímulo fue seguido por un movimiento desordenado de las extremidades del niño. Intentó dominarlo con mayor precisión, sin conseguirlo.
Sintió cólera. ¿De veras habían pensado en todo? ¿Habían pensado, por ejemplo, en la posibilidad de que existiesen inteligencias desprovistas de contacto mental? ¿Habían pensado en seres jóvenes tan completamente rudimentarios como si aún se encontrasen en el interior del huevo?
Aquello significaba, por supuesto, que no podía utilizar la persona de aquel ser para poner en marcha la Estación Receptora. Tanto sus músculos como su mente eran demasiado débiles, excesivamente desprovistos de dominio para utilizar uno cualquiera de los tres métodos expuestos por Gan.
Pensó con intensidad. No podía confiar en influir en mucha masa mediante el imperfecto enfoque de las neuronas cerebrales del niño, pero ¿y si intentase una influencia indirecta a través del cerebro de un adulto? La influencia física directa sería mínima; se reduciría a la paralización de las adecuadas moléculas de trifosfato de adenosina y de acetilcolina. Después el ser actuaría por su cuenta.
Vaciló antes de intentar esto, temeroso del fracaso, y luego se maldijo, llamándose cobarde. Penetró de nuevo en la mente más próxima. Era de una hembra de la especie y se hallaba en el estado de inhibición temporal que ya había observado en otros. Aquello no le sorprendió. Mentes tan rudimentarias como aquella necesitaban descansos periódicos.
Estudió la mente que tenía delante, palpando las zonas que podían responder a sus estímulos. Eligió una, la punzó y las zonas conscientes se animaron casi al mismo tiempo. Penetraron en tropel impresiones sensoriales y el nivel de la consciencia se elevó rápidamente.
¡Muy bien!
Pero aún no era bastante. Aquello no era más que un pinchazo. No era una orden de acción específica.
Se agitó con desazón cuando le inundó una catarata de emociones, procedentes de la mente que acababa de estimular y dirigidas, desde luego, al ser que ocupaba y no a él. Sin embargo, su carácter tosco y primitivo le disgustó y corrió barreras ante su mente para defenderse del desagradable calor de sus sentimientos desnudos.
Una segunda mente se enfocó en el ser que ocupaba y, de haberse hallado bajo su forma material o de haber dominado satisfactoriamente los movimientos del ser ocupado, hubiera propinado un golpe a aquel intruso, tan desagradable le resultaba.
¡Por las grandes cavernas! ¿No iban a permitirle que se concentrase en el importante asunto que tenía entre manos? Lanzó una punzada a la segunda mente, activando varios centros de incomodidad y la mente se alejó.
Aquello le gustaba. Había sido algo más que un simple estímulo indefinido y había dado el resultado propuesto. Había despejado la atmósfera mental.
Volvió a ocuparse del técnico que pilotaba el vehículo. Forzosamente debía de conocer los detalles de la superficie sobre la cual pasaban.
¿Agua? Archivó este dato rápidamente. ¡Agua! ¡Y más agua!
¡Por los niveles eternos! La palabra «océano» adquiría un sentido. La antigua y tradicional palabra «océano». ¡Quién hubiera podido soñar que existiese tanta agua!
Pero entonces, si aquello era el «océano», el término tradicional de «isla» adquiría un significado obvio. Afanosamente, se concentró en la obtención de datos geográficos. El «océano» estaba sembrado de motas de tierra, pero él necesitaba exacta... Le interrumpió una leve punzada de sorpresa cuando el cuerpo que ocupaba se desplazó por el espacio para ir a apoyarse en el cuerpo contiguo de la hembra.
La mente de Roi, absorta en sus especulaciones, estaba abierta y desprevenida. Con toda su intensidad, las emociones de la hembra cayeron sobre él.
Roi se contrajo. Intentando apartar aquellas repugnantes pasiones animales, agarrotó las neuronas cerebrales del niño, a través de las cuales pasaban aquellas desagradables emociones.
Lo hizo con demasiada rapidez y energía. La mente del niño se llenó de un dolor difuso e instantáneamente casi todas las mentes contiguas reaccionaron ante las vibraciones atmosféricas resultantes.
Furioso, trató de borrar el dolor, consiguiendo únicamente estimularlo aún más.
A través de la niebla mental que llenaba el cerebro dolorido del ser que ocupaba, hurgó en las mentes de los técnicos, esforzándose por evitar que el contacto se desenfocase.
Su mente se heló. ¡La ocasión propicia se presentaba ahora!
Disponía tal vez de unos veinte minutos. Después se presentarían otras ocasiones, pero no tan buenas. Sin embargo, no se atrevía a dirigir las acciones de un tercero con la mente del ser que ocupaba sumida en un caos tan total.
Retirándose, levantó barreras en torno a su mente, manteniendo sólo una tenue conexión con las neuronas medulares del niño, y se dispuso a esperar. Disponía aún de cinco minutos. Eligió una víctima.