Capítulo Diez

Supe que algo andaba mal por la expresión de la cara del hombre lobo que había abierto la puerta a la casa segura de la Manada. La Manada era dueña de varias propiedades en la ciudad, y después terminar de reírnos de Ghastek por su fracaso total, Curran y yo habíamos ido directos hacia la más cercana para lavarnos la porquería de no-muerto. La magia había caído y la tecnología reafirmaba una vez más su dominio sobre el mundo, y Curran, estaba deseoso de conseguir un Jeep de la Manada.

Un hombre lobo había abierto la puerta y sus ojos tenían esa mirada particular que para ellos significaba que había sucedido una catástrofe.

-¿Qué pasa?-, gruñó Curran.
El hombre lobo se humedeció los labios.
-Suéltalo-, dijo Curran.
-Andrea Nash ha sido vista en la ciudad entrevistando a los dueños de negocios.

-Ella está con frecuencia en la ciudad-, le dije. -Y ese es su trabajo. Está investigando algunos asesinatos para la Manada-. Quería ir a vez a Roderick cuanto antes para quitarle el maldito collar.

El hombre lobo dio un nuevo pequeño paso. –Lo está haciendo en su forma de bestia.
-¿Perdona?
-Ella está caminando en su forma de bestia. Y algo de ropa.

Todos los cambiaformas no afiliados dentro de las fronteras de la Manada estaban obligados a presentarse ante ella de un plazo de tres días. Hasta ahora, la Manada había sido capaz de hacer caso omiso del hecho de que Andrea era una cambiaformas, sobre todo porque Curran había hecho público su deseo de ignorarlo y nadie se había preocupado de tocar el tema.

Bueno, no podía ignorarlo por más tiempo. Andrea se había asegurado de ello.

No tenía ningún sentido. Andrea casi nunca utilizaba la forma de bestia. De hecho, hubo una época en la que ella había fingido ser humana. Para ella, salir con su pelaje y sus garras sería el equivalente para mí de quitarme la ropa e ir desfilando por la ciudad desnuda.

Algo había ocurrido. Algo muy malo.

 

Miré a Curran. -Creo que será mejor volver a la oficina.

Caminé a través de las puertas de la oficina con la cara manchada por el protector solar verde de un vampiro. Lo había recogido después de que el draugr lo hubiera pateado fuera de las salvaguardas. Estaba empezando a oler y necesitaba ser enterrado en hielo lo antes posible.

Andrea estaba sentada en su escritorio. Estaba en su forma de bestia, una mezcla perfecta de humano y hiena. Era la forma que la hacía temer la muerte. El padre de Andrea era un hiena hombre, un animal que se había convertido en un ser humano. Eso la hacía una bestia cambiaformas y muchos ancianos querrían matarla en el acto.

¿Qué estaría pasando? Andrea podía cuidar de sí misma, y Curran, había dejado claro que se trataba de un prejuicio que no toleraría. Él estaba esperando afuera ahora, en una plaza de aparcamiento a una manzana. Le había pedido que nos diera unos pocos minutos.

Los pies de Andrea estaban sobre la mesa. Su camiseta estaba rota, sus pantalones estaban en el suelo y un revoltijo de sangre teñía los tejidos. Movió los dedos de sus pies con garras hacia mí.

-Hola.
-¡Hey!- Andrea levantó la mano. Había una botella en ella. Estaba bebiendo.

Fui a la cocina, cogí un plato de cerámica de debajo del fregadero, y deposité en ella la cabeza del vampiro. Luego volví, saqué de los hombros la vaina de espada, y me senté en la silla.

-¿Qué estás tomando?
-Té helado de melocotones de Georgia. ¿Quieres un poco?- Andrea sacudió la botella hacia mí.
-Claro-. Tomé un sorbo. FUEGO. -¿Qué diablos es esto?
-Vodka, ginebra, ron dulce y amargo, y licor de melocotón. Un montón de licor de melocotón.

Nunca había visto esta bebida antes. -¿Realmente te estás aturdiendo con esto?
-Más o menos. Dura unos treinta segundos, luego necesito otro trago.

Traté de pensar. Derek estaba de vuelta en la Fortaleza, pero estaba bastante segura de que Ascanio había ido a la oficina esta mañana. -¿Dónde está la pesadilla de mi existencia?

-En la ducha, refrescándose.
Malditos sean todos los infiernos. -Oh Dios, ¿Ahora te has enrollado con Ascanio?
-No, no, él estába cubierto de sangre.

-Ah, bien-. Espera un minuto. El niño está cubierto de sangre y estamos aliviadas. Había algo malo en nosotras. -Cuéntame-.

 

Andrea me miró. -¿No vamos a hablar de mi apariencia de bestia?

 

-Me gusta. Los pantalones rasgados y las manchas de sangre en la camiseta tienen un toque agradable.

 

Me señaló con su pie. -Estaba pensando en pintar mis uñas con un bonito tono de color rosa. Esas garras medían tres pulgadas de largo. -Eso requeriría una gran cantidad de esmalte de uñas. ¿Qué te parecen algunos aros de oro en las orejas en su lugar?

Andrea sonrió, dejando al descubierto una hilera de colmillos afilados. -Es una clara posibilidad. Bueno, quería saberlo. -¿Qué ha pasado?

-He visto a Rafael esta mañana. Lo había llamado la noche anterior, porque Jim me puso a investigar algunos asesinatos de cambiaformas y tenía que hacerle una entrevista. Le pedí una oportunidad para pedir disculpas.

Rafael, te mimaba idiota, ¿qué demonios hiciste?

 

Le cogí la botella y bebió de ella. Necesitaba un poco de alcohol para la siguiente parte. Sabía fatal. Me lo tragué de todos modos. -¿Cómo te fue?

-Me ha sustituido por un modelo mejor.
-¿Qué?

-Él ha encontrado a otra chica. Mide siete pies de altura, con los pechos del tamaño de melones, unas piernas que le empiezan en el cuello, pelo rubio teñido hasta el culo, y su cintura es tan grande alrededor-. Ella juntó las uñas. -Ellos han prometidos que van a prometerse.

De todas las cosas estúpidas e idiotas... -¿Él la ha traído aquí?
-Se sentó en esa misma silla-, dijo señalándola. -Estoy pensando en quemarla.

Andrea amaba a Rafael de la misma manera en que los pájaros amaban el cielo, y hasta hacía un minuto hubiera jurado que él habría entrado en un fuego por ella. -¿Le diste un puñetazo?

 

-No-. Andrea sacudió la cabeza. -Después me dijo que la mejor cualidad de su nueva novia era que no era yo, no me pareció que hiciera ninguna diferencia.

 

-¿Es una cambiaformas?

 

-Humana. No es una luchadora. Y no es que sea brillante-. La falsa alegría se evaporó de su voz. -Sé lo que vas a decir… es todo mi culpa.

 

Me gustaría conocer las palabras correctas que decirle. -Bueno, lo querías fuera de tu vida. Pero eso todavía lo hace un idiota.

 

-Sí, sí-. Andrea miró a la distancia.

Rafael estaba echado a perder. Era guapo, y querido por su madre en particular y el clan Bouda, en general, pero nunca era malo o cruel. Él era también el macho alfa del clan Bouda. Tenía que saber exactamente qué tipo de riesgos enfrentaba al traer a otra mujer y restregándosela a Andrea. Tenía que haberlo hecho para provocar una reacción. La próxima vez que nos viéramos lo golpearía en la cara.

Aún así... Yo no podía creer que no había ningún motivo en su locura. Él la había perseguido durante meses y se había ganado a Andrea. Tal vez esto era una especie de intento estúpido para que ella lo persiguiera.

-¿Vas a luchar por él?
Andrea me miró como si estuviera loca.
-¿Vas a luchar por él o te lo vas a echar a la espalda y llevártelo?

-Mira quién está hablando. ¿Cuánto tiempo os llevó a Curran y a ti tener una conversación después del lio de la cena? ¿Fueron tres semanas o un mes?

Arqueé la ceja hacia ella. -Eso fue diferente. Fue un malentendido.
-Ajá.

-Él trajo a su nuevo ligue aquí después de que lo llamaste con una oferta de paz. Eso fue una bofetada en tu cara.

-No tiene que decírmelo. Lo sé-, gruñó Andrea.
-Entonces, ¿qué vas a hacer al respecto?
-No lo he decidido todavía.

Ella no estaba segura de que valiera la pena luchar por lo que sentía por Rafael. Pero una vez, cuando yo estaba en una situación muy mala, Andrea me dijo que sentía que estar con Rafael la había sanado. Ella había dicho que estaba recogiendo sus pedazos y volviéndolos a poner juntos. Bueno, todas las piezas habían caído ya, y Andrea estaba tratando de volver a reconstruirse a sí misma sola.

Yo había visto pelear a Andrea. La vi en el momento de descuido, dominada por la sed de sangre y de rabia. Rafael tendría que andarse con mucho cuidado, porque si ella decidía recuperarlo o vengarse nada la detendría.

Traté de escoger mis palabras cuidadosamente. -Nada es gratis. Si lo deseas, tienes que luchar por él.

-Lo estoy pensando-, dijo. -¿Cómo fue tu día?
Señalé con la cabeza a la cabeza del vampiro.
-Eso es bueno, eh.
-Sí.
-Tengo el cuerpo de un vampiro para ti-, dijo Andrea. -Está en el congelador.

Le di una bonita sonrisa. –No deberías haberte molestado.
-Es un soborno por haber tenido un brote psicótico.
El motor del coche se había encendido. Curran estaba cansado de esperar.
-Ese es mi viaje-, le dije.

La puerta se abrió, y Curran entró, contuve la respiración. Verlos a cada uno en la garganta del otro sería más de lo que podría soportar.

Andrea se levantó.
Una muestra de respeto para el Señor de las Bestias. Decidí que respirar era una buena idea.

Curran asintió con la cabeza a Andrea. También me levanté, me acerqué a él y lo besó, sólo por si acaso abrigaba pensamientos violentos. Me guiñó un ojo.

 

-Espera, déjame agarrar la cabeza de vampiro-. Fui atrás y cogí la cabeza.

 

Cuando salí llevando la cabeza en una bolsa de plástico, Andrea y Curran se encontraban todavía de una sola pieza y se les había unido un Ascanio recién lavado.

 

Saludé con la mano a Andrea y a Curran y nos fuimos en el coche. Ascanio intentó quedarse, pero Curran lo miró, y el chico decidió seguirnos.

Nos metimos en el coche y nos alejamos.
-¿Y cómo ha ido tu día?-, le pregunté a Ascanio.

Se volvió hacia mí con una mirada soñadora en su bonita cara. -Hemos matado a esas cosas. Había sangre. Fuentes de sangre. Y luego tuvimos una barbacoa.

 

¿Por qué yo?

Cuando entramos por las puertas de la Fortaleza, Doolittle nos esperaba. El collar de Roderick había adquirido el color del oro blanco. Tenía problemas para respirar. La siguiente ola mágica sería la última.

Diez minutos más tarde salimos de la Fortaleza en un vehículo de la Manada. Curran conducía. Me senté en el asiento del pasajero sosteniendo un cuenco de joyas y balas para nuestra ofrenda. Doolittle y el muchacho se sentaban en la parte posterior. Roderick silbaba con cada respiración, y Curran conducía como un loco hacia la línea ley del norte, con las manos en el volante, su rostro era una máscara sombría. Llegamos a la salida en un tiempo récord y no se detuvo cuando condujo el jeep por la rampa a la corriente mágica invisible. La magia agarró el coche y lo arrastró hacia el norte, hacia las montañas. Con magia o con tecnología, las líneas ley fluían siempre y estábamos muy agradecidos por su existencia.

La corriente nos llevó hasta Franklin donde nos escupió, y desde allí nos dirigimos por un camino sinuoso a las Tierras Altas. Solía ser un destino lujoso, con hermosos lagos y cascadas, envuelto en bosques verde esmeralda que se derramaron de los acantilados. Montones de hogares de ricachones, embarcaciones de recreo, los ranchos con caballos mimados... Pero la magia había destruido la infraestructura y los residentes aprendieron rápidamente que las montañas en invierno son mucho menos divertidas sin electricidad. Ahora las casas estaban abandonadas o ocupadas por personas locales. Pequeños pueblos surgieron aquí y allá, pequeñas comunidades alejadas cuyos habitantes nos miraban con desconfianza a medida que pasábamos.

El lago Cliffside era hermoso, pero no teníamos tiempo para hacer turismo. Ocho horas después de que hubiéramos salido de la fortaleza, estábamos junto a la montaña, recorrió los blancos rayos marcados como por un látigo.

Yo esperaba un altar, o algún tipo de marca para mostrar el lugar correcto, pero no había nada. Sólo un acantilado.

Me deshice del cuenco lleno de joyas y balas contra las rocas. tintinearon. -¿Ivar? No pasó nada. La cara de Doolittle se desmoronó.
-¡Ivar, déjanos entrar!
Las montañas estaban en silencio, sólo la respiración ronca de Roderick la rompía.

Teníamos que haber llegado antes. Tal vez la ofrenda sólo funcionaba durante la magia, pero tan pronto como la magia golpease, el collar le rompería el cuello Roderick.

-¡Vamos a entrar!, grité.
No hubo respuesta.
-Vamos, maldito hijo de puta-. Golpeé la montaña con la taza. -¡Déjanos entrar!
-Kate-, dijo Curran en voz baja. –No nos queda tiempo, nena.

Doolittle se sentó en una roca y le sonrió a Roderick, su sonrisa de calma a los pacientes. -Ven y siéntate conmigo.

El muchacho se acercó y se deslizó sobre la roca.
Me apoyé contra la pared de la montaña.
-Esto es bonito-, dijo Roderick.

No era justo. Era sólo un niño... puse mi cara en el hombro de Curran. Envolvió sus brazos alrededor de mí.

-¿Puedes oír a los pájaros?-, preguntó Dolittle.
-S- dijo Roderick.
-Muy tranquilo-, dijo Doolittle.

Sentí la tensión de Curran y me volví.

Un hombre caminaba por el sendero. Grande y musculoso, construido para ganarse la vida luchando contra osos, tenía una cara ancha, llena de arrugas y enmarcada en una barba corta oscura y un pelo largo y castaño. Llevaba un par de pantalones vaqueros manchados de hollín y una túnica.

Su mirada se posó en Roderick. Gruesas cejas peludas estaban encima de sus ojos azul pálido.
-¿Qué estáis haciendo aquí?-, preguntó.
-Estamos buscando a Ivar-, dijo Curran.
-Te llevaré a él-. El hombre miró a Roderick y le tendió la mano. -Acércate un poco.

Roderick saltó de la roca y se acercó. El hombre de pelo oscuro le tomó la mano. Juntos caminaron por el sendero de la montaña. Los seguimos.

El camino giró por detrás del acantilado, y vi una estrecha abertura en la montaña, sus paredes eran completamente lisas, como si alguien hubiera cortado la roca con una espada descomunal. Entramos por ella, pasando por encima de la grava y las rocas.

-¿De donde venís?- preguntó el hombre.
-De Atlanta-, le dije.
-La gran ciudad-, dijo.
-Sí-. Ninguno de los dos mencionó el collar que ahogaba la garganta del niño.

Delante el sol brillaba a través de la brecha. Esperamos un momento y la atravesamos, salimos a la luz. Un valle estaba frente de nosotros, el terreno pendiente era suave y las aguas de un lago estrecho. Un molino de agua giraba y crujían en la orilla opuesta. A la derecha una casa de dos pisos se asentaba en el césped de hierba verde. Unas docenas de metros hacia un lado una herrería se levantaba y detrás de ella un jardín se extendía por la ladera, rodeado por una valla metálica. Más lejos aún, unos caballos pálidos estaban corriendo en un potrero.

El collar hizo clic en el cuello de Roderick y se cayó. El hombre de pelo negro lo cogió y lo partió por la mitad. -Voy a coger esto.

 

Roderick respiró. Tenía pequeños puntos rojos en el cuello hinchado, donde el collar había perforado la piel.

 

-No te preocupes-, dijo el hombre. -Vas a sanar en la siguiente ola de magia.

 

Un perro gris peludo trotó hasta nosotros, escupió una pelota de tenis de su boca, y le preguntó a Roderick con los ojos grandes.

 

-Este es Ruckus-, dijo el hombre. –Quiere que le lanzases la pelota.

 

Roderick tomó la pelota de tenis, la miró por un segundo, y luego la lanzó por la pendiente. El perro salió tras ella. El muchacho se volvió hacia nosotros.

-Adelante-, le dijo Doolittle.
Roderick se lanzó por la pendiente.
-Así que tú eres Ivar-, le dije.
-Lo soy.

Por fin El collar se había ido. Roderick estaba a salvo. Mis piernas cedieron un poco y me apoyé contra el árbol más cercano.

 

Ivar me estudió. -Oh, eso no es bueno. ¿Por qué no venís a la casa? Trisha estaba haciendo el té helado antes de que me fuera. Ya debe estar frio.

 

Como en un sueño lo seguimos hasta la casa. Nos sentamos en una terraza cubierta, e Ivar trajo una jarra de té y algunos vasos.

-¿Por qué hacer que el collar estrangulase a un niño?-, preguntó Curran.
-Es una historia muy larga-. Ivar suspiró. -Supongo que sabes que soy.
-Un dverg-, le dije.

-Eso es correcto-. Ivar se miró las manos. Eran grandes, Desproporcionadas con su cuerpo. Trabajo con el metal. Desde que recuerdo, el metal me ha hablado. Algunas de las cosas que hago son inofensivas. Arados, herraduras, clavos. Algunas no lo son. He hecho una espada o dos en mi vida. La cosa es que, una vez que la hoja está fuera de tus manos, no puedes controlar para que se utiliza, aunque lo intento.

-¿Como con Dagfinn?- Supuse.
Ivar asintió con la cabeza. -¿Cómo lo está haciendo el chico?
-Bien-, dijo Curran.

-Es bueno saberlo. Tenía un poco de mal genio. Ivar se asomó a la orilla del río, donde Roderick y Ruckus se perseguían el uno al otro. -Trisha es mi segunda esposa. La primera, Lisa, bueno, ella era... Lo mejor que puedo entender, era una elfo. No hay manera de saberlo a ciencia cierta, por supuesto. Ella apareció en mi puerta un día y se quedó. Era hermosa. Tuvimos una hija, pero la vida del valle no era para Lisa, por lo que una mañana me desperté y ella se había ido. Dejó al bebé conmigo. Hice mi mejor esfuerzo para criarla. Tenía el pelo como el oro, mi Aurelia. Pero hice un pésimo trabajo criándola. Nunca hubo una sensación de calor en ella, no había empatía. No sé por qué. Ella ya estaba completamente desarrollada cuando un joven se acercó al valle. Me dijo que quería ser mi aprendiz. Para saber más sobre herrería. No tomo aprendices, pero el chico tenía talento, así que él y yo hicimos un trato. Él se quedaría conmigo una década.

-Diez años es mucho tiempo-, le dije.
-El suficiente para aprender cómo no hacer daño-, dijo Doolittle.

Ivar le lanzó una mirada de agradecimiento. -Lo entiendes. No se puede enseñar el arte en diez años. Tengo sesenta y todavía aprendo cosas nuevas cada día. Pero pensé que una década sería el tiempo suficiente para enseñarles lo que uno debe hacer y lo que no debe hacer. No se puede simplemente darle esa clase de poder a un hombre y dejarlo suelto en el mundo sin una guía. Así que Colin y yo hicimos un trato. Él usaría el collar y durante su estancia aquí, en el valle, aprender todo lo que podía enseñarle. Si salía de los límites del valle antes de que el tiempo hubiera terminado, el collar lo mataría. Él entendió que no había vuelta atrás. Una vez que se lo puso en el cuello, tenía que quedarse aquí durante diez años.

-¿Aurelia decidió irse?-, pidió Curran.

Ivar asintió con la cabeza. -Ella no tenía ninguna habilidad. Hay una escuela de contabilidad, y traté de llevarla allí, pero lo dejó. No le interesaba. No le importa tampoco el trabajo del metal. Pensaba que era vulgar y común. Es mi culpa: le había explicado lo que era el dinero, le expliqué que en el resto del mundo uno no puede vivir de la tierra y del trueque, de la forma en que lo hacemos aquí Así que decidió que Colin se haría cargo de ella, un día fui a las montañas, a la antigua mina de cobre, y cuando bajé, se habían ido. Le había advertido que si Colin se las había arreglado para sacarse el collar, trataría de encontrarlo de nuevo y él no sería capaz de resistir a él. A mi modo de entender, Aurelia influyó en él de alguna manera y debieron de haberlo vendido. Había una gran cantidad de oro en él.

Ahora las cosas tenían sentido. Colin tenía dinero. Ella lo necesitaba vivo para cuidar de ella. Roderick era sólo un accidente domestico.

-Colin ya no trabaja el metal-, le dije. -Él es contable. No creo que ni siquiera recuerde su tiempo aquí. Por la forma en que actuó cuando vio el collar, no creo que supiera lo que era. Él y Aurelia tuvieron una hija. El collar la mató. Ese es su hijo-. Señalé hacia el valle donde el niño y el perro jugaban. -Aurelia le puso el collar para mantenerlo fuera de Colin.

La cara de Ivar se tensó. -El collar nunca tuvo la intención de seguir a la sangre. Su único fin era mantener a Colin aquí.

Roderick subió las escaleras. Estaba colorado. -No tenemos que irnos todavía, ¿verdad? No lo llevaría de regreso con esa perra.

Ivar miró a su nieto. Había tristeza y lamento. Una gran cantidad de arrepentimiento. Pude ver la semejanza entre ellos ahora: el mismo cabello oscuro, la misma mirada seria y sombría en los ojos.

-¿Te gusta esto?-, preguntó Doolittle.
Roderick asintió con la cabeza.
El medimago miró al enano. -Las segundas oportunidades no ocurren a menudo. La cara de Ivar se aflojó.
-Tienes razón-, dijo Curran.

Ivar respiró hondo y sonrió a Roderick. -Roderick, soy tu abuelo. ¿Le gustaría quedarme aquí por un tiempo? ¿Conmigo?

Roderick miró a Doolittle.
-Es tu decisión-, dijo el medimago. -Puede venir conmigo, si quieres-. Roderick le dio vueltas.
-Nunca he tenido un abuelo antes-, dijo el muchacho.
-Nunca he tenido un nieto antes-, respondió Ivar.
-¿Puedo ir a nadar?

-Sí-, dijo Ivar. -Tu abuela estará de regreso del mercado muy pronto-. Vamos, comeremos y luego puedes ir a nadar. El agua está fría, pero puedes disfrutar de ella. Nuestra especie lo hace.

Roderick sonrió. Era una pequeña sonrisa vacilante. -Me gustaría hacer eso.
Ivar se levantó y le ofreció al niño su mano. -¿Te gustaría ver mi herrería?
Roderick asintió con la cabeza. Los dos caminaron por el porche, juntos, mano a mano. Los tres nos sentamos en el porche, mirando el río, y bebiendo té helado.
-¿Qué pasará con Aurelia?-, les pregunté.

-Ella aún está casada con el hermano del fiscal del distrito-, dijo Curran. -Una mujer me dijo que sería una mala idea hacer algo al respecto.

 

-Yo no me seguiría preocupando por Aurelia-, dijo Doolittle, mirando a Ivar y a Roderick, en la herrería. -Tengo la sensación de que obtendrá lo que se merece.