Capítulo Uno

Estaba a diez metros de la puerta de Cutting Edge investigaciones, cuando oí sonar el teléfono en el interior. Por desgracia, la llave de la puerta estaba en el bolsillo de mi sudadera que, por el momento, estaba llena del limo color rosa pálido que goteaba de los tentáculos que descansa sobre mis hombros.

Los tentáculos pesaban unos treinta kilos y a mis hombros realmente no les gustaban. Detrás de mí, Andrea, mi mejor amiga y socia en la resolución de delitos, movió la masa bulbosa de carne que era el resto de la criatura recolocándola. –El teléfono.

 

-Ya lo oigo-. Saqué lo que pude de mi bolsillo, pero todo estaba pegoteado de lodo. Una humedad fría se deslizó a través de mis dedos. Ew.

-Kate, podría ser un cliente.

-Estoy tratando de encontrar la llave.

Los clientes significaban dinero y el dinero era escaso. Cutting Edge había abierto sus puertas hacía tres meses, y aunque nos iba llegando un goteo de trabajos bien remunerados, la mayoría de ellos no lo estaban. A pesar de la buena recomendación de la Guardia Roja, los guardias de seguridad de primera clase de la ciudad, los clientes no estaban derribando nuestra puerta en una carrera por contratarnos.

Nuestro mundo era asolado por olas mágicas. Nos inundaban de forma aleatoria, sofocaba la tecnología y dejaba monstruos a su paso. En un momento había magos renegados escupiendo bolas de fuego y relámpagos y al siguiente la magia se desvanecía, los policías levantaban sus armas de fuego de nuevo en funcionamiento, y les decían a los magos que bajasen sus juguetes inútiles.

Lamentablemente las consecuencias de las olas mágicas no siempre desaparecían con ellas, y Atlanta, por necesidad, había dado lugar a muchas organizaciones para hacer frente a la magia de materiales peligrosos. Todas ellas habían estado en el negocio mucho más tiempo que nosotras, la policía, el Gremio de mercenarios, una gran cantidad de empresas privadas, y el gran gorila, la Orden de los caballeros de la ayuda Misericordiosa. La Orden y sus caballeros habían hecho suya la misión de proteger la humanidad contra todas las amenazas y así lo hacían, en sus términos. Tanto Andrea como yo habíamos trabajado para la Orden algún tiempo y ambas la habíamos dejado en circunstancias poco amistosas. Nuestra reputación no era estelar, así que cuando conseguíamos un trabajo era porque todos los demás en la ciudad ya lo habían rechazado. Estábamos convirtiéndonos rápidamente en el último recurso del negocio en Atlanta. Sin embargo, cada trabajo exitoso era una marca positiva junto a nuestro nombre.

El teléfono seguía sonando insistentemente.

Nuestro último trabajo había llegado por cortesía de la Asociación de vecinos de Acres verdes, ellos se habían presentado en la puerta esta mañana, afirmando que una medusa gigante vagaba levitando por su barrio y que si podíamos ir a atraparla porque se estaba comiendo los gatos locales.

Al parecer, la medusa translúcida estaba flotando con los restos de gato a medio digerir en su interior, y los niños del barrio estaban muy inquietos. La policía les había dicho que no era una prioridad, ya que la medusa no se había comido a ningún ser humano y el Gremio de mercenarios no se desharía de ella por menos de mil dólares. La Asociación de Propietarios nos ofreció doscientos dólares. Nadie en su sano juicio haría el trabajo a ese precio.

Nos había llevado todo el condenado día. Y ahora teníamos que deshacernos adecuadamente de la maldita cosa, porque tratar con cadáveres de criaturas mágicas era como jugar a la ruleta rusa. A veces, no pasaba nada, y en otras ocasiones el cadáver hacía cosas divertidas, como descomponerse en un charco de protoplasma carnívoro o eclosionar en sanguijuelas chupasangre de un pie de largo.

El peso de la medusa desapareció de repente de mis hombros. Busqué en mi bolsillo y mis dedos se deslizaron contra el frío metal. Saqué la llave fuera, la metí en la cerradura y abrí la pesada puerta blindada. ¡Ajá! Victoria.

Me lancé por la puerta e hice una pausa junto al teléfono. Llegué a un segundo demasiado tarde y el contestador automático se encendió. –Kate-, dijo la voz de Jim. -Levanta el teléfono. Me aparté del teléfono como si ardiera. Sabía exactamente de lo que trataba la llamada y no quería saber nada de eso.

-Kate, sé que estás ahí.

-No, no lo soy-, le dije.

-Vas a tener que lidiar con ello tarde o temprano.

Negué con la cabeza. -No, no tengo que hacerlo.

-Llámame-. Jim colgó el teléfono.

Me volví hacia la puerta y vi a Andrea atravesarla. Detrás de ella, la medusa se escurrió por la puerta por su cuenta. Parpadeé. La medusa siguió entrando, me volví y vi a Curran llevándola en brazos, como si la masa de 300 libras de la carne no fuera más pesada que un plato de tortitas. Era bueno que fuese el Señor de las Bestias.

-¿A dónde?-, preguntó.

-Al cuarto de atrás-, dijo Andrea. -Aquí, te lo mostraré.

Los seguí y observé a Curran empaquetar a la medusa en el contenedor de desechos biológicos.

Deslizó la tapa en su lugar, cerró las pinzas, y cubrió la distancia entre nosotros. Puse mis brazos viscosos aparte para evitar que el lodo lo manchase, se inclinó y besé al Señor de las Bestias. Sabía a pasta de dientes y a Curran, y la sensación de sus labios sobre los míos me hizo olvidar el mal día, las facturas, a los clientes, y los dos litros de baba de mi ropa mojada.

El beso duró sólo un par de segundos, pero bien podría haber sido una hora, porque cuando nos separamos, sentí que había vuelto a casa, dejando todos mis problemas atrás.

-Hola-, dijo. Sus ojos grises me sonreían.

-Hola.

Detrás de él, Andrea puso los ojos en blanco.

-¿Qué pasa?-, le pregunté.

Curran casi nunca venía a visitar mi oficina, particularmente de noche. Odiaba Atlanta con todo el fuego de una supernova. Yo no tenía nada en contra de Atlanta, en la teoría… estaba medio erosionada por las olas mágicas y se quemaba mucho… pero no había multitudes.

Cuando mi día de trabajo terminaba no me quedaba. Me dirigía directamente a la Fortaleza, donde la Manada de cambiaformas de Atlanta y Su Majestad peluda residían.

 

-Pensé que podiamos ir a cenar-, dijo. -Ha pasado bastante tiempo desde la última vez que hemos salido.

Técnicamente nunca habíamos salido a cenar. ¡Oh, habíamos comido juntos en la ciudad pero por lo general era accidental y la mayoría de aquellos momentos incorporaban a otras personas y con frecuencia terminaba en un incidente violento.

-¿Cuál es la ocasión?

 

Las cejas rubias de Curran se juntaron. -¿Tiene que haber una ocasión especial para que te lleve a cenar?

 

Sí. -No.

 

Él se inclinó hacia mí. -Te he extrañado y me cansé de esperar a que vuelvas a casa. Ven a comer algo conmigo.

 

Tomar un bocado sonaba celestial, salvo que dejaba tirada a Andrea. -Tengo que esperar a que riesgo biológico venga a recoger a la medusa.

 

-¡Yo lo haré!-, se ofreció Andrea. -Ve, no es necesario que las dos esperemos sentadas aquí. Tengo algunas cosas que necesito arreglar de todos modos.

 

Dudé.

 

-Puedo firmar los formularios tan bien como tú-, me informó Andrea. -Y mi firma no se parece a los arañazos de un pollo borracho en la tierra.

-Mi firma está muy bien, muchas gracias.

-Sí, sí. Id a pasar un buen rato.

-Necesito una ducha-, le dije a Curran. -Te veo en diez minutos.

Era viernes, las ocho en una cálida noche de primavera, mi pelo estaba peinado, mi ropa limpia y libre de barro, e iba a salir con el Señor de las Bestias. Curran conducía. Lo hacía con mucho cuidado, para concentrarse en la carretera. Tenía la sensación de que había aprendido a conducir cuando fuera mayor. Yo también conducía con cuidado, sobre todo porque esperaba que el coche me fallase en cualquier momento.

Eché un vistazo a Curran en el asiento del conductor. Incluso en reposo, como ahora, relajado y conduciendo, emanaba una especie de espiral de energia. Había sido construido para matar, su cuerpo era una mezcla de músculos duros, potentes y flexibles y algo en su constitución telegrafiaba un potencial impresionante para la violencia y el derecho a usarla. Parecía que ocupaba un espacio mucho más grande del que su cuerpo requería y que era imposible de ignorar. En el pasado había utilizado esa promesa de violencia para asustarme, así que yo me había burlado de él hasta que uno de los dos saltaba. Ahora sólo la aceptaba, de la misma forma en que aceptaba mi necesidad de dormir con un arma de debajo de mi cama.

Curran me sorprendió mirándolo. Dobló los abultados músculos tallados en sus brazos, y me guiñó un ojo. -Hey baby.

 

Solté una carcajada. -Entonces, ¿a dónde vamos?

 

-Al Arirang-, dijo Curran. -Es un agradable lugar Coreano, Kate. Tienen unas parrillas de carbón en las mesas. Te traen la carne y la cocinas como quieras.

Me lo figuraba. Siguiendo sus propios gustos. Curran sólo comía carne, Salpicado con algún postre de vez en cuando. -Eso estába bien para mí, pero ¿qué va a comer su vegetariana Majestad?

Curran me dio una mirada plana. –En su lugar siempre puedo conducir a una hamburguesería.

 

-Oh, ¿así que tirarías una hamburguesa en mi garganta y esperarías que saltase al asiento de atrás?

Él sonrió. -Podemos hacerlo en el asiento delantero si lo prefieres. O en el capó del coche.

-No voy a hacerlo en el capó del coche.

-¿Es que o te atreves?

¿Por qué yo?

-¿Kate?

-Mantenga la mente en la carretera, Su pilosidad.

Pasamos la ciudad retorcida por la magia, maltratada y golpeada, pero en pie. La noche se tragó las ruinas, ocultando las tristes laminas de los, una vez, poderosos y altos edificios. Nuevas casas flanqueaban las calles, construidas a mano con madera, piedra y ladrillo para soportar las mandíbulas de la magia.

Bajé la ventanilla y dejé que la noche flotara en el coche, olor a primavera y un toque de humo de la madera de un incendio lejano. En algún lugar un perro solitario ladraba por puro aburrimiento, cada tramo marcada por una larga pausa, probablemente para ver si sus propietarios lo dejaban entrar.

Diez minutos más tarde nos detuvimos en un largo aparcamiento vacío, custodiado por los viejos edificios de oficinas en los que hoy en día se encuentran las tiendas asiáticas. Un edificio de piedra típica con grandes ventanales a pie de calle se sentaba al final marcado por un cartel que decía “Arirang”.

-¿Este es el lugar?

-Mmm-, dijo Curran.

-Pensé que habías dicho que era un restaurante coreano-. Por alguna razón esperaba una casa hanok con un techo curvo de baldosas y un amplio porche.

-Lo es.

-Parece que Western Sizzlin-. De hecho, era probable que soliera ser un Western Sizzlin.

-¿Vas a confiar en mí? Es un lugar bonito...-. Curran frenó, y el Jeep de la Manada se detuvo con un chirrido.

Dos vampiros esqueléticos se sentaban en la parte delantera del restaurante, atados a la barandilla de los caballos con cadenas enrolladas en sus cuellos. Pálidos, sin pelo, secos como cuero desigual, los no-muertos nos miraron con locos ojos brillantes. La muerte les había robado su consciencia y voluntad, dejando atrás carcasas sin sentido, impulsadas sólo por la sed de sangre. Por su cuenta, los chupasangres masacrarían a todo lo vivo y seguirían matando hasta que no quedaba nada que respirase. Sus mentes vacías los hacía un vehículo perfecto para los nigromantes, que telepáticamente los navegaban como a coches teledirigidos.

Curran miró a los muertos vivientes a través del parabrisas. El noventa por ciento de los vampiros pertenecía a la Nación, un híbrido extraño entre una corporación y un instituto de investigación. Ambos despreciábamos a la Nación y todo lo que representaba.

No me pude resistir. -Pensé que habías dicho que era un sitio agradable.

Se echó hacia atrás, agarró el volante y dejó escapar un gruñido de largo, -Grrr. Me reí entre dientes.

-¿Quién diablos se detiene en un restaurante mientras se navega?- Curran apretó el volante un poco. Hizo un ruido gimiendo.

Me encogí de hombros. -Tal vez los navegantes tenían hambre.

Me dirigió una mirada extraña. -Están muy lejos del Casino, eso significa que están de patrulla.

-¿Crees qué de repente se van a poner a comer algo?

-Curran, haz caso omiso de los malditos chupasangres. De todos modos vamos a tener una cita. Parecía que quería matar a alguien.

El mundo parpadeó. La magia nos inundó como un tsunami invisible. El letrero de neón encima del restaurante se marchitó y un símbolo más grande azul brillante hecho de vidrio soplado a mano y lleno de aire cargado se encendió encima de él.

Estiré la mano y apreté la mano de Curran. -Vamos, tú, yo y un plato de carne apenas chamuscada, será muy bueno. Si vemos a los navegantes, puedes reírte de la forma en que sostienen sus palillos.

Nos bajamos del coche y nos dirigimos hacia el interior. Los chupasangres nos miraron al unísono, con los ojos como dos brasas ardientes enterradas bajo las cenizas de un fuego que se apagaba. Sentí sus mentes, dos puntitos calientes de dolor contenidas de forma segura por las voluntades de los navegantes. Un desliz y las brasas se encenderían como el fuego que todo lo consume. Los vampiros nunca conocían la saciedad. Ellos nunca se llenaban, nunca dejaban de matar, y si se les dejasen sueltos, ahogarían al mundo en sangre y morirían de hambre hasta que ya no quedaba nada que matar.

Las cadenas no los detendrían, los eslabones eran de cinco milímetros de espesor en el mejor de los casos. Una cadena como la que sujetaría a un perro grande. Un vampiro que se liberase ni la notaría, pero el público en general se sentía mejor si los chupasangres estaban encadenados, por lo que obligaban a los navegantes a sujetarlos.

Pasamos junto a los vampiros y entramos en el restaurante.

El interior de Arirang era tenue. Lámparas feericas brillaba con una luz suave en las paredes, ya que el aire cargado dentro de sus tubos de vidrio de colores reaccionaba con la magia. Cada lampata había sido soplada a mano con una forma hermosa: un brillante dragón azul, una tortuga verde esmeralda, un pez de color púrpura, un perro de color turquesa robusto con un cuerno de unicornio. Los reservados se alineaban en las paredes, sus mesas eran simples rectángulos de madera. En el centro de la sala cuatro grandes mesas redondas tenían incorporadas parrillas de carbón bajo una campana de metal.

El restaurante estaba medio lleno. Los dos reservados a nuestra derecha estaban ocupados, la primera por una pareja joven, un hombre de pelo negro y una mujer rubia, ambos en la veintena, y el segundo por dos hombres de mediana edad. La pareja más joven conversaba en voz baja. Buena ropa, relajados e informales, bien arreglados. Diez a uno a que estos eran los navegantes que habían aparcado a los chupasangres enfrente. El Casino tenía siete maestros de los muertos y los conocía de vista a todos.

No reconocí al hombre o la mujer. Cualquiera de estos dos estaba de visita desde fuera de la ciudad o eran jornaleros de nivel superior.

Los dos tíos mayores de edad en la cabina de al lado estaban armados. El más próximo llevaba una espada corta, que había puesto en el asiento de al lado. Cuando su amigo tomó el salero, la sudadera abrazó un arma en su funda del costado.

Más allá de los hombres en la esquina derecha, cuatro mujeres en sus treinta años se reían demasiado fuerte, probablemente borrachas. En el otro lado una familia con dos hijas adolescentes cocinaban sus alimentos en la parrilla. La niña mayor se veía un poco como Julie, mi protegida. Dos mujeres de negocios, otra familia con un niño pequeño, y una pareja de ancianos completaban los clientes. No había amenazas.

El aire se arremolinaba con el delicioso aroma de la carne cocinada a fuego abierto, salteado de ajo y especias dulces. Mi boca se hizo agua. No había comido nada desde esta mañana cuando le cogí un poco de pan a un vendedor ambulante. Me dolía el estómago.

Un camarero con unos pantalones lisos negros y una camiseta negra nos llevó a una mesa en el centro de la sala. Curran y yo tomamos las sillas una frente a otra - podíamos ver la puerta de atrás y tenía una bonita vista de la entrada principal. Pedimos té caliente. Treinta segundos más tarde vinieron con un bote de palitos.

-¿Hambre?- Preguntó Curran.

-Muerta de hambre.

-Plato combinado para cuatro personas-, ordenó Curran.

Su hambre y mi hambre eran dos cosas diferentes.

El camarero se fue.

Curran sonrió. Era una sonrisa feliz y genuina que lo catapultó al territorio del atractivo irresistible. No sonreía muy a menudo en público. Esa sonrisa íntima usualmente estaba reservada para momentos de intimidad cuando nos quedábamos solos.

Estiré la mano, tiré de la cinta de mi trenza todavía húmeda, y deslicé mis dedos a través de ella, desenredando el pelo. La mirada Curran se había enganchado a mis manos. Se centró en los dedos como un gato sobre un pedazo de papel tirado por una cuerda. Negué con la cabeza y el pelo me cayó sobre los hombros en una onda larga y oscura. Ahí vamos. Ahora los dos estábamos siendo íntimos en público.

Chispas diminutas de oro bailaba en los iris de Curran. Estaba pensando en cosas sucias y el borde impío en su sonrisa me hizo querer deslizarme junto a él y tocarlo.

 

Teníamos que esperar. Estaba bastante segura de que tener sexo caliente en el suelo del Arirang nos reportaría una prohibición de por vida. Por otra parte, podría valer la pena.

Levanté mi té en un brindis. -Por nuestra cita.

Levantó su copa y las chocamos suavemente una contra la otra.

-Entonces, ¿cómo te fue hoy?-, me preguntó.

-Primero, me persiguió una medusa gigante por los suburbios. Luego discutí con riesgo biológico para que vinieran a recogerla porque decía que era un tema de Caza y Pesca. Entonces llamé a Caza y Pesca y tuvimos una llamada a tres con Biohazard, luego me puse a escuchar a los otros dos discutir e insultarse. Se pusieron muy creativos.

-Entonces Jim te llamó-, dijo Curran.

Hice una mueca. -Sí. Eso también.

-¿Hay alguna razón en particular para que estés evitando a nuestro jefe de seguridad?- preguntó Curran.

-¿Te acuerdas de que mi tía mató al jefe del Gremio de mercenarios?

-No es algo de lo que uno se olvidaría-, dijo.

-Ellos todavía está peleando sobre quién se hará cargo.

Curran me miró. -¿Eso no fue hace cinco meses?

-Eso justo dije yo. Por un lado están los mercenarios veteranos, que tienen experiencia. En el otro lado está el personal de apoyo. Ambos grupos tienen aproximadamente la misma proporción en el Gremio, como resultado de la voluntad de Salomón y se odian entre sí. Se están acercando a las amenazas de muerte, por lo que están realizando algún tipo de arbitraje final para decidir quién está a cargo.

-Salvo que están estancados-, adivinado Curran.

-Sí, lo están. Al parecer, Jim cree que yo tengo que romper ese empate.

El fundador del Gremio, ahora muerto, era un cambiaformas en el armario. Dejó el veinte por ciento del Gremio a la Manada. Mientras el Gremio de Mercenarios se mantuviera estancado, nadie iba a cobrar y los alfas de la Manada quería que la fuente de ingresos comenzara a fluir de nuevo. Ellos presionaban a Jim, y Jim ejercía presión sobre mí.

Llevaba bastantes años en el Gremio como para ser vista como una veterana. Jim tenía bastantes años también, pero a diferencia de mí, él se daba el lujo de mantener su identidad semiprivada. La mayoría de los mercenarios no sabían que él estaba en la cúpula de la Manada.

Yo no tenía privacidad. Era la consorte de la Manada. Era el precio que pagaba por estar con Curran, pero no me tenía que gustar.

 

Su Majestad bebía su té. -¿No quieres solucionar el conflicto?

-Preferiría comer tierra. Está entre Mark y los veteranos encabezados por los cuatro jinetes, y se desprecian los unos a los otros. No están interesados en llegar a un consenso. Sólo quieren insultarse el uno al otro sobre una mesa de conferencias.

Una luz malvada brilló en sus ojos. -Siempre se puede recurrir al plan b.

-¿Reducirlos a todos a una masa sanguinolenta hasta que se callen y cooperen?

-Exactamente.

Me haría sentir mejor. -Siempre podría hacerlo a tu manera.

Curran enarcó las cejas rubias. -¿Rugir hasta que todos se hicieran pis?

Una sombra de satisfacción parpadeó en su rostro y desapareció, sustituida por inocencia. -Eso es mentira. Soy perfectamente razonable y casi nunca rujo. Ni siquiera recuerdo lo que se siente a golpear algunas cabezas juntas.

El Señor de las Bestias de Atlanta, un monarca suave e ilustrado. -¿Cómo procedería usted, Su Majestad.

 

Se le abrió otra sonrisa.

 

El hombre nigromante en la cabina de nuestro lado se agachó debajo de la mesa y sacó una caja rectangular de palo de rosa. Diez a uno a que había una pieza de joyería en el interior.

Señalé con la cabeza en el Curran. -Tu turno. ¿Cómo te fue el día?

-Liado y lleno de mierda estúpida que no quería tratar.

La mujer rubia abrió la caja. Sus ojos se iluminaron.

-Las ratas están teniendo algún tipo de disputa interna por algunos apartamentos que han comprado.

 

Me llevó todo el día desenredarlo-. Los hombros de Curran se encogieron.

 

La mujer sacó un collar de oro de la caja. De una pulgada y media de ancho era un collar segmentado de oro pálido, que brillaba a la luz de las lámparas feericas.

 

Nos serví más té. -Pero prevaleciste.

 

-Por supuesto-. Curran bebió de su vaso. –Ya sabes, podríamos pasar la noche en la ciudad esta noche.

 

-¿Por qué?

 

-Porque de esa manera no tendría que conducir durante una hora hasta llegar a la Fortaleza antes de que pudiéramos perder el tiempo.

 

Jeh.

Un grito me trajo de nuevo a la realidad. En el reservado, la nigromante rubia agarró el collar, sin aliento. El hombre la miró, su rostro era una máscara de terror. La mujer agarró su cuello, arrancándose la carne. Con un estallido seco, le rompió el cuello y cayó al suelo. El hombre se hecho al suelo, tirando del collar. -¡Amanda! Oh, ¡Dios mío!

Junto a él dos pares de ojos de vampiro rojo nos miraban por la ventana.

 

Oh, mierda. Saqué a Asesina de la vaina de mi espalda. Al detectar a los no-muertos, la hoja del pálido sable encantado transpiraba enviando volutas de vapor blanco al aire.

 

El opaco resplandor carmín del vampiro estalló en vivo escarlata. Mierda. El restaurante acaba de actualizar su menú con carne humana fresca.

La carne hervía sobre los brazos de Curran. Sus huesos crecieron, sus músculos se retorcieron como cuerdas, la piel brotó y envainó su nuevo cuerpo. Enormes garras se deslizaron de los dedos nuevos de Curran.

Fuera los vampiros se levantaron de sus caderas.

Curran se puso de pie a mi lado, cerca de ocho pies de duro musculo de acero.

Agarré la empuñadura de Asesina, sintiendo la confortable textura familiar. Los chupasangres reaccionaron con un movimiento brusco, las luces brillantes, los ruidos fuertes, todo telegrafiaba “presa”. Todo lo que era rápido y llamativo lo hacía. La sangre por sí sola no serviría, no cuando todas las mesas estaban llenas de carne cruda.

La ventana explotó en una cascada de fragmentos brillantes. Los vampiros no navegados pasaron a través de ella, como si tuvieran alas. El chupasangre de la izquierda aterrizó en la mesa, los restos de la cadena le colgaban del cuello. El derecho se deslizó hasta el suelo de parquet pulido y chocó contra una mesa dispersando las sillas.

Grité y corrí hacia la izquierda, tirando de Asesina mientras corría. Curran gruñó y dio un poderoso salto que cubrió la mitad de la distancia a la sanguijuela.

Mi vampiro me miró. Le miré a los ojos.

Hambre.

Como mirar fijamente un antiguo abismo. Detrás de los ojos, su mente bullía, libre de la sujeción. Yo quería llegar y aplastarla, como un insecto entre mis uñas. Pero eso haría que me delatase. También podría darle a la Nación una muestra de mi sangre con un bonito lazo en ella.

-¡Aquí!- giré la muñeca, por lo que la luz danzante de las lámparas feericas se reflejó en la superficie de Asesina. Mira. Brilla.

La mirada del chupasangre se clavó en la hoja. El vampiro se agachó, como un perro antes de un golpe, las garras de las extremidades delanteras de color amarillo se desplegaron clavándose en las tablas. La madera se quejó.

La cadena se deslizó por el borde de la mase tintineando.

No había manera de cortarle el cuello. El disco de la cadena bloquearía el golpe.

Un grito agudo de mujer cortó mis tímpanos. El vampiro siseó, cabeceando en dirección al sonido.

Salté a la silla al lado de la mesa y empujé hacia un lado y hacia arriba. La hoja de asesina se deslizó entre las costillas del vampiro. La punta encontró una resistencia firme y corté a través de él. Golpeando el corazón.

Banzai.

El chupasangre chilló. Empujé la espada desde la caja torácica hasta sus testículos, solté la hoja, él se tambaleó como si estuviera ebrio, y se estrelló contra el suelo, dejándose caer como un pez fuera del agua.

A la izquierda, Curran metió sus garras a través de la carne bajo la barbilla de su vampiro. Las puntas de las garras sangrientas salieron de la parte posterior del cuello del chupasangre. El vampiro se agarró a él. Curran metió la mano monstruosa más profundamente, se apoderó del cuello del vampiro y le arrancó la cabeza del cuerpo.

Fin del espectáculo.

 

Echó la cabeza a un lado y me miró, comprobando si estaba bien. Todo duró unos cinco segundos y se sintió como una eternidad. Estábamos los dos en una sola pieza. Exhalé.

El restaurante se quedó en silencio, excepto por el hombre nigromante llorando en el suelo y del silbido ronco del vampiro convulsionando como mi sable licuado sus entrañas y la hoja absorbiendo sus nutrientes.

En la esquina un hombre sacó a su niño de la trona, cogió la mano de su esposa, y salió corriendo. Como si fuese una señal, los clientes se levantaron. Las sillas cayeron, los pies golpearon el suelo, alguien gritó.

Todos salieron por las puertas. En un abrir y cerrar de ojos el lugar estaba vacío.

Agarré a asesina y tiré de ella. Se deslizó del cuerpo con facilidad. Los bordes de la herida y la sangre se habían vuelto marrón oscuro alrededor del corte. La blandí y decapité al vampiro con un fuerte golpe. Siempre debes terminar lo que empiezas.

El brazos de Curran se contrajeron, el pelaje gris fue absorbido por su brazo. Un cambiaformas normal habría necesitado una siesta después de cambiar de forma dos veces en tan poco tiempo, pero Curran no seguía exactamente las reglas del juego de los cambiaformas normales. Se acercó al nigromante masculino, tiró de él en posición vertical, y lo sacudió una vez con una expresión de profundo desprecio en su rostro. Casi podía oír los dientes del tipo dentro de su cráneo como un sonajero.

-Mírame. Céntrate.

El nigromante se lo quedó mirando, sus ojos anchos asombrados, su boca abierta.

Me arrodillé junto a la navegante y le toqué su muñeca, manteniéndome lejos del cuello y del collar de oro que llevaba. No había pulso. El collar se sujetaba a su garganta como un lazo de oro, su color era amarillo oscuro intenso, casi anaranjado. La piel alrededor de él era de color rojo brillante y estaba cambiando rápidamente a púrpura.

Cogí su bolso, saqué la billetera y la abrí. Una acreditación de personal. Amanda Sunny, oficial de segundo nivel. Veinte años y muerta.

Curran se asomó a la cara del oficial. -¿Qué ha pasado? ¿Qué has hecho?

El hombre respiró profundamente y se deshizo en lágrimas.

Curran lo soltó con disgusto. Sus ojos eran de oro puro. Estaba cabreado.

Yo fui a la recepción de azafatas y encontré el teléfono. Por favor, funciona... Marcación por tonos. ¡Sí!

Marqué el número de la oficina. Había buenas probabilidades de que Andrea siguiera allí.

-Cutting Edge-, dijo la voz de Andrea.

-Estoy en Arirang. Dos navegantes estaban cenando. El hombre dio a la mujer un collar de oro y la estranguló hasta la muerte. Estoy con dos vampiros muertos y un cadáver humano.

-No te muevas. Estaré allí en media hora.

Colgué el teléfono y maqué el del Casino.

-Kate Daniels, con Ghastek. Es urgente.

-Por favor, espere-, dijo una voz femenina. El teléfono quedó en silencio. Yo tarareaba para mí misma y miraba la identificación. No sabía ante cuál de los Maestros de los Muertos respondía Amanda, pero sabía que Ghastek era el mejor de los siete que había actualmente en la ciudad. También estaba hambriento de poder y estaba haciendo su jugada para hacerse cargo de la oficina de la Nación en Atlanta. Él estaba muy en el centro atención en este momento y podía contar con una respuesta rápida.

Pasó un momento. Otro.

 

-¿Qué pasa, Kate?- dijo la voz de Ghastek al teléfono. Debía de haber estado haciendo algo, porque no pudo evitar la exasperación en su voz. -Por favor, se rápida, estoy en medio de algo.

-Tengo a una de tus jornaleras muerta, a un oficial histérico, a dos vampiros muertos, a un Señor de las Bestias muy cabreado con las manos ensangrentadas, y a una media docena de aterrorizados empleados de un restaurante.-¿Lo suficientemente rápido para ti?

La voz de Ghastek se quebró con tono enérgico. -¿Dónde estás?

-en el Arirang en Greenpine. Trae una unidad de descontaminación y bolsas para cadáveres.

Colgué el teléfono. Nuestro camarero superó las puertas y se acercó a nuestra mesa, se lo veía verde.

 

El resto del personal probablemente se amontonaba apretujado en el cuarto de atrás, aterrado, sin saber si el peligro había pasado.

 

-¿Ya está?

 

Curran se volvió hacia él. -Sí, se acabó. La Nación vendrá a limpiar el desorden. Puede traer a todo el mundo si eso va a hacer que se sientan mejor. Les garantizamos su seguridad.

El camarero salió. Alguien gritó. Un momento después se abrieron las puertas y la gente entró: un hombre mayor coreano, la mujer mayor que nos había recibido, una mujer que podría ser su hija y varios hombres y mujeres con uniformes de camareros y el chef. La mujer más joven llevaba a un niño. No debía de tener más de cinco años.

Los propietarios se amontonaron en los reservados que nos rodeaban. El chico miró a los dos vampiros con ojos oscuros, grandes como dos cerezas.

 

Me senté en la silla junto a Curran. Él extendió la mano y me atrajo. -Siento mucho lo de la cena.

-Está bien-.Miré a la mujer muerta. Veinte años. Apenas había tenido la oportunidad de vivir. Yo había visto muchas muertes, pero por alguna razón los ojos de Amanda en el suelo y su novio llorando desconsoladamente sobre su cuerpo, me helaron hasta los huesos. Me apoyé en Curran, sintiendo el calor de su cuerpo a través de mi camiseta. Estaba tan helada que realmente necesitaba su calor.