Once
Titrit empezó esa semana con energías renovadas. Sentía su corazón explotar por Biram y quería gritarlo al mundo. Decidió comentarle a su familia que estaban en una relación para evitar medias verdades y ocultamientos innecesarios.
Su padre le había enseñado el valor de la verdad y a jugarse por lo que quería. Era justo que aceptara ahora su decisión. Habló con él y Victoria ese mismo lunes y después de los saludos y comentarios de rigor tiró la novedad como al pasar.
-No había querido comentarlo antes, pero es justo que sepan que Biram y yo estamos saliendo como pareja.
-A ha-contestó su padre.
La sorprendió. ¿Esperaba una diatriba y solo conseguía esa palabra?
-Somos novios, papa.
-Te entendí, no soy tonto. Lo suponíamos, dadas tus continuas referencias a él los meses anteriores.
-Te felicito, me encanta la pareja-se sintió el grito de Victoria.
-Gracias, Vicky. ¿Estás enojado?
-¿En qué momento me convertí yo en un ogro para ti, Titrit? ¿Podría enojarme que seas feliz? Es lo que más quiero en la vida.
Se emocionó. Era verdad, a veces subestimaba a su padre.
-Planeábamos ir el próximo fin de semana por ahí para contarles, pero me adelanté por miedo a que no reaccionaran bien. No quería exponer al pobre Biram.
-Mira tú que pobre resultó-ironizó Usem- Los esperamos y yo voy a hacer mi cuota parte de suegro fiero, como corresponde.
Al cortar sintió alivio, La ponía nerviosa la situación y su padre había reaccionado mucho mejor de lo que pensó.
Esa semana era de receso por lo cual aprovechó para reorganizar materiales y hacer la limpieza más urgente. Su contacto con Biram fue más esporádico porque él estaría condicionado por su trabajo, pero el sábado se verían en Madrid. Ya todo estaba organizado.
El jueves ya había hecho todo lo necesario y urgente, así que decidió tomarse un merecido descanso con una bebida fría frente al televisor. Estaba casi dormida en el sillón cuando sintió el timbre que urgente la reclamaba. Al atender encontró a Menna en estado de excitación y nerviosismo, la cara transfigurada.
-Por favor, Titrit, por favor, ayúdame.
Lo primero que pensó es que la habían expulsado de su casa o algún altercado con su padre. Pero esta apenas en un susurro nervioso le explicó que estaban todos en problemas, que sus hermanos peligraban y recitó una sarta más de incoherencias en su dialecto. Trató de calmarla y se dispuso a tomar sus cosas para seguirla. Ella se prendió con fuerza de su brazo y la conminó:
-Rápido… La policía, nos van a expulsar.
Así que salió con lo puesto y sin pensar, tratando de calmarla. Caminaron con rapidez. Menna le explicaba que tenían que ir urgentemente, así que tomaron un taxi. Ya en viaje ella trató de hablar pero la mujer la contuvo.
-Era increíble como los refugiados debían cuidarse de todo, pensó.
Al ingresar a la vivienda la sorprendió encontrar todo en calma. La esperaban. Tal vez el tiempo transcurrido atemperó ánimos.
Se volvió para alentar a Menna y la forma en que su rostro había cambiado la desconcertó. La mirada sumisa había desaparecido y en su lugar había una de desprecio y una sonrisa burlona. Miró a su alrededor y la inquietud la ganó. El ambiente era ominoso.
Amalu avanzó y le habló,
-Bienvenida, Titrit, hija de Usem. Las cosas acaban de cambiar para ti.
-No entiendo- alcanzó a farfullar. De pronto sintió un golpe seco en su cabeza y la oscuridad la rodeó.
Al abrir los ojos, con una tremenda dificultad por el intenso dolor que atravesaba su cabeza, solo alcanzó a distinguir un ventanuco con rejas. Se sintió tensa y trató de moverse, solo para percatarse que estaba atada de pies y manos, tirada sobre un camastro.
No alcanzaba a interpretar que pasaba. Pero era evidente que se había equivocado feo y mal al auxiliar a Menna. ¿Tan buena actriz era? Sintió rabia al pensar que había desechado las advertencias de Biram como ridículas. Ni en sus peores pesadillas habría imaginado que esto le iba a ocurrir a ella.
Sintió la puerta abrirse y ante ella se presentó Amalu.
-El tiempo de fingir ha pasado. Tu no me conoces pero yo a ti sí. Mejor dicho a tu padre. Tal vez escuchaste alguna vez hablar de mí. Soy Badis.
Un escalofrío la recorrió entera. Sabía perfectamente quien era. El culpable de la muerte de su madre. El que los había expulsado de su clan y en definitiva de África.
Mas no le daría el gusto de demostrar que la conmovía. Se mantuvo imperturbable en el exterior, aunque por dentro temblaba. De todos los momentos y lugares, justo ella había estado cuando él había ingresado a Europa. ¿Cómo no creer en el destino?
¿O los vigilaría desde antes? ¿Qué pretendía? Las preguntas giraban enloquecidas en su cabeza.
-Veo que no, por tu falta de reacción. El cobarde de tu padre ni siquiera te habló de tu familia, ¿verdad? Soy tu tío, querida-le dijo con ironía.
Mantuvo su silencio, procurando alentarlo a hablar y descubrir su juego.
-Nos encontramos en el momento justo, en una muestra más de la infinita sabiduría de Alá. Tendrás el honor de formar parte de la expresión más terrible de nuestra cólera. Tú y tu padre.
-¿Mi padre? ¿Está aquí?- no pudo evitar gritar.
-Oh, no aún, pero lo estará. Cuando sepa que su estrella está en apuros vendrá por ti. ¿Sabes al menos que tu nombre significa eso? La traidora de Dassim lo eligió para ti.
-No se atreva a mencionar a mi madre de esa forma, ensucia su nombre.
-Ah, ¿murió, no es así? Alá se compadeció de su tozudez. Seguir a tu padre lo único que le trajo fue muerte. No hablemos más, deja tus palabras para comunicarte con Usem.
Se fue batiendo la puerta con fuerza.
La desesperación se coló en su espíritu y la quebró, anegando su rostro. ¡Otra vez ese monstruo ennegreciendo sus vidas!
¿Qué quiso decir con que formarían parte de algo, de qué? ¿Pretendía además traer a su padre usándola como carnada? Eso es lo que entendía.
Trató de calmarse y pensar. ¿Qué posibilidades tenía? Estaba incomunicada. La maldita de Menna había hecho su trabajo con cuidado, había evitado que tomara su teléfono. Estaba en receso, nadie preguntaría por ella. Biram estaba en su trabajo y en su familia no esperaban verla hasta el sábado.
La frustración la ganó. No tenía oportunidades. Pero de todas maneras decidió apelar a su personalidad. Conocía a los otros. Los iba a ver. Vería si podía convencerlos de ayudarla. Era lo único que se le ocurría.