Dos.
Victoria terminó de ayudar a Eva a cambiarse la ropa empapada por el juego y se aprontó para irse a trabajar. Mientras abotonaba su uniforme pensó en las tareas de la jornada y las ordenó mentalmente. Le gustaba hacerlo para ganar tiempos, de no ser así algo siempre le faltaba al final del día.
Al ingresar Usem al dormitorio lo miró con placer. Era aún muy guapo, sus músculos todavía bien marcados y su morena piel reluciente. Se le acercó y hundió su mano en el ensortijado cabello que aún conservaba todo su vigor. Sentándose en su falda lo abrazó y besó con pasión. El respondió con urgencia y pronto estaban uno sobre el otro vencidos por el deseo que siempre que se acercaban los envolvía. Hicieron el amor con premura y ardor, disfrutándose en cada caricia y de cada beso.
Recomponiendo su uniforme se incorporó mientras él la miraba recostado sobre su brazo.
-Olvidé contarte que hoy recibí comunicación de Biram. Te manda sus saludos. Tiene pensado venir a visitarnos ya que está en Madrid por unos días.
El pequeño niño que ella había socorrido hace tantos años había crecido para convertirse en un joven independiente, que había estudiado sin cesar y cuyas excelentes calificaciones le habían permitido acceder nada menos que a Oxford, en Inglaterra.
-Su madre debe estar muy orgullosa, los logros son asombrosos-agregó Usem con admiración.
Así era, sin dudas. Amina apenas podía creer que su pequeño hijo hubiera sorteado todos los escollos que se le habían presentado y estuviera hoy en una de las universidades más selectas del mundo. Cuando salieron de Burkina Faso y cruzaron el Mediterráneo en una experiencia escalofriante, que le costó la vida a su esposo, la esperanza la guiaba. Pero la vida había sido buena con ella, decía, la vida y la ayuda invalorable de Victoria habían obrado el milagro.
-Amina está feliz y espera que sus otros hijos puedan ser tan exitosos como él. Kalé ha tenido algunos problemas para estudiar, es más proclive al deporte y su pasión es la mecánica. La pequeña Safi ya es una adolescente y estudia también.
-¿Has pensado como tu presencia fue milagrosa para ellos y para nosotros, amor? Dos familias inmigrantes salvadas por tu toque mágico.
-¡Qué tonterías dices! He sido bendecida y he podido colaborar para que personas maravillosas se pudieran desarrollar, solo eso.
Era así, ni más ni menos. Sólo un pequeño empujón, para que los demás hicieran algo productivo con sus vidas. Podrían haber desaprovechado la ayuda, como hacían tantos. Y no fue así, ahí estaban todos, consolidados e integrados a la sociedad.
-Vuelvo tarde hoy, tengo turno largo. No olvides hacer las compras para una buena cena de festejo con Titrit. Lleva a Eva que te asesore, que está hecha una pequeña ama de casa.
Él le sonrió y asintió. Esperaba que no se olvidara de nada, la buena memoria no estaba entre sus cualidades últimamente. Suspiró pensando en la larga jornada que tenía por delante.
Las horas transcurrieron tan rápido que apenas pudo percatarse de las mismas, tan ocupada estuvo en la emergencia de la clínica. Había conseguido este trabajo hacía ya varios años y le gustaba la adrenalina que suponía estar siempre atenta a la llegada de vidas para recomponer y salvar. La entristecía cuando esto no era posible pero la empujaba a dar lo mejor de sí.
Finalizada la jornada retornó a la casa expectante de novedades. Al descender del vehículo miró con placer la vivienda. Años de trabajo duro habían permitido un buen pasar económico, que se trasuntaba en esa cómoda y elegante casa en la que habían construido su hogar. El amplio jardín albergaba espacios de disfrute y una piscina que hacía las delicias de todos. Era cómoda sin ser ostentosa. La decoración era producto del gusto ecléctico de sus dueños, y estaba plagada de objetos que recordaban su paso por África y avivaban las memorias de sus dos tuareg.
Al ingresar por la puerta lateral ya sintió el delicioso aroma que venía desde la cocina. Usem estaba cocinando carne y el festival colorido para la vista que representaban las distintas ensaladas le recordó que hacía horas no ingería bocado.
Se recostó en el vano de la puerta y observó la escena. Usem, Titrit y Eva decoraban un enorme pastel de chocolate con concentración y risas.
-Esta vez sí que los atrapé con las manos en el pastel-les dijo riendo.
-Vicky, hola-corrió Titrit hacia ella para abrazarla con ternura.
Siempre la emocionaba el amor que le demostraba, que era el mismo que ella sentía. Habían sido compañeras y compinches desde que la conoció, y habían atravesado juntas varias tormentas. Esto no había hecho más que unirlas y potenciar su vínculo. Ella se sentía su madre, aunque respetaba el lugar de Dassim en la memoria de Titrit.
La separó y le estampó un beso en la frente.
-Estás hermosa, ese vestido te sienta de maravillas.
De veras que era así. Era una hermosa veinteañera y sus 1,70 de altura no hacían sino dar prestancia a su figura. Sus ojos eran de un verde límpido, parecidos a los de su padre, pero la tez cetrina y el cabello ensortijado y negro como ala de cuervo eran legados de su madre, sin duda alguna.
-Gracias, Vicky. Pero acá la más linda es mi bella hermanita- y corrió a la niña alrededor de la mesada central, para placer de Eva que chillaba y gritaba escondiéndose detrás de sus padres.
La relación entre ambas era maravillosa y lo había sido siempre. Titrit no había sido nunca celosa de la pequeña, como hubiera sido natural. La aceptó con amor desde el comienzo, transformándose en una pequeña cuidadora que se preocupaba por cualquier raspón o llanto.
-Vamos, vamos, chicas, tranquilidad- pidió Usem- A la mesa que la mamá está famélica por lo que me dicen esas manos que no dejan de meterse en los platos.
Se sentaron y dieron buena cuenta del festín. Mientras se fueron poniendo al día con las novedades que Titrit tenía para ellos.
-¡¡Voy a La Sorbona, no lo puedo creer!! Me aceptaron y voy a poder hacer el posgrado en Ciencias Políticas que tanto quiero.
-Bastante que trabajaste para ello, te lo mereces- le dijo- Felicitaciones, sabes que nos alegra tanto como a ti. Aunque te vamos a extrañar.
-¿Te vas a ir Tit?-le preguntó Eva. Era la forma cariñosa como la nombraba desde pequeña.
-Si mi reina, voy a París. Pero no te inquietes, está cerca y voy a visitarlos muy seguido.
-Te vamos a extrañar, ya lo hago-musitó Usem.
-Vamos, papi, no te me pongas tristón que estoy a un tirón. Y sabes que es mi sueño.
-Lo sabe, claro, y le encanta. Solo que está viejito y se pone melancólico.
Todos rieron. La cena se extendió por un rato y luego siguieron charlando en el living, hasta que Eva se quedó dormida en brazos de Usem.