CANTO XVII
[Menelao defiende el cuerpo de Patroclo]
Menelao el Atrida, el amado por Zeus, vio al momento
que Patroclo había muerto en la lid combatiendo a los teucros,
y vestido de bronce brillante se fue a la vanguardia.
Junto a él, como en torno al ternero da vueltas la vaca
primeriza que muge, ignorante hasta ahora del parto,5
Menelao, el de rubios cabellos,[241] quedó con Patroclo.
Sobre el muerto tendía la lanza, embrazando el escudo
liso, y se disponía a matar a quien se le opusiera.
Mas tampoco olvidose el Pantoida, famoso lancero,
que el eximio Patroclo yacía en el suelo, y detúvose10
cerca de Menelao y al amado por Ares le dijo:
—Menelao el Atrida, ¡oh alumno de Zeus y caudillo!
Vete y deja ya al muerto y los ensangrentados despojos.
[Ni troyanos, ni ilustres aliados lograron su lanza
en Patroclo clavar antes que yo lo hubiese logrado:]15
Deja que entre los teucros consiga esta gloria infinita,
no sea que yo te hiera y arranque esta vida tan dulce.
Menelao, el de rubios cabellos, repuso diciendo:
—Padre Zeus, no conviene que así se envanezca ninguno.
Ni león, ni pantera, ni el cruel jabalí que en el pecho20
tienen un corazón animoso y están orgullosos
de la fuerza que tienen, demuestran poseer tanta audacia
como lo hacen los hijos de Panto, lanceros muy hábiles.
Pero no Hiperenor, domador de caballos, el fuerte,
salvó su juventud cuando se me enfrentó con insultos25
y me dijo que yo era el guerrero más vil de los dánaos.
Y no creo que con sus pies haya podido marcharse
a alegrar a su esposa ni a sus augustísimos padres.
Tú también morirás si a enfrentarte conmigo te atreves
a pie firme. Por tanto te ruego que a tus huestes vuelvas30
y delante de mí no te pongas si el mal no deseas;
solo el necio conoce su mal cuando ya no hay remedio.[242]
Dijo, y no consiguió convencerlo, antes bien, le repuso:
—Ahora, alumno de Zeus, Menelao, pagarás esa muerte
que le diste a mi hermano y que tanto jactarte te hace.35
La viudez has llevado a su esposa en su lecho reciente
y has dejado en el llanto y la pena profunda a sus padres.
Seré yo quien hará que su llanto quizá tenga término
si arrancar tu cabeza y tus armas consigo yo ahora
y las pongo en las manos de Panto y de Frontis divina.40
Pero no mucho tiempo podrá diferirse el combate
y veremos quién es vencedor y quién es el vencido.
Dijo, e hirió con la lanza el escudo redondo, y el bronce
no rompió, pues el duro broquel torció, al golpe, la punta.
A su vez con la lanza atacó Menelao el Atrida,45
mientras al padre Zeus elevaba fervientes plegarias,
y en la parte más baja del cuello, cuando reculaba,
le clavó y empujó con la mano robusta la lanza
y la punta cruzó por entero la frágil garganta.
Cayó el hombre con ruido y sonaron las armas al golpe50
y su pelo, como el de las Gracias, tiñose de sangre
y sus rizos sujetos con aros de plata y de oro.
Como olivo frondoso plantado por un jardinero
en lugar solitario y en donde las aguas abundan
crece hermoso y lo mecen los vientos de un lado y de otro55
y se cubre después por entero de flores muy blancas,
mas de pronto sobre él cae un viento violento y lo arranca
de la tierra en que crece y lo tiende después en el suelo,
así a Euforbo el Pantoida, el lancero tan hábil, al punto
Menelao derribó y empezó a arrebatarle las armas.60
[Héctor se apodera de las armas de Patroclo,
pero no consigue llevarse su cuerpo]
Como el león montaraz que confía en las fuerzas que tiene,
de la grey se apodera del buey más robusto que pace
y con fuertes colmillos le rompe y destroza la nuca
y se bebe su sangre y se come también sus entrañas
y a pesar de que a su alrededor lancen gritos muy grandes,65
desde lejos, boyeros y perros, pues nadie se atreve
a luchar con la fiera porque el verde miedo les vence,
de igual modo no tuvo ninguno el valor en el pecho
de ponerse a luchar contra el rey Menelao el glorioso.
Y el Atrida se hubiera llevado las armas magníficas70
del Pantoida si allí Febo Apolo, envidiando su suerte,
no le hubiese lanzado a Héctor, el semejante de Ares,
que tomó para hablar la figura de Mentes, caudillo
de los cícones, y pronunció estas aladas palabras:
—¡Héctor! Ahora te lanzas tras lo que alcanzar no es posible:75
los corceles del nieto de Eaco. No es fácil que nadie
hombre o dios los sujete y consiga que aquellos lo lleven,
si no es el propio Aquiles que tiene una madre divina.
Menelao, entretanto, el intrépido hijo de Atreo,
que está junto al yacente Patroclo, ha matado al más80
bravo de tus teucros, Euforbo Pantoida y dio fin a su audacia.
Así dijo, y el dios nuevamente volvió a la batalla,
y en las negras entrañas profundo dolor sintió Héctor.
Y por entre las filas miró y no tardó ni un instante
en ver a uno que hacíase con las espléndidas armas85
y a otro en tierra tendido y sangrando a través de la herida.
Y vestido de bronce brillante se fue a la vanguardia
dando gritos agudos, igual que una llama que Hefesto[243]
encendiera. Y llegaron las voces al hijo de Atreo,
que gimió y habló a su corazón generoso, diciendo:90
—¡Ay de mí! Si es que he de abandonar estas armas magníficas
y a Patroclo que está por mi causa tendido en el suelo,
temo que se airará cualquier dánao que tal cosa vea.
Mas si por el honor lucho a solas con Héctor, los teucros
que son muchos y yo me hallo solo, querrán rodearme,95
pues traerá Héctor del casco brillante al ejército todo.
Mas ¿por qué el corazón me hace ahora que piense estas cosas?[244]
Cuando el hombre a pesar de los cielos se bate con otro
al que un dios favorece, muy pronto le ocurre un gran daño.
Así, pues, ningún dánao habrá de irritarse conmigo100
porque vean que cedo ante Héctor al que un dios protege.
Mas si el grito de Ayax el valiente llegase a mi oído,
él y yo volveríamos para luchar nuevamente,
pese al dios, y llevarle el cadáver a Aquiles Pelida,
pues sería quizá lo mejor entre nuestras desgracias.105
Mientras esto pensaba él en su corazón y su mente,[245]
dirigidas por Héctor llegaban las huestes troyanas;
dejó entonces el muerto y volviose hacia atrás revolviéndose.
Igual que al melenudo león que muchísimas veces
del establo los hombres y perros alejan con lanzas110
y con gritos y su corazón valeroso se encoge
y el redil abandona esta vez de malísima gana,
de Patroclo se fue Menelao el de rubios cabellos.
Se detuvo al estar con los suyos y entonces volviose
y sus ojos inquietos buscaron a Ayax Telamonio.115
Lo vio pronto a la izquierda de donde se estaba luchando
arengando a su hueste e incitándola a que combatiera,
porque les infundió Febo Apolo un temor muy profundo.
Corrió a él, se detuvo a su lado y habló de este modo:
—Ven, Ayax, dulce amigo, a luchar por el muerto Patroclo120
para ver si podemos llevárselo a Aquiles, desnudo,
pues sus armas llevóselas Héctor del casco brillante.
Dijo así, y el magnánimo Ayax se sintió conmovido,
y él las filas cruzó y Menelao el de rubios cabellos.
Héctor las nobles armas ya había quitado a Patroclo125
y llevábalo a rastras, queriendo cortar su cabeza
con el bronce afilado y cederlo a los perros de Troya,
pero Ayax se fue a él con su escudo igual que una torre
y Héctor, retrocediendo, llegó hasta el lugar de sus hombres,
saltó al carro y las armas magníficas dio a los troyanos130
para que a la ciudad las llevaran y fueran su gloria.
Ayax con su grandísimo escudo volvió al Menetiada
y aguardó, como el león que, acechando, protege a sus crías
[cuando al ir por el bosque con ellas de pronto aparecen
cazadores y perros, y haciendo de su fuerza alarde135
baja entonces los párpados y sus pupilas oculta,]
de este modo corrió Ayax en torno del héroe Patroclo
y a su lado quedó Menelao, el amado por Ares,
quien sentía crecer en su pecho un dolor infinito.
Glauco, el hijo de Hipóloco y jefe de todos los licios,140
torvamente miró a Héctor y así lo increpó con dureza:
—Héctor, tienes muy bella figura, mas no en la batalla.
No mereces tu fama, pues sabes huir solamente.
Piensa cómo podrás defender tu ciudad y tus hombres
solo y sin más ayuda que los que en Ilión han nacido.145
Ningún licio en favor de tu villa ha de entrar en combate
con los dánaos, pues bien veo que para nada agradécese
pelear sin descanso ni tregua contra el enemigo.
¿Cómo tú salvarás en la lucha a un oscuro guerrero,
infeliz, si tú aquí a Sarpedón, huésped tuyo y amigo,150
dejas que sea presa y botín de los hombres argivos?
Hizo en vida muy grandes servicios a ti y a tu villa,
y te asusta apartar a los perros de junto a su cuerpo.
Por lo tanto, si todos los licios quisieran creerme,
a su patria se irían dejándole a Troya la ruina.155
Pero si los troyanos tuvieran ahora la audacia
y el valor que debieran tener los que están por la patria
sosteniendo contiendas y luchas con los enemigos,
de Patroclo el cadáver a Ilión llevaríamos pronto.
Cuando hayamos llevado su cuerpo a la villa de Príamo,160
una vez retirado del campo, las armas que tuvo
Sarpedón, tan magníficas, nos las darán los argivos
y, además, hasta Ilión tal vez sea posible llevárnoslo,
tal es el escudero que fue del argivo más bravo
de las naves, igual que sus tropas que luchan de cerca.165
Pero tú, a esperar al magnánimo Ayax no te atreves,
ni en la lucha te sientes capaz de aguantar su mirada,
ni a batirte con él porque sabes que en fuerza te excede.
Torvamente repúsole Héctor del casco brillante:
—¿Por qué, Glauco, te atreves a hablar con tamaña osadía?170
¡Dioses! Y te creí que en prudencia excedías en mucho
a cualquiera de los habitantes de Licia la fértil.
Pero ahora te reprenderé por hablar de este modo;
me dijiste que yo era inferior ante Ayax el ingente.
No le temo al combate y tampoco al fragor de los carros;175
es más fuerte el deseo de Zeus el que lleva la égida:
pone en fuga al varón esforzado y le quita su triunfo
fácilmente, aunque él mismo a la lid antes lo haya incitado.
Pero ven junto a mí, amigo mío, y contempla mis hechos
y verás si luchando me muestro tan vil como has dicho,180
todo el día, o si haré que algún dánao, no obstante su audacia
y valor, deje de defender de Patroclo el cadáver.
Dijo, y a grandes voces así estimuló a los troyanos:
—Teucros, licios y dárdanos que peleáis cuerpo a cuerpo,
camaradas, sed hombres, mostrad vuestro ardiente denuedo185
mientras visto las armas hermosas de Aquiles ilustre
que he quitado a Patroclo después de quitarle la vida.
[Héctor vuelve al combate vestido
con las armas de Patroclo]
Dijo, y Héctor del casco brillante dejó el cruel combate
y, corriendo con plantas ligeras, dio alcance muy pronto,
no muy lejos, a sus compañeros, llevándose hacia190
la ciudad las magníficas armas de Aquiles Pelida.
Lejos del luctuoso combate cambió de armadura
y la suya dio entonces a los belicosos troyanos
para que la llevaran a llión la sagrada, y vistiose
las divinas de Aquiles Pelida, que dieron los dioses195
a Peleo, y que este, ya anciano, dio luego a su hijo,
que no había de envejecer en la armadura paterna.
Cuando Zeus, el que nubes reúne, lo vio, que apartado
se vestía las armas que fueron de Aquiles divino,
sacudió la cabeza y habló para sí murmurando:200
—¡Desgraciado! En la muerte no piensas y está, sin embargo,
acercándose a ti y ahora vistes las armas divinas
de un varón muy valiente a quien todos temor han tenido.
Le mataste a su amigo, tan leal como fuerte, y vilmente
de sus hombros y de su cabeza quitaste las armas.205
Mas te dejo que alcances aún una buena victoria
puesto que al regresar de la lid no obtendrá nunca Andrómaca
de tus manos las armas ilustres de Aquiles Pelida.
Dijo, y sus negras cejas bajó, al asentir, el Cronida.
Adaptó a Héctor las armas y entró Ares en él, furibundo210
y terrible, y sus miembros llenó de gran fuerza y audacia.
Penetró entre la turba de los auxiliares ilustres,
dando gritos potentes y así se mostró a ojos de todos
con las armas brillantes de Aquiles Pelida el magnánimo.
Y después animó a cada uno a su vez con palabras;215
de este modo animó a Mestles, Glauco, Medonte y Tarsíloco,
también a Disenor y animó a Asteropeo e Hipotoo,
luego a Forcis y a Cromio y a Énomo, el adivino,
animó a todos ellos con estas aladas palabras:
—Oídme, tribus innúmeras de mis vecinos y aliados,220
no por necesidad de reunir a una gran muchedumbre
hasta aquí os he traído de vuestras ciudades lejanas,
sino para que me defendáis de los bravos aqueos
con coraje y valor las mujeres y niños troyanos.
Y por esto yo abrumo a mi pueblo y le exijo presentes225
y alimentos para que se excite la audacia de todos.
Ahora que cada uno haga frente contra el enemigo
y el morir o salvarse son lances que ocurren en guerra.
Ya no existe Patroclo, y aquel que me arrastre el cadáver
a las filas troyanas y logre que Ayax ceda el campo,230
le daré la mitad del despojo, y el resto tan solo
será mío, y la gloria será para el uno y el otro.
Dijo, y arremetieron al punto atacando a los dánaos
con las lanzas en ristre, pues todos querían ahora
arrancar el cadáver de manos de Ayax Telamonio.235
¡Insensatos! Sobre él el caudillo mató a muchos hombres.
Y Ayax ahora llamó a Menelao el de grito potente:
—Dulce amigo, ¡oh alumno de Zeus!, Menelao. Ya no espero
que salgamos jamás de esta lucha ni el uno ni el otro.
Pues no tanto temor me da el cuerpo del héroe Patroclo240
que muy pronto será en Troya pasto de perros y buitres,
como por mi cabeza lo tengo y también por la tuya
porque veo esta nube de guerra que todo lo cubre,
Héctor, y nos espera a los dos una muerte muy dura.
Pero llama, por si te oye alguno, a los dánaos intrépidos.245
Dijo así, y Menelao el de grito potente lo hizo
y, elevando la voz, de este modo les dijo a los dánaos:
—¡Camaradas y jefes y príncipes de los argivos
que con Agamenón y también Menelao, los Atridas,
bebéis vino del pueblo[246] y mandáis los ejércitos todos250
y de Zeus a vosotros os viene el honor y la gloria!
Me es difícil ver uno por uno a vosotros los jefes,
tan violenta es la lucha que aquí por el campo se empeña.
Mas que venga cada uno y se sienta indignado en el pecho
de que sirva Patroclo de fiesta a los perros troyanos.255
Dijo, y lo oyó en seguida el veloz Ayax, hijo de Oileo,
y a través de las filas llegó antes que nadie corriendo.
Y tras él, al momento, llegó Idomeneo, seguido
de Meriones, un émulo del homicida Enialio.
[¿Quién podría acordarse ahora ya de los nombres de todos260
los aqueos que fueron llegando a animar el combate?
[Violento combate en torno
al cuerpo de Patroclo]
Atacaron los teucros en masa, mandados por Héctor.]
Al igual que en la boca de un río que lluvias celestes
alimentan, las olas ingentes bramando refluyen
a la mar y las altas orillas resuenan en torno,265
de tal modo avanzaban gritando los teucros. Y en tanto
los aqueos, de pie en torno al cuerpo del gran Menetiada
con escudos de bronce amparábanlo, y puso el Cronida
una niebla muy densa envolviendo sus cascos brillantes,
porque nunca odio alguno sintió por el gran Menetiada270
mientras vida alcanzó y fue el auriga del nieto de Eaco,
y ahora odiaba que fuera la presa de perros troyanos
y por esto incitaba a los suyos para defenderlo.
Los troyanos allí a los aqueos de fúlgidos ojos
rechazaron primero y, dejando el cadáver, huyeron.275
Y si bien los altivos troyanos no hirieron a nadie
con sus lanzas, tiraron del muerto. Mas muy poco tiempo
lo dejaron los otros. Ayax hizo que se volvieran,
y era este, en figura y acciones, el dánao más grande
entre todos los suyos después del ilustre Pelida.280
Cruzó el héroe las filas primeras, igual en bravura
al feroz jabalí que en los montes a mozos floridos
y a los perros dispersa hocicando por los matorrales,
de la misma manera el magnífico Ayax Telamonio
atacó y dispersó las falanges troyanas al punto285
que agitábanse en torno a Patroclo con la decidida
intención de llevarlo a la villa y lograr así gloria.
El magnífico Hipotoo, hijo ilustre de Leto el pelasgo,
arrastraba el cadáver de un pie en medio de la batalla:
había atado una cuerda al tobillo sobre los tendones;290
congraciarse quería con Héctor y con los troyanos.
La desgracia lo hirió sin que nadie pudiera evitarlo,
puesto que el hijo de Telamón lo atacó ante la turba
y lo hirió por el casco de las carrilleras de bronce;
se quebró en la crinada cimera al golpearlo la punta295
de la enorme azagaya impulsada por mano robusta.
El cerebro fluyó ensangrentado a través de la herida
y a lo largo del asta; el guerrero perdió entonces fuerzas
y escapó de sus manos el pie de Patroclo magnánimo;
vaciló frente al héroe y de bruces cayó sobre el muerto,300
lejos de la fecunda Larisa, y no pudo a sus padres
su crianza pagar, pues fue breve su vida; la lanza
del magnánimo Ayax acabó en ese día con ella.
Contra Ayax lanzó Héctor entonces la lanza brillante,
pero este, al notarlo, esquivó la broncínea azagaya305
que alcanzó a Equedio entonces, el hijo de Ifito magnánimo
y el focense más bravo, que en la Panopea famosa
habitaba y reinaba sobre otros muchísimos pueblos;
lo alcanzó en la clavícula, donde la punta de bronce
penetró, y asomó en el extremo del hombro derecho.310
El guerrero con ruido cayó y resonaron sus armas.
Hirió al hijo de Fénope Ayax, el magnánimo Forcis,
que el cadáver de Hipotoo guardaba, y lo hirió en pleno vientre;
abrió el bronce la comba coraza y se hundió en las entrañas,
y caído en el polvo cogía a puñados la tierra.315
Los primeros se echaron atrás y con ellos fue Héctor;
los argivos gritaron, sacaron de allí a los cadáveres,
los de Forcis e Hipotoo, y quitáronles luego las armas.
Hasta Ilión los troyanos hubieran entonces llegado
allí por los aqueos, armados por Ares, lanzados,320
y aun en contra de Zeus los argivos hubiesen triunfado
por su fuerza y su brío, si Apolo en persona no hubiese
dado ánimo a Eneas con el exterior del Epítida
Perifantes, que viejo se hizo con su anciano padre,
ejerciendo de heraldo y muy sabio en prudentes consejos.325
Y bajo esta apariencia habló el hijo de Zeus, Febo Apolo:
—¿Cómo, Eneas, a la excelsa Ilión salvarías, aun cuando
algún dios se opusiera? No obstante, yo vi a otros varones
con esfuerzo y virtud, y fiados en su valentía
mantener sin temor la ciudad y sus propios ejércitos.330
Zeus el triunfo a nosotros nos da, no lo ofrece a los dánaos,
y vosotros huís temblorosos con miedo a la lucha.
Así dijo, y Eneas lo vio y conoció que era Apolo
el que hiere de lejos, y a Héctor llamó dando voces:
—Héctor y capitanes troyanos y sus aliados,335
vergonzoso es entrar en Ilión acosados por todos
los guerreros aqueos y por nuestro miedo impelidos.
Vino un dios a decirnos que Zeus, que es el último árbitro,
continúa mostrándose nuestro aliado en la lucha.
Por lo tanto, ataquemos al punto a los dánaos, de modo340
que a las naos no se lleven tranquilos al muerto Patroclo.
Así dijo, y de un salto se puso en la fila primera
y volvieron la cara los teucros ante los aqueos.
Con la lanza hirió Eneas entonces a Leócrito, el hijo
de Arisbante, que fue compañero del gran Licomedes.345
Licomedes, amado por Ares, al verlo caído
acercose apiadado, blandiendo la lanza potente
y al Hipásida Apisaón, el pastor de los hombres,
en el hígado hirió bajo el vientre y quebró sus rodillas;
de la fértil Peonia él había llegado y a todos,350
después de Asteropeo, excedía al entrar en combate.
Al intrépido Asteropeo apiadó su caída
y a su lado corrió, decidido a luchar con los dánaos,
mas no pudo, pues cuantos rodeaban al muerto Patroclo,
empuñaban la lanza y cubríanse con los escudos.355
Recorría las filas Ayax, ordenando a su gente
que no retrocediera, dejándose atrás el cadáver,
ni que se adelantara, al luchar, a los otros aqueos,
sino que rodearan al muerto y lucharan de cerca.
Tales órdenes daba el ingente Ayax. Sangre purpúrea360
empapaba la tierra; a racimos caían cadáveres
de troyanos, de sus poderosos aliados y dánaos,
que estos últimos, sin derramar sangre, no se batían,
[pero con menos bajas porque procuraban valerse
mutuamente en la lucha, evitándose entre ellos la muerte].365
Combatían así con la fuerza del fuego. No hubiera
dicho nadie que aún subsistían el sol y la luna,
de tal modo la niebla cubría a los hombres ilustres
que luchaban en torno al cadáver del gran Menetiada.
Los restantes troyanos y aqueos de grebas hermosas,370
libres de toda niebla luchaban al cielo sereno
y a los vívidos rayos del sol; ni una nube siquiera
en el llano y los montes había; a intervalos batíanse
y a distancia, intentando evitarse los tiros amargos
que el contrario lanzaba. Y en tanto los otros375
por la niebla y la lucha sufrían, y a los más valientes
había herido el cruel bronce. Tan solo dos hombres insignes,
Trasimedes y Antíloco, desconocían la muerte
del ilustre Patroclo y creían que estaba con vida
combatiendo sin tregua a los teucros, delante de todos,380
y temiendo que sus camaradas muriesen o huyeran,
separados de todos luchaban por orden de Néstor
que, al partir de los negros navíos, lo había ordenado.
Todo el día aguantaron la lucha y el duro combate
y el cansancio y sudor anegaba rodillas y piernas385
de una forma incesante y aun a los pies les llegaba
y los ojos y manos a los que peleaban en torno
del leal servidor del Eácida de pies ligeros.
Igual que el curtidor da a su gente la gran piel de un toro
para que ellos la estiren y luego la cubran de grasa,390
y la cogen y a su alrededor se colocan y tiran
y se va la humedad de este modo y penetra la grasa
y la piel queda por todas partes muy bien extendida,
de la misma manera tiraban aquellos del muerto
por un lado y por otro en espacio muy corto: esperaban395
los troyanos llevárselo a Ilión y a las naos los aqueos.
Y un tumulto terrible prodújose en torno del muerto,
y, de verlos, ni Ares, guiador de guerreros, ni Atena,
aun airados, hubiesen quizá criticado la lucha.
Tal combate movió Zeus en torno a Patroclo con hombres400
y caballos entonces. Aquiles divino ignoraba
todavía que hubiese ya muerto Patroclo en la lucha
porque se combatía muy lejos de las naos veloces,
[al pie de las murallas de Troya, y jamás en su ánimo
dio cabida a esta idea: esperaba que vivo, llegado405
a las puertas, volviera, pues no suponía tampoco
que tomara la villa, ni solo, ni aun con él mismo.
Lo oyó así muchas veces contar a su madre, si estaba
solo, pues del gran Zeus referíale los pensamientos.
Pero no fue la madre a contarle esta vez su desgracia:410
que había muerto en la lucha el amigo a quien él más quería.
Junto al muerto seguían blandiendo la lanza aguzada,
se atacaban sin tregua y se herían obstinadamente.
Y hubo aqueo de cota de bronce que habló de este modo:
—A ninguno, ¡oh amigos!, habría de sernos glorioso415
regresar a las cóncavas naos. Antes la negra tierra
se nos trague, porque es preferible que tal cosa ocurra,
antes que a los jinetes troyanos dejemos el muerto
y a la villa lo arrastren y alcancen con ello la gloria.
[A su vez algún teucro magnánimo habló de este modo:]420
—Aunque el hado disponga, ¡oh amigos!, que todos muramos,
junto a ese hombre, que ni uno siquiera abandone el combate.
De este modo excitaban la audacia de sus compañeros.
Y seguían luchando y llegaba su estrépito férreo
por el éter inmenso a través de los cielos de bronce.][247]425
[El dolor de los caballos de Aquiles]
Los caballos de Aquiles lloraban distantes del campo
al saber que yacía caído en el polvo el auriga
por la mano de Héctor el gran matador de los hombres.
Por más que Automedonte, el intrépido hijo de Diores,
con la tralla flexible golpeábalos constantemente430
y con suaves o amenazadoras palabras hablaba,
no querían volver a las naves ni al vasto Helesponto,
ni tampoco ir a donde los dánaos estaban luchando.
Igual que la columna mantiénese siempre inmutable
erigida en la tumba de un hombre o matrona que ha muerto,435
igualmente inmutables y uncidos al carro labrado,
inclinando el testuz, de sus ojos caían al suelo
ardentísimas lágrimas con que lloraban la pérdida
del auriga, y el llanto anegaba las crines lozanas
que, al salir del collar, a ambos lados del yugo caían.440
Y por ellos, al verlos llorar, el Cronión sintió lástima
y movió la cabeza y hablando a sí mismo, se dijo:
—¡Infelices! ¿Por qué al rey Peleo, a un mortal, os cedimos,
si vosotros estáis de vejez y de muerte eximidos?
¿Para que compartierais la pena del mísero humano?445
Porque más desgraciado que el hombre no hay ser que se encuentre
entre cuantos respiran y muévense sobre la tierra.[248]
Pero no llevaréis en el carro labrado vosotros
a Héctor, hijo de Príamo: no dejaré que lo haga.
¿No le basta quedarse sus armas y de ello gloriarse?450
Os daré a vuestro espíritu fuerzas y a vuestras rodillas
para que a Automedonte llevéis sano y salvo del campo
a las cóncavas naves, y quiero dar gloria a los teucros:
matarán hasta que haya llegado a las naves bancadas,
se haya puesto ya el sol y la noche sagrada acaezca.455
Dijo, y un gran vigor infundió a los caballos entonces.
Sacudieron al suelo sus crines cubiertas de polvo
y entre teucros y aqueos, veloces, pasaron el carro
y luchó Automedonte desde él, triste por el amigo,
y lanzose con ellos lo mismo que el buitre a los gansos.460
Fácilmente lograba escapar del tumulto troyano
y atacar y también perseguir a tropeles de hombres
y a ninguno lograba matar cuando los perseguía
porque, solo en el carro sagrado, no le era posible
atacar con la lanza y guiar los caballos veloces.465
Pero al fin con sus ojos lo vio Alcimedonte, su amigo,
que era el hijo de Laerces, un hijo de Hemón, y poniéndose
tras el carro, con estas palabras habló a Automedonte:
—¿Qué dios te sugirió, Automedonte, esta inútil idea
dentro del corazón y ha logrado privarte del juicio?[249]470
¿Por qué, estando tú solo, te bates en primera línea
con los teucros, si tu compañero ha perdido la vida
y Héctor se vanagloria vistiendo las armas del Eácida?
Y repúsole así Automedonte, el hijo de Diores:
—Dime tú, Alcimedonte, ¿a qué aqueo le será posible475
sujetar o aguijar los eternos caballos que llevo,
sino a un hombre en consejos rival de los dioses, Patroclo,
mientras vida logró? Mas la parca y la muerte alcanzáronlo.
Mas recoge tú ahora la tralla y las riendas lustrosas
y yo, para batirme en la lid, bajaré de este carro.480
Así dijo, y al carro ligero subió Alcimedonte
y al momento tomó con la mano la tralla y las riendas.
Se apeó Automedonte, y al punto los vio el noble Héctor
y en seguida habló a Eneas que estaba a su lado y le dijo:
—Consejero de teucros de cotas de bronce, ¡oh Eneas!,485
veo que los caballos del Eácida de pies ligeros,
en la lid aparecen guiados por flojos amigos.
Si ayudarme quisieras tal vez lograría aprehenderlos,
pues aquellos no se atreverán a luchar frente a frente,
ni a ofrecer resistencia si los atacamos nosotros.490
Dijo, y obedeció al punto el hijo valiente de Anquises.
Protegiendo sus hombros con fuertes escudos de cuero
seco y duro y cubierto de bronce, pasaron delante.
Y siguiéronles Cromio y Areto el igual que los dioses;
confiaban en dar al auriga y al otro la muerte495
y en seguida obtener los corceles de cuellos erguidos.
¡Insensatos! No sin que se hubiese vertido su sangre
lograrían salir de su encuentro con Automedonte,
quien, orando a Zeus Padre, llenose las negras entrañas
de vigor y de fuerza y habló a Alcimedonte, su amigo:500
—No muy lejos de mí, Alcimedonte, mantengas los potros,
que en mi espalda yo sienta su aliento. No creo deponga
Héctor, hijo de Príamo, su ira hasta que haya logrado
conseguir los caballos de crines hermosas de Aquiles
y nos mate a los dos y destroce las líneas argivas505
o bien se haga matar peleando en las filas primeras.
Dijo, y a Menelao, como a entrambos Ayax, llamó a gritos:
—Menelao, y vosotros, Ayax, jefes de los aqueos,
a los más vigorosos dejad el cuidado del muerto;
ellos lo rodearán defendiéndolo del enemigo510
y venid a librarnos del día implacable a nosotros.
Hacia aquí traen ahora la aciaga batalla los hombres,
los mejores troyanos, Eneas y el Priamida Héctor.
Tienen ya en sus rodillas los dioses lo que ha de ocurrirnos;
lanzaré yo mi pica y ya Zeus correrá con el resto.515
Así dijo, y la larga azagaya blandió y lanzó luego
y golpeó duramente el escudo redondo de Areto
que no pudo pararla y la punta logró atravesarlo
y rasgó el cinturón y clavose debajo del vientre.
Como un mozo robusto con una segur afilada520
hiere a un buey montaraz por detrás de las astas y hiende
con un tajo su nervio y la bestia da un salto y se aterra,
así el teucro saltó y se cayó boca arriba, y la lanza
aún vibraba en su vientre y quitó de sus miembros la fuerza.
Arrojó Héctor su lanza brillante contra Automedonte525
y este, al verla llegar, evitó la azagaya de bronce;
se inclinó hacia adelante y pasó por encima la lanza
y clavose detrás en el suelo y quedose vibrando
hasta que el poderoso Ares hizo ceder el impulso.
Cuerpo a cuerpo se hubiesen batido blandiendo la espada530
si no hubieran entrambos Ayax acudido a apartarlos.
A sus voces amigas los dos al combate acudieron,
y se echaron atrás temerosos los otros al verlos,
Héctor, hijo de Príamo, Eneas y Cromio divino;
con el pecho rasgado dejaron a Areto en el suelo.535
Se lanzó Automedonte, el rival de Ares el homicida,
a quitarle las armas, y dijo gloriándose de ello:
—Alivié el corazón por la muerte del gran Menetiada,
aunque le es inferior el varón a quien di yo la muerte.
Así dijo, tomó y llevó al carro las armas sangrientas540
y montó luego en él, y empapados en sangre tenía
pies y manos, igual que un león que devora a un gran toro.
[Prosigue el combate con ventaja
para los troyanos]
Nuevamente y en torno a Patroclo trabose una lucha
dolorosa y brutal que Atenea ahora había encendido,
que por Zeus el tonante había sido enviada allí para545
socorrer a los dánaos. Su suerte ya había cambiado.
Igual que el arco iris purpúreo en los cielos extiende
el Cronión a los hombres como una señal de la guerra,
o de invierno muy frío que todas labores del hombre
en los campos suspende y a todo rebaño entristece,550
tal de niebla purpúrea rodeada llegó allí la diosa,
en la turba de aqueos entró y animó a cada hombre.
Y primero que nadie fue al hijo de Atreo, el valiente
Menelao, a quien ella tenía más cerca, y tomando
la figura y la voz incansable de Fénix, le dijo:555
—Para ti, Menelao, será causa de oprobio y vergüenza
que ante el muro de Troya los perros veloces destrocen
el cadáver del fiel compañero de Aquiles ilustre.
¡Lucha con gran denuedo y anima al ejército todo!
Y repúsole así Menelao, el de grito potente:560
—¡Padre Fénix, anciano querido! Ojalá ahora Atenea
me dé fuerzas y libre del ímpetu cruel de los tiros.
Yo quisiera estar junto a Patroclo y llevar su defensa
porque mi corazón conmovió grandemente su muerte.
Sin embargo, Héctor tiene la fuerza feroz de la llama565
y no deja de herir con el bronce y le da Zeus la gloria.
Dijo así, y Atenea la diosa de claras pupilas
se alegró, porque fue entre los dioses primero invocada;
y al instante le dio a sus rodillas vigor y a sus hombros
e infundiole en el pecho la audacia que tiene la mosca570
que aunque sea ahuyentada una vez y otra vez, vuelve y pica
sin cesar porque le es agradable la sangre del hombre;
de esta audacia la diosa llenó sus entrañas oscuras.
Se fue junto a Patroclo y lanzó la azagaya brillante.
Con los teucros hallábase un hijo de Etión, Podes, rico575
y valiente, a quien Héctor tenía en muchísima estima
puesto que en los festines para él era un buen compañero;
Menelao, el de rubios cabellos, tocole en el cinto
cuando ya se escapaba y el bronce se hundió muy adentro.
El troyano cayó y Menelao el Atrida el cadáver580
arrastró de las líneas troyanas hasta sus amigos.
Llegó entonces Apolo, queriendo dar ánimos a Héctor,
y tomó la figura de Fénope Asiada, el más caro
de los huéspedes todos que había tenido en Abidos.
Y bajo esta apariencia habló Apolo, el que hiere de lejos:585
—¡Héctor! Dime qué argivo podrá ya ante ti tener miedo
si huyes de Menelao que fue siempre un guerrero muy débil
y ahora él solo se atreve a venir y llevarse un cadáver
a las líneas troyanas. Mató a tu más fiel compañero,
Podes, hijo de Etión, que delante de todos luchaba.590
Dijo así, y lo envolvió una negrísima nube de pena
y, vestido de bronce brillante, se fue a la vanguardia.
El Cronida tomó la floqueada y espléndida égida
y de nubes cubrió todo el Ida, lanzó los relámpagos
y tronó con grandísimo ruido, movió luego la égida595
y dio el triunfo a los teucros y puso a los dánaos en fuga.
El primero en lanzarse a la fuga fue el beocio Penéleo.
Como siempre le daba la cara a los teucros fue herido
levemente en lo alto del hombro; fue solo un rasguño
pues la lanza de Polidamante llegole hasta el hueso.600
Leito, el hijo de Alectrión ilustre, fue herido en el puño
por la lanza de Héctor que lo hizo dejar el combate,
y miró en torno suyo y huyó temeroso, sabiendo
que atacar no podría a los teucros blandiendo la lanza.
Contra Héctor, que a Leito acosaba, lanzó Idomeneo605
su azagaya, y le dio en la coraza junto a la tetilla,
mas rompiose la punta en la unión con el asta. Y gritaron
los troyanos. Y él a Idomeneo Deucálida que iba
en el carro arrojole la pica y falló por muy poco,
pero el bronce clavose en Cerano, escudero y auriga610
de Meriones; vinieron de Leito la bien construida
—de los corvos navíos al campo salió como infante,
y un espléndido triunfo a los teucros hubiese ofrecido,
si Cerano no hubiera llegado con los raudos potros;
fue este su salvador al librarlo del día funesto615
pues la vida perdió a manos de Héctor, el gran homicida—;
así, pues, entre oreja y mandíbula hirió a este y la punta
hizo que se saltaran sus dientes y hendiole la lengua.
Desde el carro cayó y se vinieron al suelo las riendas.
Inclinose Meriones al verlo y allí con sus manos620
recogió nuevamente las riendas y habló a Idomeneo:
—¡Hasta que hayas llegado a las naves aguija a los potros!
Pues ya ves que los dánaos no habrán de alcanzar la victoria.
Dijo, e Idomeneo a los potros de crines hermosas
aguijó hacia las naves, llevada de miedo su alma.625
El magnánimo Ayax y también Menelao comprendieron
que a los teucros cedíales Zeus la inconstante victoria.
Y el primero que habló en ese instante fue Ayax Telamonio:
—¡Dioses! Ya hasta el más necio podría esta vez darse cuenta
de que Zeus favorece a los teucros decididamente,630
cuyos tiros, ya sea cobarde o valiente el que tire,
en el blanco se clavan, pues Zeus su camino dirige,
mientras caen en el suelo los nuestros, sin dar nunca a nadie.
Mas pensemos la forma mejor de tomar un partido:
si sacar el cadáver o bien emprender el regreso635
para que se alegraran con él nuestros buenos amigos,
que estarán afligidos de vernos aquí y tal vez piensen
que ninguno a la fuerza y las manos invictas de Héctor
homicida resiste, y caeremos en las negras naves.
Ojalá algún amigo avisara al instante al Pelida640
que seguro ya estoy de que sabe la infausta noticia
de que ha muerto su amigo. Mas no me es posible ver entre
los aqueos a nadie capaz, de tal modo cubiertos
por la niebla espesísima están los caballos y hombres.
¡Padre Zeus, libra ya de la niebla a los hijos de Acaya!645
¡Aserena los cielos! ¡Concede a los ojos que vean
y en la luz, si el deseo que tienes es este, destrúyenos!
Así dijo, y el Padre, sintiendo piedad de sus lágrimas,
disipó en ese instante la sombra, apartando la niebla.
Brilló el sol y quedó iluminada en seguida la lucha.650
Y Ayax díjole así a Menelao, el de grito potente:
—Mira, alumno de Zeus, Menelao, si entre todos distingues
que esté Antíloco vivo aún, el hijo de Néstor magnánimo,
y al instante que vaya corriendo al intrépido Aquiles
y le diga que ha muerto el amigo a quien él más quería.655
[Antíloco es enviado a Aquiles]
Dijo, y la orden cumplió Menelao, el de grito potente.
Al igual que se aleja un león del establo, cansado
de irritar sin cesar a los perros y a los boyerizos
que le impiden comerse la carne de los gordos bueyes,
pues vigilan durante la noche, y hambriento de carne660
acomete, mas nada consigue, pues muchos venablos
unas manos robustas le lanzan y teas ardientes
que le hacen sentir mucho miedo aunque esté enfurecido
y con el corazón afligido se va a punta de alba,
Menelao, el de grito potente, se fue de Patroclo665
de malísima gana y temiendo que, llenos de miedo,
los aqueos dejáranlo presa de sus enemigos.
Y a Meriones y a entrambos Ayax les habló de este modo:
—Capitanes argivos, Ayax, y caudillo Meriones,
ved ahora la gran mansedumbre del muerto Patroclo670
que fue bueno con todos en tanto gozó de la vida,
pero ahora la muerte y la parca ya lo han alcanzado.
Así dijo, y se fue Menelao, el de rubios cabellos,
y miró en torno suyo como hacen las águilas, aves
que, según dicen, son las de más penetrante mirada,675
a la que inadvertida no pasa, aunque vuele muy alta,
una liebre de rápidas patas que entre unos matojos
se ha ocultado, y se lanza sobre ella y le quita la vida,
así, alumno de Zeus, Menelao, tus pupilas brillantes
a una parte y a otra miraban por entre la turba680
de los suyos, por ver si vivía aún el hijo de Néstor.
Lo vio pronto a la izquierda de donde la lucha empeñábase
animando a los suyos y haciéndoles que se batieran.
Y a él se fue Menelao, el de rubios cabellos, y dijo:
—Ven, Antíloco, alumno de Zeus, a escuchar una nueva685
bien infausta, y que no debió nunca de haber acaecido.
Por ti mismo verás, con tender solamente la vista,
que algún dios la derrota nos manda a los dánaos, y el triunfo
da a los teucros. Ha muerto el aqueo más bravo de todos;
a Patroclo mataron. Dejó un gran vacío en los dánaos.690
Ve corriendo a decírselo a Aquiles[250] a las naos curvadas,
para que lleve al punto a su nave el cadáver desnudo
puesto que Héctor del casco brillante quedose sus armas.
Dijo, y se estremeció al escuchar tales nuevas Antíloco;
sin palabras quedose un buen rato, y sus ojos de lágrimas695
se llenaron y su voz sonora quedose cortada,
pero no descuidó la orden que Menelao le había dado
y se puso a correr. Dio las armas a su compañero,
a Laodoco, que cerca guiaba sus potros solípedos.
[Los aqueos se llevan el cadáver de Patroclo]
Mientras iba llorando y sus pies de la lid lo alejaban,700
a llevar estas tristes noticias a Aquiles Pelida,
tu alma, alumno de Zeus, Menelao, no te dio el buen consejo
de que allí te quedaras, prestando tu ayuda a los hombres
fatigados de Antíloco, a quien añoraban los pilios.
Sin embargo, envió a Trasimedes divino y, volviendo705
presuroso al lugar donde el muerto Patroclo se hallaba,
se detuvo junto a los Ayax y en seguida les dijo:
—Ya envié al que buscábamos hacia las rápidas naves,
junto a Aquiles el de pies ligeros; mas no creo que venga
en seguida, aunque esté muy irritado contra Héctor divino,710
porque estando sin armas no puede luchar con los teucros.
Mas pensemos la forma mejor de tomar un partido,
o sacar el cadáver, o bien emprender el regreso,
evitando luchar con los teucros, la muerte y la parca.
Y repúsole entonces así el gran Ayax Telamonio:715
—Tienes mucha razón, Menelao, en las cosas que dices.
Tú y Meriones, meteos los dos, levantad el cadáver
y sacadlo de nuestro combate. Nosotros dos juntos
pelearemos detrás contra Héctor divino y los teucros,
pues iguales la audacia y el nombre los dos poseemos720
y los dos juntos siempre en el vivo combate luchamos.
Así dijo, y los otros alzaron en brazos al muerto
lo más alto posible. Y gritaron entonces los teucros
al ver que los aqueos habían alzado el cadáver.
Atacaron igual que los perros al jabalí herido,725
cuando a los jóvenes cazadores corriendo adelantan
con afán de hacer presa en la fiera y hacerla pedazos,
pero cuando, fiada en su fuerza, la fiera se vuelve,
retroceden llevados del miedo y por él se dispersan,
de la misma manera los teucros seguían en masa730
empuñando sus lanzas de dúplice punta y espadas,
pero cuando volvieron entrambos Ayax y paráronse,
el color de sus pieles cambió, y ya no tuvo ninguno
el valor de avanzar y entablar por el muerto disputa.
De este modo lleváronse aquellos caudillos al muerto735
de la lid a las cóncavas naves. Tras ellos violenta
suscitose la lucha lo mismo que un fuego que asalta
una villa muy grande y la incendia, y las casas se hunden
en la hoguera gigante que se hincha a la fuerza del viento,
igualmente a su paso se alzaba el estruendo continuo740
de los muchos caballos y gentes provistas de armas.
Así como los mulos robustos se llevan del monte
o por ásperas sendas arrastran un mástil o acaso
una quilla de buque, y se siente abatido su ánimo
agotándose bajo el sudor y también la fatiga,745
así con este ardor obstinado llevábanse al muerto.
Detrás, los dos Ayax resistían. Cual muro selvoso
que, extendido por gran parte de la llanura, contiene
las corrientes dañosas de ríos de curso violento
y señala ese cauce por donde su curso se obliga750
y no pueden romperlo jamás con la fuerza del agua,
de tal modo frenaban entrambos Ayax a los teucros,
que seguían luchando contra ellos, pero especialmente
el magnánimo Héctor y Eneas, el hijo de Anquises.
Como vuela una banda de grajos o bien de estorninos755
dando horribles chillidos al ver al milano acercarse
portador de la muerte terrible a las aves pequeñas,
perseguidos por Héctor y Eneas corrían los dánaos
dando gritos terribles y ya de la lucha olvidados.
Muchas armas hermosas al foso o su orilla cayeron,760
de los dánaos que huían. Y no se detuvo el combate.