CANTO XV
[Despertar y cólera de Zeus]
Una vez la estacada y el foso cruzaron huyendo
y muriendo muchísimos bajo el poder de los dánaos,
detuviéronse entonces en donde los carros tenían,
verdecidos de miedo. Y entonces, en lo alto del Ida,
despertó Zeus en brazos de Hera, la del trono de oro.5
Levantose de un salto y vio entonces a teucros y dánaos,
perseguidos aquellos y yendo en su alcance los otros,
e iba el rey Posidón soberano metido entre ellos.
En el llano vio a Héctor yacente rodeado de amigos,
jadeando, sin conocimiento, y allí vomitando10
sangre, ¡no recibió del aqueo más débil el golpe!
Apiadado de verlo así, el padre de dioses y de hombres,
miró a Hera con torva y terrible mirada y le dijo:
—Este engaño, maléfica Hera que enmienda no tienes,
ha hecho que Héctor dejara la lucha y sus huestes huyeran.15
Yo no sé si azotarte de modo que tú la primera
seas en disfrutar en tu carne tu astucia funesta.
[¿Que estuviste colgada en el aire olvidaste, y dos yunques
a tus plantas tuviste, y las manos atadas con cuerdas
irrompibles, de oro? Colgabas del éter en medio20
de las nubes. Y en el vasto Olimpo los dioses se airaron,
pero no se acercaron ni te liberaron. Si hubiese
a uno de ellos cogido, del pie, del umbral a la tierra
moribundo lo hubiera lanzado. No pude quitarme
dentro del corazón mi pesar por Heracles divino,25
a quien tú, con ayuda del Bóreas, moviendo tormentas
con perversa intención arrojaste a la mar infinita
y llevaste después a la villa de Cos bien labrada.
Yo de allí lo saqué y otra vez lo llevé para Argos
la yegüera, después de pasar infinitos trabajos.30
Te recuerdo todo esto de forma que ya no me engañes;]
tú verás si este amor y este lecho que hicieron dejaras
a los dioses, y que me engañara en tus brazos, te sirven.
Dijo así, y se asustó Hera la augusta, la de ojos rasgados,
y, volviéndose a él, pronunció estas palabras aladas:35
—Que la tierra y el cielo anchuroso me sean testigos
y las ondas de la Estigia de subterránea corriente,
juramento terrible, el mayor de los dioses dichosos,
tu sagrada cabeza y también nuestro lecho de bodas
por el que no sería capaz de jurar nunca en vano.40
No por mí Posidón que la tierra sacude hace daño
a los teucros y a Héctor y, en cambio, a los otros ayuda;
tal vez su corazón le impulsó y lo ha guiado, apiadado
al ver que ante sus naos los aqueos estaban vencidos.
Mas dispuesta estoy yo a aconsejarle que vaya por donde45
tú, deidad de las nubes sombrías, pretendes mandarlo.
Así dijo, y el padre de dioses y de hombres, riendo,
le repuso, diciendo con estas aladas palabras:
—Hera augusta, la de ojos rasgados, si así tú, al sentarte
entre los inmortales, de acuerdo estuvieras conmigo,50
Posidón, aunque mucho quisiera otra cosa distinta,
de pensar cambiaría de acuerdo contigo y conmigo.
Si has hablado de forma veraz y con toda franqueza,
ahora ve a la mansión de los dioses y tráeme en seguida
a Iris, y trae a Apolo, el arquero famoso, con ella.55
[Ella irá hasta el ejército aqueo de cotas de bronce
y dirá a Posidón soberano que deje al momento
el combate y que al punto se vaya otra vez a su casa.
Febo Apolo irá entonces a dar nuevos ánimos a Héctor
y a infundirle valor y hacer que al corazón se le olvide60
el dolor que le oprime. Serán los aqueos ahora
rechazados, lanzados por él a una fuga cobarde,
correrán a las naves bancadas de Aquiles, el hijo
de Peleo. Y hará este que vaya su amigo Patroclo
al combate, que habrá de morir alanceado por Héctor65
ante Ilión, cuando a muchos guerreros él haya matado,
y entre ellos, también Sarpedón el divino, mi hijo.
Airadísimo, Aquiles divino dará muerte a Héctor.[215]
Desde entonces haré que el avance sea firme, partiendo
de las naves y no ha de cesar hasta que hayan tomado70
los aqueos a la excelsa Ilión, como quiere Atenea.
Y mi enojo no habrá de cesar hasta entonces, ni quiero
permitir a ningún inmortal que socorra a los dánaos
hasta haberse cumplido los votos que le hice al Pelida,
como le prometí, cuando con la cabeza hice un signo75
a la divina Tetis, la cual se abrazó a mis rodillas,
suplicándome la honra de Aquiles, que arruina ciudades.]
[Obediencia de los dioses]
Dijo, y obedeció Hera, la diosa de brazos nevados.
De las cumbres del Ida se fue hacia el Olimpo anchuroso.
Como corre la mente de quien muchas tierras anduvo80
cuando salta de su corazón reflexivo al recuerdo,
«aquí estuve y allí» y en su mente hay muchísimas cosas,
así, pronta en su ardor, se partió la augustísima Hera.
Al Olimpo escarpado llegó y encontró allí reunidos,
en la casa de Zeus, a los dioses que ignoran la muerte.85
Levantáronse al verla y la copa ofreciéronle entonces.
Rechazó las demás y aceptó la ofrecida por Temis[216]
la de hermosas mejillas, que fue la primera que a ella
acudió y en seguida le habló con aladas palabras:
—¡Hera! ¿Cómo has venido con este semblante de espanto?90
Te ha asustado muchísimo el hijo de Cronos, tu esposo.
Y repúsole Hera, la diosa de brazos nevados:
—No preguntes más cosas, ¡oh Temis!, pues tú ya conoces
la arrogancia de su ánimo y cuán implacable se muestra.
Mas preside tú en este palacio el banquete cumplido,95
luego oirás, juntamente con todos los dioses eternos,
las desgracias que Zeus nos anuncia, y espero que nadie,
sea un hombre o un dios, tendrá alguna razón de alegría,
por alegre que pueda sentirse al sentarse al banquete.
Y Hera augusta sentose una vez dichas estas palabras.100
En la casa de Zeus se afligieron los dioses eternos.
Con los labios reía, mas no se alegraba su frente
en sus cejas cerúleas, y a todos les dijo indignada:
—Necios somos los que contra Zeus indignados estamos.
Acercarnos queremos a él, contenerlo por medio105
de palabras o de obras. Se sienta apartado, tenémosle
sin cuidado, pues dice que a todos los dioses eternos
sin disputa supera en la fuerza y en el poderío.
Sufrid, pues, las desgracias que quiera enviar a cada uno.
Temo que una desgracia ha caído, por fin, sobre Ares,[217]110
pues ha muerto en la lucha su hijo, el que más él amaba
sobre todos, Ascáfalo. Que era hijo suyo Ares dijo.
Dijo, y Ares entonces dejó que sus manos cayeran
y, golpeando sus muslos robustos, repuso gimiendo:
—No os airéis contra mí los que estáis en mansiones olímpicas115
si a las naves aqueas me voy a vengar a mi hijo,
aunque sea mi suerte que el rayo de Zeus me quebrante
y entre el polvo y la sangre me deje con todos los muertos.
Dijo así, y ordenó que el Terror y la Fuga enjaezaran
sus caballos, en tanto él vestía sus armas brillantes.120
Y de Zeus más terrible y más grande la cólera hubiese
sido entonces lanzada esta vez contra los inmortales
si Atenea, temiendo por todos los dioses, no hubiérase
levantado del trono y salido a través del vestíbulo.
De las sienes su casco quitó y de la espalda el escudo,125
y la lanza de bronce le alzó, que llevaba en la mano.
Y a Ares el impetuoso habló entonces con estas palabras:
—¡Insensato, estás loco! ¿Has perdido tu juicio? ¿No oyeron
tus oídos acaso? ¿Vergüenza y razón has perdido?
Así, pues, ¿no escuchaste a Hera, diosa de brazos nevados130
que ha llegado ahora mismo del sitio en que está Zeus olímpico?
¿Quieres tú de muchísimos males colmar la amenaza
y a la fuerza, a pesar de tu gusto, volver al Olimpo
y atraer sobre todos los dioses un daño muy grande?
Dejará a los altivos troyanos y aqueos al punto.135
Y al Olimpo vendrá a promover un tumulto entre todos
y dará su castigo al culpable como al inocente.
Yo te invito a calmar tu furor por la muerte de tu hijo.
Muchos ya, que valían más que él por su fuerza y sus brazos,
han perdido la vida, y aún debe morir más de uno.140
Es inútil salvar los linajes y a los individuos.
Dijo, y Ares el impetuoso sentose en su asiento.
Fuera de la mansión, Hera entonces habló con Apolo
y con Iris también, mensajera de los inmortales,
y a los dos dirigiose con estas aladas palabras:145
—Zeus ordena que al Ida vayáis sin perder un instante
[y una vez en presencia de Zeus os halléis uno y otro,
haced todas las cosas que aquel os ordene y disponga].
Dijo así la agustísima Hera, y subió a su palacio
y sentose en su trono, y los otros se fueron aprisa150
hacia el Ida de innúmeras fuentes, criador de las fieras.
Encontraron al longividente Cronida sentado
en el Gárgaro y al que una nube olorosa rodeaba.
Al llegar a presencia de Zeus el que nubes reúne
aguardaron, y en su corazón no sintió ira ninguna155
puesto que obedecieron los dos a su esposa al instante.
Y primero habló a Iris con estas aladas palabras:
—Parte rápida, Iris, y al rey Posidón comunica
lo que voy a decirte, y no seas falaz mensajera.
Le dirás que en seguida abandone la guerra y la lucha160
y regrese a los dioses o vuelva a las ondas divinas.
Si se niega a cumplir mis palabras y mi orden desprecia,
que en su mente y en su corazón reflexione si aun siendo
poderoso, se atreve a esperarme cuando me dirija
contra él, pues bien sé que en edad y en vigor le aventajo.165
[En su mente carece de escrúpulo y dice que puede
compararse conmigo a quien todos muchísimo temen.]
Dijo, y obedeció Iris la rauda, de pies como el viento.
Descendió de las cumbres del Ida hasta Ilión la sagrada.
Como cae de las nubes la nieve o el frío granizo,170
al impulso del Bóreas nacido del seno del éter,
tan veloz y ligera partiose la rápida Iris.
Se acercó al que sacude la tierra y le habló de este modo:
—Posidón de cerúleos cabellos que ciñes la tierra,
he venido de parte de Zeus el que lleva la égida.175
Dice que sin tardar abandones la guerra y la lucha,
y a los dioses regreses o bien a las ondas divinas.
Si a cumplir su palabra te niegas y su orden desprecias,
amenaza venir a luchar frente a frente contigo
hasta aquí, y te aconseja que evites entonces sus manos180
porque sabes muy bien que en edad y vigor te aventaja.
En tu mente careces de escrúpulo y dices que puedes
compararte con él a quien todos muchísimo temen.
E, irritado, repuso el señor que la tierra sacude:
—¡Dioses! Cierto es que es bravo, mas habla con mucha soberbia.185
Por la fuerza pretende, aunque sea su igual, reducirme.
Porque Rea parió a tres hermanos, tres hijos de Cronos,
Zeus y yo, y el tercero fue Hades el rey de los muertos.
Todo fue dividido en tres partes y a cada uno una
le tocó; yo la suerte saqué de habitar siempre el blanco190
mar, pero a Hades le correspondieron las sombras oscuras,
y en las nubes y el éter a Zeus, el anchísimo cielo.[218]
Mas la tierra es común a los tres como lo es el Olimpo.
No me ocupo de Zeus, que se quede tranquilo, aunque sea
poderoso, con la tercia parte que le corresponde.195
No pretenda asustarme, cual si fuera un vil, con sus manos.
Mejor fuera que se reservara estos duros reproches
para con esos hijos e hijas a los que ha engendrado,
puesto que necesario ha de serles cumplir sus mandatos.
Y la rápida Iris de pies como el viento, repuso:200
—Posidón de cerúleos cabellos que ciñes la tierra,
¿debo dar a Zeus una respuesta tan dura y tan fuerte?
¿O enmendarla deseas? Las mentes sensatas se encienden.
Las Erinies en todo momento al más viejo acompañan.
Y repúsole así Posidón que la tierra sacude:205
—¡Iris, diosa! Oportunas resultan las cosas que has dicho.
Bueno es que el mensajero comprenda lo que es conveniente.
Pero mi corazón y mi mente se apenan muchísimo
cuando a mí, que detento una parte pareja a la suya,
irritarme desea con voces cargadas de cólera.210
Sin embargo, me someteré aun cuando estoy muy furioso.
Mas te voy a decir una cosa y haré una amenaza.
Si a despecho de mí y de Atenea que impera en la lucha,
y a pesar de Hera y Hermes y Hefesto el señor soberano,
la alta Ilión conservara, impidiendo que, en ruinas deshecha,215
los argivos alcancen con ello una inmensa victoria,
sepa bien que con ello será nuestra ira incurable.[219]
[Zeus socorre a los troyanos]
Dijo, y el que sacude la tierra dejó a los aqueos
y fue al mar, y lo echaron de menos los héroes de Acaya.
Y el que nubes reúne, Zeus, díjole entonces a Apolo:220
—Febo amado, ve tú a ver a Héctor del casco de bronce.
Ahora ya aquel que ciñe y sacude la tierra se ha ido,
evitándose mi ira terrible, a las ondas divinas.
Hasta hubiesen oído el estruendo de nuestro combate
las deidades que bajo la tierra rodean a Cronos.225
Y mejor para mí es que estas cosas así hayan pasado,
y también para él, de mi fuerza apartándose a tiempo,
porque no sin sudores se hubiese acabado el debate.
Toma la égida ahora en tus manos, cubierta de borlas,
blándela, y a los héroes aqueos pondrás así en fuga.230
Pero ocúpate de Héctor ilustre tú mismo, ¡oh Arquero!
Dale un fuerte vigor hasta que los aqueos alcancen,
fugitivos, sus naves y lleguen así al Helesponto.
Luego con mi palabra y acciones veré la manera
de que alivien entonces sus cuitas los hombres de Acaya.235
Así dijo, y Apolo cumplió los designios del Padre.
Descendió de las cumbres del Ida al igual que un milano
matador de palomas, el ave más rauda de todas,
y encontró a Héctor divino, al intrépido hijo de Príamo,
no yaciendo: sentado. Animábase y reconocía240
a los suyos que lo rodeaban. Sudores y ahogos
por deseo de Zeus el que la égida lleva, cesaron.
Y acercose el que hiere de lejos, Apolo, y le dijo:
—¡Héctor, hijo de Príamo! ¿Cómo te encuentro sentado
apartado de todos, sin fuerzas? ¿Te abruma una pena?245
Y el de casco brillante, Héctor, dijo con voz desmayada:
—¿Quién, magnífico dios, eres tú que en persona me inquieres?
¿Es que ignoras que frente a las popas de las naos aqueas
me hirió Ayax el de grito potente, al matar yo a los suyos,
arrojándome al pecho una piedra, y menguó mi coraje?250
Me creí que hoy vería a los muertos en la casa de Hades
porque me daba cuenta de que se exhalaba mi alma.
Y repúsole el rey, el que hiere de lejos, Apolo:
—Ten valor. El Cronión me ha mandado venir desde el Ida
para así defenderte, asistirte y prestarte mi ayuda;255
Febo Apolo soy yo, el de la espada de oro. Hace tiempo
que te presto mi ayuda y también a tu villa excelente.
Vamos, pues, y a tus muchos caudillos ordena ahora mismo
que a las cóncavas naos los caballos veloces dirijan;
yo, marchando delante, la senda abriré a los caballos260
mas igual, y a los héroes aqueos pondré en fuga entonces.
[Héctor reaparece en el campo de batalla]
Dijo así, e infundió gran vigor al pastor de los hombres.
Como el potro que, atado al pesebre y comiendo cebada,
cuando rompe el ronzal, por el llano galopa y dirígese
a las límpidas aguas en donde solía bañarse265
y, orgulloso de sí, con el cuello de crines ondeantes
levantado, y ufano de su lozanía arrogante,
raudo mueve las patas y va donde está la yeguada,
así pies y rodillas movía ligero el gran Héctor,
exhortando, ya oída la voz del dios, a los aurigas.270
Como al corzo cornudo o la cabra salvaje persiguen
los pastores y perros, pero halla un refugio por entre
escarpados breñales o bien en la selva frondosa,
y el destino no quiere que aquel animal sea cazado,
si, atraído por la gritería, un león melenudo275
aparece en la senda y, aun bravos, en fuga los pone,
asimismo en tropel avanzaban los dánaos, hiriendo
con sus lanzas y agudas espadas a sus enemigos;
pero cuando a Héctor vieron allí, recorriendo las filas,
el temor los turbó y les cayó el corazón en el suelo.280
Y, volviéndose a ellos, habló el Andremónida Toante,
el etolio mejor y más ducho lanzando el venablo
y valiente en la lucha a pie firme, y muy pocos aqueos
en el ágora, hablando con jóvenes hombres, vencíanlo.
Exhortó con prudentes palabras a todos, diciendo:285
—¡Dioses! Grande prodigio es el que a mis miradas se ofrece.
¿Cómo, habiendo evitado la muerte, otra vez se levanta
Héctor, a quien sin duda muchísimos daban por muerto,
por haber perecido en las manos de Ayax Telamonio?
Pero alguna deidad protegió y ha salvado de nuevo290
a Héctor, que a tantos dánaos logró quebrantar las rodillas
como ahora lo hará, pues no tan decidido estaría
con sus tropas, sin la voluntad de Zeus altitonante.
Sin embargo, actuemos del modo que voy a deciros.
Ordenemos a la multitud que se vuelva a las naves295
y los que nos gloriamos de ser los más bravos, quedémonos
aquí mismo, a ver si rechazarlos podemos, saliendo
a su encuentro blandiendo las lanzas. Por bravo que sea
ahora su corazón temerá entre los dánaos meterse.
Dijo así, y escucháronlo todos y lo obedecieron.300
Rodearon entonces a Ayax y al rey Idomeneo,
y a Meriones y a Teucro y a Meges, el émulo de Ares,
y a la lid se aprestaron, llamando a los más valerosos,
contra Héctor y contra los teucros. Y atrás se volvieron
casi todas las tropas a donde las naves aqueas.305
[Los aqueos rechazados tras la muralla]
Los troyanos cayeron en masa, mandados por Héctor,
que avanzaba a zancadas. Delante iba de él Febo Apolo.
Una nube sus hombros cubría y llevaba la égida
impetuosa, terrible e hirsuta y brillante, que Hefesto
el broncista dio a Zeus para que amedrentara a los hombres.310
Y con ella en la mano mostrole a su gente el camino.
Los argivos, en masa también, resistieron. Gran grito
de ambas partes surgió. De las cuerdas volaron las flechas
y las manos audaces lanzaron innúmeras picas
y clavábanse algunas en cuerpos de intrépidos jóvenes315
y en el suelo las otras, en medio del campo, entre ellos,
sin llegar a las pálidas carnes que tanto anhelaban.[220]
Mientras quieta en sus manos guardó Febo Apolo la égida,
se igualaron los tiros y el número de hombres caídos,
pero en cuanto entre todos los dánaos de raudos corceles320
la agitó y hubo luego lanzado un fortísimo grito,
en sus pechos flaqueó el corazón y el coraje perdieron.
Igual que a las vacadas o un hato de ovejas dos leones
desordenan, estando cerrada la noche oscurísima,
al caer sobre ellas, porque su guardián está ausente,325
tal, perdido el valor, los aqueos huyeron, que Apolo
infundioles temor, y a los teucros y a Héctor dio el triunfo.
Dispersado el combate, cada uno mataba a otro hombre:
dejó muertos allí a Eustiquio y Arcesilao el gran Héctor,
jefe aquel de los hombres beocios de cotas de bronce,330
y era el otro el amigo leal de Menesteo el magnánimo.
Mató Eneas a Yaso y también dio la muerte a Medonte,
el segundo era un hijo bastardo de Oileo el divino;
residía Medonte muy lejos de su vasta tierra,
en la Fílace; había matado a un varón, a un hermano335
de la esposa de Oileo, Eriopis, su bella madrastra;
era Yaso el caudillo supremo de los atenienses,
a quien se conocía como hijo de Esfelo el Bucólida.
Mató Polidamante a Polites, Mecisteo y Equio,
a Agenor el divino y a Clonio, al entrar en combate.340
Logró Paros herir en lo alto del hombro a Deyoco,
por detrás, cuando huía, y el bronce salió por delante.[221]
Mientras ellos sus armas tomaban allí, los aqueos,
arrojándose dentro del foso por la empalizada
y dispersos huyendo, obligados, pasaban el muro.345
Y Héctor, a voz en grito, exhortaba a los teucros, diciendo:
—¡A las naves lanzaos y dejad los sangrientos despojos!
A quien vea que está en un lugar de las naves distante
allí mismo le quito la vida; ni deudos ni deudas
podrán luego entregar a las llamas sus cuerpos sin vida;350
fuera de la ciudad yo haré que los devoren los perros.
Dijo, y a los caballos golpeó con la fusta en los lomos
y, entre tanto, las filas cruzaba animando a los teucros.
Y estos con grandes gritos y un ruido espantoso los potros
de los carros guiaban. Y holló Febo Apolo delante355
con sus pies las orillas del pozo profundo; echó tierra
dentro, y luego formó una vereda tan larga y tan ancha
como el trecho que media entre el hombre que arroja una lanza,
comprobando su fuerza, y el sitio en que aquella ha caído.
Por allí en escuadrones lanzáronse, Apolo delante360
con la égida augusta. Y hundió el muro de los aqueos
fácilmente, lo mismo que un niño, jugando en la playa,
luego de construir con arena pueriles juguetes
con los pies y las manos destroza, por juego, lo que hizo.
Así tú, Febo, dios de los gritos agudos, destruiste365
lo que tanto costó a los aqueos, y en fuga pusístelos.
Los aqueos, habiendo llegado a sus naos, se pararon,
exhortándose unos a otros y, alzadas las manos,
imploraron a gritos auxilio de todos los dioses.
Sobre todo habló Néstor el viejo caudillo de Acaya,370
levantando hacia el cielo estrellado, implorante, las manos:
—Padre Zeus, si jamás hubo en Argos, la rica en trigales
quien quemara en tu honor gruesos muslos de toros u ovejas,
y a su patria pidió regresar y se lo concediste,
no lo olvides, y el día fatal, dios olímpico, apártanos.375
No hagas que los aqueos sucumban a manos troyanas.
Así dijo rogando, y el próvido Zeus las plegarias
del anciano Nelida aceptó, y tronó al punto con fuerza.
Cuando oyeron el trueno de Zeus portador de la égida
atacaron los teucros con furia a los hombres aqueos.380
Como, inmensa, una ola del mar anchuroso se lanza
por encima del bordo de un buque y sobre él se desploma
cuando arrecian los vientos y a grandes alturas la elevan,
de este modo los teucros, gritando, franquearon el muro
y a las popas de las naos llevaron los carros, y entonces385
desde el carro, con lanzas de dúplice filo, lucharon;
y en los negros navíos los otros paraban los golpes
con sus pértigas largas y fuertes de punta de bronce
que llevaban, para los combates navales, en ellos.
[Patroclo vuelve a Aquiles]
Y Patroclo, entre tanto los teucros y aqueos batíanse390
por el muro, alejados aún de las naves ligeras,
continuaba sentado en la tienda del ínclito Eurípilo,
conversando con él y curando su herida penosa
con unturas que le mitigasen los crueles dolores.
Mas al ver que asaltaban los teucros con ímpetu el muro395
que estaban gritando los dánaos llevados del miedo,
gimió entonces y sobre los muslos, abriendo las manos,
empezó a golpear y exclamó de lamento en lamento:
—Aunque me necesites no puedo seguir aquí, Eurípilo,
puesto que ahora parece trabarse una lucha tremenda.400
Cuidará tu escudero de ti; yo me iré a ver a Aquiles
para ver si consigo que quiera volver a la lucha.
¡Ojalá yo ayudado de un dios convencerlo consiga!
Los consejos son buenos si vienen de algún camarada.
[El combate ante las naves]
Así dijo, y salió. Los aqueos de firme aguantaban405
a los teucros, y aun cuando eran ellos menores en número,
de las naos no les era posible esta vez rechazarlos.
Y tampoco los teucros lograban romper las falanges
de los dánaos y entrar en sus tiendas y entrar en sus naves.
Como el mástil que lleva una nao la plomada nivela410
en las manos de un buen carpintero que bien se conoce
su arte a fondo, por la inspiración de la diosa Atenea,[222]
de la misma manera el combate y la lucha igualábanse
y delante de cada navío luchaba su grupo.
Héctor fue a colocarse delante de Ayax el glorioso;415
y los dos peleaban por la misma nao, y el primero
rechazar no podía al contrario e incendiar el navío,
ni el segundo apartarlo, que un dios lo acercó al campamento.
El ilustre Ayax dio una lanzada a Caléctor Clitíada,
en el pecho, cuando iba a lanzar fuego ardiente a un navío.420
Cayó aquel con gran ruido y la tea cayó de su mano.
Héctor vio con sus ojos caer a su primo en el polvo
frente al negro navío y entonces a teucros y a licios
exhortó de este modo lanzando unas voces terribles:
—¡Teucros, licios y dárdanos que combatís cuerpo a cuerpo!425
No dejéis de luchar un instante en un trance como este;
defended el cadáver del hijo de Clitio, que junto
a las naves cayó, no le quiten las armas los dánaos.
Así dijo, y lanzó sobre Ayax la flamígera lanza,
mas falló, pero hirió a Licofrón, que era un hijo de Mástor,430
de Citera, escudero de aquel, que vivió en su palacio
desde el día en que a un hombre en Citera quitole la vida;
penetró el bronce bajo la oreja y entró en su cabeza
cuando hallábase junto a su dueño, y cayó del navío
sobre el polvo, de espaldas, y allí se aflojaron sus miembros.435
Ayax se estremeció y dijo entonces, al verlo, a su hermano:
—¡Mi buen Teucro! Mataron a nuestro leal compañero
el Mastórida, a quien al venir de Citera a palacio,
igual que a nuestros padres, en él lo colmamos de honores.
Lo mató Héctor magnánimo. ¿Dónde dejaste tus flechas440
de la rápida muerte y el arco que a ti te dio Apolo?
Así dijo, y lo oyó Teucro y vino corriendo a su lado
con el arco flexible y la aljaba colgada a la espalda
y bien llena de flechas que al punto lanzó a los troyanos.
E hirió a Clito, hijo de Pisenor, un guerrero muy noble,445
un amigo de Polidamante, el ilustre Pantoida
que, empuñando en las manos las riendas, guiaba a los potros
donde más en confuso montón se agitaban las huestes,
[pues quería agradar a los teucros y a Héctor. Mas pronto
le acaeció la desgracia; aun queriéndolo, nadie librarlo450
de ella pudo: detrás de su cuello clavose la flecha;]
el guerrero del carro cayó y recularon los potros,
arrastrando su carro vacío. Mas Polidamante
soberano lo vio, y el primero ante aquellos plantose,
y allí a Astínoo, hijo de Protiaón, se los dio, encomendándole455
que ni un solo momento apartara los ojos de aquellos,
y mezclose de nuevo con los que luchaban delante.
Sacó Teucro para Héctor del casco de bronce, otra flecha,
y se hubiera acabado la guerra ante las naos aqueas
si al herir al valiente le hubiera acabado los bríos.460
Pero Zeus en su mente sutil, pues velaba por Héctor,
lo advirtió, y privó a Teucro, hijo de Telamonio, de gloria,
pues rompiole la cuerda del arco magnífico cuando
lo tendía y la flecha broncínea torció su camino
errabunda, y el arco cayó de las manos del hombre.465
Teucro se estremeció y dijo entonces, al verlo, a su hermano:
—¡Dioses! Hay algún dios que desea frustrar nuestros medios
de combate, que el arco ha logrado quitar de mi mano
y me ha roto la cuerda recién retorcida que he atado,
para que muchas flechas lanzara, esta misma mañana.470
Y repúsole así el gran Ayax Telamonio, diciendo:
—Deja quieto, ¡oh amigo!, tu arco y las flechas innúmeras,
ya que un dios ha cambiado las cosas por odio a los dánaos.
Toma en mano la pica y colócate al hombro el escudo,
lucha contra los teucros y anima a luchar a tus tropas.475
Que, aunque logren vencernos, les cueste trabajo tomarnos
nuestras naves bancadas. Pensemos tan solo en la guerra.
Así dijo, y aquel dejó entonces el arco en la tienda.
Un escudo hecho de cuatro pieles se echó sobre el hombro,
con su casco labrado cubrió su robusta cabeza480
y el trinado penacho ondeaba de forma terrible;
tomó luego una lanza potente de bronce aguzado
y, corriendo, volvio junto a Ayax y a su lado se puso.
Al ver Héctor que inútiles eran las flechas de Teucro,
exhortó a los troyanos y licios con voces potentes:485
—¡Teucros, licios y dárdanos que combatís cuerpo a cuerpo!
Camaradas, sed hombres, mostrad vuestra ardiente bravura
frente a las naos curvadas. Que he visto con mis propios ojos
que apartó Zeus las flechas que un bravo guerrero lanzaba.
Fácil es conocer el favor que Zeus presta a los hombres,490
así aquellos a quienes el dios da la gloria suprema
como aquellos a quienes abate y les niega su ayuda.
Debilita el vigor de los dánaos y nos favorece.
Combatid juntos frente a las naos, y al que hieran de muerte,
ya de cerca o de lejos, que muera, si así ha de cumplirse495
su destino, que honroso es morir por la patria luchando,
y su esposa y sus hijos a salvo han de verse, y su casa
y su hacienda no han de padecer menoscabo ninguno,
si en las naos a su patria regresan los hombres aqueos.[223]
Dijo así, y el valor y la fuerza excitó en todos ellos.500
Y a su vez exhortó Ayax entonces a sus compañeros:
—¡Qué vergüenza, oh argivos! Llegó de morir o salvarnos
el momento, y de echar a esta plaga de frente a las naves.
¿Esperáis, si el del casco brillante, Héctor, logra los buques
destruir, regresar caminando a la tierra paterna?505
¿No escucháis de qué modo Héctor ahora a sus gentes anima,
en su afán de querer incendiar, como sea, las naves?
No les manda a ninguno que baile, sino que combata.
No hay mejor pensamiento a seguir ni consejo como este
combatir cuerpo a cuerpo empleando las fuerzas y brazos.510
Mejor es decidir al momento la muerte o la vida,
que dejarse matar lentamente en la horrible contienda
junto a nuestros navíos por hombres de menos valía.
Dijo así, y el valor y la fuerza excitó en todos ellos.
Y mató Héctor entonces a Esquedio, hijo de Perimedes515
y caudillo focense. Y Ayax mató allí a Laodamante,
el ilustre Antenórida que a los peones mandaba.
Mató Polidamante al cilenio Oto, el buen compañero
del Filida, caudillo de los excelentes epeos.
Lo vio Meges y contra él se fue, pero Polidamante520
hurtó el cuerpo, que Apolo no quiso que el hijo de Panto
sucumbiera entre los que luchaban delante de todos.
Pero en cambio la lanza hirió a Cresmos en medio del pecho,
que con ruido cayó, y de sus hombros quitole las armas.
Pero fue contra él Dólope, el hábil luchando con lanza,525
el Lampétida, un hijo valiente engendrado por Lampo,
hijo de Laomedonte y dotado de gran valentía.
Al Filida en mitad del escudo lo hirió con su lanza,
atacando de cerca; no obstante, la fuerte coraza
lo salvó. Se ajustaba en dos piezas. La obtuvo Fileo530
en Efira, que al borde del río Seleis se levanta.
Se la dio el protector de su pueblo, su huésped, Eufetes,
para, cuando luchase, guardarse de sus enemigos,
y esta vez ella a su hijo libró de la muerte.
En la parte inferior del penacho del casco broncíneo535
con la lanza aguzada dio Meges un golpe, volviéndose,
y su golpe segó totalmente el penacho crinado
que, recién coloreado de rojo, cayó sobre el suelo.
Mientras Meges con Dólope estaba luchando, esperando
la victoria, llegó Menelao el valiente a ayudarlo;540
se detuvo a su lado y lo hirió con la lanza en la espalda
y la punta impetuosa salió por el pecho afanosa
de seguir adelante, y el hombre cayó cara al suelo.
Y corrieron los dos a quitarle las armas broncíneas
de los hombros. Mas Héctor entonces llamó a sus parientes545
e increpó al hijo de Hicetaón sobre todo, al intrépido
Melanipo, quien antes de que el enemigo llegara,
en Percote llevaba a los pastos sus bueyes flexípedes;
mas el día en que en cóncavas naves los dánaos llegaron
se fue a Ilión, y logró destacarse entre todos los teucros550
y vivió, honrado igual que sus hijos, en casa de Príamo.
Así, pues, Héctor lo reprendió de este modo, diciendo:
—¿Siempre tan indolente serás, Melanipo? ¿No sufres
dentro del corazón por la muerte que han dado a tu primo?
¿No ves cómo pretenden llevarse las armas de Dólope?555
Sígueme. Con los hombres aqueos debemos de cerca
pelear, hasta que los matemos a todos o arruinen
la alta Ilión y exterminen a todos los que en ella habitan.
Dijo así, y echó a andar y siguiole el deiforme guerrero.
Y a su vez exhortó a los argivos Ayax Telamonio:560
—¡Camaradas, sed hombres! Mostrad dignos los corazones.
Y en el duro combate sentid la vergüenza del miedo.
Solo el hombre que siente vergüenza es capaz de salvarse;[224]
los que huyen no alcanzan ni gloria ni ayuda ninguna.
Dijo, y ellos que ya antes querían vencer al contrario,565
se metieron la arenga en la mente. Y un muro de bronce
a las naos le pusieron. Y Zeus incitaba a los teucros.
Y exhortó Menelao el de grito potente así a Antíloco:
—No hay, Antíloco, aqueo más joven que tú entre estos hombres,
ni con pies más ligeros, ni siendo más fuerte en la lucha.570
Dime: ¿no saltarás de las líneas a herir a algún teucro?
Dijo así, y se alejó. Y su valor sintió el otro excitado.
Lejos de los que estaban delante, blandiendo la lanza
refulgente, saltó; miró en torno, y los teucros entonces
recularon al ver su osadía. Y no fue vano el tiro575
puesto que al hijo de Hicetaón, Melanipo el ilustre,
alcanzó, en el momento en que entraba en combate, en el pecho.
Con gran ruido cayó y las tinieblas cubrieron sus ojos.
A él Antíloco fue como el perro se lanza al cervato,
dando saltos, herido al salirse de su venadero580
con la flecha con que el cazador dejó rotos sus miembros,
saltó así sobre ti, ¡oh Melanipo!, el intrépido Antíloco
a quitarte las armas. Empero lo vio Héctor divino
y corrió por el campo dispuesto a acudir a su encuentro.
Pero Antíloco no le aguardó aunque era un hombre esforzado;585
huyó al punto lo mismo que fiera que causa algún daño,
mata a un can o al pastor que se encuentra guardando los bueyes,
y huye sin esperar que un tropel de pastores se junte.
Escapó así el Nestórida. Y Héctor, con otros troyanos,
con gran ruido lanzaron sobre él dolorosos los tiros.590
Y él cuando hubo llegado a los suyos parose de frente.
[Último asalto de los troyanos a las naves]
Igual que carniceros leones los teucros entonces
asaltaron las naos y de Zeus los designios cumplieron,
que infundió en ellos nuevas audacias, y los corazones
abatió de los hombres argivos, negándoles gloria595
porque en su corazón la victoria deseaba dar a Héctor
el Priamida, de modo que el fuego voraz arrojaran
en las cóncavas naos y la súplica inicua de Tetis
se cumpliera. Y el próvido Zeus aguardaba el momento
de ver ya con sus ojos la luz de una nave incendiada,600
porque entonces haría que desde las naos a los teucros
persiguieran los otros y el triunfo daría a los dánaos.
Y, pensando estas cosas, lanzó hacia las cóncavas naves
a Héctor, hijo de Príamo, que enardecido ya estaba.
Igual que Ares, blandiendo la lanza se siente furioso,605
o embravécese el fuego voraz en la selva tupida,
con la boca cubierta de espuma y los ojos brillantes
bajo las torvas cejas, y el casco agitándose en torno
de sus sienes, de forma terrible, tal iba al combate
[Héctor, pues desde el éter por él solamente velaba610
Zeus, porque entre muchísimos hombres tan solo a él quería
aureolar con la gloria y honrar, porque vida muy poca
le quedaba, pues ya apresuraba su póstumo día
Atenea, que había de darle la muerte el Pelida].[225]
Pretendía romper las hileras de los combatientes615
donde más gente había y estaban las armas mejores,
pero, aun cuando era grande su empeño, no pudo lograrlo.
Defendíase en grupo apretado. Al igual que un peñasco
escarpado, que al borde del mar espumoso resiste
el asalto potente de todos los vientos sonoros620
y las olas enormes que sobre su lomo se estrellan,
sin huir aguardaban los dánaos allí a los troyanos.
Y él, brillando lo mismo que el fuego por todo su cuerpo,
saltó sobre la turba cual ola en la rápida nave,
que los vientos levantan debajo de un cielo nublado625
y la cubren de espuma y los soplos veloces del viento
braman entre las velas y tiemblan llevados del miedo
los marinos, pues hallan entonces cercana la muerte,
en los pechos aqueos así el corazón vacilaba.
Como cuando un dañino león a las vacas ataca630
que en gran número pacen a orillas de un lago muy grande
y las guarda un vaquero que ignora la forma en que debe
pelear con la fiera e impedir que una vaca le mate,
pues va con las primeras o va con las últimas siempre
y el león salta entonces al centro y devora una de ellas635
y espantadas escapan las otras, así los aqueos
fueron puestos en fuga por Héctor y por Zeus el Padre;
mas mató a Perifetes micenio tan solo, el buen hijo
de Copreo, que fue el mensajero del rey Euristeo
para Heracles el fuerte durante muchísimo tiempo.640
De este padre tan triste tal hijo nació, y superábalo
en virtudes, lo mismo corriendo que actuando en la guerra
y era de los primeros prohombres que había en Micenas.
Este, pues, le dio a Héctor entonces un triunfo supremo.
Al volverse hacia atrás tropezó con el pie sobre el borde645
del broquel, que cubríalo todo de pies a cabeza
de los tiros; de espaldas cayó y resonó horriblemente
en sus sienes el casco al instante de dar contra el suelo.
Lo advirtió Héctor al punto y corriendo se fue a donde estaba
y la pica clavóle en el pecho y quitole delante650
de sus hombres la vida, los cuales, aun llenos de pena,
no pudieron valerle, asustados por Héctor divino.
Encontráronse frente a las naos, por las proas guardados
de las naves varadas primero; no obstante, acosábanlos.
Los argivos, que a retroceder de las naves primeras655
obligados se vieron, en grupos paráronse frente
a las tiendas, sin diseminarse en el campo; la honra
y el temor deteníanlos. Con mutuos gritos crecíanse.
Néstor más que ninguno, señor de los hombres aqueos,
suplicó así a sus hombres en nombre de sus ascendientes:660
—Camaradas, sed hombres, y que un corazón honorable
poseéis, demostrad a los otros. Que todos recuerden
a sus hijos y esposas, los bienes y padres que tengan,
ya se encuentren con vida o bien hayan hallado la muerte.
En el nombre de tales personas ausentes os pido665
resistir firmemente y no os deis ninguno a la fuga.
Dijo, y estimuló la bravura y el ánimo en todos.
[Y Atenea quitó de sus ojos la niebla divina
que había puesto, y la luz se mostró por un lado y por otro,
por el sitio en que estaban las naves y por el combate.670
Vieron a Héctor el bravo guerrero y a sus camaradas,
como a los que se hallaban detrás de las naos sin batirse,
y los que peleaban delante de las naos veloces.]
Pero ya al corazón del magnánimo Ayax no era grato
continuar donde se retiraron los hombres aqueos.675
Dando grandes zancadas, de un buque a otro buque se iba,
y blandía la pértiga de las batallas navales,
claveteada, que veintidós codos medía de largo.
Al igual que un jinete que monta muy bien a caballo
cuatro de ellos elige y, atados, los trae de la villa680
y a la villa veloces los manda otra vez desde el llano
por el ancho camino, y lo admiran muchísimos hombres
y mujeres, y él salta entretanto, sin darse reposo,
de uno a otro, y en tanto veloces aquellos se vuelan,
así Ayax recorría los bancos de innúmeras naves685
caminando de prisa y su voz hasta el éter llegaba.
Sin cesar apremiaba a los dánaos con gritos terribles
para que defendieran las tiendas y naos. Tampoco Héctor
con los teucros armados de fuertes corazas estaba;
como el águila negra que se echa sobre una bandada690
de aves raudas que están picoteando a la orilla del río,
ya sean gansos o grullas o cisnes de cuello muy largo,
de tal modo cayó en una nave de popa cerúlea
Héctor, a quien la mano de Zeus empujó poderosa
y tras él excitó a todos cuantos con él se encontraban.695
Otra vez se trabó ante las naos un reñido combate.
Se diría que bien descansados la lucha empezaban
unos contra los otros ahora, ¡tal era la lucha!
Y, batiéndose, así meditaban: los hombres aqueos
escapar no creían y daban por cierta su muerte,700
y los teucros, en su corazón, confiaban ya todos
en quemar los navíos y dar a los dánaos la muerte.
Y luchaban con estas ideas tanto unos como otros.
De una nave marina llegó a tocar Héctor la popa,
esa nave veloz donde Protesilao llegó a Troya,705
y que ya nunca más lo podría llevar a la patria.
Y por este navío los teucros y aqueos luchaban
cuerpo a cuerpo, animosos; ninguno aguardaba ya ahora
a lanzar desde lejos lo mismo las flechas que lanzas;
a pie firme, de cerca y con un corazón valeroso,710
se atacaban con hachas y con afiladas segures
y con grandes espadas y lanzas de dúplice punta.
Muchas dagas muy bellas de mangos oscuros cayeron
en el suelo, de las naos de unos o bien de los hombros
de los otros, heridos; la tierra manó oscura sangre.715
Agarró Héctor la popa y ya no la soltó, y con las manos
aferradas en el espolón, a los teucros decía:
—Traedme fuego y trabemos aquí todos juntos combate.
Ahora Zeus nos concede el desquite de días pasados.
Tomaremos las naos que sin la voluntad de los dioses720
arribaron aquí portadoras del mal, por el miedo
de los viejos que cuando yo quise luchar cerca de ellas
me impidieron hacerlo y pararon a todo el ejército.
Mas si el longividente Zeus pudo ofuscar nuestras mentes
desde entonces, él mismo ahora a todos nos manda e impulsa.725
[Heroica resistencia de Ayax]
Dijo así, y atacaron con más ímpetu a los argivos.
Ayax no resistió porque ya lo abrumaban los golpes;
retirándose un poco por miedo a morir, dejó el puente
de la rápida nao y subió a un banco de siete patas.
De pie en él, vigilante, empuñando la lanza, apartaba730
de las naos a los que a ellas con fuego voraz acudían,
y exhortaba a los dánaos lanzando agudísimos gritos:
—¡Héroes dánaos, ministros de Ares y amigos queridos!
¡Camaradas, sed hombres! ¡Mostrad vuestro ardiente denuedo!
¿Es que acaso pensamos que atrás han quedado refuerzos735
o algún muro potente que al hombre de muerte lo libre?
No hay ninguna ciudad cerca y por baluartes ceñida
donde hallemos refugio y un pueblo que pueda ayudarnos;
en la tierra de los coraceros troyanos estamos,
en la orilla del mar, lejos de nuestra patria paterna.740
¡El salvarnos está en nuestras manos! ¡Luchemos con bríos!
Dijo así, y atacó enfurecido con la aguda lanza.
A los teucros que a las naos curvadas con fuego acudían
en la mano, para responder a los gritos de Héctor,
hirió a todos Ayax manejando la lanza afilada.745
Mató a doce, delante del buque, luchando de cerca.