CANTO XIII
[Posidón acude en socorro de los aqueos]
Cuando Zeus a Héctor y a los troyanos llevó hasta las naves
dejó que sostuvieran sin tregua el trabajo y cansancio
de la guerra, y volviendo a otro lado sus ojos brillantes
contempló la legión de los tracios, los buenos jinetes,
de los misios lanceros, de los hipomolgos ilustres,5
que de leche aliméntanse, y de los más justos, los abios.
Y ya en Troya dejó de fijar las pupilas brillantes
porque en su corazón de ninguna deidad sospechaba
que pudiera prestarles ayuda a los teucros o dánaos.
Mas no en balde el que bate la tierra se hallaba al acecho,10
pues estaba sentado mirando la lid y la lucha
en el más alto monte de la forestal Samotracia.
Desde allí, por completo, a sus ojos el Ida ofrecíase,
la ciudad del rey Príamo y todas las naves aqueas.
Se sentó allí al salir de la mar; se apiadó de los dánaos15
por los teucros vencidos, y a Zeus le tomó corajina.
A zancadas al punto bajó de aquel monte escarpado
y las altas montañas y el monte temblaba debajo
de los pies inmortales del dios Posidón cuando andaba.
Dio tres pasos y al cuarto llegó al término de su viaje,20
a Egas, donde, en el fondo del mar, poseía palacios
de oro resplandeciente que no destruiríanse nunca.
Unció al carro, al llegar, dos corceles de cascos de bronce
y de crines de oro los cuales volaban ligeros;
al instante su cuerpo vistió con una áurea armadura,25
tomó el látigo de oro labrado, subió al carro entonces
y cruzó en él las olas. Debajo saltaban cetáceos
que salían de sus escondrijos y al rey conocían;
jubilosa la mar se entreabrió, y los caballos ligeros,
sin que el eje de bronce mojaran las aguas, veloces30
a las naves aqueas al dios condujeron al punto.
Una gruta muy ancha se encuentra en el piélago inmenso,
entre Ténedos e Imbros, la tierra de suelo escarpado;
al llegar, Posidón el que bate la tierra detuvo
los caballos y los desunció y dioles pienso divino,35
y a sus patas les puso unas trabas de oro perenne,
insoltables, para que aguardaran allí su regreso,[201]
sin moverse, y partió en dirección al ejército aqueo.
Los troyanos, lo mismo que llamas o que una tormenta,
apiñados seguían en torno a Héctor, hijo de Príamo,40
dando voces y gritos, queriendo las naves aqueas
alcanzar y matar entre ellas a todos sus jefes.
Pero el dios Posidón que sacude la tierra y la ciñe
incitó a los aqueos en cuanto salió de las aguas
y tenía de Calcas el cuerpo y la voz incansable,45
y así habló a los Ayax, que ya estaban ansiosos de lucha:
—¡Oh, vosotros Ayax, salvaréis a los hombres aqueos
si el valor recordáis y no, en cambio, la fuga espantosa!
No les temo a los teucros de manos audaces que asaltan
en tropel el gran muro arruinado, porque los aqueos50
de las grebas hermosas sabrán resistirlos a todos.
Es de mucho temer, sin embargo, que algún mal suframos
donde, al frente de todos, igual que una llama va ese
furibundo Héctor que de ser hijo del gran Zeus blasona.
Que en el pecho os levante algún dios vuestros ánimos para55
resistir firmemente y poder exhortar a los otros.
Apartarlo podríais así de las naves veloces,
por airado que esté, aunque lo impulse el mismísimo Olímpico.
Así dijo, y el dios que sacude la tierra y la ciñe
a los dos con el cetro tocó y les dio un vivo denuedo60
y sus miembros, las piernas y manos les hizo más ágiles.
Igual que un gavilán que con alas ligeras se arroja,
después de remontarse a una peña escarpada y altísima,
dirigiendo su vuelo hacia el llano a seguir alguna ave,
Posidón el que bate la tierra se fue de su lado.65
Mas lo reconoció al punto Ayax, ágil hijo de Oileo,
el primero de entrambos, y a Ayax Telamonio le dijo:
—Ayax, una deidad de las que en el Olimpo se encuentran,
transformada en augur quiere que ante las naves luchemos.
Porque no era el augur inspirado que Calcas se llama;70
he observado las huellas que dejan sus plantas y pasos
y a los dioses se les reconoce de forma muy fácil.
Siente mi corazón en el pecho un deseo muy vivo
de luchar y batirme, y hay algo que siento debajo
de mis pies y en mis manos que me hace sentir impaciencia.75
Y repúsole entonces Ayax Telamonio, diciendo:
—Yo también siento en torno a la lanza mis manos audaces
que se crispan, mis fuerzas aumentan y siento debajo
de los pies un impulso y deseo batirme yo solo
contra Héctor Priamida, que tiene un furor tan inmenso.80
Así entrambos estaban charlando contentos a causa
del impulso guerrero que un dios puso en sus corazones.
Mientras tanto, el que ciñe la tierra animaba a los otros
que en las rápidas naos reparaban entonces sus fuerzas.
Les había quebrado los miembros la dura fatiga85
[y el pesar les llenó el corazón cuando vieron que en masa
los troyanos se habían lanzado al asalto del muro
y, de verlo, las lágrimas fueron llenando sus ojos,]
no creyendo poder escapar del desastre. Las filas
recorría el que ciñe la tierra animando a las huestes.90
Teucro fue a quien primero exhortó y después de él fueron Leito,
y Penéleo, el gran héroe, y Toante, y con ellos Deipiro
y Meriones y Antíloco, que eran dos bravos guerreros.
Y así, para alentarlos, habló con aladas palabras:
—¡Qué vergüenza, oh argivos y jóvenes! Me suponía95
que luchando podríais llegar a salvar nuestras naves.
Pero si en la batalla funesta cejáis, luce el día
en el que los troyanos habrán de quitarnos la vida.
¡Dioses! Ven mis pupilas un grande y terrible prodigio
que jamás yo creí que pudiera llegar a cumplirse,100
¡que alcanzaran los teucros las naves! Creíalos antes
unas ciervas medrosas que están por el monte y son luego
pasto de los chacales, panteras y lobos, pues corren
de un lugar para otro sin bríos con que defenderse;
nunca así a los argivos los teucros plantaron la cara105
ni un instante, temiéndoles siempre a su audacia y sus manos.
[Lejos de la ciudad, ahora junto a las naves combaten
por la culpa del jefe e indolencia de todos sus hombres
que, no obrando de acuerdo con él, defender no desean
los veloces navíos y pierden la vida a su lado.]110
Pero aun cuando en verdad el culpable de todo esto sea
el rey Agamenón el Atrida, señor de los hombres,
por haber ultrajado al Pelida de los pies ligeros,
no tenemos derecho de haber el combate cesado.
Remediémoslo al punto; la mente del bueno se aplaca;115
deshonroso es dejar decaer nuestra audacia impetuosa,
puesto que del ejército sois los mejores. No increpo
al poltrón que procura abstenerse de entrar en combate,
pero mi corazón arde contra vosotros de cólera.
[¡Oh cobardes! Con vuestra indolencia haréis mucho más grave120
este mal. Dadle ya al corazón pundonor y vergüenza
ahora que una contienda tan grande llegó a promoverse.
Ya Héctor, el de los gritos potentes, combate muy cerca
de las naves, y ha roto las puertas y roto el cerrojo.]
Habló así a los argivos el dios que sacude la tierra.125
Rodeaban a entrambos Ayax poderosas falanges
a las que nada hubiesen tenido que objetar, ni Ares
ni Atenea, la que a los guerreros incita. Los bravos
a los teucros y a Héctor divino aguardaban ahora
una lanza tocaba a otra lanza, un escudo a otro escudo,130
el broquel al broquel, yelmo a yelmo y un hombre a otro hombre,
los penachos crinados tocábanse cuando inclinaban
las cabezas, ¡de tal modo estaban las filas unidas!
Se cruzaron las lanzas que manos audaces blandían,
y atacar al contrario querían y entrar en batalla.135
[La defensa aquea]
Atacaron los teucros unidos. Guiábalos Héctor,
anhelante y furioso. Lo mismo que cae una piedra
de una cumbre, a la cual un torrente preñado del agua
de la lluvia, logró desprender y el indócil peñasco
cae al fin dando tumbos y haciendo que el monte resuene140
mientras rueda hacia el llano siguiendo su curso inflexible,
donde al fin se detiene aunque sea muy grande su impulso,
así, sin detenerse, hasta el mar, Héctor amenazaba
con pasar a través de las tiendas y naves aqueas
y sembrando la muerte, mas vio las espesas falanges145
y detúvose entonces confuso. Los hijos de Acaya
con espadas y lanzas de dos puntas lo detuvieron
y apartáronlo y retrocedió rechazado por ellos.
Y con voz penetrante gritó a los troyanos, diciendo:
—¡Teucros, licios y dárdanos que peleáis cuerpo a cuerpo!150
Porfiad. Los aqueos no habrán de aguantar mucho tiempo,
a pesar de que se hayan formado en columna cerrada;
pronto retroceder los hará mi azagaya si es cierto
que el esposo de Hera el tonante, el primer dios, me impulsa.
Dijo así, e infundió a todos ellos la audacia y la fuerza.155
Y Deífobo, el hijo de Príamo, iba en medio de ellos
poseído de inmensa soberbia. Blandiendo el escudo,
bien redondo, amparado por él, avanzaba ligero.
Mas, al verlo, lanzole Meriones su pica brillante
y no erró la lanzada, le dio en la rodela de cuero,160
pero no consiguió atravesarla; la larga azagaya
se rompió por el cuello, y Deífobo, al punto, muy lejos
arrojó la rodela de cuero de buey; tuvo miedo
de la lanza del bravo Meriones. Volvió entonces este
al lugar donde estaban los suyos, mas muy disgustado165
por el triunfo perdido y haberse quebrado su lanza.
A las tiendas y naves aqueas volvió en busca de otra
lanza grande de las que en su tienda tenía guardadas.
Mientras tanto, luchaban los otros con gran griterío.
El primero que a un hombre mató, Teucro fue, el Telamonio:170
a Imbrio, el hijo valiente de Méntor el rico en caballos.
Antes que los aqueos llegaran vivía en Pedeo
con la hija bastarda de Príamo, Medesicasta.
Pero en cuanto los dánaos llegaron en sus corvas naves,
volvió a Ilión, descolló entre los teucros y en casa de Príamo175
vivió, donde por él, como un hijo cualquiera, fue honrado.
Telamonio lo hirió con su larga azagaya, debajo
de la oreja; del arma tiró y él cayó como el fresno
que nació en una cumbre y se ve desde larga distancia
cuando el bronce lo corta y sus hojas se vienen al suelo.180
Cayó así y resonaron sus armas de bronce labrado.
Corrió a él Teucro con el afán de quitarle las armas,
pero Héctor lo vio y le lanzó su azagaya brillante;
y él lo vio y hurtó el cuerpo y entonces la punta broncínea
hirió a Anfímaco, el hijo de Cteato Autorión, en el pecho,185
que acababa de entrar en combate en aquellos momentos.
Con gran ruido en el suelo cayó y resonaron sus armas.
Héctor con gran ardor se lanzó a apoderarse del casco
que, adaptado a sus sienes, llevaba el magnífico Anfímaco.
A su vez levantó Ayax su lanza brillante contra Héctor190
y, si bien no logró que alcanzara su cuerpo vestido
con el bronce espantoso, le dio en pleno escudo, y al héroe
rechazó con gran ímpetu, y este dejó los cadáveres
y al instante de allí lo sacaron los hombres aqueos.
Menesteo divino y Eustiquio, caudillos de Atenas,195
a los campos aqueos llevaron el cuerpo de Anfímaco,
y los dos gigantescos Ayax se llevaron a Imbrio.
Igual que a los mastines de dientes agudos dos leones
una cabra arrebatan, y por los matojos del monte,
levantada del suelo, la llevan prendida en la boca,200
los Ayax con los cascos cubiertos lo alzaron, las armas
le quitaron; cortó la cabeza de su tierno cuello
por la muerte de Anfímaco, airado el Oilíada, y la hizo
cual si fuera una bola, rodar a través de la turba
hasta que fue a caer sobre el polvo, delante de Héctor.[202]205
[Hazañas de Idomeneo]
Pero entonces en su corazón Posidón sintió cólera
cuando vio que su nieto en la horrible pelea moría;
y al instante se fue hacia las tiendas y naves aqueas
a animar a los dánaos y daños causar a los teucros.
Encontró a Idomeneo, el famoso lancero; volvía210
de llevar a un amigo al que de la batalla sacaron
malherido en la corva con bronce agudísimo, y cuando,
por sus hombres llevado, lo puso en las manos del médico,
dirigiose a su tienda, dispuesto a volver al combate.
Y el señor poderoso que bate la tierra le dijo,215
imitando al hablarle la voz de Toante Andremonio,
el que en toda Pleurón y en la gran Calidón gobernaba
a los hombres etolos y el pueblo como a un dios honrábalo:
—Consejero de Creta, ¿qué fue, Idomeneo, de cuantas
amenazas los hijos de Acaya a los teucros lanzaron?220
Y repúsole así Idomeneo, el caudillo cretense:
—¡Oh Toante! No creo que pueda culparse a algún hombre,
porque todos nosotros sabemos entrar en combate.
Nadie ha sido llevado del miedo cobarde, ni nadie
por poltrón la funesta batalla ha dejado. Sin duda225
grato ha sido al potente Cronión que sin gloria perezcan
los aqueos aquí en esta tierra, muy lejos de Argos.
¡Oh Toante! Tú que has sido siempre valiente y solías
animar al que en pleno combate veías remiso,
no abandones la lucha y exhorta a los otros varones.230
Y repúsole así Posidón que la tierra sacude:
—Que jamás vuelva, ¡oh Idomeneo!, a su tierra paterna
desde Troya, y que quede aquí como festín de los perros,
quien hoy deje por su voluntad de batirse en la lucha.
¡Ea! Toma las armas y vuelve. A pesar de estar solos235
uniremos tu fuerza y la mía en hacer algo útil.
Con la ayuda aparece el valor del guerrero más débil
y nosotros podemos luchar con los hombres más bravos.
Así dijo, y el dios intervino en la lid de los hombres.
A su tienda muy bien construida se fue Idomeneo.240
Se vistió sobre el cuerpo la hermosa armadura, y dos lanzas
recogió y se marchó, y era como el ardiente relámpago
que el Cronión en el fúlgido Olimpo en sus manos agita
para, como señal de su fuerza, mostrarlo a los hombres,
tanto el bronce brillaba en su pecho entre tanto corría.245
Encontrose con él su valiente escudero Meriones,
cerca de donde estaba la tienda, que había ido en busca
de una lanza de bronce, y al verlo le habló Idomeneo:
—¡Veloz hijo de Molo, Meriones, mi amigo más caro!
¿Por qué vienes y dejas atrás el combate y la lucha?250
¿Te han herido quizá y una flecha aguzada te agobia?
¿O es que vienes a mí con mensajes? Yo nunca he querido
en la tienda quedarme, sino pelear en la lucha.
Y repúsole de esta manera el prudente Meriones:
—Busco, príncipe de los cretenses de cotas de bronce,255
¡oh gran ldomeneo!, una lanza, si la hay en tu tienda,
pues la que yo tenía se me hizo pedazos a un golpe
que con ella le di en el escudo del bravo Deífobo.
Y repúsole así Idomeneo, el caudillo cretense:
—Si la quieres, no una hallarás, sino veinte azagayas260
en mi tienda; apoyadas están en el muro lustroso;
las tomé de los teucros a quienes he dado la muerte,
pues jamás a distancia combato de nuestro enemigo.
Y por esto yo tengo azagayas y escudos convexos
y también tengo cascos y tengo brillantes corazas.265
Y repúsole de esta manera el prudente Meriones:
—Yo también he reunido en mi tienda y mi negro navío
numerosos despojos troyanos, mas lejos los tengo.
Yo tampoco en la lucha jamás mi valor he olvidado;
entre los que combaten delante me encuentro yo siempre270
cuando empieza la lucha en la cual se hace el hombre glorioso.
Es posible que algún otro aqueo de cota de bronce
en la lucha no me haya observado, mas tú bien me has visto.
Y repúsole así Idomeneo, el caudillo cretense:
—Sé cuán grande es tu audacia. ¿Por qué tales cosas me cuentas?275
Si los más señalados en torno a las naos nos reuniéramos
para alguna emboscada en la cual se conoce a los hombres,
y el cobarde del que es animoso se diferenciara
—se demuda el cobarde en seguida, de un modo o de otro;
no sabiendo tener firme el ánimo dentro del pecho;280
está inmóvil, las piernas le tiemblan, ya en una se apoya,
ya en la otra, mas el corazón en su pecho da saltos
y de miedo a la muerte los dientes le castañetean,
pero no se demuda el valiente ni siente temblores
y una vez se ha emboscado en la guerra tan solo desea285
que comience muy rápidamente el funesto combate—,
nadie habría que menospreciara tu audacia y tu brazo.
Y si acaso, luchando, te hirieran de cerca o de lejos,
nunca nadie podría alcanzarte en la nuca o la espalda;
antes bien, te tendría que herir en el pecho o el vientre,290
avanzando adelante con los que en vanguardia pelean.
Mas no hablemos como unos ociosos de cosas como estas
a pie firme, no sea que venga algún hombre a increparnos.
Vete, pues, a mi tienda y escoge una lanza potente.
Así dijo, y Meriones, lo mismo que el rápido Ares,295
fue a su tienda y al punto tomó una azagaya de bronce
y volvió a Idomeneo, que estaba anhelando el combate.
Tal como Ares, azote del hombre, se lanza a la lucha,
escoltado por su hija la Fuga, que es fuerte e intrépida
y que sabe causar miedo a un hombre, por bravo que sea,300
y ya armados, saliendo de Tracia, dirigen sus pasos
al país de los éfiros y los magnánimos flegios
y no escuchan sus ruegos y a unos les dan la victoria,
se marcharon así Idomeneo y Meriones, caudillos,
a la lucha, y estaban armados de bronce fulgente.305
Y el primero que habló fue Meriones, con estas palabras:
—¡Oh Deucálida! ¿Por dónde quieres entrar en la lucha?
¿Por la parte derecha del campo, tal vez? ¿Por en medio?
¿Por la izquierda? Pues bien me imagino que en todos lugares
peleando estarán los aqueos de largos cabellos.310
Y repúsole así Idomeneo, el caudillo cretense:
—En el centro ya hay quienes ahora defienden las naves:
los Ayax y está Teucro con ellos, argivo el más hábil
con el arco, y valiente también al luchar cuerpo a cuerpo.
Por muy grande que sea su empuje y por fuerte que sea315
Héctor, hijo de Príamo, a raya bien pueden tenerlo.
Le será muy difícil por grandes deseos que tenga
de luchar, dominar su valor y sus manos invictas
e incendiar los navíos, si no es que el Cronida una tea
llameante desea arrojar a las rápidas naves.320
Porque nunca cedió el gran Ayax Telamonio delante
de un mortal que se nutre del fruto debido a Deméter[203]
y al que puede causar una herida con bronce o pedruscos;
ni aun a Aquiles el que las falanges destruye, evitara
cuerpo a cuerpo; corriendo no puede con él compararse.325
Vamos, pues, a la izquierda del campo en seguida, y veremos
si a uno damos la gloria o quizá nos la da él a nosotros.
Así dijo, y Meriones, lo mismo que el rápido Ares,
echó a andar y llegaron al sitio que el otro había dicho.
Cuando igual que una llama llegó Idomeneo ante ellos330
junto con su escudero y vestidos con armas labradas,
animáronse y entre la turba cargaron contra ellos.
Frente a las popas de los navíos trabose un combate.
Cual tormentas que son impulsadas por vientos sonoros
cuando llenos están los caminos de masas de polvo335
y una nube muy grande de polvo levantan entonces,
de la misma manera unos y otros entraron en lucha
anhelando matarse en la turba con bronce agudísimo.
Se erizó la homicida batalla de lanzas muy largas,
lanzas que manejaban las manos y abrían las carnes;340
el fulgor de los cascos de bronce cegaba los ojos
como el de las bruñidas corazas y escudos fulgentes
de los que peleaban. Tendría muy intrépido el ánimo
quien, al verlo, se hubiera alegrado en lugar de afligirse.
Con designios distintos los dos fuertes hijos de Cronos345
a los héroes temibles desdichas estaban urdiendo;
a los teucros y a Héctor quería dar Zeus la victoria
para honrar al de los pies ligeros, Aquiles, aun cuando
no quería arruinar ante Ilión al ejército aqueo,
[sino honrar así a Tetis y honrar a su intrépido hijo.]350
Acudió Posidón a animar a los hombres argivos;
a escondidas salió de la mar espumosa, temiendo
que vencieran los teucros, y túvole a Zeus ojeriza.
Ambos dioses tenían comunes la raza y origen,
pero Zeus, por nacer el primero, era mucho más sabio355
y por esto evitaba ayudar claramente; en un hombre
convertíase y disimulado exhortaba al ejército.
Y estrechaban los dioses así las dos partes del nudo
de la lucha feroz y el combate indeciso, ese nudo
irrompible e insoltable que a tantos quebró las rodillas.360
Exhortando a los dánaos, aun cuando albeaba su pelo,
atacó Idomeneo a los teucros y en fuga los puso.
A Otrioneo mató, quien a Ilión acudió de Cabeso.
No hacía mucho que había llegado al rumor que la guerra
levantaba, y pedido a la más bella hija de Príamo,365
a Casandra, sin dote, mas él prometió una gran cosa:
que a la fuerza echaría de Troya a los hombres aqueos.
Acudió y consintió el viejo Príamo en darle a la joven
y ahora el hombre luchaba confiando en el voto que hizo.
Pero al fin con la lanza brillante lo hirió Idomeneo370
cuando, altivo, avanzaba hacia él. Su coraza de bronce
a la lanza cedió y esta fue a herir de pleno en el vientre.
Con gran ruido el guerrero cayó, y él habló con jactancia:
—¡Otrioneo! Te ensalzo yo aquí sobre todos los hombres
si es que piensas realmente cumplir las promesas que hiciste375
al Dardánida Príamo, quien te ha ofrecido su hija.
Mas nosotros te haremos promesas y las cumpliremos:
por esposa a la hija más bella que tenga el Atrida
te traeremos de Argos, si junto con nuestros guerreros
logras tú destruir la ciudad populosa de Troya.380
Pero sígueme; ven a las naos surcadoras del agua
a fijar el acuerdo; no somos tan míseros suegros.
Dijo así Idomeneo, y de un pie lo cogió y por el campo
de la lucha feroz lo arrastró, cuando ante él llegó Asio
decidido a vengarlo y de pie se paró ante sus potros385
que guiaba el auriga, y sobre él resoplaron. Ansiaba
llegar a Idomeneo y herirlo, mas no le dio él tiempo,
lo hirió bajo la barba, clavando la lanza en su cuello,
que salió por detrás, y él cayó como el roble en el monte,
como el álamo o pino elevado que artífices cortan390
para mástil de un buque con las afiladas segures.
De este modo cayó frente al carro y caballos, los dientes
rechinando y clavando en el suelo sangriento las manos.
El auriga, aterrado, al perder de sí mismo el dominio,
ni siquiera, queriendo escapar de entre sus enemigos,395
echó atrás los caballos. Y entonces Antíloco el bravo
con su lanza lo hirió, pues la cota de bronce no pudo
protegerlo del bronce y la lanza clavose en su vientre.
Jadeante, el auriga cayó del buen carro labrado
y el magnífico hijo de Néstor, Antíloco, el carro400
y caballos llevó a los aqueos de grebas hermosas.
[Intervención de Deífobo y Eneas]
Pero, al verlo, Deífobo fue a Idomeneo, irritado
por la muerte de Asio, y lanzole su pica brillante.
Mas lo vio Idomeneo y burló la azagaya de bronce
encogiéndose al punto detrás de la lisa rodela405
construida con pieles de buey y con bronce bruñido
y dos abrazaderas que la guarnecían del todo;
se encogió detrás de ella y la lanza voló hacia su encuentro
y al rozar el escudo lo hizo sonar secamente.
Mas no fue por el brazo robusto arrojada a él en vano,410
puesto que hirió a Hipsenor el Hipásida, rey de los hombres,
en el vientre y le hizo, al herirlo, doblar las rodillas.
Y jactose Deífobo así dando voces muy fuertes:
—Asio yace en el suelo, mas ya lo vengué. Me figuro
que al bajar a la casa de sólidas puertas, el Hades415
se holgará de tener este amigo que yo le procuro.
Dijo así, y los aqueos sintieron pesar por su triunfo.
Y sintió el corazón conmovido el intrépido Antíloco.
A pesar del dolor no dejó abandonado al amigo,
pues corrió a donde estaba y cubrió con su escudo su cuerpo,420
y debajo de aquel dos amigos leales sacáronlo,[204]
Macisteo, el buen hijo de Equío y Alástor divino
que a Hipsenor a las cóncavas naos suspirante lleváronse.
No dejó Idomeneo que su gran audacia amainara.
Siempre ansiaba sumir a algún teucro en la noche sombría425
o caer con estruendo y librar de la ruina a los dánaos.
He aquí al hijo de Esietes, alumno de Zeus, héroe Alcatoo;
era yerno de Anquises, pues era su esposa la hija
primogénita de él, Hipodamia, a la cual adoraban
tiernamente en palacio su padre y su madre angustísima430
porque se destacaba en belleza, destreza y talento
entre los que contaban su edad, y por este motivo
casó con el guerrero más noble de la vasta Troya.
Posidón hizo que Idomeneo le diera la muerte;
ofuscó sus pupilas brillantes, trabó sus hermosos435
miembros, y no logró ni escapar ni evitar ser herido.
Igual que una columna o un árbol de copa elevada
quedó inmóvil, y en medio del pecho la lanza de bronce
le clavó Idomeneo y rompió su coraza broncínea
que hasta entonces le había evitado a su cuerpo la muerte440
y que ahora, al quebrarla la lanza, sonó roncamente.
Con gran ruido cayó y porque en el corazón la tenía
ensartada, movíase con los latidos de este,
hasta que Ares potente apagó dentro de él todo impulso.
Y gritó Idomeneo jactándose de esta victoria:445
—¡Oh Deífobo! ¿No te parece una justa medida
dar tres muertos por uno? Bien vana era, pues, tu jactancia.
¡Insensato! Ven, hombre admirable, a enfrentarte conmigo;
verás quién es el hijo de Zeus que conmigo ha venido.
Zeus primero fue padre de Minos, el rey de la Creta450
y de Minos más tarde nació Deucalión el ilustre;
Deucalión me engendró como rey de muchísimos hombres
en la Creta anchurosa, y de allí vine aquí en una nave
para ser de tu padre, de ti y de los teucros azote.
Así dijo, y entonces quedose dudando Deífobo455
en buscar en las filas troyanas a algún compañero
que a él se uniera y volver así atrás o probar suerte solo.
Y, después de pensarlo, creyó como más conveniente
ir en busca de Eneas, a quien encontró entre los últimos
sin hacer nada, muy disgustado con Príamo siempre460
porque por su valor no lo honraba como él merecía.
Y, parándose ante él, pronunció estas palabras aladas:
—¡Oh, señor de los teucros, Eneas! Preciso es que ahora,
si por él te interesas, defiendas aquí a tu cuñado.
Sígueme, pues, y ahora luchemos los dos por Alcatoo,465
tu cuñado que cuando eras niño te tuvo en su casa
y a quien hace muy poco mató Idomeneo el lancero.
Dijo así, y él sintió el corazón conmovido en su pecho.
Y se fue a Idomeneo con grandes deseos de lucha,
pero no a Idomeneo asaltaron temores de niño;470
lo esperaba como el jabalí que, confiando en sus fuerzas,
en un sitio desierto del monte a los hombres espera
y su ataque, y teniendo las cerdas del lomo erizadas
y los ojos brillantes como ascuas, aguza los dientes
preparándose así a rechazar cazadores y perros,475
de igual modo aguardó Idomeneo, el famoso lancero,
sin temores a Eneas el ágil, llamando a su gente
con los ojos, a Ascáfalo y luego a Afareo y Deipiro
y a Meriones y a Antíloco que eran maestros de lucha,
y a los cuales habló con palabras aladas, gritando:480
—¡A mí, amigos! Venid a ayudarme que solo me encuentro
y me asusta el ataque de Eneas el de pies ligeros,
que a mí viene y es muy vigoroso matando en la lucha
y se encuentra en la flor de la edad, cuando grande es la fuerza.
Si con el corazón que yo tengo la edad igualáramos,485
él o yo alcanzaríamos pronto una inmensa victoria.
Dijo así, y todos ellos, llevando en el pecho un mismo ánimo,
a su lado pusiéronse con los escudos al hombro.
De la misma manera exhortaba a sus hombres Eneas,
a Deífobo a Paris y luego a Agenor el divino,490
capitanes troyanos; las tropas siguieron tras ellos.
Como al ir a beber las ovejas detrás del carnero
cuando deja los pastos, alegra el cabrero su alma,
alegrábase así el corazón en el pecho de Eneas
cuando vio detrás de él a los suyos siguiendo sus pasos.495
Y muy pronto trabaron en torno del cuerpo de Alcatoo
un feroz cuerpo a cuerpo blandiendo las picas, y el bronce
resonaba de horrible manera al golpear en los pechos.
Dos valientes guerreros ya se destacaban de todos:
Eneas e Idomeneo, los dos semejantes a Ares,500
deseaban herirse uno a otro con bronce implacable.
Salió Eneas primero y lanzó a Idomeneo su pica,
pero él vio su intención y logró del lanzazo zafarse
y la lanza de bronce de Eneas clavose en el suelo
y vibró en él, en vano lanzada por el fuerte brazo.505
Y la suya clavó Idomeneo a Enomao en el vientre;
partió el bronce la corva coraza y rasgó sus entrañas
y el guerrero en el polvo agarró con las manos la tierra.
Arrancó Idomeneo del muerto la lanza alargada,
mas no pudo quitar de sus hombros la bella armadura510
porque por todas partes caían sobre él las lanzadas.
Como no eran seguros sus pies para andar en la busca
de la lanza que había arrojado o librarse de otra,
evitaba la muerte implacable luchando a pie firme,
pues no le era posible tampoco la huida ligera.515
Mientras retrocedía con pasos contados, Deífobo
lo atacó con su lanza; sentía contra él un gran odio.
Mas el golpe falló e hirió entonces a Ascáfalo, el hijo
de Enialio, y la lanza potente clavose en su espalda
y el guerrero en el polvo agarró con las manos la tierra.520
El ruidoso y robusto Ares no se enteró de que su hijo
en la dura batalla se hubiese dejado la vida,
pues en el alto Olimpo, debajo de las áureas nubes
se encontraba, por orden de Zeus, junto a los inmortales,
puesto que este quería alejarlo de aquella batalla.525
Y muy pronto lucharon en torno del cuerpo de Ascáfalo.
Y quitole Deífobo a Ascáfalo el casco brillante,
mas Meriones, el émulo de Ares, le dio una lanzada
en el brazo, y soltar le hizo el casco de larga cimera,
y en el suelo cayó y resonó con un ronco sonido.530
Y de nuevo Meriones saltó sobre él como un buitre
y arrancole del brazo la lanza robusta y al grupo
de sus hombres volvió. Pero entonces Polites, hermano
del herido, tomó a este del talle y llevóselo donde
los veloces corceles tenía, que estaban un poco535
alejados de donde la lucha y la lid ocurrían,
con el casco labrado, del cual un amigo cuidaba.
A la villa lleváronse al héroe agotado y gimiente
cuya herida reciente manaba una sangre abundante.
[Hazañas de Antíloco]
Los demás combatían en medio de un gran griterío.540
Contra Eneas, dispuesto a atacarlo, avanzó el Caletórida
Afareo, mas él con la lanza lo hirió en la garganta;
su cabeza inclinose hacia un lado arrastrando consigo
el escudo y el casco, y sobre él extendiose la muerte.
Como Antíloco[205] viera que Toon se volvía de espaldas,545
se lanzó sobre él y lo hirió, desgarrando la vena
que, corriéndole sobre la espalda, llegábale al cuello,
y el guerrero de bruces cayó sobre el polvo, y tendía
al caer ambos brazos a sus camaradas queridos.
Dirigiendo miradas en torno, las armas Antíloco550
le quitó de los hombros, y en tanto los teucros rodeáronlo
por un lado y por otro atacando; el escudo labrado
y ancho lo protegió y evitaba que hiriera la fina
piel de Antíloco, pues Posidón que la tierra sacude
defendía de todos los tiros al hijo de Néstor;555
ni siquiera un instante apartose de sus enemigos,
pues entre ellos luchaba; su lanza que nunca cansábase,
siempre a un lado y a otro vibrante volvíase, en tanto
él pensaba en su mente o lanzarla o blandirla de cerca.
Vio Adamante el Asíada lo que en la turba pasaba560
y, acercándose a él, le dio un golpe en mitad del escudo
con el bronce agudísimo, empero hizo débil la lanza
Posidón el de azules cabellos, que amaba su vida:
un pedazo, cual trozo de estaca que el fuego endurece,
se quedó en el escudo de Antíloco; el otro cayose.565
Evitando morir, volvió aquel donde estaban sus hombres,
mas Meriones corrió detrás de él y arrojole la lanza
que le entró entre el ombligo y las partes, lugar donde Ares
es más cruel, mucho más, para los miserables mortales.
Allí hincose la lanza; él tendido de cara sobre ella570
se agitaba lo mismo que un buey que han atado en el monte
los pastores con cuerdas y llevan así por la fuerza;
así aquel se agitó unos instantes, sintiéndose herido,
mas no fue mucho tiempo; la lanza arrancole Meriones
de su cuerpo y las sombras velaron los ojos del hombre.575
A Deipiro con su gran espada de Tracia dio Heleno
un gran golpe en la sien y le hizo pedazos el casco,
que salió despedido y cayó sobre el suelo y, rodando,
fue a parar a los pies de un argivo que lo alzó del suelo.
Y una noche sombría cubrió las pupilas del hombre.]580
[Hazañas de Menelao]
Se afligió Menelao el Atrida, el de grito potente,
y atacó amenazante al caudillo y príncipe Heleno
con la lanza aguzada, y el arco tomó este al momento.
Ambos, pues, a tirar preparáronse, el uno la lanza
afilada y el otro la flecha ligera del arco.585
El Priamida alcanzó con la flecha la corva coraza,
mas la flecha implacable voló, rechazada, a otra parte.
De la misma manera que saltan del bieldo en la era
anchurosa las habas oscuras o bien los garbanzos
bajo el soplo del viento, al impulso del que está aventando,590
así de Menelao el glorioso, al chocar en la cota,
rechazada, muy lejos voló la implacable saeta.
A su vez Menelao el Atrida, el de grito potente,
hirió a Heleno en la mano que el arco pulido empuñaba,
y la lanza de bronce la hendió y fue a clavarse en el arco.595
Evitando la muerte volvió a donde estaban los suyos
y arrastraba, colgando en su mano, la lanza de fresno.
Agenor el ilustre logró de su mano arrancarla
y vendole la herida con trenza de lana de oveja
que al pastor de los hombres al punto le dio el escudero.600
Atacó a Menelao el ansioso de gloria, Pisandro.
Un destino funesto a morir lo llevó; lo empujaba
a ser muerto por ti, ¡oh Menelao!, en la dura pelea.
Cuando el uno y el otro estuvieron, por fin, frente a frente,
erró el hijo de Atreo su golpe al desviarse la lanza,605
mas Pisandro tocó a Menelao el glorioso en el centro
del escudo y, no obstante, no pudo lograr ensartarlo;
resistió el ancho escudo y quebrose la lanza en el asta
cuando en su corazón esperaba él salir victorioso.
Con la espada adornada de clavos de plata, el Atrida610
saltó sobre Pisandro, que tras de su escudo sacaba
su bella hacha de bronce con mango de olivo muy liso.
Al momento lanzáronse el uno al encuentro del otro;
uno dio en la cimera del casco crinado, debajo
del penacho, y el otro alcanzó a su enemigo en la frente615
cerca de la nariz y crujieron los huesos; los ojos
en el polvo sangrientos cayeron al pie del guerrero
que encorvose y cayó. El pie derecho le puso en el pecho,
le quitó la armadura y, jactándose, habló de este modo:
—¡Dejaréis de este modo las rápidas naos de los dánaos,620
oh insolentes troyanos ansiosos de lucha implacable!
No os bastó que una afrenta terrible me hayáis inferido,
viles perros, pues ni vuestros ánimos temen siquiera
la ira aciaga del hospitalario Zeus altitonante,
que algún día os habrá de arruinar vuestra villa excelente.625
A mi joven esposa os llevasteis y muchas riquezas,
sin motivo, cuando ella os brindó una acogida amistosa
y ahora ansiáis arrojar en las naos surcadoras del ponto
fuego ardiente y dar muerte, además, a los héroes aqueos.
Os haremos aquí renunciar, mal que os pese, a la lucha.630
Padre Zeus, dicen que por tu mucho saber a los dioses
y a los hombres superas, y tú eres autor de estos males,
¿cómo, pues, te son gratos los teucros que son insolentes
y de espíritu siempre perverso que nunca se cansa
de la guerra que a todos los hombres les es tan funesta?635
Todo llega a saciar algún día, el amor como el sueño,
el dulcísimo canto al igual que la danza agradable,
cosas que se apetecen muchísimo más que la lucha;
sin embargo, los teucros no quieren dejar el combate.
Así dijo, y quitole al cadáver las armas sangrientas,640
se las dio Menelao el ilustre a sus hombres, y luego
a la lucha volvió entre los hombres que estaban delante.
Decidido a atacarlo salió el hijo del rey Pilémenes,
Harpalión, que en las guerras había seguido a su padre
hasta Troya, y de aquí ya no pudo volver a su patria.645
El escudo del hijo de Atreo tocó con la lanza,
mas la punta no pudo lograr penetrar en el bronce.
Evitando la muerte volvió a donde estaban sus hombres,
mas mirando a ambos lados, no fueran a herirlo con bronce;
disparole Meriones al punto una flecha broncínea650
y en la nalga derecha le hirió, mas abriose camino
por debajo del hueso, y la flecha llegó a la vejiga
y expiró mientras a sus amigos tendía las manos,
y al igual que si fuera un gusano quedó sobre el suelo,
y su sangre negruzca fluyó y fue empapando la tierra.655
Colocáronse en torno de él los paflagones magnánimos,
lo subieron a un carro y a Ilión la sagrada lleváronlo
[afligidos, y el padre iba junto con ellos llorando,
y ya nada podía pagar a ese hijo ya muerto].
Se airó Paris en su corazón al saber esta muerte,660
puesto que huésped suyo era con otros más paflagones.
E irritado, una flecha de bronce lanzó con su arco.
Era un tal Euquenor, hijo del adivino Polidos,
valeroso y muy rico que antaño vivía en Corinto
embarcó para Troya aun sabiendo que muerte aguardábalo.665
El anciano y valiente Polidos le habló muchas veces
de que o bien moriría en su casa de un mal doloroso
o a los golpes troyanos y junto a las naves aqueas,
y él quería evitar el baldón de los hombres aqueos
y su mal doloroso y restar sufrimientos a su ánimo.670
A este hirió entre la oreja y quijada, y saliose la vida
de sus miembros, y en torno extendiose una sombra terrible.
[La resistencia de los Ayax]
Combatíase así con ardores de fuego encendido.
Pero Héctor, amado por Zeus, que ignoraba que ahora
a la izquierda de las naos aqueas sus gentes morían675
y que pronto triunfando estarían los hombres aqueos,
de tal modo el que ciñe la tierra alentó a los argivos
y prestábales hasta la ayuda de sus propias fuerzas.
Y él estaba allí donde llegó cuando, rotos el muro
y las puertas, deshizo las líneas compactas de dánaos.680
Los navíos de Ayax y de Protesilao, a la orilla
de la mar espumosa se hallaban, y para guardarlos
se elevó un muro bajo, porque en tal paraje los hombres
y caballos luchaban con mucha mayor valentía.
Los beocios y jonios con sus vestiduras muy largas685
y los locrios y ptienses e ilustres epeos pararon,
pero sin que pudieran aún conseguir rechazarlo,
al divino Héctor que, semejante a una llama, porfiaba.
Allí a los atenienses selectos, mandaba primero
Menesteo Petida y seguíanle luego en el mando690
Fidas y luego Estiquio y el bravo Biante. Mandaban
los epeos el Filida Meges, Anfión y a más Dracio.
A los ptienses mandaba Medonte y el bravo Podarces;
el primero era un hijo bastardo de Oileo divino;
y era hermano de Ayax y vivía lejos de su patria695
en la Fílace; había matado a un varón, a un hermano
de la esposa de Oileo, Eriopes, su bella madrastra,
era hijo de Ificlo Filácida el otro caudillo.
Combatían en armas los dos con los ptienses magnánimos,
defendiendo las naos en unión de los hombres beocios.700
El veloz Ayax hijo de Oileo jamás se alejaba
del lugar donde hallábase Ayax, hijo de Telamonio.
Como en la barbechera dos bueyes de pelo muy negro
tiran ambos con un mismo esfuerzo del sólido arado
abundante sudor brota en torno de su cornamenta705
y a los dos solo el yugo pulido tan solo separa,
mientras van por los surcos abriendo a la tierra su seno,
así el uno y el otro, los dos, combatían muy juntos,
pero muchos y buenos seguían a Ayax Telamonio
que al momento tomaba su escudo si estaba cansado710
y el sudor empapaba las fuertes rodillas del héroe.
Y al magnánimo hijo de Oileo los locrios dejaron
puesto que resistir no podían la lucha a pie firme;
carecían de cascos de bronce adornados con crines
y tampoco tenían rodelas ni lanzas de fresno;715
con sus arcos y hondas de lana torcida de oveja
acudieron a Ilión, y con ellos, de lejos, rompían
con frecuencia las filas troyanas con tiros innúmeros.
Mientras todos estaban luchando con armas labradas
con los teucros, delante, y con Héctor del casco de bronce,720
escondidos tiraban y apenas los teucros pensaban
en luchar, de tal modo sus flechas causaban desorden.
[Héctor reagrupa a los troyanos
para un nuevo asalto]
De una forma humillante se hubieran marchado los teucros
de las naves y tiendas de Ilión, la que baten los vientos,
de no haber dicho Polidamante al intrépido Héctor:725
—Héctor, eres reacio a seguir pareceres ajenos.
Porque un dios te hizo sobresalir en las cosas de guerra,
¿crees que puedes a todos los otros ganar en prudencia?
No es posible, no obstante, que en ti todo se haya reunido.
A uno el cielo concede el brillar en las cosas de guerra,730
[a otros les da la lanza y a otros la lira o el canto]
y da a algunos el próvido Zeus la prudencia de espíritu
que aprovecha a muchísimos hombres y salva ciudades
y la aprecia de un modo especial todo aquel que la tiene.
Y te voy a decir lo que más conveniente yo creo:735
arde por todas partes en torno de ti la pelea,
pero de los magnánimos teucros que el muro cruzaron,
con sus armas se fueron algunos; más bravos los otros,
luchan contra otros muchos, dispersos por entre las naves.
Retrocede y que vengan los más valerosos caudillos.740
Al momento podremos saber lo que es más conveniente,[206]
si lanzarnos al punto a las naves de innúmeros bancos
por si un dios la victoria nos da o, antes de ser heridos,
alejarnos de ella. Me temo que puedan ahora
desquitarse los hombres aqueos de cuanto hemos hecho745
ayer, pues en las naves se encuentra un varón incansable
en la lucha, y supongo que no se abstendrá de batirse.
Dijo Polidamante, y a Héctor gustó su consejo.
Al momento saltó de su carro llevando las armas
y, volviéndose a él, pronunció estas aladas palabras:750
—Reúne, Polidamante, a los más valerosos caudillos,
mientras yo iré a ver cómo va en otro lugar el combate,
y estaré de regreso tan pronto haya dado mis órdenes.
Dijo así, y se lanzó como un monte cubierto de nieve,
dando voces, por entre los teucros y sus auxiliares.755
Acudieron a Polidamante, audaz hijo de Panto,
todos ellos en cuanto se oyeron las voces de Héctor.
Y buscaba a Deífobo, a Heleno el robusto monarca,
a Adamante el Asíada y al hijo de Hírtacos, Asio.
E iba por todas partes buscándolos entre las filas.760
Los halló, mas no a todos ilesos ni todos a salvo;
unos ante las naves aqueas perdieron la vida,
muertos por los argivos, y estaban yaciendo en el suelo;
y otros vueltos al muro y heridos de cerca o de lejos.
No tardó en encontrar a la izquierda del duro combate765
al divino Alejandro, el esposo de la rubia Helena,
que exhortaba a sus hombres y los impulsaba a la lucha,
y, parándose ante él, le habló con injuriosas palabras:
—¡Paris ruin! ¡El más bello galán, seductor, mujeriego!
¿Dónde se halla Deífobo, Heleno el robusto monarca,770
y Adamante el Asíada y el hijo de Hírtacos, Asio?
¿Qué es de Otriones? Hoy la excelsa Ilión se caerá de su cumbre,
y hoy también es seguro que no has de escapar de la muerte.
Y repúsole de esta manera el divino Alejandro:
—¡Héctor! Bien sin motivo esta vez acusarme deseas:775
otras veces remiso quizá me mostré en la batalla.
Pero no me ha parido mi madre un cobarde completo.
Desde que te llevaste a la gente a entablar el combate
cerca de los navíos, luchamos sin darnos reposo
con los dánaos. Aquellos por quienes preguntas han muerto.780
Solo Heleno el monarca y Deífobo se han alejado
alcanzados los dos por los golpes de lanzas ingentes;
sin embargo, el Cronión hasta ahora ha salvado sus vidas.
Llévanos donde tu corazón y tu ánimo quieran,
pues seguirte queremos al punto y no habrá de faltarnos785
el coraje, hasta que nuestras fuerzas permitan tenerlo
porque más no se puede en la guerra, aun cuando uno lo quiera.[207]
Así dijo, y el héroe cambió el corazón de su hermano,
y partieron donde era más fuerte el combate y la lucha;
allí estaban Cebriones y el ínclito Polidamante,790
Falces y Polifetes divino y con ellos Orteo,
Palmis, Moris y Ascanio; estos dos de Hipotión eran hijos;
arribaron la aurora anterior de la fértil Ascania,
de reemplazo, y Zeus hizo que entraran al punto en combate.
Igual que una borrasca de vientos feroces desciende,795
bajo el trueno de Zeus padre al campo, y se lanza estruendosa
con un ruido terrible en la mar, y levanta las olas
en inmenso montón sobre el mar resonante, blanqueadas
en sus crestas, y van sucediéndose unas a otras,
los troyanos seguían así a sus caudillos, en filas800
apretadas, y el bronce lanzaba en sus armas destellos.
Como un Ares funesto iba Héctor Priamida delante
y delante llevaba su escudo redondo labrado,
bello, con muchas pieles de buey y una chapa de bronce,
y temblaba ajustado a sus sienes su casco brillante.805
Iba por todas partes probando las filas, mirando
si cedían, y se protegía detrás del escudo,
pero no perturbó el corazón de los hombres aqueos.
Y, avanzando a zancadas, Ayax le lanzó un desafío:
—¡Vente cerca, insensato! ¿Por qué a los troyanos pretendes810
asustar? En la lucha no somos ninguno novatos;
los aqueos tan solo al azote de Zeus cruel sucumben.
Si tu ánimo espera en verdad destruir nuestras naves,
prontos brazos tenemos dispuestos aquí a defenderlas.
Y antes de que lo logres caerá tu ciudad populosa815
y ella por nuestras manos tomada será y destruida.
Y te digo que cerca el momento ya está en que tú mismo,
fugitivo, a Zeus padre le ruegues que haga a tus caballos
de las crines hermosas más raudos que los gavilanes,
y ellos te llevarán a la villa entre nubes de polvo.820
Así dijo, y pasó por encima, hacia el lado derecho,
alta y lejos un águila, y por el augurio animados
los aqueos gritaron. Y entonces habló Héctor ilustre:
—¿Qué dijiste, oh Ayax, fanfarrón, dando tanto a la lengua?
Así fuera yo el hijo de Zeus el que lleva la égida825
para siempre y me hubiese parido la augustísima Hera
y gozara el honor de que goza Atenea o Apolo,
y este día sería funesto a los hombres aqueos.
Tú también morirás entre ellos, si tienes la audacia
de aguardar mi larguísima lanza; tu piel delicada835
rasgará, y a las aves y perros troyanos tus carnes
y tu grasa, hartarán cerca de los navíos aqueos.
Dijo así, y avanzó. Y los demás le siguieron los pasos
dando voces potentes y todas las filas gritaban.830
Los argivos gritaron también, pero no se olvidaron
de su audacia, esperando el ataque de los bravos teucros.
Por el éter llegó a la morada de Zeus el estruendo.