CANTO XIV

[Los jefes aqueos ante la derrota de los suyos]

Aunque Néstor estaba bebiendo advirtió el griterío

y habló al hijo de Asclepio con estas aladas palabras:

—¿Cómo crees, divinal Macaón, que han de ir estas cosas?

Crece en torno a las naos el gritar de los jóvenes fuertes.

Permanece sentado y bebiendo este vino sombrío,5

que Hecamedes, la de hermosas trenzas, calienta ya el agua

de tu baño, y después lavará tus heridas sangrientas,

que yo ahora me voy a una loma a mirar lo que ocurre.

Así dijo, después de embrazar el escudo labrado

que el jinete su hijo, en la tienda dejó, Trasimedes,10

cuyo bronce fulgía, pues este llevose el del padre;

tomó luego una lanza potente de punta de bronce

muy aguda; al salir de la tienda vio el triste espectáculo:

derrotados los unos, los otros cargando sobre estos,

[los magnánimos teucros, y el gran muro aqueo arruinado.]15

Como cuando se riza la mar infinita y purpúrea

presagiando la pronta llegada de vientos sonoros,

pero, en calma, aún no lanza sus olas de un lado a otro lado,

aguardando a que Zeus una ráfaga franca le envíe,

de igual modo el anciano, perplejo, ante dos decisiones20

vacilaba: si ir donde los dánaos de raudos corceles,

o ver a Agamenón el Atrida, el pastor de los hombres.

Y después de pensar qué sería lo más conveniente,

fue a buscar al Atrida; los otros seguían matándose

entre sí, y resonaba en torno a ellos el bronce inflexible25

al chocar las espadas con las lanzas de doble filo.

A los reyes, alumnos de Zeus, halló Néstor, los que antes

hirió el bronce y volvían ahora de junto a sus naves,

el Tidida y Ulises con Agamenón el Atrida.

Se encontraban las naves muy lejos del campo de lucha,30

en la orilla del mar espumoso; sacaron al llano

las primeras y frente a sus popas labraron un muro.

Porque aunque era muy grande la orilla, no todas las naves

contener conseguía; al ejército le molestaban;

colocáronlas escalonadas, llenando con ellas35

gran espacio de costa entre dos promontorios muy altos.

Y afanosos de ver la batalla y la lucha iban juntos

por la liza, apoyándose en lanzas, mas sus corazones

apenábanse dentro del pecho. Al hablar al anciano

Néstor, el corazón les dio un vuelco muy grande en el pecho.40

Y habló entonces así Agamenón soberano, diciendo:

—¡Gloria insigne de toda la Acaya, oh tú, Néstor Nelida!

¿Por qué vienes aquí y la homicida batalla abandonas?

Temo que el impetuoso Héctor cumpla la gran amenaza

que él me hizo en la arenga con que les habló a los aqueos:45

que él, dejando las naos en llión, no estaría de vuelta

sin haberlas quemado y sin darnos a todos la muerte.

Estas cosas nos dijo y se están todas ellas cumpliendo.

[Dioses, ¡ay! Los aqueos de grebas hermosas ya tienen

contra mí, como Aquiles, el ánimo lleno de cólera50

y no quieren luchar frente a nuestros navíos primeros.]

Y repúsole Néstor, el viejo señor de los carros:

—Cierto es esto que dices; cambiar no podría ni el mismo

Zeus el altisonante, las cosas que ya han sucedido.

[Derribado está el muro que todos creímos sería55

de nosotros y nuestros navíos reparo irrompible.]

Junto a ellos sostienen los teucros un vivo combate

incesante. Y por mucho que mires no conocerías

a qué parte, acosados y huyendo, se van los aqueos,

tal es esta matanza y los cielos alcanzan los gritos.60

Mas debemos pensar lo que en esta ocasión es factible,

si la mente lo puede encontrar; que luchemos no os digo

puesto que es imposible que luchen los que están heridos.

Y repúsole entonces así Agamenón soberano:

—¡Néstor! Si ya se lucha entre nuestros navíos primeros,65

si no sirve ni el muro ni el foso que aquí levantaron

con tan grandes fatigas los dánaos, creyendo sería

de nosotros y nuestros navíos reparo irrompible,

es quizá porque a Zeus poderoso le debe ser grato

que sin gloria aquí y lejos de Argos los aqueos mueran.70

Antes vi que benévolo el dios auxiliaba a los dánaos,

mas da ahora la gloria a los teucros igual que si fuesen

unos dioses dichosos, y el brío y los brazos los ata.

Pero, en fin, procedamos tal como yo voy a deciros.

Arrastremos las naos que se encuentren más cerca del agua75

y a las ondas divinas al punto botémoslas todas,

que estén, hasta que venga la noche inmortal, ancoradas

y si entonces los teucros se abstienen de entrar en combate

hacedero será que podamos botar a las otras.

Aun de noche no es vituperable el huir la desgracia,80

pues mejor es librarse en la huida que ser aprehendido.

Y con torvo mirar respondió el agudísimo Ulises:

—¡Qué palabras se van del vallar de tus dientes, oh Atrida!

¡Miserable! Debieras mandar a unas huestes cobardes,

no a nosotros a quienes dio Zeus el que nos destacáramos,85

desde nuestra niñez hasta nuestra vejez, en empresas

arriesgadas de guerra, hasta la hora en que hallemos la muerte.

¿Quieres que la troyana ciudad de anchas calles dejemos,

cuando tan numerosas fatigas por ella sufrimos?

Cállate, no sea que los aqueos tus palabras oigan,90

las que no deberían salir de la boca de un hombre

que hablar sepa con un prudentísimo espíritu siempre,

lleve cetro y acaten su mando tantísimos hombres

como argivos tú tienes ahora cumpliendo tus órdenes.

[Totalmente la proposición que nos haces repruebo;]95

aconsejas, sin duda, que en tanto haya lucha y pelea

a las ondas botemos las naves de innúmeros bancos

para que antes se cumpla el afán de los teucros que triunfan

y segura nos caiga la muerte, porque los aqueos

el combate no habrán de aguantar, si se botan las naves;100

dejarán la batalla volviendo a la huida los ojos

y dañoso, ¡oh señor de los hombres!, será tu consejo.

Y repúsole así Agamenón, protector de su pueblo:

—Me llegó al corazón esta dura advertencia, ¡oh Ulises!

Pero yo no mandaba que al mar los aqueos llevasen105

contra su voluntad los navíos de innúmeros bancos.

¡Así alguno, ya joven o viejo, proponga una cosa

mejor que esta, pues yo sus palabras oiría con gusto!

Y el de grito potente, Diomedes, repuso diciendo:

—Aquí está, no busquemos ya más ese hombre, si prestos110

os halláis, mas no me censuréis ni sintáis ira alguna

contra mí, recordando que soy el más joven de todos.

Yo me ufano también de tener a un valiente por padre,

[a Tideo, que en Tebas su tumba ha cubierto la tierra.

De Porteo nacieron tres hijos de mucho renombre,115

que en Pleurón habitaban y en la Calidón escabrosa,

Argos, Melas y Eneo el jinete, el más joven de todos;

padre fue de mi padre, y de todos el más valeroso.

Mas quedó en su país y mi padre, errabundo, fue a Argos

a parar, porque Zeus y los dioses así lo quisieron;120

casó con una hija de Adrasto y vivio en una casa

donde había muy grandes riquezas y tierras muy ricas

para el trigo, y muchísimas filas de bellos frutales

y copiosos rebaños; y allí a los aqueos ganaba

con la lanza. Estas cosas sin duda sabéis que son ciertas.125

No sea que, figurándoos quizás un linaje distinto,

me tildéis de cobarde y de vil y no oigáis lo que os diga.]

Vamos, pues, al combate, a pesar de que estemos heridos,

que es urgente, y quedémonos fuera de tiros y lucha

no sea que recibamos heridas sobre las heridas.130

Animemos a todos y hagamos que luchen aquellos

que, cediendo indolentes, se apartan y evaden la lucha.

Dijo así, y escucháronle todos y lo obedecieron,

y partieron con Agamenón soberano delante.

[Posidón impulsa a los aqueos a resistir]

[Al acecho se hallaba el señor que sacude la tierra135

y adoptando el aspecto de un viejo se fue hacia los reyes;

de la mano derecha tomó a Agamenón el Atrida

y, volviéndose a él, pronunció estas palabras aladas:

—Ahora, Atrida, se goza en Aquiles el tan detestable

corazón en su pecho, pues ve la matanza y derrota140

de los hombres aqueos, pues de todo juicio carece.

¡Así pierda la vida y un dios de ignominia lo cubra!

Mas los dioses dichosos no están irritados contigo

y los jefes y príncipes teucros huirán pronto a escape

y en el llano espacioso alzarán grandes nubes de polvo,145

y a la villa han de verlos huir desde naves y tiendas.

Dijo así, y lanzó un gran alarido y corrió por el llano.

Como nueve o diez mil hombres gritan al ir al ataque

por los campos de lucha al trabarse la guerra de Ares,

tan potente fue el grito de aquel que la tierra sacude150

y valor infundió al corazón de los hombres aqueos

para que pelearan y sin descansar combatieran.]

[Hera se dispone a dormir a Zeus]

Hera la de áureo trono que estaba mirando de lo alto

del Olimpo, en seguida advirtió que a través del combate

donde el hombre la gloria consigue afanábase ahora155

su cuñado y su hermano, y sintió el corazón jubiloso.

Pero vio a Zeus sentado en la más alta cumbre del Ida

la de innúmeras fuentes, y a su corazón se hizo odioso.

La augustísima Hera, la de ojos de utrera, pensaba

de qué modo engañar a Zeus el portador de la égida.160

Pensó que la mejor solución de todo ello sería

ataviarse muy bien y partir al momento hacia el Ida

por si, herido de amor, él quería yacer a su lado

y ella entonces lograba verter dulce y plácido sueño

en sus párpados como también en su mente prudente.[208]165

Fue a la alcoba que Hefesto, su hijo, labró para ella,

que tenía una sólida puerta de oculta cerraja

que a ningún otro dios el abrirla posible le era.

En cuanto hubo allí entrado cerró las dos puertas brillantes.

Después con ambrosía lavó de su cuerpo bellísimo170

toda mancha y lo ungió luego con un aceite muy graso,

muy suave y divino, y con una fragancia tan grande

que, al moverlo en la casa de Zeus, la de umbrales de bronce,

difundíase en toda la tierra y por todos los cielos.

Ella ungió su bellísimo cuerpo y su pelo compuso175

con las manos, peinándolo en trenzas lustrosas y bellas

y divinas, que desde la frente inmortal descendían.

Envolviose después en el manto divino, adornado

con distintos bordados que había labrado Atenea

y después con un broche de oro ajustolo a su pecho.180

Se ajustó un ceñidor adornado con cien borlas grandes,

y de las perforadas orejas colgó unos pendientes

de tres piedras, preciosas como ojos de encanto infinito.

Y la diosa divina cubriose después con un velo

bello y nuevo y lo mismo que el sol relucía en blancura,185

y los nítidos pies se calzó con hermosas sandalias.

Y cuando hubo ataviado su cuerpo con estos adornos,

de la estancia salió y a Afrodita llamó luego aparte

de los dioses y habló después de esta manera, diciendo:

—¿Harás, hija querida, las cosas que quiero decirte?190

¿O te habrás de negar irritada en el fondo de tu ánimo,

puesto que yo protejo a los dánaos y tú a los troyanos?

Y repuso Afrodita, la hija de Zeus, de este modo:

—Hera, diosa augustísima, hija del gran Cronos, dime

qué deseas, pues mi corazón a efectuarlo me impulsa,195

si es que puedo yo hacerlo y también si resulta posible.

Y Hera augusta repúsole entonces muy pérfidamente:

—Dame amor y deseo, las cosas con que a todos rindes

a los dioses sin muerte y también a los hombres mortales.

Al confín de las fértiles tierras yo quiero irme para200

ver a Océano, padre de dioses; y a Tetis la madre.

Desde el día en que Rea me puso en sus manos criáronme

en su hogar y educáronme allí, cuando Zeus el tonante

puso bajo la tierra y el mar infecundo al dios Cronos.

Para dar fin a tales rencillas deseo ir a verlos,205

que hace tiempo que por esta causa de amor se han privado

y del lecho, que en sus corazones anida la cólera.

Si yo con mis palabras pudiera calmarles los ánimos

y pudiese lograr que en amor nuevamente se uniesen,

siempre me llamarían los dos venerable y querida.210

Y repúsole entonces así la risueña Afrodita:

—Ni posible, ni aun conveniente es negarte estas cosas,

[ya que duermes en brazos de Zeus el que todo lo puede.]

Dijo así, y desató de su pecho su cinto bordado

de variada labor, que encerraba en él tantos encantos:215

el amor, el deseo, la charla amorosa, el lenguaje

seductor, que a los hombres más sabios perder hace el juicio.

En sus manos lo puso y después habló de esta manera:

—Toma y guarda este cinto bordado metido en el pecho;

todo puedes hallarlo en sus muy variadas labores.220

No vendrás sin que tu corazón lo haya todo logrado.

Dijo, y Hera la augusta, la de ojos de utrera, riose

y con otra sonrisa escondió el ceñidor en su pecho.

Luego la hija de Zeus, Afrodita, volvió a su morada

y Hera, con raudo vuelo dejó las olímpicas cumbres.225

Por la Prieria pasó y por Ematia la muy deleitosa,

y las cumbres nevadas de los caballeros de Tracia,

altos montes, y sin que sus pies ni la tierra rozasen.

Descendio por el Atos al ponto del agua rizada

y llegó al fin a Lemnos, ciudad del divino Toante.230

Encontrose allí al Sueño, el hermano carnal de la Muerte,[209]

lo tomó de la mano y le habló, pronunciando sus nombres:

—¡Rey de todos los dioses y todos los hombres, oh Sueño!

Si ya en otra ocasión escuchaste mi voz, obedéceme

hoy también y sabré agradecértelo en todo momento.235

Adormece los ojos brillantes de Zeus tras sus párpados

cuando, por el amor dominado, se acueste conmigo.

Te daré un trono de oro muy bello que nunca se rompa,

y que te labrará mi hijo, Hefesto, el Pata Galana

y debajo pondrá un buen escaño además, donde puedas240

apoyar los pies nítidos cuando a los ágapes vayas.

Y repúsole de esta manera el dulcísimo Sueño:

—¡Hera, diosa augustísima, hija del gran Cronos!

Puedo fácilmente dormir en verdad a cualquier dios eterno;

de la misma manera podría dormir las corrientes245

del Océano, padre de quien toda cosa desciende.

Mas no quiero acercarme siquiera a Zeus, hijo de Cronos,

ni dormirlo, de no ser que él mismo tal cosa me ordene.

Me ha enseñado prudencia la orden que antaño me diste

el día en que aquel intrépido hijo de Zeus se emboscaba250

en llión, una vez destruida la villa troyana.

Dormí entonces la mente de Zeus el que lleva la égida

y vertí mi dulzura sobre él y tú males tramaste:

a la mar, desatando los vientos de impulsos potentes,

arrojaste tú aquel sobre Cos, la poblada, y en donde255

tenía un amigo. Cuando él despertó, enfurecido,

por quererme buscar maltrató en el palacio a los dioses.

Y me hubiera lanzado de lo alto del éter al ponto

de no haberme salvado la Noche que rinde a los dioses

y a los hombres porque a ella escapé y él, no obstante su ira,260

y se calmó, pues temió disgustar a la rápida Noche.

Y has venido a ordenarme una cosa de grave peligro.

Dijo, y Hera la augusta, la de ojos de utrera, le dijo:

—¿Por qué en el corazón tales cosas revuelves, oh Sueño?

¿Crees que el longividente Zeus quiere ayudar a los teucros265

como a Heracles, su hijo, ayudó cuando estuvo irritado?

Ve, que yo en matrimonio prometo ofrecerte a una joven

Gracia, para que siempre ella lleve tu nombre de esposa.

[Pasitea, de quien deseoso a diario te muestras.]

Así dijo y el Sueño, contento, repuso diciendo:270

—Júrame por el agua inviolable que tiene la Estigia,

colocando una mano en la tierra fecunda, y la otra

en el mar esplendente, de modo que sean testigos

las deidades que están bajo tierra sentadas con Cronos

de que habrás de entregarme a la Gracia más joven de todas,275

Pasitea; de quien deseoso a diario me muestro.[210]

Dijo, y no lo negó Hera, la diosa de brazos nevados.

Y juró como se lo pedía, nombrando a los dioses

subterráneos, llamados Titanes en toda la tierra.

Una vez hubo su juramento solemne prestado,280

se marcharon y atrás se dejaron a Lemnos y a Imbros,

y vestidos de niebla el viaje acabaron veloces.

Al de innúmeras fuentes, creador de las fieras,

el Ida, arribaron, a Lectos, dejaron la mar y adentráronse

en la tierra, y temblaron los bosques cuando ellos pasaron.285

Se paró el Sueño antes que las pupilas de Zeus lo advirtieran

en un pino gigante que había en el Ida nacido

que, creciendo, a través de los aires, llegaba hasta el éter.

Se ocultó entre las ramas lo mismo que el ave canora

que en los montes se encuentra, a la que calcis llaman los dioses290

y a la que los humanos el nombre le dan de cymindis.

[Zeus se duerme en los brazos de Hera]

Ascendió velozmente Hera al Gárgaro, cumbre del Ida

la más alta, y llegar la vio Zeus el que nubes reúne.

Y, al mirarla, el amor se apropió de su mente prudente

con el mismo deseo que cuando gozaron primero295

del amor, acostándose sin que sus padres supiéranlo.

Y cuando ella delante se halló, pronunció estas palabras:

—¡Hera! ¿Cómo viniste hasta aquí del altísimo Olimpo

sin el carro y caballos que hubieran podido traerte?

Y Hera augusta repúsole entonces muy pérfidamente:300

—Al confín de las fértiles tierras quería irme para

ver a Océano, padre de dioses y a Tetis, la madre.

En su hogar me crié y fueron ellos los que me educaron.

Para que sus rencillas acaben deseo ir a verlos,

que hace tiempo que por sus disgustos de amor se han privado,305

y del lecho, que en sus corazones se alberga la ira.

En la falda del Ida el de los manantiales innúmeros,

los caballos dejé, que por mar y por tierra me llevan.

Del Olimpo he venido a contártelo ahora, no fuera

que te airaras, si me dirigiera, sin nada decirte,310

al hogar del Océano el de la profunda corriente.

Y repúsole Zeus, el que nubes reúne, diciendo:

—¡Hera! Tiempo será de que vayas para ellos más tarde.

Acostémonos juntos y aquí del amor disfrutemos.

No he sentido jamás un amor por mujer o por diosa315

como el que el corazón me ha invadido ahora dentro del pecho.

[No he amado jamás a la esposa de Ixión, de este modo,

la que me dio a Piritoo, el igual en consejo a los dioses,

ni a la hija de Acrisios, a Dánae, de finos tobillos,

que dio a luz a Peneo, el más grande de todos los hombres,320

ni tampoco siquiera a la hija de Fénix ilustre,

que fue madre de Minos y de Radamantis divino,

ni, en los días que en Tebas estuve, a Semele y Alcmena,

de quien tuve yo a Heracles el de poderosos designios,

y Semele a Dionisios me dio, que a los hombres alegra;325

ni siquiera a Deméter la reina de trenzas hermosas,

ni aun a Leto, la llena de gloria, ni aun a ti misma,]

tanto te amo yo ahora y tan grande es mi dulce deseo.

Y Hera augusta repúsole entonces muy pérfidamente:

—¡Oh terrible Cronida, qué cosas tus labios dijeron!330

Acostarte a mi lado y gozar del amor tú pretendes

en la cumbre del Ida, allí donde potente lo es todo.

Pero ¿qué ocurriría si algún dios eterno nos viese

dormir juntos y fuera a contarlo a los otros eternos?

Cuando me levantara del lecho volver no podría335

a tu bella mansión porque habría de ser vergonzoso.

Mas si así lo deseas y a tu corazón le es tan grato,

tú ya tienes la alcoba que Hefesto, tu hijo, ha labrado

con la puerta de sólidas tablas que al marco se ajustan.

Vamos, pues, a acostarnos allí, ya que el lecho apeteces.340

Y repúsole Zeus, el que nubes reúne, diciendo:

—¡Hera! No temas que pueda vernos un dios o algún hombre,

porque voy a envolverte con una neblina de oro

que ni el Sol, con su luz que es la más penetrante de todas,

penetrarla siquiera podría lograr para vernos.345

Dijo así, y el Cronión estrechó a su mujer en sus brazos

y, bajo ellos, la tierra divina creció verde yerba,

loto fresco, azafrán y jacinto muy tierno y espeso

cuyo grueso debía a los dos proteger sobre el suelo.

Acostáronse allí y se cubrieron con una áurea nube350

desde donde perlaba un brillante rocío sus gotas.

[Posidón reanuda la resistencia aquea]

Quietamente así el Padre dormía en la cumbre del Gárgaro

abrazado a su esposa y vencido de amor y de sueño.

El dulcísimo Sueño se fue hacia las naves aqueas

a llevar la noticia al que ciñe y sacude la tierra355

y, parándose ante él, pronunció estas palabras aladas:

—¡Posidón! Ahora puedes prestar a los dánaos ayuda,

y, aunque sea muy breve, concédeles algo de triunfo,

mientras duerme Zeus, a quien en dulce letargo he sumido,

que Hera lo hizo acostar para que del amor disfrutase.360

Así dijo, y se fue hacia las ínclitas tribus del hombre.

E incitado aquel más todavía a ayudar a los dánaos,

saltó al punto a las filas primeras y dijo, exhortándolos:

—¿Cederemos, oh argivos, el triunfo aún a Héctor Priamida,

para que nos conquiste las naves y alcance la gloria?365

Lo imagina así y de ello se jacta porque permanece

en las naves Aquiles con el corazón irritado.

Pero ni aun lo echaremos de menos nosotros, si todos

procuramos los unos prestarnos ayuda a los otros.

Vamos, pues, y las cosas que voy a deciros hagamos.370

Embrazad los escudos más grandes y fuertes que haya

en la hueste, y cubríos con yelmos de bronce brillante

las cabezas, llevad en las manos las lanzas más largas

y avancemos; iré yo delante que no creo que Héctor

el Priamida, por enardecido que esté, nos espere.375

[El valiente que lleve un escudo pequeño en el hombro,

que lo dé al menos bravo y que tome otro escudo más grande.]

Dijo así, y escucháronlo todos y le obedecieron.

Aun heridos, pusieron en orden las filas los reyes,

el Tidida y Ulises con Agamenón el Atrida.380

Recorriendo las huestes, cambiaron las armas de guerra.

Tomó el bueno las buenas y al malo le dieron las malas.

Se pusieron en marcha, vestido ya el bronce luciente.

Posidón que sacude la tierra marchaba delante,

empuñando una espada terrible y aguda, fulgente385

cual relámpago y nadie luchar con el dios pretendía

en la lucha funesta, que el miedo impedíalo a todos.

Por su parte, ordenó a los troyanos el ínclito Héctor

y extendieron así sobre el campo la horrible batalla,

Posidón el de azules cabellos y el ínclito Héctor,390

protectorio de aqueos el uno y de teucros el otro.

A las tiendas y naves aqueas llegó el mar airado

y atacáronse entonces los hombres con gran alboroto.

No bramaban las olas del mar de este modo al romperse

en las rocas, irguiéndose al soplo terrible del Bóreas,[211]395

ni tampoco las llamas ardientes del fuego rugían

de esta forma al quemar una selva en lo espeso del monte,

ni en las altas ni hojosas encinas el viento sonaba

cuando arrecia lanzando mugidos que a nada parécense,

cual sonaron los gritos que teucros y aqueos lanzaron400

cuando a manos vinieron en medio de voces horrendas.

[Héctor herido]

El primero el gran Héctor lanzó sobre Ayax su azagaya,

que atacábalo ahora y el golpe acertó; sin embargo,

le dio donde cruzábanse sobre su pecho las bridas

del escudo y la espada adornada con clavos de plata405

que guardaron su piel delicada. Colérico, Héctor

porque en balde su mano la lanza le había arrojado,

evitando la muerte volvió donde estaban sus hombres.

Cuando vio el gran Ayax Telamonio que se retiraba,

una piedra cogió de las que los navíos calzaban410

y a los pies de los hombres rodaban. Con ella en el pecho

le dio sobre el broquel, cerca de donde está la garganta;

y la piedra giró como un trompo lanzada con ímpetu.

Como cae en el suelo la encina de cuajo arrancada

por el rayo de Zeus Padre y lanza olor acre de azufre,415

y el que cerca se encuentra no tiene el valor de sufrirlo,

pues el rayo del gran Zeus es cruel, de la misma manera

el fuerte Héctor cayó sobre el polvo, abatido de súbito;

se le fue de la mano la pica, arrastró escudo y yelmo

y sonaron en torno a su cuerpo las armas de bronce.420

Hacia él, dando gritos, corrieron los hombres aqueos

con afán de arrastrarlo a su campo; arrojáronle innúmeras

lanzas, mas no alcanzaron a herir al pastor de los hombres

porque lo rodearon los teucros de más valentía,

que eran Polidamante, el divino Agenor, con Eneas,425

Sarpedón, capitán de los licios, y Glauco el eximio.

Mas los otros no lo abandonaron; cubrieron su cuerpo

con rodelas, y sus compañeros lo alzaron en brazos,

lo sacaron del campo y lleváronlo donde se hallaban,

apartados de lucha y de guerra, los raudos corceles430

junto con el auriga y el fúlgido carro labrado,

y a la villa, lanzando profundos suspiros, lleváronlo.

Cuando al vado del río de hermosa corriente llegaron,

cuyo padre fue Zeus inmortal, Janto el vortiginoso,

lo bajaron del carro y rociaron su rostro con agua;435

cobró alientos entonces, los ojos abrió nuevamente,

de rodillas allí se quedó y vomitó sangre negra.

Cayó al suelo hacia atrás y sus ojos cubrió negra noche,

porque el golpe muy débil había dejado su ánimo.

[Los troyanos son rechazados fuera del campo]

Los argivos, al ver que Héctor se iba, afanosos de lucha,440

se lanzaron con ímpetu sobre las huestes troyanas.

El veloz Ayax, hijo de Oileo, atacó antes que nadie,

y, blandiendo la lanza agudísima, hirió al punto a Satnio

el Enópida, a quien una náyade tuvo de Enope,

cuando este a su grey pastoreaba a la orilla del Satniois.445

El Oilíada, ilustre lancero, lo hirió en la entrepierna,

yendo hasta él, y de espaldas cayó; en torno al hombre caído

los troyanos y dánaos trabaron un duro combate.

Vengador, surgió Polidamante el Pantoida, blandiendo

la azagaya, e hirió a Protoenor, vástago de Areilico,450

en el hombro derecho, y el hombro le hendió la azagaya,

y, tendido en el polvo, agarraron sus manos la tierra.

Y, jactándose, Polidamante chilló a voz en grito:

—Me parece que el bravo Pantoida no en vano ha lanzado

ahora en esta ocasión con su brazo robusto la lanza.455

En su carne la lleva un argivo y será como un báculo

sobre el cual apoyarse y bajar a la casa del Hades.

Dijo así, y los argivos sintieron gran pena ante el grito.

Conmoviose el intrépido Ayax Telamonio que estaba

cerca de donde fue a Protoenor arrancada la vida.460

Cuando aquel se alejaba arrojole su lanza brillante,

pero Polidamante evitose la muerte sombría

dando un salto de lado y la lanza hirió entonces a Arquéloco

Antenórida, de quien los dioses la muerte acordaron.

Se clavó en el lugar donde al cuello la cabeza se une,465

junto a la última vértebra, y ambos tendones deshizo.

Cayó el hombre, y cabeza y narices y boca llegaron

a la tierra antes que a ella llegaran rodillas y piernas.

Y gritó Ayax a Polidamante el eximio, diciendo:

—Piensa, Polidamante, y responde con toda franqueza.470

¿No compensa esta muerte la que a Protoenor has causado?

No parece hombre ruin ni tampoco nacido de viles,

sino que de Antenor el jinete parece un hermano

o quizá un hijo, pues familiares sus rasgos los creo.

Dijo así, porque lo conocía y los teucros doliéronse.475

Acamante mató, alanceándolo, a Prómaco, el beocio,

por salvar a su hermano a quien ese de un pie lo arrastraba.

Y en seguida jactose Acamante, lanzando estas voces:

—Fanfarrones argivos que nunca os hartáis de amenazas,

el trabajo y la pena no son solo para nosotros.480

A vosotros también os alcanza una muerte como esta.

Ved a Prómaco muerto; mi lanza logró derribarlo

para que la venganza porque haya matado a un hermano

no se atarde; por esto el que es víctima de una desgracia

quiere tanto dejar a un hermano que pueda vengarlo.485

Dijo así, y los argivos sintieron gran pena ante el grito.

El ardiente Penéleo sintió el corazón conmovido.

Se fue contra Acamante, mas este evitose el ataque

de Penéleo el rey que logró herir a Ilioneo, el hijo

de Forbante, que era hombre muy rico en ganado y amado490

sobre todos los teucros por Hermes que bienes le daba.

E Ilioneo fue el único hijo que tuvo su esposa.

Penetrando debajo del párpado, hiriole en el ojo,

le arrancó la pupila y la lanza quedose clavada

y asomó por la nuca. Tendiendo las manos, sentado495

se quedó. Desnudó la agudísima espada Penéleo

y cortó su cabeza que a tierra cayó con el casco;

como aún se encontraba la lanza clavada en el ojo,

levantó la cabeza en el aire como una amapola,

la mostró a los troyanos y dijo, jactándose de ello:[212]500

—Decid, teucros, al padre y la madre del noble Ilioneo

que ya pueden ahora llorar en palacio a su hijo.

Pues tampoco la esposa de Prómaco, el hijo de Alégenor

con alegre semblante podrá recibir a su esposo

cuando en nuestros navíos de Ilión los aqueos vayámonos.505

Así dijo, y a todos temblaron las carnes de miedo

y buscaba por dónde escapar para huir de la muerte.

Decid, Musas, que estáis habitando las cumbres olímpicas

cuál fue el primer aqueo que alzó ensangrentados despojos[213]

cuando aquel que sacude la tierra inclinó a ellos la lucha.510

El primero fue Ayax Telamonio que hirió a Hirtio Girtíada,

que a los misios de cruel corazón a su mando tenía;

mató a Falces y a Mérmero Antíloco y tuvo sus armas,

y Meriones la vida arrancó de Hipotión y de Moris,

mató Teucro a Protoón y asimismo mató a Perifetes;515

por detrás el Atrida a Hiperénor, pastor de los hombres,

en el vientre lo hirió con el bronce y rasgó sus entrañas

y a través de la herida salió presuroso su espíritu[214]

y las sombras al punto cubrieron los ojos del hombre.

El veloz Ayax, hijo de Oileo, mató a muchos otros,520

puesto que en perseguir a los hombres que miedo tenían

no igualábalo nadie, si Zeus les hacía que huyeran.