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El cartel y la estatua
EL día en que el circo se trasladó a Manchester fue una gran fecha para el grupo Dolittle. A excepción de Yip, ninguno de los animales había estado nunca en una ciudad realmente grande. Durante el viaje, Gub-Gub se pasó todo el tiempo en la ventana del carro contemplando la carretera y avisando a voz en grito a los demás cuando veía algo nuevo o sorprendente.
La sala de espectáculos del señor Belamy estaba situada en las afueras de la ciudad, en un gran parque de atracciones con toda clase de espectáculos independientes y un enorme edificio en el centro que era el teatro. Detrás de éste había un amplio espacio al aire libre donde se celebraban encuentros de boxeo y de lucha libre, concursos de charangas y otros entretenimientos. Se llamaba el Anfiteatro porque era de forma oval, con una gradería muy alta alrededor, como los grandes teatros romanos.
Al parque de atracciones del señor Belamy acudían a millares los ciudadanos de Manchester cuando querían divertirse, especialmente los domingos después de comer y por las tardes. Por la noche todo el recinto estaba iluminado con filas de pequeñas luces y resultaba muy alegre y bonito.
El parque era tan grande que el Gran Circo de Blossom cabía perfectamente en un rincón y casi no se le veía. El director del circo se quedó muy impresionado.
—¡Caray! —le dijo al doctor—. Así es como debe organizarse el negocio del espectáculo a gran escala. Belamy debe de estar forrado de dinero. ¡Si resulta que sólo en el teatro se puede meter tres veces más público que en nuestra tienda grande!
A la compañía del circo de Blossom, que se sentía muy pequeña y poco importante en una organización tan grande, la llevaron al sitio donde iban a instalarse durante su estancia allí. Poco después de conducir los caballos a la cuadra apareció el importante señor Belamy en persona. Y lo primero que preguntó fue por el grupo de la Pantomima de Puddleby.
—Para el resto de la compañía le dejo este rincón del recinto —le dijo a Blossom— y usted puede organizarse el negocio por su propia cuenta. Cuando viene más gente es después de las cinco de la tarde y todo el sábado, sobre todo después de comer, entonces generalmente organizamos un concurso de lucha en la pista. Pero de la compañía del doctor Dolittle me voy a ocupar yo separadamente. Como es natural les pagaré a través suyo, tal como le dije, y se lo reparten como ustedes lo acuerden. Pero desde ahora, él y sus animales están bajo mi dirección, comprende, y que nadie les moleste. Esto es lo que acordamos, ¿verdad?
Entonces, mientras Blossom y sus hombres organizaban e instalaban los diferentes espectáculos, al grupo Dolittle y su carro los llevaron a otra parte del recinto, cerca del teatro, donde les dieron un espacio con una alta valla para instalarse cómodamente.
Allí encontraron que había otras tiendas y carros donde se alojaban algunos primeros actores que tomaban parte en el espectáculo diario que se representaba por las tardes en el teatro. Se trataba de bailarines, equilibristas, cantantes y otras muchas cosas más.
Después que estuvieron hechas las camas y ordenado el carro, el doctor dijo que se iba de paseo a la ciudad. Yip y Gub-Gub pidieron inmediatamente permiso para ir con él, y el doctor accedió. Sin embargo, Dab-Dab pensó que él debería quedarse para terminar de deshacer los equipajes y preparar la cena.
Luego, tras ir a ver a Matthew Mugg para asegurarse que tenía al testadoble cómodamente instalado, el doctor emprendió la marcha para visitar Manchester, acompañado por Gub-Gub y Yip.
Hasta llegar a la ciudad propiamente dicha había que andar medio kilómetro a través de unos barrios de casas corrientes con jardín que rodeaban a la gran ciudad.
Naturalmente, como John Dolittle y Yip habían estado en Londres más de una vez, sabían cómo era una gran ciudad. Pero Gub-Gub se quedó muy impresionado cuando empezaron a recorrer las atestadas calles de intenso tráfico y bordeadas por grandes tiendas y edificios.
—¡Qué de gente! —murmuró, mientras los ojos casi se le saltaban de las órbitas—. ¡Y fíjense en los coches! Yo no sabía que había tantos en el mundo y que iban uno tras otro por las calles como si fuese un desfile. ¡Y qué verdulerías tan buenas! ¿Ha visto usted alguna vez unos tomates tan grandes? ¡Oh, me chifla este sitio! Es mucho mayor que Puddleby, ¿verdad? Y mucho más alegre. Sí, me gusta esta ciudad.
Llegaron a un espacio abierto, que era una gran plaza, rodeado de edificios de piedra magníficos y Gub-Gub quería saber qué era cada edificio, y el doctor tuvo que explicarle lo que era un banco, lo que era un centro comercial y lo que era un ayuntamiento y montones de cosas más.
—¿Y qué es eso? —preguntó Gub-Gub señalando al centro de la plaza.
—Eso es una estatua —dijo el doctor.
Era un hermoso monumento de un hombre a caballo. Y Gub-Gub preguntó que quién era el caballero.
—Ése es el general Slade —dijo el doctor.
—Pero ¿por qué le ponen una estatua?
—Porque fue un hombre muy famoso —contestó el doctor—. Luchó en la India contra los franceses.
Salieron de esta plaza y un poco más adelante entraron en otra más pequeña en la que no había ninguna estatua. Cuando la estaban cruzando Gub-Gub se quedó parado en seco.
—¡Santo Dios, doctor! —gritó—. ¡Mire!
En el lado opuesto de la plaza había una valla con un enorme cartel en el que aparecía un cerdo vestido de Pantalón que llevaba cogida una ristra de salchichas.
—¡Pero, si soy yo, doctor! —dijo Gub-Gub precipitándose hacia allí.
Y, efectivamente, en lo alto estaba escrito con grandes letras:
La misteriosa Pantomima de Puddleby. Venga a ver una arlequinada única. Anfiteatro Belamy. El lunes próximo.
El empresario había cumplido su palabra. Había encargado a un pintor que hiciese los retratos de los actores que tomaban parte en la función del doctor y los había colgado por toda la ciudad.
No podían conseguir que Gub-Gub se apartase de allí. La idea de llegar a esta gran ciudad y encontrar su retrato en los muros, convertido ya en un famoso actor, le fascinaba.
—A lo mejor luego ponen una estatua mía —dijo—, como la del general. Mire, allí hay sitio para ponerla. En esta plaza no tienen estatua.
Mientras recorrían las calles encontraron más anuncios de su espectáculo: unos de Dab-Dab de puntillas con su falda de bailarina; otros de Timoteo con el casco de policía en la cabeza, pero siempre que pasaban delante de uno de Pantalón les costaba muchísimo trabajo arrancar a Gub-Gub. Se habría quedado sentado delante toda la noche si le hubiesen dejado, admirándose a sí mismo como actor famoso.
—Realmente creo que debía usted hablar con el alcalde sobre lo de mi estatua, doctor —dijo, mientras volvían a casa, con la cabeza muy levantada—. A lo mejor estarían dispuestos a trasladar al general a una plaza más pequeña y ponerme a mí en la grande.
La mañana del lunes, que era el día en que se iba a estrenar la pantomima, hubo un ensayo general con el resto del espectáculo que se iba a presentar en el teatro, que era del género que normalmente se conoce como «espectáculo de variedades». Había diversos números: bailarines, cantantes, juglares y demás, que iban saliendo al escenario sucesivamente, y mientras actuaban, la orquesta tocaba la música adecuada para cada caso.
A los dos lados del escenario había unos marcos pequeños, y al empezar cada número salían unos lacayos de librea que ponían en ellos unos letreros grandes anunciando el número siguiente para que el público supiese lo que venía después. El doctor sugirió que para la Pantomima de Puddleby el cambio de los letreros lo hiciesen los animales en vez de los lacayos. Al señor Belamy le pareció una idea estupenda. Y cuando el doctor estaba pensando qué animales podrían hacerlo, Tu-Tu pidió que le diesen a ella el trabajo.
—Pero necesitamos dos —dijo el doctor—. Ya ves cómo lo hacen los criados, como si fuesen soldados. Salen muy marchosos, exactamente como si estuviesen haciendo la instrucción, con los carteles en la mano, y luego cada uno se va a un lado del escenario, quitan el cartel anterior y meten el nuevo.
—Está bien, doctor —dijo Tu-Tu—. Puedo conseguir que venga rápidamente otra lechuza y haremos mejor pareja que esos lacayos. Espere a que me dé una vuelta por el campo en las afueras de la ciudad.
Tu-Tu salió volando y a la media hora estaba de vuelta con otra lechuza que era parecidísima a ella y exactamente del mismo tamaño. Entonces se colocaron en las esquinas del escenario unas banquetas para que las avecillas pudiesen alcanzar los marcos y se les enseñó lo que tenían que hacer.
Incluso los músicos de la orquesta, que estaban acostumbrados a ver cosas extraordinarias en el escenario, se quedaron muy sorprendidos cuando Tu-Tu y su hermana lechuza salieron de detrás del telón. (Para este trabajo resultaban realmente mucho más originales que los lacayos vestidos de terciopelo). Cada una se subía a su banqueta de un salto, cambiaban los carteles, hacían una reverencia al público imaginario y se retiraban con la precisión de dos muñecas mecánicas.
—¡Caray! —dijo el violinista al trombón—. ¿Has visto alguna vez nada parecido? ¡Parece enteramente que han estado toda la vida trabajando en una sala de variedades!
Entonces el doctor, que era él mismo un gran músico, habló con el director de la orquesta sobre la música que debería tocarse mientras se representaba la pantomima.
—Quiero algo animado —le dijo John Dolittle—, pero muy, muy suave, que sea pianísimo todo el tiempo.
—Muy bien —dijo el director—. Voy a tocarle lo que tocamos para los equilibristas.
Luego dio unos golpecitos en su atril con la batuta para que la orquesta se preparase y tocaron unos compases de obertura. Era una música muy bonita y emotiva que tocaban muy, muy suavemente. Al oírla no podía uno menos de pensar en unas hadas flotando por el césped a la luz de la luna.
—Eso es espléndido —dijo el doctor cuando el director de orquesta se detuvo—. Ahora, cuando Colombina empiece a bailar, quiero que toquen el minueto del Don Juan, porque ésa es la música con la que siempre ha ensayado. Y por favor, siempre que Pantalón se caiga hay que dar un buen golpe de tambor.
La Pantomima de Puddleby tuvo su último ensayo general en un escenario de verdad, con una orquesta de verdad y con una decoración de verdad, y aunque Gub-Gub encontró que la luz de las candilejas deslumbraba y desconcertaba, como él y todos los actores habían representado la obra tantas veces, podrían haberla hecho dormidos. Así que la representación fue perfectamente desde el principio hasta el final, sin un solo incidente o equivocación.
Cuando terminó, el señor Belamy dijo:
—Solamente una cosa más: cuando haya público, los actores tendrán que salir a saludar ante el telón. Habrá que enseñarles a saludar.
Entonces los actores ensayaron cómo saludar: los cinco aparecieron de nuevo todos juntos de la mano, hicieron una reverencia ante el teatro vacío, y volvieron a salir todos juntos de la mano.
A lo largo de sus vidas tan llenas de aventuras y sucesos, los animales del doctor Dolittle habían pasado muchos momentos emocionantes. Pero no cabe duda de que el acontecimiento más inolvidable, y del que con más frecuencia siguieron hablando después, fue la presentación ante el público de la famosa Pantomima de Puddleby.
La llamo famosa porque llegó a hacerse realmente famosa. No solamente se comentó en los periódicos de Manchester como un éxito sensacional, sino que se habló también de ella en las revistas dedicadas al arte teatral como de algo enteramente nuevo en el mundo del espectáculo. Anteriormente ya se habían llevado a los escenarios muchas funciones en las que actuaban animales vestidos de personas, y por supuesto, algunas muy buenas. Pero en esos casos los intérpretes no sabían realmente por qué hacían lo que estaban haciendo, ni entendían el significado de su actuación. Sin embargo, como el doctor podía hablar con los actores en su propio lenguaje consiguió una obra totalmente perfecta hasta en el más pequeño detalle. Por ejemplo, se pasó muchos días enseñando a Toby cómo guiñar un ojo, y aún más tiempo tratando de conseguir que Pantalón echase la cabeza hacia atrás y se riese como una persona. Gub-Gub solía ensayarlo delante de un espejo durante muchas horas, pues aunque los cerdos tienen su propia manera de reír, la mayoría de las personas no lo saben; y más vale que sea así, porque a veces encuentran a los seres humanos muy grotescos… Y claro, que los animales se riesen, frunciesen el ceño y sonriesen en el momento oportuno en una obra de teatro, con perfecta naturalidad y exactamente como lo harían las personas, era algo que no se había visto nunca hasta entonces en un escenario.
El buen tiempo y la publicidad hecha por el señor Belamy llevó a una gran multitud de gente al parque de atracciones el lunes por la tarde. Y mucho antes de la hora de la función el teatro ya empezaba a llenarse.
De la compañía de Dolittle, que esperaba su turno detrás del escenario, el que estaba más nervioso era el propio doctor. Ninguno de sus animales, a excepción de Timoteo, había trabajado hasta entonces ante un público de verdad. El hecho de que lo hubiesen hecho muy bien sin más espectadores que el señor Belamy y otras pocas personas, no quería decir que lo fuesen a hacer igualmente bien ante un teatro atestado.
Cuando oyó las primeras notas de la orquesta para afinar los instrumentos, el doctor miró a través del telón al público. No veía más que caras. Y, aunque no cabía ya ni un alfiler, la gente seguía aglomerándose en las grandes puertas que había al fondo de la gran sala con la esperanza de encontrar un sitio de pie en los pasillos, o incluso en las puertas, desde donde poder vislumbrar el escenario, aunque fuese de puntillas.
—Doctor —cuchicheó Dab-Dab, que también estaba mirando—, esto, al fin, debería hacernos ricos. Blossom dijo que el señor Belamy le había prometido mil libras diarias, y más, si la afluencia de público sobrepasaba cierto número. Sería imposible que hubiese más gente. No cabe ni una mosca en el teatro, está atestado. ¿Por qué patean y silban?
—Eso es porque la representación se ha retrasado —dijo el doctor, mirando el reloj—. Están impacientes. ¡Oh, ten cuidado! Vamos a bajar del escenario. Van a subir el telón. Ya está ahí en los lados la pareja de cantantes dispuesta a hacer el primer número. ¡Ven, date prisa! ¿Dónde está Gub-Gub? ¡Tengo tanto miedo de que se le escape la peluca! Ah, ya está ahí. Menos mal que la lleva bien y los pantalones también. Ahora quedaos todos aquí juntos. A nosotros nos toca en cuanto termine este número. ¡Gub-Gub, deja de chuparte los labios, por favor! No tendría tiempo de volverte a maquillar.