Segundo prólogo: Harlan y yo
Este libro es Harlan Ellison. Está moldeado por Ellison e impregnado de Ellison. Admito que otros treinta y dos autores (incluido yo mismo en cierto sentido) han contribuido a él, pero la introducción de Harían y sus treinta y dos prefacios rodean las historias, impregnándolas con el fuerte aroma de su personalidad.
Así que resulta completamente lógico que yo cuente la historia de cómo conocí a Harían.
La escena es una convención mundial de ciencia ficción, hace poco más de una década. Acababa de llegar al hotel, y me dirigí inmediatamente al bar. Yo no bebo, pero sabía que en el bar estaría todo el mundo. Por supuesto, estaban todos allí, de modo que lancé mi saludo y todo el mundo me lanzó su respuesta.
Entre ellos había un joven al que nunca antes había visto: un tipo bajito de rasgos pronunciados y con los ojos más vivaces que jamás haya visto. Esos ojos vivaces estaban en aquel momento clavados en mí, con algo que sólo puedo describir como adoración.
—¿Es usted Isaac Asimov? —me dijo. En su voz había reverencia, maravilla y estupefacción. Me sentí más bien halagado, pero luché por mantener una compostura modesta.
—Sí, lo soy —dije.
—¿No bromea? ¿Es realmente Isaac Asimov?
Aún no se han inventado las palabras que puedan describir el ardor y la reverencia con que su lengua acarició las sílabas de mi nombre.
Tuve la sensación de que lo menos que podía hacer era poner mi mano sobre su cabeza y darle mi bendición, pero me controlé.
—Sí, lo soy —le dije, y para entonces mi sonrisa era ya una cosa fatua y nauseabunda—. Lo soy, de veras.
—Bueno, creo que es usted… —empezó, siempre con el mismo tono de voz, y por una fracción de segundo hizo una pausa, mientras yo escuchaba y la audiencia contenía el aliento. En esa fracción de segundo el rostro del joven cambió a una expresión de absoluto desprecio, y terminó su frase con suprema indiferencia— ¡una nulidad!
El efecto que me causó fue como el caerme de un risco que no hubiera notado que estaba allí y aterrizar de espaldas. Lo único que pude hacer fue parpadear estúpidamente, mientras todos los presentes estallaban en carcajadas.
El joven era Harían Ellison, ya lo habrán adivinado; como he dicho, yo no le conocía, de ahí que ignorase su total irreverencia. Pero todos los demás allí le conocían, y habían aguardado a ver cómo yo, víctima inocente, era arteramente apuñalado… Y se salieron con la suya.
Cuando conseguí recuperar algo parecido al equilibrio, ya era demasiado tarde para una posible respuesta. Sólo pude encajar el golpe del mejor modo posible, cojeando y sangrando, y lamentándome de haber sido golpeado cuando no estaba mirando y de que ninguno de los presentes en la estancia hubiera tenido el detalle de advertirme, renunciando así al deleite de verme sucumbir.
Afortunadamente, creo en el perdón, y me hice el propósito de perdonar a Harían por completo…, tan pronto como le hubiera cobrado la cuenta, con intereses.
Deben comprender ustedes que Harían es un gigante entre los hombres por su valor, belicosidad, locuacidad, espíritu, encanto, inteligencia…; de hecho, por todo menos por su estatura.
En realidad no es demasiado alto. Para no exagerar, es más bien bajito; un poco más incluso que Napoleón. Y mientras me recuperaba penosamente del desastre, el instinto me dijo que ese joven, que no me había sido presentado como Harían Ellison, el bien conocido fan, era un poco sensible a ese tema. Tomé nota mental de ello.
Al día siguiente, en la convención, yo estaba en el estrado, presentando a los notables y dirigiendo unas palabras de tierno afecto a cada uno de ellos a medida que lo hacía. Sin embargo, durante todo el tiempo mantenía mi vista fija en Harían, que estaba sentado frente a mí, en primera fila (¿dónde si no?).
Tan pronto como su atención se distrajo un momento, grité repentinamente su nombre. Se puso en pie, sorprendido y desconcertado, y yo me incliné hacia delante y le dije, tan dulcemente como pude:
—Harían, súbase sobre el compañero que tiene a su lado, para que los demás puedan verle.
Y mientras la concurrencia (mucho más numerosa esta vez) reía perversamente, perdoné a Harían, y desde entonces hemos sido muy buenos amigos[*].
Isaac Asimov