17
El lunes por la mañana después de las vacaciones de Acción de Gracias me desperté y todo había cambiado. Fuera estaba lloviznando y yo miré la llovizna y pensé: «Ahora nada es lo mismo». Miré mi lámpara vaquera. Uno de los vaqueros tocaba la armónica, yo sabía que era música para zapatear.
Mientras me estaba poniendo los pantalones entró mi madre y me vio el pito y yo le grité. Ella dijo: «Por Dios, Burt, soy tu madre, ¿no?». Y yo le dije que no (porque creo que me adoptaron).
Pero ella hizo el desayuno como siempre y tragó haciendo ruido como siempre y luego pasó a buscarme Shrubs y mientras yo iba a coger la cazadora se metió en la alacena y robó caramelos del tarro de vidrio.
Me parecía como si hiciese mucho tiempo que no iba a la escuela. En el camino pensé que Jessica no iría pero que yo estaría en su aula porque ella tenía a la señorita Iris en la hora de recreo y yo iba a hacer un nuevo mural para la señorita Iris. Pero Jessica faltaría porque cuando muere alguien está permitido. (Una vez yo falté. Murió la hermana de Sophie y yo fui al funeral, era una iglesita en la ciudad y todos eran negros de color menos nosotros. Mamá tuvo que correr adelante y abrazar a Sophie que lloraba muchísimo).
—¿Quieres los de naranja o los de uva? —dijo Shrubs.
Había sacado varios caramelos pero no podía quitarles el celofán porque llevaba guantes de hockey. Siempre se los pone, son gigantescos. Tienen almohadillas y los dedos son enormes, se puede poner dos en uno y hacer como si uno de los dedos colgara. Cogí uno de uva, era una granada de mano.
(Mis guantes yo los perdí. Me pasa siempre. No sé adónde van a parar. Mi madre dice: «Pues no pensarás que han escapado solos», y yo digo: «Pues los míos sí, se han ido en coche a Florida, a pasar el invierno como tía Fran y tío Les». Ella dice: «Cierra el pico». Hasta me compró unas cosas que te las cuelgas de la cazadora para no perder los guantes. Pero yo perdí la cazadora. Mi madre dijo que yo perdería la cabeza si no la llevara pegada pero yo le dije que la encontraría enseguida porque sé cómo es, solo que en los espejos te muestran al revés).
Fui directo al aula de la señorita Iris a hacer el mural. Me senté al fondo, no hacía falta que escuchara. Me busqué uno de los pupitres nuevos, tienen encima una cosa dura como los muebles de cocina. Me gustan los pupitres nuevos, son lisos y no tienes que poner papel debajo de tu papel por culpa de las marcas.
Para el mural tuve que usar cola de verdad, no pegamento, y tijeras puntiagudas de las que te pueden quitar un ojo. Era un mural de Navidad. Empecé por la barba. La hice con algodón que había sacado del botiquín del despacho. Pero la cola se derramó y cayó encima de mí y del pupitre y el algodón se pegó por todas partes. Empecé a estornudar y todos me miraron.
Sonó el timbre. Entonces ocurrió una cosa. Entró Jessica.
Estaba muy bien vestida, con calcetines largos y un vestido y zapatos brillantes con ventanas en la parte de arriba. Había llegado tarde pero la señorita Iris solo hizo así con la cabeza lo que quiere decir siéntate. Camino a su pupitre Jessica me miró. Yo tenía algodón pegado por todas partes.
—Alumnos, hoy haremos una sesión especial de exposición animada —dijo la señorita Iris—. Contaremos por turno lo que hicimos durante las vacaciones de Acción de Gracias. Será fabuloso.
(Yo me sentía muy extraño porque estaba en una clase distinta y porque estaba Jessica y porque estaba cubierto de algodón y porque la señorita Iris había dicho fabuloso y yo nunca se lo había oído decir).
—¿Quieres comenzar tú, Andy Debbs?
(Yo empecé con la nariz. Iba a ser redonda como un tazón lleno de jalea. Hice un círculo, pero no era redondo, así que lo recorté pero tampoco quedó redondo, así que volví a recortarlo y se rompió. Dibujé otro en cartulina pero no conseguía que fuese redondo. Volví a intentarlo, luego lo hice una bola. Partí mi lápiz con un golpe de karate. Andy Debbs se puso a contar sus vacaciones).
—Primero de todo, fuimos a la capilla a rezar nuestras oraciones con las hermanas para darle las gracias a Dios por haber llegado sanos a un nuevo Día de Acción de Gracias, pero Petey Woods no fue porque hace dos semanas se rompió una pierna en el columpio y no estaba agradecido.
»Como fuera estaba lloviendo, después de la capilla fuimos a la Sala Común, donde habían preparado unos árboles de Navidad para que los decoráramos. Como los niños mayores tenían que vigilar a los más pequeños, no fue muy divertido porque se metían con nosotros. Este año había dos árboles, uno de los almacenes Brickman’s y otro de Torch Drive. Usamos los mismos adornos que el año pasado pero algunos estaban rotos. Las hermanas también ayudaron. También vino el padre Birney, fue un honor.
»Luego tuvimos la cena de Acción de Gracias. Era especial porque pusieron manteles en las mesas del comedor. Hubo pavo con guarnición y postre. Además se podía repetir.
»Luego volvimos a la Sala Común y jugamos. Luego rezamos unas oraciones y el padre Birney nos dijo qué agraciados por la gracia de Dios somos de tener unas hermanas tan maravillosas que nos cuidan y que una vez él lloró porque no tenía zapatos hasta que conoció un niño que no tenía pies, y luego nos fuimos a la cama pero yo me libré de cepillarme los dientes porque me encargué de guardar el parchís.
(Al fin lo conseguí, cogí tres círculos pequeños hechos con monedas y los junté para que parecieran casi una nariz y la pegué y se derramó un poco de cola pero la dejé así).
La señorita Iris llamó a Ruth Arnold. Salió toda sonriente, como una idiota. Empezó a hablar pero nadie la oía. Es la persona más fea de América, de verdad. Cuando nació los padres dijeron qué tesoro, y entonces la enterraron. Tiene que llevar un vaso pegado a la cara para que no se le escape la nariz. (Son chistes). Eugene Larson gritó «¡Sube el volumen!», y la señorita Iris le dijo a Ruth Arnold que no siguiera hasta que nos calmáramos.
—Para las vacaciones de Acción de Gracias —dijo Ruth Arnold— nosotros fuimos a Filadelfia, Pensilvania, a visitar a mi tía Greta. Filadelfia es la cuna de numerosos sitios históricos. —Metió la mano en el bolsillo y sacó un papel. Empezó a leer—: Está el majestuoso Salón de la Independencia, donde nuestros ancestros firmaron la Declaración de Independencia en 1776.
Eugene Larson se puso a toser. Se cayó del asiento y empezó a rodar por el suelo como si estuviese a punto de morirse, y todo el mundo se reía y la señorita Iris fue y lo agarró del cuello y lo arrastró fuera del aula. Ruth Arnold no había parado de hablar. De todos modos no se le oía nada.
Jessica se volvió para mirarme. Yo la vi. Bajé los ojos y fingí que hacía de nuevo la nariz.
La señorita Iris volvió y cerró de un portazo y nos dijo que agacháramos todos la cabeza hasta que pudiésemos controlarnos. Ruth Arnold seguía leyendo su papel.
—Suficiente, Ruth, puedes sentarte —dijo la señorita Iris—. ¡Agachad todos la cabeza, y ahora va en serio!
Yo no sabía qué hacer, no sabía si también iba por mí. Levanté la mano para preguntar pero la señorita Iris no me vio, así que fui hacia el escritorio pero a mitad de camino me paré y me volví y Jessica me estaba mirando fijo y allí que quedé.
—¿Qué haces, Burt? ¿Se puede saber qué haces? —dijo la señorita Iris.
Fui hasta el escritorio.
—Señorita Iris, ¿yo también he de agachar la cabeza?
—No.
Volví a mi pupitre y empecé con la boca.
—Muy bien, gente —dijo la señorita Iris—. Si os parece que ya sois capaces de controlar la boca, levantad la cabeza en silencio y continuaremos. Siéntate, Ruth, ya has tenido tu oportunidad.
Entonces Jessica levantó la mano. La señorita Iris la vio pero no dijo nada. De todos modos Jessica se levantó y fue al frente de la clase.
Sonreía. Yo pensé que iba a cantar. Se alisó el vestido y se echó el pelo hacia atrás y se puso muy derecha. Luego empezó a hablar, ni demasiado alto ni demasiado bajo. Como se debe.
—La mañana del Día de Acción de Gracias me levanté muy temprano para encontrarme con una sorpresa al asomarme a la ventana. Descubrí que veía hasta Montana. Y vi a mi caballo Blacky, galopaba con la crin al viento y alrededor de sus cascos había polvo. Galopaba hacia mí.
»Me puse la ropa y salí. Todavía no se había levantado nadie, y el sol brillaba como si fuese verano. No necesité abrigarme. Fui al porche delantero donde tenemos flores hasta en invierno y en la acera había un niño con un chubasquero. Le dije: “¿Por qué llevas chubasquero, niño? No está lloviendo”. Y él me regaló un muñeco. Luego nos fuimos a pasear.
»Fuimos por una acera muy larga y bajamos por un tobogán a un lugar donde había montones de juguetes. Había muñecas y coches para armar y casitas. Luego fuimos a un sitio donde había tiovivos y nos subimos, éramos los únicos. Luego fuimos en una barca.
»Encontramos un coche, tenía la llave puesta y en tres horas fuimos a Florida. Al regresar hicimos una obra de teatro sobre policías. Luego nos cansamos, así que fuimos a mi casa e hicimos trucos de magia hasta que nos quedamos dormidos y cuando nos despertamos ya éramos mayores.
Nadie dijo nada.
Yo la miré con los ojos. No podía no mirarla. Ella miraba el fondo de la clase donde había un mural con pavos que había hecho yo. Y debajo del estómago yo sentí que me retorcían como un avión con elásticos, más y más tirantes.
Nadie se movía. Ni siquiera la señorita Iris se movía. Pero yo me levanté solo y fui hasta el frente de la clase. Miraba a Jessica. Ella me miró a mí y giró hacia la puerta. La abrió. Salió por la puerta y yo la seguí.