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Una vez tenía cinco años. Iba a menudo en coche. Iba al lado de papá en la montañita del asiento delantero. La montañita estaba en la parte del asiento donde no había costuras. Me alzaba y así yo podía ver. Era mi lugar especial. Una vez fuimos hasta Frankfurt, Michigan, y yo me pasé todo el camino sentado en la montañita.
Luego un día mi padre nos llevó a Jeffrey y a mí a la Chevrolet Hanley-Dawson a comprar un coche nuevo. Fuimos en el coche viejo. Yo iba sentado en la montañita. Luego subimos al coche nuevo. Tenía un olor raro. Papá subió y encendió el motor. Luego nos fuimos. Yo miré por la ventana de atrás y saludé al coche viejo. Dije: «¿Y qué pasará con nuestro coche viejo, papi?». Y él dijo: «No te preocupes por ese montón de lata». Yo me fijé en el asiento delantero. No había ninguna montañita. Mi padre dijo: «Lo que pasa es que esta preciosidad lleva el motor detrás. ¿Ves cuánto más lugar libre tenemos así?».
Apoyé la barbilla en el respaldo del asiento trasero y miré nuestro coche viejo por la ventanilla. Creo que lloré. Jeffrey dijo: «¿Y ahora por qué lloras, niño?». Y yo dije: «No tengo donde sentarme».