9

En el nuevo semestre del colé me tocó la señorita Iris en tutoría. Como maestra está muy bien, es joven y usa cantidad de maquillaje. Tiene pelo rubio. Lleva las uñas pintadas y ropa fina como en la tele. Se pone perfume, una auténtica maravilla. Además es tranquila, tío, no grita nunca. Una vez nos dijo: «Niños, estoy dejando que me atropelléis», pero yo no la he atropellado.

(El semestre pasado me tocó Krepnik, que es malísima. Una vez Andy Debbs se metió el dedo en la nariz durante el recreo y Krepnik lo vio. Se puso a reñirlo: «Vaya crío más desagradable, ¿no te das cuenta de que es una costumbre espantosa?». Pero Andy no contestó nada porque es tímido, y ella le gritó: «¡Ve a lavarte las manos!». Andy se apoyó en el pupitre y entonces Krepnik le dijo que ahora también tendría que lavarlo. «¿Quién te ha enseñado semejantes modales?», gritó Krepnik, y Andy Debbs dijo: «Nadie, los he aprendido solo». Andy Debbs es del Hogar. La señorita Krepnik es mala con los niños del Hogar porque son pobres, pero en mi opinión la que tiene costumbres espantosas es ella).

Pero la señorita Iris es buena con todos. Pero una vez pasó una cosa. Llegué a mi casa y la señorita Iris estaba comiendo con mi madre. Mi madre dijo: «Dolores ha estado reunida con la Asociación de Padres y Maestros y al salir ha venido a visitamos. ¿Quieres comer con nosotras, Burt?». Yo corrí a mi cuarto y cerré de un portazo. No es correcto ver a los maestros fuera del colegio. La señorita Iris llevaba pantalones.

Pero al tercer día del semestre nuevo la señorita Iris anunció que al día siguiente iríamos de excursión al zoológico. Nos pasó volantes de autorización, que estaban hechos con ciclostil. Yo pasé una hora entera oliendo el mío. Nos dijo que en el zoo haríamos un pícnic pero que cada cual tenía que llevar su almuerzo.

Al día siguiente me desperté solo muy temprano. Me preparé solo el desayuno, ketchup y una chocolatina Mars. Shrubs fue a buscarme, tocó el timbre y despertó a todo el mundo. Al zoo tenían que ir todas las clases de tercero, la clase de la señorita Hellman, la de la señorita Craig y la mía. Íbamos en autocar. La señorita Iris nos contó a todos, luego se me acercó y me dijo: «¿Puedo sentarme a tu lado, Burt?». Le dije que no, pero ella se sentó igual. Luego partimos.

Ciclostil. CICLOSTIL. Ciclostil.

En el zoo teníamos que tener un amiguito que era la persona que se había sentado a tu lado en el autocar, así que mi amiguito era la señorita Iris. Le pregunté si no podía ir con Shrubs, y ella me dijo: «Vamos, Burt, me estás hiriendo».

En el zoo hay árboles y rejas y cosas de cemento que tienen los animales dentro, y quioscos de bebidas. Hay un sendero que son pisadas de elefante grandes y amarillas. Le pregunté a la señorita Iris si eran de verdad y me dijo «Por supuesto». Las seguimos. Iban hasta el Tren del Zoo. Yo pregunté: «¿El tren es tan pequeño porque el elefante lo ha aplastado?», y la señorita Iris dijo: «Ay, Burt, eres divino», y metió la llave con forma de elefante en el Libro Parlante que cuenta cosas sobre los animales, y Shrubs dijo que iba a apretar el botón del lebrel, pero entonces llegó el tren.

Es como los del parque de atracciones del Mundo de los Niños, solo que más real. La señorita Iris dijo: «¿Me protegerás de los animales salvajes, Burt?». Le contesté que no.

El tren daba toda la vuelta al zoo. La señorita Craig nos mandó saludar a todos los animales y Marty Polaski dijo que les enviaría una postal. A veces el tren doblaba y la señorita Iris se apoyaba en mí y me hacía sentir una cosa rara. Llevaba perfume. Luego, de golpe, Marty Polaski se puso a gritar: «¡Me persigue un gorila, me persigue un gorila!». Todo el mundo se volvió. Marty señaló y dijo: «Ese es el gorila». Era Marcie Kane, que estaba sentada con Jessica, eran amiguitas.

Después del tren fuimos a ver los chimpancés. Se estaban metiendo el dedo en la nariz como Andy Debbs y Shrubs se puso a cantar:

El dedo en la nariz

el dedo en la nariz

todos se meten el dedo en la nariz

y luego se comen los mocos así.

La señorita Hellman le dijo que se callara. A ella no le gusta la música.

Fuimos a ver las serpientes que sacan la lengua y a mí me dio miedo, y fuimos a ver los pingüinos que llevan frac, y luego los ciervos. Luego vino el almuerzo. Yo llevaba un bocadillo de atún, estaba tibio y blandito como a mí me gusta, y una manzana y un pastelito Twinkie. Mi madre me lo había dejado en la nevera. (La bolsa estaba cerrada con un clip, seguro que mi madre se había quedado sin grapas). Cada clase ocupó una mesa del merendero. La señorita Iris llevaba un refresco de limonada que había preparado ella. La señorita Hellman llevaba una caja de bebidas, le pidió al chófer que se la alcanzara.

A mí me gusta comer solo para poder imaginarme cosas. En el zoo imaginé que estaba subido a un árbol comiéndome el almuerzo que yo mismo había matado y abajo había humanos que eran los enemigos porque no se comportaban muy compuestamente en la jungla. Entonces pasó una cosa. Uno de los humanos me vio y trepó al árbol. Era un cazador blanco.

—¿Quieres un poco? —me dijo. Me enseñó una botella de naranjada Nesbitt y yo le di un golpe en la mano y la naranjada se le derramó en el vestido verde porque era Jessica.

Miró al suelo. La naranjada le chorreaba por el dedo. Aún tenía el brazo extendido.

—Pensé que quizá te gustara más que la limonada —dijo.

—Umgawa —dije yo.

Entonces Marty Polaski se puso a chillar:

—¡Burton tiene novia, Burton tiene novia!

—Mejor te callas —dije yo.

—Atrévete.

—Atrévete tú.

—Yo no me meto con monos —dijo él, así que le pegué un puñetazo. Apunté al estómago, pero le di en la cara sin querer y cayó al suelo. Luego él me dio una patada en el pito y ya no pude levantarme. Todo me daba vueltas y vueltas alrededor. Luego me eché contra él y él se cayó encima de mí y le pegué otro puñetazo y se levantó pero lo perseguí y lo pillé y lo tiré al suelo, pero él volvió a darme una patada en el pito y dejé de ver. Lo tenía encima.

Luego solo supe que ya no lo tenía encima y que yo estaba tumbado y la señorita Iris se inclinaba sobre mí. Podía olerle el perfume. Me preguntó si me encontraba bien. Me levanté. Tuve que apoyarme en alguien. Alguien que estaba a mi lado. Era Shrubs.

Entonces vi un montón de niños cerca de la fuente. Estaban mirando a Marty Polaski, que tenía un corte en la cabeza. Shrubs me contó que Jessica Renton le había golpeado la cabeza con una botella de Nesbitt cuando se me echó encima. Vi que la señorita Hellman tenía a Jessica bien cogida y le estaba gritando. De la fuente salía agua por una cabeza de león. Marty Polaski vomitó.

Me senté en la mesa de pícnic y la señorita Iris se sentó a mi lado. Me acarició el pelo y dijo: «¿Te encuentras bien, cielo? ¿Puedo hacer algo por ti?». «Sí —dije yo—. No me llame cielo, ¿vale?».

Pronto se hizo la hora de mirar animales de nuevo. Hubo cambio de amiguito. Yo me junté con Shrubs. Iba cojeando. «¿Por qué cojeas?», le pregunté, y él: «Me ha comido la pierna un león».

Teníamos que ir donde los pájaros. Yo los odio porque no son animales salvajes y porque apestan. Shrubs y yo no entramos, esperamos fuera e hicimos un plan para tenderle una emboscada a Marty Polaski cuando saliera, le arrojaríamos mi camisa a la cabeza y lo zurraríamos. Después Shrubs dijo que no quería porque quería ir a ver los alces porque a uno lo conocía. Le pregunté a cuál. A Caracola, dijo.

A veces pienso que Shrubs es subnormal. Una vez le enseñé a decir idiota, y se paró en el porche de su casa y se puso a decirle idiota a cuánta persona pasara.

Salieron todos del edificio de los pájaros. La primera en salir fue la señorita Iris. «Burt —dijo—, ¿por qué demonios te has quitado la camisa? ¿Encima de todo quieres pillar una pulmonía?». Le contesté que sí.

Luego salió Jessica y me vio y se acercó, y a mí me dio vergüenza porque tengo una cicatriz en la barriga.

—No importa que no lleves puesta la camisa —comentó Jessica—. Lo que te pone enfermo son los gérmenes y las bacterias, no las corrientes de aire. Te lo puedo asegurar.

—¿Cómo lo sabes? —dije yo.

—Lo he leído en una revista.

—No es verdad, eres demasiado pequeña.

—Pues lo he leído —dijo ella—. La habían dejado en el buzón de mi casa. Mi padre es profesor en la universidad y me deja leer todo lo que quiero.

—Caray —dije yo, y me volví a poner la camisa, solo que me la abotoné mal y tuve que hacerlo de nuevo—. Vapayapa suerpetepe —dije. (Es idioma secreto. Quiere decir «Vaya suerte»).

Entonces vi que Shrubs le estaba preguntando al señor del zoo dónde estaban los alces. Luego fuimos a ver los puercoespines. Estaban todos durmiendo en un agujero, no se veía casi nada. Recuerdo que una vez en Popeye un puercoespín le disparaba agujas y entonces él bebía agua y las agujas se le salían. Jessica se apoyó en la cadena de los puercoespines. Estaba enfadada.

—No tenías que golpear la botella —dijo—. Con decir «Gracias, no quiero» bastaba. Se me manchó el vestido.

—¿No ves que era Tarzán?

—Tú eres subnormal —dijo ella, y se fue a ver las llamas.

En el mismo lugar que las llamas había un pájaro, era enorme. Era una cucaburra. Jessica lo miró y yo canté una canción, la aprendí en clase de música.

Posado en el gomero

cucaburra está

pájaro contento

rey del matorral

ríe que te ríe

feliz cucaburra

ríe que te ríe

cada día más.

Jessica estuvo un minuto mirándome, escuchaba la canción. Luego meneó la cabeza.

—No cuesta nada ser amable —dijo—. Eso dice mi padre.

—¿Y con eso?

—Y con eso ¿qué?

—¿Y con eso?

—Y con eso ¿qué?

Las llamas estaban todas durmiendo pero no en agujeros, se podía verlas.

—A veces no leo las revistas —dijo Jessica—. A veces solo miro las fotos. Me gusta mirar ropa. Hay ropa muy elegante.

—Yo nunca miro ropa —dije yo—. Nunca.

—Miras la ropa de la señorita Iris —dijo ella.

—No.

—Sí —dijo Jessica—. Se sienta todo el rato a tu lado y tú le miras la ropa y cuando cruza las piernas le miras los zapatos. Te vi muy bien en el autocar.

Luego nos pusimos los dos a mirar una llama. No sé si se escribe así.

—Allí hay una muy bonita —dijo Jessica—. Es toda negra con calcetines blancos como mi caballo.

—Tú no tienes un caballo.

—Sí que tengo.

—¿Dónde?

—Eso lo sé yo y tú tienes que adivinarlo.

Miré la llama. Estaba escupiendo en el suelo.

—Yo tenía un caballo, ¿sabes, Jessica?, y le dije que se parara sobre la cabeza de la señorita Filmer y entonces a ella le salió sangre por los ojos y se la llevaron al horno y la incineraron y yo me alejé montado en mi caballo.

—Seguro que apestaba como la mierda —dijo Jessica, y yo me enfadé.

—No deberías decir mierda —dije—. Es una palabrota.

Pero Jessica se alejó repitiendo las mismas palabras: «Mierda, mierda, mierda».

Luego fuimos a ver los bisontes. Estaban todos durmiendo. No en agujeros.

—Puedo decir palabrotas si quiero, Burton. Estamos en un país libre —dijo Jessica.

—No me llamo Burton —dije yo—. Me llamo Randy. (No sé por qué dije aquello).

Luego fuimos a ver los cocodrilos que son mis animales favoritos porque una vez cuando estuvimos en Miami Beach Florida casi me compran uno, los vendían en cajas de cartón. Eran bebés. En el zoo estaban en una isla que alrededor tenía un foso y luego un poco de hierba y luego una cadena. No había jaula. Me quedé mirándolos. (En casa tengo un cocodrilo, se llama Coco. Está muerto. Me lo compraron en el aeropuerto, está disecado). Todos sonreían. Así que pasé por encima de la cadena y crucé la hierba y me acerqué al borde del foso y me incliné y dije: «Hola, cocodrilos».

Había cinco. Los cinco estaban durmiendo pero uno tenía la boca abierta y rígida. Decidí acariciarlos mientras dormían. Fue entonces cuando oí que todos los de tercero se ponían a chillar. Me di la vuelta y vi a la señorita Iris corriendo arriba y abajo arriba y abajo.

—Tranquila, señorita Iris. Creo que los conoce —dijo Shrubs.

Pero la señorita Iris no le hizo caso.

—Vuelve inmediatamente, Burton, o te acordarás de mí —gritó.

—No se llama Burton sino Randy —dijo alguien.

Me volví. Jessica estaba a mi lado.

—Será mejor que te vayas —dije yo—. Te matarán, Jessica, y te comerán a pedazos. No son amigos tuyos.

—Me presentaré —dijo ella. El viento le hinchaba un poco el vestido, se le veían los calcetines largos. Y uno de los cocodrilos movió la cola—. Soy Jessica Renton —dijo ella.

—No te entienden —dije yo.

—Creo que son cocodrilos franceses —dijo ella—. Una vez en un dibujo vi que Popeye le daba un puñetazo a un cocodrilo y salía volando y volvía transformado en unas maletas.

—Bien, ¿y qué?

—Nada —dijo. Luego empezó a acercarse a los cocodrilos. La agarré del brazo.

—Suéltame.

Los niños gritaban más fuerte. La señorita Iris se mordía la mano y le hacía señas al señor del zoo.

—Jessica —dije.

—No me llamo Jessica.

—¿Cómo te llamas?

—Condesa. Así me llama mi padre. Pero tú no puedes. —Siguió acercándose a los cocodrilos y uno empezó a moverse—. Je m’appelle Jessica —dijo.

De repente alguien nos cogió a los dos. Era el señor del zoo. Pero Jessica tiró del brazo muy fuerte y echó a correr y mientras el hombre la miraba me solté yo también. Pasamos por encima de la cadena y escapamos. Pasamos por los leopardos. (Una vez vi que Popeye le ponía quitamanchas a uno). Pasamos por los osos que estaban sentados como perros. Pasamos por las focas. (En la tele tocan la trompeta y son muy aburridas). Pasamos por las jirafas y seguimos corriendo hasta llegar a los elefantes. Jessica me ganó, es rapidísima, tío. Ni siquiera se había quedado sin respiración.

Y resulta que de golpe todos los niños de tercero se habían echado a correr hacia donde estábamos nosotros, era una verdadera estampida, chillaban todos a la vez. También la señorita Iris venía, y corriendo. Yo nunca la había visto correr, no parecía correcto. Y al final también vinieron la señorita Hellman y la señorita Craig. Hellman me agarró del brazo y empezó a sacudirme. Entonces Jessica se volvió.

—Señorita Hellman, ¿no había dicho usted que cuando llegáramos al quiosco podríamos comprarnos helados? Pues está allí enfrente. ¿Podemos?

Todos los niños empezaron a cantar: «¡Queremos helados, queremos helados!», y tiraron de la señorita Hellman hasta que me soltó.

—Está bien —dijo.

Fueron. Todo el mundo comió helado menos Jessica y yo. Ella estaba apoyada en un cartel, mirando los elefantes. El cartel decía:

NO SE PIERDA USTED

EL DESTERNILLANTE SHOW DEL ELEFANTE

¡A LAS 16 Y A LAS 17.30 H!

Hacía calor. Estuve mirando los elefantes, y levantaban polvo al andar, había tres. Eran todos grises y resecos y agrietados. Se movían en cámara lenta arriba y abajo arriba y abajo. Luego dos de ellos retrocedieron y el del medio hizo un círculo. Luego todos caminaron hacia delante, luego todos hacia atrás. Eran tan lentos que parecía que tardaban semanas enteras.

(Yo estuve a punto de gritar mi llamada, y se habrían despabilado y me habrían llevado a la jungla, pero no lo hice).

Detrás de nosotros todo tercero estaba hablando y tomando helados y oyendo chillar a las maestras.

Jessica estaba detrás de mí.

—Mira los elefantes, Randy —dijo.

—La verdad es que no me llamo Randy —dije yo.

—Ya lo sé —dijo ella.

Y allí nos quedamos uno al lado del otro. Los elefantes caminaban arriba y abajo arriba y abajo.

—Mira, Burt —dijo Jessica—. Están luciendo el show en sueños. Están dormidos, pero no pueden parar.

A la vuelta la señorita Iris no se sentó a mi lado en el autocar. Se sentó al lado de Marty Polaski.