Capítulo 9
EL aeropuerto estaba abarrotado de gente. Después de facturar el equipaje fueron a una cafetería y Kingsley pidió dos cafés que ninguno de los dos quería. Cuando se sentaron, tomó las manos de Rosalie en las suyas.
-Las tienes heladas -dijo, sorprendido.
Ella se encogió de hombros.
-Mi calefacción portátil nunca ha funcionado demasiado bien -dijo en tono forzadamente desenfadado.
Kingsley la miró un largo momento antes de hablar.
-Planeo volver para el fin de semana. ¿Quedamos para cenar el viernes por la noche?
-Puede que no hayas vuelto. Será mejor decidirlo más adelante.
-No. Vamos a decidirlo ahora.
De pronto, Rosalie sintió que estaban hablando de algo más que de quedar a cenar. Miró al hombre que tenía ante sí, un hombre fuerte, duro, acostumbrado a enfrentarse a cualquier problema que se presentara y a resolverlo a su manera, un hombre que siempre haría las cosas a su manera porque pensaría que era el mejor modo de hacerlas. Sin embargo, debía admitir que había sido muy delicado y comprensivo con ella. Era ella la que estaba confusa, pero hacía tiempo que era una mujer independiente y se las había arreglado bastante bien hasta entonces. Había aceptado que debía enfrentarse a sus propias batallas y lo había hecho. Su vida y lo que hiciera con ella eran cosa suya, y nadie podía robarle eso a menos que renunciara a su independencia, al respeto que sentía por sí misma y a su autonomía.
-No te dejaría plantada, Rosie -insistió Kingsley al ver que ella no decía nada.-. Si he dicho que estaré aquí el viernes, así será. Antes o después vas a tener que fiarte de mí, porque no pienso ir a ningún sitio.
-Te vas a Jamaica -dijo Rosalie, y enseguida pensó que había sido una estupidez decir aquello en aquel momento.
-Si me pidieras que me quedara, lo haría.
-¿Y tu amigo?
-Tú eres más importante.
El corazón de Rosalie latió erráticamente.
-No se me ocurriría pedirte que te quedaras. Debes acudir junto a tu amigo; te necesita.
-¿Y tú no?
Rosalie permaneció en silencio. No podía decir nada. Nada en absoluto.
Kingsley suspiró, irritado.
-¿Sabías que casi siempre que estoy contigo siento que camino por un campo de minas? Nunca sé cuándo algo de lo que pueda decir va a ser utilizado en mi contra, cuándo me vas a comparar con tu marido. Porque haces eso, ¿verdad? Buscas en mí los mismos defectos que él tenía.
Rosalie estaba horrorizada y se notaba, pero no trató de negarlo. ¿Cómo iba a hacerlo? Era la verdad. ¿y qué hombre estaría dispuesto a aguantar algo así durante meses y años? No alguien como Kingsley, desde luego.
-Si piensas eso...
-¿Por qué me molesto en seguir contigo? -concluyó él-. ¿Por qué crees que lo hago, Rosie? ¿Por qué crees que he ido tan lentamente contigo estos últimos meses? Finalmente me has hablado de tu marido, pero ahora tu armadura es el doble de gruesa, ¿verdad?
-¿Qué armadura?
-La que protege la puerta de tu corazón.
Hubo una breve pausa.
-No puedo evitar lo que siento -susurró Rosalie.
-Sí puedes. ¿No te das cuenta de que para mí fue un infierno darme cuenta de que me estaba enamorando de ti? Tú no eres la única que tiene derecho a sentir miedo. Después de María juré que esto no volvería a sucederme nunca. ¿Quién lo necesita? Había mujeres de sobra para jugar a ese juego tal y como yo quería. Todo que ganar y nada que perder. Seguridad total. Y de pronto apareciste tú.
Rosalie no pudo evitar que la lágrimas se derramaran de sus ojos. La sinceridad de Kingsley la obligó a admitir lo que había tratado de mantener oculto durante semanas. Lo amaba. Lo había amado desde el principio. Ese era el motivo por el que la idea de entregarse a él la asustaba tanto. Lo amaba más de lo que nunca amó a Miles, más de lo que se creía capaz de amar. Lo que significaba que el poder que Kingsley tenía sobre ella era absoluto. No debía enterarse de lo que sentía. No debía enterarse nunca.
-No llores -murmuró Kingsley con voz ronca a la vez que le entregaba un pañuelo-. Lo último que pretendía era hacerte llorar. Bebe un poco de café.
Rosalie se secó las lágrimas y bebió un sorbo. Luego miró a Kingsley.
-Nunca funcionaría, Kingsley -dijo, temblorosa-. Estropearía lo que sea que sientes por mí ahora porque no puedo ser lo que quieres que sea. Cuando Miles hizo lo que hizo... algo murió en mí. Algo que nunca podré volver a recuperar.
-Eso no me lo creo -dijo él enfáticamente-. Te amo, Rosalie, y quiero tener hijos contigo y envejecer a tu lado. No soy Miles. Soy exclusivamente yo mismo, y te he permitido ver quién soy. Eso tiene que contar para algo.
Rosalie apartó la mirada y se preguntó por qué habría aceptado acompañarlo al aeropuerto. Pero en realidad conocía la respuesta. Había querido estar con él por última vez. Cada segundo, cada minuto, era precioso, y lo estaban perdiendo discutiendo.
-No quiero discutir. No tenemos tiempo.
-Nunca he dejado un asunto a medias en mi vida, y no pienso empezar ahora -dijo él, serio-. Si es necesario, tomaré otro vuelo.
-No seas tonto -murmuró Rosalie-. Tu amigo te está esperando.
-No lo captas, ¿verdad? -la voz de Kingsley sonó exageradamente calmada-. No tienes la más mínima idea de lo que significas para mí.
-No quiero tenerla -dijo Rosalie a pesar de sí misma-. Las cosas ya son bastante difíciles. ¿Tanto te cuesta aceptar lo que digo y dejarme en paz? Esto es lo mejor, y algún día te,darás cuenta de ello.
-Ni hablar -Kingsley inclinó la cabeza sin previo aviso y la besó con dureza.
Rosalie se apartó, asustada. No podía debilitarse en aquellos momentos, algo que siempre le sucedía cuando Kingsley la tocaba. Aquel tenía que ser el final. Kingsley iba a estar fuera unos días, cosa que le vendría bien para comprender que no había un futuro para ellos dos. Lo amaba, pero no podía decírselo porque no lo comprendería.
-No quiero nada de esto. No te quiero a ti.
Kingsley le dedicó una mirada tan penetrante, que casi resultó dolorosa.
-No lo dices de verdad.
-Sí. Lo digo de verdad. Y tienes que irte. Vas a perder el avión.
Kingsley dijo algo muy grosero respecto al avión.
-No puedo permitirme tenerte en mi vida, Kingsley. ¿Te queda claro? -insistió Rosalie, desesperada-. Quiero que las cosas sean como antes. Mike o alguno de mis compañeros podrá hacerse cargo de la obra a partir de ahora.
-No quiero a Mike ni a ninguno de los otros. El contrato dice que tienes que ser tú.
Rosalie miró a Kingsley con una mezcla de temor y desafío.
-En ese caso renunciaré y puedes demandarme si quieres.
Kingsley permaneció un momento callado, pero su rostro no ocultó el enfado que sentía.
-No hace falta que renuncies a tu trabajo -dijo finalmente-. No por mí. Entrégale el proyecto a Mike, o uno de los otros. Me da igual -se levantó despacio-. Adiós, Rosie.
-Adiós.
Rosalie era consciente de que un niño que lloraba a su izquierda acababa de arrojar su vaso de zumo sobre la blusa de su madre, y de que dos adolescentes reían en una esquina.
Algo tan trascendental como su ruptura no debería estar sucediendo en un entorno tan prosaico, pensó, aturdida.
Kingsley la miró una última vez y se limitó a hacer un asentimiento de cabeza antes de alejarse. Y ella dejó que se fuera.
-¿Que has hecho qué?
Rosalie se sobresaltó al oír el tono de Beth.
-He roto con Kingsley -repitió-. Todo ha acabado.
Era domingo por la mañana y estaba sentada en el jardín de Beth. Aunque se avecinaba una tormenta, estaban comiendo fuera el asado que había preparado ésta. A pesar de que apenas había dormido, de que no había parado de llorar y de que tenía el estómago cerrado, Rosalie se esforzó por comer algo.
-¡Pero si te adora! ¡Se notaba a la legua! -dijo Beth, conmocionada-. ¡No me digas que se lo ha llevado otra! ¡No puedo creerlo!
-No ha sido nada de eso. Simplemente hemos pensado que las cosas no iban bien.
-¿Hemos? -Beth miró los ojos hinchados de su sobrina-. El muy rata...
-Te aseguro que Kingsley no ha hecho nada malo -protestó Rosalie-. Te aseguro que no hay otra mujer. Pero la cosa se estaba poniendo demasiado... seria. Eso es todo.
-Oh, Lee. No lo habrás... -Beth se interrumpió.
-¿Qué ibas a decir? -preguntó Rosalie, incómoda.
-No lo habrás espantado, ¿verdad? -hubo una breve pausa. Luego Beth dijo-: Lo has hecho y ya te has arrepentido, ¿no?
Por primera vez, Rosalie comprendió por qué los hijos de Beth habían volado del nido en cuanto habían podido. Resultaba muy molesto estar con alguien que siempre tenía razón.
-En realidad no me he arrepentido. A la larga será lo mejor. Kingsley quiere algo que no puedo darle.
-¿Sexo sin compromiso? Típico de los hombres. ¿Es eso?
-No exactamente.
-¿Quiere que te vayas a vivir con él? Eso sería un error. Tú pierdes la independencia y el mantiene la suya. Creo que...
-Beth -Rosalie se estaba esforzando por ser paciente-. En realidad, Kingsley quiere... casarse.
-¿Y has dicho que no? ¿Te has vuelto loca, Lee?
Tal vez no había sido buena idea ir allí, pero Rosalie no se había sentido con ánimos de ver a ninguno de sus amigos, y quedarse llorando en su piso no le había parecido una buena opción.
-Probablemente -dijo-. Es lo que piensa Kingsley, desde luego. No nos hemos despedido... amistosamente.
-Oh, Rosalie -Beth adoptó de inmediato su papel maternal y se levantó para acercarse a su sobrina y abrazarla.
La avalancha de lágrimas que provocó aquello hizo que George, que acababa de salir al jardín, volviera a entrar sigilosamente en la casa.
Mientras tomaban la limonada de Beth, Rosalie contó a su tía toda la historia y pudo hablar libremente de sus temores y dudas. Cuando el sol empezó a ponerse, no se encontraba más cerca de una solución, pero se alegraba de haber ido a ver a su tía. Había sido difícil hablar de Miles y de lo sucedido en su relación, pero no tanto como esperaba, tal vez porque al contárselo a Kingsley había roto la barrera mental que le impedía hacerlo.
-Siempre me cayó mal Miles, pero eso ya lo sabes -dijo Beth-. Mientras estuviste con él apenas pudimos verte. Todo eran «sus» amigos, «sus» intereses...
-Supongo que sí. Al principio no lo noté porque teníamos amigos comunes.
-Kingsley no es como él, Lee. Eso lo sabes, ¿no? -dijo Beth cuando se despedían-. Él no utilizaría la fuerza ni se pondría violento. Lo sé.
Rosalie asintió.
-Yo también lo sé, pero no es eso. Creo que me asusta demasiado el matrimonio como para volver a intentarlo, pero en las últimas veinticuatro horas he estado a punto de descolgar el teléfono varias veces para llamar a Kingsley y decirle que lo necesito. ¿Has conocido alguna vez a alguien más contradictorio?
-¿Y qué tal si le dijeras que estás dispuesta a vivir con él sin casarte? -sugirió Beth, la mayor.defensora del matrimonio de todo Londres, que había vuelto locos a sus hijos insistiendo en que cualquier otra cosa era vivir en pecado.
Rosalie abrazó a su tía.
-Te voy a echar mucho de menos, Beth -dijo sinceramente-. Pero ni siquiera es un problema de casarnos o no casarnos, aunque eso sería indicio de un compromiso muy serio. Es más un problema de... de ser capaz de dejarle ver cuánto lo amo, ¿entiendes? Cuando alguien se sabe amado con certeza puede cambiar... -su voz se fue apagando mientras miraba a su tía-. Oh, no sé cómo expresarlo. Sólo sé que me da mucho miedo.
Beth la miró un largo momento.
-¿Y cuánto te asusta no estar con él? No contestes ahora -añadió al ver que Rosalie abría la boca-. Piensa en ello, ¿de acuerdo?
Rosalie pensó en ello. Pensó en ello las siguientes noches, mientras daba vueltas en la cama, sin poder dormir.
El viernes por la mañana se despertó temprano a pesar de que no se había podido dormir hasta las tres de la madrugada.
Había cometido el mayor error de su vida. El que cometió al casarse con Miles era una insignificancia comparado con el que había cometido echando a Kingsley de su lado. De pronto su mente se aclaró y supo exactamente lo que quería.
Miles había desaparecido para siempre, en todo el sentido de la palabra. Se había esfumado de su mente, de su corazón, de su vida y de su mundo, de manera que, ¿por qué estaba permitiendo que destrozara su vida por segunda vez? Beth tenía razón. La perspectiva de no estar con Kingsley la asustaba mucho más que la idea de aceptarlo plenamente en su vida.
Confundir a Kingsley con Miles era una estupidez que no se podía permitir. Su sinceridad, su rectitud, su habilidad y valor para encarar los problemas, eran cualidades de las que Miles había carecido por completo.
Se irguió en la cama y encendió la luz de la mesilla. Qué ciega había estado... Kingsley había desnudado su corazón ante ella y ella ni siquiera había sido capaz de escucharlo de verdad. ¿Qué había hecho?
Se levantó con el estómago encogido y fue a la cocina a prepararse un café.
¿Por qué no había encontrado el valor necesario para decirle que lo amaba? Él no la había llamado desde que se había ido, y no podía culparlo por ello. Evidentemente, se había desentendido de ella. ¿Pero cómo iba a vivir en el mismo mundo que Kingsley sin estar con él? ¿Cómo iba a soportar saber que era libre para conocer a otra mujer con la que casarse y tener hijos?
Gimió y apoyó un momento la cabeza en la superficie de la mesa. Lo que más deseaba en el mundo era estar con él, pero sus temores le habían impedido darse cuenta de ello. Cuando Kingsley se fue, ella pensó que unos días de separación le harían comprender que no tenían ningún futuro juntos. ¿Y si él había llegado a la misma conclusión?
Pero si Kingsley la amaba, si de verdad la amaba, sería con todos sus defectos. Era esa clase de hombre. ¿Pero iba a atreverse a creer que la amaba de verdad? Sintió un júbilo que no experimentaba desde niña. Sí, se atrevía a creerlo. De manera que era lógico pensar que Kingsley no había cambiado de opinión. Aunque sus temores y emociones le dijeran otra cosa, debía dejarse llevar por la lógica. No podía seguir dudando de sí misma si quería que aquella relación tuviera algún futuro. Y quería -un futuro con Kingsley a toda costa.
Se puso en pie dispuesta a darse un rápido baño. Luego llamaría al aeropuerto para averiguar la hora de la llegada del vuelo e iría a buscar a Kingsley. Miró el reloj de la cocina y decidió llamar antes de tomar el baño. Una voz anónima le dijo educadamente que ese día no iban a llegar vuelos de Jamaica debido a que un ciclón estaba azotando sus costas y los aviones no podían despegar.
Rosalie colgó el teléfono muy despacio, con mano temblorosa. Era demasiado temprano para llamar a la secretaria de Kingsley en Londres.
Las siguientes horas fueron las más largas de su vida. Se dedicó a limpiar la casa de arriba abajo para distraerse mientras su mente no dejaba de agobiarla con imágenes de Kingsley enterrado bajo una pila de escombros, o atrapado en algún lugar, herido... Y pensar que le había dicho que no lo quería... No podía soportarlo.
A las ocho en punto, llamó a su secretaria a casa y le dijo que tenía cosas que hacer y que no iba a ir a la oficina. A las nueve llamó a la secretaria de Kingsley.
-Hola, señorita Milburn -saludó la joven-. ¿El número del señor Ward en Jamaica? Por supuesto, lo tengo aquí. Un momento -se oyó un sonido de papeles-. Es terrible lo de su amigo, ¿verdad? Y encima ahora se desata un ciclón...
El corazón de Rosalie se encogió.
-¿Ha muerto su amigo?
-Oh, no, no ha muerto, pero parece que se ha quedado paralizado.
Rosalie anotó el número y le dio las gracias.
A pesar de que en Jamaica eran las tres de la madrugada, decidió llamar de todos modos.
El recepcionista del hotel le puso con la habitación de Kingsley después de mencionar que era posible que éste ya se hubiera reunido con los demás clientes en el sótano.
La llamada fue respondida de inmediato. -¿Hola?
-¿Kingsley? ¿Eres tú? Soy Rosalie.
-¿Rosie?
Rosalie no había podido contener las lágrimas de alivio que le produjo oírlo y fue incapaz de pronunciar palabra mientras la línea no paraba de hacer ruidos estáticos.
-¿Rosie? ¿Estás ahí?
-Lo siento tanto... -el labio inferior de Rosalie temblaba tanto, que apenas podía hablar-. ¿Podrás perdonarme?
-Rosie, apenas puedo oírte por la tormenta...
¿puedes hablar más alto?
-¿Podrás perdonarme? -gritó ella-. He sido tan estúpida...
-No has sido estúpida... -los ruidos de la línea interrumpían intermitentemente la voz-... muy valiente...
-¡No puedo oírte!
-He dicho que eres la mujer más valiente que conozco. La cosa está empeorando y...
-Oh, Kingsley, apenas te oigo, pero quiero decirte que lo siento, que te quiero y que te cuides...
La línea había quedado definitivamente cortada.
Rosalie colgó el teléfono, desconsolada. Kingsley estaba en peligro y ella no estaba segura de si había escuchado lo que le había dicho.
Pasó el resto de la mañana pegada al televisor y a la radio para mantenerse informada sobre la evolución del ciclón Kimberley, que era como lo habían bautizado. Al parecer, era uno de los ciclones más intensos que había azotado las costas de Jamaica en los últimos años.
A media mañana, llamó a Beth para informarle de lo que estaba pasando y esta le pidió que la llamara en cuanto tuviera alguna noticia.
Acababa de colgar cuando sonó el teléfono.
-¿Rosie?
Era Kingsley. De inmediato, el corazón de Rosalie se puso a latir aceleradamente.
-¡Kingsley! ¡Te quiero, Kingsley! -exclamó, aterrorizada ante la posibilidad de que no pudiera escucharla-. Estaba totalmente equivocada y quiero que estemos juntos. ¿Puedes oírme?
-Sí, corazón.
Corazón. La había llamado corazón. Las lágrimas volvieron a deslizarse por las mejillas de Rosalie, pero le dio igual. Estaba dispuesta a llorar siempre si Kingsley la llamaba «corazón».
-Un cliente del hotel tiene un móvil conectado por satélite y me lo ha dejado un momento, pero tengo que devolvérselo enseguida, así que tenemos que hablar rápido.
-¿Estás bien? ¿Estás herido?
-Estoy sucio, lleno de barro, hambriento y sediento, pero no estoy herido. Algunos estamos echando una mano en los barrios más marginales, donde siempre sufren más las consecuencias de estos cataclismos.
De inmediato, Rosalie tuvo visiones de edificios desplomándose cuando Kingsley entraba en ellos. -Ten cuidado, por favor. No corras riesgos.
-Me ha alegrado mucho que llamaras esta madrugada -dijo él.
-Y yo me he alegrado de haberlo hecho.
-Te quiero.
-Yo también te quiero -Rosalie recordó de pronto que no le había preguntado por su amigo-. ¿Cómo está Alex?
-No está bien -el tono de Kingsley reveló en aquel momento su agotamiento-. Afortunadamente, el ciclón no ha afectado al hospital en que se encuentra.
-¿Podrás perdonarme, Kingsley?
-Siempre, corazón.
-¿Cuándo crees que podrás irte?
-Estamos esperando a tener noticias. Ahora tengo que dejarte. Nos vemos pronto.
Rosalie quiso protestar, pues sentía que algo iba mal, que podía suceder algo antes de volver a verlo.
En lugar de ello, dijo: -Cuídate.
-Lo haré. Adiós, Rosie.
-Adiós.
En cuanto colgó, Rosalie repasó la conversación que acababan de mantener. Necesitaba hacer comprender a Kingsley qué le había impedido comprometerse con él, explicarle por qué lo amaba tanto, lo especial que era para ella...
Permaneció sentada unos minutos, recordando con deleite las ocasiones en que la había llamado «corazón». Después de llamar a Beth, que se alegró enormemente por ella, fue al dormitorio y, tras quitarse tan sólo los zapatos, se tumbó en la cama y se quedó dormida.
El teléfono volvió a despertarla unas horas después. Al oír la voz de Beth al otro lado de la línea no pudo evitar una punzada de decepción.
-Lo siento, Lee. ¿Esperabas que fuera él? -dijo su tía animadamente-. Sólo quería saber si tenías la televisión puesta. Van a informar dentro de unos minutos sobre el ciclón y he pensado que te interesaría.
-Gracias -dijo Rosalie con todo el entusiasmo que pudo, pues lo único que quería era ver a Kingsley en persona-. Ahora mismo la enciendo.
Unos minutos después, se quedaba petrificada ante el televisor.
Estoy segura de que tiene que haber alguna explicación razonable. No saques ninguna conclusión precipitada antes de escuchar lo que tenga que decirte.
Rosalie escuchó a Beth, que había llamado en cuanto habían terminado las noticias, le dijo educadamente que estaba de acuerdo con ella y luego colgó.
Luego permaneció sentada en el cuarto de estar, tratando de dar sentido a todo aquello. Finalmente desistió.
La cadena que informaba sobre el ciclón había presentado un enfoque del aspecto humanitario de aquella clase de desastres naturales, enfatizando que, como siempre, habían sido los más pobres los que habían sufrido las peores consecuencias, pero que era en aquellas ocasiones cuando afloraba el espíritu solidario de los humanos. Muchos turistas y visitantes del exterior se habían unido a las cuadrillas de rescate para ayudar remover los escombros y sacar a los supervivientes.
El corazón de Rosalie estuvo a punto de salirse de su pecho cuando vio a Kingsley. Este había ayudado a sacar a un anciano cuya casa había quedado destruida por un árbol que se había desplomado sobre ella. Según dijo el hombre cuando lo entrevistaron, había sido un auténtico milagro.
Pero la mirada de Rosalie estaba fija en la oscura y alta figura que se hallaba al fondo, y apenas se fijó en nadie más... hasta que una voluptuosa morena se reunió con él y no mostró la más mínima timidez cuando lo rodeó con sus brazos y lo besó de lleno en los labios.
En aquel momento la cámara cambió de imagen, pero la anterior había quedado grabada para siempre en la mente de Rosalie.
Exhaló el aire lentamente. Incluso Beth se había visto obligada a admitir que el beso no había sido precisamente fraternal, y cuando Kingsley había rodeado a la morena con sus brazos, esta se había arrimado a él como una gata en celo.
Era lógico que la hermana de Alex hubiera acudido junto a su hermano después del accidente, y hacía años que Kingsley la conocía, pero aquel beso...
¿Pero qué se había dicho a sí misma hacía sólo unas horas, cuando había decidido lanzarse de lleno a la relación? Sus temores y emociones podían llevarla por un camino, pero ella debía basarse en la lógica y en la confianza. Sin embargo, después de que millones de personas hubieran visto al hombre al que amaba abrazado a otra mujer...
La lógica decía que era la hermana de Alex la que se había lanzado sobre Kingsley, no al revés. Y la confianza decía que tal vez él podría darle una explicación de por qué aquella mujer había decidido darle un masaje sin utilizar las manos... Y tal vez los cerdos podían volar.
Rosalie sintió una impotencia terrible ante la imposibilidad de ponerse en contacto en contacto con Kingsley para preguntarle directamente lo que pensaba de aquello.
¿Podía enfrentarse ella a un futuro con un hombre en el que no confiaba? ¿Querría Kingsley un futuro con una mujer que no confiaba en él?
Se levantó con decisión y fue al baño a lavarse la cara. Ya estaba harta de llorar. No pensaba derramar ni una lágrima más. Kingsley no tardaría en ponerse en contacto con ella, pero no le preguntaría por lo sucedido hasta que lo viera en persona. De ese modo sabría si estaba mintiendo.
Sus instintos la impulsaban a huir, a huir de cualquier compromiso, de la confrontación, de Kingsley, del amor... Pero ya era una mujer madura, no una niña asustada que acababa de perder a las dos personas que más quería en el mundo, o una adolescente cuyo amor había sido pisoteado de la forma más cruel.
Debía enfrentarse a aquello cara a cara, sin histerias, pero también sin ignorar lo que había visto y sin simular que no había sido real. Ya había hecho aquello en otras ocasiones en su vida y no le había ido nada bien.
Kingsley llamó al día siguiente.
-Vuelvo a casa, Rosie. Llego a Heathrow a las siete.
-Estaré esperándote -dijo Rosalie con cautela.
-Esperaba oír eso.
Ella supo que Kingsley,estaba sonriendo, y por un momento le molestó que estuviera tan risueño mientras ella se sentía tan tensa. Respiró hondo.
-¿Cómo van las operaciones de salvamento?
-No demasiado mal. Es duro ver la pobreza y saber que muchas personas lo han perdido todo, pero es increíble lo solidaria que es la gente. La familia es lo más importante para ellos, y se nota.
-¿Y Alex?
-El médico que ha traído su padre dice que podrá ser trasladado sin problemas el fin de semana, pero ya está viendo indicios de mejoría. Todo dependerá de los resultados de las pruebas que le están haciendo. Rosie...
-¿Su padre? -interrumpió Rosalie, sin poder evitarlo-. Creía que sólo estaba su esposa con él -dijo, como si no lo supiera.
-No. Han venido todos.
-Comprendo.
-¿Qué sucede, Rosalie? -preguntó Kingsley con suavidad.
-¿Suceder? Nada -mintió ella con firmeza.
-No te creo, pero ahora tengo que irme. Cuídate, corazón. Nos vemos mañana. Te quiero.
-Yo también te quiero -al menos, Rosalie podía decir aquello sinceramente. Pero las personas que más lo amaban a uno siempre acababan haciéndote daño. Cerró los ojos tras colgar el auricular. ¿Iba a hacerle daño Kingsley? Ella ya le había hecho daño a él cuando le había dicho que no quería saber nada de una relación.
Era una variación diferente respecto a lo que había estado pensando desde que había decidido que quería estar con él, y frunció el ceño. Lo había herido cuando lo había rechazado antes de que se fuera a Jamaica. Y tal vez volvería a hacerle daño cuando le preguntara por la hermana de Alex. Pero él era un hombre, no un niño. Ella se había andado con pies de plomo con Miles por temor a hacerle daño o a enfadarlo. Pero si Kingsley era el hombre de su vida, se encontraría a medio camino con ella. Probablemente no le gustaría lo que iba a preguntarle, pero sabría manejar la situación, porque era esa clase de hombre.
Rosalie quería creer en un amor que durara para siempre. No podía creer cuánto deseaba aquello. Las decepciones que había experimentado en su vida le habían hecho renunciar a ello, pero desde que había conocido a Kingsley se había atrevido a volver a tener esperanza.
¿Tendría el valor de preguntarle por la hermana de Alex cuando lo tuviera delante y viera lo que podía perder? Esperaba que sí. No quería sentirse decepcionada consigo misma cuando, después de tantos años, empezaba a gustarle de nuevo lo que veía en el espejo.
Llegó al aeropuerto antes de la hora, pero no pudo evitarlo.
A pesar de que el cielo estaba totalmente gris y amenazaba con descargar la típica tormenta de verano, había elegido un vestido ligero y blanco cuya falda le llegaba casi hasta los tobillos y unas sandalias a juego.
El avión llegó a tiempo y el corazón de Rosalie aceleró sus latidos mientras esperaba a Kingsley.
Y entonces lo vio. Alto, seguro de sí mismo e increíblemente atractivo. Había desnudado su alma ante aquel hombre y le había contado cosas que no planeaba, contarle nunca a nadie. ¿Cómo había sucedido?
Cuando la vio, Kingsley agitó la mano y su rostro se distendió en una sonrisa que hizo que el corazón de Rosalie latiera aún más deprisa.
-Hola -saludó cuando estuvo ante ella, y dejó su maleta en el suelo para abrazarla. El besó que le dio sólo duro unos momentos, pero Rosalie estaba temblando cuando la soltó.
-Estás preciosa.
-Gracias.
Él sonrió y apoyó una mano en su mejilla, como si no pudiera soportar no tocarla.
-He soñado contigo cada noche, pero no hay nada como la realidad.
Rosalie miró a su alrededor, incómoda en medio de la multitud que abarrotaba el aeropuerto.
-¿Nos vamos?
El la miró atentamente un momento, pero no dijo nada. Se limitó a tomar su maleta y a enlazar el brazo de Rosalie con el suyo como si aquel fuera el lugar en que debiera estar.
Una vez en el exterior, las nubes que cubrían el cielo comenzaron a dejar caer las primeras gotas.
-Por fin parece que va a estallar la tormenta -murmuró ella.
Kingsley acababa de hacer una seña a un taxi cuando la tormenta se desató de lleno. Una vez en el interior, Rosalie se dio cuenta de que su vestido, tan elegante y moderno unos momentos antes, se había empapado y se ceñía completamente a su cuerpo.
-¡Diablos! -exclamó Kingsley, que también se había mojado-. No sé qué pasa, pero parece que últimamente atraigo las tormentas.
Dijo aquello en tono de broma, pero algo en la expresión de Rosalie captó su atención y, mientras el taxi se ponía en marcha, pasó un brazo por sus hombros y la atrajo hacia sí.
-De acuerdo, ¿qué pasa? Y no digas que nada. Se supone que este iba a ser un encuentro maravilloso, no una tragedia.
Rosalie se estremeció, y no sólo porque estuviera mojada. Esperaba poder esperar a estar en casa antes de decir nada. Sintió que la calidez del cuerpo de Kingsley empezaba a hacerle entrar en calor y contuvo el aliento. Podía estropearlo todo hablando. Quería acariciarlo, hablar con él, amarlo... Pero tenía que averiguar la verdad. No sabía cómo empezar.
-¿De verdad has soñado conmigo? -preguntó.
-Claro que he soñado contigo. Y si te hubiera visto antes con ese vestido lo habría incluido en el sueño.
-No sabía que se volvía casi transparente con la lluvia.
-No me quejo. Es el mejor recibimiento que he tenido nunca -Kingsley tomó a Rosalie por la barbilla y le besó la punta de la nariz y los párpados antes de centrarse en sus labios-. Y ahora, suéltalo.
Ella respiró hondo.
-Ayer te vi en las noticias -dijo, aunque no era así como tenía pensado empezar.
-¿Qué? -fuera lo que fuese lo que esperaba Kingsley, evidentemente no era aquello.
-En las noticias -repitió Rosalie-. Estaban entrevistando a alguien sobre el ciclón y tú aparecías al fondo de la imagen.
-Vaya -Kingsley sonrió-. Si lo hubiera sabido, te habría enviado un beso.
-Ya estabas ocupado en ese terreno -Rosalie alzó una ceja con gesto interrogante, pero vio que él la miraba con expresión de desconcierto.
-¿Qué terreno?
-El terreno de los besos -contestó ella, tensa.
-Discúlpame, Rosie, pero no sé de qué estás hablando.
-¿No lo recuerdas?
Kingsley frunció el ceño.
-Podríamos seguir así toda la tarde, así que, ¿por qué no me cuentas de una vez de qué se trata?
-De ti y la hermana de Alex -dijo Rosalie con más agresividad de la que pretendía.
-¿La hermana...? -el ceño de Kingsley se distendió-. ¿Quieres decir que Trixie también aparecía en la imagen?
Rosalie lo miró sin saber muy bien cómo iba a reaccionar. Trató de leer su expresión, pero no pudo. Se movió inquieta en el asiento y notó que el movimiento hacía que las tensas cimas de sus pechos se marcaran claramente contra la tela del vestido. Por la expresión de Kingsley, él también debió notarlo.
-La vi en las fotos de la boda de Alex. También entonces aparecía muy pegada a ti, y tú no parecías precisamente descontento.
-Un momento -Kingsley movió la cabeza-. Trixie es la hermana pequeña que nunca tuve. La mimo y me meto con ella, pero pensar en lo que estás sugiriendo sería ridículo. Sólo es una cría.
-¿Una cría? -repitió Rosalie, que apenas pudo contener su enfado-. Una cría con un noventa sesenta noventa de talla no es una cría, Kingsley, y puede que no hayas notado que la «cría» está loca por ti.
-Tiene veinte años, Rosie.
-¿Y qué? El mundo está lleno de hombres mayores con parejas jóvenes -dijo Rosalie en tono mordaz.
-Estás celosa.
Kingsley estaba claramente encantado y Rosalie habría podido matarlo por ello.
-En absoluto -replicó a la vez que se apartaba de él-. Sólo pienso que resulta vergonzoso que se comporte así en público. Eso es todo.
-Estás celosa de una niña tonta que carece del más mínimo sentido común y que resulta más irritante que otra cosa. Trixie es una pesada, Rosalie. Lo cierto es que la mayoría del tiempo me vuelve loco pero, como ya te he dicho, es como mi hermana pequeña y no me importa.
Rosalie sólo había escuchado lo de «niña tonta». Kingsley lo había dicho en serio, pensó, asombrada. Pensaba que aquel bombón de mujer era una pesada.
-Os estabais besando -dijo de todos modos, testaruda-. Y está muy claro que ella no te quiere precisamente como a un hermano.
-Recuerdo que me besó, y como llegó con la noticia de que los doctores esperaban que Alex mejorara, puede que la abrazara un momento para celebrarlo. Trixie está en una edad en que coquetea con cada hombre que se cruza en su camino. Eso no significa nada -Rosalie se quedó mirándolo, y el tono de Kingsley cambió cuando añadió-. Ven aquí, amor mío. Veo que va a llevarme un tiempo convencerte de cuánto te amo, pero te prometo que será divertido para los dos -dijo cuando la tuvo de nuevo entre sus brazos-. Creo que podré hacerlo más efectivamente teniendo más tiempo, así que, ¿qué te parece si proyectamos una larga luna de miel? Quiero conocerte a fondo en todos los terrenos.
-Kingsley...
-Di «sí, Kingsley».
-Pero...
Kingsley la besó sin ninguna contención. Cuando alzó la cabeza, era totalmente consciente de que Rosalie se estaba derritiendo contra él.
-Di «sí, Kingsley» -repitió.
-Sí, Kingsley -susurró ella contra sus labios-. Sí, sí, sí.
-Una boda rápida -dijo él, y volvió a besarla-. Muy rápida. ¿De acuerdo?
-Sí -contestó Rosalie, cada vez más excitada.
-Mmm. Parece que he encontrado el método perfecto para conseguir lo que quiero.
La lluvia caía a raudales, dificultando la marcha del taxi, pero a Rosalie le dio lo mismo, porque sabía que siempre estaría a salvo con Kingsley. La amaba y la comprendía, y aquello era algo tan valioso, que supo que había merecido la pena esperar por ello.
-Nunca dudes de mi amor ni por un momento -la voz de Kingsley surgió ronca de deseo-. Nunca. Nos enfrentaremos juntos a todas las dudas y temores que sientas. No estás sola, amor mío. Seré tuyo mientras me quede aliento.
Rosalie se arrimó aún más a él y lamentó no estar en su casa en lugar de en un taxi en medio de las ajetreadas calles de Londres.
Pero tenían todo el futuro para estar juntos. Podía entregar a aquel hombre todo el amor acumulado en su corazón porque sabía con certeza que no le haría daño, porque las fuerzas que los habían unido los mantendrían unidos. Un solo corazón palpitando en dos cuerpos.