Capítulo 4

 

ROSALIE no sabía qué esperar después del desastre de día que había pasado con Kingsley Ward, pero, desde luego, no el ramo de flores que le llevaron al día siguiente a casa acompañado de una escueta nota.  

Cúrate pronto. K.

Después, pasaron tres semanas sin que tuviera noticias de él.

La primera semana después del accidente había estado muy inquieta y, con las flores como constante recordatorio de Kingsley, había preferido estar en su despacho. Pero en casa o en la oficina, cada vez que sonaba el teléfono su corazón se ponía a latir como loco.

Para la segunda semana, empezó a preguntarse si habría interpretado mal todas las señales. Probablemente, lo único que en realidad le interesaba a Kingsley Ward de ella era su capacidad profesional.

Para la tercera semana había aceptado que su imaginación le había jugado una mala pasada y que Kingsley sólo se había portado así con ella por pura amabilidad.

El sábado por la mañana, mientras tiraba las flores ya marchitas a la basura, se dijo que Kingsley era la clase de hombre que flirteaba con cualquier mujer con la que estuviera. Y las flores sólo habían sido un delicado gesto de compasión, nada más. Y ya que eso era exactamente lo que ella quería, todo iba bien... ¿O no? Por supuesto que sí. 

El lunes por la mañana, como cada día después del accidente, Mike pasó a recogerla en su Jaguar. Ya faltaba poco para que le quitaran la escayola, se consoló mientras entraba en el coche. El viernes anterior le habían confirmado que se la quitarían en un par de semanas, cosa que estaba deseando con toda su alma.

-Ahí hay algo que podría interesarte -Mike dejó una revista en su regazo tras ayudarla a entrar en el coche-. Ha sido mi esposa la que lo ha visto. La página en cuestión está doblada en un extremo.

Fue completamente ridículo, pero Rosalie se sintió como si acabaran de darle un puñetazo en el estómago cuando vio en las fotos a Kingsley vestido de esmoquin con una voluptuosa morena tomada de su brazo. Consciente de la cuidadosa actitud despreocupada de Mike, hizo un tremendo esfuerzo por mantener la compostura mientras leía los comentarios sobre la boda de alta sociedad que cubría el artículo y que había tenido lugar en Nueva York. Al parecer, Kingsley había sido el padrino de un viejo amigo, un viejo amigo muy rico, y la morena, que era la hermana pequeña del novio, había sido la dama de honor.

Rosalie se consoló absurdamente al pensar que el color amarillo del vestido de la chica no la favorecía lo más mínimo. Pero era lo suficientemente guapa como para que aquello no importara demasiado.

El padrino tomándose sus deberes muy en serio, decía el pie de la última foto, en la que la pareja aparecía muy junta.

-Bonitos vestidos -dijo tras dejar la revista en el asiento trasero-. Y Kingsley tiene un aspecto estupendo, ¿verdad?

Mike le lanzó una rápida mirada antes de hablar.

-Se rumorea que esa es la chica que va a llevarse al soltero más cotizado del momento.

-¿En serio? Qué afortunada.

-Rosalie... -Mike se interrumpió bruscamente-. He pensado que deberías saberlo -dijo, irritado.

-¿Saberlo? -Rosalie se volvió hacia él y se obligó a sonreír-. Espero que la boda no interfiera con el trabajo que estamos haciendo para él. Aparte de eso... -se encogió expresivamente de hombros.

-Sí, claro -era evidente que Mike se sentía incómodo, y Rosalie lo habría sentido por él en cualquier otra circunstancia. Lo cierto era que en aquellos momentos le habría gustado golpearlo, pero, ¿por qué matar al mensajero? ¿Y por qué se sentía ella tan alterada? Kingsley Ward no significaba nada para ella. Absolutamente nada.

Respiró hondo, se volvió hacia Mike de nuevo y se puso a hablar de asuntos profesionales.

La semana fue empeorando a partir de aquel momento, pero finalmente llegó el viernes. Rosalie iba a pasar el fin de semana con una de sus tías; su madre tuvo dos hermanas, y aunque apenas las veía, sabía que siempre podía contar con ellas si las necesitaba. Beth iba a recogerla en el despacho y Rosalie había llevado consigo su bolsa de viaje aquella mañana.

Estaba haciendo unos cálculos a última hora de la tarde cuando llamaron a la puerta de su despacho. Como Jenny había tenido que irse a casa a causa de una migraña, respondió ella misma.

-Adelante, Beth. Enseguida acabo -su tía sólo era diez años mayor que ella y su relación era más de amistad que otra cosa.

-Me han llamado muchas cosas a lo largo de mi vida, pero nunca Beth.

Sorprendida al oír aquella profunda voz, Rosalie alzó la mirada.

-Hola, Kingsley -saludó, y se alegró de estar sentada.

-Hola, Rosalie.

Kingsley estaba apoyado contra el quicio de la puerta, y su aspecto era tan atractivo, que Rosalie sintió que se le secaba la boca.

-Pensaba que eras mi tía -dijo tontamente.

-Pero como puedes ver, no lo soy.

-No, claro -Rosalie se obligó a sonreír-. ¿Qué puedo hacer por ti?

Kingsley entró en el despacho y su descarada masculinidad pareció invadirlo todo. Para horror de Rosalie, se sentó a medias en un lado del escritorio como si tuviera todo el derecho del mundo a hacerlo. Llevaba el pelo más corto que la última vez que lo había visto, lo que enfatizaba la belleza de sus ojos y sus pestañas casi femeninas. Probablemente se lo habría cortado para la boda, pensó, irritada.

-¿Te importa? -Rosalie señaló los papeles que cubrían su escritorio-. Podrías descolocarlos. 

Kingsley miró los papeles y luego a ella, que se ruborizó.

-¿Qué sucede? -preguntó.

-No sucede nada -contestó Rosalie con frialdad-.

Simplemente no quiero que me líes las cosas. El se cruzó de brazos.,

-¿Te lío a ti?

-No me refería a eso.

-¿Cómo va tu pie? -preguntó Kingsley con delicadeza.

-Mucho mejor -Rosalie recordó tardíamente sus modales y añadió-: Gracias por las flores.

-¿Tu tía? ¿Vas a ver a tu tía esta noche? Esperaba que pudiéramos salir a cenar -dijo Kingsley, que tuvo el valor de sonreírle. 

Rosalie no podía creer aquello. Kingsley no se había molestado en llamarla durante todas aquellas semanas y de pronto se presentaba allí con la pretensión de llevarla a cenar.

-Lo siento, pero estoy ocupada.

-Es una lástima -dijo Kingsley, pensando que había cruzado el Atlántico en cuanto había dejado zanjado el asunto que lo había tenido ocupado aquellas semanas. Eso, y la circense boda de Alexander, por supuesto-. ¿Estás libre mañana?

-Voy a pasar todo el fin de semana fuera -era extraño, pero no había resultado tan gratificante rechazarlo como Rosalie había imaginado durante los días en que se había permitido pensar en la remota posibilidad de que ocurriera algo como aquello.

-Con tu tía, ¿no?

Rosalie asintió. Y a continuación hizo lo que se había prometido no hacer bajo ningún concepto.

-¿Cómo fue la boda? -preguntó en tono despreocupado.

-¿La boda? -Kingsley se mostró sorprendido, pero Rosalie no captó ningún indicio de culpabilidad en su expresión-. ¿Mencioné la boda antes de irme?

Rosalie negó con la cabeza.

-La esposa de Mike está suscrita a la revista que cubrió el acontecimiento. Al parecer, eres famoso.

Kingsley hizo una mueca.

-El que es famoso es Alex. Es dueño de medio estado de Nueva York, o más bien lo es su familia. Es un gran tipo, pero vivir en un escaparate puede acabar resultando pesado.

-No lo dudo -dijo Rosalie sin mostrar la más mínima compasión.

-De acuerdo, Rosalie -Kingsley se inclinó hacia ella e ignoró un par de papeles que cayeron del escritorio-. ¿A qué viene esta frialdad?

-No sé a qué te refieres.

-Claro que lo sabes -los labios de Kingsley se habían tensado, pero su voz surgió más suave que nunca-. Te pido que salgas a cenar conmigo y reaccionas como si te hubiera insultado.

-¿Estás en Londres sin nada que hacer y esperas que me postre a tus pies de gratitud porque te dignas a ofrecerte a pasar un par de horas conmigo? -Rosalie se arrepintió de inmediato de haber dicho aquello. Había decidido mostrase tranquila y distante cuando volviera a ver a Kingsley, y prácticamente le estaba exigiendo una explicación de por qué no había tenido noticias suyas en todo aquel tiempo. Era lo peor que podía haber hecho, pensó, abatida, pero al parecer no podía pensar con claridad cuando estaba con aquel hombre.

-¿Es eso lo que piensas? -Kingsley se acercó a ella y la hizo ponerse en pie a pesar de su tobillo herido-. ¿Crees que sólo eres un número más en mi agenda?

Había tomado a Rosalie por los antebrazos y no la dejaba moverse, pero ella alzó el rostro hacia él con expresión desafiante. 

-Eso es lo que creo -dijo con firmeza.

Esperaba que Kingsley sacara a relucir su genio, pero se limitó a mirarla con la cabeza ladeada.

-A algunas chicas eso no les importaría lo más mínimo -dijo con suavidad-. Lo que buscan la mayoría de las mujeres profesionales en la actualidad son relaciones sin compromiso ni ataduras.

-Tienes respuesta para todo, ¿verdad? -murmuró Rosalie, enfadada. Pero su voz no surgió con tanta firmeza como esperaba, sobre todo porque tenía las manos apoyadas contra el pecho de Kingsley y podía sentir los fuertes latidos de su corazón.

-¿De verdad? -había un extraño matiz en el tono de Kingsley, y cuando acarició con los dedos la mejilla de Rosalie, esta fue incapaz de moverse.

-¡Oh, lo siento!

La voz que llegó desde la puerta hizo que Rosalie se volviera en redondo. En lugar de soltarla, Kingsley pasó un brazo por su cintura y la sujetó con firmeza contra su costado.

-Beth -Rosalie nunca se había sentido tan abochornada-. No te he oído llegar...

-Tú debes de ser la tía de Rosalie -Kingsley dejó a Rosalie con delicadeza en su asiento antes de acercarse con la mano extendida a la bonita y rellena mujer que se hallaba en el umbral-. Soy Kingsley Ward. ¿Cómo estás? Esperaba sorprender a Rosalie y llevármela a cenar, pero parece que he llegado demasiado tarde.

Furiosa, Rosalie vio que Beth caía al instante bajo su embrujo.

-Oh, qué lástima -Beth miró a su sobrina, que gimió interiormente al ver el brillo de sus ojos. Su tía llevaba años dándole la lata para que buscara un hombre bueno con el que casarse y disfrutar de la vida y, obviamente, Kingsley era la respuesta a todas sus esperanzas-. ¿Ha venido de muy lejos?

-De Nueva York -Kingsley sonrió-. No demasiado lejos.

-¿En serio? ¡Qué lástima! Rosalie va a venir a pasar el fin de semana con nosotros; ¿por qué no vienes con ella? Tenemos un par de dormitorios libres ahora que dos de nuestros hijos están en la universidad y el otro anda en alguna excavación arqueológica por Escocia.

-Una excavación. Qué interesante. Pero no querría imponer mi presencia...

-No sería ninguna imposición. Nos encantaría que viniera, ¿verdad, Rosalie?

Rosalie pensó que su tía se desmayaría si le dijera lo que estaba pensando.

-Estoy segura de que Kingsley tendrá muchas cosas que hacer a lo largo del fin de semana, Beth -dijo, tensa-. Es un hombre muy ocupado.

-Pero demasiado trabajo y nada de diversión... -Beth miró con expresión radiante al hombre alto, moreno y maravillosamente atractivo que tenía delante. No podría haber encontrado nadie mejor para Rosalie ni aunque hubiera vuelto Londres patas arriba.

Rosalie abrió la boca para decir algo, pero Kingsley fue más rápido.

-Si estás segura de que no es problema, me encantaría ir -dijo, en tono vergonzosamente humilde-. He venido a ver a Rosalie directamente del aeropuerto, de manera que tengo todas mis cosas en el coche. Sería magnífico poder pasar un fin de semana relajado. 

Aquello era demasiado. Rosalie estuvo a punto de atragantarse de rabia. ¿Y cómo había podido Beth invitarlo sin consultar antes con ella? Evidentemente, se había vuelto loca al ver aquellos ojos azules.

-Perfecto -Beth parecía haber entrado en trance-. Entonces, ya está acordado. Y así conocerás a mi marido George... al menos si logramos sacarlo de su estudio. Está preparando un artículo sobre los orígenes del antropomorfismo... sea lo que sea eso.

-La atribución de una forma o personalidad humana a un dios, animal, o cosa... creo -dijo Kingsley.

-¡Eso es! -Beth lo miró con admiración-. ¡Qué listo eres! Te llevarás de maravilla con George. Es profesor universitario y creo que echa de menos hablar de sus cosas desde que nuestros hijos se han ido. Todos han salido a él en lugar de a mí.

-Ellos se lo han perdido.

Rosalie temió enfermar si tenía que seguir soportando aquello. Tosió significativamente y, tras obtener la atención de Beth y Kingsley, dijo:

-Lo siento, pero aún tengo que seguir trabajando unos diez minutos. Beth, ¿por qué no le das las señas a Kingsley para que pueda ir más tarde? -aquello le permitiría informar a su tía sobre aquella absurda situación para que olvidara sus artimañas de casamentera.

-¿Y por qué no me voy yo a hacer algo de compra y nos vemos cuando vuelva a casa? -sugirió Beth animadamente-. Tú puedes llevar a Kingsley... es un nombre muy poco habitual, ¿verdad?

Kingsley sonrió.

-Mis amigos me llaman King, y estoy seguro de que vamos a ser amigos. 

Beth rió.

-King. ¡Qué espléndido!

Rosalie cerró los ojos un segundo.

-Me parece una idea estupenda -dijo Kingsley-. Gracias, Beth -se volvió hacia Rosalie, cuyas mejillas y ojos ardían-. Esperaré en el despacho de tu secretaria hasta que termines -tras salir con Beth cerró la puerta a sus espaldas.

Rosalie siguió mirando la puerta unos segundos. Luego se dejó caer contra el respaldo del asiento a la vez que exhalaba el aliento. No sabía si reír o llorar. ¿Quién si no Kingsley podría habérselas arreglado tan bien para conseguir lo que quería?

Bajó la mirada hacia los papeles que tenía sobre el escritorio, pero había perdido por completo el hilo de lo que estaba haciendo. Un fin de semana con Kingsley. Todo aquel asunto era surrealista. ¿Y la chica de la foto? ¿Dónde encajaba en todo aquello? ¿Sería una de esas mujeres de carrera de las que hablaba Kingsley que no querían saber nada de ataduras? ¿O serían ciertos los rumores que había oído Mike sobre su cercana boda con Kingsley? Si ese era el caso, éste no debería estar allí en aquellos momentos.

Se llevó las manos a las mejillas y notó que ardían. No quería nada de aquello. Sintió un repentino pánico. Había logrado crear para sí una buena vida con mucho esfuerzo, y no quería que nada ni nadie la estropeara. Y Kingsley tenía la posibilidad de hacerlo.

Control. Todo residía en el control, como había sucedido con Miles. Éste entró en su vida como un huracán y la conquistó con su encanto y su buen aspecto, cautivándola hasta el punto de empezar a hacerle creer que el negro era blanco. Ella tenía dieciocho años cuando lo conoció y casi veintiuno cuando rompieron y, aparte de los primeros meses de su relación, ella se limitó a existir más que a vivir. La aterrorizaba disgustarlo, perder su amor, y aceptaba ser siempre la culpable de todo. Se notaba que era hija de su madre. 

La vergüenza y la humillación del recuerdo le hicieron erguir la espalda. Debía recordar a toda costa que la única manera de estar a salvo con un hombre como Kingsley era no implicándose en una relación con él. Todo aquello era una simple diversión para él.

Quince minutos después, salía de su despacho, nuevamente dueña de sí misma. Kingsley dejó sobre la mesa la revista de coches que estaba ojeando.

-No frunzas el ceño o te saldrán arrugas antes de tiempo.

«No reacciones», se dijo Rosalie. «Eso es precisamente lo que pretende». Sonriente, dijo:

-Correré el riesgo.

-No pensarás lo mismo a los cincuenta, cuando parezcas una ciruela pasa en lugar de un melocotón -Kingsley le dedicó una de las escasas sonrisas que hacían que sus ojos se iluminaran, y Rosalie tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para no dejarse afectar por aquella metamorfosis. Pero entonces él la rodeó con sus brazos y dejó de sonreír-. ¿Cómo se llamaba?

-¿Qué? -Rosalie se quedó tan sorprendida que no hizo nada por apartarse.

-El tipo que logró que te colgarás una señal de prohibido.

Rosalie parpadeó.

-No sé de qué estás hablando.

-Mentirosa. Alguien te hizo mucho daño. ¿Cómo se llamaba?

-Suéltame, Kingsley...

-Podemos pasarnos aquí toda la noche si quieres, pero quiero saber su nombre. Cuánto más te veo, menos te conozco, y eso no me gusta.

-Suponía que estabas demasiado ocupado como para preocuparte por mí -replicó Rosalie, tensa.

-Algo me dice que te estás refiriendo a mi «agenda», ¿no?

Rosalie trató de apartarse, pero él no se lo permitió.

-Fuiste tú el primero que mencionó tu «agenda» -protestó-. Yo sólo he dicho...

Kingsley inclinó la cabeza y la besó. Fue un beso muy distinto al primero. Rosalie hizo un pequeño amago de separarse, pero mientras la boca de Kingsley seguía tomando lo que quería, sintió que el deseo se desperezaba en el centro de su ser. Mientras él le acariciaba la espalda bajo la delgada blusa que llevaba, notó el evidente efecto que el beso estaba teniendo en él y fue una sensación muy dulce y potente saberse la causa de su excitación.

De pronto, el sonido del teléfono penetró el mundo de caricias y sabores en que se habían sumergido, y Rosalie no supo cuánto tiempo llevaban abrazados. Mientras saltaba el contestador y alguien empezaba a hablar de algo referente a la contabilidad, Kingsley dijo:

-No te besaría así si estuviera implicado en un relación con otra mujer, Rosalie. Eso no tendría por qué impedir que saliéramos a cenar o a pasear, pero no intentaría nada más.

-¿Sólo una relación de amistad platónica? Rosalie trató de mostrarse incrédula, pero estaba temblando demasiado.

-Eso es.

¿Podía creerlo? Rosalie miró los penetrantes ojos azules de Kingsley y admitió que no lo sabía. Creyó a Miles en su momento y fue un error. Pensar en Miles hizo que su corazón se encogiera. Kingsley debió notarlo en su expresión.

-Antes o después, tendrás que enfrentarte a tus miedos; lo sabes, ¿verdad?

-¿Por qué? -preguntó ella, y se dio cuenta demasiado tarde de lo que acababa de admitir.

-Porque eres demasiado preciosa y deseable como para que no sea así. Fuera quien fuese, e hiciera lo que hiciese, el futuro es tuyo y sólo tú vas a decidir lo que quieres hacer con él. ¿Crees eso?

Rosalie permaneció un momento en silencio, sintiendo que la euforia de estar entre los brazos de Kingsley y de ser besada por él había desaparecido.

-Se llamaba Miles Stuart.

-¿Y? -dijo Kingsley con suavidad.

-Nos conocimos cuando yo tenía dieciocho años, nos casamos cuando cumplí los diecinueve y nos divorciamos cuando cumplí los veintiuno -el tono de Rosalie se había vuelto más duro según hablaba.

-¿Cuando estabas en la universidad?

Ella asintió. No pensaba ir más allá.

Kingsley tenía suficiente experiencia en el duro mundo de las finanzas como para saber cuándo poner cara de póquer. 

-¿Y te hizo daño? -preguntó, a pesar de saber que no tenía derecho a hacerlo.

-No quiero hablar de ello.

-Bien -Kingsley tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para mantener la calma-. Pero lo que he dicho antes sigue siendo cierto. Él pertenece al pasado y tú tienes que pensar en el presente.

Rosalie lo miró a los ojos y pensó que no tenía idea de lo que estaba hablando. Era terrible perder a los dieciocho años en el juego de las decisiones y las consecuencias.

-¿Fuiste a terapia? -preguntó Kingsley al cabo de un momento.

-Esto es Inglaterra, no los Estados Unidos -Rosalie trató de moderar la aspereza de su tono cuando añadió-: Como he dicho, no quiero hablar de ello.

-¿Pero hablaste de ello con alguien cuando sucedió, o más tarde?

Rosalie podía oír los latidos de su propio corazón. No soportaba pensar en Miles ni un segundo. Tragó saliva.

-Yo no soy así -dijo con cautela-. Hablar no habría servido de nada -de hecho, la habría matado; y diez años después aún tenía la misma sensación. Había algunas cosas tan degradantes que hablar de ellas con otra persona resultaba impensable-. Me casé con él y fue un error. Eso es todo lo que necesitas saber.

Kingsley asintió.

-Claro. Lo que tú digas. Pero volviendo a nosotros...

-¿Nosotros? -Rosalie no pudo ocultar el pánico de su voz.

-Hay un «nosotros», Rosie, te guste o no. Lo hubo desde el momento en que nos vimos por primera vez. Llámalo el factor X, o lo que quieras, pero tu cuerpo supo lo que quería mucho antes de que tu mente llegara a aceptarlo -Kingsley alzó una ceja, como retándola a negarlo.

-Estás hablando de sexo -replicó ella-. Eso es todo.

-Rosie...

-¡No me llames Rosie! Todo el mundo usa el diminutivo Lee.

-Pero yo no soy todo el mundo, ¿verdad? -Rosalie no dijo nada y Kingsley siguió hablando-. Además, Lee es un diminutivo abstracto, frío, casi de chico -se inclinó y tomó las muletas del suelo, donde habían caído segundos antes de que besara a Rosalie-. Pero ya seguiremos conociéndonos más adelante -dijo con ironía-. Beth nos estará esperando.

-No puedo creer que prácticamente te hayas auto invitado a pasar el fin de semana en casa de mi tía -murmuró Rosalie.

-Pues créelo -dijo él sin el más mínimo atisbo de arrepentimiento-. Y aún no has visto nada. Créeme al menos en eso.