Capítulo 7

 

-Y cuándo vas a volver a verlo? 

Era la noche siguiente. Beth se había presentado en casa de Rosalie en cuanto ésta había vuelto del trabajo. Según ella, había ido a la ciudad a hacer unas compras... pero su sobrina no estaba muy convencida de que aquello no fuera una excusa. En cuanto había abierto la puerta, el único tema de conversación había sido Kingsley.

-Ya te he dicho que no lo sé -estaban sentadas tomando un vino mientras esperaban a que les llevaran la pizza que Rosalie había encargado por teléfono.

-Pero salís juntos oficialmente, ¿verdad? No será uno de esos horribles acuerdos modernos en los que cada uno es libre de hacer lo que le da la gana, ¿no? -preguntó Beth, ansiosa.

-Beth...

-¡Dime que no, Rosalie!

-Apenas puedo meter baza para decir nada, Beth -Rosalie suavizó sus palabras con una sonrisa, pero por dentro no dejaba de preguntarse cómo explicar su relación con Kingsley, pues en realidad no sabía qué terreno pisaba-. Ya te he dicho cómo nos conocimos y que voy a ser la aparejadora de la obra que está poniendo en marcha su empresa -dijo con cautela-. Además, hemos acordado vernos mientras esté en Inglaterra para comprobar cómo van las cosas entre nosotros. 

-Y supongo que entre tanto él no saldrá con otras mujeres en los Estados Unidos, ¿no? 

Buena pregunta.

-Supongo que no -contestó Rosalie con más cautela todavía.

Beth se movió en el asiento como solía hacerlo cuando no estaba totalmente satisfecha con algo.

-Es un hombre maravilloso, Lee, el más divino que he visto desde... desde siempre. ¿Cómo se te ocurre dejarlo ir sin establecer unas reglas bien claras para vuestra relación?

-La cosas no son así...

-Y nunca lo serán con un hombre tan sexy como él si no insistes en que lo sean -dijo Beth, ansiosa.

-No estoy segura de querer una relación con Kingsley -por fin lo había dicho. Rosalie esperó a que estallara la tormenta mientras miraba a su tía.

Sorprendentemente, lo que hizo Beth fue servirse otro vaso de vino y beber la mitad antes de suspirar.

-Es por él, ¿verdad? No seguirás pensando en Miles a estas alturas, ¿no?

-Te aseguro que cuando pienso en él no es precisamente para echarlo de menos -dijo Rosalie en tono irónico.

Beth la miró atentamente.

-¿Lo que sucedió entre Miles y tú te ha impedido intentar una relación con otros hombres? Porque si es así, no deberías permitirlo. No ahora, y mucho menos con Kingsley. Hombres como él sólo aparecen muy de vez en cuando.

-Mi matrimonio con Miles fue una auténtica pesadilla, Beth -dijo Rosalie, que a continuación tomó un largo trago de vino.

-Oh, Lee -Beth la miró con expresión trágica.

Rosalie respiró hondo.

-Sé que la familia no quiere hablar de mis padres, pero, comparado con Miles, mi padre era muy normal.

-No es que George y yo no quisiéramos hablar de tus padres -dijo Beth, preocupada-. Lo que sucede es que pensábamos que tú no querías hacerlo. Nunca has hablado de ello.

-Porque siempre ha sido un tema tabú. Pensaba que todos os avergonzabais de lo que había pasado.

-No, no -Beth estaba claramente horrorizada-. Lo que sucedía es que nadie sabía cuánto habías visto ni cuánto recordabas. Sólo eras una niña pequeña, y mi madre pensó que, si no insistíamos sobre el tema, lo superarías antes.

-Oh, Beth -Rosalie movió la cabeza lentamente y cuando empezó a hablar todo surgió a borbotones. Todas las dudas, temores, vergüenza y culpabilidad que había mantenido encerradas en su cabeza durante tanto tiempo salieron a la luz y, cuanto más hablaba, más reaccionaba Beth, hasta que las dos acabaron abrazadas llorando. Pero fueron unas lágrimas saludables y liberadoras.

-Tu padre te adoraba, Lee -dijo Beth en determinado momento-. No dudes nunca eso. Solíamos comentar lo extraño que era que nunca mostrara celos hacia ti a pesar de lo mucho que te quería tu madre. A nosotros nos costaba verdaderos esfuerzos pasar del umbral de la puerta cada vez que íbamos a veros.

Pero él te consideraba una extensión de tu madre y de sí mismo.

Rosalie se sentía como si se hubiera quitado un gran peso de encima.

-¿Qué te ha hecho mencionar hoy a tus padres? -preguntó Beth de pronto.

Rosalie se movió en el asiento, incómoda.

-Le he hablado a Kingsley sobre ellos el fin de semana -admitió.

-Ah, sí, Kingsley. ¿Adónde habíamos llegado con ese tema? -dijo Beth, con la expresión decidida que solía hacer salir corriendo a sus hijos.

-Déjalo, Beth.

-Oh, sí. No estás segura de querer una relación con el hombre más fantástico que ha llegado a estas costas en años, ¿no?

-No es así -dijo Rosalie, exasperada-. Somos... amigos.

Beth abrió la boca para decir algo, pero fue interrumpida por una llamada al timbre de la puerta.

-El chico de la pizza -dijo a la vez que se ponía en pie-. Voy a abrir.

Rosalie iba camino de la cocina cuando se detuvo en el umbral al ver a Beth prácticamente cubierta de flores en el vestíbulo. El enorme ramo era de orquídeas y lirios, no de las típicas rosas, pero Kingsley tampoco era el hombre típico.

Era evidente que Beth estaba pensando lo mismo porque, tras un significativo silencio, dijo:

-Así que amigos... ¿no?

Rosalie contó en silencio hasta diez.

-Eso es todo, Beth. Además, ¿quién dice que sean de Kingsley?

-¿Quieres decir que hay más de un hombre increíble loco por ti? Ninguna mujer podría ser tan afortunada.

Las flores eran de Kingsley, y la tarjeta simplemente decía, Pensando en ti. K.,  algo que sonaba muy suyo. 

Para cuando llegaron las pizzas, Rosalie había distribuido el ramo en dos grandes floreros que había dejado en la encimera de la cocina, pues no quería que su tía siguiera dándole la lata sobre Kingsley toda la tarde.

Mandar flores era fácil. Miles solía hacerlo a diario al principio de su relación... Chasqueó la lengua, irritada consigo misma por estropear con aquel cínico pensamiento lo que debería haber sido un momento agradable.

Cuando Beth se fue, hacia las nueve, Rosalie decidió mimarse un poco y tomar un largo baño con unas sales carísimas que había comprado en navidad. Se llevó consigo una copa de vino y un par de velas aromáticas para relajarse.

Hacía tiempo que había dejado de sentirse ridícula por tener que apoyar en alto la escayola. Cerró los ojos y dejó que la sensual calidez de las sales y del aroma reinante la invadiera mientras vaciaba su mente.

Poco a poco fue notando cómo la tensión abandonaba su cuerpo.

Entonces sonó el teléfono. Y sonó. Y sonó. Cuando ya no pudo ignorarlo más, salió del baño maldiciendo de un modo muy poco femenino y amenazando a quien fuera si dejaba de sonar justo antes de que lo descolgara.

-¡Hola! -exclamó, algo nada habitual en ella cuando respondía al teléfono. 

Hubo un momento de silencio.

-¿Rosie? ¿Eres tú? -preguntó una voz inconfundible.

-¿Kingsley? Creía que estabas en los Estados Unidos.

-Y así es -Rosalie notó por el tono de la respuesta que estaba sonriendo-. ¿Has recibido las flores?

-¿Las flores? Oh, sí, sí, son preciosas. Gracias -Rosalie notó con impotencia que prácticamente estaba babeando como una idiota-. ¿Qué... qué hora es allí?

-La hora da igual -la voz de Kingsley sonaba grave y clara, como si estuviera en la habitación contigua-. ¿Has pasado un buen día?

-Estupendo -el corazón de Rosalie latía tan rápidamente que tuvo que apoyar una mano en el pecho-. ¿Y tú?

-Más o menos. Sueño contigo estando despierto y dormido. ¿Qué crees que puede querer decir eso? Rosalie tragó saliva. 

-¿Has comido demasiado queso? -sugirió. Kingsley rió.

-Quería escuchar tu voz -admitió-. En este mismo momento. Una locura, ¿verdad? ¿Qué me has hecho?

Rosalie se ciñó la toalla con más fuerza.

-Fue un buen fin de semana -murmuró él-. El mejor que he pasado en mucho tiempo.  

Agradéceselo de nuevo a Beth y a George cuando hables con ellos. 

-Son muy agradables. 

-Beth acaba de irse. Se ha quedado muy impresionada con las flores. Casi parecía que se las hubieran enviado a ella.

-También le he mandado a ella una cesta de fresas. 

-¿De verdad? Qué detalle.

Tras una pausa, Kingsley dijo:

-Tienes razón al pensar que quiero conquistarla. Tengo la impresión de que voy a necesitar todas las armas y aliados a mi alcance en lo que a ti se refiere.

Rosalie parpadeó y cerró los ojos un momento al sentir una inesperada sensación de júbilo.

-Lo que piense o deje de pensar Beth no tiene nada que ver -dijo con toda la seriedad que pudo, teniendo en cuenta la gran sonrisa que distendía su rostro-. Soy dueña de mí misma -o al menos lo había sido hasta que lo había conocido.

-No serás tan agarrada como para reclamarlo todo para ti, ¿no? Tiene que haber suficiente para un hombre hambriento.

-¿Estás sugiriendo que estoy gorda? -Rosalie se oyó a sí misma con asombro. ¡Estaba flirteando!

-Eres perfecta. Para mí al menos.

¡Socorro! Rosalie se sentía demasiado oxidada como para sobrevivir en aquel juego durante más de unos segundos.

-¿Rosie? ¿Sigues ahí?

Rosalie se obligó a reaccionar.

-Sí.

-Ahora he de dejarte. Ha surgido un problema en uno de los complejos turísticos. Esperaba poder volver a Inglaterra este fin de semana, pero me temo que tendré que tardar algo más.

Rosalie respiró hondo.

-No te preocupes. Si surge alguna complicación en el trabajo, tengo tus teléfonos, y el arquitecto es muy servicial.

-Olvida al arquitecto. Lo que quiero es besarte, abrazarte... -hubo una nueva pausa y luego Kingsley añadió-: Buenas noches, Rosie. Dulces sueños... mientras sean conmigo.

-Buenas noches -Rosalie colgó el auricular como si estuviera levitando.

Cuando volvió al baño, le fue imposible recuperar la calma. El mero hecho de escuchar la voz de Kingsley había despertado en ella toda clase de emociones, y ninguna razonable.

Pasó el resto del rato en el baño dándose un severo sermón. Era una mujer moderna y profesional con ambiciones y ya había avanzado un buen trecho en los pasados diez años. Las relaciones, cualquier relación, implicaban dar y recibir, y lo normal era que una de las partes se llevara más que la otra. El control y la manipulación ejercían un papel importante en ellas, y Kingsley era un hombre acostumbrado a controlar, sobre todo después de su compromiso roto. Él mismo había dicho que había labrado su imperio a partir de un deseo de controlar su vida.

Pero, aparte de aquello, eran sus sentimientos en lo referente a Kingsley lo que le hacían comprender que sería un suicidio emocional implicarse en un relación con él. Por algún motivo se había encaprichado de él y, por mucho que le hubiera gustado mentirse diciendo que se trataba de una mera atracción física, sabía que no era así. Le gustaba demasiado estar con él; le gustaba demasiado él.

Cuando salió de la bañera, se miró un momento al espejo. No podía apagar y encender sus sentimientos a voluntad, por mucho que le hubiera gustado poder hacerlo. Tampoco quería ponerse en una posición en que un hombre volviera a tener el poder de hacerle arrodillarse, e intuía que, por mucho daño que le hubiera hecho Miles, el dolor que podría infligirle Kingsley sería mucho peor. Había sobrevivido al desastre una vez, pero si se implicaba en una relación con Kingsley, cuando todo empezara a ir mal no podría consolarse pensando que había sido a causa de su inexperiencia. 

Se fue a la cama decidida a no volver a agobiarse por aquel tema. La lógica le decía que sería una locura permitir que su relación con Kingsley creciera. Él había dicho que podían tomárselo con tanta calma como ella quisiera. Perfecto. En ese caso, se lo tomaría con tanta calma, que Kingsley acabaría por perder el interés y buscaría pastos más verdes.

Se mantendría ocupada con su trabajo, saldría con algunas de sus amigas de un modo más regular y empezaría a soltarse la melena, reservaría unas vacaciones fabulosas para el año siguiente y reorientaría su vida en general. Después de todo, era posible que haber conocido a Kingsley hubiera sido una suerte, pues aquel encuentro le había hecho replantearse lo que realmente quería de la vida. Asintió enérgicamente, se dio la vuelta en la cama y casi al instante se quedó dormida.

Despertó en medio de la noche con lágrimas en los ojos y el cuerpo tenso a causa de una pesadilla; Kingsley había estado allí, pero se trataba de un Kingsley diferente, que tenía los ojos marrones en lugar de azules y que, rojo de rabia, había empezado a gritar y a dar golpes...  

Se irguió en la cama y pasó una mano temblorosa por su rostro.

¿Por qué no dejó a Miles antes de la noche de su graduación? Era una pregunta que se había hecho muchas veces. Pero entonces era mucho más joven y estaba confundida y asustada. Se había acostumbrado a que le pegara cuando tenía uno de sus arrebatos, pero después Miles siempre se mostraba tan arrepentido que lo perdonaba. A fin de cuentas se trataba de Miles Stuart, el magnífico hombre con quien todo el mundo decía que había tenido la suerte de casarse, de manera que ella tenía que ser la culpable de sus peleas.

Pero aquella noche, después de estar de fiesta con sus amigos y de que la mayoría de la gente hubiera bebido más de la cuenta, entró inadvertidamente en una de las habitaciones de la casa en que se había celebrado la fiesta y encontró a Miles y a una de sus amigas en la cama.

Se marchó inmediatamente de la casa con intención de volver andando al piso que tenían alquilado, pero Miles fue tras ella en su deportivo. Cuando lo oyó llegar, creyó que iba a disculparse, pero lo que hizo fue salir del coche y golpearla hasta dejarla casi inconsciente. Luego, cuando llegaron a casa, volvió a atacarla. Pero en aquella ocasión ella se rebeló y se puso a dar patadas a arañar y morder con todas sus fuerzas. No sabía exactamente cuándo se dio cuenta de que Miles pretendía violarla, pero la salvó uno de sus vecinos, que se puso a dar golpes en la puerta a causa de los ruidos.

El divorcio fue rápido y silencioso. Los padres de Miles se aseguraron de ello tras ver las pruebas acumuladas contra su hijo. Se quedaron petrificados cuando comprendieron que Rosalie estaba dispuesta a llevarlo a juicio y a arrastrar el nombre de su familia por el fango. Y lo habría hecho si Miles no hubiera aceptado todas sus condiciones para el divorcio.

Aún recordaba la sensación de liberación que experimentó cuando se vio legalmente libre de él, aunque no duró, desde luego. Debía enfrentarse a la realidad y los recuerdos de los malos tratos sufridos a manos de Miles surgían en los momentos más inoportunos de su vida.

Respiró hondo, salió de la cama y fue a la cómoda por un pañuelo con el que sonarse. La gente pasaba por cosas aún peores que aquella, se dijo con firmeza. Ella tenía una casa, un trabajo que le gustaba y normalmente era feliz. Las cosas habían empezado a alterarse un poco tras la aparición de Kingsley en escena, pero volvería a estar bien en cuanto desapareciera.

Ignoró el vuelco que dio su corazón ante la perspectiva de no volver a ver a Kingsley y volvió a meterse en la cama. Oír su voz aquella noche había frenado un poco el proceso, pero eso era todo. Tenía que distanciarse mentalmente de él y su cuerpo la seguiría de inmediato. En realidad era muy sencillo.