Capítulo 6

 

A la mañana siguiente, Beth se vio obligada a despertar a Rosalie a las siete de la mañana. Habían recibido una llamada del decano de la universidad en que estudiaba su hijo pequeño. Al parecer, a uno de los estudiantes que vivía en el mismo edificio que Jeff se le había diagnosticado una meningitis y se encontraba aislado en el hospital local. A todos los demás estudiantes se les había recetado antibióticos como medida preventiva, pero tres de ellos, entre los que se encontraba Jeff, no se encontraban bien. Según el decano, no había por qué asustarse, pero habían decidido ingresarlos para hacerles algunas pruebas. 

-Nos vamos directamente a Cambridge -dijo Beth, que estaba lógicamente preocupada-. ¿Estaréis bien Kingsley y tú? Hay comida de sobra en la nevera. ¿Te importaría dar de comer a los gatos a las seis? Las latas de atún están en el armario de la derecha de la cocina. Luego, puedes darles leche, pero sólo les gusta tomarla en sus cuencos.

-No te preocupes. Nos ocuparemos de ellos -Rosalie siempre había pensado que su tía cuidaba en exceso a aquellos gatos. A ella le parecían perfectamente capaces de cuidar de sí mismos.

-Probablemente nos quedaremos en un hotel cercano hasta ver cómo van las cosas mañana -Beth la miró con expresión trágica-. Oh, Lee, estoy tan preocupada.

-Estoy segura de que a Jeff no le va a pasar nada. Ahora vete tranquila; Kingsley y yo nos ocuparemos de todo aquí.

Rosalie estaba en al cocina preparando un té tras despedir a Beth y a George cuando se hizo consciente de una presencia a sus espaldas. Se volvió y estuvo a punto de perder el equilibrio cuando su pie escayolado resbaló sobre las baldosas del suelo. Kingsley le dedicó una sonrisa desde el umbral.

-Hola.

-Hola -Rosalie se hizo inmediatamente consciente de que ni siquiera se había cepillado el pelo, y la bata y el camisón que llevaba puestos no eran precisamente los más bonitos que tenía.

Kingsley tenía el pelo mojado y se notaba que estaba recién duchado, pero no se había afeitado. Su incipiente barba era pura dinamita, lo mismo que su bata de seda azul oscura y su pijama a juego, que enfatizaba el contorno de su poderoso cuerpo de un modo que debería ser ilegal.

-¿Té? -Rosalie notó con enfado que su voz surgió como una especie de graznido.

-Café, si no te importa. Me basta con que sea instantáneo -dijo a la vez que avanzaba hacia la cafetera eléctrica de Beth-. Mientras esté caliente y sea fuerte, no doy la lata por las mañanas.

Rosalie sintió que la cocina encogía cuando él entró. Le explicó rápidamente el motivo de la marcha de Beth y George mientras abría una ventana para que pasaran los gatos. Estos saltaron al suelo y comenzaron a rodear las piernas de Kingsley a la vez que se ponían a ronronear. El fresco y limpio aire de la mañana invadió la cocina junto con los cálidos rayos del sol. 

Rosalie señaló los gatos.

-Les gustas. Normalmente no se muestran tan amistosos.

-Tal vez deberías seguir su ejemplo -sugirió Kingsley en tono ligeramente burlón. Luego, al ver que el pie de Rosalie volvía a resbalar, añadió con firmeza-. Tú siéntate. Yo lo haré.

Ella obedeció, fundamentalmente porque tanta sensualidad masculina era demasiado a aquellas horas de la mañana.

-¿Tostadas? ¿Cereales? -Kingsley.colocó una taza de té ante ella mientras hablaba-. ¿O prefieres unos huevos a la Ward?

Rosalie lo miró con suspicacia.

-¿Cómo son?

-Huevos revueltos con cebolla y mantequilla y servidos sobre una tostada con un poco de jamón encima. Está mal que yo lo diga, pero son deliciosos.

-¿Cocinas? -Rosalie estuvo a punto de añadir «también», pero se contuvo. El ego de Kingsley ya era lo suficientemente grande como para necesitar más estímulo.

-Por supuesto -Kingsley sonrió-. Mientras quieras huevos a la Ward, por supuesto.

-Para desayunar, comer y cenar, ¿no?

-Exacto.

Cuando Kingsley rió, Rosalie no tuvo más remedio que unirse a él.

¿Por qué tenía que ser tan maravilloso aquel hombre? Era primera hora de la mañana y ya estaba como para comérselo. Sin embargo, ella debía de tener un aspecto espantoso.

Sin embargo, Kingsley no pareció desalentado por su aspecto cuando apartó un mechón del pelo de Rosalie de su frente y lo deslizó con delicadeza entre sus dedos.

-Es pura seda, y tiene unos tonos preciosos cuando le da el sol. ¿De quién lo sacaste?

-De mi padre. También tenía los ojos grises.

Hubo una tensión en el tono de Rosalie que no estaba antes, pero Kingsley no hizo ningún comentario cuando se volvió hacia el fogón.

-Yo voy a tomar cuatro huevos. ¿Tú cuántos quieres?

-Me bastará con dos.

Rosalie observó a Kingsley mientras preparaba los huevos revueltos. En determinado momento, se volvió hacia ella y le sonrió. La respiración de Rosalie se agitó al instante. Aquello era demasiado agradable, demasiado delicioso. Podría haberse pasado el día contemplando el cuerpo de Kingsley y la elegancia animal de sus movimientos, que eran pura magia.

-Ya que te estás encargando de la comida, te recuerdo que los gatos quieren su desayuno -dijo en tono irónico.

-Por supuesto. ¿Son machos o hembras?

-Llamándose Polly y Meg, espero que chicas. O eso, o son unos felinos muy confundidos. 

-Entonces ya sé lo que les gusta -Kingsley abrió el enorme frigorífico de Beth y sacó un cartón de nata líquida. Sirvió un poco en un cuenco antes de que Rosalie tuviera tiempo de mencionarle que sólo comían en los suyos, pero las traidoras gatas chuparon la nata sin protestar lo más mínimo-. No conozco ninguna hembra capaz de resistirse a la nata -añadió mientras se volvía para remover la cebolla en la sartén. 

-Y conoces a la mayoría, claro -dijo Rosalie con exagerada dulzura.

Kingsley se volvió un momento a mirarla.

-Mira que decir eso de las pobres gatitas -replicó con ironía.

Rosalie le sacó la lengua y él sonrió, satisfecho.

Para cuando puso un humeante plato ante Rosalie, ésta ya había gastado suficiente energía nerviosa como para estar hambrienta.

-Está buenísimo -dijo, sin ocultar su sorpresa.

-Gracias -replicó Kingsley en tono sarcástico.

-En serio...

-No te molestes en darme explicaciones -el tono de Kingsley era tan serio, que Rosalie supo que estaba ocultando las ganas de reír-. Sonarías como una de esas mujeres que están convencidas de que sólo ellas son capaces de hacer cosas como cocinar, limpiar y...

Ella le arrojó una servilleta que le dio en el rostro. Kingsley la dejó a un lado y siguió hablando, imperturbable.

-O puede que sean puros celos por mi habilidad -la miró pensativamente-. Creo que más bien es lo último.

-Eso es lo que tú quisieras.

-Quisiera hacer muchas cosas, Rosie, sobre todo contigo...

El calor de su mirada evidenció la clase de cosas en que estaba pensando. Rosalie tomó su vaso de zumo y prácticamente lo bebió de un trago. Cuando se animó a mirar a Kingsley de nuevo, este comía tranquilamente, con cara de estar disfrutando inmensamente de todo aquello.

Pasaron una agradable y tranquila mañana leyendo los periódicos del sábado en el jardín. A la hora del almuerzo fueron a un pequeño pub cercano al río donde comieron pollo y bebieron cerveza bajo una sombrilla.

Beth había llamado justo antes de que salieran para informarles de que Jeff sólo tenía una fuerte gripe.

-Si no os importa, hemos pensado en pasar la noche aquí de todos modos -había dicho-. ¿Os las arreglaréis Kingsley y tú? En la nevera hay unas chuletas que compré para esta noche. También hay lechuga y patatas. No quiero que paséis hambre, ¿de acuerdo?

No había peligro de aquello último. Por la tarde, después de un agradable paseo en coche, pararon a tomar el té en otro pub cuya simpática dueña les ofreció su repostería casera y acabó contándoles toda clase de anécdotas sobre su primer amor.

-Nos queríamos mucho, pero lo mataron justo una semana antes de que terminara la guerra. He tenido tres maridos desde entonces. Me divorcié del primero y enterré a los otros dos, pero nunca ha habido otro como Hank.

Rosalie no sabía si reír o llorar. La mujer era una auténtica cómica y les hizo reír con otras historias, pero cuando mencionaba a su Hank lo hacía con un brillo especial en los ojos, cosa que la conmovió. Cuando se iban, la mujer la tomó del brazo y susurró junto a su oído: 

-No dejes que se te escape ese hombre, querida. Si lo hicieras, lo lamentarías el resto de tu vida. Sé muy bien de qué estoy hablando.

Kingsley se había adelantado y sostenía la puerta abierta para Rosalie.

-¿Qué te ha dicho? -preguntó cuando salieron.

-Que aún echa de menos a Hank.

Kingsley movió la cabeza mientras se encaminaban hacia el coche.

-Es una lástima después de tantos años.

-Sí, lo es -Rosalie miró de reojo a Kingsley mientras caminaban.

Era tan atractivo que hacía que la cabeza le diera vueltas. Y olía de maravilla, a una mezcla de loción para el afeitado y a limón, pensó, distraída, repentinamente consciente de que recordaría aquel momento, el brillante sol, el hombre que estaba a su lado, los olores y los colores, durante el resto de su vida. Ser consciente de ello le produjo una sensación tan intensa, que fue casi físicamente dolorosa.

Se estaba metiendo en aguas demasiado profundas. El miedo hizo que su corazón se pusiera a latir como loco. La seductora sensación de sentirse a salvo de las tormentas de la vida gracias a la protección de aquel hombre era una mera ilusión. Lo que quería era llevársela a la cama, y sería un encanto hasta que lo consiguiera. Pero todo aquello podía cambiar con la misma facilidad que la dirección del viento.

Mientras Kingsley tomaba sus muletas y la ayudaba a entrar en el coche, Rosalie pensó que la mujer del pub no sabía que ellos no eran más que dos barcos cruzándose en medio de la noche, y que ninguno de los dos quería otra cosa. Kingsley quería una breve aventura, pero ella no quería ni eso. 

De vuelta en casa, Kingsley se ocupó de dar de comer a los gatos y Rosalie se ofreció para preparar las chuletas que le había mencionado Beth.

-¿Qué te parece si pongo la mesa en el jardín? -sugirió él-. Me gusta aprovechar al máximo las tardes de verano.

Poco después, tras servir vino en dos copas, Kingsley le ofreció una a Rosalie y a continuación apartó con delicadeza un mechón de pelo de su frente.

-¿Te importa ver cómo van las chuletas? -preguntó ella, sin aliento. Debía controlar sus absurdas reacciones cada vez que Kingsley la tocaba, pero también debía reconocer que tenía sentimientos muy contradictorios respecto a él. Por una parte deseaba no haberlo conocido nunca, y por otra se preguntaba como se las había arreglado para sobrevivir tanto tiempo sin tenerlo a su lado.

Cuando se puso a cortar el pan lo hizo con tanta energía como si estuviera serrando un trozo de madera.

-¿Ya te has quedado más tranquila? -preguntó Kingsley con suavidad.

-¿Cómo? -preguntó ella, irritada tanto con él como consigo misma por el rubor que cubrió de inmediato sus mejillas.

-Ahora que te has librado de parte del exceso de frustración cortando el pan, ¿te sientes más relajada? -replicó él con una serenidad desquiciante.

Rosalie lo miró con cara de pocos amigos.

-¿Cómo van las chuletas?

-Están deseando ser comidas. ¿Por qué no te portas como una buena chica y te sientas mientras yo me ocupo de llevarlo todo a la mesa?

-Tengo que sacar las patatas y...

-Yo puedo ocuparme de eso. Ya has hecho casi todo el trabajo duro, así que ahora me toca a mí. Tú concéntrate en salir al jardín sin que se te caiga el vino del vaso, ¿de acuerdo?

Cuando salió, Rosalie gimió en alto. Aparte de un precioso mantel y todo lo necesario para comer, Kingsley había puesto en la mesa dos velas y entre ellas un florero lleno de rosas blancas. El cielo, teñido de naranja y violeta a aquella hora del atardecer proveía de un fondo perfecto para la escena, y el aroma a madreselva y jazmín resultaba embriagador.

Kingsley salió unos minutos después con las patatas y el vino. Rellenó los vasos y volvió a la cocina por las chuletas. Cuando todo estuvo listo en la mesa, Rosalie dijo:

-Así deberían ser todas las tardes de verano -alzó su copa para un brindis-. Por el nuevo hotel y el éxito de las empresas Ward.

Kingsley sonrió mientras alzaba su copa.

-Por la aparejadora más guapa que he conocido... y porque lleguemos a conocernos mejor -notó que Rosalie se retraía de inmediato al escuchar sus palabras, pero no hizo ningún comentario al respecto-. Deja que te sirva.

Mientras comían charlaron de cosas intrascendentes y ella acabó relajándose. Kingsley se empeñó en hacerla reír y lo consiguió, logrando crear un ambiente relajado y realzado por la quietud del jardín y de la aterciopelada noche. 

Cuando terminaron de comer, él se ocupó de recoger la mesa y volvió un rato después con una bandeja en la que había una selección de quesos además de un recipiente con uvas. Después preparó un café con leche, especias y un toque de licor de naranja.

-Está delicioso -murmuró Rosalie cuando él se sentó a su lado y pasó un brazo tras el respaldo de su asiento-. ¿Dónde aprendiste a preparar así el café?

Kingsley se encogió de hombros.

-No lo recuerdo.

Rosalie lo miró. Había captado algo en su tono que le hizo pensar que estaba mintiendo. Claro que lo recordaba.

-Fue ella, ¿verdad? -dijo sin rodeos-. La mujer que mencionaste anoche... 

Kingsley asintió. -Sí, fue ella.

-¿Y por qué no lo has dicho?

-No me ha parecido que mencionar a otra mujer fuera a mejorar un atardecer tan agradable. 

-¿Te molesta hablar de ella?

Kingsley se cruzó de brazos y la miró con expresión socarrona.

-Lo que quiere decir que piensas que me molesta -dijo con suavidad. Luego se encogió de hombros-. La respuesta es no. 

Rosalie sabía que no era justo preguntar, porque ella no estaba preparada para corresponderle en lo referente a Miles, pero no pudo contenerse. 

-¿Qué pasó?

-María era italiana y trabajaba en uno de los hoteles de mi padre. Estábamos enamorados... o eso creía yo. Le gustaban las cosas bonitas, y en el lugar del que procedía, un barrio especialmente pobre de Nápoles, una chica podía ganar mucho dinero con rapidez ejerciendo la profesión más antigua del mundo. ¿Escandalizada?

-No -mintió Rosalie con rapidez-. Claro que no.

-Yo sí me quedé escandalizado.

-Y.. ¿terminaste con ella?

-No exactamente. Averigüé lo de los otros cuando huyó con un rico empresario que olvidó mencionar cuando nos comprometimos. Obviamente, lo consideró un partido más interesante que el hijo del dueño de un hotel. No me estoy quejando. Fue el impulso que necesité para centrarme de verdad en el negocio y empezar a hacer que mejorara. También aprendí una lección que nunca he olvidado: las mujeres mienten mejor cuando están en posición horizontal.

Rosalie parpadeó.

-Algunas mujeres nunca mienten.

Kingsley sonrió con frialdad.

-Ya te había dicho que mencionar a otra mujer no iba a servir para mejorar la tarde.

-Eso no tiene nada que ver -protestó Rosalie-. No me parece bien que metas a todas las mujeres en el mismo saco.

-Algo que tú nunca harías con los hombres, ¿verdad?

Rosalie miró a Kingsley con expresión conmocionada y él se sintió como el mayor canalla del mundo.

-Supongo que tienes razón -murmuró ella-. Soy culpable de lo mismo, pero tengo mis motivos.

Aquel no era el final del día que había previsto Kingsley. Y desde luego, no era el modo de penetrar la armadura con que se protegía Rosalie. No quería hacer que se sintiera mal.

Asintió enfáticamente.

-Estoy seguro de ello.

¿Por qué le importaba tanto hacerle comprender? Rosalie permaneció muy quieta, sintiendo cómo le daba vueltas la cabeza. Y entonces, de forma totalmente inesperada incluso para sí misma, dijo:

-Mi madre no murió de causas naturales -miró a Kingsley para comprobar su reacción.

¿Su madre? ¿Qué tenía que ver su madre con todo aquello?, se preguntó él.

-No comprendo -dijo con cautela.

-Mi padre... él... -Rosalie no sabía cómo decirlo porque nunca lo había hecho. Y de pronto se encontró hablando, contando lo sucedido la noche en que su vida cambió para siempre. Habló de cómo había permanecido sentada en la oscuridad, sin atreverse a moverse, pero sabiendo que algo terrible estaba pasando, de los vómitos que le produjeron el terror y el pánico que sintió.

Cuando terminó de hablar, miró a Kingsley y vio su expresión horrorizada. No debería habérselo dicho, pensó, desesperada. Estaba asqueado...

-Yo... -Kingsley se interrumpió mientras la abrazaba y la estrechaba contra sí-. No sé qué decir, Rosie. 

Al percibir su tono, Rosalie se relajó contra él. No estaba asqueado, pensó, temblorosa, y eso era suficiente.

Kingsley la abrazó unos momentos sin decir nada y luego le hizo alzar el rostro para que lo mirara.

-Lo siento -dijo sinceramente-. Ningún niño tendría por qué pasar por algo así.

Rosalie tragó saliva. Aquello era demasiado; estaba sucediendo demasiado deprisa. Estaba revelando demasiado de sí misma.

Su pánico debió reflejarse en su rostro, porque Kingsley la besó con delicadeza en los labios antes de volver a dejarla en su asiento.

-Tu café está frío y a mí no me vendría mal una taza antes de dormir. No tardo.

Rosalie lo miró mientras se alejaba y, a pesar de la agradable temperatura reinante, se estremeció. Kingsley era el hombre más excitante que había conocido, el más atractivo, el más gracioso... y también el más letal. Quería una aventura ligera con ella; se lo había dejado bien claro por si había alguna duda. Quería hacerle el amor; se lo había dicho. ¿Y ella? ¿Quería hacer el amor con él?

Apartó con impotencia un mechón de pelo de su frente. Sí, quería hacer el amor con Kingsley, pero eso sólo demostraba el error que había cometido permitiendo que su relación con él creciera. Le había contado algo que no había contado nunca a nadie, ni siquiera a Miles. Tras dejarle bien claro lo que tenía que decir si le preguntaban, su familia nunca había hablado de los verdaderos hechos sobre la muerte de su madre y el suicidio de su padre. Había sido un secreto oscuro y vergonzoso, algo que ocultar a toda costa. Tal vez no hubiera sido algo intencionado, pero así era como había crecido. Y había servido para hacerle sentir que, de algún modo, lo sucedido había sido culpa suya. Si ella no hubiera estado, si no hubiera nacido, su padre habría tenido a su madre sólo para él y ella tal vez seguiría viva. 

Se mordió el labio inferior con fuerza y cerró los labios. La razón y la lógica le decían que pensar de aquel modo era absurdo, que siempre habría alguien de quien su padre pudiera sentir celos; pero la razón y la lógica no siempre servían de consuelo cuando el corazón estaba en juego. Después de haber admitido finalmente ante alguien la verdad sobre la noche en que murió su madre y el suicidio de su padre, sentía la necesidad de hablar de ello con Beth. Quería saber más sobre la relación de sus padres, sobre ellos como personas. Sabía que sus abuelos la habían querido, pero aquel tema había sido totalmente tabú para ellos

hasta que murieron.

-El café.

La voz de Kingsley hizo salir a Rosalie de sus oscuros pensamientos.

-Gracias -sonrió cuando él dejó la taza ante ella y se puso tensa cuando se inclinó para besarla. Una agradable calidez la recorrió al instante. Tenía los ojos cerrados y se dejó llevar por la oleada de deseo, respondiendo a la voluptuosa exploración de su boca. Kingsley se tomó su tiempo y, para cuando se apartó, ella sintió que estaba lista para más. 

-Bebe tu café - dijo él con voz ronca.

Rosalie abrió los ojos y se ruborizó intensamente, pues estaba segura de que Kingsley era consciente de cómo la excitaba. ¿Por qué había parado? ¿Para demostrar que era él quien controlaba la situación? Al instante se reprendió por haber pensado aquello. Había sido ella la que había insistido en que fueran despacio; él sólo estaba manteniendo el trato. 

El beso la había dejado tensa y frustrada, y el agradable ambiente de la cena se había esfumado. ¿La habría besado así como preámbulo a la seducción que tenía preparada para unos minutos después?, se preguntó mientras vaciaba su taza. Pero ella no podía estar pensando seriamente en acostarse con un hombre que no la amaba y que sólo quería una aventura sin consecuencias con ella... ¿O sí? El mero hecho de haberse hecho aquella pregunta la asustó.

-¿Por qué no subes a acostarte mientras recojo? -la voz de Kingsley sonó totalmente controlada.

-No. Prefiero ayudarte.

-Hay que llevar muy pocas cosas, y el friegaplatos se hará cargo de todo.

Entonces... ¿no iba a haber ninguna escena de seducción? Rosalie no se permitió reconocer la decepción que sintió. En lugar de ello se encogió de hombros.

-Si estás seguro...

-Lo estoy -Kingsley sonrió, pero la sonrisa no llegó a sus ojos-. Pero cuando te quiten la escayola todo será distinto. Entonces esperaré que me eches una mano.

-Puedes esperar todo lo que quieras -Rosalie sonrió, pero fue una sonrisa forzada. Kingsley había hablado como si fueran a verse más, como si aquello no fuera más que el comienzo, y la idea la asustó... y le encantó, lo que le produjo aún más inquietud.

Se levantó con cuidado. No se había molestado en llevar las muletas porque a veces eran más molestas que útiles. Kingsley la ayudó, pero se mantuvo a cierta distancia.

-Eres una mujer muy compleja -dijo suavemente-. Pero no me quejo. Tengo la sensación de que va a ser imposible aburrirse estando contigo.

-¿Es eso un cumplido?

-¿Tú qué crees? -preguntó él, arrastrando la voz, y se limitó a mirar atentamente a Rosalie mientras ella buscaba una respuesta adecuada y descubría que tenía el cerebro paralizado... algo que le sucedía a menudo cuando estaba con aquel hombre.

Sorprendentemente, Kingsley no la besó. En lugar de ello, alzó una mano y le acarició la mejilla.

-Buenas noches, Rosie.

-Buenas noches -contestó ella, y él la retuvo un momento antes de dejarle marchar.

 

 

Beth y George llegaron al día siguiente a tiempo para que Beth insistiera en preparar una gran comida para el domingo. Según George informó a Rosalie en un momento en que su esposa no estaba, Jeff ya estaba de vuelta en su apartamento y había dejado bien claro que prefería que lo cuidara su novia a su madre.

-Es comprensible a su edad -añadió George-, pero creo que Beth se ha disgustado un poco. Dejadla que hoy os mime, ¿de acuerdo?

-Por supuesto, George -dijo Rosalie, comprensiva-. Se lo explicaré a Kingsley.

Después de aquello, la siguiente vez que Rosalie y Kingsley se quedaron a solas fue en el coche, camino del apartamento de ella.

-Gracias por haber sido tan agradable con Beth -dijo ella mientras se alejaban de la casa. Kingsley había comido todo lo que Beth le había servido y había repetido cuando ella lo había animado a hacerlo. Después habían jugado a las cartas y habían hablado de vinos largo rato, un tema que entusiasmaba tanto a Beth como a Kingsley.

-No ha sido difícil -dijo él con una sonrisa-. Tu tía es una mujer cálida y encantadora. En cierto modo me recuerda a mi madre.

-,Tu madre? -Rosalie miró a Kingsley con curiosidad, pues nunca había mencionado a sus padres.

Él asintió.

-Murió cuando yo tenía doce años. Mi parto fue complicado y le dijeron que no debía tener más bebés, pero acabó convenciendo a mi padre para tener otro y... -se encogió de hombros-. El niño murió con ella. Mi padre volvió a casarse tres años después y yo no me llevé bien con mi madrastra.

-Lo siento -Rosalie se limitó a mirarlo, sin saber qué decir.

-Ya es historia. Mi padre murió cuando yo tenía treinta y mi madrastra ha vuelto a casarse -miró a Rosalie con expresión irónica-. No fui invitado a la boda, lo que supuso un auténtico alivio.

-,Tan mala era vuestra relación?

-Mirando atrás, sé que no fui el niño más fácil del mundo, desde luego. No soportaba que mi padre mostrara interés por otra mujer y ambos debían pagar por la profanación. Aparte de eso, ella era una rubia platino que se aplicaba kilos de maquillaje todas las mañanas y que tenía el signo del dólar en los ojos. Te aseguro que no exagero.

Cuando Kingsley detuvo el coche ante la casa, Rosalie pensó que lo menos que podía hacer era invitarlo a tomar café, cosa que él aceptó de inmediato.

-Siéntate mientras pongo el café. No tardo -señaló el sofá mientras iba cojeando a la cocina. Había comprado un carrito con ruedas desde el accidente y ya lo encontraba indispensable.

Cuando volvió al cuarto de estar encontró a Kingsley sentado en la alfombra, mirando sus discos.

-¿No tienes nada de jazz?

-Lo siento, pero no es lo mío.

-Veo que voy a tener que educarte en toda clase de cosas -dijo él con suavidad.

Rosalie decidió ignorar el comentario; Kingsley tenía un aspecto demasiado sexy sentado en el suelo como para estropear el momento.

Finalmente eligió un disco de música clásica.

-¿Te he dicho que estoy buscando una casa en Londres? -preguntó cuando volvió a sentarse junto a ella en el sofá.

Rosalie se quedó momentáneamente muda.

-¿En serio? -dijo finalmente-. ¿Y por qué?

Kingsley pasó un brazo por sus hombros antes de responder.

-Me parece más adecuado que pasarme el día metido en hoteles.

-Pero tú tienes tu propio hotel. Supongo que tendrás una suite reservada para cuando vienes a Inglaterra, ¿no? Además, pensaba que tus principales negocios están en los Estados Unidos.

-De momento. Pero quiero construir al menos otros tres hoteles en Inglaterra.

-¿De verdad? -Rosalie no sabía cómo reaccionar, y no se dio cuenta del tono que había utilizado hasta que Kingsley volvió a hablar. -Pensaba que te agradaría la idea. Si Carr and Partners lleva adelante con éxito el proyecto que tenemos entre manos, pienso daros los demás trabajos. 

Rosalie tragó saliva.

-Por supuesto que lo llevaremos adelante con éxito -dijo, consciente de que estaba evitando el tema principal. 

-A pesar de que es mi negocio, nunca me ha gustado pasar tiempo en hoteles -explicó Kingsley-. Por un lado son muy impersonales y, por otro, los empleados se enteran de todas mis idas y venidas. A veces es como vivir en una pecera.

Habría sido interesante observar su vida amorosa, pensó ella.

-Puedo comprenderlo -replicó Rosalie.

-¿Que no me gusten los hoteles, o que mis empleados sean unos cotillas?

Rosalie dio un sorbo de café antes de contestar. -Ambas cosas.

Sintió la penetrante mirada de Kingsley en su rostro, pero mantuvo la mirada baja.

-¿Alguna sugerencia? -preguntó él al cabo de un momento. 

-¿Sugerencia? -repitió ella, desconcertada.

-Respecto a lo de la casa-dijo Kingsley en tono paciente.

-No tengo ni idea de lo que podría interesarte.

¿Quieres un piso, una casa, un apartamento?

-Probablemente un piso. Tengo una casa en Nueva York y una villa en Jamaica, así que probablemente sería lo más adecuado.

¿Una casa y una villa? Qué afortunado. Rosalie no entendía por qué la inquietaba tanto la idea de que Kingsley quisiera comprar un lugar para vivir en Londres. Era una ciudad lo suficientemente grande como para acogerlos a ambos sin que tuvieran por qué encontrarse durante el resto de sus vidas. Respiró hondo.

-Será mejor que consultes a un experto -dijo en tono agradable.

-Creo que haré precisamente eso.

El corazón de Rosalie se encogió. Si no hubiera aceptado trabajar para Kingsley, nada de aquello estaría sucediendo. Pero en realidad no había tenido opción. Desde la fiesta en casa de Jamie, los acontecimientos se habían desarrollado casi por su cuenta.

Cuando alzó la mirada hacia Kingsley vio que éste estaba esperando que lo hiciera.

-Será mejor que me vaya -dijo-. Mañana vuelo a los Estados Unidos a primera hora de la mañana.

-Ah, ¿sí? -Rosalie no ocultó su sorpresa-. Pero...

-¿Sí?

-Llegaste el viernes, ¿no?

Él asintió sin apartar la mirada del desconcertado rostro de Rosalie.

-Pero los asuntos por los que has venido a Londres, el hotel... -trató de aclarar sus pensamientos-. ¿No necesitas ocuparte de todo eso?

Kingsley le acarició ambas mejillas con los pulgares antes de besarla a conciencia.

-¿Quién ha dicho que he venido para ocuparme de asuntos de negocios? -murmuró con voz ronca mientras se ponía en pie-. Que duermas bien, Rosie -añadió.

Un instante después se había ido.