Capítulo 8
ERA DE locos aceptar pasar un fin de semana en la costa con Jared. Entonces, ¿por qué estaba sentada con él en el Jaguar escuchando música e intentando concentrarse en el paisaje?
No importaba lo que quisiera justificarse.
De acuerdo que le apetecía mucho ver el espectáculo del Casino, pero eso no cambiaba el hecho de que estaba jugando con fuego al pasar la noche bajo el mismo techo que él.
En más de una ocasión había agarrado el teléfono par cancelar la cita; pero, en el último momento, se había arrepentido.
Además, necesitaba probarse que podía resistir la tentación y seguir siendo su amiga. Estaba claro que en el futuro tendrían que verse; ella llevaba a su hijo. Así que una amistad basada en el cariño era mejor que una basada en la enemistad.
–Hace un día precioso.
¿De verdad había dicho eso ella? Había sonado tan banal, tan… vacío.
Era una locura pensar en una relación cordial con el hombre con el que había mantenido una relación tan fuerte. Solo pensar en la intimidad que habían compartido y se ponía nerviosa. Pero eso era lo que le quedaba. Aquella otra parte de su relación había terminado.
Le encantaba la costa, con sus complejos turísticos, los parques temáticos, los mercadillos. Todas las ventajas de la ciudad, pero ninguno de sus muchos inconvenientes. Era el paraíso de los turistas donde durante todo el año, reinaba un ambiente festivo.
–Dejaremos las bolsas y nos iremos a la avenida Tedder a comer.
–Me parece bien –dijo ella con suavidad en el camino al ascensor.
La avenida Tedder era una área muy de moda donde la élite social solía quedar con sus amigos para comer o para tomar un café.
A Tasha le gustaba aquella vida de vez en cuando.
El piso de Jared era precioso. Las paredes eran grandes ventanales con vistas al mar y los muebles eran de lujo. Un lugar ideal para relajarse y desconectar, pensó Tasha mientras llevaba su bolsa de viaje a la habitación que iba a ocupar. Sacó la ropa que pensaba llevar esa noche y la dejó en una percha. Después, guardó la maleta y se fue al salón.
Jared estaba de pie mirando por la ventana. Cuando ella entró en la habitación, él se volvió.
Tasha no estaba preparada para la sensación electrizante que le recorrió el cuerpo, ni para la manera en la que se le aceleró el pulso.
Él lo tenía todo, pensó. La altura y el físico que la mayoría de los hombres envidiaban y la mayoría de las mujeres deseaban. Tenía una estructura ósea perfecta y unas facciones faciales muy atractivas. Si a eso se le añadía la sensualidad innata, se convertía en un conjunto de muerte.
Aparte del físico, también había en él una profundidad, una personalidad fuerte. Eso por no hablar de lo inteligente y encantador que podía ser. Por si fuera poco, tenía un «no sé qué», algo indefinible que ocultaba bajo la piel que lo hacía aún más atractivo.
–¿Estás lista?
–Sí. Vamos a comer algo.
Durante la última semana, había empezado a comer poco pero a menudo y, aunque todavía no había grandes cambios físicos, sí había unas pequeñas diferencias que ella había empezado a notar.
Un paseo de cinco minutos los llevó al centro de la avenida. Allí eligieron un café y se sentaron en una mesa para ver el menú.
–¿Te gustaría hacer algo en particular esta tarde?
Tenía varias opciones, pero a ella le apetecía lo más sencillo:
–Un paseo por la playa.
–¿No quieres ir de tiendas? –preguntó él.
–No necesito nada –contestó ella, pensando que lo que ella necesitaba no se podía comprar.
Acabaron de comer después de las tres y dieron un paseo hacia la playa. Después, caminaron por la arena hacia el hotel Sheraton. Allí entraron a tomar café antes de subir por el puente hacia el centro comercial.
Alrededor de las cinco, volvieron al piso, se ducharon y se vistieron para ir al espectáculo.
Tasha había elegido un vestido negro ajustado de diseño exclusivo. Se puso unos pendientes de diamantes y un colgante a juego. Después, se maquilló con esmero y se recogió el pelo en un moño desenfadado. Luego, se puso sus habituales zapatos de tacón de aguja y agarró un bolso de mano.
Jared la sorprendió al dirigirse hacia el otro extremo de la playa y parar el coche en la entrada del hotel Palazzo Versace.
De cinco estrellas. Un lugar realmente exclusivo.
El portero se acercó al coche y abrió la puerta del copiloto. Jared salió al mismo tiempo y le entregó las llaves del vehículo.
Cuando entraron en el lujoso vestíbulo, él la miró.
–Me parece que este lugar es uno de tus favoritos.
–Sí, lo es –dijo ella encantada.
La primera vez que la llevó allí fue al poco de la apertura oficial del Palazzo. Recordaba el entusiasmo que sintió al ver el interior elegante con suelos y columnas de mármol, la fuente del centro, la iluminación exquisita y las fabulosas vistas de la playa y el mar.
–Gracias –dijo muy despacio.
–Es un placer.
Ella le sonrió por respuesta, temblando por lo que aquella palabra evocaba. Demasiado significado para una sola palabra.
«Déjate llevar», se dijo en silencio mientras el maître los acompañaba a su mesa.
Estaba empezando a anochecer, pronto reinaría la oscuridad y mostraría una dimensión diferente de la ciudad y la playa.
El servicio era excelente, la comida soberbia. Se quedaron todo el tiempo que pudieron, saboreando un café, antes de dirigirse hacia el Casino para disfrutar del espectáculo.
Durante todo el día, Tasha había sido plenamente consciente del hombre que tenía a su lado. El suave toque de su mano en la espalda, de los dedos entrelazados con los suyos…
Era imposible ignorar la calidez de su mirada o el modo en que le afectaba.
¿Sería él consciente de su pulso acelerado? ¿De la manera en que su vello se erizaba al más mínimo roce?
Habría dado cualquier cosa por apoyarse contra él y levantar la cara para pedirle un beso… Casi lo hizo en una ocasión como acto reflejo, pero se dio cuenta en el último segundo y logró contenerse a tiempo.
El Casino era un hervidero de actividad con gente yendo y viniendo. Jared la agarró de la mano y se la llevó hacia el auditorio.
«Espectacular, increíble…». Esos fueron solo dos de los adjetivos que Tasha pronunció durante el intermedio para describir el espectáculo. La puesta en escena, la música, los trajes, el tema… todo le estaba pareciendo fantástico.
Jared se preguntaba si sabría lo preciosa que era. Y no solo por fuera, sino también por dentro, donde importaba más. En ella no había artificios ni juegos. Era como un soplo de aire fresco en su vida.
Nunca se le había ocurrido pensar en que ella lo dejara. De hecho, si alguna vez se le había pasado por la cabeza la separación, siempre habría pensado que sería él el que cortara.
–No me habría perdido esto por nada del mundo –declaró ella con un brillo especial en la mirada–. ¿No te parece fantástico?
–Desde luego. ¿Quieres tomar algo?
–Está bien.
Cuando llegaron al vestíbulo, ella se dirigió hacia el aseo y él se encaminó hacia el bar.
Ella se volvió y vio que él estaba charlando animadamente con Soleil.
¡Qué coincidencia!, pensó Tasha.
Soleil y Jared hacían muy buena pareja. Ella, con su melena negra brillante y su fantástica figura envuelta en ropa de diseño, estaba realmente guapa.
Pero Jared le pasó una mano por la cintura cuando se puso a su lado y la sonrisa que le dedicó fue algo especial.
Después de unos saludos breves pero educados, sonó el timbre que anunciaba el comienzo de la función.
–¿Quedamos en el bar del ático después de la función? –preguntó Soleil.
–¿Tasha?
Lo último que deseaba en el mundo era estar con esa mujer; sin embargo, le dedicó a Jared una sonrisa brillante antes de decir: –¿Por qué no?
La segunda parte de la representación fue igual de espectacular. El final, asombroso. Cuando el telón bajó, la gente rompió en aplausos.
A Tasha no le apetecía nada ver a Soleil, por lo que pensó en excusarse con un dolor de cabeza o algo así. Pero no quería dejar que ella ganara, por poca cosa que fuera.
Soleil estaba esperándolos en la puerta, sola. Jared encontró una mesa en el bar del ático y allí se sentaron. La conversación giró en torno al espectáculo.
–¿Me disculpáis un momento? –dijo Tasha con una sonrisa de compromiso mientras se ponía de pie. Otro de los cambios que había notado desde que estaba embarazada era que necesitaba ir al aseo con más frecuencia.
–Voy contigo –le dijo la mujer.
«Fantástico», pensó ella. Si Soleil tenía pensado una charla amistosa se iba a llevar un chasco, porque ella no estaba de humor.
Cuando Tasha salió del aseo, ella estaba retocándose el maquillaje.
–¿Hay algo de cierto en el rumor que corre por ahí de que te has mudado a un apartamento?
¡Dios Santo! Esa mujer no se andaba con rodeos, iba directa a la yugular.
–¿Tenemos pinta de estar separados?
La expresión de Soleil se volvió más tensa.
–¿Por qué no respondes a mi pregunta?
–Porque no estoy obligada a hablar de mi vida personal contigo.
–Si no fuera cierto, lo habrías negado con rotundidad –dijo la mujer con la boca repintada–. Solo una advertencia… Jared es mío.
Tasha no se lo podía creer.
–¿No me digas? Buena suerte, entonces.
–Nunca dejo nada a la suerte.
Tasha cerró su bolso de mano y caminó hacia la puerta. Allí se giró hacia la mujer.
–Solamente confiarás en la maquinación y la manipulación.
Había algo satisfactorio en decir la última palabra; aunque tenía la sensación de que no sería por mucho tiempo.
Ella llegó a la mesa antes que Soleil y se encontró con la mirada especulativa de Jared.
–¿Qué tal?
–Ni me preguntes –le advirtió ella unos segundos antes de que Soleil hiciera presencia.
–¿Vas a volver a Brisbane esta noche? –preguntó Tasha.
–No. Tengo una habitación en el Royal; pensé que podía jugar al golf antes de volver –hizo una pausa antes de continuar–. Quizá os apetezca jugar conmigo.
Para gran alivio suyo, Jared intervino.
–Gracias por la invitación, pero ya tenemos planes.
Ella no tenía ni idea de ningún plan.
–¿Ah, sí?
–Sí.
Ella miró a Soleil y se encogió de hombros.
–Parece que el golf no está en el programa.
Él acabó el café que estaba tomando y pagó la cuenta.
–¿Estás lista?
Tasha agarró su bolso y se puso de pie.
–Que disfrutes del fin de semana, Soleil. Seguro que nos volvemos a ver pronto.
Tasha no dijo ni una palabra mientras bajaba con Jared en el ascensor.
–¿Te importaría explicarme qué os traéis entre manos?
Tasha no lo miró.
–Soleil me ha preguntado si era cierto que me había mudado. Por lo visto va ir a por ti.
–¿Y tú que le has dicho?
–Le deseé buena suerte.
En ese momento, llegaron a la calle principal donde estaba su piso y metió el coche en el garaje.
–¿Te molesta Soleil? –le preguntó Jared mientras abría la puerta de la vivienda.
–Se siente atraída por ti –dijo ella entrando en el salón.
Se quitó los zapatos y los pendientes.
–¿Debería sentirme halagado?
–Por el amor de Dios, Jared –dijo ella exasperada–. Cualquier mujer entre los dieciséis y los sesenta años se sentiría atraída por ti. Tienes que estar ciego para no darte cuenta.
Y él era todo lo contrario a ciego. Por su trabajo había desarrollado la capacidad de leer el lenguaje corporal y ver más allá de lo que estaba a la vista. A ella, especialmente, podía leerla como si fuera un libro abierto.
Ella recogió sus zapatos del suelo.
–Gracias por la cena y el espectáculo. He disfrutado de los dos.
–Si no hubiera sido por Soleil.
Tenía que ser sincera:
–Sí.
Se volvió y caminó hacia su habitación; después cerró la puerta en silencio.
En pocos minutos, ya se había quitado la ropa, se había limpiado el maquillaje y estaba a punto de acostarse. Cuando se metió en la cama se propuso dormir sin pensar en Jared.
Y lo consiguió. Sin embargo, a mitad de la noche, se despertó. La habitación estaba totalmente a oscuras y ella se sintió desorientada durante unos instantes. Después, la necesidad de beber la hizo dirigirse a la cocina.
Allí se sirvió un vaso de agua y se lo tomó de un trago.
Por algún motivo desconocido, se sentía demasiado intranquila para volver a la cama. Por eso, se dirigió hacia el salón y se puso a mirar por uno de los ventanales.
El cielo estaba oscuro y lleno de estrellas y la luna brillaba en lo alto.
Algo se movió en su campo de visión y ella siguió la luz. Debía de ser un avión pequeño que se dirigía hacia el aeropuerto de Coolangatta, a unos treinta kilómetros hacia el sur.
Los edificios de apartamentos parecían centinelas en la noche. A aquellas horas, no había ninguna ventana iluminada. Solo la luz de las farolas iluminaba la calle que llevaba al centro.
Apenas había tráfico; por eso se quedó mirando a unos motoristas que parecían estar echando una carrera. Al instante, tras ellos apareció un coche de policía con la luz roja y azul encendida.
–¿No puedes dormir?
Había estado tan concentrada en la escena que tenía lugar en la calle que no se había dado cuenta de su presencia.
–Tenía sed y vine a por un vaso de agua. ¿Te he molestado?
«Más de lo que te imaginas», admitió Jared en silencio.
–Estaba despierto.
Tasha no dijo nada durante unos segundos
–Todo está tan tranquilo a esta hora…
Él estaba cerca, demasiado cerca, y ella quería separarse, pero sus piernas se negaron a obedecer las órdenes de su cerebro. Era consciente de él, del aroma de su colonia, del calor de su cuerpo y de su potente masculinidad. Él siempre dormía desnudo y a ella no le costaba nada imaginar su cuerpo, su poderosa musculatura, su erección…
Sintió que el cuerpo le temblaba un poco, como si tuviera vida propia, muy sensible y receptivo a la corriente de energía primitiva que existía entre los dos.
«Por favor, por favor», suplicó en silencio. «Vete. No creo que pudiera soportar si te quedaras».
Ella era como un instrumento bien afinado, esperando que el maestro la tocara para dejar que la música le saliera del alma. Para mezclarse con la de él y convertirse en algo tan mágico que tenía el poder de robarle el aliento y la cordura.
Ella sintió sus manos en los hombros y su cuerpo suspiró; después, comenzó a responder.
Sintió cómo se le erizaba el suave vello de la piel, buscando su contacto, y cada nervio se enervó pareciendo cobrar vida propia.
Jared no se movió y ella tampoco. Era como si los dos tuvieran miedo de decir o hacer nada. Como si algo pudiera romper el hechizo.
Tasha sintió su respiración en la sien y, a continuación, la caricia de sus labios.
Él le apartó con delicadeza el pelo del cuello, se inclinó para besarle la nuca y ella sintió que una espiral le crecía dentro.
Debería decirle que parara. Debería apartarse.
Pero no pudo hacer ni lo uno ni lo otro. Una alquimia primitiva la mantenía unida a él.
«Solo un beso», se dijo a sí misma. «Solo uno…».
Él la giró hacia él, con ternura, y con las manos le rodeó la cara. Después, su boca se cernió sobre la de ella con una súplica tierna que le provocó un nudo en la garganta.
Con la lengua, jugó con la de ella. Primero, con una caricia delicada, después, con un baile tan erótico que ella sintió que se iba a derretir.
Ella le acarició los hombros con la yema de los dedos, rozándolo suavemente. Pero, enseguida, retiró las manos como si tuviera miedo del calor de su cuerpo. Mientras, él seguía explorándole la boca de manera evocadora, tomando y dando hasta que ella no pudo más.
No era suficiente. Nunca sería suficiente. No pudo evitar un gruñido cuando él le acarició la cadera. Después, deslizó la mano hacia el muslo y más abajo para meterse por debajo del camisón.
A él le encantaba su piel sedosa. Era tan firme y tan suave.. tan cálida. Sintió el leve temblor que recorrió el cuerpo de ella y siguió con su exploración hasta acariciar los rizos de la cúspide de entre las piernas. Un gemido escapó de los labios de ella cuando él continuó con una caricia más íntima por los pliegues suaves y húmedos.
Con un movimiento delicado, le quitó el camisón y lo dejó caer en el suelo. Después cerró la boca sobre la de ella con pasión. Cuando la soltó, ella solo podía mirarlo, muda, perdida en un mar de emociones complejas, haciendo un esfuerzo para no llorar.
Jared le rodeó los glúteos con las manos y la levantó contra él.
–Pienso que…
–No –le dijo él con voz aterciopelada– pienses.
Escondió la boca en su cuello, saboreando la suavidad de su piel; después, subió una mano por la columna y le sujetó la nuca mientras devoraba sus labios provocándola.
Era una seducción flagrante y ella se dijo que no le importaba. Lo quería. Necesitaba que le hiciera el amor lentamente.
«Una noche, solo una». ¿Sería malo quererlo tanto?
Él se separó un instante y ella escondió la cara en el hueco de su cuello, temerosa de lo que él pudiera ver mientras caminaba hacia la habitación con ella en brazos.
La luz de la luna se filtraba por la ventana y bañaba toda la habitación, marcando el contorno de los muebles y de la enorme cama donde él la depositó antes de tumbarse a su lado.
–Jared…
Él presionó un dedo contra sus labios y los acarició.
–Quiero darte placer –le dijo con suavidad.
Ella tembló cuando él trazó un sendero con la boca hacia su pecho y cautivó un pezón con los labios. Después le dio el mismo tratamiento al gemelo.
Un calor inundó su cuerpo cuando él continuó hacia abajo y los ojos se le llenaron de lágrimas contenidas durante mucho tiempo. Le besó la cintura, el vientre y, después, siguió más abajo hasta darle el beso más íntimo de todos.
Al primer toque de su lengua, ella ardió en una espiral cada vez más alta hasta que estalló cuando el éxtasis la embargó.
Tenía la piel caliente y empapada en sudor cuando extendió la mano hacia él y comenzó a darse un festín que le entrecortó el aliento.
Solo había una manera de acabar aquello.
Ella lo llevó al límite, y después, él la poseyó con suaves y largas acometidas que la llevaron a un viaje evocativo, seductor y fascinante.
«Mágico», pensó ella, soñolienta, al rato, mientras permanecía en sus brazos, con las piernas entrelazadas y al borde del sueño.
La habitación se fue iluminando con la luz del amanecer. Pronto, el sol brillaría en lo alto, inundándolo todo de luz y de color, y la ciudad comenzaría a despertarse.
Tasha cerró los ojos, escondió la cabeza en el pecho de Jared y se durmió.
Se despertó muy tarde. Por lo menos eran la diez, decidió demasiado perezosa para darse la vuelta a mirar el despertador.
Se estiró un poco con un movimiento puramente felino y frotó el pie contra un una pierna dura y musculosa.
Durante un segundo se quedó helada. Después, recordó lo que había pasado y giró la cabeza hacia la cara de Jared.