Capítulo 5
PARA Tasha fue un alivio hacerse cargo del trabajo de un asociado que había tenido que ausentarse por motivos familiares. Así tendría poco tiempo para pensar en sus problemas.
Al menos, eso era lo que se había dicho a sí misma.
Pero la realidad fue muy distinta. La imagen de Jared iba a su mente con tanta frecuencia que tenía que hacer un esfuerzo para apartarla y concentrarse en lo que estaba haciendo.
No podía cometer ningún error, por eso tuvo que repasarlo todo una y otra vez para asegurarse de que todo estaba perfecto.
Justo cuando pensaba que había terminado, recibió una llamada de recepción.
–Hay un envío a tu nombre –lo informó Amanda.
Tasha miró la hora y comprobó que le quedaban cinco minutos antes de la siguiente cita.
–Ahora mismo voy.
Estaba esperando un contrato que debía llegarle por mensajería y que ella debía revisar antes de presentárselo a un asociado al día siguiente. Los temas legales solían ser muy engorrosos y había que mirar cada cláusula con lupa antes de firmar.
Cuando llegó a la recepción, lo único que vio fue a un hombre vestido de mensajero con un gran ramo de rosas rojas envueltas en papel celofán. El estómago le dio un vuelco al pensar en quién se las había mandado.
–¿Celebráis algo? –le preguntó Amanda.
Tasha logró esbozar un sonrisa.
–Algo así.
–Voy a buscar un jarrón –le dijo la recepcionista con eficacia.
–Gracias.
Agarró el ramo y esperó a estar sola en su despacho para sacar la tarjeta.
Con amor, Jared
¿Amor? Aquello debía de ser una broma. ¿Acaso sabría él el significado verdadero de aquella palabra? Obviamente, su interpretación del término no era la misma que la de ella. Y si pensaba que con un ramo de rosas iba a hacerla cambiar de opinión, estaba muy equivocado.
En la privacidad de su oficina se tomó unos segundos para admirar los pétalos aterciopelados de los capullos e inhalar su aroma. Cerró los ojos y recordó otras ocasiones en las que Jared le había regalado rosas.
«Ni se te ocurra», se advirtió a sí misma.
Escuchó un golpe en la puerta y sacudió la cabeza para recobrar la compostura.
–Un jarrón con agua –le dijo Amanda alegremente–. ¿Quieres que te ayude? Tu cliente está esperando en la recepción.
Tasha le dedicó una sonrisa amable.
–Gracias. Dame un minuto y, después, hazla pasar.
El mensajero le llevó el contrato que estaba esperando. Aprovechó para echarle un vistazo a la hora de la comida mientras se tomaba un sándwich.
Cuando salió de la oficina, se unió a la corriente de tráfico de manera automática. A los pocos minutos, se dio cuenta de que, en lugar de a su casa, se dirigía a casa de Jared. Con un improperio, se desvió al carril de la derecha, pero aún tardó varios minutos en poder dar la vuelta.
El teléfono empezó a sonar mientras iba conduciendo. Decidió ignorar la llamada; quienquiera que fuera ya le dejaría un mensaje en el contestador.
Jared.
Podía esperar, decidió mientras abría la puerta del apartamento. Primero quería tomar algo y descansar un rato después de un día tan agotador. Un día que todavía no había terminado. Aún tenía que repasar sus notas, comprobar unas referencias y hacer un resumen. Esa noche, seguro que no se iba temprano a la cama.
Pero antes de ponerse a trabajar, tenía que deshacerse de sus tacones de aguja y ponerse algo cómodo; después se recogería el pelo y se quitaría el maquillaje.
Para cenar tomó una ensalada de pollo y fruta e, inmediatamente después, colocó el portátil en la mesa de la cocina.
No llevaba más de una hora trabajando cuando sonó el timbre de la puerta. Ella se paró un rato, pensando quién podía ser. Jared era la única persona que conocía su dirección, pero dada la seguridad que había en el edificio, debería haber llamado al telefonillo antes de subir.
–Damian –su sonrisa encantadora provocó en ella una ligera sonrisa–. ¿Se trata de una visita de cortesía? Es que en este momento estoy bastante liada.
–Bueno. He quedado con unos amigos en el café de la esquina y pensé que a lo mejor querías unirte a nosotros.
–Gracias, pero…
–¿Pero no? –preguntó él levantando la ceja.
–¿En otra ocasión, quizá?
El sonido insistente del teléfono móvil sirvió de interrupción y ella levantó las dos manos a modo de disculpa.
–Será mejor que conteste.
Cerró la puerta y fue a por el móvil.
–¿Has tenido un día duro?
La piel se le erizó al escuchar la voz de Jared. Cerró los ojos exasperada consigo misma por no poder controlarse mejor.
–Ni que lo digas –dijo con amabilidad; después se acordó del ramo–. Gracias por las rosas.
Las había dejado en la oficina. Por la mañana, pensaba sacarlas a la recepción para que las disfrutaran los clientes del despacho.
–Un placer.
Solo pensar en lo que su placer conllevaba le aceleraba el pulso.
–¿Me llamas por algún motivo en especial?
–¿Aparte de decirte «hola»?
Ella ahogó un suspiro.
–Me he traído trabajo a casa. Me quedan unas tres horas de trabajo y…
–¿Has comido?
Tasha apretó el teléfono con fuerza.
–¿Qué es esto? ¿Un interrogatorio?
–Con un «sí» o un «no» bastaba.
–Sí.
–¿Quieres que empecemos de nuevo? –dijo él divertido.
–¿Para qué? –concedió ella resignada.
–Iba a sugerirte que saliéramos a tomar un café.
–No estoy vestida para ir a ninguna parte.
–Bueno, no hace falta que salgamos.
Pero quedarse implicaba muchas cosas en las que ella no quería ni pensar.
–No creo que sea una buena idea.
A veces era necesario perder alguna batalla para ganar la guerra.
–No; no lo es si tienes que quedarte hasta tarde. Hasta mañana, Tasha. Que descanses.
¿Quién se creía él que era para controlarla de aquella manera? Después de colgar, se sintió inclinada a llamarlo de nuevo para decirle lo que pensaba de él.
Estaba apunto de marcar el número, cuando sonó el teléfono.
–¿Sí?
–¿Te llamo en un mal momento?
–Eloise… –tomó aliento y después lo soltó–. ¿Qué tal?
–¿Quieres que comamos juntas mañana?
–Me encantaría.
–¿Quedamos en ese restaurante tan mono que hay en la plaza porticada? ¿A la una?
–Perfecto. ¿Quieres que llame para reservar?
–No. Ya llamaré yo. ¿Estás bien?
–Sí –le contestó, sabiendo que mentía–. He tenido un mal día en la oficina; un asociado está fuera y he tenido muchísimo trabajo. Ya sabes cómo funcionan estas cosas.
–Mañana hablamos.
Tasha llegó tarde porque no pudo salir antes de la oficina. Pidió su comida y se preparó para un aluvión de preguntas.
Eloise no la decepcionó. Después de pedirle una descripción detallada del apartamento, de la mudanza y del trabajo… le preguntó por Jared.
–Hablamos por teléfono –admitió Tasha.
–¿Habéis estado juntos? –preguntó Eloise.
–No exactamente.
–Cariño, o habéis estado o no.
Ella se encogió de hombros.
–El lunes cenamos juntos. Estabamos invitados a una cena desde hacía quince días.
–¿Y?
–No hay ningún «y» –negó con firmeza.
–¿Como si fuera una cita? ¿Jared te recogió y después te dejó en casa y no…?
–No –la interrumpió Tasha con firmeza.
–Estoy impresionada –dijo Eloise con una sonrisa encantadora–. ¿Algo más?
–Eres una bruja.
–Y también tu mejor amiga.
Su amistad se remontaba a la infancia. Después, durante la adolescencia se habían apoyado en los momentos difíciles. El divorcio de los padres de Eloise fue uno de ellos. Los matrimonios fracasados del padre de Tasha habían sido cinco y lo último que había oído era que estaba cortejando a una viuda millonaria. Tasha no había acabado de acostumbrarse a una madrastra, cuando ya tenía otra. Esa situación no había ayudado mucho a aportarle estabilidad y, cuando llegó la hora de ir a un colegio interna, se sintió feliz.
Tasha puso la mano sobre la de Eloise.
–Por supuesto que sí. También me mandó rosas –reconoció.
–Ese hombre te adora –dijo Eloise con seguridad.
–Le gustaba lo que teníamos –la corrigió ella–. Un estilo de vida cómodo, los dos solos, sin ataduras. Al menos, sin ataduras permanentes.
–¿Y tú quieres que sean permanentes?
Sus ojos se oscurecieron mientras se clavaba las uñas en la palma de la mano.
–Pero solo por los motivos adecuados –agarró su taza de té y la sorprendió descubrir que le temblaba la mano–. Tengo que marcharme. Quédate y disfruta del café. Voy a pagar la cuenta.
–De eso nada.
–Déjame. Tú puedes pagar la siguiente.
Tasha se despertó a la mañana siguiente con el despertador. Se desperezó y se levantó corriendo para ir al baño.
Dios Santo, se encontraba fatal.
Lo primero que iba a hacer era prepararse un té y una tostada. La ducha podía esperar… todo podía esperar hasta que su estómago se asentara.
Según había leído en el libro que se había comprado, algunas mujeres embarazadas sufrían malestar por la mañana, la tarde y la noche, durante los nueve meses que duraba el embarazo.
Se puso una mano sobre el vientre y se acarició.
–Bebé –lo regañó cariñosamente en voz alta–. Será mejor que te portes bien con mamá.
A la media hora, aproximadamente, ya se encontraba mejor; pero se le había hecho un poco tarde. Se dio una ducha rápida, se vistió y salió para ir a la oficina.
Pero las cosas empeoraron aún más.
Cuando fue a arrancar el coche, este ni se inmutó. Levantó el capó para comprobar lo más básico y volvió a intentarlo. Nada.
«¡Maldita sea!».
–¿Tienes algún problema? –le preguntó una voz ligeramente familiar. Al volverse, reconoció a Damian.
–No quiere arrancar –dijo levantando las manos con impotencia.
Él echó un vistazo al motor, y después se sentó al volante e intentó arrancar.
–Es la batería.
Tenía dos opciones: o buscaba un coche y llegaba tarde a la oficina o pedía un taxi.
–Deja las llaves al portero –le sugirió Damian–. Yo te puedo dejar en el centro y con el móvil puedes llamar a algún mecánico para que te venga a cambiar la batería.
La idea le pareció fantástica.
–Te debo una.
De todas formas, llegó tarde. De hecho, recibió una reprimenda de un cliente importante que dejó claro que él no esperaba por nadie.
De allí en adelante, las cosas fueron empeorando. Una reunión se prolongó más de la cuenta. El trabajo de las secretarias fue lento porque dos de ellas faltaron por enfermedad y los documentos no estaban preparados.
La comida fue algo para lo que no tuvo tiempo.
A media tarde, el interfono de su despacho sonó. Ella se sorprendió porque no esperaba a nadie; el próximo cliente no llegaba hasta pasada media hora.
–Tienes un paquete –la informó Amanda.
–Voy a buscarlo.
Cuando llegó a recepción, Amanda, con una enorme sonrisa, le señaló una rosa roja envuelta en papel celofán que había en el mostrador.
–Jared North es tan romántico…
Hacía solo dos semanas, Tasha se habría reído encantada y habría asentido con los ojos húmedos por la emoción.
–Sí, sí lo es –fue todo lo que dijo.
Cuando volvió a su despacho, llamó al portero de su bloque para comprobar que le habían cargado la batería del BMW.
Eran casi las seis cuando salió de la oficina y se unió a una cola de personas que estaban esperando un taxi.
Estaba cansada, hambrienta y se sentía bastante incongruente con una rosa en una mano y un maletín en la otra.
Oyó el sonido de una bocina y pensó que era uno de tantos. Apenas le echó un vistazo al vehículo. Pero este paró en la curva y el conductor asomó la cabeza por la ventanilla.
–Tasha, sube. Te llevo a casa.
Ella entrecerró los ojos y reconoció a Damian. Dudó un instante, pero al ver la cola que tenía delante, se decidió al instante.
–Gracias.
–De nada –dijo él, metiendo la primera para incorporarse al tráfico.
–Voy a parar en un chino para comprar comida para llevar. ¿Quieres que compre para dos y la compartimos?
–De acuerdo –concedió ella, pensando que así no tendría que cocinar–. Pero yo pago.
–No, yo te invito.
–Considéralo como una muestra de agradecimiento por todo lo que has hecho por mí hoy.
–De acuerdo. ¿En tu casa o en la mía?
Ella se encogió de hombros.
–Me da igual. En la tuya.
Él abrió la puerta y la invitó a pasar. Estaba claro que aquel era un apartamento de soltero: una televisión enorme, un equipo de música caro, un sofá de cuero negro…
Damian puso la bolsa de comida en la mesa del salón, sacó un par de latas de cervezas y le indicó que se sentara a la mesa.
–Yo prefiero algo sin alcohol –era un nuevo hábito desde que se enteró de que estaba embarazada.
–¿Agua, cola?
Ella se decidió por lo primero, abrió la botella y se puso a utilizar los palillos con destreza.
–¿Por qué ha decidido una preciosidad como tú vivir sola?
Tasha lo miró directamente.
–¿Se trata de una pregunta para conocernos mejor o un tercer grado?
–Las dos.
–¿Con vistas a…?
–A pedirte que salgas algún día conmigo –se metió un tenedor de tallarines en la boca y la miró mientras los masticaba–. A menos que vayas en serio con el tipo del otro día.
Tasha no tenía ninguna intención de andarse por las ramas.
–Estoy embarazada de él –confesó ella con calma–. Y él se siente obligado a casarse conmigo.
El chico se quedó helado.
–Entiendo.
«No lo creo», pensó ella.
–Espero que podamos ser amigos.
–Se me dan muy bien los niños. Tengo cinco sobrinos y tres sobrinas –dijo con una sonrisa pícara–. Tengo experiencia en cambiar pañales.
–O sea, que puedo llamarte para un apuro.
–Y para ir al cine o para compartir una comida.
Era un encanto.
–Estoy de acuerdo.
Acabó su último bocado de tallarines e iba a dar un sorbo al agua cuando sonó el móvil.
Era Jared.
–¿Te importa si te llamo dentro de un momento? –le dijo ella sin más preámbulos.
–Claro.
Ella cortó y volvió a poner el teléfono en el bolso.
–Déjame adivinar –dijo Damian–, el padre de la criatura.
–Efectivamente.
–¿Tienes que volver a tu apartamento corriendo o tienes tiempo para un té o un café?
–Me encantaría tomar un té.
–Así que no vas a salir corriendo para hablar con él, ¿eh? –bromeó el chico–. Me gusta eso en una mujer.
Se levantó y fue a la cocina a preparar el té.
Tasha se lo tomó con tranquilidad. Era muy fácil hablar con Damian, interesante y una compañía agradable.
Por eso, cuando se despidió de él había pasado casi una hora desde que llamó Jared.
Con movimientos automáticos, dejó el maletín en una silla, le quitó el celofán a la rosa y la puso en agua. A continuación, encendió la televisión y se fue a su cuarto a desvestirse para darse una buena ducha.
Cuando salió, se puso una bata y agarró el teléfono para llamar a Jared.
–No tienes que llamarme cada día –dijo ella con frialdad cuando él contestó.
–Estoy acostumbrado.
–No tienes ningún derecho…
–No empieces por ahí. ¿Quieres que empecemos de nuevo? ¿Nos preguntamos qué tal hemos pasado el día?
–¿Quieres que seamos amables?
–¿Prefieres que nos peleemos?
Por supuesto que no.
–¿Qué… qué tal te ha ido hoy?
–Un reto. Me ha pasado de todo y más. ¿Y tú?
–¿Quieres decir aparte de quedarme sin batería y encontrarme con un cliente iracundo?
–Deberías haberme llamado.
–¿Por qué exactamente?
–Por la batería.
Damian vino a rescatarme y me llevó al centro.
–¿De verdad? –dijo él–. ¡Qué amable!
–Después hemos compartido la comida de un chino.
–Quizá deberías contarme lo que ha pasado.
–Dio la casualidad de que pasó por delante de mi oficina cuando yo estaba esperando un taxi, así que se ofreció para llevarme. Después, paramos para comprar comida para llevar.
–¿Comisteis juntos en algún lugar?
Ella no estaba segura de si le estaba gustando el tono que él estaba adoptando.
–En su apartamento.
Hubo un silencio.
–¿Quieres decir que has permitido a un hombre al que solo has visto una vez que te llevara en su coche y, después, has pasado horas con él en su apartamento?
Ella tomó aliento.
–Maldita sea, Jared. Vive enfrente de mí.
–¿Y por eso ya está bien?
–Solo me ha ayudado. Y no creo que compartir una comida sea una gran cosa. Además, no tienes ningún derecho a decirme lo que tengo que hacer, adónde debo o no debo ir y con quién paso mi tiempo.
–Eso es solo una opinión.
Ella apretó el teléfono con rabia.
–Mira, Jared, voy a cortar esta conversación. Buenas noches.
¿Cómo se atrevía?
Aunque también tenía razón, le dijo una vocecilla interior mientras se iba a la cama.
Pero entonces se le ocurrió que quizá solo estaba celoso y eso le produjo una gran satisfacción.