Capítulo 3

 

EL PISO estaba en silencio cuando llegó a casa. Fue directa a la cocina, donde se sirvió un vaso de agua.

¿Estaría Jared en casa?

No le gustó pensar que podía haber salido. En ese caso, la habría llamado o, al menos, le habría dejado algún mensaje en el móvil.

–¿Te lo has pasado bien? –saludó él, desde la puerta de su estudio.

La habitación tenía las paredes forradas de estanterías repletas de libros y, junto a la ventana, había un escritorio del siglo XVIII donde tenía un ordenador y una pila de documentos legales.

Llevaba unos pantalones vaqueros negros, una camisa de algodón blanco con el cuello desabrochado. Tenía el pelo un poco alborotado. Todo ello le confería un aspecto bastante salvaje, casi diabólico. El pelo negro, los ojos oscuros, la piel bronceada y una expresión insondable mientras la miraba.

Tasha se sintió extraña. Normalmente, se habría acercado a él y lo habría besado, segura de que la recibiría con un abrazo y un beso más profundo.

Algunas veces, charlaban, pero, la mayoría de las veces, él le pasaba un brazo por debajo de las rodillas y se la llevaba a la habitación. Rápido y furioso, lento y amable… una cosa sucedía a la otra de manera interminable mientras le hacía el amor hasta bien entrada la noche. Muchas veces, no hablaban hasta por la mañana, mientras se daban una ducha juntos, desayunaban o se vestían para ir al trabajo.

En aquel momento, Tasha permaneció quieta, sintiendo una inseguridad muy rara mezclada con la innegable atracción sexual.

–Sí.

Jared no se movió y ella sintió la tentación de continuar su camino hacia la habitación de invitados donde había pasado la noche anterior.

Pero Jared parecía estar al acecho y en su mirada había una advertencia velada que le hizo pensárselo mejor.

–¿Tienes mucho trabajo? –preguntó ella con suavidad.

Era una pregunta innecesaria. Tasha sabía muy bien que él era del tipo de hombre que podía dormir cuatro o cinco horas y enfrentar el día siguiente con ánimo y energía.

–Con unas cuantas horas ya está.

Lo dijo arrastrando las palabras y el tono hizo que se le pusiera carne de gallina. Los dos se estaban portando de manera muy cordial. Demasiado cordial, pensó ella, consciente de que sus palabras ocultaban una cierta agresividad.

¿Con ella? Por supuesto que con ella. ¿Con quién si no? El embarazo había sido por su culpa. Aunque no por completo, claro, pero podría haberse dado cuenta… Mejor aún, debería haberse dado cuenta de lo que le estaba pasando y haber tomado precauciones extras.

Lo habría hecho, pero ni siquiera pensó en el embarazo.

¿Habría habido intervención divina? ¿Habría puesto Dios a prueba su relación? Porque la verdad era que estaba perdiéndolo todo. Lanzó una maldición en silencio.

–Buenas noches –dijo y dio un paso hacia su habitación, pero él la paró con un brazo. La agarró por los hombros y, con firmeza, le levantó la cara hacia él.

–No.

«Dios Santo, estaba cerca, muy cerca».

–Por favor… –añadió con voz temblorosa.

Jared le pasó un dedo por el labio inferior.

–¿Tienes miedo, Tasha?

–¿De ti? No.

–Qué valiente –dijo él con un toque de ironía que ella decidió ignorar.

Aunque necesitaba valor para continuar fría mientras su corazón parecía que se le iba a saltar del pecho.

–¿Qué pretendes?

–Nada.

–No digas que nada –consiguió decir ella.

Él cerró la boca sobre la de ella y con la lengua se abrió camino con un beso evocativo y provocador.

Durante un instante, ella empezó a responder, por instinto, de manera automática. Después, reaccionó y se puso tensa. Cuando él la soltó no sabía si sentir pena o alivio.

–No juegas limpio –dijo ella sin aliento, intentando calmarse.

–¿Pensabas que iba a hacerlo?

Ella lo miró, se dio cuenta de su mirada negra penetrante y reconoció que necesitaba actuar con la cabeza y no con el corazón.

–No.

Bajo una fachada de sofisticación, había un hombre primitivo con una fuerza despiadada y una voluntad indomable. Aquellas características hacían de él un hombre temido en los tribunales… y fuera de ellos.

Un hombre sensual, añadió ella para sus adentros. Experto en el arte de amar y de satisfacer a una mujer. Podía amar con pasión intensa y con gran ternura… una mezcla que dominaba a la perfección. En todo lo que hacía también había un toque de severidad, dulce y bien controlada, pero no por ello menos exigente.

Un escalofrío le recorrió la espina dorsal.

Jared North era una persona a la que nadie en su sano juicio le gustaría tener como enemigo.

–Me voy a la cama –dijo ella, alejándose lentamente.

–Que descanses.

Tasha ignoró el deje irónico de su voz y decidió no responderle. Entró en la habitación y encendió la luz, después cerró la puerta detrás de ella y se quedó apoyada en ella unos minutos. Necesitaba calmarse, recobrar la compostura.

Estaba cansada, mental, emocional y físicamente. Pero dudaba que fuera a descansar; tenía demasiadas preocupaciones en la cabeza.

Intentó no pensar en nada mientras se ponía el camisón y se quitaba el maquillaje antes de meterse en la cama.

Después, debió de quedarse dormida.

El sueño que tuvo fue muy realista, tanto que cuando sintió que le arrancaban a su hijo de sus brazos, gritó. Le gritó a la enfermera que se lo devolviera, pero de su garganta no salió ninguna voz. Volvió a intentarlo y esa vez puso más empeño en que le saliera la voz. A pesar de todo, la enfermera siguió caminado. Ella intentó salir de la cama para seguirla, pero se encontró atrapada en una serie de tubos imposibles de desconectar por mucho que tirara de ellos.

Después, escuchó una voz familiar y unas manos le aportaron calma y tranquilidad. Luego, el escenario cambió. El bebé había crecido y estaba riéndose mientras jugaba con unos juguetes en el jardín de una casa. Ella lo observaba con orgullo maternal.

Sueños, fantasías, deseos. Quizá un poco de cada cosa. Cuando se despertó tenía un recuerdo vivo de lo que había sucedido. La luz del amanecer se colaba por la ventanas; pero aquella no era la habitación de invitados, ni ella estaba sola.

¿Habría gritado durante la noche?

–Me llamaste –le dijo él.

Jared había entrado corriendo en la habitación al percibir el primer grito y, cuando escuchó el segundo, la tomó en brazos. El grito tortuoso le había helado la sangre y necesitó apretarla con fuerza mientras la acariciaba para calmarla. Después, se la llevó a su habitación y durmió con ella entre sus brazos toda la noche.

¿Sería ella consciente de que se había aferrado a él con fuerza durante toda la noche? ¿Gimoteando de manera instintiva cada vez que él aflojaba el abrazo para dejarla dormir más cómoda?

Tasha sintió el latido fuerte y firme de su corazón en la mejilla, sintió el calor y la suavidad de su piel, y experimentó una sensación familiar que crecía en su interior. Después, el pulso acelerado, la sensibilidad de la piel, la consciencia que le electrificaba el cuerpo y se lo dejaba suelto, esperando con ansiedad la caricia de sus dedos y el roce de sus labios.

Solía suceder cada mañana antes de entregarse al amor. Eran los signos de una dulce seducción.

Después, solían saltar de la cama para compartir una ducha refrescante y placentera. A continuación, se vestían y tomaban el desayuno juntos antes de salir para el trabajo.

Pero aquella mañana era diferente.

En las últimas cuarenta y ocho horas, habían cambiado demasiadas cosas. Ya no existía la refrescante amistad y aquello no era el santuario de una unión lenta y placentera. Ahora había barreras, dudas, reservas.

Inseguridades y resentimientos sin aclarar, añadió ella en silencio, consciente de que cada segundo que permaneciera allí sería considerado como una invitación.

Después de dos años de hacer el amor sin restricciones, aún sentía los nervios del primer día.

–Tengo que levantarme.

Jared deslizó la mano desde sus costillas hasta su estómago.

–Quédate.

Ella contuvo el aliento. Si se quedaba solo podía ser para una cosa y, aunque lo deseaba con todo su ser, no podía. Después, se despreciaría por haber cedido.

–No puedo –dijo con la voz rota. Con un deje que le hizo más daño que las palabras.

–Quédate –volvió a decir él–. Conmigo.

¿Sabría él lo difícil que era para ella negarse? ¿O lo fácil que sería ceder? Pero su amor no era correspondido ¿Podría sobrevivir así? No, no podría y solo aceptaría un compromiso total y completo. Un compromiso hecho por amor, no por obligación.

En aquel preciso instante necesitaba salir de su cama y poner distancia entre ellos, porque si llegaba a besarla estaría perdida.

–Hoy, tengo que llegar pronto a la oficina.

Mientras decía aquellas palabras, se escurría de sus brazos, con decisión. Él no hizo nada para detenerla.

Si se duchaba en el cuarto de baño del dormitorio de él, podía interpretarlo como una invitación y la intimidad creada podría ser más de lo que podría soportar. Por eso, decidió volver a su cuarto.

Mientras se secaba el pelo, pensó que toda su ropa, incluida la ropa interior, estaba en la habitación de Jared. Con las prisas por salir del cuarto, no se había parado a recoger nada y ahora tenía que volver.

Con un poco de suerte, Jared estaría en la ducha y no la vería. Pero no. Cuando abrió la puerta, se encontró con Jared, medio desnudo. Solo llevaba unos calzoncillos de seda que se le pegaban a los músculos de la piernas mientras se inclinaba para agarrar una camisa blanca.

No hubo manera de evitar la espiral que le recorrió la columna. Intentar pararla hubiera sido como intentar parar un maremoto, imposible.

Una parte de ella lloraba la perdida de su relación, su amistad, su camaradería. Hacía una semana, se habría acercado a él, habría levantado la cara y lo habría besado, mientras le acariciaba la piel sedosa de su torso. Prolongando unos instantes más la delicia de su unión.

Le encantaba mirarlo y tocarlo, la suavidad masculina, el sutil aroma de la colonia mezclada con la piel… Le encantaba fundirse con él y sentir la seguridad de sus brazos… Su boca…

Dios Santo, solo pensarlo y el placer erótico despertaba todos sus sentidos calentándole la sangre.

«¡Ya está bien!», se amonestó en silencio.

Tomó aliento y recogió todo lo que necesitaba. Después, volvió en silencio a su habitación.

Cuando entró en la cocina, Jared estaba sentado a la mesa.

–¿Tienes algo especial hoy?

Ella lo miró con sorpresa.

–Como dijiste que tenías que ir temprano a la oficina…

Él era un experto en interpretar el lenguaje corporal y ella era realmente transparente. Una mujer sincera y real, sin disfraces.

–Tengo unas cuantas cosas atrasadas –consiguió decir ella.

En parte era verdad. Tenía cosas que hacer pero no eran un motivo para ir a la oficina más temprano de lo habitual.

Acabó su café con tostadas y agarró su maletín.

–A lo mejor llego tarde esta noche.

Jared la miró fijamente.

–Yo también, no me esperes para cenar –después extendió una mano hacia ella y le agarró el brazo–. ¿No te olvidas de algo?

Se aprovechó de que la había pillado por sorpresa y la acercó hacia él, sellando sus labios con un beso.

Tasha tenía los labios más dulces y más generosos que conocía y los saboreó lentamente, recreándose en ellos antes de que el beso se convirtiera en algo realmente sensual.

Tasha intentó hacerse la dura y, durante un par de segundos, lo consiguió. Después, sucumbió a la magia embriagadora de su caricia.

Cuando levantó al cabeza, ella hizo un esfuerzo para no atraerlo de nuevo hacia sí.

Con los ojos aún cerrados se pasó la lengua por los labios.

Tenía que buscarse un apartamento, decidió. Inmediatamente. Cuanto más tiempo estuviera en el piso de Jared, más difícil sería resistir la tentación.

Jared era un verdadero seductor, reconoció ella con ironía. Aquel toque de calor y pasión de su mirada, la suavidad de sus caricias, la curva sensual de sus labios… todo hacía que sus sentidos se enervaran y que se encontrara perdida, atraída hacia él como una polilla hacia la llama.

Y ella no quería quemarse. Tenía que sobrevivir.

Sin decir ni una palabra, se dirigió hacia la puerta, salió sin hacer ruido y llamó al ascensor.

El día resultó un desastre; todo lo que podía salir mal, salió. Dos auxiliares llamaron diciendo que estaban enfermos, por lo que ese día hubo muchos documentos que no estuvieron listos para cuando los clientes llegaron.

Al superior inmediato de Tasha le dio una fuerte migraña a media mañana y tuvo que marcharse a casa, por lo que Tasha tuvo que reorganizar todas sus citas.

La comida la pidió por teléfono y se la tomó en el despacho mientras llamaba a varias agencias inmobiliarias con la esperanza de poder ver algún apartamento más después del trabajo.

Cuanto antes se mudara, mejor. Una cosa era que su subconsciente le jugara malas pasadas y tuviera pesadillas, y otra muy diferente que acabara llamando a Jared en sueños.

Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Al despertarse en sus brazos había corrido demasiado peligro.

¿Sabría él lo vulnerable que ella podía llegar a ser? ¿O lo difícil que le había resultado no tocarlo o no ceder a sus caricias?

Esa mañana, había logrado escaparse. ¿Pero cuánto tiempo tardaría en ceder, especialmente cuando Jared estaba decidido a aprovecharse de cualquier situación? ¿Un día, dos, tres? Después, estaría pedida y eso significaba que no lograría su independencia y probablemente tendría que aceptar una boda en unos términos que no la satisfacían.

Entonces, sintió como si le clavaran un puñal en el corazón y una increíble tristeza hizo que sus ojos se anegaran de lágrimas. Casarse con Jared sería lo mejor que le podía pasar en este mundo; él era su amor, el aire que respiraba. Pero ella no quería una boda conveniente basada en el deber.

Tampoco podía soportar pensar que él se sentía atrapado, obligado a hacer lo más honrado debido a la existencia de un bebé.

Algunas personas habían mantenido una relación de pareja y habían criado hijos sin casarse. Pero iba contra sus principios condenar a su hijo a una falta total de compromiso.

Y si un matrimonio sin amor estaba fuera de su agenda, entonces, lo mejor era establecer unos límites sin falsas esperanzas o malos entendidos desde el principio.

Por fin, logró dar con un par de agentes que tenían algo que ofrecerle y quedó con ellos para después del trabajo.

Después de las cinco, salió de la oficina y se encontró con el primer agente en la dirección en la que iba a ver el primer apartamento.

Ella había sido muy clara con los requisitos y este no los cumplía: no tenía ni ascensor ni garaje. El segundo, le pareció un poco mejor. Sin embargo, aún le quedaban dos por ver, pensó Tasha mientras volvía a subirse al coche para ir a la dirección donde había quedado con el segundo agente.

El sitio estaba muy bien y el edificio era moderno. Mientras caminaba hacia la entrada pensó que aquello prometía.

Una media hora más tarde, estaba firmando el contrato de arrendamiento. Le entregó al agente un cheque y quedó en que recogería las llaves al día siguiente para mudarse el sábado.

Había sido, pensó mientras se unía al caudal de tráfico que cruzaba el puente, un decisión muy sensata.

Entonces, ¿por qué se sentía como si fueran a amputarle un brazo?

La vida estaba llena de cambios, se dijo para animarse. Y ella haría que ese fuera para bien.

Comenzó a hacer una lista mental de las cosas que tenía que hacer. Tenía que contratar un camión de mudanzas para que recogieran sus muebles del guardamuebles. Después tenía que llamar a la compañías de teléfono, luz y agua para darles sus datos. Tenía que hacer algunas compras…

Fue un alivio cuando vio que Jared no tenía allí el coche. Entró en casa y fue a tomar algo ligero. Después, se quitó el traje de chaqueta, se dio una ducha y se sentó a la mesa del comedor con su ordenador portátil.

En su profesión el orden era muy importante y Tasha respetaba mucho su trabajo y a los clientes del despacho. Su salario era acorde con su experiencia y tenía la esperanza de que, con el tiempo, la hicieran asociada y, más tarde, socia.

El hecho de convertirse en una madre soltera no debía alterar aquellos objetivos. Un buen número de mujeres lograban criar a sus hijos y mantener su carrera y ella también lo lograría.

Había niñeras profesionales, guarderías… Enviar al niño a un internado era otra posibilidad, pero no antes de los doce años. Compartiría el niño con Jared dos fines de semana al mes e intentaría tomar las vacaciones para que coincidieran con las del colegio.

Todo iba a funcionar, se dijo con decisión.

De manera instintiva se llevó una mano al vientre. Se preguntó qué tamaño tendría el feto en aquel momento y cómo iría su desarrollo y decidió que se compraría un libro sobre el embarazo.

Hasta entonces, tenía trabajo que hacer, por lo que volvió a concentrarse en la pantalla del ordenador.

Allí la encontró Jared. Con dos libros de leyes abiertos sobre la mesa, su agenda y una taza de café vacía en medio de unos papeles.

–¿Todavía sigues trabajando?

Tasha levantó la cabeza un segundo para mirarlo y volvió a lo que estaba haciendo.

–Sí.

Él fue a la cocina, sacó un brick de leche del frigorífico y se sirvió un vaso que se bebió de un trago.

–¿Has tenido un día duro? –preguntó desde la puerta.

Estaba pálida y tenía una sobra oscura bajo los ojos. Tuvo que contenerse para no dirigirse hacia donde ella estaba, pulsar la tecla de guardar y cerrarle el ordenador.

Hacía solo dos noches eso era lo que habría hecho. Habría ahogado sus protestas con un beso y se la habría llevado a la habitación en brazos. Allí la habría desnudado y habría disfrutado con ella haciendo el amor de manera lenta y placentera.

–No te lo puedes ni imaginar –le contestó ella, sin mirarlo.

No hacía falta mirarlo para perder la concentración por completo. Para eso solo era necesaria su presencia.

–Deberías descansar.

Entonces sí levantó la cabeza.

–¿En qué siglo vives… en el XIX?

Se acercó a donde ella estaba, consciente de que solo estaba cubierta por una bata de seda que revelaba la forma de sus pechos. Unos pechos duros que él conocía muy bien. Logró controlar la necesidad de desabrochar el cinturón de seda para acariciar su pechos y sus sonrosados pezones.

En lugar de hacer lo que más deseaba, se contentó con quitarle las horquillas que ella se había puesto para recogerse el pelo mientras trabajaba.

Tasha sintió el peligro.

–No, por favor –suplicó con un suspiro, odiando la vulnerabilidad evidente de su voz.

Él dejó sus manos en la curva de sus hombros y, después, las deslizó sobre sus brazos.

–Es tarde, Tasha –dijo con calma y un toque de caballerosidad–. Recoge ya y vamos a la cama.

Como si fuera a irse con él.

¿Debería decirle que quería trabajar hasta que estuviera tan exhausta que se quedara tan dormida que ningún sueño penetrara su subconsciente?

–En unos cinco o diez minutos acabo.

Jared se quitó la chaqueta y se la echó por el hombro.

–Voy a darme una ducha.

¿Cuánto tiempo tardaría en volver a por ella si ella no aparecía? La verdad era que no tenía ni idea de lo que haría. Nunca un enfado les había durado hasta por la mañana. De hecho, aparte de las veces que salían de viaje, la noche anterior había sido la primera vez que dormían en camas separadas.

¿No pensaría él que lo había olvidado todo y había decidido no mudarse a otro sitio? ¿No creería que lo único que necesitaba era algo de tiempo y paciencia por su parte para que ella aceptara?

Si era así, se iba a llevar una sorpresa muy desagradable.

Tasha miró la hora y vio que eran casi las doce. Ya era bastante por un día, decidió, y se puso a recoger todo.

En unos minutos, había llevado los libros a la biblioteca y había ordenado sus documentos y se dirigía hacia su dormitorio.

Si iba a buscarla… Bueno, ya se las arreglaría cuando llegara, pensó mientras se acurrucaba bajo las sábanas.

Se quedó dormida rápidamente. Tan rápidamente que no oyó cuando la puerta se abrió y Jared entró en la habitación.

Jared se dirigió hacia la cama y se quedó un rato mirándola, observando sus facciones suaves en reposo, la manera en que su pelo se extendía sobre la almohada. Tenía la inocencia de una niña.

Sintió que el estómago se le encogía. Suya. Su mujer. Cabezota, independiente y orgullosa. No iba a perderla. Por nada del mundo la perdería.

Le hubiera gustado meterse en la cama con ella y abrazarla durante toda la noche. Despertarla al amanecer y ver cómo ella lo abrazaba.

Permaneció allí mucho rato, mirándola; después, dio media vuelta y salió de la habitación en silencio.