Capítulo 4

 

JARED se fue muy temprano por la mañana. Prefería trabajar en su despacho cuando nadie había llegado porque necesitaba mucha concentración para repasar los testimonios y preparar sus alegaciones.

A Tasha le dejó una nota pegada a la tostadora.

El juicio en el que estaba trabajando estaba resultando arduo, con muchos testigos y con un abogado de la acusación al que le encantaba alardear con el jurado. Era un hombre de pocos escrúpulos que llevaba la ley al límite.

En la sesión del día anterior, había notado una contradicción. Quizá algo insignificante; pero quería repasar cada detalle.

El centro estaba vacío a esas horas y el trafico era casi inexistente. Ya estaba comenzando a clarear y el aire fresco prometía otro día agradable de principios de verano. El río parecía un espejo en el que se reflejaban los rascacielos de acero y cristal.

Casi todos los semáforos parecían estar de su lado, por lo que tardó incluso menos de lo que había previsto. Metió el coche en el garaje del sótano del edificio donde trabajaba, insertó su tarjeta en la ranura para abrir y, finalmente, dejó el coche en su reservado.

Todavía tenía tres horas para preparar la sesión antes de que comenzara el juicio.

El ascensor lo llevó rápidamente a la planta donde estaban las oficinas de su despacho. Cuando llegó, todavía no había nadie, ni una secretaria. Saboreó el silencio y la soledad mientras se dirigía a su oficina y abría la puerta.

Desde aquel momento, se metió de lleno en el caso. Repasó todos los testimonios, sus detalles y los defectos. Pensó en cómo habrían afectado al jurado y cómo podía él dirigir sus preguntas para obtener el máximo efecto.

Dejó a una lado cualquier pensamiento relacionado con su vida privada. Y eso incluía a Tasha.

Esa noche, se concentraría en todos sus asuntos personales. Además, todavía tenía el fin de semana para convencer a Tasha de que se quedara con él. Tenía que conseguirlo.

Mientras tanto, el asunto que tenía entre manos y su aparición ante el jurado tenían prioridad absoluta.

 

 

Tasha desconectó el teléfono móvil, tachó otra línea de la lista y salió a recibir a su cita de las once y media.

Una hora más tarde, hizo la tercera llamada, firmó unos documentos, tomó un sándwich para comer y continuó con las llamadas.

Esa tarde, se marchó de la oficina temprano y llegó a su nuevo apartamento unos minutos antes que el camión del almacén. En poco tiempo, los encargados bajaron todos los muebles y algunas cajas y los colocaron donde ella les iba diciendo.

Lo primero que hizo fue conectar el frigorífico y sacar ropa de cama para meterla en la lavadora antes de utilizarla. Después empezó a sacar los utensilios de la cocina: cubiertos, cacerolas, platos, vasos….

Cuando terminó ya era muy tarde, mucho más de lo que había calculado. Tenía hambre y estaba cansada… pero satisfecha. Lo único que tenía que hacer el día siguiente era ir a recoger su ropa a casa de Jared e ir de compras al supermercado.

Un sonido insistente taladró el silencio de la habitación y Tasha fue a donde estaba su bolso para sacar el móvil.

–¿Dónde diablos estás? –le preguntó Jared con un tono helado.

–Te dije que no me esperaras para cenar –le dijo ella con toda la calma que pudo.

–¿Sabes la hora que es?

Ella no había mirado al reloj, por lo que abrió los ojos sorprendida al ver que eran casi las doce.

–Lo siento, no me di cuenta.

–¿Dónde estás?

No había nada como la verdad.

–Estoy arreglando mi nuevo apartamento.

El silencio que se hizo fue tan rotundo que se habría oído un alfiler caer al suelo.

–¿Te importaría repetírmelo? –le pidió Jared con un tono a la vez suave y peligroso.

–No creo que tengas ningún problema de oído.

–Tasha –dijo él con una advertencia.

–¿Qué parte no entendiste cuando te dije que me marchaba?

Su enfado era palpable y ella podía sentir el esfuerzo que estaba haciendo por mantener el control.

–¿Dónde estás?

–Te daré la dirección mañana cuando vaya a por mi ropa –le dijo fría, calmada y con mucha educación–. Buenas noches.

–¿No vas a venir a casa?

La decisión estaba tomada y no pensaba cambiarla.

–Te veré por la mañana –dijo ella y cortó la comunicación antes de que él tuviera la oportunidad de decir nada.

Tasha se quedó mirando al móvil como si fuera un objeto extraño. Después, lentamente, fue recorriendo la habitación con la mirada. Dios Santo, ¿qué había hecho?

Sintió que el estómago le rugía de hambre. Se dirigió hacia su maletín y sacó un plátano que se había llevado a la oficina y no había tocado. Luego, se tomó un gran vaso de agua y se sintió bastante mejor. Se daría una buena ducha, prepararía la cama y, con un poco de suerte, no tardaría mucho en quedarse dormida.

Afortunadamente, así fue. El día anterior había sido bastante duro, por lo que durmió bien y hasta tarde. Cuando se levantó, se volvió a poner la misma ropa y fue a una cafetería a desayunar. Después, bajó al garaje para tomar su coche e ir al piso de Jared.

Mientras sacaba la llave para abrir la puerta, sintió que los nervios comenzaban a agarrotarle el estómago.

En parte, deseaba que ya hubiera salido, pero la fortuna no estaba de su lado. Cuando entró, él estaba allí, esperándola, con un aspecto bastante taciturno, vestido con unos vaqueros negros y un polo negro. Parecía una pantera. Alto, con los hombros anchos, las caderas estrechas, las piernas largas y en la cara la expresión severa.

–Si no te importa, voy a recoger mis cosas –dijo ella con educación, mirándolo inquieta como si él fuera a saltar sobre ella.

–¿Y si me importa?

Ella tomó aliento y levantó ligeramente la barbilla.

–Ya hemos hablado de esto –dijo, caminando hacia el dormitorio.

Pero tuvo que frenar en seco porque él se puso delante.

–Quizá tú ya hayas hablado, pero yo todavía tengo mucho que decir.

–No servirá de nada repetir lo que ya hemos dicho –dijo ella, intentando rodearlo para sacar un par de maletas de uno de los armarios del pasillo.

Después, se marchó hacia la habitación principal. Jared la siguió y se quedó de pie, observándola. Desde luego, sabía controlarse, pensó ella. Pero ¿durante cuánto tiempo? Nunca antes había tenido la ocasión de comprobarlo y no estaba segura de querer empezar en aquel momento.

–¿No hay nada que pueda decir o hacer para hacerte cambiar de opinión? –preguntó Jared mientras ella sacaba sus cosas de los cajones.

Aquellas palabras contenían una advertencia velada que ella decidió ignorar.

–No.

Esa pareció su última palabra. De repente, nada más pronunciarla, un dolor le atravesó el pecho y la dejó sin respiración.

«Contrólate», le dijo una voz interior. «Ya has tomado tu decisión. Así que adelante con ella».

Se dirigió hacia el armario empotrado y empezó a descolgar la ropa. Con dos maletas no iba a tener suficiente, pensó. Aunque, si ponía toda su ropa de trabajo sobre el asiento trasero del coche, quizá con un viaje fuera suficiente.

–¿Estás dando nuestra relación por zanjada?

La suavidad de su voz era tan cortante como una daga. Un escalofrío le recorrió la espalda mientras cada palabra se le clavaba en el corazón.

Sacó un montón de perchas con ropa y las puso sobre la cama; después, se volvió para mirarlo… Casi inmediatamente, deseó no haberlo hecho.

Evidentemente, había algo en sus facciones que nunca antes había visto. Una dureza, una frialdad que casi la hizo retractarse de sus palabras.

–Creo que necesitamos pasar un tiempo separados –dijo ella muy despacio.

–¿Crees que marchándote lo arreglarás todo?

Ella mantuvo su mirada.

–No lo sé.

–Ese hijo es mío, Tasha.

¡Dios Santo! ¿Qué estaba haciendo?

–Por favor –le suplicó ella, consciente del dolor que le producían las lágrimas que aún no había derramado–. No lo hagas más difícil de lo que es.

Jared podía hacerla pedazos con las palabras si quería, pero se contuvo.

–¿De verdad esperas que me quede aquí cruzado de brazos mientras te marchas de mi vida?

Los ojos de ella se llenaron de lágrimas y le costó mantener la compostura.

–No me marcho de tu vida, Jared.

–¿Solo de mi piso?

Ella no podía hablar del nudo que se le había formado en la garganta.

–Sí –consiguió decir por fin.

–¿El objeto de la mudanza es conseguir más independencia y espacio? –preguntó él, pensado que la idea no le gustaba mucho, pero, al menos, era algo que podía manejar.

Ella permaneció de pie en silencio unos segundos.

–Sí.

Podía ser cívica y educada. Eso no le costaba nada. Sin decir una palabra más, se giró y volvió a sacar más ropa del armario.

Cuanto terminó, Jared llevó las maletas hasta el ascensor.

–Yo puedo sola.

Él le dedicó una mirada de hielo.

–Te seguiré en mi coche.

–Eso no…

–Cállate, Tasha –le ordenó él, con una suavidad aterradora.

Durante el camino al coche, no dijeron ni una palabra.

Tasha se sentó al volante y condujo hacia su nuevo apartamento, consciente de que el Jaguar de Jared la seguía de cerca.

Mientras abría la puerta del apartamento, en el descansillo, apareció un vecino. Un joven que parecía recién salido de la universidad.

–Hola, me llamo Damian. ¿Sois los nuevos vecinos?

–Mi novia se muda sola –lo informó Jared.

–Así que puedo mirar pero no tocar –dijo el chico con una sonrisa encantadora–. Una pena.

–Soy Tasha –dijo ella, extendiendo la mano.

–Encantado. Si necesitas algo, llámame –dijo el chico y se volvió para abrir la puerta de su apartamento.

Cuando entraron en el de Tasha, Jared dejó las maletas en el suelo.

–Un tipo peculiar.

–Sí –admitió ella–. Gracias por ayudarme. Te ofrecería algo, pero tengo el frigorífico vacío.

Él quiso decir algo, pero se mordió la lengua. En lugar de palabras, se inclinó sobre ella y le dio un beso suave en los labios.

–Si tienes algún problema, llámame.

Ella fue incapaz de decir una palabra mientras la puerta se cerraba tras de él.

Ya estaba sola. Eso era lo que quería… ¿No?

Aquel no era el momento de ponerse triste, pensó apartando una lágrima. Aún tenía que hacer muchas cosas.

 

 

Tasha pasó el fin de semana arreglándolo todo.

Jared llamó cada noche y los dos recurrieron a palabras amables pero breves.

Ella se había marchado por decisión propia… Entonces ¿por qué seguía con aquel nudo en el estómago? Tres días más tarde, nada había mejorado.

Esa noche tenían que ir a cenar a casa del juez Jonathon Haight-Smythe. La cena sería una acto al que acudiría la elite de la sociedad de Brisbane. Ella habría podido negarse aduciendo un dolor de cabeza o cualquier otra indisposición; pero le apeteció el reto.

Se puso un vestido rojo y unas sandalias a juego que la hacían sentirse segura de sí misma y se maquilló con esmero para la ocasión.

Cuando había terminado sonó el telefonillo. Jared llegaba a tiempo.

–Ya bajo.

Él estaba esperándola en el vestíbulo. Llevaba un traje de chaqueta inmaculado, una camisa azul y una corbata de seda a juego.

Al verlo, sintió que se le cortaba la respiración.

¿Cómo era posible que un hombre invadiera sus sentidos de aquella manera? ¿Que estuviera tan en sintonía con él? Emocional, espiritualmente… Era como si su corazón y su alma se mezclaran con los de él para formar uno solo.

Cuando lo vio, tuvo que contenerse para no darle un abrazo, para no rodearle el cuello con las manos y levantar la cabeza para recibir su beso.

Necesitaba su contacto, el sabor de sus labios y el baile sensual de sus lengua. Todo ello como preludio de lo que pasaría al final de la noche.

–¡Hola! –lo saludó ella de manera casual.

–Tasha –la saludó él–. ¿Qué tal estás? –se acercó a ella y le dio un beso en la sien.

–Bien –y era cierto. Físicamente, al menos. De hecho, nunca se había encontrado con una salud tan buena.

–¿Nos vamos?

La casa de los Haight-Smythe era espectacular tanto por fuera como por dentro.

Era la elegancia personificada, reconoció Tasha mientras aceptaba un zumo de naranja y recorría la habitación con la mirada.

Conocía a la mayoría de los invitados y le resultó muy fácil mezclarse con ellos con Jared a su lado. Era como si nada hubiera cambiado entre ellos, como si no hubiera sucedido nada.

Pero no era así, y ella era muy consciente de la diferencia.

El lenguaje corporal podía ser más revelador de lo que cabría esperar y Jared descubrió enseguida su tensión.

–Relájate –le dijo, atento al mínimo cambio en su rostro.

–¿Qué te hace pensar que estoy nerviosa? –le preguntó ella con valentía.

Él le agarró la mano y le besó la muñeca. Justo donde el corazón le latía más deprisa.

Ella hizo un esfuerzo por soltarse.

–Jared… –dijo una voz femenina que a Tasha le resultó familiar.

Se trataba de Soleil Emile, un miembro del prestigioso bufete de abogados Emile y Asociados.

Era alta, delgada y con una melena negra larga. Llevaba un modelo de un modisto europeo y las sandalias eran de diseño italiano. Parecía una modelo jugando a ser abogada. Pero no se trataba de ningún juego; de hecho, Soleil era muy buena y eso molestaba a Tasha. Sobre todo porque a menudo trabajaba junto a Jared.

¿Habrían tenido un romance? Cuando le había preguntado a Jared, este lo había negado con sorna. A Soleil, sin embargo, le gustaba dar a entender que su relación era algo más que profesional.

Pero ¿por qué se lo preguntaba ahora?, se interrogó Tasha en silencio. Porque si a Soleil le llegaba el más leve rumor de que Jared y ella ya no estaban juntos, sin duda se le tiraría al cuello.

Solo pensar en ello hacía que el corazón se le encogiera.

–Soleil –consiguió decir con una amabilidad sorprendente.

Todo pareció demasiado formal, pensó Tasha mientras intercambiaban las cortesías de rigor. Hablar de trivialidades estaba permitido; pero discutir de trabajo, no.

–¿No te importará si te robo a Jared un rato más tarde? –preguntó Soleil y, sin esperar una respuesta, se dirigió hacia él–. Te confirmaré la información por e-mail, pero me gustaría tener la oportunidad de ponerte al tanto.

¿A quién se creería que estaba engañando?, pensó Tasha. Lo único que le interesaba a Soleil era Jared, el hombre. ¿Acaso no se daría cuenta él de que quería algo más que trabajo?

Por el amor de Dios, se amonestó Tasha en silencio. Soleil había trabajado con Jared desde antes de que ella lo conociera. ¿Por qué iba a empezar a angustiarla el tema en aquel momento?

–Si me disculpáis –dijo la mujer.

Tasha detectó el deje sensual tras la despedida formal y apenas contuvo un resoplido cuando Soleil se alejó con gracia.

Al rato, anunciaron que la cena estaba servida y demostró ser un éxito culinario servido con sofisticación.

Jared estuvo todo el tiempo atento con ella, más de lo habitual.

Ella le dedicó una sonrisa.

–Estás al límite de la exageración.

–¿Eso crees?

Su voz sonó suave y demasiado íntima. ¿Se haría una idea del efecto que causaba en ella? Por supuesto que sí. Llevaban dos años compartiendo una historia muy intima y de mucha complicidad.

¿Y ella iba a echar a perder todo aquello?

¿Era esperar demasiado querer tenerlo todo? ¿Acaso tenía unas expectativas demasiado altas? ¿Imposibles?

Para ser sincera consigo misma, tenía que admitir que había considerado la posibilidad de casarse con él, pero nunca le había dicho nada al respecto.

Cuando la cena terminó, Emily animó a sus invitados a que pasaran a la habitación contigua para tomar el café.

Tasha era consciente de la mano de Jared en su espalda mientras salían del comedor.

–¿Tienes que hacerlo? –le preguntó ella, con una sonrisa mientras salían de la habitación.

Él no dijo nada, pero tampoco quitó la mano de donde estaba.

Ella pidió té y aceptó la delicada taza de porcelana china que su anfitriona le ofreció; después, se acercó a Jonathon Haight-Smythe.

Era un juez del tribunal supremo que había sido testigo de todos los aspectos de la naturaleza humana. Dentro de los juzgados tenía fama de ser intolerante y muy estricto. Pero, fuera de ellos, era un verdadero encanto.

–Tasha, cuanto me alegro de que hayas podido venir.

–He disfrutado mucho –le respondió ella con sinceridad–. La cena estaba deliciosa.

Solo se había separado un segundo de Jared y ya estaba Soleil a su lado. Obviamente llevaba largo rato al acecho.

No mucho rato después, Tasha estaba hablando animadamente con la mujer de un notario cuando sintió que Jared se ponía a su lado. Parecía que poseía una antena en lo que a él concernía, lo cual era bastante sorprendente. Era casi un sexto sentido. Hacía unas semanas lo habría interpretado con afecto; pero, en la actualidad, le producía un profundo dolor en el pecho.

–¿Nos disculpas, Jonathon?

La voz de Jared sonó suave como la seda.

Al tenerlo tan cerca, Tasha podía percibir el olor de su colonia exclusiva mezclado con el del algodón recién lavado y el aroma fugaz del tejido caro del traje confeccionado por un sastre italiano.

Era dinero viejo, heredado a través de varias generaciones. Invertido sabiamente para asegurar que la riqueza crecía y se multiplicaba durante la vida de varios hombres muy profesionales.

Jared siempre había sido perseguido por su riqueza y por su posición social. Por eso, bajo una fachada de sofisticación, ocultaba un recelo innato y un cinismo preparado para tratar con cualquier oportunista o arribista que se le acercara.

–Tengo que repasar unas notas antes de la sesión de mañana –añadió Jared como excusa para abandonar la fiesta.

Unos cinco minutos más tarde, Tasha se estaba poniendo el cinturón de seguridad mientras Jared se sentaba al volante.

A aquella hora de la noche ya había poco tráfico, por lo que tardaron muy poco en llegar a su apartamento.

Jared apagó el motor y se giró hacia ella.

–Gracias por traerme –le dijo ella con una mano en la puerta.

–¿Por qué tienes tantas prisas?

Porque si la tocaba, estaba perdida.

–Dijiste que tenías que revisar unas notas.

–Qué considerada –dijo él antes de inclinar la cara hacia ella para darle un beso lento y dulce.

«Dios Santo».

Necesitó toda su fuerza para no responder al delicioso mordisqueo de sus dientes. Un gemido nació y murió en su garganta cuando él la tomó en un abrazo sensual y evocativo que la dejó deseando más.

De mucho más, pensó desesperada, consciente de lo fácil que era sucumbir a sus caricias. Había una parte de ella que quería agarrarlo de la camisa y llevárselo a su apartamento para después arrancarle la ropa y empujarlo hacia la habitación.

Quería sentir su boca sobre los pechos, sentir su erección contra el vientre, sus manos… Y quería tocarlo, saborear su piel, absorber su esencia masculina en una unión sin barreras.

De su garganta escapó un quejido cuando Jared se separó un momento y, durante un instante de locura, se agarró a él. Apunto estuvo de pedirle más.

¡Dios Santo! Las palabras se le agolparon en la garganta y le costó un gran esfuerzo controlarlas. La sangre se retiró de su rostro, dejándola pálida. Tenía los ojos muy abiertos, por la conmoción, y llenos de lágrimas.

Él le acarició el rostro, y después la besó en los labios con dulzura.

Quería hacerle el amor. Abrazarla con fuerza y no dejarla escapar. Y eso haría… pronto. Por ahora, tenía que darle el tiempo y el espacio que había dicho que necesitaba.

–Hace mucho que dejé de hacer el amor en un coche –le dijo él con una sonrisa.

Ella tenía que intentar levantarse. Si no lo conseguía, estaba perdida.

–¿Era en un BMW, un Jaguar, un todoterreno o un Porsche?

–Recuerdo la ocasión, pero no el coche.

El cambio de situación logró hacerla sonreír.

–¿Y a la chica?

–Algunas eran más memorables que otras. «Pero ninguna se parecía a ti, ni de cerca», añadió en silencio.

Después, ninguno de los dos dijo nada. Entonces, Tasha se apartó de él y abrió la puerta.

–Hasta mañana.

Él la observó mientras salía del coche.

–Te llamaré.

Jared esperó a que abriera la puerta.

Ella no miró hacia atrás, entró en el portal y se dirigió hacia los ascensores y él solo arrancó el coche cuando las puertas del ascensor se cerraron tras ella.