Epílogo

—¿Ha sido una pesadilla? —le preguntó Matt mientras Rachel se quitaba la bata y se volvía a meter en la cama.

—Creo que nerviosismo más bien.

Taylor había recibido una invitación para acudir a la fiesta de cumpleaños de un amigo y para quedarse a dormir en su casa al día siguiente después del colegio. Había sido un punto de inflexión en su vida que se hubiera sentido lo bastante seguro como para aceptar una decisión que todos habían celebrado.

Después de tomar su decisión, el niño no había pensado en otra cosa en toda la semana. Aquella noche, Rachel le había ayudado a preparar su mochila. Aquella creciente excitación le estaba dificultando el poder conciliar el sueño. Aquélla era la segunda vez que Rachel se había tenido que levantar, aunque se había quedado con él hasta que el niño se había dormido.

Matt la abrazó y la estrechó contra su cuerpo para hacerla entrar en calor. El rancho renovado era un edificio robusto y contaba con un buen aislamiento, pero se esperaba que nevara un poco más antes del alba.

—¿Está dormido? —susurró él.

—Sí.

Los labios de Matt empezaron a acariciarle el hombro.

—Mmm...

Rachel se acurrucó más contra su cuerpo y sintió el despertar de la erección.

—¿Te gusta?

—No —mintió ella—. Sólo lo hago por complacerte.

—En ese caso, date la vuelta y compláceme un poco más...

Rachel se colocó cara a cara con Matt. A pesar de la predicción meteorológica, la luna brillaba en el cielo, por lo que podía distinguir los rasgos de él en la oscuridad.

—Siempre llevas demasiada ropa en la cama —susurró Matt, mientras le metía la mano por debajo del camisón para levantárselo.

El sensual roce de la callosa mano acariciándole el muslo provocó otro temblor, aunque aquél no tuvo nada que ver con el frío.

—Soy una mujer casada... ¿Qué esperabas?

—Algo sedoso. Seductor. Escaso...

—Deberías haber pensado eso antes de que termináramos viviendo en Montana en invierno.

—A mí me gusta Montana en invierno. Así apetece más acurrucarse.

La mano proseguía con su exploración. Los dedos se extendieron para cubrir la curva de la cadera.

—¿Crees que estará bien? —preguntó ella, incapaz de controlar su ansiedad.

—Creo que sí. Y creo que tú también.

—¿Se supone que eso es una frase con doble significado?

—Se supone que debía tranquilizarte, pero puedes tomártela como quieras.

—En ese caso, prefiero la postura del misionero, por favor.

—¿La postura del misionero?

La mano de Matt se detuvo. Dado que ella nunca había expresado su preferencia por el modo en el que hacían el amor, Rachel podía comprender perfectamente la sorpresa de Matt.

—Se supone que es más seguro...

—¿Más seguro para qué? —preguntó él, atónito.

—Para el bebé.

Había pensado durante mucho tiempo cómo y cuándo decírselo. Por alguna razón, tal vez por los progresos de Taylor, aquella noche parecía el momento adecuado.

—¿Para hacer un bebé? —dijo él, sin comprender.

—No. Para protegerlo.

Se produjo un largo silencio. Rachel rezó para que la reacción de Matt fuera la misma emoción que ella había sentido.

—¿Un bebé?

Aún no se podía saber lo que Matt pensaba. Por supuesto, estaba atónito, pero no expresaba ninguna de los sentimientos importantes, como la alegría que Rachel deseaba que sintiera.

Se había imaginado que se mostraría algo aprensivo. No era de extrañar, después de haber perdido ya un hijo. Sin embargo, ella se sentía muy fuerte. Hasta el médico con el que había consultado nada mas sospecharlo había estado de acuerdo con aquella afirmación. No había razón alguna para que Matt se preocupara por ella ni por el bebé ni para no esperar que tuvieran otro hijo perfecto.

“O hija”, pensó, recordando el anhelo de su corazón.

—Bueno, di algo.

—¿Un bebé? —repitió él.

—Sí, de los que lloran, comen y duermen. ¿Sabes a lo que me refiero?

Supo inmediatamente que se había equivocado al realizar aquel comentario. El cuerpo de Matt se tensó lo suficiente como para apartarse físicamente del de ella. Para contrarrestar aquel movimiento, ella se inclinó sobre él y colocó el rostro muy cerca del de Matt.

—Podrías fingir que te alegras.

—¿Estás segura?

—Dada esta reacción —comentó, con una sonrisa que sirviera para aminorar la velada crítica—, ¿crees que te lo habría dicho si no estuviera segura?

Matt respiró profundamente. Al mismo tiempo, levantó la mano y le enmarcó el rostro. Le acarició el labio inferior con el pulgar, evidentemente con la intención de rectificar el error que había cometido al no reaccionar de un modo entusiasta.

Rachel abrió la boca y empezó a chuparle el dedo. Lo hizo muy suavemente, durante un segundo. Cuando se lo soltó, le dio un beso en el nudillo.

—Te prometo que todo va a salir bien.

—Lo sé... Ha sido una sorpresa...

—No debería serlo.

Después de casi cuatro meses de casados, seguían prácticamente en su luna de miel. Antes de que ella hubiera tenido tiempo de encontrar un médico, justo después de la mudanza, para que empezara a tomar medidas anticonceptivas, habían hecho el amor tantas veces que el resultado no habría debido sorprender a ninguno de ellos.

—Un bebé —repitió Matt, aquella vez con más dulzura—. ¿Sabes lo que es?

—Todavía no. De hecho, no creo que quiera saberlo. ¿Y tú?

—No lo sé.

—Bueno, no tenemos que decidirlo esta noche. Pasarán algunas semanas antes de que puedan decírnoslo, si decidimos que deseamos saberlo.

—¿Tienes alguna preferencia?

—Sí. Un bebé saludable y perfecto.

—Eso ya se da por sentado. ¿Nada más?

—No me importa lo que sea. ¿Y a ti?

—En realidad no, aunque nunca he tenido una hija...

—Eso, por supuesto, no te lo puedo garantizar, pero si no es esta vez... podría ocurrir en el futuro.

—¿Significa eso que deseas tener una familia numerosa? —bromeó él.

—En realidad, nunca he tenido una familia —dijo Rachel—, al menos hasta ahora. Por eso creo que añadir un nuevo miembro de vez en cuando sería una buena idea. Así nos mantendríamos jóvenes.

—¿Estás dando a entender que soy viejo? Rachel nunca había pensado en los nueve años que los separaban. Al principio, no había reparado en ello. Después, le había parecido perfecto.

—Bueno, yo no diría viejo exactamente...

Matt se inclinó sobre ella y la besó. A continuación, levantó los labios tan sólo lo suficiente para poder decir:

—¿Estás tratando de desafiarme?

—Sé muy bien que no debo hacerlo —respondió ella, riendo.

—A mí me lo ha parecido.

—Si quieres que sea así...

—O mejor así...

Con un rápido movimiento la colocó de espaldas sobre la cama. Rachel le miró a los ojos. A pesar de los rayos de la luna, parecían ser casi negros. Insondables. Hasta que le sonrió.

—La postura del misionero. Como habías pedido.

—Todavía no.

—Eres muy exigente...

Matt bajó la cabeza y la besó. Rachel sintió la misma sensación de placer que había experimentado la primera vez que él la besó. La intensidad de la reacción a las caricias de Matt nunca había disminuido su intensidad, tal vez porque, cada día que pasaban juntos, la intensidad de lo que sentía por él iba también en aumento, nutrido tal vez por la infinidad de cosas que él hacía para que se sintiera amada.

Se había colocado a su lado, con la cadera y la pierna izquierdas descansando sobre el colchón, a su lado, y la derecha encima de los muslos de Rachel. Inclinó la cabeza para poder acariciarle el pezón con la lengua...

Rachel colocó la mejilla contra el cabello de él. El aroma del champú que él utilizaba le resultaba prácticamente afrodisíaco. Evocaba recuerdos de caricias, de besos pasados, al igual que el resto de los sentimientos que asociaba con Matt. Seguridad. Sentirse amada y protegida...

Fue bajando los labios al tiempo que la mano seguía acariciándole el seno. Labios y mano fueron bajando poco a poco hasta llegar a la dulce cavidad del ombligo. Matt se lo exploró con la lengua, provocándole una oleada de calor en las venas, haciendo que los cuerpos de ambos se fundieran de pasión.

Rachel cerró los ojos. El deseo creció dentro de ella cuando sintió que él cambiaba de postura. La boca siguió bajando y empezó a prepararla para lo que vendría a continuación.

La respiración de ella se aceleró. Los gemidos y los susurros de placer eran completamente audibles. Le acarició los fuertes hombros y le clavó las uñas en los músculos mientras la seguía embriagándola con la promesa de placeres más intensos.

La llevó al borde del abismo una y otra vez. En varias ocasiones estuvo a punto de hacerle alcanzar el clímax, pero siempre parecía saber exactamente dónde detenerse. Entonces, cuando ella pensaba que el momento se había perdido, volvía a estimularla. Comenzaba de nuevo la progresión que los dos sabían que los llevaría a la pérdida de control que ambos deseaban.

En aquel momento, ocurrió más rápidamente. Casi en el mismo momento en el que la lengua de Matt le acarició la parte más sensible de su cuerpo, alcanzó el punto de máximo placer. Empezó a temblar, pero antes de que el momento pasara, Matt se colocó encima de ella. La besó mientras la penetraba con un movimiento firme y poderoso. Rachel arqueó las caderas para recibirlo más plenamente.

La oscuridad pareció iluminarse con las sensaciones. Sus propios movimientos llevaron a Matt rápidamente a unirse a las convulsiones de placer que Rachel estaba experimentando. Ella vio cómo echaba hacia atrás la cabeza, con los tendones del cuello muy tensos y la boca abierta por el gozo. El sonido que le salió de la garganta fue duro, gutural. Primitivo. Se hizo eco en el gozo que Rachel sentía.

Se desplomó encima de ella. Tenía la respiración acelerada. Rachel recibió con gusto el peso del cuerpo de Matt y sintió con placer la piel cubierta de sudor rozándose contra la suya.

Lo abrazó con fuerza.

Sus cuerpos aún siguieron unidos hasta que el éxtasis que los había desgarrado por completo empezó a remitir.

Los músculos se relajaron. Las terminaciones nerviosas quedaron completamente inmóviles.

Después de un largo instante, Matt levantó la cabeza. A continuación, se apoyó sobre los codos para poder mirarla.

—Resulta difícil de creer, ¿verdad?

—¿El qué? —preguntó Rachel.

—Que cada vez sea mejor.

—A mí no me resulta difícil creerlo.

Matt sonrió y depositó un ligero beso sobre la nariz de su esposa. A continuación, volvió a colocarse al lado de ella y la besó también en el vientre.

—Hola, bebé —dijo suavemente—. Bienvenido a casa.

Cuando volvió a mirar el rostro de Rachel, vio que ella tenía los ojos llenos de lágrimas.

—¿Son de felicidad? —preguntó, algo preocupado.

—La mayor felicidad que he experimentado en toda mi vida —le aseguró ella. Y así era.