Capítulo Diecisiete
Fueran cuales fueran las razones que Matt le había dado para el beso que habían compartido la noche anterior, no había duda alguna de por qué la estaba besando en aquellos momentos. Podría ser que Robin hubiera sido la instigadora en aquella ocasión, pero la respuesta de él había sido inmediata e inequívoca.
La lengua de Matt requería acceso y se apretaba contra la boca de Robin apasionadamente. ¿Se debía acaso a la pasión que había estado negando todo el día manteniendo las distancias con ella?
Deslizó la mano por la camiseta que Robin llevaba puesta. La palma, callosa y ruda, se le deslizó sensualmente por encima del vientre. Al mismo tiempo, el dedo meñique se metió por debajo de la cinturilla de los vaqueros hasta que encontró el suave hoyuelo del ombligo.
Una oleada de cálida humedad se desató dentro de ella. Había pasado tanto tiempo desde que un hombre le había hecho el amor... Demasiado. Su cuerpo ansiaba aquellas caricias casi tanto como el corazón había deseado sentir la preocupación de Matt.
Cuando él vio que Robin no protestaba por lo que estaba haciendo, siguió explorando. Deslizó los dedos por encima de las costillas, cubriéndolas por completo hasta que le rodeó el costado. A continuación, la mano ascendió por la espalda hasta colocarse entre los omoplatos, sujetándola mientras profundizaba el beso.
Robin respondió clavándole las uñas en los firmes músculos de los hombros. Entonces Matt, con gran habilidad, le soltó el broche del sujetador y metió la mano por debajo de la tela mientras la prenda íntima se abría.
Los dedos empezaron a moverse de nuevo, deslizándose sobre la piel que el sujetador había cubierto en espalda y costado hasta hacía unos segundos. No había tiempo para pensar ni para que Robin recordara ninguna de las reglas que habían gobernado su solitaria existencia.
La misma mano callosa que había debilitado sus defensas acariciándole el vientre se deslizó bajo el peso de sus senos, aprisionando uno de ellos, reclamándolos para sí... Reclamándola a ella para sí.
Robin exhaló un susurro e, inconscientemente, empujó la suavidad de su pecho contra la masculinidad de la mano de Matt. Éste se tensó en medio de un placer tan exquisito que rayaba con el dolor.
El gemido de Robin hizo que Matt dejara de apretar. En vez de eso, se concentró en acariciar el pezón con el pulgar. Movía la yema del dedo por encima de la sensible piel una y otra vez, hasta que consiguió que el pezón se irguiera. Robin sintió que sus pechos experimentaban sensaciones parecidas a cuando había amamantado a Taylor. Deseaban desahogarse, pero aquella vez...
Como si Matt le hubiera leído el pensamiento, le levantó la camiseta con la otra mano. Entonces, se inclinó sobre ella y empezó a acariciar el erecto pezón con la lengua.
Robin produjo un gutural sonido con la garganta. Al oírlo, él levantó la cabeza y permitió que el aire frío rozara la humedad que le había dejado sobre la piel. Una sensación eléctrica, como la de una tormenta de verano, recorrió el cuerpo de Robin. Inmediatamente, se vio seguida de otra clase de humedad.
Deseaba más. Más de Matt. Más de sus caricias. Recordar lo que se sentía al ser una mujer y verse deseada por un hombre.
Le colocó las manos sobre el pecho y empujó, justo como lo había hecho en el desván de su casa la noche anterior. Matt se quedó inmóvil, pero cuando ella empujó una segunda vez, con más fuerza, la soltó. Dio un paso atrás y dejó que la camiseta volviera a caer de nuevo.
Robin se sentía totalmente embriagada por la necesidad que sentía. Los huesos se le habían deshecho por el deseo, tanto que casi estuvo a punto de desmoronarse cuando él la soltó. Era incapaz de componer una explicación coherente con la que decirle que no era aquello lo que había deseado hacer.
En vez de hacerlo, cruzó los brazos, agarró el borde de la camiseta, y se la sacó por la cabeza, quitándose al mismo tiempo la cazadora y el sujetador. Tiró las prendas al suelo y dio un paso para volver a establecer contacto con el cuerpo de Matt. Los pezones rozaban suavemente la sudadera que él llevaba puesta.
Una vez más, se puso de puntillas y le rodeó el cuello con los brazos. Empezó a torturarle la boca con la lengua, justo como él había hecho con el pezón.
Sorprendido por aquella reacción, Matt tardó un segundo en responder. Entonces, la estrechó entre sus brazos. Encontró la curva de las caderas con las manos y la levantó para que pudiera establecer un contacto mucho más íntimo y directo con su erección. Empezó a besarla apasionadamente, poniendo así fin a la tortura a la que Robin lo estaba sometiendo.
Llena de frenesí, ella deslizó las manos por debajo de la sudadera para localizar los botones de la camisa que llevaba debajo. Cuando empezó a desabrochar el primero de ellos, Matt levantó la boca lo suficiente como para poder susurrar:
—Espera.
Se sacó la sudadera por la cabeza y la dejó caer al suelo, junto a la camiseta y la cazadora de Robin. A continuación, se sacó la camisa de los pantalones y, sin molestarse en desabrochársela, se la agarró por la espalda y tiró de ella para sacársela por la cabeza.
Se arrancó un botón, que rebotó sobre el suelo de madera. Sin mirar, Matt la arrojó y la camisa se deslizó por el borde de la mesita de café antes de caer al suelo.
Durante un momento, permanecieron de pie, mirándose sin moverse. El fuego dibujaba los músculos y los huesos del torso de Matt como con un lápiz de color rojo. Una flecha de vello oscuro se le deslizaba entre las costillas para desaparecer bajo la cinturilla de los pantalones.
No había ni un gramo de grasa sobre aquel cuerpo. Tenía el torso largo y musculado, como el de un nadador. Esbelto, fuerte y en forma, resultaba mucho más atractivo sin ropa.
Robin lo miró y respiró profundamente. Los pezones, aún erectos y endurecidos por el deseo y el frío creciente que reinaba en la sala, se irguieron un poco más.
Al notarlo, él extendió la mano y le tocó el seno izquierdo. Aquella vez, la caricia fue muy distinta a la anterior. No hubo urgencia, ni pasión. El contacto que se estableció fue casi reverente.
—Eres tan hermosa —susurró.
La luz del fuego enmascararía las imperfecciones de las que ella era consciente. Al escuchar la voz de Matt, se relajó, dispuesta a creer que era cierto lo que él le decía.
Especialmente en aquellos instantes, era un don. La primera vez que se quedaba desnuda. La primera vez que hacía el amor. Considerando las circunstancias en las que su cuerpo se había quedado desnudo la última vez...
Se esforzó por apartarse del pensamiento aquella imagen tan odiada, decidida a no consentir que nada interfiriera con lo que estaba ocurriendo en aquellos momentos.
—Y tú también lo eres —dijo.
Sólo cuando había pronunciado las palabras se dio cuenta de cómo sonarían aquellas palabras a un hombre tan descaradamente masculino. Sin embargo, una ligera sonrisa indicó que no se sentía ofendido por lo ridículo de la afirmación de Robin.
—Gracias.
—Gracias a ti —replicó ella.
Ella había descubierto que había algo muy erótico en lo que estaban haciendo. Estaban el uno frente al otro a la luz de la chimenea, tomándose tiempo para aprenderse visualmente. Tal vez aquello sólo le parecería importante a alguien como ella. Se echó a temblar, gozando con la ternura con la que él la estaba tocando.
—¿Sigues teniendo frío?
Aquella vez, Matt no le ofreció la cazadora sino que extendió la mano con la que le había estado tocando el seno.
Robin dudó tan sólo un segundo antes de colocar los dedos sobre la palma de él. Cuando Matt tiró de ella, la anticipación que la joven sintió fue tal que la hizo olvidarse de todo lo demás.
Sin embargo, de repente se escuchó un sonido a sus espaldas que la hizo detenerse en seco. ¿Habría sido el crujido de una puerta? ¿El de los muelles de un colchón?
Casi inmediatamente, se dio cuenta de que no había sido ninguna de las dos cosas, sino un leño que se había deslizado sobre el fuego. A pesar de todo, apartó la mano de la de Matt y miró hacia atrás.
Comprobó que Taylor, por suerte, no estaba de pie en el umbral de su dormitorio. La puerta parecía estar en la misma posición en la que ella la había dejado.
Robin no se podía creer que ni siquiera se le hubiera ocurrido pensar que la puerta estaba abierta ni en la posibilidad de que, a pesar de las apariencias, Taylor no estuviera tan profundamente dormido como ella había pensado.
Respiró aliviada antes de volverse a mirar a Matt. Instintivamente, se había cubierto los pechos con los brazos, plenamente consciente en aquel momento de su desnudez.
Matt se había inclinado para recogerle la ropa. Se incorporó y le entregó sus prendas. Cuando Robin las tomó, sacudió la cabeza.
—Lo siento, creía que... Pensé que era Taylor.
—Lo sé.
Consiguió sacar la camiseta del nudo en el que se habían convertido las tres prendas. Mientras sujetaba la cazadora y el sujetador con una mano, se metió la camiseta por la cabeza. Se tomó su tiempo para estirársela antes de volver a mirar a Matt.
—No creo que esto sea una buena idea —dijo, como si ella tuviera dieciséis años y estuvieran en el asiento trasero de un coche—. Se podría despertar en cualquier momento.
Matt no había mostrado intención alguna de recoger la ropa que se había quitado. Su rostro resultaba inescrutable.
—Lo siento mucho —prosiguió ella—. Me siento como si...
Él levantó la mano y se la acercó al rostro. Instintivamente, Robin se encogió, giró la cabeza bruscamente hacia un lado y levantó el brazo, doblándolo como si quisiera protegerse.
—¿Qué diablos...? —preguntó él.
Al escuchar el tono de voz de Matt, Robin comprendió la magnitud de la equivocación que acababa de cometer. Lentamente, se volvió para mirarlo. Él aún tenía la mano extendida, con los dedos estirados.
—¿No creerías que...? —quiso saber, muy serio—. Yo no he pegado a una mujer en toda mi vida.
—Lo siento... —susurró Robin.
—Deja de decir eso. No tienes nada que sentir. Tu hijo está dormido en la habitación de al lado. Lo comprendo perfectamente.
—Yo no debería haber empezado esto.
—No creo que lo hicieras tú sola.
—Me refería a lo de esta noche.
—No ha empezado esta noche ni tampoco va a terminar en este momento, pero... en estos momentos, los dos tenemos que ocuparnos de cosas que son mucho más importantes.
Robin asintió, tratando aún de contener las lágrimas. Al notarlo, Matt le colocó una mano en la nuca y volvió a estrecharla entre sus brazos. Aquella vez, simplemente la abrazó, dejando que ella apoyara la mejilla contra su pecho y que escuchara los latidos de su corazón.
Después de un momento, se inclinó sobre ella y le depositó un beso sobre el cabello. La soltó tan repentinamente como la había abrazado. Entonces, se dio la vuelta para buscar su ropa.
—No quiero regresar a la oscuridad.
Matt no comprendió lo que ella quería decir ni ella podía explicárselo. Al menos no aquella noche. Sin embargo, no hizo falta que lo hiciera.
—En ese caso, quédate aquí. Duerme sobre el sofá.
—Tal vez sería mejor que...
—Yo iré a ver cómo está y dejaré la puerta abierta para que puedas ver el interior del dormitorio.
Matt se dirigió al dormitorio en el que descansaba Taylor y abrió la puerta. Para comprobar lo que él le había dicho, Robin se dirigió al sofá y se sentó.
Matt tenía razón. Podía ver perfectamente el interior del dormitorio. Vio cómo él se inclinaba sobre el niño para arroparlo. Se le hizo un nudo en la garganta.
Durante un momento, Matt desapareció. Cuando volvió a salir del dormitorio, Robin vio que llevaba una manta en las manos.
—Túmbate —le ordenó él.
—¿Crees que...?
—Lo que creo es que deberías tumbarte — afirmó. Le extendió la manta por encima y luego le entregó uno de los cojines que había al otro lado del sofá.
Matt había empezado ya a apartarse de ella cuando Robin extendió una mano y le agarró por el brazo.
—Lo siento mucho.
Matt sonrió suavemente.
—Por el amor de Dios... Te aseguro que no es la primera vez que ocurre algo como esto. Todos los que han tenido hijos saben que...
Se interrumpió secamente.
—Matt...
—Duérmete —dijo él—. Y deja de preocuparte. Esta noche no debes preocuparte por nada.
A pesar de que Robin asintió, sabía que aquél era un lujo que no se podía permitir.
El movimiento, que había sido sólo periférico, venía enmascarado por las sombras que cubrían el pequeño pasillo que daba a los dormitorios. No era la dirección desde la que había esperado que proviniera el peligro.
La repentina descarga de adrenalina fue tan potente que estuvo a punto de provocarle nauseas. Levantó el arma que había tenido en la mano toda la noche y la apuntó hacia la zona. Observó las sombras y contuvo el aliento mientras los segundos fueron pasando.
No ocurrió nada. No se produjo sonido ni movimiento alguno.
Lo que le había parecido notar había sido tan sutil que empezó a preguntarse si habría sido producto del fuego que ardía en la chimenea o de su imaginación, un fenómeno que cualquiera que hubiera estado de guardia o que hubiera estado esperando la orden que lo mandara a una situación desconocida reconocería inmediatamente. Había sido un movimiento fantasma, producido exclusivamente por un cerebro demasiado en tensión. El ojo esperaba ver algo y, de repente, lo ve.
Acababa de decidir que aquello era lo que había ocurrido cuando lo que había entre las sombras volvió a moverse. Matt volvió a levantarla pistola.
Entonces, igual de rápidamente, dirigió el cañón del arma hacia el techo. Una forma inconfundible se materializó en la oscuridad. El color y el tamaño provocaron que la identificación fuera instantánea.
Taylor, sin duda buscando a su madre.
Matt miró hacia el sofá en el que descansaba Robin. Estaba dormida profundamente, como demostraba el hecho de que su respiración fuera lenta y profunda. Cuando volvió a mirar al chico, Taylor había avanzado lo suficiente como para que la luz del fuego lo iluminara por completo. Con una mano se iba frotando los ojos mientras caminaba, descalzo, sobre el suelo de madera.
Matt pensó en advertirle que su madre estaba dormida, pero dudaba que Robin se lo agradeciera. Evidentemente, el niño estaba asustado porque, si no, no se habría levantado en medio de la noche. Después de lo que había pasado, tenía derecho a aquel miedo y derecho a que alguien lo consolara.
En vez de dirigirse hacia el sofá, el niño se acercó al sillón en el que Matt estaba sentado.
—¿Qué te pasa, campeón? —susurró, para no despertar a Robin—. ¿Estás bien? —añadió. Taylor asintió, pero no dijo nada más—. ¿Tienes que ir al cuarto de baño?
El pequeño negó vigorosamente con la cabeza, pero siguió sin pronunciar palabra.
—¿Has tenido un mal sueño?
Aquella vez, Taylor tardó unos segundos en decidir la respuesta. Cuando contestó, volvió a asentir con la cabeza.
—¿Quieres que te acompañe a la cama y te arrope?
—No quiero volver a la cama.
Una vez más, Matt miró hacia el sofá y comprobó que ni siquiera el sonido de la voz de su hijo había conseguido despertar a Robin. La pérdida de horas de sueño durante las últimas cuarenta y ocho horas había terminado por derrotarla. No tuvo corazón para despertarla. Además, como él ya estaba despierto, no tenía ningún sentido que se despertaran los dos.
—No tienes por qué hacerlo. Ven aquí.
A pesar del arma que tenía en la mano, Matt extendió los brazos para tomar al niño. Lo tendría en brazos unos minutos, hasta que se quedara dormido, y lo volvería a dejar en la cama.
Esperaba que Taylor se negara, ya que seguramente no querría que lo tomara en brazos un hombre al que no conocía muy bien. Sin embargo, el pequeño le rodeó el cuello con los brazos y permitió que Matt lo sentara en su regazo.
Un instinto que el tiempo no le había hecho olvidar le hizo rodear el pequeño y cálido cuerpo del niño con los brazos y acurrucarlo contra su pecho. Igual que había ocurrido en el desván la noche anterior, Taylor correspondió plenamente a aquel abrazo.
El olor del suave champú del niño lo transportó cruelmente en el tiempo. Recordó cómo sacaba a Josh del coche, cómo lo metía en la cuna después de que el niño se hubiera quedado dormido en el sofá, cómo lo levantaba por las mañanas para que Karen pudiera descansar unos minutos más...
La repentina ternura que sintió por Taylor Holt era idéntica. Despertó en él un anhelo tan grande que los ojos se le llenaron de lágrimas.
Parpadeó para controlar las emociones que se habían apoderado de él. Había jurado que protegería a aquel niño. Aquél era su trabajo. Lo que no había esperado había sido los sentimientos que éste había despertado en él.
—¿Me puedo quedar aquí toda la noche?
La pregunta del niño representaba un peligro tan grande como lo había sido tomar a Robin entre sus brazos y lo atraía tanto como los sentimientos que lo habían llevado tan poderosamente hacia ella la noche anterior.
Incapaz de responder por el nudo que se le había hecho en la garganta, Matt asintió. Con un suspiro de felicidad, Taylor buscó una postura más cómoda.
Soltó uno de los brazos. Dejó que la manita descansara sobre el pecho de Matt y, tras un instante, se levantó dos o tres veces para golpearle suavemente en el hombro.
Matt se preguntó si aquello significaría aprobación o comodidad. En cualquier caso, era un gesto que evidenciaba que el niño tenía la intención de quedarse donde estaba.
A pesar de los dolorosos sentimientos que el policía había experimentado al tomar a Taylor entre sus brazos, sabía que aquello era precisamente lo que más deseaba. Era demasiado tarde para protegerse contra los peligros que podría acarrearle permitir que otro niño le robara el corazón.
Cuando Robin abrió los ojos con las primeras luces del alba, se sorprendió al ver que se había quedado dormida. Tal y como se había temido, en cuanto se había tumbado en el sofá, las pesadillas habían empezado a turbar su sueño a pesar de lo mucho que ella se había esforzado por ahuyentarlas.
Sin embargo, en algún momento de aquella batalla, se había quedado dormida profundamente, sumida en un descanso marcado por sueños que llevaban el marchamo de los últimos días. Se había obligado a despertarse para escapar de uno de ellos.
Había estado huyendo, aunque no recordaba de qué. Era un temor sin nombre, que la había aterrado lo suficiente como para hacerla despertar de un descanso que necesitaba desesperadamente.
Tardó unos segundos en recordar dónde estaba y otros cuantos en comprender por qué estaba tumbada en el sofá del salón, en vez de en la cama con Taylor, tal y como había planeado.
En la chimenea, relucían las últimas brasas del fuego. A pesar del viento que aullaba en el exterior, estaba muy bien abrigada por la manta con la que Matt la había tapado.
Aquel recuerdo la animó a levantar la cabeza. Buscó entre la penumbra del salón al hombre que había prometido vigilarlos durante toda la noche. Estaba justo donde se había imaginado que estaría, en el sillón que había colocado contra la puerta principal. Sin embargo, no estaba solo.
Tenía a Taylor sobre el regazo. El brazo del niño estaba contra el pecho de Matt. El rostro del pequeño estaba completamente relajado, pero el del hombre que lo tenía en brazos parecía contemplar el fuego, sin saber que ella estaba despierta. Sin saber que estaba admirándolo, deleitándose con la imagen que los dos componían.
Robin trató de imaginarse qué sería lo que había provocado que Taylor terminara allí, dormido sobre él. Si el niño la había llamado, ella no lo había oído. Por una vez, su instinto maternal le había fallado debido al agotamiento.
Tal vez había ido a buscarla y, para que no la molestara, Matt se había ofrecido a ejercer de sustituto. Se preguntó cómo se habría sentido teniendo entre sus brazos a un niño una vez más, un niño que había acudido a él buscando consuelo.
¿Serían los recuerdos amargos o simplemente dolorosos? Fuera lo que fuera lo que Matt había sentido, lo entendía perfectamente.
Sabía que sólo un hombre como Matt le podría enseñar a Taylor la lección necesaria de la gentileza masculina. Aquello sería algo que no habría podido aprender de su propio padre.
Matt giró la cabeza y, entonces, se dio cuenta de que ella estaba despierta. A continuación, miró al niño, como si quisiera asegurarse de que todo iba bien.
Cuando volvió a mirarla a ella, sonrió suavemente. Inconscientemente, Robin le correspondió. La pálida luz de la mañana iluminaba suavemente el rubio cabello del niño y los rasgos duros del hombre. Los ojos de Matt eran pozos de oscuridad y la piel que los rodeaba reflejaba el cansancio de una noche de insomnio. Las esbeltas mejillas estaban cubiertas por una barba de dos días, que ocultaba el agotamiento que le marcaba también las mejillas. Sin embargo, para Robin, nunca había estado más atractivo.
Se incorporó sobre el sofá y extendió los brazos, ofreciéndose a hacerse cargo de su hijo. Matt volvió a mirar al niño y, lentamente, sacudió la cabeza.
Aquel ligero movimiento debió de molestar a Taylor, que se estiró un poco antes de volver a acomodarse contra el hombro que lo apoyaba. Robin sonrió de nuevo y se reclinó sobre el brazo del sofá. Entonces, se tapó otra vez con la manta, como si se estuviera preparando para observarlos a ambos. Tal y como él la estaba observando a ella...
Se estuvieron mirando a los ojos durante mucho tiempo, hasta que la pesadez creciente que Robin empezó a sentir en los suyos se los cerró. Al darse cuenta de que se estaba quedando dormida, se sobresaltó y volvió a abrirlos rápidamente. Lo que vio fue lo mismo que antes de cerrarlos. Su hijo en los brazos del hombre que había prometido protegerlos a ambos.
Cuando los párpados volvieron a cerrársele, ya no sintió el movimiento. Ya no fue consciente de nada más que de la sensación poco familiar de permitir que otra persona, aunque sólo fuera durante un rato, compartiera con ella la pesada carga que había transportado en solitario durante tantos años.