Capítulo Veintidós
Se acordaba de Max Carpenter por las sesiones del juicio para obtener la custodia de Taylor. Era amigo de toda la vida del padre de Danny. Precisamente por eso, se tendría que haber imaginado que él sería precisamente la persona que acompañaría a Danny.
Mientras cruzaba la nieve en dirección al coche patrulla, esperó que no se le pidiera que hablara con ninguno de los dos. Era suficiente con que hubieran ganado. Por supuesto, conociendo a su ex marido como lo conocía, debería haberse dado cuenta de que no se resistiría a restregarle su victoria. En cuanto la vio, se acercó rápidamente a ella.
—¡Estúpida zorra! —le gritó, mientras Carpenter lo agarraba por el brazo—. ¡Te dije que no podrías huir de mí!
No le prestó atención, decidida a no dejarle ver que sus gritos la turbaban. Cuando antes lo metiera en el coche de policía, mejor sería. Podría ser que aún pudiera escuchar las inventivas de Danny, pero al menos él no podría acercarse físicamente a ella.
Evidentemente, aquello era precisamente lo que deseaba hacer. Max trataba de sujetarlo por los brazos, mientras él no dejaba de tirar hacia delante. Cuanto más se acercaba ella, más coloridos se hacían los insultos.
No miró atrás, pero era muy consciente del hombre que la seguía y que llevaba en brazos a su hijo. Se sentía avergonzada de que los dos tuvieran que ser testigos de algo tan desagradable, avergonzada de que Matt supiera que una vez había sido tan estúpida como para creer que amaba a aquel hombre.
El jefe Dawkins le había abierto la puerta del coche patrulla mucho antes de que ella llegara. Se inclinó y se introdujo en el asiento trasero del vehículo. Hasta que no levantó la mirada y vio los barrotes que separaban el asiento delantero del trasero, no comprendió el significado que tenía que la hubieran hecho sentarse allí.
Nadie la había arrestado todavía. Tal vez aquello era lo que Matt debía de haber hecho cuando regresó al interior de la cabaña. No importaba que no lo hubiera hecho. Había comprendido las consecuencias de lo que había hecho desde el momento en el que decidió llevarse a Taylor. Así, había conseguido pasar cuatro años a su lado, algo que, de otro modo, jamás hubiera conseguido. Sólo por eso merecía la pena pagar el precio que tenía que pagar en aquellos momentos.
Giró la cabeza y vio que Matt estaba cerrando la puerta de la cabaña. Se había tomado la molestia de cubrir a Taylor con una manta. El niño seguía abrazado a él.
Cuando ella entró en el coche patrulla, la ira de Danny pareció evaporarse. Max lo había soltado y los dos hombres observaban atentamente cómo se acercaba Matt.
Resultaba evidente que esperaban que él les llevara al niño. Cuando se vio que iba a llevarlo al coche patrulla, el volátil genio de Danny estalló de nuevo.
—¿Qué diablos se cree que está haciendo con mi hijo? —le gritó. Rápidamente, empezó a avanzar sobre la nieve.
Max lo agarró del brazo, casi desesperadamente.
—¿Qué es lo que se cree que está haciendo? —le espetó Danny—. ¿Adónde se cree que lo lleva? El niño se viene conmigo.
Taylor levantó la cabeza y miró a su padre. Ella sabía que el pequeño no tenía ni idea de quién era aquel hombre que gritaba tanto. Era demasiado pequeño cuando iniciaron su huida. Demasiado pequeño para recordar escenas como aquélla. A pesar de todo, la mirada que se le había reflejado en los ojos expresaba un absoluto terror.
De repente, Danny logró soltarse de Carpenter y echó a correr en dirección a Matt y al niño. Al verlo, Taylor comenzó a gritar de un modo claramente histérico. Empezó a tratar de soltarse, contoneándose violentamente como si fuera una criatura salvaje.
Matt trató de controlar y de reconfortar al asustado niño, por lo que dejó de fijarse en Danny. Ni Dawkins ni ella reaccionaron lo bastante rápidamente en aquellos segundos. Se limitaron a observar la escena como si estuvieran hipnotizados.
Entonces, cuando Danny se inclinó sobre el suelo y agarró la maza con la que había destrozado las ventanas de la cocina de la cabaña, el hechizo que parecía haber aprisionado a la madre se rompió. Por increíble que pueda parecer, ella conocía a su ex marido demasiado bien como para dudar que pensara utilizar la maza.
Su grito de advertencia quedó ahogado entre los insultos de Danny y los gritos del niño. Salió del coche, pero parecía moverse a cámara lenta cuando todo lo demás estaba ocurriendo demasiado rápidamente.
Observó cómo Danny agitaba la maza con la habilidad de muchos años de práctica. La atención de Matt seguía distraída por el niño histérico, pero, en el último segundo, pareció sentir lo que estaba a punto de ocurrir. Levantó el brazo en un último e infructuoso intento por evitar el golpe que se le venía encima.
La maza lo golpeó de lleno en la sien. Se tambaleó y cayó primero sobre una rodilla. Apoyó la mano que había levantado para evitar el golpe sobre el suelo para no caerse. De repente, la nieve que lo rodeaba se vio salpicada de sangre.
Mientras trataba de mantenerse de pie, Taylor se soltó de él y cayó sobre la nieve. Durante un segundo, los dos permanecieron enredados con la manta. Entonces, el niño consiguió soltarse, se puso de pie y pasó como una exhalación al lado de su padre, que trató sin éxito de atraparlo y que, acto seguido, empezó a perseguirlo.
Ella oyó que Dawkins gritaba algo a sus espaldas, pero no entendió las palabras. Concentró todos sus esfuerzos en agarrar al pequeño antes de que lo hiciera su padre.
A pesar del terror del niño, Danny se acercaba cada vez más a él. No había manera de que ella pudiera superar la ventaja de su ex marido y su fuerza física.
A pesar de todo, siguió corriendo. El aire frío le abrasaba los pulmones al respirar. El abrigo negro aleteaba delante de ella. Al verlo, comprendió por qué Taylor había reaccionado de aquel modo.
No había reconocido a su padre. Era imposible. Había levantado la cabeza y había visto dos hombres ataviados con abrigos negros, uno de los cuales había blandido una maza para golpear al hombre en el que el niño había aprendido a confiar. Aquello lo había devuelto al mundo de su pesadilla. Había suplicado que no los dejaran entrar, pero ni Matt ni ella habían comprendido el significado de aquella súplica.
—Danny, detente —le pidió—. Lo estás asustando.
El viento se llevó sus palabras. Le pareció que oía que alguien iba corriendo detrás de ella, pero no miró hacia atrás. Sería Dawkins o Max Carpenter. O Matt.
“Por favor, que sea Matt. Que esté bien”. Taylor estaba a punto de llegar al borde del bosque. Danny iba pisándole los talones, tan cerca que parecía que podía extender la mano y tocar al niño. Ella no se podía imaginar el horror que su hijo debía de estar sintiendo al creer que estaba huyendo de los hombres que se habían llevado a Lisa. ¿Cuánto miedo más podría experimentar cuando su padre lo agarrara por el hombro?
—¡Tranquilo, Taylor! —le gritó ella. Se había dado cuenta de la inutilidad de tratar de detener a Danny. Lo único que podía hacer era tratar de mitigar el miedo de su hijo—. No es uno de los hombres del bosque.
“Es tu padre”.
Por muy tranquilizadoras que pudieran haberle resultado aquellas palabras al pequeño, no pudo pronunciarlas.
Al escuchar su voz, Taylor se volvió para mirarla. Tenía la angustia reflejada en el rostro. Al hacerlo, se tropezó y estuvo a punto de caer. Aunque se incorporó, Danny aprovechó aquel paso en falso.
Se abalanzó sobre el niño y los dos cayeron al suelo. En el mismo instante, se escuchó un ruido procedente de los bosques que había a su derecha. El sonido restalló en el silencio. Ella no comprendió lo que era.
Siguió corriendo, preguntándose por qué Danny no se levantaba. ¿Por qué no tomaba a Taylor en brazos y se volvía para restregarle de nuevo que el niño era suyo?
Sólo comprendió lo que había ocurrido cuando sonó el segundo disparo. Aquél se le acercó tanto que sintió que la bala pasaba a su lado una fracción de segundo antes de que oyera el disparo.
Se tiró al suelo y se arrastró los pocos metros que la separaban de Taylor. Los disparos siguieron resonando. Eran diferentes. No eran los sonidos limpios y claros que había escuchado antes. Aparentemente alguien, tal vez el jefe Dawkins, estaba repeliendo el ataque del francotirador.
Aquello no la preocupaba. Su único desasosiego era Taylor. A medida que se acercaba a él, su terror fue creciendo.
Danny estaba tumbado boca abajo, con el abrigo extendido a su alrededor como unas alas oscuras. Debajo de la prenda, se veía un pie desnudo y parte de una pierna cubierta por un pijama infantil.
No le quedaba ninguna duda de que su ex marido estaba muerto, incluso antes de ver la sangre sobre la nieve. La absoluta inmovilidad de Danny, un hombre que no había estado quieto en todos los años que había vivido con él, resultaba muy reveladora.
—¿Taylor?
Empezó a empujar a Danny, tratando de apartar su peso de encima del niño. Una bala golpeó el suelo, muy cerca de ella. Instintivamente, se agachó, dejando que el cuerpo de Danny la parapetara a ella como había hecho con Taylor.
—Mamá...
La alegría le invadió el corazón. Al darse cuenta de que su hijo estaba vivo, sollozó de alegría.
—Estate quieto, hijo —susurró—. No trates de moverte.
—Quítamelo de encima.
La histeria que había dado alas a su huida se reflejaba también en aquella súplica. No había nada que ella pudiera hacer al respecto. Estar bajo el cuerpo de su padre era el lugar más seguro para Taylor en aquellos momentos, dado el lugar tan expuesto en el que se encontraban.
—Lo haré —prometió, extendiendo la mano para tocar el pie desnudo de su hijo—. Quédate quieto durante unos minutos más, cielo, y te prometo que te sacaré de ahí.
Miró a su derecha y vio que estaba en lo cierto. Dawkins, junto con Max Carpenter, se habían refugiado detrás del coche patrulla. Mientras los observaba, vio que Dawkins disparaba en dirección a la parte del bosque de la provenían los tiros.
Examinó la zona más alejada del coche, buscando a Matt. Debido a la inclinación del terreno, no podía ver el lugar en el que él había caído. O había encontrado algún lugar en el que esconderse o seguía tumbado sobre la nieve.
No se atrevió a mirar hacia el lugar en el que estaba el francotirador. No podía hacer otra cosa más que bajar la cabeza y tratar de tranquilizar a Taylor.
Justo en aquel momento, resonó una nueva ráfaga de disparos. Dawkins parecía estar enfrentándose al francotirador, que no dejaba de responder a sus ataques. Se preguntó si sólo habrían enviado un hombre, como en ocasiones anteriores, o si habría varios escondidos en el bosque.
—Mamá...
—Calla —susurró—. Calla, hijo. Estate muy quieto. No te muevas.
—Quítamelo de encima —dijo el niño. Entonces, empezó a intentar librarse del cuerpo de su padre—. No lo quiero encima de mí.
—Finge que es un juego. Es como si estuviéramos jugando al escondite. Tú tienes un escondite muy bueno. Sólo tienes que quedarte ahí, muy quieto, para que no te encuentren...
—¡Hijo de perra!
La exclamación de Dawkins se escuchó a pesar del viento. Ella lo miró y vio que se sujetaba el brazo derecho, justo por encima del codo. Aunque seguía teniendo en la mano la pistola que había estado utilizando, ya no disparaba. Si no podía hacerlo...
Empujada por la necesidad, ella levantó la cabeza lo suficiente como para mirar a la zona de la que provenían los disparos. Aunque no tenía mucha experiencia en asuntos de aquella clase, pudo localizar el lugar desde el que se estaban produciendo los disparos sólo por el sonido. Sin embargo, no veía nada. Aquel hombre, estuviera donde estuviera, estaba muy bien camuflado.
Miró entre los árboles, buscando algo que le resultara extraño. Si Dawkins ya no podía protegerlos...
De repente, notó que algo se movía. Se centró en la zona y esperó que, fuera lo que fuera, volviera a moverse. No tardó en hacerlo. Alguien salió de detrás del tronco de un árbol para ocultarse en el siguiente. El movimiento fue tan rápido que muy fácilmente podría haberlo pasado por alto.
¿Sería otro francotirador que venía a unirse al que había disparado a Danny? ¿O sería posible que alguien estuviera cazando al cazador?
Volvió a mirar hacia el coche patrulla y buscó a Dawkins. No se le veía por ninguna parte, como tampoco a Max Carpenter.
El terror se apoderó de ella. Aparte del peligro evidente, Taylor también corría un riesgo muy importante por su prolongada exposición con la fría humedad de la nieve. Sabía que tenía que hacer algo para sacarlo de allí. Sin embargo, lo único que se le ocurrió pensar fueron las mismas palabras de súplica que ya había utilizado en otras ocasiones.
“Que no nos abandonen. Por favor, Dios, no permitas que nos abandonen”.