Capítulo once

Revelaciones

Necesitaba ir a casa de Nahia. Si tan solo me hubiese revelado qué era y dónde tenía lo que incriminaba a Ekaitz, todo sería un poco más sencillo. Pero en vez de eso, a su espíritu le dio por darme la paliza del siglo. Haize permaneció a mi lado todo el tiempo que estuve convaleciente tanto en el hospital como en la casa. Eso de que su padre fuese el jefe se lo puso bastante fácil. Me recordó a cuando leí en el diario de Aintzira que tras su discusión se mantuvo excesivamente cercano a ella. Pues conmigo estaba actuando de la misma forma, llegando incluso a agobiarme. No había vuelto a besarme, y ni mucho menos habíamos mantenido relaciones. Tan solo se encargaba de cuidarme y de estar ahí, mirándome de tal manera que a veces me hacía sentir extremadamente incómoda, pero no podía decirle nada, y menos culparle. Dentro de su cabeza, a mí casi me habían matado estando él durmiendo a mi lado plácidamente, así que el sentimiento de responsabilidad debía ser bastante considerable.

—Quiero ir a casa de Nahia.

—¡¿Cómo?!

—Esto no ha acabado, por mucho que intentes disimular que sí, Haize.

—No, esto terminó en el instante en el que casi te pierdo a ti también.

—Soy mayorcita y voy a hacer lo que me dé la gana —protesté. Odiaba que me dijesen lo que tenía o no que hacer, y esa mañana en particular estaba de un humor de perros sin saber por qué.

—Blanca, ¿no puedes estarte quietecita por lo menos hasta que lo encuentren, por favor? —me suplicó, poniendo cara de pena y haciéndome sentir una completa zorra.

—No haré nada si regresas al trabajo.

—No pienso dejarte sola.

—Tu padre no puede con todo, y además ya han debido llegar las pruebas que mandé. Necesito que me las traigas.

—Blanca, no me fio de ti ni un pelo.

—Yo tampoco me creería a mí misma, pero con tal de no aguantarte después sermoneándome hasta la muerte, ten por seguro que no haré ninguna tontería —le dije, e intenté poner mi mejor y más cobista sonrisa.

—Eres realmente terrible, ¿lo sabías?

—Lo sé.

—Y a veces te comportas como si fueses una cría.

—Cierto.

—Y además…

—Estás tentando demasiado tu suerte, ¿no crees?

—Me voy —concluyó, y sonrió como hacía tiempo que no sonreía. Me dio un beso en la frente y se fue.

Justo cuando cerró la puerta oí el pestillo de la llave girarse. Corrí hasta ella, pero Haize ya se había apresurado a salir casi corriendo para hacer como el que no me escuchaba gritarle. El muy desconfiado me dejó encerrada a propósito para que no pudiese escapar. Lo que no recordó era que la ventana del salón ni tenía rejas ni se bloqueaba del todo. Me vestí y salí por una de las lamas cerrándola tras de mí.

En la ficha del psiquiátrico de Nahia venía la dirección, aunque con eso de que las calles no tuviesen nombre era un poco complicado acertar dónde estaba exactamente, y no tener llaves no facilitaba para nada la tarea de investigación. No creí que Izar quisiese ayudarme en esta ocasión, pese a que yo no había revelado quién estuvo a punto de matarme, entre otras cosas porque a ver cómo lo explicaba sin que terminasen encerrándome a mí también.

Subí el río y, junto a la cruz, me metí por una de las calles que conducía a la patatera del pueblo. Allí había una pequeña casita adosada con un buzón blanco junto a la puerta que ponía su nombre. Como era de suponer, la puerta estaba cerrada. Pese a ser de día, no había mucha gente en la calle, y esta en particular estaba desierta. Le di la vuelta a la vivienda yendo pegada a la pared e intentando abrir las ventanas desde fuera. Justo la más pequeña de todas que estaba a la espalda cedió en cuanto la forcé un poco. Entré procurando no hacer ruido y no estropearme aún más las ya golpeadas costillas, para caer de cabeza a una pequeña bañera color verde. Me levanté con bastante dificultad y entré en un largo pasillo parecido al de la casa de Aintzira. Por lo visto, allí, estaban todas hechas por el mismo constructor.

Nahia vivía sola y el sitio lo decía a gritos. Accedí a un dormitorio en el que había una gran cama de matrimonio en la parte central y un armario empotrado que abarcaba toda la pared lateral como el de Aintzira. No había nada fuera de lugar, todo estaba perfectamente colocado, y en el resto de la estancia sucedía lo mismo. Pensé que el viaje y el esfuerzo fueron en vano hasta que regresé a su cuarto y abrí el armario. Desde mis anteriores experiencias con ellos les guardaba bastante respeto y también el miedo que nunca les tuve de niña. Antes pensaba que los monstruos no salían de esos sitios, pero ya no lo tenía tan claro…

El mueble era de los modernos. Llevaba un palo metálico para bajar la barra superior y así poder tener las prendas más cerca para cuando fuesen a cogerse. En el momento en el que lo bajé, la pared del fondo se quedó al descubierto y distinguí algunas fotos pegadas en ella. Retiré rápido todas las camisas, faldas y demás y la dejé totalmente libre mientras iba quedándome de piedra al descubrir lo que era. Nahia había estado vigilando a Ekaitz desde que salió del hospital. Era como los murales de las series policíacas de la tele, pero con la peculiaridad de que este parecía más bien el de un acosador. Había fotos de Ekaitz saliendo del trabajo, vestido de guardia, entrando en su casa, recogiendo leña, desayunando con Izar, y en todas las circunstancias habituales que una persona normal podría tener en su vida diaria. Lo que realmente me puso los pelos de punta fue que en todas las que salía Izar, esta tenía la cara tachada con bolígrafo rojo hasta el punto de llegar a rasgar el papel. Busqué en los cajones y revolví la maldita casa entera sin hallar nada que involucrase a Ekaitz ni con la paliza ni con los asesinatos. Le hice fotografías al extraño collage y salí de allí procurando que no se notase mi visita.

Olvidé que se suponía que estaba encerrada en mi casa y fui a la clínica a ver si habían llegado los resultados de paternidad. En cuanto Haize me vio entrar, frunció el ceño enojado.

—¿De verdad pensabas que cerrando la puerta ibas a dejarme allí?

—Sinceramente, casi he preferido no pensarlo mucho —me confesó, y me dio un sobre cerrado—. Ha llegado esto para ti. Te recuerdo que aún no tengo ni idea de qué es.

—Gracias. —Lo abrí impaciente y leí directamente el resultado final.

El presunto padre no es excluido como el padre biológico de la niña. Basándose en los resultados de los análisis obtenidos de los loci de ADN listados, la probabilidad de paternidad es de un 99,9999%.

Y de pronto, tuve que sentarme porque las pocas esperanzas de que todo aquello fuese mentira acababan de desaparecer. La confirmación de que mi vida había sido una burda farsa finalmente había sido confirmada con un simple cabello.

—¿Sucede algo? —me preguntó preocupado Haize a la vez que me ponía la mano en el hombro. Le di la carta y me quedé mirando la pared como si allí estuviese la respuesta a todos mis problemas—. ¿De quién son estas comparativas, Blanca?

—De Ekaitz y mías. —Haize se puso blanco y se sentó a mi lado. Arrugó la frente sin comprender absolutamente nada—. No fue Gaia quien murió en ese accidente en Cádiz, sino yo… Bueno, ella. Uf, es muy complicado de explicar. El resumen es que nos cambiaron y yo he vivido su vida y ella simplemente murió. Pero no murió, ¿entiendes? ¡Soy yo y estoy viva, soy ella, soy Gaia!

—Entonces… ¿Ekaitz ha intentado matar a su propia hija? ¿Él sabía la verdad?

—No, no lo sé, supongo que no. Y luego está la locura del collage en casa de Nahia.

—¡¿Has ido a casa de Nahia?!

—Eso no es lo que importa. Mira —le dije, y le enseñé las fotos que había tomado para ver si así la pelotera era menos grande.

Haize se quedó helado al ver el grado de obsesión que tenía Nahia. Ella intentó llevar una vida normal, pero creo que la culpa de pensar que su amiga murió por no contar la verdad no la dejó pasar página. Si hubiese estado en su lugar, ciertamente no sé si habría podido volver a dormir.

—¿Has encontrado algo que lo incrimine?

—Nada de nada, y he mirado hasta dentro del microondas —me lamenté.

En ese instante, Izar entró en el despacho. Tenía unas enormes ojeras, los párpados hinchados y la nariz colorada. Ver esa cara de desesperación hizo que olvidase que mintiese sobre mi muerte. Estaba segura de que ella sabía de sobra que el bebé que le mostraron no era el de su hermana y aun así continuó como si nada cada día, viviendo una gran mentira.

—Necesito vuestra ayuda. Creo que le han tendido una trampa a mi padre. ¡Tenéis que ayudarme! Por favor.

—Cálmate y siéntate —la consoló Haize, siendo más considerado de lo que yo hubiese sido de estar en su lugar. Se sentó a su lado y le tomó la mano—. Cuéntanos desde el principio.

—Desde que Blanca apareció, él comenzó a comportarse de forma extraña. Es todo mi mundo, pero no puedo negar las evidencias. ¡Está obsesionado contigo! —gritó. Me miró por primera vez desde que entró—. No sé si es que le recuerdas a alguien o qué es lo que le ronda por la cabeza cuando te mira. Si me prometéis que no se lo contaréis a nadie, quiero confesaros una cosa.

—Siempre que nos digas la verdad, te juro que la conversación no saldrá de estas cuatro paredes —le advertí.

—La casa en la que vives realmente no se alquilaba. La señora Uxue tenía las llaves para una emergencia, pero el día que llamaste interesándote por el alquiler, ella no pudo con su avaricia y vio un filón de dinero mensual. El único problema era mi padre. Él sabía de sobra que la madre de Aintzira jamás permitiría que nadie estuviese allí ni tocase las cosas de su hija, y si de pronto te veía allí, la llamaría sin dudar. No tengo claro cómo lo convenció para que fuese partícipe de la estafa, pero sí sé que entre ambos se encargaron de todo y por eso terminaste allí. Luego, cuando Uxue apareció muerta y el que la encontró fue Ekaitz, comencé a temer que hubiesen podido tener algún enfrentamiento, que ella finalmente lo chantajease o yo que sé. El caso es que ella apareció muerta y yo no tengo claro si fue él quien la asesinó.

Haize, como buen hombre incrédulo que era, se conmovió ante sus lágrimas y la abrazó, pero en esa historia no terminaba de cuadrarme algo. Yo no llamé, sino que me avisaron de que la casa estaba disponible, y además nunca salió a la luz lo de Uxue.

—Nadie dijo que fuese un homicidio —le recordé.

—Blanca, me pediste que entrásemos en su casa a por ropa y saliste con una magdalena. ¿De verdad me crees tan estúpida? —Ahí llevaba razón. Ella fue mi cómplice en el allanamiento.

—¿Y qué quieres que hagamos?

—Que lo encontréis. Mi padre no es un santo, ¿o piensas que no me enteré de que fue él quien atacó a Nahia hace doce años? —Nosotros lo acabábamos de descubrir como quien dice y ella lo supo todo ese tiempo—. No apoyo lo que hizo, pero por aquel entonces mis padres no eran lo que se dice Romeo y Julieta. Sabía que tenía un lío con alguien, y tras los años fui atando cabos. Nahia dejó de mirarme cuando salió del psiquiátrico y al poco tiempo desapareció. Desde que ha regresado, no ha dejado de hostigarlo. Si en su momento no dijo nada, no comprendo qué quiere lograr ahora. De lo único que estoy segura es de que mi padre no fue el que te dio la paliza. Tienes que creerme, Blanca.

—Sé que él no fue —le confirmé bajo la sorprendida mirada de Haize.

—He pensado hacer batidas por la Selva de Irati y la Cascada del Cubo. Él nació aquí, así que conoce todos estos parajes como la palma de su mano. Lo que no comprendo es por qué ha huido y de quién. No es propio de su carácter. Ekaitz siempre coge el toro por los cuernos, por lo que su desaparición me hace dudar de todo. ¿Lo haréis? Entre los tres podremos encontrarlo mucho antes que yo sola.

No me hacía ninguna gracia ir en busca de alguien que casi mató a una niña y que seguro que había cometido no sé cuántos homicidios más, pero si con eso conseguíamos alguna prueba para poder detenerlo, estaba dispuesta a participar en la pantomima. Por mucho que Izar creyese en su medio inocencia y le perdonase lo imperdonable, yo no estaba por la labor.

—Han llegado estos resultados —nos dijo el padre de Haize sonriendo y dejando un sobre encima de la mesa.

Haize los cogió y los leyó. Cuando terminó, miró con cara de circunstancia a Izar.

—Mandamos las muestras de matarratas de todos los vecinos a analizar y a comparar con el veneno que le administraron a Uxue, y hay dos coincidencias. —Hizo una pequeña parada un tanto teatral y agregó—: El de tu padre y el tuyo.

—¡Claro, él lo compraba y yo usaba un poco en el bar para evitar plagas! —gritó Izar a la defensiva—. ¿Cómo tenéis una muestra del mío? Yo no os lo he dado.

—Pero tu camarero sí —le indiqué.

—Tenemos que entregar estos resultados a la guardia. Ya estamos hablando de homicidio. Lo siento mucho, Izar —se disculpó Haize.

—¡Os demostraré a todos que a mi padre le ha sucedido algo y que todo esto es una encerrona! —nos chilló, y salió dando un portazo.

—¿Crees que he hecho lo correcto? —me preguntó dubitativo Haize.

—No lo sé, pero a lo mejor eso de actuar como poli malo y poli bueno puede venirnos bien.

—¿Y se supone que yo soy el malo?

—¿Lo dudabas? —Le sonreí justo cuando me agarró por la cintura y me besó.

—Aintzira, yo…

—Me llamo Blanca —gruñí.

—Perdona, no sé qué me ha pasado —se disculpó rápidamente; aun así, demasiado tarde para mí.

Jamás iba a olvidarla, y lo peor de todo es que tampoco me parecía justo que lo hiciese. Incluso yo la quería sin conocerla. Aintzira había sido de esas personas que tenían algo especial. Estaba rodeada de un aura que hechizaba a cualquiera que la conociese, y por mucho que me enfadase que me confundiese con ella, en el fondo no podía culparle.

—Voy a casa. Necesito descansar un rato y pensar qué hacer con el tema de Izar y Ekaitz.

—Blanca, son tu padre y tu hermana, ¿te has parado a pensarlo?

—Imitando lo que has dicho hace un rato, prefiero no planteármelo o no sé cómo actuaría.

—Concluyo con el papeleo de lo de las muestras y voy a verte, si es que todavía quieres… Pero llévate este teléfono y ponle tu tarjeta. No quiero que estés incomunicada.

Asentí y me fui a casa a seguir leyendo lo que me quedaba de diario, aunque ya poco más podría descubrir en sus páginas. Continuar entre ellas era como sentirla cerca, y eso realmente me tranquilizaba y me reconfortaba.

Me tumbé en la cama pensando en todo lo que había sucedido e intenté atar cabos antes de proseguir la lectura. Había cosas que no terminaban de encajarme. Sabía que se me escapaba algo, pero ¿qué?

¿Cómo terminé en una casa que no se alquilaba? En esta precisamente… ¿Por qué oía el reloj de Isabel? Antes no creía en la existencia de espíritus, pero ahora, o lo hacía o pensaba que estaba majara y optaba más bien por lo primero. Lo segundo resultaría demasiado triste después de todo lo que llevaba pasado para llegar hasta donde estaba. ¿Quién era realmente Marie?, esa extraña mujer que según la descripción de Aintzira en doce años no había cambiado en absoluto. ¿Era otro ente? ¿Qué tenía que ver conmigo? ¿Por qué se la comieron los cuervos? ¿Qué era la sombra que veía desde que tuve el accidente? ¿Qué significaba la marca del lauburu en las personas fallecidas y vivas? Uf, eran tantas cosas que no sabía y que me traían de cabeza que no estaba segura de poder centrarme en el diario.

1 de febrero de 2006

Es miércoles por la noche. Hace una semana que no escribo nada, pero si soy sincera, tampoco es que haya tenido nada bueno que contar. Desde el día en el psiquiátrico, mi vida ha sido un poco una locura. He notado como si alguien estuviese persiguiéndome y me he sentido observada incluso dentro de mi dormitorio. No sé cómo explicarlo, pero las palabras de mi último encuentro con Marie resuenan en mi cabeza una vez tras otra:

«¿Podrías elegir qué vida merece la pena salvar? ¿La tuya o la de ellos?».

No tengo ni idea de a qué se refería, pero en el fondo creo que la mujer quería que los delatase. Si fue él quien la atacó y Nikanor está huyendo por nada, no sería justo. Pero por otra parte, si hablo, podría destrozar la vida de todos los que me importan: de Izar, de su madre, de su pequeña y encantadora hermanita, de Nahia y del propio Ekaitz. ¿Quién soy yo para ser verdugo o juez de nadie? ¿Por qué mierda me he hecho esa pregunta? ¿Corre peligro mi vida? La cabeza me va a explotar de un momento a otro.

Haize está a mi lado dormido. Él dice que no ronca, pero algún día lo grabaré y se lo demostraré. Necesito hacer ejercicio, desahogarme y pensar.

Me acaba de llegar un mensaje de texto de Izar. Quiere que nos veamos temprano. Dice que necesita hablar conmigo urgentemente. Tan solo espero que no se haya enterado de nada. Cuando regrese de correr, iré a verla.

Buenas noches, querido diario.

El día siguiente sería el de su muerte y el diario concluía ahí. Si quedó con Izar después de correr, es que nunca llegó a esa cita. No podía creer cómo podía compartir genes con ese monstruo.

Me puse de lado y a los pocos minutos me dormí profundamente.

De nuevo sabía que estaba soñando porque las cosas se veían como abultadas y tenía una sensación de mareo que en la vida real tan solo había experimentado cuando subía al Vaporcito del Puerto, un antiguo y emblemático barquito que iba de Cádiz al Puerto de Santa María al que le habían dedicado cientos de coplas de carnaval y que finalmente terminó hundiéndose.

Era de noche y me encontraba en un sitio que me resultaba familiar. Había una mesa, un banco y una escalera de madera que conducía a una especie de buhardilla. Olía a hierba mojada y a tierra. Escuchaba el croar de las ranas, lo que me decía que no estaba muy lejos de algún río, charca o… ¡cascada! Estaba en la casita albergue que se encontraba cerca de la Cascada del Cubo, donde Haize se cambió después de su encuentro con el pobre Nikanor. Miré mis manos y vi una ligadura de cuerdas de tendederos rojas como las que el chico tenía atada a sus extremidades y estas a unas pesadas piedras para mantenerlo oculto. Estaba nerviosa y acelerada, pero lo peor no fue esa sensación, sino una pena enorme que me llenaba por dentro. No pude evitar llorar en silencio. Tenía la boca amordazada. No me importaba lo que me pasase. De pronto, mi vida dejó de tener sentido y me rendí. Estaba cansada de luchar y de ocultarlo todo. Tan solo quería que aquello terminase pronto. La amaba más que a mi vida, pero esto tenía que terminar.