Aden sacó las dagas y caminó hacia la mesa. Victoria lo observó con la cabeza alta, y eso le dio fuerzas. Ella debería haberse sentido avergonzada de que la vieran con un humano, pero no era así. Incluso le había dicho a su prometido que se perdiera. Un prometido que lo seguía de cerca.

El resto de los vampiros rodearon a Aden, intentando tocarlo de algún modo, porque tal vez sentían la atracción de su poder. Él los apartó.

Cuanto más se acercaba a Ozzie, más forcejeaba Ozzie para liberarse de las ataduras. Quería comer carne humana. Pronto, su mordaza se empapó de saliva negra. Aden sabía que Mary Ann estaba mirándolo y que quería que liberara al chico, pero él no podía hacerlo. Sólo podía alzar la daga y golpear.

El cuerpo de Ozzie dio un tirón cuando la cabeza se desprendió de él. Después, quedó inmóvil.

Mary Ann gritó de espanto.

Los vampiros que estaban a su alrededor se echaron a reír.

¿Qué pensaba Victoria?

—Como ya te he dicho, mi padre te va a castigar por esto —le dijo a Dmitri iracunda. Por lo menos, no había salido corriendo en dirección contraria a Aden.

Dmitri sonrió.

—Yo no estaría tan seguro. Vas a ver como hay muchas cosas que han cambiado hoy, princesa.

—¿A qué te refieres?

—Ya lo verás —repitió Dmitri, y se acercó a Aden—. Lo primero es lo primero. Hay que encargarse de tu humano. Se lo advertí: Si liberas una comida, tendrás que proporcionar otra. Guardias —dijo, y su expresión divertida se desvaneció—: Sujetad a la princesa para que pueda encargarme de nuestro invitado.

Varios vampiros dieron un paso hacia delante, pero se detuvieron al ver que Aden alzaba las dagas manchadas de sangre de Ozzie y que colocaba la punta de una de ellas en la garganta de Dmitri. Sabía que no podía herir al vampiro allí, pero con sólo mover la mano podía clavarle la daga en el ojo, y eso sí era vulnerable.

—Si alguien la toca, te mataré con mis propias manos.

—Y yo con mis dientes —añadió Riley. Caminó hacia Victoria acompañado por Mary Ann—. La protección de la princesa es mi tarea, y no permitiré que le ocurra nada. Ni siquiera por parte de su prometido.

«Ha dejado a sus hermanos protegiendo a tus amigos en el rancho, y al padre de Mary Ann, —dijo Elijah—. Está solo. Y éste, hijo mío, es el final que siempre temí para ti, el mal del que no vas a poder escapar. Tienes que luchar solo contra ese monstruo».

«No puedes permitir que te maten hoy, —dijo Caleb—. Tienes que ir a una reunión con las brujas».

—No voy a morir —dijo él. Eso lo sabía con certeza; todavía no tenía las tres cicatrices en el costado. Aunque eso no significaba que no fuera a rezar, muy pronto, para estar muerto.

—Tu confianza es absurda, humano —dijo Dmitri con furia.

Sin embargo, los guardias no se habían movido todavía, y los otros vampiros lo estaban mirando fijamente, incluso sonriendo. Tal vez estuvieran pensando que aquél era otro de los entretenimientos de la noche.

—Mi padre… —insistió Victoria, pero Dmitri la interrumpió con una carcajada.

—Ah, ¿no te lo había dicho? —Abrió los brazos y se dio la vuelta—. Permíteme que lo remedie. Por favor, atención —dijo, y todos los ojos se fijaron en él—. Bienvenidos, amigos, a esta magnífica celebración. Estoy seguro de que os preguntáis dónde está el invitado de honor. Aunque no quiero aguarle la fiesta a nadie, tengo una mala noticia. Todos sabéis que Vlad había quedado muy debilitado debido a su despertar prematuro.

«No, —pensó Aden, que barruntaba lo que iba a suceder—. No, no, no».

Victoria se echó a temblar.

—Todos sabéis que aunque estuviera debilitado, seguía siendo un guerrero formidable. Todavía era más fuerte que la mayoría de nosotros. Bueno, que la mayoría de vosotros. Pero no más fuerte que yo —dijo, y le lanzó a Victoria una mirada sombría.

—¿Qué estás diciendo? —preguntó ella.

—Estoy diciendo que su decisión de permitir que tu amigo humano viviera fue un error. Debería haberte controlado mejor, porque quien no puede controlar a su propia hija no puede reinar sobre una raza entera. Estoy diciendo que ha muerto. Yo mismo terminé con él esta mañana.

Lo anunció en tono de satisfacción, mientras el ambiente se llenaba de murmullos y gritos. Por encima de todos los sonidos, sin embargo, se oían los gemidos de Victoria.

—¡No! ¡No!

«Sí, —pensó Aden—, y yo le he ayudado. Desperté a Vlad. Lo debilité». ¿Lo odiaría Victoria cuando se diera cuenta?

—Vamos, anímate, Victoria. Luchó como un rey, y estuvo a punto de vencerme. Pero al final gané yo. Y, como conquistador, reclamo todo lo que es suyo. Su gente. Su hija, que siempre fue mi prometida. Soy el rey. Ahora lo controlo todo. ¡Ha comenzado una nueva era!

Victoria negó con la cabeza.

—¿Quieres que te lo demuestre?

Dmitri dio una palmada, y dos vampiros salieron de un lateral de la casa portando un catafalco sobre el que yacía un cuerpo ennegrecido de hollín, de rasgos irreconocibles. Llevaba tres anillos en la mano izquierda, todos parecidos a los de Victoria, y una corona sobre la cabeza calva.

—No —jadeó Victoria—. Padre.

Se oyeron gritos de furia, pero pocos, para sorpresa de Aden. La mayoría de los vampiros vitorearon y aplaudieron.

—Siempre admiré a tu padre —dijo Dmitri—, pero como cualquier guerrero que se precie, admiro más el poder. Vi la oportunidad y la aproveché. Creo que Vlad lo hubiera entendido. Y un día, cuando hayas olvidado a este humano, me darás las gracias. Necesitas que te guíe una mano fuerte, Victoria, y Vlad no lo estaba haciendo bien.

—Tú… tú… —Victoria no pudo seguir hablando. Estaba aturdida. ¿Cuánto tiempo faltaba para que se desmoronara de desesperación?

—Lleváoslos a todos, excepto al chico —dijo Dmitri, y los guardias avanzaron.

Antes de que Aden pudiera reaccionar, arrancaron a Victoria de su lado. También apresaron a Riley, a Mary Ann y a todos los que intentaron protestar. Había demasiados esbirros, y dominaron con facilidad a sus amigos.

Él se volvió hacia Dmitri.

—Vamos a arreglar esto entre tú y yo. Ahora, aquí. El vencedor se queda con todo.

Dmitri sonrió lentamente mientras Victoria le gritaba a Aden que no lo hiciera. Sus guardias la tenían inmovilizada, y no pudo acercarse a él.

—Esperaba que dijeras eso, humano.

Aden no tuvo tiempo de pestañear. El vampiro se abalanzó sobre él, y con los miembros enredados cayeron sobre la mesa. El cadáver de Ozzie cayó al suelo con un golpe seco. Aden perdió una de las dagas. Rodaron por el césped, y el vampiro quedó sobre él, lo sujetó y se lanzó hacia su cuello. Gracias a Dios, Aden llevaba la armadura, que impidió que Dmitri le clavara los afilados colmillos en la yugular.

Aden consiguió liberarse los brazos y le hundió la daga en el ojo. Fue una acción tan inesperada, que el vampiro no pudo detenerla, y comenzó a gritar de dolor mientras la sangre ardiente manaba de su rostro. Aden se encogió. Seguramente a él también le sangraban los oídos. Algo de la sangre de Dmitri le cayó en la boca y él la escupió automáticamente. Sin embargo, derramó por la garganta una pequeña cantidad, y le quemó.

Dmitri, golpeando ciegamente, le pasó las garras a Aden por la cara. Le abrió la piel y los tejidos, le hizo sangrar. Aden aulló de dolor. Los vampiros que estaban a su alrededor inhalaron profundamente el olor de la sangre humana y también la de Dmitri, y se acercaron un paso para poder saborearlo.

La sangre que había tragado Aden debió de empezar a actuar, porque aquellas heridas dejaron de dolerle muy pronto. Sin embargo, Dmitri siguió sobre él, mordiéndole la cara, la armadura, buscando los puntos débiles. Aden consiguió colocar las piernas entre sus cuerpos y lo empujó con fuerza. Como Dmitri se había debilitado mucho, salió despedido hacia atrás.

Aden se levantó de un salto y se lanzó hacia él. Dmitri lo sintió y lo agarró del brazo, y pudo hundir las garras bajo la armadura, en el costado de Aden, atravesó la piel y llegó a los músculos y los huesos, que le estaban hirviendo. Aden cayó al suelo, silbando de dolor, pero vio a su lado la daga que se le había caído al principio de la pelea y la agarró. Un momento después se había puesto otra vez en pie. Se movió hacia la izquierda y le clavó la daga a Dmitri en el oído. Hubo otro grito agudo, increíblemente intenso. A Aden estuvo a punto de explotarle la cabeza.

Dmitri se echó hacia atrás moviendo uno de los brazos, pero sin soltarle la mano a Aden, arañándolo salvajemente hasta que le despellejó. Siguió luchando y moviéndose, y Aden supo que tenía que terminar pronto con aquello. ¿Cómo podía matar al vampiro? Victoria le había dicho que no podía cortarle la piel, que sólo la sustancia je la nune podía hacerlo. Sí.

—¡Victoria! —gritó.

Ella supo lo que quería. Dio un tirón del brazo y se liberó del guardia que la estaba aprisionando, y pudo lanzarle el anillo a Aden. Quedaba poca sustancia en su interior, pero Aden consiguió sacar la daga a Dmitri del cuerpo.

—¿Y esto es todo lo que puedes hacer? —le preguntó para provocarle—. Creía que eras fuerte. Creía que eras…

Tal y como él deseaba, Dmitri lo abofeteó con todas sus fuerzas y lo alejó. Aunque Aden esperaba un golpe, le dolió mucho. Estuvo a punto de desencajarle la mandíbula. No se levantó del suelo. Se limitó a esperar mientras permitía que el líquido del anillo de Victoria se derramara sobre la hoja de la daga. No tuvo que esperar mucho, sin embargo. Dmitri se lanzó hacia él, y él alzó la daga y permitió que el impulso y el peso de Dmitri hicieran el resto.

Al instante, la piel del vampiro se derritió, y la daga de plata le atravesó el corazón.

Dmitri siguió gritando mientras forcejeaba. Fueron gritos de dolor, de agonía. Aden se estremeció profundamente. Por fin, los gritos cesaron y el cuerpo dejó de luchar. Los demás vampiros, entre exclamaciones y jadeos de espanto, vieron como Aden le cortaba la cabeza a Dmitri antes de que pudiera atacar de nuevo. Después, cayó al suelo, jadeando, sangrando, sudando. Los jadeos se convirtieron en gruñidos, y después en murmullos de incredulidad y de ira. Y al final, sólo quedó un silencio lleno de asombro.

—Aden —gritó Victoria, luchando para conseguir que la soltaran de nuevo.

—¡Dejadla! —les dijo a los guardias.

Ni siquiera tenía fuerzas para levantarse. De todos modos, no hubiera importado, porque estaba tan mareado, que perdía la visión a cada segundo que pasaba.

Un momento después, no obstante, era él quien más asombrado estaba. Los esbirros soltaron a Victoria sin la más mínima protesta, y ella se acercó corriendo a él. Con las uñas todavía mojadas, se hizo un corte en la muñeca, y le puso la herida contra la boca. En aquella ocasión, a él no se le ocurrió rechazarla. Sin la cura que podía proporcionarle su sangre, Aden no podría enfrentarse a los demás vampiros, y sus amigos quedarían tan vulnerables como él.

Su sangre se hizo más caliente al unirse a la de Dmitri, y lo quemó, lo consumió, lo mató y lo ayudó a alzarse de las cenizas de su antiguo ser. Pocas horas después vería el mundo a través de los ojos de Victoria. ¿Y Dmitri? El vampiro había muerto, así que no podría ver nada a través de sus ojos.

Aden supuso que tendría que esperar para comprobarlo. En aquel momento tenía que ocuparse de cosas mucho más importantes.

—Siento mucho lo de tu padre —le dijo a Victoria, y le acarició con ternura la mejilla. El mareo iba desapareciendo, y Aden se dio cuenta de lo pálida que estaba. Más pálida de lo normal.

—Gracias —respondió ella. Estaba temblando, aunque no tanto como antes de la batalla—. Pero el que más me preocupa eres tú. Dmitri es… era, un guerrero, y tú… bueno, tú no lo eres. Me alegro de que estés bien. Creía que iba a perderte.

Él captó movimiento detrás de ella. Los vampiros se estaban inclinando ante él.

Aden frunció el ceño y susurró:

—Eh, Victoria, ¿qué hacen?

Ella los miró e hizo un gesto de dolor.

—Al morir mi padre, Dmitri se convirtió en rey. Pero tú acabas de matar a Dmitri, lo que significa que…

—Ni hablar —dijo él. Se puso en cuclillas y sacudió la cabeza—. Ni hablar.

—Sí, mi rey —dijo Riley, que se arrodilló e inclinó la cabeza, como los demás. Sólo Mary Ann permaneció en pie. Estaba abrazada a sí misma y miraba con desagrado a los vampiros—. Ahora viviremos para servirte.

Absurdo.

—Levántate, Riley, y deja de comportarte así. Ve a liberar a Tucker.

—Sí, mi rey —dijo Riley, y se apresuró a obedecer.

Aquello era muy raro. Riley estaba obedeciendo aunque odiara a Tucker. Aden debería sentirse contento, pero en vez de eso, se puso a gritar.

—¡Ya está bien! —exclamó.

No quería que sus amigos lo trataran de una forma distinta, y mucho menos quería tener que controlar el destino de todas aquellas personas. Personas a las que no conocía, y de una raza de la que no sabía apenas nada.

—Aden —dijo Victoria.

Él la miró, y le tomó la cara entre las manos.

—Dime la verdad. ¿Estás bien? Yo nunca hubiera deseado que tú perdieras a tu padre, aunque él no me hubiera permitido estar contigo.

—Lo sé. Yo no me sentía unida a mi padre, pero lo respetaba y lamento su muerte. Sin embargo, durante mi vida he visto muerte tras muerte. He perdido a muchos seres queridos. Sé que se me pasará la tristeza. Lo único que no podría soportar sería vivir sin ti. Y ahora, tú podrás liberar a mi madre de su prisión. Puedes llamarla y traerla aquí —dijo Victoria. Con cada nueva palabra, su sonrisa se hacía más grande.

«Lo único que no podría soportar sería vivir sin ti». Aden atesoraría para siempre aquellas palabras. En cuanto a su madre, por supuesto. Él no era un rey, por el amor de Dios, pero haría lo que fuera necesario para reunir a madre e hija. Parecía que aquélla era una nueva afición suya.

Se puso en pie y ayudó a levantarse a Victoria. Al incorporarse hizo un gesto de dolor y se agarró el costado. Claramente, no todas sus heridas se habían curado.

Ella frunció el ceño, con una inmediata preocupación.

—¿Qué ocurre?

—Me he cortado y no lo sabía.

Victoria le ayudó a quitarse la armadura, y Aden se levantó el bajo de la camiseta. Entonces, ella lo miró a los ojos con miedo.

—Oh, Aden, lo siento muchísimo.

—¿Qué es? —preguntó él.

Miró hacia abajo sin saber lo que iba a encontrarse, y entonces lo vio. Tenía tres cortes en el costado. Profundos, rojos, abiertos.

Con los ojos muy abiertos, ella se tapó la boca.

—Dmitri debía de tener líquido en las uñas cuando te arañó.

—¿Y qué consecuencias tiene eso para mí, que soy humano?

Ella tragó saliva.

—Aden, te van a quedar cicatrices.

¿Eso era todo? Aden sonrió.

—No me importa, te lo prometo. Tengo muchas… cicatrices.

Aquella última palabra fue un susurro. Entendía el significado de lo que iba a ocurrir. Tenía tres cicatrices en el costado derecho. Exactamente, lo que aparecía en la visión que había tenido Elijah, en la que se predecía la muerte de Aden.

—¡Oh, Aden! —Ella se abrazó a él, y lo estrechó con fuerza.

Aden no le veía la cara, pero la tenía escondida en su cuello, y él notó que estaba llorando.

Su muerte estaba mucho más cercana.

—¿Cuánto tiempo nos queda? —preguntó.

«Ojalá lo supiera», respondió Elijah.

¿Tal vez un año? O meses. De cualquier modo, sería pronto. Tragó saliva para deshacerse el nudo que tenía en la garganta.

—Todo irá bien —le dijo a Victoria, para intentar consolarla—. Tenemos mucho que hacer antes de que muera. Tenemos que echar a un hada del rancho. Tal vez Shannon nos pueda ayudar a hacerlo. Tenemos que ir a una reunión con las brujas. —Él no iba a permitir que sus amigos murieran por no acudir—. Tenemos que salvar a la ciudad de unas criaturas hambrientas de carne humana, y tenemos que liberar a unas almas.

Su princesa vampira sonrió lentamente.

—Tienes razón. Todo saldrá bien. Yo nunca hubiera creído lo que ha pasado hoy, pero ahora me doy cuenta de que cualquier cosa es posible.

Mary Ann y Riley se unieron a ellos. Riley sujetaba a Tucker con un brazo.

—Gracias, gracias, gracias —decía Tucker en un balbuceo—. Dolía, dolía, muchas gracias.

—Lo que tienes que hacer es aprovechar esta segunda oportunidad que te ha dado la vida —le dijo Mary Ann—. Ya es hora de que empieces a actuar bien. Vas a ser padre.

Sólo el tiempo diría si Tucker iba a seguir aquel consejo, pensó Aden. Sólo el tiempo revelaría lo que les iba a ocurrir a todos. Y sólo el tiempo diría cómo iba a cambiar la vida de Aden, ahora que se suponía que estaba a cargo de la sociedad de los vampiros. Aunque él no tuviera ningún plan para ser su líder.

Miró a sus amigos y asintió con satisfacción. Con reverencia.

Había empezado un viaje en un cementerio, solo salvo por las voces que había en su cabeza, pero iba a empezar el siguiente con amigos a su lado. No podía pedir más.