Mary Ann llegó al instituto con una hora y media de antelación. Era la única que estaba fuera del edificio, y el sol estaba empezando a asomarse por entre las nubes. Bien. Estaba temblando y desarreglada. Se había pasado toda la noche delante del ordenador, buscando información sobre hombres lobo y sobre habilidades paranormales, recordando una y otra vez lo que había pasado en el bosque.

Aunque había impreso cientos de páginas, no había encontrado nada sustancial. Ambas cosas eran consideradas como de ficción. En aquellas ficciones, los hombres lobo podían pasar de animal a hombre, pero ninguno tenía la capacidad de insertar su voz en la mente humana. Sin embargo, ella sabía que aquel lobo le había hablado dentro de la mente.

La capacidad de hacer que un cuerpo desapareciera se llamaba «teletransporte», y ella también sabía que Aden se había desvanecido en el aire. Sabía que su cuerpo había atravesado el del lobo, y que no había salido por el otro lado. No se lo había imaginado. Su terror era demasiado real, y todavía sentía el pelaje del lobo en la mano.

¿Estaría bien el lobo? Aquella pregunta la había obsesionado durante toda la noche, y eso también le había provocado un fuerte sentimiento de culpabilidad. Debería preocuparse más por Aden. ¿Estaría bien? ¿Adónde había ido? ¿Había vuelto? ¿Podía volver? Mary Ann había buscado en el listín telefónico el número de Dan Reeves, pero no figuraba, así que ella había estado a punto de ir al rancho, pero no lo había hecho por si acaso le causaba problemas a Aden. Por eso, y porque tenía miedo de decir en voz alta lo que había pasado, y que le respondieran que había tenido alucinaciones.

«No estoy loca», se dijo mientras caminaba por delante de las puertas del instituto. Iba a pedirle respuestas a Aden. Si aparecía, claro. Y si él negaba su habilidad, ella, ¿qué? No sabía lo que podía hacer. Si se lo contaba a su padre, tal vez él la llevara a la consulta de uno de sus colegas, y tal vez la medicaran. Se había dado cuenta en el bosque, la primera vez que el lobo había hablado con ella. Y en aquel momento, también se daba cuenta de que sus amigas se reirían de ella, y tal vez la dejaran de lado.

Se puso a caminar de un lado a otro y miró hacia el bosque, en busca del lobo. Dio una patada contra el suelo. El lobo no. Aden. Estaba buscando a Aden con la mirada.

Pasó una eternidad hasta que empezaron a llegar los profesores y los estudiantes. Todos, menos Aden.

Penny entró en el aparcamiento en su Mustang y aparcó. Aquel día, llevaba un vestido color zafiro que hacía juego con sus ojos. Unos ojos enrojecidos, según notó Mary Ann. Llevaba el pelo recogido en una coleta, y estaba muy pálida.

Mary Ann fue a su encuentro.

—¿Qué te ocurre?

Aquella pregunta le arrancó una carcajada seca a su amiga.

—¿A mí? Nada. Tucker me llamó anoche, y me ha llamado esta mañana, para preguntarme si a ti te ocurría algo. Me dijo que ayer, después de clase, te comportaste de un modo raro. Me dijo que te había estado llamando por la noche, pero que no le respondiste.

Tucker no tenía importancia en aquel momento. Y menos aquel Tucker nuevo, que le hacía daño a la gente y amenazaba a sus amigos.

—Tucker va a tener que esperar —dijo, y miró nuevamente hacia el bosque.

Y por fin, tuvo su recompensa. Shannon apareció, grande y guapísimo; Aden podía estar muy cerca. Y no era decepción lo que sentía, se dijo. Ver al lobo no debería ser una de sus prioridades.

—Te llamaré después, ¿de acuerdo? —le dijo a Penny, y salió corriendo sin hacer caso de sus protestas.

La mochila le golpeaba la espalda, y los libros que había dentro estuvieron a punto de romperle la espina dorsal.

—¡Shannon! —gritó.

Al verla, él abrió unos ojos como platos, y aquellos ojos verdes hicieron que Mary Ann recordara al lobo nuevamente. Shannon intentó eludirla, pero ella se colocó delante de él y le cortó el paso.

—¿Va a venir Aden?

Él frunció el ceño.

—¿P-p-por qué t-te imp-porta?

Su lobo no tartamudeaba, pero lo cierto era que no hablaba con la boca. Dios, aquello era desconcertante. ¡Y extraño! Ver a un humano convirtiéndose en lobo no era normal. Pero… ¿era Shannon su lobo, o no?

—Me importa —dijo Mary Ann por fin—. ¿Va a venir o no?

—Venía un poco después de mí.

Entonces, había vuelto a aparecer. Eso significaba que estaba vivo, y que estaba bien. Mary Ann sintió un enorme alivio. Sonrió y le dijo a Shannon:

—Gracias. Muchísimas gracias.

Él no respondió, pero la miró con curiosidad. Finalmente, la rodeó y se dirigió hacia la entrada de la escuela. Mary Ann siguió esperando fuera, y por fin, vio llegar a Aden. Sintió el mismo golpe en el pecho, pero no tuvo el impulso de salir corriendo. En aquella ocasión no. Deseaba obtener respuestas.

—Hola, Aden.

Al verla, él estuvo a punto de tropezar. Su expresión se volvió de cautela, y miró a su alrededor como si se esperara el ataque de alguien. Ella también miró a su alrededor, pero no había ninguna otra señal de vida. Los insectos y los pájaros estaban callados. Era muy extraño.

—Mary Ann. ¿Qué estás haciendo aquí? Conmigo, quiero decir.

—Quiero saber lo que ocurrió ayer.

Él se rio nerviosamente.

—¿A qué te refieres? A alguien se le escapó un perro que te asustó mucho. Yo lo ahuyenté y me fui a casa.

«¡Mentiroso!».

—No sucedió eso, y lo sabes.

—Sí sucedió eso. Claro que sí. El miedo te ha distorsionado los recuerdos.

—Cuéntame lo que pasó, Aden. Por favor.

Por un momento, él se quedó callado. Después suspiró.

—Déjalo, Mary Ann.

—¡No! Tienes que saber una cosa de mí, Aden. Soy muy testaruda. O me das las respuestas que quiero, o las conseguiré de otro modo.

—Está bien —dijo él, mirándola fijamente—. ¿Qué crees tú que sucedió?

—Mira, yo no le he contado a nadie lo que vi —respondió Mary Ann, cruzándose de brazos—. Y no voy a hacerlo. Es nuestro secreto. Pero tienes que decirme lo que está pasando. Estoy en medio de algo de lo que no sé nada, estoy viendo cosas que me habrían parecido imposibles. No sé lo que tengo que hacer, ni cómo protegerme. En realidad, no sé de qué tengo que protegerme, o si necesito estar preocupada.

Aden miró hacia el instituto.

—Creo que no es el mejor momento para hablar de esto. Vamos a llegar tarde a la primera clase.

—Hagamos novillos. Vamos a mi casa; mi padre está trabajando, y podremos hablar a solas tranquilamente.

—No puedo —respondió él, negando con la cabeza—. Si hago novillos una sola vez… Está bien, mira, tengo que confesarte una cosa. Vivo en el Rancho D. y M. Si hago novillos, me echarán de allí. No quiero que me echen. Además, hoy es mi primer día. Mis profesores me están esperando.

Ella exhaló un suspiro.

—Entonces, no haremos novillos. Pero hablaremos.

Aden asintió de mala gana.

—Vamos, acompáñame al instituto. Hablaremos por el camino. Pero vigila lo que dices, ¿de acuerdo? Nunca se sabe quién, o qué, está acechando.

Aunque quería quedarse donde estaba para evitar que aquella conversación terminara, Mary Ann se giró y se dirigió hacia el instituto junto a Aden. Afortunadamente, todavía tenían un rato antes de verse entre la multitud de chicos que empezaban el día de clases.

—No tienes que empezar por el principio, ni nada de eso. Sólo dime algo, por favor —le rogó.

Hubo una pausa. Otro suspiro.

—¿Y si te dijera que hay un mundo entero de cuya existencia tú no sabías nada? ¿Un mundo lleno de… —Aden tragó saliva— vampiros, hombres lobo y gente que tiene habilidades inexplicables?

Un mundo nuevo. Lo mismo que le había dicho el lobo.

—Yo… te creería.

Aunque no quisiera hacerlo. Quería negarlo. Pese a todo lo que había presenciado, pese al hecho de que él estaba diciendo exactamente lo que ella esperaba que dijera, negarlo fue su primer impulso. La idea de que existieran de verdad los vampiros y los cambiadores de forma era algo horrible. En cuanto a la gente que poseía habilidades inexplicables le resultaba incomprensible, pero lo entendería. Estaba decidida.

—¿Y si te dijera que hay un chico que es un imán para esas cosas, que las atrae cada vez más? ¿Y que también tiene poderes extraños?

Ella se humedeció los labios.

—¿Ese chico puede desaparecer en un abrir y cerrar de ojos?

Aden negó con la cabeza.

—Pero yo lo vi…

—No me viste desaparecer. Me viste poseer el cuerpo de otro.

Dios santo. Aden podía poseer los cuerpos de otros seres. Entrar en ellos como si fueran un ascensor y él tuviera que subir al último piso. Mary Ann se estremeció.

Entonces, se dio cuenta de que él se había detenido en seco, y se volvió. Aden la estaba mirando con una expresión torturada, con miedo y dolor. Realmente, se esperaba que ella saliera corriendo y gritando, huyendo de él. Y Mary Ann lo habría hecho si hubiera pensado que podía poseer su cuerpo. Aquello era demasiado para una chica que siempre había echado mano de la ciencia para explicar lo desconocido. Sin embargo, él no se merecía que lo tratara así. Aden le estaba dando lo que ella quería, lo que le había exigido. Lo que no quería darle.

Él debía de vivir en el miedo constante de que lo descubrieran, temiendo lo que podría hacerle la gente si lo sabían. Aquel estrés podría haber destruido al más valiente de los hombres, pero él estaba allí, quieto, esperando, demostrando lo fuerte que era. Y el hecho de que le hubiera contado todo eso a ella demostraba lo profunda que era su amistad.

Entonces, Mary Ann se acercó a él, y se dio cuenta de que tenía gotas de sudor en la frente, prueba de su nerviosismo. «No voy a tener miedo de él», se dijo ella con determinación. Sin previo aviso, le rodeó la cintura y le dio un abrazo.

Al principio, él se quedó rígido, pero al cabo de unos instantes la abrazó también. Se quedaron así durante unos minutos, absortos. Y mientras él la abrazaba, las dudas de Mary Ann se desvanecieron. El día anterior la había protegido de un hombre lobo. Aden no quería hacerle daño.

Él fue quien se alejó, como si no confiara en que podía seguir abrazándola. Su expresión era neutra, pero sus ojos… Oh, sus ojos. En aquella ocasión eran marrones. ¿Qué significado tenía aquel cambio? Mary Ann tenía mucho que aprender sobre él.

—Y dime una cosa, ¿poseer cuerpos es lo único que puede hacer ese chico? —le preguntó suavemente.

Él volvió a negar con la cabeza.

Así que había más. Sorprendentemente, Mary Ann no volvió a sentir miedo.

—¿Qué más?

—Mary Ann, ¿crees que hay muchas posibilidades de que ese chico que puede hacer cosas que los demás no pueden hacer se haya pasado la mayor parte de su vida saltando de manicomio en manicomio?

¿En manicomios? Pobre, dulce Aden. Tal vez Mary Ann fuera muy joven, pero sabía cómo podía ser la gente de intolerante con los que eran distintos. Sólo tenía que recordar cómo había tratado Tucker a Shannon por su tartamudez. ¡Y tartamudear no era nada comparado con lo que podía hacer Aden!

—Creo que sí hay muchas posibilidades, pero eso no significa que vaya a dejar de caerme bien.

Él se miró los pies para disimular su incredulidad. Pasó un momento. Aden suspiró, la tomó de la mano y tiró de ella hacia el instituto.

—¿Cómo puedes aceptar todo eso con tanta facilidad?

—¿Facilidad? Llevo toda la noche en vela por esto. ¿Acaso crees que una chica puede oír de verdad a un hombre lobo hablándole dentro de la cabeza? Y si puede, ¿está loca? ¿De verdad ha visto desaparecer a un chico? Ella tiene que aceptar que lo que ha visto es cierto, o admitir que está loca.

Él le estrechó la mano. Con calidez, con fuerza. Para reconfortarla. Para darle un consuelo que ella necesitaba tanto como él.

—¿Y el lobo? —le preguntó—. ¿Qué pasó con él?

—La última vez que lo vi estaba vivo —dijo él, en tono de culpabilidad.

—¿Te dijo algo? ¿Mencionó por qué me sigue?

—No, y no tuve tiempo de preguntárselo. De todos modos, no creo que me hubiera respondido. Cuando me separé de él no éramos precisamente amigos.

—Pero es un chico, ¿verdad?

—Sí. Es un chico muy peligroso. Si vuelve, no te acerques a él. Ha jurado que me va a matar.

—¿Cómo? ¿Por qué?

Habían llegado a la escuela, y él no pudo responder. Mary Ann soltó la mano de Aden cuando uno de sus compañeros de clase los vio y se quedó boquiabierto. No se avergonzaba de que los demás la vieran con Aden y pensaran que eran una pareja, y Mary Ann esperaba que él se diera cuenta. Si Mary Ann sintiera algo por él, se habría sentido orgullosa de ser su novia. Sin embargo, no era su novia; lo veía más como a un hermano. Y además, todavía no había hablado con Tucker para aclarar la situación. No sabía bien lo que iba a hacer con él. La última vez que se había ido a dormir, su mundo era muy sencillo. Su plan de los quince años era lo que regía sus acciones. Sin embargo, en aquel momento se le habían abierto los ojos a un mundo vasto, lleno de colores brillantes, a un rompecabezas que quería resolver con todas sus fuerzas, y cada segundo encontraba una sorpresa que no podía prever. ¿Dónde podía encajar Tucker en su nueva vida? ¿Quería Mary Ann que encajara?

Suspiró. Parecía que tenía que entender algo más que los hombres lobo y las habilidades secretas.

Después de haber pasado por la secretaría a recoger el horario, Mary Ann hizo con Aden el tour que le había prometido por Crossroads High. Su conversación relativa a lo sobrenatural se había interrumpido en cuanto habían entrado en el aparcamiento, y desde entonces, sólo habían hablado de cosas corrientes.

Aden agradecía aquel descanso, aunque sabía que iba a terminar pronto. No sabía qué otras cosas iba a decirle a Mary Ann cuando llegara el momento. No estaba seguro de cuánto podría asimilar ella. Lo poco que le había revelado la había hecho palidecer y temblar. Aden quería que ella lo ayudara con las almas, sí, pero… ¿Podía confiar en que ella no se lo contara a nadie? Quería confiar en ella, y ella le había dicho que podía hacerlo, pero Aden sabía que la gente mentía. «Siempre te querremos, pero esto es por tu propio bien», le había dicho su madre en una nota que le había dejado en el primer sanatorio mental, y que él había leído años más tarde. Sus padres nunca habían vuelto a recoger al hijo al que tanto querían. «Esto no te va a doler», le habían dicho los médicos, uno tras otro, antes de clavarle una aguja en cualquier parte del cuerpo.

La gente decía cualquier cosa para obtener la reacción que deseaba. Sus padres no querían que él pensara mal de ellos, ni de su decisión. Los doctores no querían que él se resistiera.

Con Mary Ann, él había olvidado, consciente o inconscientemente, aquella lección. Su abrazo… Lo había abrazado como si él le importara de verdad, como si ya fueran de la misma familia y tuvieran que cuidar el uno del otro. Decírselo era el único modo de conseguir su ayuda. Si acaso ella podía ayudar, claro.

—Cuidado —le dijo Mary Ann, y lo empujó suavemente hacia un lado.

Un grupo de deportistas pasó junto a él.

—Lo siento. Estaba distraído.

Y no había sido por culpa de las almas. Al contrario que el día anterior, en el bosque, cuando las había oído aunque estuviera en presencia de Mary Ann, estaban en silencio de nuevo. Eso tampoco lo entendía.

Aden frunció el ceño. Estuvo a punto de chocarse con otra persona. Se había distraído de nuevo. ¿Cuánto llevaba recorriendo los pasillos del instituto sin verlos?

Se obligó a asimilar lo que había a su alrededor. Las paredes estaban pintadas de negro, dorado y blanco, los colores del instituto. Había carteles que decían «Ánimo Jaguars» cada pocos metros. Los chicos iban en todas direcciones. Se abrían y se cerraban las taquillas. Las chicas se reían mientras los chicos las miraban.

—La temporada de fútbol está en su apogeo —dijo Mary Ann—. ¿Tú juegas? Sé que Dan jugaba, así que me imaginé que tal vez entrenara a los chicos del rancho.

—No. Yo no juego, y Dan no nos entrena. Tenemos muchas tareas.

Sin embargo, a Aden le encantaba ver los partidos, y odiaba el hecho de no poder concentrarse lo suficiente como para jugar.

—Lo siento —dijo ella.

—¿Por qué?

—Bueno, lo has dicho con tristeza, como si quisieras jugar pero…

Mary Ann se quedó callada al darse cuenta de que tal vez los deportes de contacto no fueran lo mejor para alguien que podía poseer el cuerpo de otros.

Ella no tenía ni idea de que aquello sólo era una parte del problema.

—No te preocupes. Lo superaré —dijo Aden. Había otras mil cosas de las que podría preocuparse—. ¿Qué va a pensar tu novio de que me enseñes el instituto? Él no quería que lo hicieras, ¿te acuerdas?

—No quiero hablar de él —dijo Mary Ann, y antes de que Aden pudiera responder, añadió—: Déjame ver tu horario.

Parecía que él no era el único que sabía cómo cambiar de tema. Se sacó el papel del bolsillo y se lo entregó.

Ella lo leyó.

—Tenemos dos clases juntos. La primera y la segunda hora.

—¿Me vas a dejar copiar en los exámenes? —bromeó él.

—Tal vez yo te copie a ti. Puede que saque muy buenas notas, pero tengo que ganármelas a pulso.

—Deberíamos estudiar juntos.

—Como si fuéramos a estudiar algo —dijo ella, riéndose.

—Espera, ¿se supone que deberíamos conseguirlo? Creía que la palabra «estudiar» era un código para reunirnos y hablar.

Mary Ann lanzó otra carcajada.

—Ojalá.

Qué normal le parecía todo aquello. Y, pese a todo lo que estaba ocurriendo, Aden se dio cuenta de que era feliz.

El lobo quería comérselo, ¿y qué? Victoria, la chica a la que quería besar, un día se bebería su sangre, ¿y qué? Alguien iba a clavarle un puñal en el corazón, ¿y qué? Podía soportarlo. No importaba lo que le deparara el futuro. Podría soportarlo.