Aquella noche, Riley se quedó con Mary Ann. Aunque la ventana de su habitación estaba cerrada, oía los aullidos de los lobos que estaban vigilando. A pesar de los sucesos tan graves de aquel día, los dos hablaron y se rieron, y volvieron a besarse. Cuando salió el sol, los aullidos cesaron y entonces, Mary Ann se quedó dormida.

Y cuando despertó, el sol estaba en lo más alto del cielo y Riley estaba a su lado. Volvió a pensar inmediatamente en los lobos, como si su mente sólo hubiera estado esperando a que despertara para continuar. No estaba segura de que su presencia fuera beneficiosa. La noche anterior, las noticias habían anunciado la muerte del matrimonio Applewood y la habían atribuido al ataque de unos animales salvajes. Los hermanos de Riley corrían peligro de ser perseguidos y cazados por la gente de la ciudad, que querría proteger a sus familias.

—Vlad se aseguró de que supieran cuidar de sí mismos —dijo él, como si le estuviera leyendo el pensamiento. Y tal vez fuera así. Ella no sabía de qué color era su aura en aquel momento—. Además, han aullado para que yo supiera que han eliminado a un duende.

De acuerdo. Mary Ann no lo sabía.

—¿Cuántos aullidos ha habido? —preguntó. Había perdido la cuenta.

—Veintiocho.

Vaya.

—¿Y cuántos duendes hay?

—Como los lobos, van en manadas, y es difícil saberlo.

Ella se acurrucó contra él, y oyó los latidos de su corazón.

—Tal vez los duendes se coman a las brujas.

—Tal vez —dijo él, aunque no parecía muy convencido.

—Si yo anulo el poder de Aden, ¿por qué no anulo la maldición de las brujas?

—Yo anulo tu capacidad, ¿no te acuerdas? O tal vez incremento sus poderes. Todavía no lo sé. De todos modos, creo que eso significa que tú y yo debemos estar juntos —dijo. Evidentemente, quería animar el ambiente.

—Me gusta lo que piensas —dijo Mary Ann. Mucho—. ¿De verdad vamos a morir si Aden no puede ir a la reunión de las brujas?

Riley le besó la sien.

—No te preocupes. No permitiré que te ocurra nada.

Aunque él había evitado la pregunta, aquella evasiva era respuesta suficiente. Sí, iban a morir.

—¿Te han echado algún otro maleficio?

Él asintió de mala gana.

—Cuéntamelo, por favor.

Al principio, él no respondió, y ella pensó que no iba a hacerlo. Después, Riley suspiró.

—Hace unos años yo… salí con una bruja. Cuando intenté romper con ella, se enfureció y me maldijo. A mí, y a mis hermanos. Hasta el día en que muriéramos, le pareceríamos guapísimos a todos los que consideráramos amigos.

—Vaya. Eso no me parece un maleficio.

—Porque sólo es el principio de la maldición. Todas las personas a las que consideráramos algo más que amigos, que nos parecieran atractivas o con las que quisiéramos salir, nos encontrarían feos, incluso horribles.

—Pero a mí no me pareces feo. La maldición ha debido de terminar.

—Tú me ves tal y como soy porque yo morí, y el maleficio se rompió.

—¿Moriste? ¿Cómo? Entonces, ¿cómo es posible que estés aquí?

—Un hada que estaba intentando atacar a Victoria me vació. Y, al igual que vuestra medicina moderna puede traer a la gente de la muerte, la nuestra también. A mí me devolvieron la vida. Pero como morí, el maleficio quedó anulado. Mis hermanos, sin embargo, siguen malditos, y son inocentes en todo esto —dijo él, con la voz cargada de culpabilidad—. Ojalá pudieran morir y revivir como yo, pero como con vuestra medicina, con la nuestra no hay garantías. Existe la posibilidad de que no pudieran volver. Así que están solos, porque les resultan horribles a todas las mujeres a las que desean.

—¿Y no hay nada que pueda liberarlos?

—No. Una maldición, cuando se echa, es indestructible. Ni siquiera puede revocarla la misma bruja que la ha pronunciado. Adquiere vida propia, y su único propósito es reforzar las palabras que le dieron la existencia.

Así que no había esperanza para ellos. Cualquier chica a la que desearan se alejaría de ellos con disgusto. Y tampoco había forma de romper el maleficio que les habían echado a Riley, a Victoria y a ella.

—Pobres. —«Pobre de mí. Pobres de nosotros».

Él se echó a reír.

—Que no te oigan decir nada de eso. Desprecian la lástima.

—Algún día encontrarán el amor. Lo sé.

—Espero que tengas razón —dijo él. Le dio otro beso y se sentó—. ¿Cuáles son tus planes para hoy?

El fin de semana ya había llegado, y eso significaba una cosa.

—Tengo que ir a trabajar. No he ido desde hace semanas.

Él volvió la cabeza y la miró con dureza.

—Y tampoco irás hoy. Llama para decir que estás enferma. Por favor.

—No puedo. Otra vez no. Creo que están a punto de despedirme.

—Mejor despedida que muerta. ¿Te acuerdas de todas las brujas y hadas que había en la ciudad? Antes era peligroso, pero ahora es suicida. Las brujas saben quién eres. Preferiría que te quedaras en casa.

Él podría habérselo ordenado. En vez de eso, se lo estaba pidiendo.

—Está bien —dijo Mary Ann con un suspiro.

Riley sonrió.

—Gracias.

—¿Y dónde vas a estar tú?

—Tengo que prepararme para el despertar de Vlad —dijo él, y se puso en pie—. Bueno, para la ceremonia del despertar. Volveré dentro de unas horas a recogerte para el baile.

Ella se incorporó de golpe.

—¿Quieres que vaya?

—Por supuesto. Yo no iría sin ti.

Mary Ann suspiró de alegría. Cuando él le decía aquellas cosas, ella quería darle su corazón en una bandeja de plata.

—No tengo traje.

—Mary Ann —dijo de repente su padre, a través de la puerta. Desde que ella había vuelto a casa, no habían hablado de su madre ni de las mentiras. Habían recuperado sus hábitos, pero se mantenían alejados el uno del otro siempre que era posible—. Baja a comer. Te has saltado el desayuno.

¿Llevaba tanto tiempo en la cama?

—Dentro de un minuto —dijo ella.

Mary Ann sabía que iban a reconciliarse. Tal y como le había dicho Eve, su padre era un buen hombre. Mary Ann ya lo había perdonado. Sin embargo, todavía no quería hablar del pasado con él. Perder a su madre una segunda vez todavía era algo muy nuevo, estaba muy fresco. Pero pronto tendría que decirle que lo perdonaba. Ella era todo lo que tenía su padre, y él la quería mucho.

Riley la abrazó con fuerza y le susurró:

—Victoria te ha traído un regalo. Está debajo de tu cama.

Con eso, Riley se apartó de ella y salió por la ventana.

Cuando él estuvo lejos, ella se puso en pie y miró bajo la cama. Había una caja atada con un lazo rojo. Mary Ann la sacó a la alfombra con las manos temblorosas, y abrió la tapa. Cuando vio lo que había dentro, no pudo evitar echarse a reír.

Esperaba que la noche también terminara con una sonrisa.

Aden estaba frente al espejo de su habitación, mirándose. Llevaba puesto el regalo de Victoria. Un traje. Era un caballero de brillante armadura. La armadura era delgada y ligera, así que no le pesaba mucho, y le cubría desde el cuello hasta los tobillos. Sólo se abría allí por donde las piezas no estaban soldadas: en los codos, las muñecas, el estómago y las rodillas.

—¿Qué tal estoy? —le preguntó a Shannon cuando el chico entró en la habitación.

—Estupendo, pero Dan no te va a dejar ir a la fiesta. Tenemos un invitado. Esta mañana, el señor Sicamore decidió tomarse unas vacaciones indefinidas, pero ha recomendado a alguien nuevo. Creo que a Dan le gustó el tipo y lo ha contratado directamente. La señora Reeves ha hecho una cena especial para todos, para que podamos sentarnos a la mesa y c-conocernos. Dan me dijo que avisara a todo el mundo y que los llevara a la casa.

Estupendo.

«Victoria te sacará de ésta», le dijo Elijah.

Se relajó. Aquella noche no iba a preocuparse por la reunión con las brujas, ni por el hecho de poder perder a Caleb. Aquella noche iba a hacerse valer ante el padre de Victoria y a liberarla de aquel estúpido compromiso.

—Dile a Dan que estoy enfermo, que me he contagiado de lo que tuviste tú —le rogó—. Dile que me has ayudado a acostarme.

—Si me pillan mintiendo…

—Pero no te van a pillar. Te lo juro.

Shannon titubeó. Después asintió y se marchó. Aden oyó a los otros chicos por el pasillo. Iban hablando sobre la cena, arrastrando los pies. Finalmente, la puerta del barracón se cerró. Aden metió la almohada en la cama para que pareciera que estaba dentro, y apagó todas las luces. ¿Dónde estaba Victoria? Debería haber llegado…

Oyó el golpe de una piedrecita en la ventana. Se asomó y vio a Victoria a unos cuantos metros, bañada en luz de luna. Al verla, a Aden se le cortó la respiración. Llevaba más mechones azules en el pelo, y lo tenía, en parte, recogido en un moño, y en parte cayéndole como una cascada de rizos por la espalda. Se había puesto un vestido de terciopelo azul que le ceñía el pecho y la cintura, y que caía libremente hasta sus tobillos. Las sandalias dejaban a la vista sus uñas pintadas de rosa brillante.

Una damisela y su caballero andante, pensó Aden con una sonrisa.

Salió por la ventana con una agilidad sorprendente, teniendo en cuenta que llevaba una armadura, y se reunió con ella. No se besaron. Sólo se miraron fijamente. Desde que ella le había anunciado su compromiso con Dmitri, habían perdido la familiaridad, y a él no le gustaba.

Por fin, Aden dijo:

—Estás muy guapa.

—Gracias. Tú estás… para comerte.

Un gran cumplido, para una vampira.

—¿Tienes sed?

Ella se lamió los labios.

—¿De ti? Siempre.

—Entonces, bebe.

Ella le miró el cuello, y sus ojos cristalinos se llenaron de anhelo. Él le había dado mucha sangre aquella última semana.

—Esta noche no. Esta noche necesitas todas tus fuerzas. Y las mías —dijo Victoria, mientras alzaba la mano en la que llevaba el anillo de ópalo.

—No —dijo Aden—. No te cortes. No puedo soportar verte sufrir.

«Acepta su oferta, Aden, —le dijo Elijah—. Por favor. Tengo el presentimiento de que vas a necesitarlo».

—Aden… —dijo Victoria.

—No —respondió él, para los dos.

Aunque necesitara la fuerza de Victoria para sobrevivir aquella noche, no iba a permitir que ella se cortara.

Lentamente, ella bajó el brazo y entornó los ojos.

—Si quiero puedo obligarte, ¿sabes?

—Pero no vas a hacerlo.

Pasó un instante.

—No. No lo haré. Ni siquiera por tu propio bien.

—Todo va a salir bien, Victoria. Ya lo verás.

—Oh, Aden. Tengo miedo —dijo ella mientras apoyaba la cabeza en su hombro—. Por ti, por nosotros.

—Yo nunca dejaré de quererte. Encontraremos la manera de estar juntos.

Victoria quería creerlo, él lo sabía, pero no respondió.

—Hay tantas cosas que están saliendo mal a la vez… Primero las brujas. Y ahora, un hada que está hablando con Dan —dijo ella. Lo tomó de la mano y lo llevó hacia la casa principal—. Ven. Voy a enseñártelo.

Llegaron a la cocina y miraron por la ventana al interior. Fuera estaba oscuro, y dentro, muy bien iluminado, así que los demás no podían verlos. Dan les estaba presentando a los chicos a un hombre alto y musculoso, con el pelo plateado, que estaba de espaldas a Aden.

—Seguramente es el nuevo tutor.

—Deja que lo adivine. El tutor antiguo ha decidido marcharse.

—Sí. ¿Cómo lo sabías?

—Es el comportamiento normal de un hada. Y si él ya está dentro, yo no puedo decirle a Dan que te deje ir a la fiesta. El hada me atacaría y yo lo atacaría a él, sin poder evitarlo. Nuestras razas se odian demasiado.

—¿Y qué quiere de Dan?

—Seguramente ha seguido tu energía hasta aquí. Aunque lo más probable es que no sepa cuál de los chicos ha estado llamando a los suyos, ni por qué.

—Esto es un lío. Ojalá… —Aden se quedó callado al instante, porque el hada se dio la vuelta hacia la ventana.

Aden y Victoria se agacharon, pero después de que Aden pudiera atisbar unos ojos verdes y un rostro perfecto, y unas orejas ligeramente afiladas.

—Vamos —dijo Victoria.

—No puedo dejarlos con un hada. Tú misma me has dicho que la belleza de un hada esconde maldad.

—Las hadas son perversas con los vampiros. Se consideran protectores de la humanidad, y consideran a los vampiros destructores de la humanidad. Por eso nos odian tanto.

—Entonces, ¿los chicos están a salvo?

—Sin duda. Lo único de lo que tiene que preocuparse un vampiro es de que un hada piense que la están usurpando. Valoran el poder por encima de todas las cosas. A ti no te entenderán; te considerarán una amenaza. Pero al resto de los chicos, no.

Bien. Victoria y Aden salieron hacia la carretera. Aden se ocuparía después de Dan, si era necesario.

—¿Hay algo que deba saber sobre tu padre? No sé si hay costumbres o rituales que pueda echar a perder, y si van a condenarme a muerte por ello.

—Está acostumbrado al respeto, así que inclínate cuando te lo presente. No le hables a menos que te pregunte algo, y no lo mires directamente a los ojos. Eso hace que se sienta retado. Créeme, lo mejor es que no lo desafíes. No hay un ser más cruel sobre la faz de la Tierra.

—¿Y los otros vampiros, qué van a hacer?

—Tú quédate a mi lado. No te separes de mí. Te considerarán de mi propiedad y no te molestarán.

Delante de ellos se encendieron unas luces, y su conversación terminó.

Victoria aceleró el paso.

—Son Riley y Mary Ann.

El coche en que iban a entrar no era del padre de Mary Ann. Era negro, elegante, deportivo. Un modelo que él no había visto nunca. ¿Robado? Victoria y él se acomodaron en la pequeña parte trasera, y Aden vio el traje de Mary Ann. Era un vestido de rombos rojos y blancos que le llegaba hasta la mitad del muslo, y que tenía una capa roja. Mary Ann llevaba unos zapatos de tacón alto, de color blanco.

Riley no llevaba ningún disfraz.

—Caperucita Roja y el lobo, supongo —dijo Aden, riéndose—. Qué bonito.

Durante el trayecto a… al lugar donde se dirigieran, Aden fue poniéndose nervioso. Y los murmullos fatídicos de Elijah no ayudaban. De aquella noche dependían muchas cosas. Su vida, y el tiempo que le quedaba con Victoria. ¿Y si lo estropeaba todo?

Pronto llegaron a una casa enorme y aislada. Tenía cinco pisos, y las ventanas estaban pintadas de negro para hacer juego con el ladrillo. La puerta de la verja, que era de hierro forjado, chirrió al abrirse. A cada lado de la entrada había un lobo haciendo guardia.

—Vaya. Sé que me habías dicho que vivías a las afueras de la ciudad, y que tu casa estaba escondida, pero no me lo esperaba —dijo Mary Ann, con la nariz aplastada contra el cristal de la ventanilla.

—Tuvimos que renovarla para adecuarla a nuestras necesidades —dijo Riley.

—¿Y vas corriendo desde aquí al instituto? —le preguntó Aden—. ¿Y al rancho? ¿Todos los días?

—Más o menos —dijo Victoria—. He estado practicando mis habilidades de teletransporte. Creo que así es como lo llamáis los humanos. Moverse de un lugar a otro con el pensamiento. Cada vez se me da mejor.

¿De veras? ¿Podía teletransportarse?

No había tiempo para hacer más preguntas. El coche se detuvo y los cuatro salieron para dirigirse hacia la casa. Las puertas se abrieron, y Aden reconoció a la figura que salió por ellas. Dmitri. Aquello le causó furia.

Se colocó delante de Victoria. Dmitri enseñó los dientes, pero aquél fue su único gesto de desagrado.

El vampiro se acercó a ellos. Victoria le tomó la mano a Aden, se la apretó, y después se colocó a su lado.

—Te estaba esperando —le dijo Dmitri, que se inclinó para darle un beso. Ella apartó la cara. Entonces, él miró con irritación a Aden—. Veo que no has hecho caso de mi advertencia.

—Mi padre ha ordenado que estuviera presente, ¿no te acuerdas?

—Sí. Por eso creo que te va a parecer interesante el entretenimiento de esta noche. Ven —dijo. Se dio la vuelta y entró en la casa.

Ellos lo siguieron. Entraron en el vestíbulo y Aden se vio, de repente, rodeado por más riquezas de las que nunca hubiera imaginado. Había un banco blanco y brillante, que parecía hecho de perlas, y en las paredes había adornos de oro y plata, y aparadores de cristal llenos de jarrones de colores.

Victoria tiró de él, así que no pudo verlo todo bien. Mary Ann estaba tan asombrada como él, y tenía el cuello girado para poder seguir mirando el espacioso vestíbulo hasta el último segundo.

No subieron por la escalera, sino que atravesaron la casa, que aparentemente estaba vacía, hasta unas puertas dobles que se abrieron sin necesidad de que Dmitri las tocara.

De repente, el ambiente olía a sangre. Aden oyó voces que conversaban, pero las palabras eran tan rápidas que le recordaron a los chirridos de los grillos.

Dmitri se detuvo, sin salir a la terraza. Había farolillos en los árboles, y un gran círculo plateado en el centro del jardín, al nivel del terreno. No había nadie sobre él.

La gente estaba en el césped. La mayoría de las mujeres llevaban túnicas negras y los hombres, pantalones y camisas del mismo color. Bebían en cálices, y se movían al ritmo de una música seductora que susurraba con la brisa. Había humanos, vestidos de blanco, que ofrecían el cuello, los brazos, las piernas, lo que fuera, cada vez que un vampiro les hacía un gesto para que se acercaran.

Tenían los ojos vidriosos, y sus movimientos eran de ansia, como si estuvieran impacientes por recibir un mordisco. Oh, sí. Esclavos de sangre.

—Disculpad, pero no habrá tiempo para que bailéis —dijo Dmitri—. Hay muchas cosas que ver, ¿sabéis?

—¿Dónde están mis hermanas? —preguntó Victoria.

—Las he confinado en sus habitaciones.

Ella se puso rígida.

—Tú no puedes hacer eso.

—Puedo, y lo he hecho —dijo él, y añadió, sin darle tiempo para responder—: Bien, ¿qué deseas de aperitivo, Aden? —Entonces, señaló hacia las dos mesas que había a cada lado del jardín.

Aden siguió la dirección de su dedo índice y se quedó sin respiración. En una de las mesas estaba Ozzie. Llevaba unos vaqueros, pero no tenía camisa. Estaba atado, inmóvil, con la mirada fija. Muerto. Aden se quedó aturdido.

En la otra mesa estaba Tucker, también con vaqueros, sin camisa y maniatado, pero forcejeando para que el vampiro que estaba bebiendo de su muñeca se alejara. Estaba amordazado, pero gritaba pidiendo ayuda, y tenía los ojos desorbitados. El vampiro siguió bebiendo de él sin preocuparse.

Mary Ann también lo vio, y emitió una exclamación de horror.

—¿Qué le están haciendo? ¡Alto! ¡Ya basta!

Intentó correr hacia él, pero Riley la sujetó con un semblante grave.

Aden dio un paso hacia delante, pero Dmitri extendió el brazo para que no avanzara ni un centímetro más.

—El único modo de retirar una comida es proporcionar otra. ¿Te gustaría ofrecer tus servicios, humano?

—¿Cómo te atreves? —le preguntó Victoria con una mirada de odio—. Pagarás por esto. A mi padre no le va a hacer gracia.

—Deberías agradecérmelo, princesa, ya que he castigado a los enemigos de tu humano. ¿No te alegras?

—¿Y después de la fiesta? ¿Qué vas a hacer con los cadáveres? ¿Vas a llamar a la policía y culpar de su asesinato a Aden para que lo arresten?

—Ésa es una de las ventajas.

—Eres repugnante.

Con el ceño fruncido, Dmitri se dio un puñetazo en la palma de la mano.

—No me hables así. Soy tu marido y…

—Tú todavía no eres mi marido —le gritó ella. Todos se volvieron a mirarlos—. Y si me salgo con la mía, nunca lo serás.

—No sabes lo que has hecho, Dmitri —intervino Aden. Julian no podía controlar su habilidad de despertar a los muertos, lo cual significaba que Ozzie no iba a estar allí quieto durante mucho más tiempo.

Mientras lo pensaba, Ozzie se incorporó, pestañeó y sacó la lengua en un gesto de hambre.

—Oh, gracias a Dios —dijo Mary Ann—. Ese chico todavía está vivo. Tenemos que salvarlo.

—Es demasiado tarde —dijo Aden, sin emociones. No podía permitirse el lujo de sentir, con lo que estaba a punto de hacer—. Está muerto, aunque no lo parezca. Y no hay forma de salvarlo. Dmitri se ha asegurado de ello.