22
Carolinus volvió a golpear la dura arena con el bastón.
—¡Liberad a la prisionera! —exigió.
Aguardaron una vez más y los lentos segundos fueron acumulándose en minutos.
—¡Por los Poderes! —S. Carolinus pareció haber recobrado súbitamente fuerza. Su voz sonaba de nuevo recia y se habría dicho que él mismo había aumentado un palmo de estatura—. ¿Acaso van a burlarse de nosotros? ¡Departamento de Cuentas!
Entonces ocurrió algo que Jim no olvidaría en toda su vida. Lo memorable no fue tanto lo que sucedió sino cómo. Sin previo aviso, ¡la tierra entera habló, el mar habló, el cielo habló! Todos dejaron oír su voz, y ésta era la misma voz grave e incorpórea que había respondido en otras ocasiones a Carolinus estando Jim presente. Aquella vez, no obstante, su tono no se correspondió en absoluto al de una disculpa o un comentario jocoso.
—¡Liberad a la prisionera! —tronó la voz.
Una fracción de segundo después, del negro hueco de la entrada arqueada de la torre salió a gran velocidad un bulto negro, que bajó por el aire como si flotara, y, aunque parecía mecerse, llegó hasta ellos más pronto de lo que cabía pensar. Era un colchón de ramas de abeto entrelazadas, cuyas hojas se mantenían verdes y frescas, sobre el cual yacía, con los ojos cerrados, Angie.
El colchón se posó en el suelo a los pies de Jim.
—¡Angie! —exclamó, inclinándose sobre ella.
Se había alarmado por un momento, pero entonces vio que la joven respiraba apaciblemente, como si simplemente estuviera dormida. Y efectivamente, cuando aún la contemplaba, abrió los ojos y lo miró.
—¡Jim! —dijo.
Levantándose, le rodeó el escamoso cuello con los brazos y quedó prendida de él. El corazón de Jim comenzó a latir desenfrenadamente. La conciencia lo laceraba por no haber pensado más en ella durante los días anteriores, por no haber logrado rescatarla antes.
—Angie… —murmuró con ternura; entonces cayó en la cuenta de un detalle—. Angie, ¿cómo sabías que era yo y no otro dragón cualquiera?
La joven lo soltó y lo miró riendo.
—¡Cómo lo sabía! —exclamó—. ¿Cómo no iba a saberlo después de haber estado tanto tiempo en tu cabeza…? —Calló de repente y bajó la mirada para observarse a sí misma.
»¡Oh, vuelvo a ocupar mi propio cuerpo! Eso está mejor. ¡Mucho mejor!
—¿Cabeza? ¿Cuerpo? —La mente de Jim se debatía entre dos preguntas increíbles y finalmente optó por la que parecía menos arriesgada—. Angie, ¿en qué cuerpo estabas?
—En el tuyo, por supuesto —respondió—. Es decir, estaba en tu mente, lo que equivale a decir tu cuerpo… o el de Gorbash, para ser exactos. Al menos estaba antes, si no estoy soñando ahora. No, todos se encuentran aquí, tal como debe ser: Brian, Dafydd, Danielle y los demás.
—Pero ¿cómo podías estar en mi mente? —inquirió Jim.
—Los Poderes de las Tinieblas, o como se llamen, me pusieron allí —explicó Angie—. Al principio no lo entendí. Cuando Bryagh me trajo aquí, me entró sueño y me acosté sobre esas ramas de abeto. De lo ocurrido después sólo conservo el recuerdo a partir del momento en que me encontré en tu cabeza, viendo cuanto sucedía. Sabía lo que estabas pensando y casi podía hablarte. Primero pensé que se había producido un accidente, que quizá Grottwold había tratado de hacernos volver y había acabado mezclándonos. Después comprendí.
—¿Qué comprendiste?
—Que los Poderes de las Tinieblas me habían puesto allí.
—¿Los Poderes de las Tinieblas? —se extrañó Jim.
—Naturalmente —corroboró, imperturbable, Angie—. Esperaban que, en mis ansias de ser rescatada, te presionaría sin cesar para que vinieras solo a la Torre Abominable. Antes de dormirme del todo, me pareció oír que alguien hablaba con Bryagh acerca de los métodos que podían utilizar para hacer que vinieras a buscarme sin contar con la ayuda de compañeros.
—¿Cómo lo sabían? —preguntó, ceñudo, Jim.
—Lo ignoro, pero lo cierto es que estaban al corriente —repuso Angie—. De manera que, cuando recordé eso, no me costó inferir quién me había puesto en tu mente y por qué. Como ya he dicho, no podía hablarte en pleno sentido de la palabra, pero podía transmitirte lo que sentía si me concentraba lo bastante. ¿Recuerdas cuando Brian te dijo que tenía que pedirle permiso a Geronda para ser tu compañero y que para ello teníais que ir primero al castillo de Malvern? ¿Te acuerdas que de pronto te sentiste culpable por alejarte de la torre, estando yo allí? Pues bien, fui yo la que te provoqué ese sentimiento. Acababa de despertar y no sabía qué hacía allí. Entonces pensé que tal vez correrías un gran peligro si ibas solo a la torre, dada la insistencia de Carolinus en que reunieras primero unos cuantos companeros antes de intentarlo; y recordé lo que había oído al dormirme. Até cabos y reprimí los deseos que tenía de que me rescataras. En cuanto lo hice, noté que mejoraba tu actitud ante la perspectiva de acompañar a Brian al castillo de Malvern.
Paró de hablar y Jim se quedó mirándola, apabullado por demasiados interrogantes para decidir qué quería preguntar primero. Entonces cayó en la cuenta de que Angie parecía haber crecido al trasladarse a aquel mundo. Él había considerado que Danielle era muy alta, pero ahora veía que Angie tenía la misma estatura. Ese incremento de altura no había mermado en nada su atractivo, muy al contrario…
Carolinus hizo chasquear la lengua.
—¡Dos mentes en un cuerpo! —se maravilló, sacudiendo la cabeza—. ¡Inaudito! ¡Francamente inaudito! Incluso para los Poderes de las Tinieblas, supone un considerable riesgo. Aunque es factible, desde luego…
—¡Un momento! —reclamó Jim, habiendo recobrado el habla—. Angie, ¿no has dicho que Gorbash estaba también en mi mente? ¿Cómo es eso posible?
—No sé cómo, pero estaba —confirmó Angie—. Ya se encontraba en ella cuando yo llegué, pero no pude comunicarme con él porque tú lo tenías como encerrado.
Jim sintió una conmoción interior. Ahora que Angie había identificado a Gorbash como la otra entidad que se hallaba en el fondo de su mente, notaba con fuerza la presencia del primitivo poseedor de ese cuerpo de dragón. Gorbash había regresado sin duda a su propia cabeza en aquel momento en que, hallándose en compañía de Angie en la cueva de los dragones, se había visto derribado por una fuerza invisible. Ahora Jim sentía claramente a Gorbash y el deseo que éste tenía de volver a tomar el control de su cuerpo.
—¡Tres! —dijo Carolinus, mirando fijamente a Jim.
—¿A qué te refieres con eso de «encerrado»? —preguntó a Angie, experimentando un asomo de escrúpulos con respecto al dragón.
—No sé de qué otro modo describirlo —reconoció Angie—. Es como si hubieras estado oprimiendo su mente con la tuya… Ésa es la mejor explicación que puedo darte. Ten en cuenta que yo no lo vi; sólo pude sentir lo que ocurría. Él era incapaz de hacer algo a menos que tú te dejaras llevar por las emociones y te olvidaras momentáneamente de él.
—¡Tres! —repitió Carolinus—. ¡Tres mentes en una cabeza! ¡Esto ya es sobrepasarse, fueran los Poderes de las Tinieblas o no los causantes! Departamento de Cuentas, ¿tomáis nota de esto…?
—No fue su culpa —declaró la incorpórea voz.
—¿No…?
—Los Poderes de las Tinieblas no son responsables de que Gorbash estuviera allí —explicó el Departamento de Cuentas—. Ellos pusieron la mente de Angie en la de James, pero la presencia de la mente de Gorbash no entra dentro del área que corresponde a nuestro departamento.
—Ah. Una cuestión complicada, ¿eh? —preguntó Carolinus.
—En efecto. Son ruedas encajadas en otras. Por eso, si tuvierais la bondad de empezar a aclarar las cosas lo antes posible…
—Contad conmigo —prometió el mago, volviendo a concentrar la atención en Jim y Angie—. Decidme cuál es vuestro deseo. ¿Os hago regresar a los dos?
—Sí —acordó Jim—. Adelante.
—Muy bien —dijo Carolinus. Entonces miró a Angie—. ¿Y tú quieres volver?
La muchacha observó un momento a Jim antes de contestar.
—Yo quiero lo que quiera Jim… —declaró.
—¿Es eso una respuesta? —exclamó Jim, consternado—. ¿Qué significa?
—Literalmente lo que he dicho —explicó Angie, con un indicio de obstinación en la voz—. Yo quiero lo que tú quieras… así de simple.
—Bueno, yo quiero regresar, claro está. Acabo de decirlo.
La joven desvió la mirada de él.
—Muy bien —convino Carolinus—. Si sois tan amables de acercaros a mí…
—¡Esperad! —pidió Jim—. ¡Esperad un minuto!
»¿Qué sentido tiene todo esto? —preguntó a Angie—. Por supuesto que vamos a regresar… tan pronto como sea posible. ¿Qué otra cosa podemos hacer? ¡No tenemos elección!
—Desde luego que tenéis elección —lo contradijo, irritado, Carolinus.
Jim observó al mago y lo vio cansado y de mal humor.
—¡He dicho que naturalmente que tenéis elección! —reiteró Carolinus—. Ahora tienes el crédito suficiente con el Departamento de Cuentas para volver. Puedes gastarlo todo con el retorno o bien quedarte y conservar una parte de él para iniciar tu vida aquí. Eres libre de elegir. ¡Pero te tienes que decidir de una vez por todas!
—Quedaos, James —le pidió Brian—. Malencontri puede ser vuestro…, vuestro y de doña Angela, tal como os prometimos antes. Juntas nuestras propiedades y familias, seremos invencibles a cualquier enemigo.
Aragh emitió un gruñido inarticulado y, cuando Jim dirigió la mirada hacia él, el lobo se puso a mirar a otro lado.
Jim se volvió hacia Angie sumido en una total confusión.
—Vamos —propuso Angie, apoyando la mano en su voluminoso hombro de dragón—. Ven conmigo y hablemos un momento.
Lo llevó a un lado de la calzada. Se detuvieron junto al agua, y entonces Jim oyó cómo las tenues olas lamían la orilla. Después miró a Angie a la cara.
—¿De veras estabas al corriente de todo lo que he hecho? —inquirió.
—¡De todo lo que hacías y pensabas! —confirmó la joven.
—Mmm. —Jim recordó que en un par de ocasiones sus pensamientos habían tomado un rumbo descarriado en lo referente a Danielle.
—Por eso precisamente creo que deberías reflexionar sobre esto.
—Pero ¿qué es lo que piensas tú? —insistió.
—Ya lo he dicho: yo quiero lo que quieras tú. La cuestión es ¿qué quieres tú?
—Bueno, yo quiero regresar a la civilización, desde luego. Creía que los dos lo deseábamos.
Nuevamente Angie guardó silencio. Era muy irritante esa manera que tenía de dejar que sus palabras quedaran flotando delante de su nariz, mirándolo de hito en hito.
—¡Mmm! —gruñó Jim para sí.
Era ridículo, pensó, suponer que él pudiera desear algo que no fuera volver. En Riveroak lo esperaba su trabajo, y tarde o temprano acabarían por encontrar un sitio donde vivir, nada palaciego, por supuesto, pero al menos un apartamento de una pieza con una cocina pequeña. Y después, cuando los dos tuvieran una posición de profesores numerarios, podrían trasladarse a una casa mejor. Entretanto, allá contarían con todos los adelantos de la civilización: médicos, dentistas, contables que les extenderían facturas, vacaciones todos los veranos para hacer lo que les placiera…
Además, todos sus amigos estaban allá: Danny Cerdak; y, bueno, Grottwold… Aquí sólo contaban con unos cuantos personajes que habían conocido hacía un par de semanas: Brian, Aragh, Carolinus, Danielle, Dafydd, los dragones y demás…
—¡Al diablo con ello! —exclamó Jim.
Se fue con paso firme a comunicar su decisión a Carolinus y Angie apuró el paso tras él. Nadie reparó en ellos, no obstante. Todos estaban pendientes de la llegada de Gil del Wold y de sus hombres. El pequeño ejército ofrecía un lastimoso aspecto y muchos de sus componentes estaban heridos, pero pese al cansancio sus rostros se iluminaron con sonrisas cuando les informaron de la estrepitosa derrota sufrida por las fuerzas de sir Hugo, que se habían retirado en dirección al castillo de Malencontri.
—¿Y sir Hugo? —inquirió Brian.
—Vivo, por desgracia —repuso Gil—. Aunque la última vez que lo vi se tambaleaba un poco en la silla. Uno de mis hombres le traspasó la armadura con una saeta y seguramente perdió sangre. Se ha ido con menos de la mitad de sus soldados.
—Entonces podemos tomar Malencontri antes de que se recupere de la pérdida —se felicitó Brian. Después frunció dubitativo el entrecejo y se giró hacia Jim—. Podríamos, claro está, si tuviéramos un motivo…
—Me quedo aquí —comunicó Jim al caballero.
—¡Bravo! —gritó Brian, lanzando el yelmo al aire y recogiéndolo con la espontaneidad de un chiquillo.
—¡Perfecto! —dijo Carolinus con irritación—. Sea, si así lo habéis decidido. Supongo que eres consciente de que, si gastas el crédito de que disponías con el Departamento de Cuentas para recuperar tu propio cuerpo aquí, no quedará el bastante para volver a tu lugar de origen en caso de que cambiaras de parecer. Tendrás suficiente para emprender tu vida aquí, pero no para trasladarte.
—Comprendo. Soy consciente de eso.
—De acuerdo pues. ¡Los demás, retiraos! Pronto tendremos dos cuerpos donde antes sólo había uno. —Carolinus alzó la vara y golpeó la tierra con la punta—. ¡Aquí lo tenemos!
Y allí estaba.
Jim pestañeó, mirando a menos de un palmo de distancia la acerada dentadura que asomaba en un hocico de dragón, y aferrando una almohada contra su cuerpo, que por toda vestimenta llevaba una bata blanca como de hospital.
—¿Quién te has creído que eres? —le recriminaron las draconianas fauces.
Jim dio dos pasos atrás, en parte para evitar quedar ensordecido y en parte para observar mejor la criatura que tenía delante.
—¿Gorbash? —preguntó.
—¡No me vengas con el cuento de que no me conoces! —replicó el dragón, que ahora ya veía Jim en su totalidad.
—Na… naturalmente que te conozco —musitó Jim.
—¡Faltaría más! Y yo te conozco a ti, más que de sobra. ¿Quién te has creído que eres, apoderándote del cuerpo de otro, haciendo lo que te viene en gana con él y tratando al dragón que es su verdadero dueño como si acabara de instalarse en él el día anterior? Utilizándolo constantemente a tu antojo. ¡Maltratándolo, arriesgándolo! ¡No vais a creer lo que hizo este jorge con mi cuerpo los primeros días que estuvo en él!
Gorbash se volvió con actitud suplicante hacia los demás.
—Me inutilizó por completo. No me dejaba ni mover un músculo… ¡en mi propio cuerpo, fijaos bien! Después, sin más ni más, se arrojó de cabeza por un acantilado y empezó a sacudir tan espantosamente mis alas que por poco no consigo corregirlas a tiempo para impedir que nos estrelláramos en las rocas. Luego voló demasiado y me provocó agujetas. A continuación, en vez de descansar, se puso a nadar… a nadar, nada menos… por toda clase de charcas y pantanos, sin pensar ni por un momento en las malvadas tortugas marinas ni en las lampreas gigantes que traen las mareas. Y eso fue sólo el principio. Después…
—Yo…, yo no fui a parar a tu cuerpo a propósito —protestó Jim.
—¡Pero te comportaste como si fuera tuyo en cuanto llegaste! ¡Y no me interrumpas! —rugió Gorbash, reanudando su perorata dirigida a los congregados—. Y eso fue sólo el principio. Por su culpa, casi nos comen los huscos, estuvo en un tris de matarnos con el cuerno de ese otro jorge, y nunca nos caía un bocado a la boca ni nada de beber… eh, exceptuando esa noche en la posada. ¡Pero eso apenas cuenta!
—¿Ah, no? ¡Claro! —gritó Secoh—. Me contaron lo de ese festín con que te regalaste en la posada. ¡Todas esas magníficas piezas de carne casi sin hueso que engullíste! ¡Y ese exquisito vino! No fue James el que se propuso dejar la bodega sin existencias, y tú lo sabes tan bien como yo…
—¡Cómo! ¡A callar, dragón de pantano! —tronó Gorbash.
Secoh dio un repentino salto y se posó, hocico contra hocico, frente a Gorbash, el cual retrocedió instintivamente.
—¡No pienso callarme! —rugió Secoh—. ¡No tengo por qué callar! Tengo los mismos derechos que cualquier otro dragón, sea de pantano o no.
—Dragón de pantano, te lo advierto… —amenazó Gorbash, comenzando a elevar los hombros y abrir la mandíbula.
—¡No te tengo miedo! —afirmó Secoh—. Ahora ya no. Fue tu tío abuelo el que me enseñó que no tengo que arrodillarme ante nadie. ¡Muerte antes que deshonor! Acabo de luchar contra un dragón tan grande como tú… ¡en un combate a muerte! Bueno, en todo caso, he ayudado a tu tío en el combate. No me he arredrado ante él y no me arredraré ante ti. Tú no has hecho nada… aparte de seguir la corriente de lo que James deseaba hacer con tu propio cuerpo. ¡Y ahora seguro que irás vanagloriándote por ahí durante los próximos cien años, contando cómo peleaste contra un ogro! Adelante pues, pero no intentes pisotearme, ¡porque te arrancaré las alas de cuajo!
Secoh concluyó su reto emitiendo un gruñido en la propia boca de las fauces del otro dragón.
Gorbash sacudió la cabeza, con incertidumbre.
—¡Sí, y eso no es todo! —continuó Secoh—. ¡Vergüenza debería darte! Si tu tío abuelo estuviera vivo, él mismo te lo diría. ¡Él sí que era un dragón de verdad! Tú no eres más que uno de esos lagartos cebados que viven en la cueva. James te ha hecho famoso y lo único que se te ocurre es quejarte…
—¡Ja! —se carcajeó Gorbash, pero sin la carga de energía que tenían antes sus palabras. Apartó la vista de Secoh para mirar a los demás—. Me tienen sin cuidado las opiniones de un dragón de pantano. Todos vosotros habéis sido testigos de la suplantación de este jorge en mi cuerpo…
—¡Menos mal que fue así! —lo interrumpió sin miramientos Danielle—. Sólo con oíros hablar, no me inspiráis la confianza que debe infundir quien se enfrenta a un ogro.
—Yo…
—Gorbash —señaló Aragh con tono feroz—, tú nunca fuiste muy inteligente…
—Pero yo…
—No pienso quedarme aquí parado oyendo cómo difamáis a sir James —declaró Brian con sombría expresión—. Como volváis a criticar a este gallardo caballero, todavía haré uso de mi espada en el día de hoy, doblada como está a causa del combate con el gusano.
—¡Y yo os ayudaré! —lo apoyó Secoh.
—¡Basta! —espetó Carolinus—. Dragones, caballeros… se diría que en el mundo no hay otra prioridad que luchar, viéndoos todos dispuestos a enzarzaros ante la menor ocasión. ¡Se acabó! Gorbash, otra palabra, y aún estáis a tiempo de convertiros en escarabajo.
Gorbash se vino abajo de repente y, apoyado en los cuartos traseros, comenzó a sollozar.
—¡No tenéis por qué llorar! —dijo Danielle, con tono algo más moderado—. Lo único que debéis hacer es no decir majaderías.
—¡Pero vosotros no sabéis lo duro que fue! —se lamentó Gorbash con su grave voz de bajo—. ¡Nadie se hace una idea! Nadie entiende lo que sufrí. Estaba yo tan tranquilo contando mis diam… limpiándome las escamas, y de repente me encontré en una pequeña sala de mago subterránea con ese jorge, que no sé si era el mago que trabajaba allí o no, inclinado sobre mí. Yo, por supuesto, me levanté con la intención de despedazarlo, pero resultó que sólo tenía una especie de cuerpo de jorge, sin garras ni nada, ni dientes dignos de tal nombre… Y entonces entraron un montón de jorges que querían agarrarme, pero yo me escapé y salí corriendo de ese enorme castillo en el que me hallaba y unos jorges vestidos de azul y armados con garrotes me acorralaron y uno de ellos me golpeó la cabeza con su porra. Esa cabeza de jorge que tenía no pudo resistir siquiera un pequeño golpe como ése; de lo que pasó después sólo conservo el recuerdo de que volvía a encontrarme en mi propio cuerpo, pero este jorge llamado James ya estaba allí y me mantuvo arrinconado para que no pudiera hacer nada por mi cuenta, salvo en los momentos en que estaba demasiado ocupado y se olvidaba de mí. Ni aun cuando estaba dormido tenía la posibilidad de hacer algo, porque cuando él se dormía también se dormía el cuerpo y no me quedaba más remedio que dormir. Esa noche en la posada, cuando bebimos un poco de vino, fue la única vez que tomé las riendas, y si no hubiera tenido tanta hambre y tanta sed…
—Gorbash —lo atajó Carolinus—, ya es suficiente.
—¿Suficiente? Oh, de acuerdo. —Gorbash tragó saliva y guardó silencio.
—Hablando de vino, mago —dijo Brian, con voz que sonó algo ronca en el silencio reinante—, ¿no podríais hacer algo al respecto? Ha pasado todo un día y una noche desde la última vez que comimos. Un día desde la última vez que bebimos… e, incluso ahora, no tenemos para escoger más que el agua de las pocas ciénagas límpidas.
—Y al margen de eso —advirtió con clara voz Danielle, todavía sentada al lado del arquero—, Dafydd necesita pasar la noche bajo techo, y no está en condiciones de viajar. ¿No podría el Departamento de Cuentas hacer algo por él, después de todo lo que él realizó en su favor?
—Su crédito se destina a otros menesteres —explicó Carolinus.
—Veamos —intervino Jim—, vos habéis dicho que, si decidía permanecer aquí, aún me quedaría algo de crédito con el Departamento de Cuentas incluso después de recuperar mi cuerpo. Podríamos utilizar una parte para obtener comida, bebida y cobijo para todos.
—Bueno, tal vez… —respondió Carolinus, mordisqueándose la barba—. Aunque el Departamento de Cuentas no mantiene una cocina y una despensa para solaz de nadie. A lo que sí puedo destinar tu crédito, James, es al traslado de todos a un sitio que disponga ya de comida y bebida.
—Adelante —aceptó Jim.
—De acuerdo. —Carolinus golpeó el suelo con la punta del bastón—. ¡Hágase!
Al mirar en torno a sí, Jim comprobó que ya no se hallaban en la calzada de las marismas, sino frente al establecimiento de Dick el Posadero. El sol poniente teñía de rojo las copas de los árboles por el oeste, bañando todas las cosas con una suave luz crepuscular. De la puerta abierta de la posada llegaba un apetitoso olor a asado.
—¡Bienvenidos seáis, viajeros! —salió a saludarlos el propio Dick—. Bienvenidos a mi posada, quienquiera que…
Calló de repente, desencajado.
—¡El cielo me asista! —gritó, encarándose a Brian—. ¡Caballero, noble caballero, no volváis a ponerme en este trance! No puedo permitírmelo. De veras no puedo permitírmelo, por más que seáis el prometido de la dama del castillo. Yo sólo soy un pobre posadero, y mi despensa no tiene existencias ilimitadas. A falta de un dragón, esta vez venís con dos, y con otro… eh… —Observó dubitativamente a Angie y a Jim, que aún iba vestido con la bata de hospital—. ¿Caballero y una dama? —apuntó con tono de interrogación antes de añadir precipitadamente—, más el mago, claro está. Y todos los demás…
—Sabed, Dick —anunció Brian con severidad—, que este otro caballero es el barón James Eckert de Riveroak, que acaba de liberarse del maleficio que lo puso en el cuerpo de un dragón, después de matar un ogro en la Torre Abominable y derrotar a los Poderes de las Tinieblas que a todos nos amenazaban. Esta es su dama, lady Ángela. Allá está el dragón, Gorbash se llama, en el que tuvo lugar el encantamiento. Todavía es visible la cicatriz que dejó en él la lanza de sir Hugo. A su lado se encuentra un dragón de los pantanos y marismas, de nombre Secoh, que a pesar de su menor tamaño ha luchado con gran arrojo en el día de hoy…
—¡No lo dudo, no lo dudo! —Dick se retorcía las manos—. Formáis, en verdad, una honorable comitiva. Pero esta vez debe pagarme alguien, caballero. No puedo menos que insistir.
—Por desgracia, Dick —contestó Brian—, aun haciéndome cargo de vuestra situación y el apuro en que podemos poneros, yo no soy un hombre rico, como bien sabéis. De todas maneras, tal como hice anteriormente me comprometeré…
—¡De nada me sirven las promesas, caballero…, con todos los respetos! —replicó Dick—. ¿Podré dar de comer a otros viajeros con vuestras garantías, que es lo único que va a quedarme después de acomodaros a vos y a vuestros amigos? Y, si no puedo dar de comer a los caminantes, ¿qué será de mí y de los míos?
—Carolinus —se ofreció Jim—, aún me queda algo de crédito, ¿verdad? ¿Por qué no lo usamos para pagar a Dick?
—No se trata de esa clase de crédito —lo disuadió Carolinus malhumorado—. Para ser instructor en las artes, vuestra ignorancia es a veces desconcertante, James.
—Dick el Posadero —dijo Danielle con tono tan conmovedor que todos volvieron la mirada en dirección a ella—, que nos deis comida y alojamiento a mí o estos otros, me da igual. Pero Dafydd necesita calor y alimento; y os advierto de entrada que, en caso de ser necesario…
—No será necesario —gruñó Aragh—. Aunque, llegados a ese punto, contaréis con el apoyo de un lobo inglés. El problema es, sin embargo, de fácil resolución. Gorbash puede pagar con creces el dispendio de todos… ¡y a fe mía que lo hará!
—¿Yo…? —Gorbash gimió como un dragón al que acabara de golpear en el plexo solar un ogro especialmente forzudo—. ¿Yo? Si yo no tengo prácticamente nada, ningún botín digno de tal nombre…
—¡Mientes! —lo acusó Secoh—. Tú eras el pariente más cercano de ese dragón que fue tu tío abuelo. Como familiar más allegado, él te reveló dónde se encuentra su botín; y, puesto que él era muy viejo, era muy rico, ya que por fuerza había tenido que reunir un gran tesoro. Ahora no tienes un botín, sino dos. ¡Eres un dragón riquísimo!
—Pero yo… —quiso protestar Gorbash.
—Gorbash —dijo Aragh—, he sido tu amigo cuando nadie te quería, descontando a tu tío abuelo. Hoy lo has perdido a él. Estás en deuda con James y todos los demás que han contribuido a que puedas vivir sin peligro y que te han rozado con el manto de su valentía. Lo mínimo, lo mínimo, fíjate bien, que puedes hacer para saldar una parte de esa deuda es parar de gimotear por lo poco que vas a pagar aquí. Si eres incapaz de asumir dicha actitud, ya no serás mi amigo y te quedarás completamente solo.
—Aragh… —se dispuso a aducir Gorbash, pero el lobo le dio la espalda—. ¡Espera, Aragh! Yo no pretendía, desde luego… Por descontado que será un placer celebrar una fiesta en honor de mi tío abuelo, que abatió el ogro de la fortaleza de Gormely y que, hoy, ya en la vejez… ¿Qué más puedo decir? Posadero, servid vuestras mejores viandas a estas personas, y yo os pagaré en oro antes de nuestra partida.
Aturdido, Jim entró en la posada detrás de Danielle y Dafydd, el cual fue solícitamente trasladado a la mejor cama y arropado a la espera de que se recuperara bajo los cuidados de la joven. En otra habitación, Jim se puso varias prendas que le habían traído del almacén del sótano de la posada y finalmente, ricamente ataviado, salió con Angie a la explanada, donde ya habían dispuesto mesas y bancos y los materiales para celebrar un festín.
Mientras estaban dentro, el sol se había puesto del todo dando paso a la noche. En torno a ellos ardían, chisporroteando, antorchas sujetas en altos soportes que conformaban una cálida cueva rodeada de sombras presidida por la larga mesa flanqueada de bancos. La superficie de ésta quedaba oculta bajo los asados, frutas, queso y toda suerte de manjares; en una punta había un gran barril con la espita colocada ante el cual había una hilera de vasijas de dimensiones convenientes a humanos y también para dragones.
—¡Espléndido! —alabó Brian tras ellos, alborozado. Jim y Angie se volvieron y lo vieron salir de la posada con la mirada clavada en la mesa—. Dick el Posadero ha mandado a alguien para avisar a Geronda que estamos aquí. Vendrá a reunirse con nosotros dentro de poco. Dick nos ha preparado realmente una gran cena, ¿eh, James?
Brian también se había engalanado. Desprovisto de armadura, vestía una túnica escarlata que Jim no había visto antes y que, según sospechaba, debía de proceder del mismo almacén de donde había salido su ropa. Con esa túnica, ceñida a su estrecha cintura por una ancha tela dorada con bordados de la que pendía una daga envainada en una funda de oro veteada con filamentos de marfil, sir Brian Neville-Smythe presentaba una noble estampa que recordó a Jim sus propias insuficiencias.
—Brian… —comenzó a hablar azorado—, debería deciros algo. Veréis, la verdad es que yo apenas sé utilizar una espada y un escudo, o una lanza, o un sinfín de cosas por el estilo. Ahora que me quedo, no sé si podré serviros de mucho como amigo. Ni siquiera he iniciado el aprendizaje del tipo de adiestramientos que vos dais por sentados. Ya no es como si aún tuviera el cuerpo de Gorbash, con toda esa musculatura…
—Bien, James —dijo Brian, sonriendo—, será un placer para mí adiestraros en el noble uso de las armas y de cuanto conviene a un caballero de vuestro rango. En cuanto a musculatura, sería raro que un hombre de vuestra talla y complexión no llegara a realizar más de una proeza.
—¿Talla…? —En el mismo instante en que se hacía eco de esa palabra, Jim cayó en la cuenta de algo que llevaba notando desde hacía rato; desde que su mente se había reunido con su propio cuerpo, de hecho.
Hasta aquel momento no había prestado atención a ese detalle. Había visto cómo Angie había crecido al trasladarse a ese mundo. Al compararse entonces a Brian, constató que a su lado el caballero parecía un muchacho en edad de crecimiento.
De pronto comprendió el porqué.
Había olvidado una cosa… o, para ser preciso, varias cosas: las armaduras que había visto en los museos, los planos para la construcción de barcos, edificios y mobiliario… En la Edad Media la estatura media de hombres y mujeres era mucho más baja de la que se había alcanzado en el siglo veinte, su propia época. Jim, que había sido sólo medianamente alto en el tiempo y lugar de donde procedía, era allí un gigante.
Cuando se disponía a explicar aquello, sintió que Angie le apretaba el brazo. Detrás de Brian, los demás salían de la posada. Danielle y Gil del Wold, seguidos de Carolinus y los dos hijos de Dick el Posadero, que llevaban platos de madera y copas. Las voluminosas figuras de Gorbash y Secoh también se habían acercado a la luz de las antorchas procedentes de la oscuridad que rodeaba a la explanada y ahora acudía Aragh, con una nueva tablilla en la pata.
—El posadero dice que todo está listo —gruñó.
—¡Dios sea loado! —comentó Gil. Una inusitada sonrisa marcó aún más de arrugas el atezado rostro del cabecilla de los bandidos—. Juro que todos estuvimos a punto de desfallecer por falta de adecuada comida y bebida.
—¡Amén! —aprobó Brian, cojeando un poco mientras se encaminaba el primero hacia la mesa—. Tomad asiento, amigos, y que reine la alegría, porque ya la vida nos trae suficientes sinsabores como para que renunciemos a hacer buen uso de placeres como éste, cuando se han ganado a pulso.