Un lujo en el Renacimiento
A medida que en la Edad Media las costumbres se suavizan y se difunde el bienestar, crece también el amor desinteresado hacia el perro. Cierta crueldad que aún hoy se encuentra hacia los animales, no es otra cosa que una herencia de oscuros períodos de miseria, ignorancia y malas supersticiones. Al principio del Renacimiento, tener un perro bonito se consideraba como un esnobismo. Se sigue practicando la caza, pero también resulta agradable tener un perro para pasear y otro de compañía. Se sale con la escolta de un moloso, se organizan carreras de galgos, entre los que triunfa el Greyhound, importado en toda Europa desde Inglaterra, donde el entusiasmo por los perros se encuentra siempre en continuo desarrollo.
También las mujeres, en especial las damas aristocráticas, más allá de las veleidades venatorias, entregan parte de su afecto a pequeños perros de compañía; los adornan con lacitos, los miman, creando propiamente la moda del perro de lujo o compañía. Frecuentemente, para caer en gracia de la nobleza femenina, era necesario ante todo llegar a través del afecto del pequeño favorito.
El perro en la pintura
Crece el número de razas caninas, en especial las de caza. El reino de los perros de caza en el siglo XVII es Francia. La dinastía de los Luises aman las artes venatorias como a ellos mismos, e interpretan la caza con maestría real. Son de aquellas épocas los famosos «blancos del rey» inimitables perros de jauría, elegantes y valerosos. Entre varios estados de Europa se hacen cambios, ventas, competiciones, aumentando en el mundo el respeto por este animal noble y modesto, bonito y amistoso, no comparable a otros en fidelidad, fuerza, inteligencia, digno de pasar a la inmortalidad debido a los grandes pintores que los representaron al pie de sus refinados dueños.
Durante varios siglos la pintura nos da luz sobre el amor hacia los perros, en consecuencia, nos ofrecen también una relación sobre cuáles fueron las razas preferidas. Toda la pintura del renacimiento está plagada de bellísimos perros. Los han retratado Durero, Botticelli, Piero della Francesca, Mantegna, Tiziano, Bosch, Brueghel el Viejo, Rubens, Velázquez, Goya; la lista resultaría interminable. También la poesía y el teatro se resienten de estas preferencias: resultan comprometidos, entre otros, Lorenzo de Médicis y Shakespeare.
En el siglo XVIII, al consolidarse la democracia en Inglaterra y la ráfaga de la revolución francesa, de la misma manera que cambió la vida de los humanos, lo hizo también la de los perros. Desaparecieron las grandes jaurías de la nobleza, pero no la pasión individual por la caza. El cazador de la clase media se conforma con uno o dos perros, siempre que se trate de perros dispuestos a actuar con rapidez y posean un fino olfato. Sobre todo el Braco es considerado en gran estima; los especialistas ingleses crean el Pointer, un perro que llegará a ser famoso.
Las primeras exposiciones caninas
Las normas nuevas querían que el perro, además de ser hábil en la caza, apareciera estéticamente atractivo y físicamente adecuado a sus múltiples actividades. Sobre estas bases los criadores se pusieron a trabajar con actividad, entusiasmo e inteligencia, de modo que la primera exposición canina se organizó en Gran Bretaña, en el Palacio municipal de Newcastle-on-Tyne; especial sólo para perros de caza, participaron cincuenta ejemplares entre Pointer y Setter
El estándar y la genealogía no eran entonces tenidos muy en cuenta, considerándose la cinofilia más bien como un pasatiempo original. El primero de abril de 1873, fue fundado en Londres el Kennel Club Inglés, iniciándose la confección del Stud-Book, («Libro de Orígenes»), en el cual se anotaban los datos de los ejemplares correspondientes a una raza determinada.
El ejemplo inglés fue seguido por otros países: en 1884 con la fundación del American Kennel Club y en 1911 la Real Sociedad Central de Fomento de las Razas Caninas en España. La primera exposición canina organizada en los Estados Unidos fue en 1875. Si hace poco más de cien años en las exposiciones caninas había apenas cincuenta ejemplares, en las de mayor transcendencia de hoy se cuentan alrededor de los diez mil.
Al final del siglo pasado, el primer éxito del movimiento zoófilo inglés fue el de controlar, entre otras cosas, las crueldades cometidas en los circos por los adiestradores de perros. Había entonces la costumbre, considerada bárbara e inútil, del corte de orejas, operación justificable en el pasado por el hecho de que, en caso contrario, en los combates, el pabellón auricular del perro era fácil de vulnerar por el enemigo. En 1898, por eso, se abole en Gran Bretaña el corte de orejas y ningún perro mutilado (ni siquiera por razones estéticas) ha sido jamás admitido en exposiciones,
La única intervención quirúrgica que no supone mutilación en Inglaterra, admitida aún en la actualidad, es el corte del rabo, siempre con unas reglamentaciones y dentro de un plazo; en los demás países existen normativas sobre el corte de orejas, que no citamos por ser variables. En España no existe ninguna Ley que establezca cuándo debe ser amputada una cola, o dentro de qué plazo se debe proceder al corte de orejas para las razas en que el estándar lo aconseje; de todos modos, los ejemplares de razas en que deba cortárselas pueden competir igualmente, excepto cuando se trata del rabo, que imposibilitaría al ejemplar poder participar.
Símbolo en la paz y en la guerra
Al principio del siglo XX se abren nuevamente las puertas de la popularidad del perro; además de las exposiciones caninas, en las familias, en los departamentos del ejército, especialmente en los más notables de la defensa, de guarda, en el pastoreo, así como en la caza, su imagen aparece como amuleto en madera tallada, en los juguetes, en las postales de felicitación, en marcas discográficas, en la publicidad y en la heráldica. A propósito de esto, recordamos que desde la Edad Media, en los escudos de las grandes familias, encontró un sitio de honor la efigie del perro, representado por un Braco, Lebrel, Mastín, Dogo, etcétera.
Como había ya ocurrido en el pasado, las guerras condujeron a la disminución del perro. Se sabe que la miseria no consiente el saciar bocas que no sean humanas. En 1871 durante el asalto de París por los prusianos, desaparecieron totalmente de la capital francesa no solamente los perros, sino también caballos, gatos, pájaros e incluso las ratas. Así en las dos últimas guerras mundiales muchísimos perros murieron o perdieron casa y amos. Aparte el empleo en las filas del ejército, en la suerte y en la desgracia, el perro en la guerra continuó siendo amigo del más pobre, de los soldados del frente, de los prisioneros; hasta en la gran derrota de Rusia en 1943, entre los fugitivos se encontraban perros mestizos que no abandonaron en su mala suerte a quien les había dado un trozo de pan.
Vivisección: leyes más severas
Se calcula que hoy existe en el mundo una población canina de 120-150 millones de individuos. Solamente en los Estados Unidos el número de perros se halla próximo a los 35 millones. Se estima que prácticamente 7-8 millones viven en Francia; 5-6 millones en Alemania, 4 millones en Italia, un millón en Bélgica y España, 400 mil en Suiza.
No todos los perros enumerados son animales felices, muchos de ellos son víctimas del abandono por parte de amos ingratos, sufriendo las consecuencias del tráfico rodado y de la vivisección. Contra la vivisección escribieron páginas de enérgica condena Goethe, Shiller, Voltaire, Schopenhauer, Tolstoi, Twain, Shaw, Malaparte, por citar solamente algunos, así como filósofos, hombres de ciencia y periodistas. En cambio, palabras de amor y de aprecio por el perro han escrito Jerome K. Jerome, O. Henry, d’Annunzio, Ada Negri, Grazia Deledda, Thomas Mann, Jack London, Katherine Mansfield, Steinbeck, Michail Zoscenko, Eric Knight (Cadena invisible, argumento cinematográfico de Lassie).
Aún siendo la opinión pública contraria a la vivisección, todavía hoy se sacrifican en el mundo civilizado cien millones de animales cada año, entre los que se cuentan varios centenares de miles de perros. Se necesitan leyes menos ambiguas y controles más rígidos en los experimentos hechos bajo el nombre de una falsa ciencia.
Un perro para cada tipo de caza
Después de esta rápida visión sobre el origen y la historia del perro en la vida social, en la colaboración y en la amistad con el hombre, examinando en sus particulares las dotes de inteligencia y capacidad en el trabajo, empezaremos por la caza. No todos están de acuerdo en el ejercicio de tales prácticas deportivas, pero no es éste el lugar para juzgar y polemizar; hombre y perro se encuentran unidos precisamente en el mismo terreno; si no hubiera existido la caza no se habría formado el binomio que ha permanecido inalterado por milenios, tengámoslo en cuenta, aunque sea con las debidas reservas.
Existen diversos sistemas de caza y varios son los animales que habitan la foresta: los depredadores y los voladores, los que son veloces y los que viven en madrigueras; los que huyen y los que atacan; los que se esconden entre los setos y los que se mimetizan. Se ha dicho que el perro desde la Antigüedad posee los mismos sentidos venatorios del hombre pero, cuando el perro de caza ha conseguido un cierto nivel de aprendizaje genérico, es necesario encaminarlo hacia una especialización. El perro biológica y genéticamente es un animal que se deja educar en mayor grado que los restantes mamíferos, no sólo adaptándose a obedecer y aprender, ya que de generación en generación transmitía a los hijos, además de algo de cuanto había aprendido, también nuevas formas físicas. En manos del hombre era como un bloque de arcilla que lentamente llegaba a adquirir las formas deseadas por el artista.
Por vocación, el perro era ante todo un sabueso; su instinto lo conducía a la búsqueda de la caza, desalojándola de la guarida del bosque, llevándola al campo abierto donde el cazador podía apropiarse de ella en cualquier momento; pero todo esto todavía no era considerado suficiente, el hombre enseñó algo más a los perros. Creó por ejemplo el perro de muestra. Por aptitud y adiestramiento, el perro debía pararse bruscamente apenas advertía la presencia de la caza; en aquellos instantes de suspense se quedaba inmóvil como una estatua, cada músculo vibraba, levantaba una pata, era la señal, la llamada «muestra» que indicaba al cazador que la pieza se hallaba a pocos pasos, en dirección a donde indicaba con el hocico. Entre los perros de muestra actuales están comprendidos los Bracos, los Epagneuls, los Grifones y entre las razas británicas, el Pointer y los tres Setters.
El hombre enseñó al perro también el cobro. Sucedía que una presa, alcanzada por una flecha, o en nuestros tiempos por una perdigonada, lograba huir, refugiándose en cualquier lugar recóndito, por lo que fueron creados los famosos «retriever» especializados precisamente en recuperar la caza abatida entre los zarzales o en las aguas pantanosas.
También los Terrier asumen la propia especialización de hacer salir la pieza de la madriguera. Muchos animales de bosque o de colina (zorra, tejón, garduña, comadreja) tienen como refugio un agujero en la tierra, o en el interior de un árbol, o entre las rocas; el Terrier, de patas cortas y dentadura temible, astuto y agresivo, penetrando en las galerías de las presas, logra vencerlas, manteniendo una dura batalla para lograr sacarlas del lugar.
Especialmente en los tiempos de los reyes de Francia, cuando las cacerías se habían transformado en acontecimientos mundanos de amplia y fastuosa escenografía, como la caza del ciervo y la zorra, eran seleccionadas grandes y nobles razas, como la del Grand Blue de Gascogne, el Poitevin, el Chien d’Artois, que trabajaban en jauría, acompañados de las trompas de caza y de elegantes escuadras de monteros, batidores y caballeros.
Bajo el reinado de Carlos I de Lorena, setenta bosques y casi ochocientos parques reales fueron creados en tierras confiscadas, para criar y ejercitar los perros del rey; también Luis XI de Francia era un gran entusiasta de la caza, siendo tan metódico que programaba cada cosa para su estación adecuada: la guerra en verano y otoño, la caza del ciervo y del jabalí en invierno, la caza con halcón, en primavera. Tanto era su entusiasmo por la caza, que, enfermo y próximo a extinguirse, al no poderse mover, transcurría sus últimas horas divirtiéndose en observar los perros que atrapaban los ratones en su cámara real.
Entre tantos soberanos locos por la caza, no debe olvidarse al rey Canuto II (el Magnífico de Dinamarca e Inglaterra) que, en 1016 promulgó un decreto que establecía fueran partidas las patas a cualquier perro, excluidos aquellos que fueran propiedad de las señoras, que se encontraran errantes en las proximidades de sus instalaciones de caza.