La descendencia desde el lobo

Las opiniones sobre el origen del hombre son confusas y opuestas, ocurriendo lo mismo en las de su amigo el perro. Los hallazgos paleontológicos que se remontan a 25-30 millones de años atrás son los únicos elementos que proyectan el primer tenue rayo de luz sobre la presencia del perro en la Tierra. Se puede así afirmar que en la denominada era de los mamíferos, paralelamente a los primeros primates, vivía un ser con características caninas. Por la ciencia ha sido clasificado como Cynodesmus y de él sabemos (o nos imaginamos) que después de una evolución que duró millones de años —a través de un animal intermedio parecido al lobo, denominado Tomarctus— ha dado origen a lobos, chacales, zorros, coyotes y a todos los Cánidos. El primer perro domesticado por el hombre fue pues un lobo, y es posible situar su aparición hace doce mil años, al mismo tiempo en casi todas las partes de la Tierra. Tanto los restos encontrados en los montes Beaverhead, en Idaho (EE. UU.), como los hallazgos europeos, asiáticos o de la América precolombina, pertenecen a la misma época. Se trata de una amistad entre las más antiguas y duraderas que haya sido posible registrar en la historia. Todas las vicisitudes del hombre, en la miseria y en la riqueza, han sido siempre acompañadas de la presencia del perro. Recientemente, un filósofo inglés ha definido al perro como «ser humano honorario» casi para ofrecer un diploma de honor a quien, carente de títulos, los merece sin duda.

La colaboración con el hombre

Homo sapiens y lobo en seguida fueron de acuerdo porque poseían la misma organización social, y, además, la misma forma instintiva mental. El lobo vivía con su hembra, y todo el clan colaboraba en la caza a las órdenes de un jefe. Las tareas estaban bien distribuidas: un lobo elegía la pista batida de la presa, otro le cerraba el paso, el más audaz se le aferraba al cuello. Y si las presas viajaban en grupo no faltaba el lobo encargado de aislar a la víctima.

Entonces el jefe de la manada tenía derecho a desgarrar primero la presa y, una vez saciado, concedía a sus gregarios el derecho a terminar el banquete. El hombre, al ir a cazar se comportaba del mismo modo, ocupando el día para procurarse el alimento, mientras sus mujeres recogían frutos silvestres y cuidaban de la prole.

Probablemente el hombre, que vivía en grupos familiares sedentarios, dejaba los huesos y los restos de su comida para que se alimentaran los animales famélicos que vagaban en torno de la aldea de chozas. El lobo, gradualmente comprende que el hombre para aferrar las presas disponía de «armas superiores» arneses de piedra, flechas y lazos. Admiró también la superioridad venatoria, lo consideró un jefe y empezó a seguirlo a distancia, incluso en las operaciones de caza, regresando con él a la aldea para obtener su propia parte.

Cabe dentro de lo posible suponer que con el tiempo el hombre había sentido un cierto interés por los cachorros de lobo, habiendo adoptado algún ejemplar que, en el transcurso de generaciones, obtuviera sujetos que se unían en la caza, no ya como observadores a distancia, sino como colaboradores conscientes en desalojar de la madriguera y aislar a la gacela, o al caimán, para que el hombre procediera a darles muerte.

Para domesticar los caballos, los renos y los elefantes, el hombre ha tenido que capturarlos, es decir, vencerlos, apresarlos e imponerse por la fuerza. Único entre los animales, el perro en cambio se une a la autoridad del hombre incondicionalmente. Una amistad que nació entre colaboradores, por el propio interés recíproco, es decir, por razones venatorias, por lo tanto para poder matarse el hambre uno al otro. En algunas aldeas perdidas por los montes del Paraguay y de Perú, cuando un cachorro ha perdido a su madre, rige aún la costumbre de hacerlo amamantar por una mujer. Esta forma asistencial podría ya haber ocurrido desde el inicio de la relación perro-hombre y de haber aproximado más la afinidad entre el hombre y los animales.

Los árabes y las primeras razas

El perro es por lo tanto un lobo amansado, primer animal doméstico entre todos los que le seguirán en el transcurso de los siglos. Su evolución ha sido muy rápida. Según algunos científicos, el perro se ha reproducido en estado doméstico más de cinco mil veces, y todo cuanto de físico y psíquico existe hoy en él, proviene del lobo y de las mutaciones casuales, mientras las hibridaciones con el chacal serían más bien insignificantes. Lobo y perro, aun teniendo antepasados comunes, han seguido posteriormente dos caminos distintos: uno ha mantenido su estado salvaje y la fiereza, el otro ha conseguido ser doméstico. Pero las características básicas se han conservado inmutables a través de los siglos: ambos, perro y lobo, menean el rabo en señal de alegría, lo tienen entre las patas cuando están asustados, enseñan los dientes y roncan cuando están enfadados, marcan con su olor su territorio, la gestación tiene la misma duración, son víctimas de las mismas enfermedades y de los mismos parásitos.

Después del llamado «perro de las turberas», criado por el hombre de las viviendas lacustres, la aparición de nuevas formas de perros de razas similares a aquellas hoy existentes no han tenido fin. Sea por mutaciones naturales, el clima, el ambiente, sea por cruces predispuestos por el hombre que iba civilizándose, las razas se han ido seleccionando a la vez que se hacían más numerosas, hasta llegar a la clasificación moderna basada en fas aptitudes y uso a que son destinadas: de caza, de pastor, de guarda, de utilidad y de compañía.

El primer perro de raza bien definida, quizá fue el Saluki, un lebrel persa cuyo nombre significa «noble». También la definición de la raza proviene de los árabes, primero para los caballos y después adaptada a los perros: «Una raza es un grupo de animales criados por los hombres para que posean ciertas cualidades hereditarias, incluyendo características morfológicas uniformes que lo distingan entre otros miembros de la misma especie».

Un guardián de hace cinco mil años

Para tener constancia de la existencia material y especialmente social del perro, hemos de esperar que el hombre lo dibuje en imágenes y lo describa en sus ideogramas. En todo el transcurso de la historia de la civilización ciertamente no carecemos de noticias del Canis familiaris.

Los pintores de la prehistoria se inspiraron en un principio con más entusiasmo hacia animales que demostraban las emociones de la caza y del apetito: así en las cavernas se ha hallado una cierta cantidad de ciervos y bisontes, jabalíes y renos, faltando el perro. Es probable que, siendo amigo de casa, fuera un elemento tan habitual que no ofreciera inspiración alguna a los artistas. Pero como ocurre con todas las artes, también la denominada prehistoria ha tenido una evolución en la elección de los sujetos, empezándose a pintar el chacal y la hiena. Aproximadamente 4500 años antes de Jesucristo, se ven aparecer las primeras representaciones de perros, naturalmente en la acción de ayudar a los cazadores, pero con unas líneas estéticas que no corresponden a ninguna de las razas que hoy conocemos. No solamente perros de caza nos son revelados en aquel lejano período: en el mango de un cuchillo, precisamente de hace 4000 o 5000 años, fue grabado el perfil de un perro con el collar; podría ser ésta la primera prueba de que el perro era también utilizado como guardián.

Para los cinólogos, el arte faraónico tiene la virtud de haber transmitido las primeras formas de perros pertenecientes a razas bastante similares a las de hoy. Se aprecian, efectivamente, podencos y Bassets.

Sucesivamente, tal vez importados de Oriente, aparecen los mastines, y, posteriormente, los lebreles. En la aparición, en Egipto, Roma y Atenas de nuevos perros, deben de haber tenido parte los famosos fenicios que, en el Mediterráneo y en media Europa, realizaban excepcionales tráficos de toda clase de mercancías.

El perro objeto de culto

También las religiones han expresado su opinión sobre el perro que estaba penetrando tan profundamente en la vida humana. En Egipto a los perros muertos se les erigieron tumbas, dedicándoseles epígrafes lacrimógenos; quien mata a un perro corre el riesgo de que se le apliquen severas penas corporales, y en casos de crueldad probada se le condene a muerte. Incluso los persas consideraban un delito dar muerte a un perro, definido por el Estado como «guardián de los ganados y protector del hombre». Según los griegos, el perro había sido formado por el dios Vulcano y la vinculación con la mitología se expresa de manera abundante en el arte de alfarería, en la escultura y literatura; de la Odisea son los versos;

Ed Atgo, il fido can, poscia che visto ebbe, dopo dieci anni e dieci, Ulisse, gli occhi nel sonno della morte chiuse.

También en el culto de los precolombinos el perro asumía funciones sobrenaturales, de modo que, muerto el amo, se le daba muerte y era sepultado con él también su fiel amigo.

Los hebreos, en cambio, no demostraron un interés especial por el perro. Al no practicar la caza, no sentían por él una atracción especial. En el Antiguo Testamento, Dios los perdone, el perro es considerado como el paria de los animales, un ser sucio y flaco que se nutre de los restos tirados por las calles. En la Biblia se hace referencia al perro unas cuarenta veces, pero casi siempre de manera denigrante.

Si dirigimos las indagaciones a Oriente, no encontramos noticias más consoladoras. Cierto es que en China se criaban los cariñosos «perros de manga», tan pequeños que podían llevarse en la vuelta de la manga de un kimono; pero el perro, hasta 3000 años antes de Jesucristo, había sido considerado un buen manjar y en los menús de una cierta aristocracia nunca faltaba la carne de perro. Tan triste costumbre aún hoy persiste.

Las primeras referencias escritas sobre el perro

Donde hay entusiasmo por la caza y malhechores a mantener a distancia, allá están presentes los perros y el hombre procura constantemente su selección y mejora, creando nuevas razas y proveyendo a su adiestramiento, proporcionándole su alimento equilibrado. Antes de la edad clásica los griegos disponían el perro lobo, pero también el podenco egipcio y el moloso persa. Aristóteles, filósofo y zoólogo griego, hace relación de bastantes razas caninas distinguiéndolas con el nombre del país de origen; así sabemos de la existencia en el año 300 antes de Jesucristo, de perros cirenaicos, hindúes, egipcios, epirotas, sin que el autor nos haya dado descripciones claras; por eso hoy nos resulta imposible poder tener conocimiento exacto de sus características.

En Roma, los perros de caza fueron tenidos en gran estima. El poeta latino Ovidio explica el modo de actuar para que las perras den buenos hijos, e incluso el escritor M. T Varrone, da los primeros consejos para su adquisición, recomendando en especial el no fiarse de los perros provenientes de los carniceros porque, habituados a lamer la sangre, terminarían atacando al ganado vivo. El griego Oppiano, autor de Cynegetica, a su vez se dedica personalmente a la selección de perros de talla pequeña, que él considera más adecuados a la caza de bosque.

Se puede entonces asegurar que hace dos mil años existía ya interés, y tal vez amor, por el perro. Los letreros en las casas de Pompeya con la advertencia Cave canem (Atención al perro), nos demuestran explícitamente que aquéllos eran utilizados también como de guarda. Se trataba en general de molosos feroces, de talla potente y dentadura pavorosa, que durante el día estaban atados a la cadena y de noche se les dejaba sueltos para defender la propiedad. Estaba de moda tener en casa o en el jardín animales feroces; los más humildes se contentaban simplemente con una oca.

De los romanos a la Edad Media

En aquel entonces el perro era utilizado incluso en la guerra. Los romanos, por ejemplo, empleaban dos tipos diversos: de enlace y de ataque. Para el ataque y la defensa los molosos con colmillos como tenazas, que estaban equipados con collares de hierro con hojas erizadas, por lo cual frecuentemente el enemigo se daba a la fuga aun antes de afrontar el combate. Los más desdichados eran los denominados perros de enlace. Se le hacían tragar al animal los mensajes del alto mando enrollados dentro de un pequeño tubo de cobre. Una vez llegaba a destino, careciendo de tiempo para esperar que el tubito fuera expulsado por sistemas naturales, para recuperarlo rápidamente, no había otra alternativa que matar al ignorante portaórdenes.

En los primeros años de la caída del Imperio Romano, después de la invasión de los bárbaros, el perro, abandonado a sí mismo, retrocede y vuelve a la prehistoria. Los perros famélicos que han ido detrás de la invasión, se quedan vagando tristemente en las ciudades y en los campos, reunidos en peligrosas bandas feroces en busca de alimento.

Pero la verdad es que al perro nunca le tocó la existencia triste del gato, que las supersticiones medievales le inculcaron de brujería, llegando a encarnar al diablo. Pero en aquellos años fue igualmente mal tolerado. Tal vez de entonces provienen las definiciones de mal gusto, tales como «perro mundo», «comida de perros», «vida de perros», «hijo de perra», «solo como un perro», «morir como un perro», «día de perros», etcétera. Pero la existencia del perro en la Edad Media, también en aquella ocasión fue salvada por la caza. No se trató de un pasatiempo para señores, más bien de una cuestión de supervivencia, en general. En los períodos de gran carestía, para poner algo en la olla que no fueran las raíces del campo, no existía otra solución que ir a cazar. Se iniciaron en la práctica todos, ricos y pobres, armados como les había enseñado a ellos la guerra, con arcos, ballestas, lanzas y hojas afiladas de diversos tipos, pero también con trampas y redes. En aquella búsqueda cruenta una vez más la ayuda del perro se reveló indispensable; el perro era capaz de desenvolverse en los grandes bosques de entonces y en los pantanos. En Inglaterra un buen ejemplar de caza se valoraba en el mercado igual que un esclavo.

Empieza la especialización

En la Edad Media se crían perros hasta en los monasterios, tal vez para complacer a los señores, pero también para procurarse una defensa. El Bloodhound, por ejemplo, fue creado por los monjes de San Hubert, en las Ardenas belgas; así, según fuentes dignas de crédito, parece ser que el pastor alemán hubiera tenido origen en cruces efectuados por monjes alemanes que deseaban tener una buena raza capaz de proteger los monasterios del asalto de bandidos.

Empezó en la Edad Media, también, la verdadera especialización de los perros de caza. Los perdigueros se destinaban a la búsqueda de la presa; los sabuesos a desalojar de su guarida a los ciervos, los lebreles a perseguirlos, mientras que a los molosos les era reservado dar muerte a los bisontes y a los osos. Es de origen medieval también la utilización de pequeños perros, llamados perros-castores, adecuados para introducirse en las madrigueras de las zorras y del conejo salvaje: se trataba de los primerísimos Terriers.

Casi inspirados en los relatos del gran viajero Marco Polo, que refería en el Milione como el Gran Khan de los tártaros fuera a cazar precedido de jaurías de cinco mil perros, también los ricos señores feudales realizaban las batidas reservadas a los nobles amigos, con el auxilio de mil o mil quinientos sabuesos.

Con un gran grupo de por lo menos ochocientos perros, los soldados de Isabel I se batieron contra los revolucionarios irlandeses, y grandes perros, ataviados con corazas y punzones, participaron masivamente en la ocupación de América por los españoles. Los perros, como bien se puede entender, son cada día más importantes en la vida civil, militar y deportiva. Aparecen entonces tratados para el buen mantenimiento del perro, donde se recomienda tener alojadas en lugar templado a las jaurías cuando regresan cansadas de la caza; se dan consejos sobre su nutrición, que debe consistir en carne y pan; los comedores de madera se lavan bien; los perros deben ser cepillados cada día; si aparecen eccemas se logrará la curación con baños de mar.

Las nociones veterinarias en la Edad Media eran más bien escasas. En todo caso se empleaba el perro para curar de manera práctica al hombre. Se creía firmemente que la sangre de un perro de pelo blanco proporcionaba la locura, mientras que uno de pelo negro ayudaba a la mujer a tener un parto indoloro. Las primeras noticias de veterinaria y de cirugía llegaron a Europa a través la ciencia de los árabes.