CAPÍTULO QUINCE
EL CIRCO

Al final no fuimos al zoo aquel sábado. Terminamos de comer a las doce y cuarto, y a la una en punto estábamos listos. Christina salía del trabajo a las doce los sábados, y nos pensábamos reunir con ella en Bridge End para no perder ni un minuto. Ella almorzó en la ciudad, y, aunque llegamos los primeros, no tuvimos que esperarla ni diez minutos. Christina siempre mantenía su palabra, y nos había dicho que se encontraría con nosotros a la una y media. Llegó a la una y veinticinco diciendo que había esperado ser la primera.

Para nuestra sorpresa, exactamente a la una y media el coche de Mrs. Bradley se paraba en el bordillo y aparecía George. De inmediato abrió la portezuela para que se subiera Christina.

—Os explicaré por el camino —nos dijo ella. Nos montamos, George cerró la portezuela, se colocó al volante, y partimos—. Mrs. Bradley quiere que hagáis un trabajito para ella —continuó Christina—. Quiere que vayáis al circo.

No entendíamos nada.

—¿A qué circo? —preguntó Keith.

—Pues al circo que estuvo en nuestra ciudad —dijo Christina—. Quiere que veáis el espectáculo, y que mantengáis los ojos abiertos. Si reconocéis a alguien, ya sea entre el público o los artistas, debéis agitar un pañuelo como si estuvierais saludando a alguien al otro lado de la pista. Los hombres de Mr. Seabrook se encargarán del resto.

—La gente que esté sentada detrás de nosotros se quejará si empezamos a agitar pañuelos durante la función —dijo Keith—. ¿Es que Mrs. Bradley tiene alguna idea? ¿Alguien nos está sugiriendo alguna cosa...?

—¿Qué quieres decir? —preguntó Christina.

—Pues claro —dije yo—. Me parece que Mrs. Bradley piensa que es posible que haya alguien allí que reconozcamos, y no pueden tratarse de muchas personas. Debería ser alguien entre una docena de personas, no más.

—Olvidadlo por ahora —dijo Christina—. Hay otra cosa. Mrs. Bradley ha obtenido una confesión de Jack que debería haberle hecho a la policía. ¿Os acordáis de lo preocupado que ha estado Jack desde la noche en que se suponía que había ido a darme el encuentro al baile?

—Cuando volvió con las mangas empapadas —dijo Keith—. Pensamos que estaba preocupado por ti.

—También lo creyó June —dijo Christina tristemente—. Ha sido un lío tremendo. No, el problema de Jack es que estuvo ayudando a Danny Taylor a mover el cuerpo de la pobre Marion Bridges desde la carretera hasta las instalaciones de la granja, para que pareciera que el asesino había dado con ella cuando volvía a casa. En realidad la habían matado a la entrada del huerto del padre de Danny, mucho más cerca de aquí, donde solía encontrarse con él.

—Entonces, ¿Jack se vio con Danny esa noche? —pregunté—. Eso mismo habíamos pensado nosotros.

—Pues sí. Danny ha sido arrestado. Fue eso lo que hizo confesar a Jack. No quería, como os podéis imaginar. No tenía intención de verse involucrado en absoluto, pero tampoco quería fallarle a Danny. Pero cuando la policía se llevó a Danny, Mrs. Bradley se lo trabajó a fondo, y acabó admitiendo que se había visto con Danny aquella noche, y que le había ayudado.

—¿Eso quiere decir que Jack puede darle una coartada a Danny Taylor? —quiso saber Keith.

—Pues no. Eso le gustaría. Pero al parecer Danny ya se había encontrado con el cadáver, y silbó para que Jack saliera para preguntarle qué debía hacer.

—¿Y Jack cree que Danny asesinó a Marion Bridges?

—No, para nada, ni lo pensaría nadie que conozca a Danny.

—Pues Mr. Seabrook debería conocerle lo suficiente. ¿Acaso la policía cree que sí la asesinó? Supongo que debe ser así, si le han arrestado.

—Bueno, tiene muchas cosas en su contra. Es mejor que habléis con Mrs. Bradley —dijo Christina—. Pero no le digáis nada a June cuando lleguéis a casa. Es posible que Jack no esté.

—¿Van a arrestarlo? —Estábamos más excitados por las noticias que asustados.

—Es posible. Pero esté en casa o no lo esté, no le digáis nada a June. Dejad que hable ella, y no le llevéis la contraria.

—Muy bien —fue nuestra respuesta. El coche se adentró en la campiña. Debíamos haber avanzado unas cuarenta millas antes de que se detuviera a la entrada de una ciudad llamada Suttering, donde el circo estaba acampado en un terreno baldío.

Con la excepción de que dicho terreno se encontraba al otro lado de la carretera, esto es, a nuestra derecha en lugar de a nuestra izquierda al entrar en la ciudad, podría haberse tratado de nuevo del descampado de Mr. Taylor. Había tres o cuatro olmos alineados en el centro, estaba la enorme carpa, la taquilla pequeñita, los vagones y las jaulas de los animales, los carromatos pintados de vivos colores, y las atracciones de feria y las barquitas, incluso más coloridos si cabe. De hecho solo había una diferencia, pero para nosotros suponía toda la diferencia del mundo. Esta vez la función iba a representarse y nosotros íbamos a verla.

Había tres precios distintos. Christina pagó el precio medio, que era un chelín. Por ese dinero teníamos unos sitios estupendos, a unas ocho filas de la pista. Tuvimos la suerte, también, de que delante de nosotros se sentaran dos niñas pequeñas. Estuvieron todo el tiempo riéndose y charlando, pero por la mayor parte se quedaron sentadas muy tranquilas, y las dos eran más bajitas que nosotros, de manera que disfrutamos de una vista estupenda.

—No olvides que estamos aquí por un asunto serio —murmuró Keith, cuando nos habíamos acomodado y recibido sendas chocolatinas de Christina. No se me había olvidado, y mientras comíamos no le quitábamos ojo a cuanto ocurría a nuestro alrededor. No había mucha luz que iluminara el público, y pensamos que tendríamos suerte de reconocer a alguien a no ser que estuviéramos muy cerca de ellos.

Entonces comenzó la representación, y, mientras duró, no pudimos apartar la vista de la pista central. Hubo varios números, cada uno nos parecía mejor que el anterior. Incluso disfrutamos de la actuación de una equilibrista. O bien el circo tenía más de una, o habían encontrado a alguien para reemplazar a la mujer asesinada.

En la taquilla nos habían dado unas octavillas. Para nosotros eran tan buenas como los programas de mano, puesto que describían el espectáculo a la perfección.

CIRCO CIRCO CIRCO

EL ESPECTÁCULO MÁS MARAVILLOSO, TE DEJARÁ SIN ALIENTO,

INSTRUCTIVO, ENTRETENIDO, ANIMADO, EMOCIONANTE,

ESPECTACULAR DEL MUNDO.

LO HAN PRESENCIADO CABEZAS CORONAS.

LO HAN PRESENCIADO MULTITUDES ANÓNIMAS.

PASEN Y VEAN POR USTEDES MISMOS ESTA FANTASÍA

ALBOROTADA DE SUBLIME TERROR Y BELLEZA.

CONTEMPLEN LO MÁS ATREVIDO.

CONTEMPLEN LAS MEJORES HABILIDADES.

CONTEMPLEN GESTAS ECUESTRES DE ESTUPENDOS JINETES.

CONTEMPLEN A LA CHICA JINETE DEL RODEO.

CONTEMPLEN LAS HORDAS COSACAS.

CONTEMPLEN A LOS PIELES ROJAS ATACANDO LA GRANJA EN

LLAMAS.

CONTEMPLEN LA CARRERA TERRIBLE DE MAZEPPA.

CONTEMPLEN LA REPRESENTACIÓN EN SU FORMA MÁS VÍVIDA DE

GESTAS MARAVILLOSAS Y ATREVIDAS.

CONTEMPLEN LA MÁGICA SOMBRILLA GIRATORIA. GESTAS

TERRIBLES Y VERTIGINOSAS A DOSCIENTOS PIES SOBRE E

SUELO.

CONTEMPLEN EL HOOLA-LULA, LLEVADO A CABO SIN RED SOBRE

EL TRAPECIO DE TELARAÑA.

CONTEMPLEN AL PAYASO EN LA CUERDA DE TENDER. VEINTE

RISAS POR SEGUNDO.

VEA LOS ELEFANTES.

VEA A LAS ORCAS.

VEA AL PONY SHETLAND MÁS INTELIGENTE DEL MUNDO.

VEA A LOS CHIMPANCÉS.

VEA A LOS LEONES.

VEA A LOS TIGRES.

VEA A LA DAMA GORDA.

VEA A LA MUJER BARBUDA.

VEA AL ESQUELETO VIVIENTE.

VEA A LOS SIAMESES.

NO SE PIERDA ESTE ESPECTÁCULO INTERNACIONAL.

TRAIGA A SU ESPOSA.

TRAIGA A SUS HIJOS.

LIMPIO Y REFINADO.

PARA TODOS LOS PÚBLICOS.

NO SE ADMITEN BEBÉS PEQUEÑOS.

ENTRADA UN CHELÍN CON SEIS PENIQUES/UN CHELÍN/SEIS

PENIQUES.

NIÑOS MENORES DE DOCE AÑOS A MITAD DE PRECIO.

NO SE DEVUELVE EL DINERO. ASIENTOS GARANTIZADOS.

BELLEZA COMEDIA EMOCIONES FUERTES.

Resultó tan satisfactorio como sonaba. Hasta que salíamos no volví a acordarme de nuestra misión. Entonces, de pronto, saqué mi pañuelo y lo agité, al principio algo dudoso de lo que hacía.

—¿Por qué haces eso? —preguntó Keith.

—Mira a tu izquierda —dije. Así lo hizo. Al momento la presa que había visto se perdía entre la multitud de gente que se alejaba de la feria.

—¿Quién era, Sim? —preguntó Christina, mientras yo guardaba mi pañuelo.

—Por ahí, en ese barril de plátanos —dije—. Un tipo con una gorra de cuadros.

Era el trapero.

—Tienes razón —respondió ella—. No lo reconocí al principio. Me pregunto qué hace aquí.

Nos subimos a algunas de las atracciones de feria, tomamos el té en unos jardines de la ciudad, y estábamos de regreso en casa a las ocho y media. Me di cuenta de que dos hombres de paisano nos seguían.

—Protegiendo a Christina por orden de Mr. Seabrook —aventuró Keith—. Es algo tarde para que esté en la calle, y supongo que no nos dejará acompañarla a sus habitaciones.

Tuvo razón al suponerlo. Christina nos acompañó hasta la casa de baños, y esperó hasta que alcanzamos nuestra verja, desde donde le dijimos adiós con la mano. Me sentí muy aliviado de que Mr. Seabrook estuviera cuidando de ella tan bien, aunque ella no pareciera tenerle simpatía.

June nos preguntó si nos habíamos divertido. No creo que quisiera saberlo realmente. Todavía odiaba a Christina, y había mostrado muchas reservas a permitirnos salir con ella. Jack no la mencionaba jamás, lo cual a mí me parecía un mal asunto. Sin embargo, lo encontramos en casa, todavía no lo habían arrestado, aunque nos pareció nervioso y alterado.

—Te diré una cosa —dijo Keith, cuando se desvestía para su baño de los sábados y mientras yo esperaba el mío—. No creo que hayamos conseguido nada viendo al trapero, ¿a que no?

—No ha servido de nada —admití—. Nuestro trabajo era buscar a alguien dentro de la carpa. Y, a propósito del trapero, ¿te das cuenta de que no le preguntamos a Mrs. Cockerton ninguna de las cosas sobre las que debíamos haberle sonsacado esta mañana?

—¿Qué quieres decir? —preguntó, cerrando el grifo del agua caliente y probando el agua con sus dedos del pie—. Creo que pondré agua fría y lo haré profundo de veras.

—Quiero decir que deberíamos haber descubierto más cosas sobre ese cuchillo que dice que perteneció a su marido. Porque, si el cuchillo que fue robado no era el suyo, entonces su cuchillo tiene que estar todavía dando vueltas por ahí.

—No pienso volver a mencionar los cuchillos —dijo él, entrando en el baño y dejando el grifo del agua fría abierto—. Me temo que se enterará de que lo robamos nosotros.

—Eso no podría evitarse, ya lo sé —apunté—. Por cierto, el tigre no es un muchacho. Es un tigre. Lo he pensado durante todo este tiempo, pero hoy no me ha quedado la menor duda.

—Si, ya me he dado cuenta —respondió—. Supongo que Mrs. Bradley esperaba que viéramos a uno o a dos de esos hombres en el circo.

—¿De qué hombres hablas...? Oh, ¿el que te aupó sobre la verja y su amigo?

—Así es. Los busqué antes de que comenzara el espectáculo, y a la salida. No estaban allí; o eso o la multitud se los había tragado.

—Me pregunto si ellos eran los que se suponía que debíamos ver... Es posible que Mrs. Bradley haya pensado que nos encontraríamos con alguien relacionado con Danny Taylor. Es que, no logro entender por qué Jack y Danny movieron el cadáver de esa mujer, ¿y tú?

—Yo pienso que Jack es un idiota.

—Yo pienso que Jack es un idiota. ¿Crees que lo arrestarán? Estoy convencido de que Christina lo cree.

—Creo que lo que hizo lo convierte en cómplice, y en ese caso Mr. Seabrook tiene que cumplir con su deber.

—¡Qué lata para June!

—Y para nosotros. No nos darán tregua en el colegio. No pienso decirle nada a nadie si lo arrestan, ¿y tú?

—Yo tampoco, pero aún así lo sabrán.

—Tal vez Jack y Danny tengan el sentido común de declarar que creían que la mujer podría estar herida, no muerta, y que intentaban llevarla hasta la casa.

—Eso bien podría ser cierto.

—Es poco probable. La primera regla sobre los heridos es que no deben moverse.

—Es posible que Jack no sepa eso, y Danny siempre actúa antes de pensar. Los Taylor son irlandeses.

—Pero tiene un oficio, y esa es la clase de cosa que te dicen hasta en el colegio sobre los animales heridos.

—Pues no sé. Incluso cuando se le explica algo importante a la gente, aún así no actúan siempre como deberían.

—Cuando vea a Mrs. Bradley pienso preguntarle si Jack será arrestado.

—Es posible que no quiera decírtelo. Espera y verás.

—Muy bien. ¡Vaya! Ahora el agua está demasiado fría.

—Pues no puedes echarte más agua caliente —dije—. Ya has puesto más de la que te toca.

—Déjame, y tú te bañas el primero la semana que viene, y la usas toda, si me dejas abrirlo un poco ahora.

—Vale. Te dejo que eches más, y así te restriegas hasta que huelas a gloria.

—Hablando de oler a gloria —dijo Keith, sin rencor—, y también de limpieza, ¿por qué diablos iría Jack a limpiarse en el río? Al final de los establos de esa granja hay un surtidor.

—También está el asunto de los caballos —dije.

—Pero la sangre no estaba fresca cuando cargaron con el cadáver hasta la casa. Me pregunto cuál sería la hora de la muerte.

—La investigación ha sido pospuesta, así que no lo sabremos por ahora. ¿Qué caballo era tu favorito en el circo?

—El pequeñito negro. Árabe, o eso creo, ¿no?

Más tarde, cuando los dos estábamos bañados y metidos en la cama, Jack nos trajo nuestras tazas de cacao, y apagó la luz.

—Escucha —dijo Keith—, ¿te parece que deberíamos haberle dicho a Mrs. Cockerton que Mrs. Bradley es rica?

—Bueno, ya lo sabía de antes. Esas treinta libras en encaje.

—Supongo que tienes razón. De todas formas, preferiría que no hubiéramos insistido en ello. Mrs. Cockerton no es una cotilla, pero estas cosas terminan por saberse.

—Me pregunto quién le habría hablado al asesino sobre esos billetes de libras en el corsé de la trapecista.

—Sí, yo también me lo pregunto. Debe haber sido alguien del circo emborrachándose en la taberna.

—Debe haber sido una de las mujeres. A un hombre no se le ocurriría, ¿no crees?

—Pero podría saberlo. Un hombre tendría que recogerla cuando saltaba. Al hacerlo es posible que sintiera el dinero, o que escuchara los billetes crujir.

—Sí, eso es posible. Por cierto, ¿no es muy raro que el trapero estuviera entre la multitud a la salida del circo? Me parece muy sospechoso que los siga hasta otra ciudad.

—Sí, yo también lo pienso. Mrs. Cockerton dice que lo ha echado de su casa, pero aún así me sorprendió encontrármelo tan lejos.