CIERTAMENTE, SIN DUDA

"Mi querido amigo Warndorfer:

Por desgracia no le hallé en su casa, ni tampoco pude encontrarle en ninguna parte, de modo que tengo que pedirle por escrito se venga esta noche a mi casa, con Zavrel y el doctor Rolof.

Figúrese que el famoso filósofo, profesor Arjuna Monosabio de Suecia (habrá usted leído de él), discutió conmigo anoche, en la Asociación «Loto», durante una hora, sobre fenómenos espiritistas: le invité para hoy, y va a venir.

Está deseoso de conocerles a todos ustedes, y yo pienso que si le sometemos a un fuego cruzado como es debido, podríamos ganarlo para nuestra causa, y prestarle, tal vez, a la humanidad un servicio inestimable.

¿De manera que puedo contar con usted? (El doctor Rolof no debe olvidarse de traer las fotografías.)

Con toda prisa, su sincero

GUSTAVO.”

Después de la cena, los cinco señores se retiraron al salón fumador. El profesor Monosabio jugueteaba con un erizo de mar, lleno de fósforos, que había sobre la mesa: —Todo lo que me está contando usted, doctor Rolof, suena bastante extraño y sorprendente para un profano, pero las circunstancias que usted aduce como prueba de que se pueda cuasi fotografiar el porvenir, no son concluyentes en modo alguno.

"Ofrecen, al contrario, una explicación mucho más inmediata. Resumamos: su amigo, el señor Zavrel, declara ser un llamado médium; es decir, que su mera presencia les basta a ciertas personas para producir fenómenos de naturaleza extraordinaria, que, aunque invisibles para el ojo, son susceptibles de registrarse fotográficamente.

"Como íbamos diciendo, señores, ustedes habían fotografiado un día a una persona, al parecer, completamente sana, y al desarrollar la placa…

—Sí, señor, al desarrollar la placa salieron a relucir en la cara fotografiada un sinnúmero, de cicatrices, que sólo dos meses más tarde, fíjese bien, dos meses, aparecieron en la piel de la persona citada, como consecuencia de un ataque de viruela —le interrumpió el doctor Rolof.

—Muy bien, doctor, muy bien, déjeme terminar. Suponiendo que realmente no se trata de una coincidencia, ustedes perdonen, sólo quiero decir que…, bueno…, ninguna coincidencia, ¿cómo quieren ustedes probar, a base de estos hechos, que han… fotografiado el porvenir? Yo digo (aparte de que su experimento no es nuevo, ni mucho menos), que el lente óptico sólo vio con más precisión, que vio, sencillamente, más que el ojo humano, que vio las pústulas en su germen, ¡las mismas pústulas que uno o dos meses más tarde llegaron a aparecer en su forma aguda como erupción!

* * *

El profesor Monosabio miró con triunfo a su alrededor, se cebó durante un momento en la confusión de sus contrincantes, y comenzó a chupar ansiosamente su cigarro medio apagado, a la vez que espiaba bizqueando la punta, para ver si ardía.

—Es posible. Pero, ¿cómo explicará usted lo siguiente? —se hizo oír Zavrel—: Un día fotografiamos a un joven; no sabíamos de él nada de particular, y sólo le conocíamos superficialmente: una amistad de café; no se nos hubiera ocurrido siquiera hacer experimentos con él, si no fuera por Gustavo, quien, por cierto, sin razón aparente alguna, olfateó en este caso algo del todo extraordinario, una cosecha científica, en nuestro sentido.

"De modo que tomamos la foto, la desarrollamos, y he aquí que en la imagen aparece, en medio de la frente, una mancha visible, negra y redonda.

Una breve pausa de silencio.

—Bueno, ¿y? —preguntó el filósofo.

—Catorce días después el joven se mató… de un tiro en la frente.

"Mire, aquí, exactamente en el mismo lugar, aquí están las dos fotos: ésta, del cadáver, y esta otra, de catorce días antes.

"¡Compárelas usted mismo!

Durante algunos minutos sumióse el profesor Monosabio en honda meditación, con una mirada sin brillo, como papel azul para envolver.

—Esta vez le tenemos —dijo Wärndorfer en voz baja, y se frotó las manos. En esto el profesor terminó de empollar y preguntó:

—¿Vio el joven alguna vez la placa fotográfica con la mancha en la frente? ¿Sí? Entonces es una cuestión clarísima: el hombre anduvo ya entonces con ideas suicidas. Ustedes le mostraron la fotografía, y él, como sabía muy bien que se trataba de un experimento mediúmnico, se llevó subconscientemente una sugestión de ello. No es que se suicidara por ello, no; pero el que se disparara en la frente, sin tener, por supuesto, conciencia de ello, se debió a que el propósito naciera en él ya al contemplar la fotografía. Si no hubiera visto entonces la placa, habría escogido posiblemente otra clase de muerte: ahogarse, ahorcarse, envenenarse o algo parecido.

—¿Y la mancha, profesor?, ¿cómo se produjo la mancha en la placa?

—¿La mancha? Pues habrá sido una sombra, una partícula de polvo en el objetivo, tal vez un insecto que pasó volando, posiblemente también un defecto de la placa u otra falla material por el estilo. En una palabra, a un investigador como yo no deben ustedes acercarse con tales pruebas; ninguno de estos casos es concluyente.

Los amigos callaron, resignados, ante la desbordada elocuencia del profesor Monosabio, que se gozaba formalmente en su victoria.

—Si al menos pudiéramos contestarle algo a sus hipótesis —murmuró al oído del doctor Rolof el dueño de la casa—. Fíjate lo asqueroso que es, hablando como un sacamuelas. Con esa barba y ese bigote, ¿no parece que tuviera un candado colgándole de las narices? Repugnante sujeto; a lo mejor ni es sueco. ¡Monosabio! ¡Profesor Arjuna Monosabio!

—No te sulfures —calmó Rolof a su amigo, mientras Warndorfer se esforzaba en enseñarle al profesor al menos algunas nociones medio decentes de arte, ya que no quería creer en el espiritismo—. No te impacientes, quizás… Pero, ¡por Dios! ¿Es que nos hemos vuelto locos?

¡Pero si no le contamos siquiera lo principal! ¡Niños! ¡La foto sin cabeza!

—¡Esto es, la foto sin cabeza! —vociferaron todos—. Este fue nuestro primer y mejor experimento. Oiga, profesor, escuche…

—¡Dejadme, dejadme que lo cuente yo! —exclamó Gustavo, jubiloso.

»¿Conoce usted en esta ciudad a un tal Chicier, profesor? ¿No?

»No importa, ahora es teniente primero, pero entonces era dependiente en un negocio de achicoria. Ahora hará unos dieciséis años de eso, y, precisamente, empezábamos con nuestros experimentos mediúmnico-fotográficos.

»Sabe Dios cómo hemos caído, precisamente, sobre ese dependiente, aquel Chicier; pero la verdad es que le echamos el ojo y decidimos, por mucho que se defendiese (era ya en aquel entonces un cobardón como pocos), fotografiarlo con magnesio, en medio de una sesión espiritista.

»Durante la propia sesión no ocurrió absolutamente nada, no se manifestó ni el fenómeno más insignificante; tanto más extraño fue el resultado en la placa. Voy a buscar la foto después, para que pueda convencerse por sí mismo. El negativo “salió” muy pronto en el baño revelador; pero nos quedamos sin habla: faltaba la cabeza.

»Ni rastro de ella; faltaba simplemente.

—Seguramente… —le interrumpió el profesor Monosabio.

—Pero escuche usted, hombre, lo que viene ahora. Estuvimos dándole vueltas al asunto, pero como no llegamos a ninguna conclusión, envolvimos la placa con mucho cuidado y la llevamos al día siguiente a Fuchs, fotógrafo profesional, aquí enfrente…, calle de la Frutería.

»Bueno, el hombre aplicó los más fuertes reveladores químicos para “sacarle” al negativo todo lo posible.

»Y, en realidad, en un círculo, exactamente encima del cuello de la camisa, allí donde debería estar la cabeza, empiezan a salir, cada vez más y más claras, trece manchas luminosas de igual tamaño; en este orden, mire: una, dos; una, dos; cuatro, cuatro y una; exactamente la típica configuración de las estrellas en la constelación del "Carnero Mayor”.

»¿Está convencido ahora, profesor?

»¡Creo que el símbolo no ofrece duda!

El profesor Monosabio pareció algo turbado:

—No entiendo bien qué tiene que ver esto con el porvenir que ustedes pretenden haber fotogr…

—…Pero, pero profesor, ¿no lo ha comprendido todavía? —exclamaron todos a la vez—. Es que el hombre abrazó más tarde la carrera militar, ingresó en la infantería, «se activó», como se dice en Austria.

El sabio, sorprendido, dejó caer el cigarro; en su asombro apenas encontraba palabras:

—Ciertamente…, sin duda, sin duda…