LA MALDICIÓN DEL SAPO - MALDICIÓN DEL SAPO
Amplio, moderadamente movido y
grave.
«Los Maestros Cantores».
Sobre el camino de la pagoda azul brilla caluroso el sol indio — caluroso el sol indio.
La gente canta en el templo y cubre a Buda con flores blancas, y los sacerdotes rezan solemnemente: om maní padme hum; om maní padme hum.
El camino desierto y abandonado: hoy es día de fiesta.
Las largas gramíneas de kusha formaron una espaldera en los prados junto al camino de la pagoda azul — al camino de la pagoda azul. Las flores todas esperaban al milpiés que vivía más allá, en la corteza de la venerable higuera.
La higuera era el barrio más distinguido.
«Soy la venerable —había dicho de sí misma— y con mis hojas pueden hacerse taparrabos — pueden hacerse taparrabos».
Pero el gran sapo, que siempre estaba sentado en la piedra, la despreciaba por estar arraigada, y los taparrabos tampoco le importaban gran cosa. Y en cuanto al milpiés, lo odiaba. No podía devorarlo, porque era muy duro y tenía un jugo venenoso — jugo venenoso.
—Por eso lo odiaba — lo odiaba.
Quería destruirlo y hacerlo desdichado, y durante toda la noche estuvo celebrando consultas con los espíritus de los sapos muertos.
Desde el amanecer estaba sentado en la piedra y esperaba y daba a veces golpecitos con la pata trasera — golpecitos con la pata trasera.
De vez en cuando escupía sobre las gramíneas de kusha.
Todo estaba silencioso: las flores, los escarabajos y las gramíneas. Y el vasto, vasto cielo. Pues era un día de fiesta.
Sólo las ranas en la charca —las impías— cantaban canciones sacrílegas:
Me cisco en la flor de loto,
Me cisco en mi vida.
Me cisco en mi vida,
Me cisco en mi vida…
En eso algo brilló en la corteza de la higuera y corrió, reluciente, tronco abajo, como una sarta de perlas negras. Se volvió coquetamente, levantó la cabeza y jugueteó danzando en la luz fulgurante del sol.
El milpiés — el milpiés.
La higuera batió las hojas de pura fruición, y las gramíneas de kusha susurraron extasiadas — susurraron extasiadas.
El milpiés corrió hacia la piedra grande: ahí estaba su pista de baile, un claro arenoso — claro arenoso.
Y dio vueltas y más vueltas en círculos y haciendo ochos, que todo el mundo cerró deslumbrado los ojos — cerró deslumbrado los ojos.
En esto dio el sapo, la señal y por detrás de la piedra avanzó su hijo mayor, y con una profunda reverencia le entregó al milpiés un escrito de su padre. El milpiés tomólo con el pie número 37 y preguntó a la gramínea de kusha si estaba debidamente sellado.
—Somos ciertamente la gramínea más antigua de la tierra, pero esto no lo sabemos: las leyes cambian cada año; sólo el Indra lo sabrá — sólo el Indra lo sabrá.
Entonces mandaron llamar a la naja y ésta leyó la carta en voz alta:
A Su Excelencia, el señor Milpiés:
Soy sólo algo mojado, resbaladizo y despreciado en la tierra, y mi desove es poco estimado entre las plantas y los animales. No brillo ni reluzco. Sólo tengo cuatro patas — sólo cuatro patas — y no mil, como tú — no mil, como tú. ¡Oh Venerable! — ¡A ti nemeskar, a ti nemeskar!
—A él nemeskar, a él nemeskar —secundaron con embeleso las rosas silvestres de Schiras el saludo persa — el saludo persa.
Pero hay sabiduría en mi cabeza y profundos conocimientos — profundos conocimientos. — Conozco las gramíneas, tan numerosas, por su nombre. Sé el número de las estrellas en el cielo nocturno y el de las hojas de la higuera —la arraigada—. Y mi memoria no tiene par entre los sapos de toda la India.
Y, sin embargo, sólo puedo contar las cosas cuando están quietas, no cuando se mueven — no cuando se mueven.
Dime, pues, oh Venerable, ¿cómo puede ser que, al caminar, siempre sepas con qué pie debes empezar, cuál va a ser el segundo, y después el tercero, cuál llega después como cuarto, quinto y sexto, y si es el décimo el que sigue, o el centésimo? ¿Qué es lo que hacen mientras tanto el segundo y el séptimo? ¿Se pararán o seguirán andando? Y cuando llegas a mover el 917º, ¿debes levantar el 700º y bajar el 39º, doblar el 1,000º o estirar el cuarto — o estirar el cuarto?
Dime, por favor, a mí, el pobre, mojado, resbaladizo, que sólo tiene cuatro patas — sólo tiene cuatro patas —; y no mil, como tú — no mil, como tú —, cómo lo haces, ¡oh Venerable!
De V. E. seguro servidor,
EL SAPO.
—Nemeskar —murmuró la rosa pequeña, que casi se había quedado dormida. Y las gramíneas de kusha, las flores, los escarabajos y la higuera y la naja miraron con expectación al milpiés.
Hasta las ranas se callaron — se callaron.
Pero el milpiés se quedó inmóvil, clavado en el suelo, y desde aquel momento no pudo mover ningún miembro.
Había olvidado cuál de los pies tenía que levantar primero, y mientras más pensaba en ello, menos podía recordarlo — menos podía recordarlo.
* * *
Sobre el camino de la pagoda azul brillaba caluroso el sol indio — caluroso el sol indio.