CAPÍTULO III

LA REVOLUCIÓN MUNICIPAL EN LAS PROVINCIAS

Después del despido de Necker

La destitución de Necker suscitó una emoción muy viva en las ciudades de provincias y, esta vez, la reacción, inmediata y violenta, fue indiscutiblemente espontánea, ya que los diputados no tuvieron tiempo de intervenir; además, el gobierno había suspendido el correo. De todas partes se enviaban nuevos mensajes a la Asamblea. Muchos de ellos eran amenazadores. Por ejemplo, el 20 de jimio, en Nîmes, los ciudadanos declararon que se consideraba «infames y traidores a la patria a los agentes del despotismo y a los cabecillas de la aristocracia»; ordenaron a todos los naturales de Nîmes que servían en el ejército que desobedecieran cualquier posible orden de derramar la sangre de sus conciudadanos. Pero esto no fue todo. En varias ciudades, la gente se apoderó de todo lo que pudiera permitir a las autoridades reales cooperar a la acción de la corte, en especial las cajas públicas, los almacenes de granos y de forrajes; en El Havre se incautaron los gramos destinados a París, y obligaron a los húsares llegados de Honfleur a virar de bordo, mientras ellos se mantenían preparados para resistir a las tropas reales y para ir en auxilio de la Asamblea. En algunos sitios se crearon comités, como en Montauban, Bourg, Laval; estos comités organizaron una milicia y, en ocasiones, pidieron ayuda a las ciudades vecinas (como hizo Cháteau-Gontier) o incluso a los campesinos, como ocurrió en Bourg y en Machecoul. En Rennes y en Dijon tuvieron lugar los hechos de mayor gravedad. En Rennes, el 16 de julio, no contentos con apoderarse de las cajas públicas y de formar una milicia, los burgueses sobornaron a un sector de la guarnición y se incautaron cuantas armas y cañones pudieron conseguir. Langeron, el gobernador, pidió refuerzos. El 19, la ciudad se sublevó y el resto de la guarnición desertó: Langeron abandonó la ciudad. En Dijon, el día 15, se privó de libertad al gobernador y los nobles y curas fueron recluidos en sus casas: es el primer ejemplo de una detención de sospechosos.

Después del 14 de julio

La toma de la Bastilla se supo, según la distancia, entre los días 16 y 19. Fue una explosión de entusiasmo y de alegría. Mensajes continuos, esta vez de felicitación; Te Deum, manifestaciones de júbilo, cortejos que acuden a presentar con gran pompa la escarapela nacional a las autoridades que, de buena o mala gana, se la colocan como todo el mundo; por la noche, como final, fogatas.

En muchas ciudades la revolución municipal se llevó a cabo sin violencias. La municipalidad del Antiguo Régimen, aturdida, cedió a los manifestantes. Designó como ayudantes suyos a cierto número de notables o, como en Burdeos, cedió el puesto a los Electores. Además, aceptó la creación de un comité de subsistencias. Con más frecuencia, fue obligada a constituir un Comité Permanente para dirigir la milicia que, más o menos pronto se apoderó de la administración. Lo que caracteriza invariablemente el movimiento es la formación de una guardia nacional, punto esencial a los ojos de la burguesía. Es digno de mención el papel de los jóvenes que, con frecuencia, se agrupan en compañías distintas y obtienen a veces una representación particular en el Comité. También ocurre que los soldados confraternizan con los ciudadanos y tienen sus propios delegados.

Pero en algunos lugares, el pueblo no se contenta con asociarse a las manifestaciones de la burguesía. Pide a la municipalidad que baje el precio del pan, o rodea el ayuntamiento gritando: «¡El pan a dos sous!». La municipalidad duda; cuando se ve amenazada, huye; entonces se desencadena el tumulto: las casas de las autoridades, de los comerciantes de granos y de los habitantes más ricos son saqueadas o, como mínimo, asaltadas; a última hora, la milicia y a veces también la guarnición ponen fin al desorden. En Valenciennes y en Valence, la municipalidad se reinstala; pero lo más frecuente es que no se la vuelva a ver, como en Lille, Maubeuge, Cherbourg, y un Comité Nacional o permanente la reemplaza: en este caso, la revolución es completa.

La mayoría de las veces, la municipalidad se había completado por cooptación o bien el Comité se había constituido de motu propio. En las semanas siguientes, a menudo, estos notables tuvieron que dejar su sitio a gentes elegidas, pero la evolución democrática fue más lenta y más indecisa que en París. En otro grupo de ciudades, se consiguió a lo sumo la formación de una milicia, pero el poder del Antiguo Régimen se mantuvo intacto. Así ocurrió en Béziers y en todas las ciudades del Flandes marítimo, en las que se había tenido la sensatez de disminuir el precio del pan por iniciativa propia.

«Municipalización» de Francia

La revolución provincial tuvo, pues, aspectos muy diversos y muy a menudo quedó a mitad de camino. Pero, en todos los casos, la autoridad urbana fue obligada a atender únicamente las órdenes de la Asamblea Nacional; además, casi todos los intendentes abandonaron sus puestos. En provincias, igual que en París, el rey se encontró desprovisto de toda autoridad. Al mismo tiempo, desapareció la centralización; cada comité o municipalidad ejercía un poder incontrolado y prácticamente absoluto, no sólo en su ciudad, sino también en las parroquias de los alrededores, donde la milicia fue enviada a visitar los castillos sospechosos, para requisar y proteger los granos y reprimir los disturbios. Se sentía con fuerza la necesidad de estar unidos para salvar la revolución: de una ciudad a otra se prometen ayuda y socorro y se van dibujando así las futuras federaciones; pero no era menos vivo el deseo de instaurar y defender celosamente la autonomía local más amplia, de modo que Francia se convirtió, espontáneamente, en una federación de comunas. No cabe duda de que la Asamblea Nacional gozaba de un prestigio que ninguna otra ha vuelto a tener, pero cada ciudad —y las parroquias rurales no tardarán mucho en emanciparse del mismo modo— era dueña de aplicar sus decretos con más o menos celo y exactitud: sólo se respetaban con rigor si realmente se estaba de acuerdo con ellos. La autonomía contribuyó sin duda a despertar entre los ciudadanos cierto interés por los asuntos públicos, a hacer surgir jefes locales y a suscitar sus iniciativas. Esta extraordinaria actividad de la vida municipal y regional es uno de los rasgos más característicos de la época. La defensa revolucionaria aprovechará sus Ventajas; a partir de julio de 1789, Francia se encontró cubierta de una red de comités fervorosos en la vigilancia de los aristócratas y en la desarticulación de sus intrigas.

La actitud popular: impuestos y subsistencias

Pero pronto apareció el reverso de la cuestión. ¿Qué es lo que esperaba en primer lugar la gente de las ciudades? La abolición de los impuestos indirectos y una reglamentación rigurosa del comercio de cereales. De buena o mala gana fue preciso satisfacerla. Se suspendió la recaudación de impuestos; las oficinas de la gabela, de los impuestos sobre las bebidas, de los arbitrios, fueron saqueadas con frecuencia, la contabilidad destruida y los consumeros y los rats de cave (inspectores de contribución) puestos en fuga. En cuanto a los granos, circularon siempre acompañados de su recibo de expedición cuidadosamente redactado o bajo cédula de garantía y, a pesar de todas las precauciones, su paso se vio interceptado con frecuencia por los motines; en los mercados, las compras de los comerciantes y de los comisarios de las grandes ciudades originaban continuos disturbios, aunque se controlaban atentamente; hasta el otoño, la escasez y carestía del pan continuaron provocando revueltas. Ya se tratara de cuestiones de impuestos como de subsistencia, la guardia nacional nunca tuvo mucha prisa en reprimir el desorden y, en ocasiones, fue ella misma la que lo inició. Cosa que no puede sorprendemos si tenemos en cuenta que estaba compuesta, en su mayoría, por artesanos y pequeños comerciantes y compartía el sentir popular. La Asamblea, en su proclama del 10 de agosto, recordará que los viejos impuestos seguían en vigor hasta la instauración del nuevo régimen fiscal; el 29 de agosto, decretará la libertad completa del comercio interior de granos, manteniendo la prohibición de exportación: será predicar en desierto.

El miedo en las provincias

Hay que señalar que las insurrecciones que caracterizaron la revolución provincial y algunas de las muertes que la ensangrentaron, por ejemplo en Bar-le-Duc y en Tours, tuvieron casi exclusivamente como causa inmediata la penuria o la carestía. Pero esto no quiere decir que el temor al complot aristocrático no invadiera los ánimos, ni que la noticia de la capitulación del rey lo disipara. Los regimientos que regresaban a sus guarniciones fueron recibidos con inquietud: Châlons y Verdun se opusieron a recibir al Royal-Allemand. Cuando el mariscal de Broglie fue a establecerse en Sedan, la gente exigió que se marchara. Todo transporte de armas o de dinero se hacía sospechoso porque podía estar destinado al extranjero. Desde este momento, se impide por la fuerza toda emigración: las carrozas son detenidas, registradas, y los personajes importantes —obispos, nobles, diputados— retenidos hasta nueva orden. El temor a la invasión extranjera crecía por momentos: en el oeste, como hemos visto, los ingleses van a tomar Brest; en el sureste, los piamonteses se preparan para invadir el Delfinado; en Burdeos se espera a los españoles. En cuanto a los bandidos, se les ve por todas partes, hasta el punto que, en los alrededores de París, corre la noticia de que la municipalidad de la capital expulsaba a la gente que no poseía el debido consentimiento y que parecidas advertencias se hacían en todas las grandes ciudades. Los pánicos locales se multiplican también: el 21 de julio, en Verneuil y sus alrededores; el 22, en Brives; en Clamecy el 29. Los jefes locales del movimiento revolucionario, convencidos también de que la aristocracia tramaba nuevos golpes, aprovecharon todos los rumores para justificar su acción; los diputados, llenos de desconfianza y resentimiento, pusieron en guardia a sus representados y les recomendaron formar milicias. Las ciudades de provincias, al igual que París, se mantienen alerta: es la víspera del Gran Miedo.