Capítulo 9

La señorita Alada iba brincando cual gacela por el pasillo púrpura y verde. La joven europea de pies ligeros conducía una manada de troles, los cuales recordaban a pequeños dragones verdes y no superaban el tamaño medio de un gato doméstico. Se diría que la inusualmente exquisita señorita Alada se desplazaba en el aire, tan ligera y femenina era su manera de caminar. Vestida de blanco de los pies a la cabeza con alta costura de Horrormés, la mujer iba flotando de alumno a alumno mientras les susurraba al oído. Y aunque nadie más podía oír lo que decía, debía de tratarse de algo muy profundo. La expresión de los alumnos se quedaba momentáneamente en blanco y, acto seguido, regresaba a la normalidad.

—¿Qué crees que les está susurrando la señorita Alada? —preguntó Venus a Rochelle mientras un racimo de cabezas de calabaza se estampaba contra ella en su persecución de la popular profesora.

—Aunque solo sea una conjetura, es posible que les esté informando acerca de los dudosos registros de vacunación concedidos a los troles en Mordalia.

La señorita Alada es tan hermosa como una delicada mariposa —cantaron con fuerte voz Sam, James y Marvin, los cabezas de calabaza, al presentarse ante su profesora.

—Oh, cabezas de calabaza —ronroneó la señorita Alada con su voz suave y áspera al mismo tiempo—. Es una lástima que no estéis en mi clase. Realmente, deberíais apuntaros a mi club extraescolar, la Liga Liga para el Avance de Monstruos Avispados. Hemos añadido una «liga» de más para que las siglas fueran LLAMA —explicó la señorita Alada antes de inclinarse a susurrarles al oído.

Con una sonrisa que denotaba satisfacción consigo misma, la seductora mujer continuó su recorrido por el pasillo susurrando a todo el mundo, de Draculaura a Cleo de Nile, hasta que se encontró frente a frente con Rochelle. La señorita Alada se inclinó con lentitud, y al instante su perfume de rosas llevó a la memoria de la pequeña gárgola a Garrott y el increíble rosal que este había creado en su honor. Sin embargo, justo cuando la mujer separó sus perfectos labios rosados para susurrar al oído de Rochelle, una voz atravesó el pasillo, provocando que la joven gárgola girase la cabeza con brusquedad.

—¡Madrecita mía! ¡Vuelvo a llegar tarde! —la voz de Robecca hizo eco por todo el pasillo.

—Ha vueeelto —dijo Venus arrastrando las palabras, y la señorita Alada prosiguió su camino y se dirigió hacia Ghoulia Yelps.

—¡Tornillos! ¡No tengo ni idea de qué me ha pasado! —exclamó Robecca a voz en grito mientras atravesaba el atestado pasillo en dirección a Venus y Rochelle.

Como siempre parecía ocurrir, Robecca, soltando vapor a lo loco, se estampó contra Cy Clops entre la muchedumbre de alumnos. Por desgracia, sus placas de metal aún estaban abrasando, por lo que la colisión fue bastante dolorosa para el chico de un único ojo.

¡Ay!

—¡Lo siento! —se disculpó Robecca a gritos.

—¡Silencio en el pasillo! ¡Silencio! —vociferó un trol.

—¡Pero es que llego tarde! ¡Seguro que eso es peor que hablar alto! —protestó Robecca.

—Ir a clase o yo comerte —replicó el trol, indignado.

—Venga ya, menos faroles. Sé que eres vegetariano —contraatacó Robecca.

—¡Oye! Yo soy una planta —repuso Venus mientras tiraba de Robecca para alejarla—. Date prisa o nos perderemos Cocina y Manualidades.

Je ne comprends pas! ¿Por qué siempre llegas tarde? —preguntó a Robecca una desconcertada Rochelle.

—Madrecita mía, lo he pensado muchas veces, aunque aún no estoy segura de conocer la respuesta. Lo mejor que se me ocurre es que me lío tanto con las cosas que se me olvida todo lo demás y luego, como si fuera un rayo, me ataca una sensación. Y sé que llego tarde, pero no sé a qué, porque no tengo ni idea de la hora que es.

—Pero si llevas reloj. De hecho, llevas varios —replicó Rochelle.

—Sí, pero no funcionan. El vapor destroza los relojes. Solo me los pongo porque me parecen terroríficamente elegantes.

—Bueno. Por lo menos tienes reloj —dijo Rochelle al tiempo que lanzaba a Venus una mirada cómplice.

* * *

—Bienvenidos a la clase de Cocina —anunció la señora Atiborraniños, impaciente, mientras paseaba la vista por el aula—. ¡Qué visión tan triste! Todos estáis en los huesos —declaró la vieja y macilenta bruja, ataviada con un vestido de retazos multicolores y un pañuelo en la cabeza—. Bueno, pues tenéis suerte porque hoy vamos a cocinar un estofado delicioso, una de las recetas para dragones más famosa: sopa de lengua crujiente. Y antes de que preguntéis: no, ¡la lengua no forma parte de los ingredientes! Ay, hola, querida Robecca.

—Disculpe, señora Atiborraniños, pero ya que ninguno de nosotros es un dragón, ¿no tendría más sentido cocinar otra cosa? —preguntó Venus con cierta expresión de repugnancia.

—Disculpa, niña. ¡En ningún momento he dicho que haya que ser un lanzallamas para disfrutar el plato! Pero sí, claro, esta sopa les resulta irresistible a los dragones —replicó la mujer con brusquedad mientras sacaba una enorme olla de debajo de la encimera y abría su gigantesco libro de cocina, encuadernado en piel.

El proceso de elaboración de la sopa de lengua crujiente resultó ser bastante complicado o, al menos, así lo daba a entender la señora Atiborraniños, quien soltaba un gruñido cada vez que alguien formulaba una pregunta o se equivocaba al medir un ingrediente. Mientras Robecca añadía orégano brujo a su cazuela, Cy vigilaba cada uno de sus movimientos. Estaba sentado justo a espaldas de ella para poder verla con la mayor claridad posible; como todos los cíclopes, tenía problemas con la visión periférica y la percepción de la profundidad.

—¿Sabes? Puede que yo tenga la cabeza delante del ombligo, pero hasta yo mismo veo que esa vaporeta te mola —le dijo Henry Jorobado a Cy en plan de broma.

—No sé de qué me hablas —repuso Cy con tono desdeñoso antes de volver a clavar el ojo en su olla burbujeante—. Y no la llames vaporeta; su nombre es Robecca.

—Concluyo mi alegato —expresó Henry con una risa inocente.

A medida que se acercaba el final de la clase, la señora Atiborraniños probó el trabajo de todos los alumnos antes de revelar que Freddie Tres Cabezas era quien había elaborado la receta con mayor éxito. Y aunque nadie lo dijo en voz alta, fueron varios los alumnos que opinaban que el chico contaba con una ventaja injusta, al considerar que tenía dos cerebros más que cualquier monstruo corriente.

—Estoy muy impresionada, Freddie Tres Cabezas —dijo con sinceridad la señora Atiborraniños—. Le serviría esta sopa a los dragones más distinguidos de cuantos conozco.

Merci beaucoup, gracias, grazie —respondió Freddie Tres Cabezas con evidente orgullo.

Tras dejar a un lado sus respectivos cucharones, los tres cabezas de calabaza comenzaron de inmediato a repartir folletos de la Liga Liga para el Avance de Monstruos Avispados al tiempo que cantaban indiscreta y desafinadamente los chismes que habían escuchado en el pasillo.

Frankie Stein opina que la LLAMA es divina. Y Cleo ha advertido que el club es divertido.

—¿James? —llamó Rochelle al cabeza de calabaza—. ¿Qué hacéis exactamente en ese club?

Saltamos, cantamos y al avance de los monstruos ayudamos —cantó en respuesta el cabeza de calabaza con tono monocorde.

—No quiero ser grosera, pero eso suena terriblemente impreciso. ¿Podrías especificar un poco?

Si ponemos a los monstruos primero, el mundo ya no será un atolladero. Y ahora, con tu permiso, o bebo agua o me muero.

—Eso no tiene sentido —masculló Venus a Rochelle—. Bueno, excepto por lo del agua. Un riego a fondo no me vendría nada mal.

* * *

Más adelante aquella misma tarde, mucho después de que las clases hubieran terminado, Rochelle convocó una reunión importantísima en la habitación que compartía con sus amigas.

Je suis tellement excitée —dijo Rochelle mientras Gargui jugueteaba a sus pies—. ¿Estáis preparadas?

—¡Estoy tan contenta por estar aquí que me explotan los circuitos! —exclamó Robecca mientras sujetaba en alto un fular de seda que le unía el brazo derecho al brazo izquierdo de Venus.

—Tenía el presentimiento de que la correa te encantaría en cuanto te acostumbraras —dijo Venus con orgullo.

—Desde luego que sí, y a Penny también le encanta —respondió Robecca mientras bajaba la vista hacia la cascarrabias hembra de pingüino que tenía por mascota, ahora amarrada a su bota izquierda.

—Confío de veras en que os guste, chicas y, por descontado, que le guste a monsieur Muerte —dijo Rochelle con una sonrisa emocionada. Acto seguido, la joven gárgola sacó de detrás de la espalda un fibroso revoltijo amarillo—. Et voilá!

—¿Es un sombrero? —preguntó Venus con toda seriedad.

—¿Qué? No, es un traje. ¿Es que no lo ves?

—Bueno, lo que veo con claridad es que lo has confeccionado tú misma —terció Venus.

—Quería que fuera très monsterfique, algo verdaderamente especial —explicó Rochelle.

—Bueno, supongo que depende de lo que entiendas por «especial» —replicó Robecca con diplomacia.

Zut! ¿Tan mala impresión os da? —preguntó Rochelle con palpable desilusión.

—Es como si una manada de gatos salvajes lo hubiera hecho jirones —declaró Venus sin rodeos.

—Venus —saltó Robecca—, ¿no te estás pasando un poco?

—No, tiene razón. Cada vez que lo tocaba, las garras hacían un enganchón, y luego otro, y otro más. Antes de que me diera cuenta, ¡había desperdiciado doce metros de tela para hacer esto!

—Querida Rochelle, ¿por qué no nos pediste ayuda? —preguntó Robecca con dulzura.

—El párrafo 3.5 del código ético de las gárgolas establece: «No pedirás a otros que hagan lo que puedas hacer por ti mismo».

—Pero es que no lo puedes hacer por ti misma. Eso salta a la vista —señaló Venus—. En serio, ¡lo que le has hecho a esa pobre e indefensa pieza de tela catastrófico!

Rochelle, realmente avergonzada, agachó la cabeza; le parecía imposible haber llegado a pensar que sería capaz de llevar a cabo aquella labor con éxito.

—No te pongas tan triste. Por si se te ha olvidado, tenemos como compañera de instituto a una de las mejores costureras de Oregón.

—Venus, sé coser un par de botones, pero los remaches se me dan mejor —aclaró Robecca.

—¡No me refiero a ti, Robecca! Estoy hablando de Frankie Stein. Se cose los miembros del cuerpo ella sola. Estoy segura de que se las arregla perfectamente con un traje.

—¿De verdad lo haría? —se cuestionó Rochelle en voz alta.

—Preguntar no hace daño a nadie —respondió Robecca con una sonrisa.

—Eso no es exactamente cierto. De hecho, preguntar hace daño algunas veces. Si quieres, te puedo dar múltiples ejemplos —puntualizó Rochelle.

—No creo que sea necesario. Venga, monstruitas, coged vuestras cosas, tenemos que encontrar a una monstrua de color verde —anunció Venus mientras abría la puerta.

—Pero las clases ya han terminado —dijo Robecca.

Venus sonrió.

—Sí, y por eso mismo nos vamos al centro de Salem.

Mientras el trío recorría el pasillo de la residencia, Rochelle percibió un descenso en la calidad de la exquisita cortina de tela de araña.

Cuando se detuvo para echar un vistazo a los arácnidos, se fijó en que al menos la mitad de las criaturas del tamaño de un cuarto de dólar se había esfumado.

—¿Qué miras? —preguntó Robecca a Rochelle.

—Las arañas. Parece que muchas han desaparecido.

—Puede que se hayan ido de vacaciones —interpuso Venus con rapidez, con demasiada rapidez para el gusto de Rochelle.

—Venus, ¿has dejado a Ñamñam suelto solo por el pasillo? —preguntó Rochelle con tono acusador.

—No tengo ni idea de qué estás hablando —disimuló Venus con muy escaso éxito antes de bajar corriendo apresuradamente por la escalera de color rosa.

Al llegar al pasillo principal, Robecca se encontró con una visión familiar: Cy Clops. No pudo evitar darse cuenta de que el chico estaba absolutamente en todas partes.

Es más, ¡lo veía casi con más frecuencia que a Venus y Rochelle, y eso que compartía habitación con ellas!

A medida que el grupo de tres se dirigía hacia la entrada principal, Robecca preguntó como sin darle importancia:

—¿Os habéis fijado en que ese chico, Cy Clops, anda siempre por ahí?

—Bueno, se aloja en la residencia, como nosotras —repuso Venus con una pizca de sarcasmo mientras abría la gigantesca puerta.

* * *

El centro de la ciudad se encontraba a diez minutos a pie del recinto de Monster High.

La pintoresca y encantadora villa de Salem tenía las dos cosas que los adolescentes más necesitaban y estimaban: un antro comercial y una cafetería de la cadena Stacabucks, que servía los batidos más deliciosos.

Rochelle, Venus y Robecca iniciaron su búsqueda de Frankie en el antro comercial, registrando cada tienda por la que pasaban en busca de la mínima señal del color verde.

Y aunque las tres amigas estaban totalmente concentradas en encontrar a Frankie, se dieron un breve respiro para comprobar las últimas tendencias en moda de Transilvania's Secret. Rochelle, que nunca antes había estado en Transilvania's Secret, quedó impresionada por la moda vanguardista e hizo una nota mental para regresar una vez que la misión relativa el señor Muerte hubiera sido completada.

Tras registrar hasta el último centímetro del antro comercial —incluido el Sótano de Saldos Salvajes, establecimiento al que la moda iba a morir—, se encaminaron al Café Ataúd.

Y antes de que siquiera hubieran abierto la puerta de doble hoja de la cafetería, percibieron el suave olor a perfume de rosas. Solo podía tratarse de una cosa o, mejor dicho, de una persona.

Recibiendo en audiencia dentro del café de estilo gótico, entre un mar de alumnos, se encontraba nada más y nada menos que la señorita Alada. Tras reconocer al trío de amigas de inmediato, la delicada mujer se levantó de una pequeña silla de terciopelo negro y se acercó brincando para saludarlas.

—Hola, bienvenidas a mi guarida —canturreó la señorita Alada.

—Y yo que pensaba que esto era una cafetería —bromeó Venus.

—Oh, lo es. Pero los dragones salvajes viven en guaridas, de modo que me gusta pensar que todas las estancias en las que me encuentro son una guarida. Es bastante triste ver los pocos dragones dotados de libertad que quedan en el mundo, y estos suelen habitar en zonas muy poco favorables a los monstruos, como Los Draculángeles o Atlantaúd.

—Es verdad —afirmó Rochelle—. Los monstruos son propensos a marearse en los coches y, por tanto, las ciudades con mucho tráfico no les sientan bien.

—¿Habéis venido a apuntaros a LLAMA? —preguntó la señorita Alada mientras se inclinaba para susurrar al oído de Robecca.

—Madrecita mía, nunca me han gustado mucho los susurros. Suelen hacerme cosquillas en los oídos. Además, mi padre siempre dice que la gente solo susurra lo que, para empezar, jamás debería decir —declaró Robecca. Dicho esto, se apartó, dejando a la señorita Alada un tanto estupefacta.

—No es que Robecca piense que usted lo está haciendo —trató de explicar Venus—. ¡Eh, mirad! Ahí está Frankie Stein. Deberíamos ir a hablar con ella ahora, o nos perderemos la cena.

—Desde luego; pero, por favor, os pido que no os olvidéis de apuntaros a LLAMA. Os necesitamos —siseó por lo bajo la señorita Alada y, luego, se quedó mirando fijamente a los ojos de cada una de las chicas.

—Siempre me ha encantado apuntarme a clubes aunque, la verdad sea dicha, suelen ser clubes de lectura. ¿Qué hace LLAMA, exactamente? —preguntó Robecca con interés.

—Ayudamos a los monstruos a encontrar su legítimo lugar en el mundo de los normis —declaró con solemnidad la señorita Alada.

—Por favor, madame, discúlpenos, pero estamos llevando a cabo una misión muy importante —explicó Rochelle mientras tiraba de Robecca para llevársela.

El trío se dirigió derecho a Frankie Stein mientras la señorita Alada observaba todos y cada uno de sus movimientos.