Capítulo 13

—¡Monsieur Muerte, ahí está! ¡Llevo días buscándolo! —exclamó Rochelle de forma teatral mientras entraba en la biblioterroreca.

—¿Por qué me buscabas? —preguntó el señor Muerte mientras cruzaba los brazos y entornaba sus ojos inyectados en sangre en dirección a Rochelle.

—Quería ponerme en contacto con usted para ver qué tal fue su cita con la señorita Alada.

—Nos va a salvar a todos, a mantenernos en el camino correcto y a asegurarse de que alcanzamos nuestro destino —repuso el señor Muerte con tono mecánico.

Pardonnez-moi, pero estoy un tanto desconcertada. Me habla de la señorita Alada como si ella fuera su asesora de vida, y no su compañera. ¿Qué pasó?

—¿Es una broma, o algo por el estilo? ¿Un muerto con una asesora de vida? —replicó el señor Muerte.

—En absoluto. Solo me refería a que, por sus palabras, la señorita Alada no parece su pareja, sino más bien su gurú.

—No pongas reparos a La Alada —amonestó con frialdad el señor Muerte.

—¿La Alada? ¿Es el apodo que le ha puesto usted? —preguntó Rochelle, desconcertada.

—Así es como ahora se le llama formalmente en Monster High —anunció él—. Cualquiera que hable mal de ella o la llame por su nombre anterior será castigado.

—Lo siento. Ignoraba el cambio de nombre, y también el cambio de política en cuanto a la libertad de expresión —dijo Rochelle con un resoplido.

—La Alada tiene la impresión de que estabas tratando de perjudicarla, de volvernos en contra de su trabajo —prosiguió el señor Muerte, con ojos cada vez más abiertos por la paranoia.

—Monsieur Muerte, no tengo ni idea de qué está usted hablando.

—Dijo que reaccionarías así —gruñó el señor Muerte antes de soltar su característico suspiro.

—Creo que será mejor que me vaya —Rochelle se giró hacia la puerta.

—Ya no queda mucho. La Alada querrá hablar contigo y con tus amigas —anunció con calma el señor Muerte, provocando un escalofrío en la pétrea espina dorsal de Rochelle.

Desconcertada y dolida por el comportamiento del señor Muerte, Rochelle abandonó la biblioterroreca a toda velocidad y se precipitó hacia el pasillo. Mientras regresaba a toda prisa a la residencia y al confort de su habitación, notó en los ojos el familiar cosquilleo de las lágrimas. Lo que disgustaba a Rochelle no era tanto lo que le había dicho el señor Muerte, sino la manera en la que lo había dicho, Había notado en su voz una evidente falta de personalidad, algo que Rochelle nunca antes había percibido.

* * *

—Aunque carezco de un título en Medicina, considero que mi diagnóstico es acertado. ¡El señor Muerte se ha vuelto loco! Complètement fou! Ha perdido todo contacto con la realidad. ¡Y lo peor es que tiene un genio de mil demonios! —gritó Rochelle, por lo general sensata, mientras irrumpía en la cámara de Masacre y Lacre.

—¡Olvídate del señor Muerte! —exclamó Robecca, histérica—. La señorita Alada está celebrando extrañas sesiones de susurros en sus reuniones de LLAMA. ¡Se sisean unos a otros como si fueran serpientes! ¡Por el listo de Calixto!, ¿no es mortal de la muerte?

—Yo diría que nos enfrentamos a una susurradora de monstruos —declaró Venus con firmeza mientras entraba en el dormitorio, tomando la precaución de cerrar la puerta con llave a su espalda.

—¡Una susurradora de monstruos! ¿Y eso qué significa? —chilló Robecca.

—Significa que la señorita Alada es capaz de utilizar su voz para hipnotizar a los monstruos —explicó Venus.

—Pero ¿por qué querría hacer semejante cosa? —preguntó Rochelle ahogando un grito—. ¡Monsieur Muerte! ¡Ah! ¡Seguro que ya le ha captado!

—¡Tornillos destornillados! ¿Y qué vamos a hacer? —preguntó Robecca, atacada de los nervios.

—Robecca, ¡no tienes por qué ponerte como una olla a presión! Solo hace falta notificar la situación a la directora Sangriéntez y ella se encargará de todo —declaró con calma Rochelle, haciendo todo lo posible para aliviar los nervios deshechos de su amiga.

—Pero ¿la directora podrá manejar una situación así? Está tan dispersa ahora mismo… Y, sí, me doy cuenta de que es como cuando la sartén le dice al cazo: «Apártate, que me tiznas» —expuso Robecca.

—Tienes razón. La directora Sangriéntez está demasiado atontada —declaró Venus—. En vez de eso, acudiremos directamente a la señorita Su Nami. Es grosera y avasalladora, pero consigue que se hagan las cosas.

—Cuanto antes actuemos, mejor. La situación ya está gravemente fuera de control —añadió Rochelle, tamborileando los dedos con nerviosismo sobre el lomo de Gargui.

—¡De acuerdo, nos ponemos en marcha! Tenemos que encontrar a una mujer empapada —resolvió Venus mientras abría la puerta de golpe.

Tras registrar la oficina principal, el trío se encaminó directo al cementerio, pues se habían enterado de que la señorita Su Nami estaba investigando una posible infracción en cuanto a la jardinería. La plantación de follaje no regulado era un delito muy serio, ya que la polinización cruzada entre plantas no adecuadas podía tener consecuencias nefastas. Mientras doblaban la esquina que daba al cementerio, se encontraron con una espeluznante escena justo detrás de la alta y enclenque verja metálica del camposanto. La señorita Alada, ataviada con un lujoso vestido de terciopelo rojo, entablaba conversación con un alumno. Pero no se trataba de un alumno cualquiera: era Deuce Gorgon.

Rochelle ahogó un grito al instante, llevándose a la boca sus manos de piedra.

—¡Tornillos destornillados y tuercas oxidadas! ¿Y ahora qué hacemos? —masculló Robecca mientras dirigía la mirada a Venus en busca de un plan.

—Nada —respondió la chica envuelta en vides mientras observaba los labios perfectos de la señorita Alada pegados a la oreja de Deuce—. Es demasiado tarde.

El rostro de Deuce se quedó en blanco y, luego, regresó a su estado normal, tal como les había sucedido a los demás alumnos con anterioridad, en el pasillo principal del instituto.

—¡Deuce! —llamó Rochelle en un fútil intento por invalidar la voz de la señorita Alada.

Por desgracia, Rochelle no consiguió más que atraer la atención de la perturbada profesora. Con el semblante encendido por una emoción salvaje, la señorita Alada se dirigió al trío a paso de marcha.

—¡Monstruas! ¡Tengo que hablar con vosotras! —exclamó la elegante dragona elevando la voz. Venus, Robecca y Rochelle intercambiaron tensas miradas antes de darse la vuelta y salir corriendo.

Tras doblar dos esquinas y atravesar el patio a toda velocidad, una voz ronca las detuvo en seco.

—¿Becca? ¿Vanus? ¿Bochelle? —gruñó un trol con un marcado defecto del habla.

—¿Cómo sabes nuestros nombres? —preguntó Rochelle al trol mientras su corazón de piedra latía como loco.

Venus soltó un bufido.

—Bueno, no nos llamamos exactamente así, a menos que te hayas cambiado el nombre por «Bochelle».

—Venus, ¡no es momento para chistes! —espetó Rochelle con brusquedad.

—¡La Alada querer veros ahora! —ladró el trol, rociando a las tres amigas con gruesas gotas de baba.

Lentamente, Venus se apartó de la grotesca criatura de pequeño tamaño.

—Lo siento, pero no hablamos la lengua de los troles.

—¡No marchar! ¡La Alada ver vosotras ahora! —gritó el trol con más fuerza.

Pardonnez-moi? Monsieur Trol, lo siento mucho, pero no me defiendo muy bien con el idioma —explicó Rochelle mientras ella y Robecca seguían rápidamente a Venus, quien se batía en retirada a toda velocidad.

—¡No correr! ¡Alto!

—¡Tenemos que salir de aquí! ¡Ya mismo! —vociferó Venus mientras las tres chicas rompían a correr con todas sus fuerzas.

Y aunque Rochelle movía sus piernas de piedra con más lentitud que sus compañeras, seguía siendo mucho más rápida que el trol con patas de pichón. De hecho, tan lenta era la grasienta criaturita que ni siquiera fue capaz de adelantar a la solitaria rana toro que daba botes a su lado, por el pasillo. Ni que decir tiene, se trataba de una situación desalentadora para el trol, una situación que guardaría en secreto por miedo al ridículo.

—¡Madrecita mía! ¡No puedo soportar ni una gota más de emoción! ¡Se me reventaría una junta de estanqueidad! —soltó Robecca de sopetón mientras le salía vapor a chorros de las orejas.

—¡Enfría esas juntas! Escucho un sonido de chapoteo —dijo Venus con voz triunfante—. ¡Señorita Su Nami! —gritó al descubrir a la húmeda mujer, grande y compacta como un muro—. ¡Tenemos que hablar con usted! ¡Es una emergencia!

—Tienes treinta segundos, entidad no adulta. Estoy en mitad de una crisis de jardinería en el cementerio.

—¡La señorita Alada ha lanzado un maleficio en el instituto! No sabemos la razón, ¡pero no cabe duda de que lo ha hecho! —explicó Robecca mientras le goteaba vapor de su metálica frente.

—Es la locura más grande que he escuchado jamás —gruñó, incrédula, la señorita Su Nami.

—Ya lo sé, pero es verdad —suplicó Rochelle a la mujer de expresión severa.

—No he dicho que no fuera verdad. Solo he dicho que es la locura más grande que he escuchado jamás —replicó la señorita Su Nami con su habitual sentido común—. Debo admitirlo: ¡he sospechado de la señorita Alada desde el primer día! No me fío de la gente popular. Nunca lo he hecho, y nunca lo haré.

—Gracias a Dios por sus infelices años de instituto —masculló Venus para sí.

—No tenéis que preocuparos. Voy a encargarme de la situación inmediatamente —declaró la señorita Su Nami llena de confianza—. Os sugiero que vayáis a vuestra habitación y os mantengáis apartadas del combate.

—Me parece una idea muy sensata —soltó Rochelle de sopetón.

—Debería haber sabido que algo así iba a suceder. ¿Qué clase de profesora que se respete a sí misma se pone un apodo propio? —dicho esto, la señorita Su Nami se marchó con paso resuelto, dando sonoros pisotones contra el suelo.