Capítulo 14

En el momento mismo en que las tres amigas regresaron a la cámara de Masacre y Lacre, escucharon una ligera, casi inaudible, llamada en la puerta.

—Lo juro, si son las gemelas que vuelven a echar otra siesta, ¡me voy a poner como una loca con ellas! —anunció Venus mientras se levantaba para dirigirse a la puerta.

—¿Y si es un trol? —preguntó Robecca, inquieta—. ¿Y si lo han enviado para que nos arrastre hasta la guarida de la señorita Alada, que apesta a perfume?

—¿Quién es? —gruñó Venus a través de la puerta con tono agresivo.

—Soy Cy Clops. Puede que no me recuerdes pero estoy en algunas de tus clases. Soy el chico del ojo grande. Comparto habitación con Henry Jorobado —balbuceó Cy mientras Venus abría la puerta con un ataque de risa.

—Sabemos quién eres, Cy —repuso Venus con dulzura al tiempo que le hacía serlas para que entrara.

—Hola, Robecca. Hola, Rochelle —incómodo, Cy se cruzó de brazos y bajó la vista al suelo.

—Encontramos a la señorita Su Nami —explicó Robecca con tono de seguridad—. Nos dijo que se encargará de todo.

—¿De todo? No creo que sepa a qué va a enfrentarse. Ninguno lo sabemos. Confío en estar equivocado, pero no me imagino que la señorita Alada vaya a marcharse así, sin más. Ahora, todo el instituto la apoya. Incluso Henry —explicó Cy con una nota de lástima.

—¿Cómo consiguió a Henry? —preguntó Rochelle—. ¿Con la Liga Liga para el Avance de Monstruos Avispados?

—Le conté a Henry lo que había visto en el calabozo. Fue a verlo con sus propios ojos pero cuando volvió, ya no era el mismo.

—Pronto lo será —dijo Robecca para tranquilizarle mientras Cy se apoyaba en la pared.

—¡Ay! —chilló Cy antes de bajar la vista para ver qué le había mordido.

—¡Lo siento! En serio, tengo que poner un cartel o algo —se disculpó Venus—. «Cuidado: planta hambrienta de servicio».

* * *

Venus convenció a los otros de que esconderse en el campanario era mucho más seguro que permanecer en la habitación, si se diera el caso de que alguno de los troles acudiera en su búsqueda. Así que Venus, Rochelle, Robecca y Cy entraron sigilosamente en la cámara situada en lo alto del campanario y esperaron. Entre medias de miradas furtivas por las pequeñas ventanas circulares, jugaron a las cartas, se echaron alguna que otra cabezada y especularon sin parar sobre lo que estaba ocurriendo afuera. De vez en cuando, el sonido de troles recorriendo los pasillos ascendía por la torre de piedra, pero por lo general, una mortaja de silencio cubría el ambiente.

—Ojalá supiéramos qué está pasando ahí afuera. ¿Creéis que es posible que la lucha por el poder haya terminado y que estemos esperando aquí arriba sin motivo alguno? —preguntó Robecca, esperanzada.

—Lo dudo. La señorita Su Nami enviaría una señal, algo para alertarnos —conjeturó Venus.

Pequeñas bocanadas de vapor salían por las orejas de Robecca.

—Esta experiencia me ha enseñado que no me iría bien en la cárcel. No me han programado para permanecer en un mismo sitio. No me resulta natural.

—A menos que hablar de la pera limonera o de la vecina que alucina se declare de pronto ilegal, no me cabe en la cabeza ninguna razón para llevarte a la cárcel. A Venus, por el contrario, me la puedo imaginar en la cárcel por una amplia variedad de bienintencionadas aunque temerarias razones —declaró Rochelle con tono pragmático.

—¿Y qué me dices de ti? —contraatacó Venus.

—Las gárgolas son demasiado infalibles a la hora de cumplir las normas para acabar en la cárcel —terció Cy.

—Bien dicho, cíclope —alabó Rochelle con una sonrisa.

De repente, la débil apariencia de calma se evaporó, pues un timbre agudo, ensordecedor, atravesó el recinto del instituto. El cuarteto intercambió expresiones tensas y ceños fruncidos como diciendo: «¿Y ahora, qué?».

Llegaron voces desde el pasillo.

—¡Reunión de emergencia! ¡Reunión de emergencia!

—Al vampiteatro, ¡ya!

—¿Qué os parece? —preguntó Cy al grupo.

—Puede que la señorita Su Nami haya convocado una reunión para anunciar el final del reinado de la señorita Alada —supuso Venus.

—¡O podría ser la propia señorita Alada! —exclamó Rochelle.

—Tengo fe en que sea la señorita Su Nami —tercio Robecca con tono optimista.

—Por desgracia, solo hay una manera de averiguarlo —declaró Venus con palpable ansiedad.

El hueco de la escalera de la torre estaba oscuro, húmedo, y necesitaba urgentemente una restauración. Grietas astilladas cubrían las paredes, y el sonido de agua goteando producía un eco siniestro. Se trataba de un espacio aterrador, del que estaban encantados de escapar, al menos hasta que vieron el caos desenfrenado que reinaba en el pasillo. Los alumnos se desplazaban en literal estampida hacia el vampiteatro. Y aunque costaba creer que la señorita Su Nami permitiera semejante desorden, el cuarteto siguió albergando la vana esperanza de que todavía estuviera al mando.

* * *

El salón de actos púrpura y oro estaba abarrotado hasta la bandera, al igual que en la asamblea de comienzo de curio. Sin embargo, en esta ocasión la sala estaba llena de nerviosismo y tensión crecientes, en lugar de entusiasmo y alegría anticipada. Robecca, Cy, Venus y Rochelle se situaron en la última fila y, sin perder un segundo, ocuparon sus respectivos asientos; mientras tanto, vigilaban los alrededores en busca de troles.

—Hola, alumnos. Me alegro mucho de que todos hayáis escuchado el timbre y pudierais acudir —declaró con voz calmada la directora Sangriéntez.

—Parece bastante normal, así que es una buena señal —masculló Venus a Robecca de manera alentadora.

—Como muchos de vosotros sabéis, ¡llevo años esperando a tocar el timbre de emergencia! —prosiguió la directora—. Uno de los sueños de mi vida era tener una emergencia tan importante que, en efecto, justificase utilizar el timbre. Y me siento orgullosa de afirmar que hoy ha sido así. A ver, si tan solo pudiera recordar de qué se trataba… ¿Gripe de murciélago? ¿Invasión de insectos mutantes? ¿Virus de moho de cabeza de calabaza? O quizá solo quería saludaros. Ah, sí; debe de haber sido eso. ¡Hola, monstruos! ¡Gracias a todos por venir!

Mientras la directora Sangriéntez saludaba al público con la mano, la señorita Su Nami entró rodando en el escenario y se estrelló contra su jefa.

—¿Señorita Su Nami? ¿Acaso estamos luchando? —preguntó la directora Sangriéntez mientras adoptaba una postura peculiar.

—Señora, ¡por supuesto que no estamos luchando! —ladró la señorita Su Nami y, acto seguido, susurró al oído de la directora.

—¡Ah, sí! —exclamó la directora Sangriéntez—. ¡Qué alivio recuperar mis pensamientos! Gracias.

Al observar cómo la señorita Su Nami recordaba a la directora Sangriéntez lo que tenía que decir, Venus se tranquilizó en gran medida. Le vino a la memoria su primer día en Monster High, cuando pensó que el instituto parecía un lugar saludable para el crecimiento de una planta. Aunque Venus aún no sabía con exactitud qué estaba sucediendo, no podía negarse la presencia de una epidemia profundamente amenazadora.

—Mis jóvenes monstruos, como sabéis, adoro mi trabajo. Sin lugar a dudas, es el mejor trabajo del mundo entero. Y quizá, incluso, el más importante. Aquí, en Monster High, estamos dando forma a la generación futura por medio de la enseñanza y la preparación —divagó la directora, emocionada.

—¿Estará hablando de las pruebas de monstruo-nivel? —masculló Rochelle para sí.

—Os he guiado bien o, al menos, eso creo. En este momento, no lo recuerdo con exactitud. Pero si por alguna razón no os he guiado bien, por favor, no se lo digáis a nadie. A las mujeres de mi edad ya no nos interesa la crítica constructiva. ¿Qué sentido tiene? Somos demasiado mayores. Y, con ese fin, siento que ahora soy demasiado vieja para guiaros de la manera que requerís. Necesitáis un líder que os ayude a ocupar vuestro legítimo lugar en el mundo como especie dominante. Ya no seremos los cuartos en la lista, detrás de los normis, caninos y hurones.

—¿Quién nos pone detrás de los hurones? —masculló Venus mientras el estómago se le revolvía por los nervios.

—Por ello, ahora paso las riendas de la dirección a La Alada, y el relevo entra en vigor en este mismo momento.

Rodeada de troles vestidos con uniforme militar azul marino y rojo, la señorita Alada ascendió los peldaños que conducían al escenario. Resultaba un despliegue escandaloso de poder y seguridad. Cualquier semblanza de la delicadeza que la señorita Alada exhibiera antaño había desaparecido. En su lugar se hallaba una aspereza que lindaba con la arrogancia. Ataviada con un estricto vestido negro sin escote, con multitud de botones y borlas en los hombros, el conjunto tenía un aire marcadamente militar. Completando la meticulosa apariencia de poder, lucía un riguroso peinado: llevaba su cabello pelirrojo recogido en un moño tirante en lo alto de la cabeza.

La señorita Alada, con expresión severa, se acercó al podio muy despacio, alargando cada paso con gesto teatral.

—Hoy comenzamos de nuevo. Hoy empezamos a construir el nuevo imperio. Y con ello en mente, suprimo toda clase de estudios frívolos y actividades irrelevantes tales como el patinaje laberíntico y el equipo de asustadoras. Porque mientras nos preparamos para ocupar nuestro legítimo lugar en el mundo, debemos evitar cualquier distracción o desacuerdo. El que no está con nosotros está contra nosotros. Ya no existe término medio. Ahora somos guerreros. ¡No seremos marginados por los normis nunca más! —declaró la señorita Alada que, acto seguido, desplegó las alas de golpe para mayor énfasis.

—¡Tuercas! Pero ¿qué acaba de decir? —preguntó Robecca a Cy, a todas luces llevada por el pánico.

—No quiero asustarte, pero esto no es bueno —respondió él.

—No, ni siquiera es malo. Es horrible —terció Venus, con el rostro marchito por la decepción.

Entonces, la señorita Alada saludó a la multitud con la mano mientras un coro de cabezas de calabaza uniformados se sumaban a ella en el escenario para cantar el Himno del Avance de los Monstruos.

Si ponemos a los monstruos primero, el mundo ya no será un atolladero

* * *

Los cuatro conmocionados alumnos se dirigieron al pasillo principal con andares lentos, sin saber cuál era su próximo paso, o si disponían de alguno siquiera. Con la cabeza gacha y los ojos empañados, no repararon de inmediato en los carteles fijados por todas las taquillas rosas con forma de ataúd. Pero al poco rato divisaron los nada generosos dibujos de sus respectivas caras que adornaban los pósteres con la leyenda: SE BUSCAN PARA INTERROGATORIO. SE RUEGA INFORMAR DE CUALQUIER PISTA AL TROL MÁS CERCANO.

—Mantened la cabeza agachada y seguidme —instruyó Venus a los demás mientras hacía todo lo posible por evitar el contacto visual con quienes se hallaban en el pasillo.

—¡Ay, madre mía, ay! —gimoteó Robecca—. ¡Estoy soltando vapor! ¡Estoy soltando vapor! ¡Estoy soltando vapor!

—Shhh —amonestó Rochelle a Robecca—. Quítate el jersey y envuélvelo alrededor de tu cabeza como si fuera un pañuelo, Al menos impedirá la salida de una parte del vapor.

Cy observó a Robecca de cerca mientras esta se envolvía su jersey con lunares sobre las orejas y continuaba su camino por el pasillo, detrás de Rochelle y Venus. No podía explicar por qué sentía hacia ella semejante instinto de protección, pero el caso es que lo sentía. Desde la primera vez que puso su ojo sobre la joven metálica tuvo el deseo de estar a su lado.

Después de adentrarse en el laberinto, Robecca ejecutó una inspección aérea para encontrar el lugar más desierto donde buscar refugio. Ocultos entre una mata de setos descuidados, árboles que crecían sin control y viejos artilugios oxidados, los miembros del cuarteto comenzaron a asimilar la gravedad de la situación.

Je ne comprends pas! ¿Por qué nos persigue la señorita Alada? ¿Qué hemos hecho? —reflexionó Rochelle en voz alta.

—Esos carteles parecen sacados del Salvaje Oeste —comentó Robecca mientras, de las orejas, le salían chorros de vapor que iban a parar a la cara de Cy—. Madrecita mía, lo siento.

—En realidad, es muy agradable. Me dejé el colirio en la residencia.

—No lo entiendo. ¿Por qué nosotros? ¿Somos los únicos que no estamos bajo su hechizo? ¿O se trata de otra cosa? —preguntó Venus a nadie en particular.

—Somos los únicos cuatro alumnos del instituto que no estamos apuntados a LLAMA. Así de simple. Literalmente, los únicos supervivientes —dijo Rochelle con una expresión melancólica que recordaba a la del señor Muerte.

—Tienes razón —convino Cy—. Está claro que la señorita Alada sabe quién está con ella y quién no.

—Quizá deberíamos ir a la ciudad e intentar hablar con el jefe de policía —sugirió Robecca.

—¿Y qué le decimos? ¿Que la nueva directora le está lavando el cerebro a todo el mundo? —replicó Venus—. Dudo mucho que nos creyera. Pero aunque fuera así, y viniera a Monster High, corremos el riesgo de que el jefe de policía también quede bajo su hechizo. Lo que sería catastrófico para Salem.

—¡Ojalá estuviéramos en Scaris! Entonces, sabría exactamente qué hacer: llamas al teléfono de apoyo a las gárgolas, informas de la situación y, por último, esperas a que llegue el comité y dé su asesoramiento sobre el problema.

—Puede que no tengamos un comité de asesora-miento, pero nos tenemos unos a otros —masculló Robecca—. Eso tiene que contar para algo…

—¿Cy? —interrumpió Venus—. No puedo dejar de pensar en lo que dijiste en la residencia, que ninguno de nosotros sabemos a qué nos enfrentamos. Tienes razón y, a menos que lo sepamos, nunca seremos capaces de detenerla.

—Creo que deberíamos empezar repasando lo que sabemos de la señorita Alada —propuso Rochelle.

—Se trasladó aquí desde una academia para monstruos de Mordalia —dijo Robecca—, y como regalo de despedida le entregaron un puñado de troles ancianos.

Venus asintió.

—Debemos hablar con la gente de su antigua academia, averiguar por qué se marchó, averiguar todo cuanto sepan sobre ella.

—En ese caso, tenemos que colarnos en la oficina principal y buscar el expediente de la señorita Alada —propuso Cy.

—Cy, no sabía que eras un revolucionario —canturreó Robecca, a todas luces impresionada por la disposición del chico a saltarse las normas.

—Como sabéis, no soy partidaria del allanamiento, ni lo apruebo. Sin embargo, me doy cuenta de que en este caso es necesario, por el bien común —parloteó Rochelle.

—No tienes que acompañarnos, si te resulta incómodo —declaró Venus—. Nosotros tres nos podemos encargar.

—Os acompañaré. Como ha dicho Robecca, estamos juntos en este asunto, y eso tiene que contar para algo.

—¿Forma parte del código de las gárgolas? —se burló Venus.

—Forma parte del código de Rochelle Goyle.