Capítulo 16

La gritoteca no aparecía en ninguno de los planos del instituto, ni tampoco se mencionaba en carta o informe alguno. De no haber sido por las palabras del signore Vitriola, jamás habrían conocido su existencia. Como supieron más tarde, la Federación Internacional de Monstruos insistía en que las gritotecas permanecieran en la clandestinidad por miedo a que los alumnos aventureros utilizaran la información para empresas poco apropiadas.

Con objeto de localizar la esquiva gritoteca, los cuatro compañeros de residencia tenían que descubrir los planos originales de Monster High. Por suerte para ellos, los proyectos de construcción se conservaban en un cobertizo oculto dentro del laberinto. Después de escudriñar los documentos manchados de tinta, descubrieron una estancia situada a espaldas del laboratorio del científico absolutamente desquiciado que, en opinión del grupo, tenía que ser la gritoteca. Sin embargo, cuando fueron a inspeccionarla, se encontraron con un armario de limpieza.

—¡Ninguno de estos cuartos parece lo bastante grande como para ser la gritoteca! —protestó Venus después de regresar de nuevo al laberinto y escudriñar los planos una vez más.

—Tenemos que seguir buscando —dijo Rochelle con voz tranquila—. No tenemos elección.

—Podríamos fugarnos y unirnos al circo —bromeó Venus.

—¡Uggh! ¡El circo! Me persiguieron durante años —comentó Robecca con tono animado—. Pero mi padre siempre se negó. Consideraba que vivir en una tienda podía provocarme óxido.

Cy continuó examinando los planos mucho después de que las tres amigas se hubieran quedado dormidas en lo alto de los setos cercanos. Aunque espinosos, los arbustos resultaban sorprendentemente cómodos.

—Eh, señoritas, me parece que he encontrado algo —anunció Cy con su suavidad habitual.

Las chicas, agotadas tanto física como mentalmente, actuaron como solían hacerlo con sus padres: se dieron la vuelta y le ignoraron por completo. Siempre educado, Cy aguardó diez minutos antes de volver a intentar atraer el interés de sus compañeras.

—Mmm, creo que tengo algo. Algo que nos ayudará a encontrar la gritoteca.

—¿Qué? ¿Por qué no lo has dicho antes? —preguntó Venus, que se bajó de su arbusto como una bala.

—Cy, Venus tiene razón. En serio, tienes que aprender a expresarte —reprendió Robecca al chico mientras Penny sacudía la cabeza en dirección a su despistada dueña.

—Claro, Robecca, lo que tú digas.

—La expectativa me está pesando mucho. ¿Cuál es tu idea? —preguntó Rochelle mientras se frotaba una hoja espinosa por el brazo a modo de exfoliante. Siempre estaba buscando nuevas maneras de suavizar su piel.

—De hecho, estaba pensando en Rochelle…

—Ah, sí, ¿verdad? No es que te culpe; es chispeante. Además, tiene un acento genial. Y, seamos sinceros, con acento extranjero, todo suena mejor. Madrecita mía, ¿qué estabas diciendo? Da la impresión de que me he ido del tema totalmente… —divagó Robecca; luego, avergonzada, miró hacia otro lado.

—Rochelle es más menuda que nosotros, más menuda que el monstruo medio…

—Aunque, en teoría, eso es verdad, en la comunidad de las gárgolas se considera que supero el tamaño medio —replicó Rochelle, un tanto ofendida.

—Pero se las arregla para retener más información que el resto, y puede recitar códigos y directrices…

—¿Y…? —presionó Venus a Cy.

—¿Es que no te das cuenta? Todos dimos por supuesto que la gritoteca tenía que ser grande, y estábamos equivocados. Un espacio pequeño puede guardar la misma cantidad de información, si no más.

—¡Tornillos, Cy! ¡Eres un genio! —exclamó Robecca, entusiasmada.

—No estoy muy seguro de eso —masculló él—, pero puede que haya encontrado la habitación. Es la más pequeña de los planos.

Y así los miembros del equipo, vestidos de negro de la cabeza a los pies, partieron del laberinto a altas horas de la noche para encontrar la gritoteca.

* * *

—Sé que no debería decirlo, pero la verdad es que los murciélagos no me gustan —susurró Rochelle mientras avanzaba por el pasillo principal—. No da la impresión de que formen una sociedad anclada en las normas.

—Pero mira que te gustan las normas —replicó Venus. Luego echó una ojeada a Cy y Robecca.

—Cy, ¿los cíclopes necesitan gafas alguna vez? Y de ser así, ¿qué aspecto tienen? ¿Un círculo grande, sin más? ¿O acaso preferís las lentillas? Sé que parece una tontería, pero tengo mucha curiosidad. Igual que Penny. ¡Madre mía, Penny! ¿Dónde me la habré dejado? Ay, espero haberle dado la cuerda suficiente —divagó Robecca.

—Está con Gargui y Ñamñam en el cementerio, por seguridad, ¿te acuerdas?

—Ah, sí. Desde luego, es genial tener cerca a alguien con buena memoria.

—Y, para responder a tu pregunta, los problemas de los cíclopes con respecto a la visión periférica y la percepción de la profundidad no se pueden solucionar, en realidad, con gafas o lentillas.

—Qué mal —repuso Robecca.

—Eh, chicas, hemos llegado —anunció Cy en voz baja al tiempo que se tapaba la cara con las manos en un esfuerzo por proteger su ojo de un murciélago que volaba excepcionalmente bajo.

El temor a que se le pegaran al ojo partículas, insectos o, de vez en cuando, hasta pequeños mamíferos, provocaba que Cy se mostrara más bien asustadizo.

—¿Por qué volvemos al laboratorio? —preguntó Venus.

—Seguidme —indicó el cíclope mientras conducía a las chicas a través de la estancia desordenada y llena de frasquitos hasta llegar al armario de limpieza.

Cy toqueteó los grifos del fregadero; luego, el soporte de las escobas; luego, la cañería principal; luego, el interruptor de la luz; pero no ocurrió nada.

—¿Seguro que estaba detrás de este armario? Es dificilísimo interpretar ese plano —dijo Robecca con tono consolador.

—Está aquí. Estoy convencido.

—¿En serio? Yo ya no estoy segura de nada —comentó Venus mientras propinaba una patada a la jamba de la puerta.

Desde el techo llegó un ruido similar al sonido de un avión cuando baja el tren de aterrizaje antes de tomar tierra. Una gruesa escalera metálica descendió y se detuvo a pocos centímetros del suelo.

—¡Creí que habías dicho que estaba detrás del armario! —exclamó Robecca.

—Es lo que parecía en el plano —respondió Cy, quien acto seguido agarró la escalera y comenzó a subir.

Escaló hasta el techo; después, se desplazó alrededor de un metro y por fin se agachó para entrar en lo que tenía que ser la biblioteca más pequeña del mundo. La medida de la estancia no superaba el metro cuadrado, y viejos libros encuadernados en piel cubrían hasta el último rincón de las paredes. Cy examinó los títulos con rapidez (la ventaja de ser un cíclope) hasta que fue a dar con El susurro de los monstruos.

—¡Eh! ¿Qué pasa ahí arriba? —llamó Venus desde el armario de limpieza.

—Ya voy —respondió Cy. Pero cuando trató de sacar el volumen del estante, descubrió que estaba encadenado a la pared. Tuvo que admitir que se trataba de un medio eficaz para prevenir los problemas habituales de las bibliotecas, tales como el vencimiento de los plazos de devolución y el robo de libros.

Tras regresar al armario de limpieza y explicar a las chicas el rudimentario sistema de seguridad, Cy se puso cómodo y escuchó cómo debatían sobre la mejor manera de resolver la situación.

—A ver, ¿quién va a entrar ahí para leer el libro? —preguntó Robecca de sopetón—. Evidentemente, a mí me encantaría, pero en varias ocasiones mis compañeras de habitación han aludido a la brevedad de mi rango de atención, así que, quizá, no debería ser yo. Pero por otra parte, siempre me ha gustado leer. Debo haber leído Alicia en el país de las maravillas unas cuatro veces cuando era pequeña…

—Creo que estamos de acuerdo en que Robecca queda descartada —interrumpió Venus.

—Lo más sensato es que sea yo quien entre ahí. Retengo la información mejor que nadie; hasta el propio Cy lo ha comentado. Además, soy muy compacta y encajo fácilmente en los espacios reducidos —postuló Rochelle.

—Veréis, estaba pensando que debería ir yo porque, de alguna manera, soy la líder del grupo. Por no hablar de que se me da bastante bien pensar fuera del tiesto, destreza que sin duda requiere esta situación —replicó Venus.

—Solo reconozco a los líderes elegidos democráticamente y, por lo que recuerdo, nunca hemos celebrado una elección —expuso Rochelle con seriedad.

—¿Sabes? No quería tener que decirlo, pero me temo que romperías la escalera. No nos olvidemos de Jo que pasó en la oficina. Destrozaste una silla.

Percibiendo la tensión creciente, Cy intervino a toda velocidad.

—¿Y yo? Quizá sea lo mejor que yo lea el libro. Al fin y al cabo, tengo este ojo tan grande.

—Vale, muy bien —cedió Venus, y Rochelle asintió con la cabeza.

Cy regresó diez minutos más tarde con un gesto que las chicas solo podían definir como indescifrable. En vez de contarles de inmediato lo que había descubierto, se limitó a quedarse quieto, clavando la vista en el suelo.

—¡Venga, Cy! Por los remaches de mi abuela, ¿qué has encontrado?

—Romper el maleficio de un susurrador de monstruos no es tan fácil —masculló el chico de un solo ojo.

—De acuerdo, podemos enfrentarnos a «no tan fácil» —replicó Venus con confianza.

—De hecho, va a ser muy difícil —prosiguió Cy.

—Podemos enfrentarnos a «muy difícil» —repuso Venus con seguridad.

—Para ser totalmente sincero, es casi imposible —admitió Cy.

—Por favor, Cy, dinos de una vez lo que hay que hacer —soltó Rochelle de sopetón, a todas luces crispada por el suspense.

—Para romper la influencia, el susurrador tiene que tragar una cucharilla de helecho infernal molido mientras se le enrolla al cuello una serpiente convertida en zombi recientemente.

—Tengo que admitir que suena un tanto complicado —declaró Robecca con sinceridad.

—Esperad, hay más —dijo Cy con un suspiro propio del señor Muerte—. Tiene que ocurrir exactamente a medianoche.

—Bueno, ya veo lo que querías decir con «casi imposible» —concedió Venus—. Por desgracia, es nuestra única opción.

* * *

Al igual que los murciélagos, el cuarteto durmió durante todo el día y trabajó durante toda la noche preparándose para el momento de la verdad. Por fortuna, algunas de las tareas resultaron sencillas, como fue el caso de localizar los ingredientes necesarios y encontrar la ocasión para lanzar el ataque contra la señorita Alada. Venus descubrió helecho infernal y suero de ancho de llama en el despacho del señor Corte durante una misión detectivesca a medianoche. Y en cuanto a la ocasión para el ataque, en realidad existía una única opción: el baile de los Fenecidos Agradecidos, ¿cuándo si no podrían acceder a la señorita Alada exactamente a medianoche? Lo de la serpiente, sin embargo, resultó ser un poco más complicado.

—¿Cómo vamos a, ya sabes, hacerlo? —musitó Robecca mientras clavaba la vista en una delgada serpiente gris y amarilla que acababan de sacar de la despensa de la señora Atiborraniños. La sopa no venenosa de serpiente venenosa era una de las especialidades de la profesora.

—No lo sé —admitió Cy—. El señor Corte no mencionó qué hay que hacer con el suero después de calentarlo.

—Nos limitaremos a dejar caer el suero en la boca de la serpiente hasta que se empiece a poner de color ceniza y a moverse lentamente —dijo Rochelle a los demás—. Pero ¿exactamente cómo tienes pensado conseguir que la serpiente abra la boca? —preguntó Venus—. ¿Le decimos «por favor, bonita»?

—Para tu información, se me ha ocurrido que añadamos un poco de queso fundido al suero. A las serpientes, igual que a los habitantes de Scaris, el queso les apasiona. En cuanto el animalillo huela el camembert fundido, abrirá la boca. Hacedme caso —repuso Rochelle con un bufido.

—Me parece que hemos pasado por alto una cuestión muy importante. ¿Cómo vamos a entrar en el baile de los Fenecidos Agradecidos sin que nos descubran? —preguntó Robecca—. Al fin y al cabo, somos monstruos fugitivos.

—Escucha con atención —respondió Venus—: Departamento de Teatro.