ELEGÍA PRIMERA
Aunque este grave caso haya tocado
con tanto sentimiento el alma mía,
que de consuelo estoy necesitado,
con que de su dolor mi fantasía
se descargase un poco, y se acabase
de mi contino llanto la porfía,
quise, pero, probar si me bastase
el ingenio a escrebirte algún consuelo,
estando cual estoy, que aprovechase
para que tu reciente desconsuelo
la furia mitigase, si las musas
pueden un corazón alzar del suelo
y poner fin a las querellas que usas,
con que de Pindo ya las moradoras
se muestran lastimadas y confusas;
que, según he sabido, ni a las horas
que el sol se muestra ni en el mar se esconde,
de tu lloroso estado no mejoras;
antes en él permaneciendo, donde
quiera que estás tus ojos siempre bañas,
y el llanto a tu dolor así responde,
que temo ver deshechas tus entrañas
en lágrimas, como al lluvioso viento
se derrite la nieve en las montañas.
Si acaso el trabajado pensamiento
en el común reposo se adormece,
por tornar al dolor con nuevo aliento,
en aquel breve sueño te aparece
la imagen amarilla del hermano,
que de la dulce vida desfallece;
y tú, tendiendo la piadosa mano,
probando a levantar el cuerpo amado,
levantas solamente el aire vano;
y del dolor el sueño desterrado
con ansia vas buscando, el que partido
era ya con el sueño y alongado.
Así desfalleciendo en tu sentido,
como fuera de ti, por la ribera
de Trápana con llanto y con gemido
el caro hermano buscas, que solo era
la mitad de tu alma, el cual muriendo,
no quedará ya tu alma entera.
Y no de otra manera repitiendo
vas el amado nombre, en desusada
figura a todas partes revolviendo,
que cerca del Erídano aquejada,
lloró y llamó Lampecie el nombre en vano,
con la fraterna muerte lastimada:
“¡Ondas, tornadme ya mi dulce hermano
Faetón!, si no, aquí veréis mi muerte,
regando con mis ojos este llano.”
¡Oh cuántas veces, con el dolor fuerte
avivadas las fuerzas, renovaba,
las quejas de su cruda y dura suerte!
¡Y cuántas otras, cuando se acababa
aquel furor, en la ribera umbrosa,
muerta, cansada, el cuerpo reclinaba!
Bien te confieso que si alguna cosa
entre la humana puede y mortal gente
entristecer un alma generosa,
con gran razón podrá ser la presente,
pues te ha privado de un tan dulce amigo,
no solamente hermano, un acidente;
el cual, no sólo siempre fué testigo
de tus consejos y íntimos secretos,
mas de cuanto lo fuiste tú contigo.
En él se reclinaban tus discretos
y honestos pareceres, y hacían
conformes al asiento sus efetos.
En él ya se mostraban y leían
tus gracias y virtudes, una a una,
y con hermosa luz resplandecían,
como en luciente de cristal coluna,
que no encubre de cuanto se avecina
a su viva pureza cosa alguna.
¡Oh miserables hados! ¡Oh mesquina
suerte la del estado humano, y dura,
do por tantos trabajos se camina!
Y agora muy mayor la desventura
de aquesta nuestra edad, cuyo progreso
muda de un mal en otro su figura.
¿A quién ya de nosotros el eceso
de guerras, de peligros y destierro
no toca, y no ha cansado el gran proceso?
¿Quién no vió desparcir su sangre al hierro
del enemigo? ¿Quién no vió su vida
perder mil veces y escapar por yerro?
¿De cuántos queda y quedará perdida
la casa y la mujer y la memoria,
y de otros la hacienda despendida?
¿Qué se saca de aquesto? ¿Alguna gloria?
¿Algunos premios o agradecimientos?
Sabrálo quien leyere nuestra historia.
Veráse allí que como polvo al viento
así se deshará nuestra fatiga
ante quien se endereza nuestro intento.
No contenta con esto la enemiga
del humano linaje, que invidiosa
coge sin tiempo el grano de la espiga,
nos ha querido ser tan rigurosa,
que ni a tu juventud, don Bernaldino,
ni ha sido nuestra pérdida piadosa.
¿Quién pudiera de tal ser adivino?
¿A quién no le engañara la esperanza,
viéndote caminar por tal camino?
¿Quién no se prometiera en abastanza
seguridad entera de tus años,
sin temer de natura tal mudanza?
Nunca los tuyos, mas los propios daños,
dolemos deben; que la muerte amarga
nos muestra claros ya mil desengaños:
hanos mostrado ya que en vida larga
apenas de tormentos y de enojos
llevar podemos la pesada carga;
hanos mostrado en ti que claros ojos
y juventud y gracia y hermosura,
son también, cuando quiere, sus despojos.
Mas no puede hacer que tu figura,
después de ser vida ya privada,
no muestre el artificio de natura.
Bien es verdad que no está acompañada
de la color de rosa que solía
con la blanca azucena ser mesclada;
porque el calor templado que encendía
la blanca nieve de tu rostro puro,
robado ya la muerte te lo hábía.
En todo lo demás, como en seguro
y reposado sueño descansabas,
indicio dando del vivir futuro.
Mas ¿qué hará la madre que tú amabas,
de quien perdidamente eres amado,
a quien la vida con la tuya dabas?
Aquí se me figura que ha llegado
de su lamento el son que con su fuerza
rompe el aire vecino y apartado:
tras el cual a venir también se esfuerza
el de las cuatro hermanas, que teniendo
va con el de la madre viva fuerza.
A todas las contemplo desparciendo
de su cabello luengo el fino oro,
al cual ultraje y daño están haciendo.
El viejo Tormes con el blanco coro
de sus hermosas ninfas seca el río,
y humedece la tierra con su lloro.
No recostado en urna al dulce frío
de su caverna umbrosa, mas tendido
por el arena en el ardiente estío,
con ronco son de llanto y de gemido,
los cabellos y barbas mal paradas
se despedaza y el sutil vestido.
En torno dél sus ninfas, desmayadas,
llorando en tierra están sin ornamento,
con las cabezas de oro despeinadas.
Cese ya del dolor, el sentimiento,
hermosas moradoras del undoso
Tormes; tened más provechoso intento;
consolad a la madre, que el piadoso
dolor la tiene puesta en tal estado,
que es menester socorro presuroso.
Presto será que el cuerpo, sepultado
en un perpetuo mármol, de las ondas
podrá de vuestro Tormes ser bañado.
Y tú, hermoso coro, allá en las hondas
aguas metido, podrá ser que al llanto
de mi dolor te muevas y respondas.
Vos, altos promontorios, entre tanto
con toda la Trinada entristecida
buscad alivio en desconsuelo tanto.
Sátiros, faunos, ninfas, cuya vida
sin enojos se pasa, moradores
de la parte repuesta y escondida,
con luenga esperiencia sabidores,
buscad para consuelo de Fernando
hierbas de propriedad oculta y flores;
así en el escondido bosque, cuando
ardiendo en vivo agradable fuego
las fugitivas ninfas vais buscando,
ellas se inclinen al piadoso ruego,
y en recíproco lazo estén ligadas,
sin esquivar el amoroso juego.
Tú, gran Fernando, que entre tus pasadas
y tus presentes obras resplandeces,
y a mayor fama están por ti obligadas,
contempla dónde estás; que si falleces
al nombre que has ganado entre la gente,
de tu virtud en algo te enflaqueces.
Porque al fuerte varón no se consiente
no resistir los casos de fortuna
con firme rostro y corazón valiente.
Y no tan solamente esta importuna,
con proceso cruel y riguroso,
con revolver de sol, de cielo y luna
mover no debe un pecho generoso,
ni entristecello con funesto vuelo,
turbando con molestia su reposo;
mas si toda la máquina del cielo
con espantable son y con ruido,
hecha pedazos se viniere al suelo,
debe ser aterrado y oprimido
del grave peso y de la gran ruina,
primero que espantado y comovido.
Por estas asperezas se camina
de la inmortalidad al alto asiento,
do nunca arriba quien de aquí declina.
En fin, Señor, tornando al movimiento
de la humana natura, bien permito
a nuestra flaca parte un sentimiento;
mas el eceso en esto vedo y quito,
si alguna cosa puedo, que parece
que quiere proceder en infinito.
A lo menos el tiempo, que descrece
y muda de las cosas el estado,
debe bastar, si la razón fallece.
No fué el troyano príncipe llorado
siempre del viejo padre dolorido,
ni siempre de la madre lamentado;
antes, después del cuerpo redemido
con lágrimas humildes y con oro,
que fué del fiero Aquiles concedido,
y reprimido el lamentable coro
del frigio llanto, dieron fin al vano
y sin provecho sentimiento y lloro.
El tierno pecho, en esta parte humano,
de Venus, ¿qué sintió, su Adonis viendo
de su sangre regar el verde llano?
Mas desque vido bien que corrompiendo
con lágrimas sus ojos no hacía
sino en su llanto estarse deshaciendo,
y que tornar llorando no podía
su caro y dulce amigo de la escura
y tenebrosa noche al claro día,
los ojos enjugó y la frente pura
mostró con algo más contentamiento,
dejando con el muerto la tristura;
y luego con gracioso movimiento
se fué su paso por el verde suelo,
con su guirnalda usada y su ornamento;
desordenaba con lacivo vuelo
el viento su cabello, y con su vista
alegraba la tierra, el mar y el cielo.
Con discurso y razón que es tan prevista,
con fortaleza y ser que en ti contemplo,
a la flaca tristeza se resista.
Tu ardiente gana de subir al templo
donde la muerte pierde su derecho,
te baste, sin mostrarte yo otro ejemplo.
Allí verás cuán poco mal ha hecho
la muerte en la memoria y clara fama
de los famosos hombres que ha deshecho.
Vuelve los ojos donde el fin te llama
la suprema esperanza, do perfeta
sube y purgada el alma en pura llama.
¿Piensas que es otro el fuego que en Oeta
de Alcides consumió la mortal parte
cuando voló el espíritu al alta meta?
Desta manera aquel por quien reparte
tu corazón sospiros mil al día,
y resuena tu llanto en cada parte,
subió por la difícil y alta vía,
de la carne mortal purgado y puro,
en la dulce región del alegría;
do con discurso libre ya y seguro
mira la vanidad de los mortales,
ciegos, errados en el aire escuro;
y viendo y contemplando nuestros males,
alégrase de haber alzado el vuelo
a gozar de las horas inmortales.
Pisa el inmenso y cristalino cielo
teniendo puestos de una y otra mano
el claro padre y el sublime abuelo.
El uno ve de su proceso humano
sus virtudes estar allí presentes,
que el áspero camino hacen llano;
el otro, que acá hizo entre las gentes
en la vida mortal menor tardanza,
sus llagas muestra allá resplandecientes.
Dellas aqueste premio allá se alcanza;
porque del enemigo no conviene procurar
en el cielo otra venganza.
Mira la tierra, el mar que la contiene,
todo lo cual por un pequeño punto
a, respeto del cielo juzga y tiene.
Puesta la vista en aquel gran trasunto
y espejo, do se muestra lo pasado
con lo futuro y lo presente junto,
el tiempo que a tu vida limitado
de allá arriba te está, Fernando, mira,
y allí ve tu lugar ya deputado.
¡Oh bienaventurado, que sin ira,
sin odio, en paz estás, sin amor ciego,
con quien acá se muere y se sospira;
y en eterna holganza y en sosiego
vives, y vivirás cuanto encendiere
las almas del divino amor el fuego!
Si el cielo piadoso y largo diere
luenga vida a la voz deste mi llanto,
lo cual tú sabes que pretende y quiere,
yo te prometo, amigo, que entre tanto
que el sol al mundo alumbre, y que la escura
noche cubra la tierra con su manto,
y en tanto que los peces la hondura
húmida habitarán del mar profundo,
y las fieras del monte la espesura,
se cantará de ti por todo el mundo;
que en cuanto se discurre, nunca visto
de tus años jamás otro segundo
será desde el Antártico a Calisto.